The Wallmapu

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The Wallmapu
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PEDRO CAYUQUEO

THE WALLMAPU


Cayuqueo, Pedro

The Wallmapu /Pedro Cayuqueo

Santiago de Chile: Catalonia, 2021

ISBN: 978-956-324-854-8

ISBN Digital: 978-956-324-855-5

GRUPOS RACIALES, ÉTNICOS, NACIONALES

305.8

Diseño e imagen de portada: Guido “Kid” Salinas, artista gráfico. www.guardianesdelsur.cl

Corrección de textos: Hugo Rojas Miño

Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco

Diseño y diagramación eBook: Sebastián Valdebenito M.

Composición: Salgó Ltda.

Editorial Catalonia apoya la protección del derecho de autor y el copyright, ya que estimulan la creación y la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, y son una manifestación de la libertad de expresión. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar el derecho de autor y copyright, al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo ayuda a los autores y permite que se continúen publicando los libros de su interés. Todos los derechos reservados para esta publicación que no puede ser reproducida, en todo o en

parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información.

Si necesita hacerlo, tome contacto con Editorial Catalonia o con SADEL (Sociedad de Derechos de las Letras de Chile, http://www.sadel.cl)

Primera edición: mayo de 2021

ISBN: 978-956-324-854-8

ISBN Digital: 978-956-324-855-5

RPI: código de solicitud 8pb8q3 (8/4/2021).

© Pedro Cayuqueo, 2021

© Catalonia Ltda., 2021

Santa Isabel 1235, Providencia

Santiago de Chile

www.catalonia.cl@catalonialibros

Índice de contenido

Portada

Créditos

Índice

Prólogo

El retorno del malón

The Wall Mapu

Un mapuche de selección

El día de la marmota

Making a murderer

Memorias

Un mapuche resiliente

Un antes, un después

El caso Catrillanca

Los políticos

La otra historia secreta

Incendios en Wallmapu

El comunero Ubilla

Un símbolo nacional mapuche

La manta de San Martín

Ineptos interculturales

Polvo de estrellas

El canto de Pichimalen

La Torre de Babel

Un hombre de otro siglo

El horno no está para bollos

Catrillanca 2

El gran rescate

Estamos (otra vez) solos

Varas y la autonomía mapuche

Un mapuche verde olivo

Los once del Fuerte Lumaco

Greta, una líder global

Chile despertó

Una ruca donde quepamos todos y todas

Un buen chiste

Temuco y su historia

El Pacto de Quilín

Testigo de una época

Huenchullán versus el Estado

Tocqueville en tierras indias

El mundo perdido

Winka kutran

Adiós a un contador de historias

El noble pewén de las tierras altas

Teodoro Schmidt I

Teodoro Schmidt II

Teodoro Schmidt III

Teodoro Schmidt IV

Teodoro Schmidt V

Pedestales y prontuarios

Recordar el cómo y el porqué

La ley del más fuerte

¿Qué debe hacer Víctor Pérez?

El modelo neozelandés

Volver a los parlamentos

El gran territorio del sur

Hacia una nueva Constitución

El triunfo del Apruebo

Rosendo Huenumán (1935-2020)

Justicia con guante blanco

Escaños y reparación histórica

¿Quién es indígena en Chile?

De guerreros a delincuentes

La voz libre

Repartir poder

Estado de sitio en Wallmapu

Mi respuesta a Pablo Ortúzar

Koz Koz, una tierra con historia

Caminar hacia un proceso de paz

Gracias totales

Glosario

En memoria del lonko Lorenzo Cejas Pincén (1938-2021), autoridad del territorio rankülche en Puelmapu.

White man came

Saw the blessed land

We cared, you took

 

You fought, we lost

Not the war but an unfair fight

Sceneries painted beautiful in blood.


Wandering on Horizon Road

Following the trail of tears

Once we were here

Where we have lived since the world began

Since time itself gave us this land


NIGHTWISH, Creek Mary’s Blood

Prólogo

A lo largo de su carrera, Pedro Cayuqueo ha intentado responder a una pregunta fundamental: ¿en qué momento surgió el conflicto entre el pueblo mapuche y el Estado chileno? La búsqueda de una respuesta lo llevó a incorporarse desde muy joven al movimiento autonomista como militante, luego creador de medios de difusión de ideas con los periódicos Azkintuwe y MapucheTimes, y más tarde programas de televisión como Kulmapu.

