Czytaj książkę: «Klopp»
KLOPP
UN TIPO NORMAL
Raphael Honigstein
© Raphael Honigstein 2017, 2020 del texto original.
Publicado originalmente bajo el título Klopp: Bring the Noise por Yellow Jersey Press en 2017 y actualizado en 3a edición en 2020.
© Libros de Ruta Ediciones, S.L., 2021.
Gordoniz 47B-bajo
48012 Bilbao
Primera edición: mayo 2021
Autor: Raphael Honigstein
Traducción: David Batres Márquez
Edición: Eneko Garate Iturralde
Foto de portada: Michael Regan/Getty Images
Diseño portada y maquetación: Amagoia Rekero García
ISBN: 978-84-122776-0-9
Depósito legal: BI-848-2021
Impreso en España por Leitzaran Grafikak
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Para papá y mamá
ÍNDICE
La sorpresa
Glatten 1967
Lunes de las rosas: hora cero
Mainz 2001
Revolution Number 9
Dortmund 2008
El camino que lleva a Anfield
2012-2015
En el juego del padre
Wolfgang Frank: el Maestro
Schönen guten Tag. Hier ist Jürgen Klopp
Dortmund 2008–2010
Dale caña
Liverpool 2015-16
Arrancadas y parones
Ergenzingen, Frankfurt - Mainz 1983–2001
El Rin en llamas
Mainz 2001-2006
La primera, la segunda y casi la tercera
2010-2013
Caos y teorías
Liverpool 2016-17
Triunfos en la pequeña pantalla
60 000 lágrimas
Mainz 2007-08
Tiempos de oscuridad
Dortmund 2013-2015
Y se armó el jaleo
Campeones eternos
Agradecimientos
Índice onomástico
No importa de dónde seas, importa donde estés. Eric B. y Rakim
LA SORPRESA
Glatten 1967
La Selva Negra no es negra. Ni tan siquiera se puede decir que sea una selva. Ya no, al menos. Hace dieciocho siglos las tribus salvajes germanas de los alamanes comenzaron a talar esa masa sombría que tanto temor infundía en los romanos, ganando así terreno para su ganado y sus aldeas. Misioneros celtas llegados de Escocia e Irlanda, armados con hachas y fe, siguieron talando, bosque adentro, doblegando a la naturaleza y mermando su enormidad. En la actualidad, lo que todavía queda de su negrura sirve, sobre todo, como materia prima para pesadillas infantiles y relojes de cuco, además de haberse convertido en una espléndida marca comercial turística.
Multitud de gente de todo el país y más allá acude a esta cordillera que descansa en la esquina suroeste de Alemania, con la intención de arrancar de sus pulmones y corazones todo rastro de mugre urbanita. Tras la guerra, la Selva Negra se convirtió en lugar común para una industria cinematográfica en busca de escenarios vírgenes, localizaciones idílicas donde situar clínicas —tanto reales como ficticias—, y uno de esos lugares en los que fantasía y realidad podían fundirse como en un embrujo.
Aviso a los escépticos: no les quepa duda de que todo esto es cierto; al menos en esa perfecta ciudad de postal que es Glatten. Casas blancas con techos que parecen pan de jengibre y balcones de madera, superpuestas, como sin quererlo, frente a las colinas, vigilando las interminables laderas de hierba. «Los hay que, para demostrar su esplendor, construyen en lo alto de un monte. Pero los suabos construyeron sus hogares dentro de los cerros, para ocultar la realidad de su grandeza», explica Rezzo Schlauch, el que fuera político del partido de los Verdes, acerca de la mentalidad modesta de los habitantes locales, sus paisanos. «El Mercedes lo guardan en el garaje y dejan fuera el VW».
El río Glatt (que en alto alemán antiguo significa algo así como prístino o tranquilo) corre desde el norte hasta llegar a la pequeña ciudad a la que bautiza, dejando atrás la fábrica, revestida de acero, de J. Schmalz GmbH, dedicada a la tecnología de vacío. El río ejerce de discreta carabina para la calle alta (concesionario de coches, banco, panadería, carnicería, floristería y un puesto de doner kebab) y suministra, a duras penas, agua para la piscina natural, volviendo a manar después junto al campo de deportes pasado Böffingen, población que ha sido absorbida por Glatten.
