Testigo del siglo XX

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Testigo del siglo XX
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Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

Vicerrectoría del Medio Universitario

© Roberto Vela Mantilla, compilador

Primera edición:

Bogotá, D. C., abril de 2019

Hecho en Colombia

ISBN: 978-958-781-371-5

Editorial Pontificia

Universidad Javeriana

Carrera 7 n.° 37-25, oficina 1301

Edificio Lutaima

Teléfono: 3208320 ext. 4752

www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D. C.

Coordinación colección Clásicos Ignacianos:

Luis Alfonso

Castellanos, S. J.

Coordinación editorial:

Carmen Villegas

Diseño:

Manuel Botía

Cuidado de texto:

Paula Quintero

Diagramación y montaje de portada:

Carmen Villegas

Conversión ePub:

Lápiz Blanco S.A.S.

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación.

Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno

RETRATO DE PEDRO ARRUPE, S. J.

ÓLEO SOBRE LIENZO 80 X 60 CM

NICOLÁS URIBE BENNINGHOFF, 2011


Contenido

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I

UNA ESPIRITUALIDAD PARA EL MUNDO DE HOY

1. Jesucristo, inspiración del jesuita

2. Una espiritualidad en clave de éxodo

3. Una espiritualidad inspirada en el amor de Cristo

4. La Trinidad como centro de su espiritualidad

CAPÍTULO II

ARRUPE, TESTIGO DE LA BOMBA ATÓMICA

1. Un fogonazo rasgó el azul del cielo

CAPÍTULO III

UNA MIRADA OPTIMISTA DEL MUNDO

1. La Iglesia, portadora de esperanza

2. Dimensiones de la inculturación

CAPÍTULO IV

EL AMOR EN OBRAS

1. La Iglesia, manifestación del modo de servir de Jesús

2. El servicio a los demás transforma a quien presta el servicio

3. La relación entre fe y justicia

4. Responsabilidad de los cristianos

5. La Compañía ante los refugiados

CAPÍTULO V

LA SOLIDARIDAD CON LOS POBRES

1. La solidaridad con los pobres

2. Sobre el análisis marxista

CAPÍTULO VI

EL PADRE ARRUPE EN COLOMBIA

1. Adaptarse al mundo y conservar la razón de ser de la Compañía (a los novicios)

2. El papel de los laicos en los colegios

3. El papel de los antiguos alumnos

CAPÍTULO VII

HOMBRES Y MUJERES PARA LOS DEMÁS

1. La justicia en el mundo

2. Hombres y mujeres para los demás: justificación y sentido

CAPÍTULO VIII

PEDRO ARRUPE: MÍSTICO

1. Mi catedral

2. Invocación a Cristo modelo

3. A la Trinidad

4. Homilía del P. Arrupe en La Storta

GLOSARIO

NADA ES MÁS PRÁCTICO

Nada es más práctico

que encontrar a Dios;

que amarlo de un modo absoluto,

y hasta el final.

Aquello de lo que estés enamorado,

y arrebate tu imaginación,

lo afectará todo.

Determinará

lo que te haga levantar por la mañana

y lo que hagas con tus atardeceres;

cómo pases los fines de semana,

lo que leas y a quien conozcas;

lo que te rompa el corazón

y lo que te llene de asombro

con alegría y agradecimiento.

Enamórate, permanece enamorado,

y eso lo decidirá todo.

Pedro Arrupe, S. J.

Introducción

Roberto Vela Mantilla

Esta selección de textos tiene como finalidad ofrecer a la comunidad javeriana y al público en general una pequeña, pero muy significativa, muestra de los escritos del padre Pedro Arrupe, publicados en diferentes ocasiones, durante y después de sus dieciocho años como superior general de la Compañía de Jesús, cargo que ejerció de 1965 a 1983.

Acceder a estos textos es una maravillosa oportunidad para conocer y reflexionar sobre aspectos de su vida y su pensamiento que, por su profundidad y actualidad, siguen teniendo vigencia para nosotros. Sin duda, nos ayudarán a ganar nuevos horizontes para comprender las problemáticas y afrontar los desafíos que nos trae el siglo XXI.

El padre Arrupe fue testigo excepcional y actor principal de nuevos e importantes cambios en la sociedad y en la Iglesia del siglo XX. Muchas de sus reflexiones y acciones fueron poco comprendidas en su momento y solo hasta ahora, gracias a la perspectiva más serena que nos ofrece el paso de los años, cobran su verdadero alcance y significado.

Arrupe fue un hombre de espíritu y acción, testigo y profeta de la renovación de la Iglesia Católica y de la Compañía de Jesús en los turbulentos años posteriores al Concilio Vaticano II. Él representa la conciencia de un nuevo hombre que fundado en una profunda espiritualidad evangélica quiere dar una respuesta eficaz a los desafíos de un mundo que se construye sobre las promesas del materialismo y el capitalismo.