En los últimos años, la escritura ha sido su pasión y lugar de trabajo, develando historias sobre nuestra nación mapuche que han sido silenciadas por el sistema educativo.

Su trabajo le ha brindado como periodista un merecido reconocimiento nacional e internacional, convirtiéndose en uno de los exponentes, si no tal vez el único de su generación, que ha sido reconocido como tal. Son varias las razones, pero me inclino a sostener que es resultado, en primer lugar, de la dedicación por su trabajo, presente en cada uno de los textos que componen The Wallmapu, su noveno libro.

En otra variable complementaria diría que Cayuqueo, a diferencia de otras escrituras de nuestro pueblo, se caracteriza, principalmente, por “vivir” y luego por “escribir”. Esa experiencia vital le ha permitido fundamentar sus reportajes con fuentes en terreno, descripciones de los sitios, revisión de fuentes primarias y muchas entrevistas. Todas estas fuentes le permiten dotar a cada una de sus crónicas y reportajes de vida, de subjetividad, y sobre todo tener la capacidad de develar historias distorsionadas por múltiples capas de interpretaciones erradas sobre nuestro pueblo.

The Wallmapu —por si desean saberlo sus fans— mantiene algunas matrices de sus libros periodísticos anteriores: historias de despojo territorial, la violencia del racismo, la sobrevivencia de un pueblo y una cultura a la adversidad, su humor característico, las referencias al rock (de allí el título del libro, un guiño al clásico disco de Pink Floyd) y la personificación de sus protagonistas describiendo sus entornos y personalidades.

No es fácil este ejercicio, lograr no ser aburrido es un mérito y Cayuqueo lo consigue a partir de su sello, el que consiste en fusionar, en el momento preciso, el sarcasmo, la actualidad y su conexión con lo cosmopolita, con la cultura global. Lo último lo hace con algún episodio de sus viajes, las series de Netflix que comenta en redes sociales y, por supuesto, con sus abundantes lecturas. Esto último lo subrayo: Pedro es un gran lector, un devorador de libros. Lo fundamentado de sus crónicas, reportajes y entrevistas así nos lo confirma.

The Wallmapu comienza en Puelmapu, específicamente en la provincia de Chubut, actual Patagonia argentina.

Cayuqueo se dirige a dialogar con el lonko Facundo Jones Huala, en aquel tiempo con una tobillera policial electrónica en casa de sus abuelos, acusado de usurpación de tierras y atentados en ambos lados de la cordillera. Poco tiempo después el lonko sería trasladado desde Esquel a lado oeste de la cordillera, a la cárcel de Temuco, donde cumple condena hasta el momento de la publicación de este libro.

El reportaje, publicado en The Clinic, es revelador de su lucha y las convicciones que lo mueven.

Desde la perspectiva del movimiento mapuche, en las páginas del libro encontramos reflexiones de un amplio abanico de expresiones de nuestro pueblo: comunidades, lof, organizaciones, cada una con sus propias propuestas políticas. Está la voz de parlamentarios, alcaldes y líderes autonomistas. Todos y todas dan cuenta de sus variadas ópticas políticas que apuntan a subrayar —en la mirada del autor— que la diversidad es la fortaleza del pueblo mapuche.

Este libro, para quienes deseen adentrarse en la amplitud y heterogeneidad del movimiento mapuche, es un buen relato para iniciarse. A lo largo de The Wallmapu podrán leer entrevistas a dirigentes mapuche que desean construir la autonomía o bien a otros que apuestan por un Estado Plurinacional. Algunas voces están a favor de fortalecer las identidades cerradas, poniendo mayor énfasis en las tradiciones, y otras voces desean a lo menos discutir dichas posiciones por considerarlas conservadoras.

Varias de esas voces se sumergen en el debate sobre cuál vía es la más plausible para el país mapuche y su gente: ¿autonomía o plurinacionalidad? Ese debate, mejor dicho, estos laboratorios de creaciones políticas en perspectiva democrática, surgidas como tensiones creativas desde el Quinto Centenario, son fascinantes para cualquier sociedad que desea debatir y exponer ideas. Es un debate que por lo demás oxigena otras discusiones políticas y lo propio hace con nuestras democracias, a veces demasiado sofocantes con su monoculturalismo.