La dura climatología —las lluvias son continuas durante el verano— hace de este un paraíso que hubo que luchar, no un regalo caído de los cielos. Esta es una tierra que da hierba, maíz, lechones y unas gentes de una resolución y frugalidad imponentes; son los alemanes llevados al extremo, que trabajan más allá del trabajo duro, que no se conceden el mínimo respiro. «Schaffe, schaffe, Häusle baue»: trabaja, trabaja, y después, te construirás una casa; así reza un famoso dicho de la región.
«Un rasgo muy característico de los suabos es que trabajan día y noche, con denodado ahínco», explica Schlauch. «Esto es así desde el principio de los tiempos, igual que su fama de grandes innovadores. En otras zonas el primogénito heredaba la granja de los padres. Pero en Suabia la tierra se dividía equitativamente entre toda la descendencia. Eso hacía que la tierra de cultivo fuera mermando hasta que ya no era viable trabajarla, momento en el que los descendientes se veían obligados a buscarse otro trabajo. Muchos de ellos se convirtieron en inventores y Tüftler, gente que trata de encontrar nuevas soluciones a viejos problemas».
La costumbre local exige que todo se haga de manera meticulosa y seria. Y eso incluye la diversión. Uno de los catorce clubes sociales activos en Glatten está dedicado al Carnaval. Otro se convierte en el punto de encuentro de los amigos del pastor alemán.
Los graneros se alinean en una pequeña calle surcada por el barro que dejan detrás los tractores; y ahí es donde se encuentra, justo al lado de un campo el Haarstüble de Isolde Reich, una pequeña peluquería, discreto lugar de encuentro y punto de venta de unos calcetines que una de las amigas de Reich teje de manera benéfica. Los beneficios se destinan a comprar calzado para los sin techo.
Isolde nació en Glatten en 1962, la más joven de dos hermanas. Su padre, Norbert, un portero de talento, era un enamorado de los deportes. Su carrera terminó antes siquiera de haber comenzado, frustrada por un padre de lo más adusto: «insistía en que Norbert debía buscar una verdadera vocación, no probar suerte con el fútbol» cuenta Reich. Pero jamás dejó morir sus anhelos deportivos. Jugó al fútbol de manera amateur, así como al balonmano y al tenis, e intentó inculcarle esa pasión a su familia. Después de que ni su esposa, Elisabeth, ni su hija mayor, Stefanie, demostraran inclinación alguna por el deporte, las esperanzas de Norbert se centraron en Isolde. Antes y después de su nacimiento («En mi álbum de fotos escribió ‘‘Isolde, en realidad, deberías haber sido un chico’’», sonríe). «Fui la primera niña de todo Glatten en acudir a la escuela de fútbol».
Norbert fue su entrenador, y sus métodos eran rigurosos y exigentes. Llevaba a Isolde, de cinco años, al campo de fútbol de Riedwiesen, que estaba junto al río y allí entrenaban los remates de cabeza colgando un viejo y pesado balón de una cuerda que ataba a una barra de hierro verde. Si no colocaba bien el cuerpo o elevaba demasiado los brazos, Norbert le hacía dar una vuelta al campo corriendo, como castigo. «Era duro, pero también era justo. Era un hombre de principios, lleno de pasión», dice Reich.
En el verano de 1967 su madre tuvo que abandonar la casa familiar durante un mes. Elisabeth estaba en avanzado estado de gestación y, ante el riesgo de posibles complicaciones, se vio obligada a acudir a una clínica de Stuttgart, a 80 kilómetros al noroeste. El hospital local de Freudenstadt, a apenas 8,5 kilómetros carretera arriba, no estaba preparado para efectuar cesáreas. Para Stefanie e Isolde fue muy complicado estar sin su madre durante tanto tiempo. «Nos prometieron: ‘‘Cuando regrese, mamá os traerá algo maravilloso’’».
Pero cuando Norbert y Elisabeth llegaron a casa lo único que traían en sus manos era un pequeño bebé que no dejaba de berrear. Apenas una hora después, las hermanas preguntaron si no sería posible que se lo llevaran de vuelta y lo cambiaran por otra cosa. Un hermanito llorón: ¡Pues vaya birria de sorpresa! Pero Isolde se dio cuenta muy rápido de que, aquel día, no solo le habían regalado un hermano pequeño que no dejaba de molestar con sus lloros. «De inmediato, mi padre centró en él todos sus esfuerzos deportivos. Me libré de tener que practicar remates de cabeza con aquel péndulo y, en lugar de ello, me dejaron asistir a ballet y atletismo. Lo cierto es que el nacimiento de Jürgen fue toda una suerte. Me hizo libre».