Como lo ha subrayado Cayuqueo en todos sus libros, las demandas indígenas surgidas a mediados del siglo XX han desembocado en la creación de nuevas institucionalidades a partir del nuevo siglo. Luego de veinte años de la emergencia indígena en América Latina, algunos casos han concluido en los Caracoles de Buen Vivir en Chiapas, a los que Cayuqueo hace referencia en este libro, el Estado Plurinacional de Bolivia o bien los experimentos de democracia inclusiva, como los municipios encabezados en Wallmapu por los alcaldes mapuche.

Citando las palabras del historiador inglés Eric Hobsbawm, es factible plantear que América Latina genera “laboratorios del cambio histórico”, un continente desde el cual se pueden desautorizar las verdades convencionales.

Pero The Wallmapu no trata solamente de los mapuche. Es también una crónica periodística del segundo gobierno de Sebastián Piñera, tal como su libro Esa ruca llamada Chile (2014) lo fue del primero. La actitud triunfalista del mandatario lo hizo prometer acabar con el conflicto y resolver los temas pendientes relacionados con los derechos de los pueblos indígenas. Nada de ello sucedió y las crónicas expuestas en este libro pueden ayudarnos a comprender algunas variables que explican su fracaso.

Operación Huracán, caso Catrillanca, el Comando Jungla, el fracaso del ministro Alfredo Moreno y la última huelga de hambre de presos mapuche son algunos de los episodios que Cayuqueo analiza en este libro. También, por supuesto, el posterior estallido social.

Al concluir The Wallmapu, la percepción de que conviven dos Araucanía al interior de una —por un lado, la mapuche y, por otro, la blanco-mestiza— se refuerza. No considero descabellado aplicar las tesis del pensador boliviano Fausto Reinaga para comprender la situación actual en la vieja Frontera. Como da cuenta su autor en sus reportajes de fundamentación histórica, en la creación de La Araucanía a fines del siglo XIX se encuentran las raíces del actual desencuentro.

Estas raíces se encuentran en el periodo pos Ocupación de La Araucanía y la creación de las reducciones mapuche. El problema —uno de los tantos— es la ausencia de conocimiento de cómo se forjó la propiedad de la tierra y la acumulación de la riqueza en la región. Cayuqueo va relatando este proceso, pero también fundamentando, sin afán de crear más divisiones, sino para que se pueda conocer cómo sucedieron en verdad los hechos.

Tal vez intuye que en la reconstrucción de los hechos históricos, en este relatar la otra versión de lo sucedido, está la clave para forjar un pacto de convivencia entre mapuche y no mapuche. Y de ese modo superar la percepción de dos ciudades, en que una, la que Pedro llama “Fuerte Temuco”, vaya convirtiéndose en lo posible en un sitio más amable y tolerante. Su anhelo pareciera ser que ambos Temuco no se encuentren solamente para agredirse, sino que también para convivir.

En definitiva, el nuevo libro de Cayuqueo nos va entregando una perspectiva desde lo mapuche en relación con la construcción del Estado a partir de las contingencias recientes. No obstante, con la emergencia de las escrituras mapuche y sus propuestas políticas para construir, como dice el autor de este libro, “una ruca donde quepamos todos”, aquello va cambiando. Si será la autodeterminación o un Estado Plurinacional la “madre de todas las batallas para los pueblos originarios en el actual proceso constituyente” —según Cayuqueo—, dependerá de la acción colectiva de los habitantes de Wallmapu.

Para conseguir ese objetivo, cito al autor: “Chile debe pasar del Estado-nación del siglo XIX a un moderno e inclusivo Estado Plurinacional del siglo XXI. De una mediagua estrecha, incómoda, a una ruca espaciosa y amable donde por fin quepamos todos y todas”.

Fernando Pairicán

Historiador

El retorno del malón

The Clinic, 7/septiembre/2018

Nunca antes pasó. No al menos en las últimas cuatro décadas. Que el tema mapuche lograra traspasar el restringido ámbito de la provincia y llegara a tocar las puertas mismas de Buenos Aires. No lo hacía tal vez desde la segunda mitad del siglo XIX, en los tiempos de la guerra argentina contra los míticos lanceros y weichafe de Tierra Adentro.

Calfucura, Pincén, Epumer, Namuncura, sus nombres por sí solos provocaban sendos zafarranchos en la capital. Y sus malones, verdaderas estampidas en toda la línea de fortines bonaerenses. Aquel es un miedo que perdura en aquella Argentina que todavía dice descender de los barcos.

El miedo al indio. Y al malón.

La élite trasandina pensó, equivocadamente, que el mapuche había sido borrado del mapa tras aquella larga guerra infame. Del mapa y de la historia. Aquella fue tarea de los ideólogos de la invasión. Y de los oficiales a cargo de las campañas. “Los indios son invasores y expulsarlos lo exige la propia virilidad argentina”, escribió Roca en 1878.

Y así lo hicieron. Armados con sus Remington limpiaron de “indios” las tolderías desde Leubucó hasta la Patagonia. Y de paso se hicieron de un botín de más de cuarenta millones de hectáreas. No fue poca cosa. Hablamos de la superficie terrestre de España.

Pero los “indios” —que así nos llaman todavía los blancos por esos pagos— no fueron derrotados del todo. Ni mucho menos borrados de la historia. Y allí donde pudieron se refugiaron y sobrevivieron. Y con ellos, una memoria, una porfiada identidad común que cada tanto despierta.

Uno de estos refugios de posguerra fue la llamada Colonia Pastoril Cushamen, en la actual provincia de Chubut, allí en medio de la estepa patagónica. Ubicada a noventa kilómetros de Esquel, fue fundada por el cacique Miguel Ñancuche Nahuelquir en 1899, luego de que el Estado le reconoció esas tierras tras varios intentos de estancieros por apoderarse de ellas.

Ese año Ñancuche y su hermano Rafael Nahuelquir viajaron hasta Buenos Aires a parlamentar con el gobierno.

Se cuenta lo hicieron a caballo y tardaron varios meses. Fueron recibidos por el presidente Julio Argentino Roca en su domicilio particular. Sus gestiones rindieron fruto: 125 mil hectáreas de un territorio donde, según el decreto, los indígenas que ya se encontraban ocupando el territorio “debían ser preferidos al efectuarse la adjudicación de los lotes”.

La generosidad de Roca no fue casual. Obedeció a consideraciones de seguridad nacional; el mandatario desconfiaba de los inmigrantes y de las ideas anarquistas y socialistas que desembarcaban con ellos. Tampoco los veía muy entusiasmados con su nueva patria. De allí su insólita valorización del indígena, los “argentinos originales”.

¡Si hasta fotografías se tomó con los Nahuelquir!

Sucedió también que Miguel Ñancuche no era cualquier cacique. Era lugarteniente de otro célebre líder mapuche de aquellos años, el gran Valentín Sayweke, señor de todas las comarcas al sur de Neuquén y bajo cuyo control estaban los pasos cordilleranos hacia Gulumapu, el territorio del oeste hoy ocupado por Chile.

Acorralado y diezmado por los ejércitos de ambas repúblicas, Sayweke fue el último jefe de la resistencia mapuche en rendirse. Lo hizo el 1 de enero de 1885 en Junín de los Andes ante el coronel Lorenzo Wintter. Mismo camino habían tomado los hermanos Nahuelquir. Ambos terminaron cumpliendo servicios de “baqueanos” para sus otrora enemigos winkas en las últimas expediciones militares argentinas al sur del lago Nahuel Huapi.

 

“Sufrían mucho, los corrían de lado a lado de la cordillera, venía la sangre blanca meta bala así que se entregaron para salvar a los suyos. Eran tres o cuatro hermanos y así salvaron sus familias”, consigna un testimonio recogido en el libro Memorias de expropiación. 1872-1943, del historiador y docente de la Universidad de Buenos Aires Walter Delrio.

Ante Roca tuvieron además el apoyo de un ilustre viajero de la época, el científico italiano Clemente Onelli, hombre cercano a Francisco P. Moreno y quien cumpliría destacada labor en la comisión que dirimió la cuestión limítrofe con Chile.