LUNES DE LAS ROSAS: HORA CERO
Mainz 2001
A Christian Heidel le gusta tantísimo esta historia que ha llegado a preguntarse si, verdaderamente, es real. «Como aficionado del Mainz podría decir: venga, adornemos esto un poco. Pero lo cierto es que fue así», insiste mientras se prepara para un dar un salto mental de proporciones siderales: desde su aburrido despacho en el Schalke 04 hasta una ciudad que canta y baila con frenesí bajo una lluvia de confeti; y en ella, hasta un pequeño y desastroso equipo de la segunda división desterrado a un nada glamuroso exilio provinciano, a cuarenta minutos en coche.
Un día antes, el 25 de febrero del 2001, el FSV Mainz 05 se había enfrentado a su némesis, el SpvGG Greuther Fürth, perdiendo por 3 a 1 en el Playmobil-Stadion. «Klopp tenía molestias y estaba siendo el peor sobre el campo, así que tuvo que abandonarlo a veinte minutos para el final», recuerda Heidel. Aquella derrota hundía al Mainz en la zona de descenso. «Estábamos am Arsch» (algo así como a tomar por culo), sonríe el antiguo mánager general del FSV. Estaban, literalmente, al fondo de la tabla, sin nada parecido siquiera a una luz al, ejem, fondo del túnel. «La media de asistencia al estadio era de unos 3000 espectadores, ya no le importábamos lo más mínimo a nadie. Todo el mundo estaba seguro de que bajaríamos».
Todos sus colegas en la directiva del Mainz se encontraban en el centro de la ciudad, divirtiéndose en el Lunes de las rosas, la fiesta de carnaval por la que tan famosa es en toda Alemania la capital de Renania-Palatinado. Medio millón de personas se disfrazan con los atuendos más hilarantes, abusan un poco del alcohol y tratan de ligar algo. Las televisiones nacionales ARD y ZDF dedican toda la programación vespertina al encuentro de las asociaciones carnavaleras en el Palacio Electoral, cuatro horas de gags regados por la cerveza y la sátira política.
Eckhart Krautzun, el muy viajado entrenador del Mainz (su mote era «Weltenbummler», trotamundos) consideró que la tentación carnavalera sería demasiado seductora para un equipo al que le esperaba un partido de la máxima importancia contra el Duisburgo, el miércoles de ceniza. «Tras la derrota contra el Fürth el ventilador comenzó a esparcir mierda por todo Mainz. Sabíamos que le cortaban la cabeza al entrenador, o que pondrían todos los focos sobre nosotros. Nos concentraron durante tres días en un hotel en Bad Kreuznach, así que nadie pudo salir ni moverse», cuenta el centrocampista del FSV Jürgen Kramny, compañero de habitación de Jürgen Klopp en esos días.
Christian Heidel se había quedado en su casa, en Mainz. No estaba de humor para fiestas, la situación del equipo era lo suficientemente desesperada como para andarse con tonterías. Resultaba más que obvio que había que echar al entrenador. Nadie dudaba de que Krautzun era un hombre muy agradable, un director experimentado que, en una ocasión dirigió a Diego Armando Maradona durante un partido con el Al-Ahli en Arabia Saudita, además de a los equipos nacionales de Kenia y Canadá y toda una miríada de clubes alrededor del globo; pero sumar seis puntos en nueve partidos desde que se hiciera cargo del equipo en noviembre, resulta la típica racha que te lleva de cabeza al cese. Además, Heidel también tenía la sensación de que, desde el primer instante, Krautzun había jugado con él para conseguir que lo contratara.
Su predecesor, René Vendereycken, quien en su día fuera internacional belga, resultó ser un entrenador hosco y monosilábico, cuya negación a la hora de comunicarse tanto con los jugadores como con la directiva y empleados solo quedaba igualada por su renuencia a la hora de imponer un sistema de juego coherente. Fue cesado cuando apenas se habían completado doce partidos de la temporada 2000-2001, tras conseguir veinte pírricos puntos, dejando al Mainz, una vez más, en la zona de descenso. Heidel quería poner al cargo a alguien capaz de implementar el exitoso sistema de cuatro defensas/marcaje en zona que Wolfgang Frank introdujera seis años atrás, durante su época como entrenador del Mainz, una táctica que, por aquel entonces, se consideraba tan avanzada para los estándares de la Bundesliga que casi nadie sabía cómo hacer que funcionara.