Onelli los visitó en sus tierras del valle de Cushamen, trabando con ellos amistad. Meliñé, cuatro ojos, lo bautizaron los Nahuelquir por sus anteojos redondos que no se quitaba ni para andar a caballo.

“Se trata de un jefe araucano de treinta familias muy laboriosas y agricultoras”, escribió Onelli a Roca en favor de Ñancuche Nahuelquir y los miembros de su lof.

“Tienen más aptitudes para el progreso que los otros sujetos colonizadores de la comarca, sean ingleses, galeses o criollos que, a pesar de disponer de campos más fértiles y de capitales más importantes, presentan una inmunidad a toda prueba contra los sueros de la civilización y el progreso”, apuntaría en su célebre libro Trepando los Andes, de 1903.

Si bien las colonias buscaban argentinizar a la población indígena allí radicada, en Cushamen las cosas rápidamente tomaron otro rumbo: se volvió un lof, esto es, un territorio bajo jurisdicción de un ñizol lonko, quien resolvía asuntos internos, parlamentaba con las autoridades y hasta dirigía el kamaruko, o ceremonia ritual.

Este ñizol, o lonko principal, no sería otro que el célebre Ñancuche, un jefe que “velaba por todos”, poseía “mucho ganado, buenos campos y una bella casa”, según se recuerda todavía en la zona.

Pero junto a la bandera argentina y sus efemérides ajenas llegaron también otros visitantes al territorio de los Nahuelquir. Pasa que el Estado comenzó a ofrecer condiciones muy ventajosas para atraer colonos e inversiones. Cushamen —un territorio dividido en 200 lotes individuales de 625 hectáreas— rápidamente se vio cercado de turbios personajes y estancias deseosas de correr sus alambradas.

Leleque, Maitén y Cholila eran tres de las colonias colindantes. Todas pasarían con los años a manos de un único propietario extranjero: la todopoderosa The Argentine Southern Land Company, de capitales británicos. Fue entonces cuando los robos de tierras, la pobreza y el hambre comenzaron a acorralar a los mapuche de Cushamen.

Este sería el comienzo de todo lo que vino después.

***

“Algunos me dicen Facundo Jones Wallace”, bromea el lonko en referencia a las dudas que despierta en cierto sector de la prensa su identidad étnica. “Entre galés y escocés”, agrega con una carcajada. “Indios truchos” los llegó a bautizar el polémico periodista Jorge Lanata cuando la desaparición de Santiago Maldonado copaba los titulares en Buenos Aires.

Argentina, de la noche a la mañana, cayó en cuenta que aún quedaban indígenas en el sur. Aquello no podía ser cierto. Lanata llegó a viajar a Esquel para entrevistar al lonko en la cárcel. La charla, disponible en Youtube, es de antología. Poco tuvo de entrevista. Es básicamente Lanata siendo Lanata. El personaje. No buscaba entender, menos profundizar en un conflicto en el que el argentino promedio brilla por su ignorancia. Lo suyo fue polemizar. Provocar. El rating.

Es miércoles y visitamos a Facundo en casa de su abuela paterna en un barrio de la periferia de Esquel, en calle Juan Manuel de Rosas. Allí cumple arresto domiciliario mientras la Corte Suprema decide su extradición a Chile. Se lo busca juzgar en Valdivia por incendio y porte de arma hechiza, cargos que el dirigente rechaza. Se trata del “Caso Pisu Pisue”.

Este data de enero de 2013 tras el incendio de una casa al interior de un fundo de Río Bueno.

Cinco mapuche fueron detenidos tras una investigación que incluyó —de manera irregular— la activa participación de la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI). Tres de ellos fueron absueltos de todos los cargos en el juicio oral. Un cuarto, juzgado recién en 2015, también resultó absuelto.

Pero el lonko abandonó el país antes de ser llevado a juicio. De allí el pedido actual de la justicia chilena. Y un arresto domiciliario que incluye una tobillera electrónica que monitorea las 24 horas sus pasos.

Se sube el pantalón y nos la muestra.

—Podría ser un modem, les daría wifi a todos —bromea.

Es lo primero que sorprende del lonko. Su sentido del humor. Lejos de la figura del peligroso terrorista étnico —“El mapuche violento que le declaró la guerra a la Argentina y Chile”, llegó a titular un hiperventilado Clarín—, lo suyo es el nütram, la charla, el intercambio de opiniones que cada tanto matiza con alguna ocurrencia.

—¿Y cómo están los peñi del otro lado? —nos pregunta ya sentados en la mesa y mientras compartimos con su abuela una ronda de mates.

Le contamos. De las movilizaciones que nunca faltan, del machi en huelga que por fin pudo asistir a su rewe, de los juicios que finalizan, de los otros que comienzan, “lo de siempre”, agregamos. Escucha atento y ceba el mate.

—Y Piñera, ¿es verdad que quiere dialogar con la CAM? —lanza de improviso.

Nada se le escapa al lonko.

Lector de cuanto libro o noticia sobre los mapuche se le cruza por delante, sorprende con su agudeza. Reconoce estar al tanto de lo que acontece en Gulumapu, el actual lado chileno del territorio mapuche. Sigue las noticias. Más aún por estos días de relativa libertad tras un año tras las rejas en Esquel.

Por orden del juez federal Gustavo Villanueva el lonko solo puede recibir cuatro visitas de forma simultánea. Y no todos los días: solo lunes, miércoles y domingos. Tampoco puede realizar reuniones ajenas a su ambiente familiar o charlar —como cualquier líder social— con los medios. A menos que ello sea autorizado por el juez. Tal fue nuestro caso.

Su abuela Trinidad Huala (81) vive a un puñado de cuadras de la Unidad Penal 14, en un barrio de laburantes, obreros, migrantes del campo, muchos con un origen mapuche “todavía dormido”, nos dice Facundo.

Ella es la Wikipedia del clan de los Jones.

Su memoria es pródiga en datos, nombres y fechas. Lanata debió entrevistarla también a ella, concluyo mientras la escucho. Se habría enterado de varias cosas. Una de ellas, que los Jones poco y nada tienen de galeses. Y que sir William Wallace no es ancestro de nadie por estos lados. No al menos que ella sepa.

Cuenta Trinidad que el primer Jones fue Domingo, quien se asentó a fines del siglo XIX en la Colonia Pastoril Cushamen, en aquellos lotes bajo la protección del cacique Miguel Ñancuche Nahuelquir. Se dice que venía desde Azul, en la actual provincia de Buenos Aires, correteado por los militares.

“Muchos mapuche de otros territorios llegaron a Cushamen, allí fueron recibidos y con los años todas las familias se mezclaron”, nos relata. No pocos eran ex prisioneros de guerra, weichafe y sus familias liberados de los siniestros campos de concentración de Valcheta, Carmen de Patagones o Chichinales. “El desparramo de los mapuche fue grande”, agrega.

Trinidad creció precisamente en Cushamen.

Era una niña cuando su padre la dejó en casa de una tía, María Huanquelef, esposa del célebre Rafael Nahuelquir y figura consular en la vida de Trinidad. Un bello retrato de su “mamá” —como la llama con cariño— cuelga en el living de su casa.

“Mi recuerdo es que fui una niña feliz. Mi mamá me enseñó a trabajar el campo, criar animales y también a participar del kamaruko”, cuenta mientras su nieto lonko la observa y escucha atentamente.

Facundo sabe que no todo fue felicidad en la vida de su abuela. Sabe que de niña fue testigo del despojo de las tierras, del remate de los animales por deudas usureras contraídas con los winkas recién llegados y del avance de las alambradas.

También sabe que las mejores tierras de Cushamen nunca fueron aquellas donde el Estado radicó, precariamente, a los mapuche. Estas las reservó el fisco para los estancieros trenzados en Buenos Aires con el poder político. Y otras tantas para los inmigrantes que arribaron cuando Trinidad todavía era una beba. Siriolibaneses, varios de ellos.

Los “turcos” llegaban con una mano por delante y otra por detrás. Comerciantes al menudeo que recorrían la zona casa por casa, ofreciendo artículos de mercería, comestibles y baratijas de diverso tipo, “vendiendo por kilito” y haciendo “cambalache” por animales o cereales. Del menudeo a levantar almacenes o “boliches”, luego tomar tierras “en mediaría” y de allí a formar sus latifundios embargando animales con la fuerza pública y corriendo cercos a la mala.