Heidel: «Le dije a todo el mundo que buscaba un entrenador capaz de hacer funcionar una defensa zonal. Alguien que la pudiera entrenar, que pudiera enseñar a los jugadores a jugarla. De repente recibí una llamada de Krautzun. Para ser sincero, jamás pensé en él. Su anterior club fue el Kaiserslautern y no le habían ido bien las cosas, así que me daba la sensación de que no merecía la pena intentarlo. Pero él siguió hablando y hablando sin parar, hasta que, al final, me convenció para reunirnos. Así que fui a Wiesbaden a verlo. Se puso a explicarme todo tipo de cosas sobre la defensa en zona, con todo lujo de detalles, y pensé «¡la madre que me parió, al final va a resultar que sabe de qué va todo esto!». Yo había visto tantos entrenamientos de Frank que sabía perfectamente cómo eran los movimientos. Así que lo contraté. Unas dos semanas después, Klopp vino a verme y me dijo que Krautzun le había llamado un mes antes. «Quería saber cómo funcionaba la defensa en zona, nos tiramos tres horas hablando». Y esa era, justo, la sensación que daba sobre el terreno de juego. «Empezamos ganando un partido, pero después todo se fue al garete».
Deshacerse de Krautzun era la decisión más fácil y sensata. Pero encontrar al sustituto ideal resultó un trabajo mucho más arduo. Heidel se sepultó bajo una montaña de anuarios de Kicker, con la esperanza de descubrir al candidato apropiado. «Por entonces no existía Internet. Por ejemplo, no sabías quién entrenaba al Brujas. Pero también es cierto que ese tipo de equipos eran cinco veces más grandes que el nuestro. Eran otros tiempos. Apenas había entrenadores extranjeros en la Bundesliga. Al final, te veías pescando en el mismo barreño una y otra vez. Pasado un tiempo, Heidel cerró todos sus anuarios y admitió su derrota: «Estaba convencido de que la única opción que teníamos era la de volver, fuera como fuera, al tipo de juego que habíamos desarrollado bajo la batuta de Wolfgang Frank. Pero era incapaz de encontrar a la persona adecuada. No tenía ni la más remota idea de quién podría lograr algo así».
Puede que, en un día en el que no se aplican los convencionalismos, fueran los bufones que desfilaban por las calles de Mainz quienes inspiraran a Heidel. Se había quedado sin toda respuesta racional. El único movimiento lógico que le quedaba era tirar por la vía del absurdo. Si no había ningún entrenador adecuado disponible, a lo mejor la respuesta era… ¿seguir sin entrenador?
«Pensé ‘‘Hagamos algo espectacular. Entrenémonos nosotros mismos’’». Afirma que «en la plantilla había suficientes muchachos buenos e inteligentes» como para hacer que una idea tan absurda funcionara; podían enseñar a los que habían llegado después del final de los días de Frank en el Bruchwegstadion. Pero como el fútbol es como es, siempre tiene que haber alguien al mando. Heidel llegó a pensar ponerse él mismo al frente. «Después de asistir a tantísimos entrenamientos con Wolfgang podría haberles explicado cómo funciona el sistema; pero jamás había disputado un partido en la Bundesliga, ni tan siquiera en la Oberliga (Cuarta División). Hacerlo habría sido una estupidez. Por eso llamé a Klopp, a su habitación en el hotel de Bad Kreuznach. No tenía la más mínima idea de la que le caía encima».
Heidel informó al veterano lateral derecho de que la situación con Krautzun era insostenible, de que era necesario cambiar algo. «Le dije: ‘‘Creo que sois imposibles de entrenar. No hay nadie en Alemania capaz de entender eso a lo que jugamos —o a lo que pretendemos jugar— y con lo que pretendemos tener éxito. Vosotros, la plantilla, sí lo entendéis. Pero no ha funcionado con ningún entrenador’’. Klopp seguía sin saber lo que pretendía, así que fue entonces cuando le dije: ‘‘¿Qué te parece si nos dirigimos nosotros mismos? Alguien tendría que estar al frente y tú eres el apropiado’’. Al otro lado de la línea se hizo el silencio, cosa de tres o cuatro segundos. Y entonces respondió: ‘‘Es una gran idea. Hagámoslo’’».
Heidel telefoneó al capitán, Dimo Wache, el portero. «El verdadero capitán era Kloppo, pero quien portaba el brazalete ere Dimo. Dietmar Constantini (el entrenador que precedió a Krautzun) se lo había quitado a Klopp porque este siempre criticaba las tácticas. Ningún otro jugador estaba tan interesado en la táctica, pasaba mucho tiempo dándole vueltas. Constantini llegó incluso a sacarlo del equipo un tiempo. Kloppo de suplente, eso no puede funcionar. Hoy en día resulta gracioso escucharlo cuando critica a los jugadores por quejarse; si lo hubiera visto por entonces…».
Harald Strutz, el caballeroso presidente del Mainz, estaba muy ocupado cumpliendo con sus deberes canibalísticos liderando a los Ranzergarde, un cuerpo de guardia de soldados del siglo XIX que parodiaban al militarismo prusiano. «Heidel me telefoneó y me dijo: ‘‘Tenemos que echar al entrenador, de inmediato’’», cuenta Strutz, sentado en su acogedor despacho en las oficinas del Mainz, en un bloque de oficinas a las afueras de la ciudad. En la recepción hay una vitrina de cristal con artículos del FSV, entre los que se encuentra una edición especial del Monopoly en cuya caja aparecen Klopp y Heidel. «Krautzun fue de lo más correcto. Quería continuar con su trabajo, pero le dijimos que la decisión estaba tomada. Así que me quité mi uniforme de los Ranzengarde y conduje hasta Bad Kreuznach. En Mainz, el Lunes de las rosas, todo el mundo está de fiesta, pero eso no significa que todo el mundo esté bebido. O al menos yo no lo estaba, de lo contrario no podría haber conducido hasta allí. Le preguntamos a Kloppo: ‘‘¿Crees que puedes hacerlo?’’. No dudó ni un segundo: ‘‘Por supuesto que sí. Claro, sin duda’’».
Strutz se detiene un momento, atónito por lo incongruente de la decisión más importante que jamás tomó mientras presidió al Mainz. Es miembro local del Partido Liberal Democrático y trabaja como abogado; sobre la mesa de su sala de conferencias se puede ver una copia del Bürgerliches Gesetzbuch, el código civil alemán. En pocas palabras, Strutz es un hombre serio. No es el tipo de mandamás que se deja llevar por las Schnapsidee (quimeras) de su mánager general. «Es una historia muy especial», prosigue. «Así es como empezó ¿por qué íbamos a cambiar nada? Si hubiera visto lo que pareció en aquel momento… Fue todo un logro mantener unido al equipo. Un comienzo extraordinario para una carrera de entrenador como esa. Todavía me da vueltas la cabeza de lo extraordinario que fue».
Pero los diez periodistas locales que acudieron a la rueda de prensa del FSV en Bad Kreuznach, un día después, no estaban tan emocionados. Heidel: «Ya estaban al tanto de que Krautzun se había marchado. Se lo habíamos confirmado. Fue entonces cuando un periodista, Reinhard Rehberg, quien a día de hoy sigue trabajando, dijo ‘‘¿Qué hace Klopp aquí?’’. Todos suponían que le encargaríamos la dirección del equipo al segundo entrenador mientras encontrábamos a alguien, pero es que ni tan siquiera recuerdo que, en aquel momento, tuviéramos segundo entrenador. Así que les dije: ‘‘Kloppo será el entrenador este partido’’. Toda la mesa de periodistas rompió en una sonora carcajada. Se partieron de la risa. Al día siguiente, todos los periódicos se burlaban de nosotros. La gente suele pensar que todo el mundo se ha deshecho en alabanzas hacia Klopp siempre, pero Klopp no era, por aquel entonces, el mismo que es hoy en día; era el Klopp de entonces. Era un jugador, no tenía licencia como entrenador profesional, solo había estudiado Educación Física».
Klopp era consciente de que los reporteros no lo consideraban, para nada, cualificado para salvar al Mainz del descenso. Gastó una broma sobre su propia inexperiencia, haciendo como que no se sabía el guion. «Será mejor que me pongan al tanto sobre qué es lo que debo contestarles», les espetó a los periodistas desde detrás de una gran sonrisa.
«Lo que siguió, jamás lo olvidaré», prosigue Heidel. «Cuando los periodistas se fueron, Klopp dijo: ‘‘Vayamos a entrenar’’. Nos subimos a un par de autobuses que nos llevaron al Friedrich-Moebus-Stadion. Y al llegar vi algo que me hizo pensar: ‘‘Vaya, parece que hay vida ahí afuera’’. Había postes por todo el campo. El equipo volvía a entrenar la manera de moverse de un lado a otro, en formación. Y ahí es cuando lo supe: habíamos vuelto a los tiempos de Wolfgang Frank».