Es el caso de los hermanos Breide, célebres por décadas en la zona por sus litigios y conflictos con la familia Jones-Fermín de la comunidad mapuche-tehuelche Vuelta del Río, allí en los bordes de la cordillera cerca de El Maitén y a 120 kilómetros de Esquel.

Llegados en 1904 desde Siria, los Breide se instalaron en Epuyén, Cholila y El Hoyo, los alrededores de Cushamen. Desde allí comenzaron un avance imparable. Lo mismo el colono Haikel El Khazen, socio comercial de los Breide y cuyos descendientes hasta hoy buscan desalojar a esta familia dedicada al pastoreo y la agricultura de subsistencia.

Son historias que se repiten por toda la zona. Casi calcadas. Y de emotivo recuerdo para Trinidad y los suyos, especialmente para su nieto Facundo, quien conoce de cerca aquella lucha: los Jones-Fermín son vecinos de la Pu Lof en Resistencia de Cushamen, comunidad formada por el lonko en tierras de otro célebre usurpador local: la familia italiana Benetton.

Pero no nos adelantemos tanto. Volvamos con Trinidad, su familia y los vínculos de los Jones Huala con las tierras de la Colonia Pastoril Cushamen. Aquellos de los cuales Jorge Lanata nunca se enteró en su viaje relámpago a Esquel. Ni buscó enterarse.

***

Martiniano Jones Huala (54) es uno de los 12 hijos que Trinidad tuvo con Sebastián Jones, peón de hacienda, buscavidas trotamundo y descendiente de aquel Domingo Jones venido desde más al norte. Junto a sus hermanos se crio en Mina de Indio, paraje de Cushamen donde el matrimonio en vano intentó echar raíces. La nieve, el hambre y tierras no aptas para el cultivo y la crianza los sacaron a todos de allí a comienzos de la década de los setenta.

“No se podía vivir en ese lugar, cazábamos liebres y cualquier bicho para llenar el estómago. Tampoco había leña para el fuego, vivíamos una pobreza muy grande. A nosotros nos corrió el hambre”, cuenta Martiniano mientras visita a su sobrino Facundo, el lonko bajo arresto.

Buscando una mejor vida la familia se trasladó en 1973 hasta la ciudad de Esquel, a una casa ubicada en el barrio Don Bosco. Pero la plata escaseaba. Martiniano y sus hermanos no tuvieron otra opción que salir muy jóvenes a ganarse el pan.

Nos relata que junto a Ramón, el padre de Facundo, desde niños destacaron como jinetes allá en el campo.

“Siempre tuvimos esa conexión especial con los caballos, tal vez por ser mapuche”, comenta. Y esa conexión era real. Así lo demostraron en el hipódromo de Esquel. Allí fueron contratados a poco de llegar. Primero para limpiar. Más tarde para montar.

Martiniano sería jockey hasta mediados de la década de los ochenta. Ramón, el padre de Facundo, lo sería todavía mucho más tiempo y con bastante éxito. Hasta hoy sigue vinculado a los caballos; trabaja en el haras La Pasión de Buenos Aires. Allí es un avezado cuidador y herrero de destacados finasangre.

Martiniano derivó con los años en hábil constructor de casas. Bellas casas de barro en Esquel y sus alrededores. Sixto, otro de los hermanos, trabajó largos años como mozo en el exclusivo Hotel Llao Llao de Bariloche. Buenos trabajadores los hermanos Jones Huala. Todos laburantes.

De vagos, como los retrató cierta prensa, absolutamente nada. Les sobra empeño.

Ramón también vivió en Bariloche, la turística ciudad argentina a orillas del lago Nahuel Huapi. Allí conoció a María Isabel Huala, la combativa madre de Facundo, luchadora incansable y habitual portavoz de la familia. Separados hace casi dos décadas, mantienen pese a ello fluida comunicación. No solo por el joven lonko y su posible extradición judicial a Chile. También por Fernando (29), Fausto (25) y Fiorella (27), sus otros tres hijos en común.