El resto del equipo se sorprendió tanto como los periodistas por el nombramiento de Klopp como nuevo jefe. «De buenas a primeras aparece Kloppo en el vestuario, dirigiéndose a nosotros como el entrenador», recuerda Sandro Schwarz, el que fuera centrocampista del FSV. «En realidad, seguía siendo uno de nosotros, no tenías que dirigirte a él de manera formal, ni guardar las distancias. Emanaba una autoridad natural, pero seguía mostrándose cercano a nosotros, todo siguió igual. Al equipo no le importó, suficientes problemas teníamos con salvarnos del descenso. Nadie tenía fe alguna en nosotros. Los compañeros que llevaban más tiempo en el equipo deseaban regresar al 4-4-2, el esquema que nos había hecho fuertes. Con su positivismo, Klopp consiguió que regresáramos a nuestros viejos patrones de comportamiento».
La primera charla de Klopp al equipo dejó una impresión indeleble en Heidel. «Todavía recuerdo el cuadro que se veía en ese vestuario. Ese muchacho nunca se había dirigido a un equipo. Jamás. Por entonces yo estaba un poco más delgado, más en forma. Si en ese mismo momento, después de escucharlo hablar, alguien me hubiera dado un par de botas, habría salido directo al campo a jugar contra el Duisburgo. Hasta aquel momento había visto a diez, once entrenadores ya. Pero jamás había visto algo parecido. Te morías por salir al campo y jugar. Al dejar el vestuario me crucé con varias personas que no las tenían todas consigo. Me decían, ‘‘no es más que un jugador…’’. Le dije a Strutz y al resto de compañeros de la directiva que ganaríamos, que estaba seguro al 100%. Si el equipo estaba tan convencido como yo, solo podíamos ganar; íbamos a ganar. No podría decirle cuáles fueron las palabras exactas, fue una mezcla de táctica y motivación, no tanto como si fuera un profesor dando una especie de lección. Podríamos haber jugado en ese mismo momento. Habló y habló hasta que el equipo se convenció de que éramos buenos».
Una década más tarde Klopp le admitiría a spox.com que «aceptar aquel encargo fue todo un acto kamikaze. Solo me hice una pregunta: ¿qué podemos hacer para dejar de perder? No pensé ni un solo instante en la victoria. El primer entrenamiento nos lo tiramos corriendo de manera táctica por todo el campo. Puse un montón de postes y traté de recordar cuáles habían sido las distancias entre líneas que habíamos mantenido con Wolfgang Frank. La mayoría de los jugadores todavía tenían escondidos, en algún rincón de su memoria más profunda, los movimientos que habían practicado con él hasta el hartazgo. Queríamos tener un sistema de juego que fuera indiferente al rival». En lo tocante a la parte más motivacional de su enérgica charla, también se acordó de una de las máximas de Frank: que «el último 5 por ciento» (Klopp) era lo que marcaría la diferencia.
Klopp tomaba «decisiones sencillas», dice Kramny. «Yo cambié de posición, de interior derecho a mediocentro. Cambió una o dos cosas más. Heidel nos dijo que, después de habérselo hecho pasar tan mal a los anteriores entrenadores, todos teníamos que arrimar el hombro. Todos nos sentimos responsables. No contábamos con el tiempo necesario como para hacer demasiadas cosas, así que la idea era la de inyectar algo de alegría, entrenar nuestro dibujo y los balones parados. Y entonces dijimos: ‘‘Vale, allá vamos. A correr, correr y correr’’. El día del partido llovía a mares».
Heidel: «Había unos 4500 espectadores. Jugar el miércoles de ceniza siempre es especial en Mainz. El Duisburgo estaba mucho mejor que nosotros, era uno de los principales candidatos al ascenso. Y, para ser sincero, he de decir que los barrimos del campo. Ganamos por 1-0, pero no se acercaron en ningún momento a nuestra área. No fueron capaces de traspasar nuestro sistema. La gente que fue al estadio se volvió loca».
Los que mejor se lo pasaron fueron los que estaban en la grada principal. Vieron a un entrenador del Mainz que «actuaba como el décimo segundo hombre, disputando, a todos los efectos, el partido desde la banda», añade Heidel. «Por entonces, aquella grada solo era capaz de albergar a 1000 personas, pero estaban por los suelos de lo gracioso que resultaba el tío ese que había en el campo. Ni tan siquiera sé en qué dirección salió corriendo cuando marcamos. Puede que incluso el árbitro lo expulsara del campo». (No fue así, al menos no en esta ocasión). «Todo fue muy especial, mucho. Y hay que dejar clara una cosa: aquel día nació Klopp. El resto, estaba por llegar».