El padre Arturo Sosa, actual superior general de la Compañía de Jesús, al anunciar recientemente la apertura de la causa de beatificación del padre Arrupe, lo presentó como “un hombre de verdad, enraizado en Cristo y dedicado a la misión”; una “figura de gran importancia”; “una persona que ha vivido la santidad de una manera profunda y original en toda su vida: en su juventud, como jesuita, como maestro de novicios, como superior provincial del Japón y como superior general de la Compañía de Jesús”. Para el padre Sosa “La apertura de la causa de beatificación del padre Arrupe no solo refleja su gobierno, sino a la persona entera, que fue capaz de identificarse con el Señor durante toda su vida”1

 

Pedro Arrupe nació en Bilbao, España, el 14 de noviembre de 1907, en una familia católica de clase media. Estudió en el colegio de los Escolapios, perdió a su madre cuando tenía nueve años y muy joven ingresó a la Congregación Mariana, en donde conoció por primera vez a los jesuitas. A los dieciséis años ingresó a la Facultad de Medicina en la Universidad Central de Madrid, allí se destacó como un estudiante brillante. Su trato con los enfermos y su visita al santuario de Lourdes en 1926 le permitieron tener una experiencia muy cercana del dolor y el sufrimiento humano, lo que lo llevó a descubrir su vocación de servicio.

En el verano de 1926 hizo los ejercicios espirituales de San Ignacio, y el 15 de enero de 1927 abandonó sus estudios de medicina para ingresar al noviciado de la Compañía de Jesús en Loyola. Luego de realizar sus estudios de humanidades en Bilbao tuvo que emigrar a Bélgica por la expulsión de los jesuitas de España en 1932. En Marneffe (Bélgica) terminó sus estudios de Filosofía y posteriormente se trasladó a Valkenburg, en Holanda, para iniciar sus estudios de Teología, allí fue ordenado sacerdote el 30 de julio de 1936.

En septiembre de 1936 viaja a Kansas, en los Estados Unidos, a terminar los estudios de Teología y a especializarse en ética médica. En 1937 se traslada a Cleveland (Ohio), en donde tuvo la oportunidad de prestar un importante servicio apostólico a los inmigrantes latinos y españoles presos en las cárceles de máxima seguridad, “en donde se hablaba en español y se sufría en Inglés”2.

Estando en Cleveland, el 6 de junio de 1938 recibió la carta del superior general, quien lo destinó como misionero en Japón, y el 30 de septiembre se embarcó en Seattle, rumbo a Yokohama, donde arribó los primeros días de octubre de 1938. Recién llegado se dedicó a conocer la cultura y a aprender el idioma. El padre Arrupe trabajó algunos años como párroco en Yamaguchi, una pequeña ciudad en el sur de Japón que fue evangelizada siglos atrás por San Francisco Javier.

Luego del ataque a Pearl Harbor, el Imperio japonés entró en la II Guerra mundial y declaró como sospechosos de espionaje a todos los extranjeros residentes en su territorio. El padre Arrupe fue encarcelado el 8 de diciembre de 1941 y sometido a interrogatorios durante un mes, finalmente fue absuelto y liberado. Al año siguiente fue nombrado maestro de novicios de la provincia de Japón, en Hiroshima. Allí pudo ser testigo directo de la explosión de la bomba atómica, lanzada por la aviación norteamericana el 6 de agosto de 1945, la cual destruyó la ciudad y causó más de doscientas mil víctimas entre muertos y heridos.

Ser testigo de este trágico acontecimiento le permitió al padre Arrupe poner al servicio de los heridos los conocimientos de medicina aprendidos en su juventud y distinguirse por su infatigable y eficaz servicio apostólico.

Luego de atender la emergencia en Hiroshima, el padre Arrupe comenzó un intenso trabajo, viajando a diversos países del mundo para alertar sobre los estragos de la bomba atómica y recoger fondos para los refugiados. El 24 de marzo de 1954 fue nombrado viceprovincial de Japón y cuatro años más tarde, provincial3; cargo en el que se distinguió por su capacidad de liderazgo, diálogo y gestión.

El 22 de mayo de 1965, mientras asistía a la Congregación General XXXI4, fue elegido superior general de la Compañía de Jesús en Roma, cargo que tenía el gran desafío de conducir a la Compañía en el proceso de renovación propuesto por el Concilio Vaticano II.

Durante los dieciocho años de su generalato, el padre Arrupe se distinguió por su capacidad de entender y afrontar los retos del mundo contemporáneo ante la evangelización, por su interés en llevar el mensaje evangélico a las diversas culturas y por su habilidad en comunicarse y relacionarse con todo tipo de personas.

Durante su gobierno, el padre Arrupe hizo innumerables viajes para conocer y acompañar la labor de los jesuitas en todo el mundo, en algunos de estos viajes vino a América Latina y a Colombia, en donde su principal preocupación era dar orientaciones sobre cómo entender la relación entre la evangelización y la promoción de la justicia. El padre Arrupe vino a Colombia5 varias veces; cuando era provincial, para dar a conocer la situación después de la guerra y recoger fondos para las obras de la Compañía en el Japón (1950, 1954 y 1955); y siendo superior general, con motivo de las Conferencias episcopales de Medellín (1968) y Puebla (1979). En enero de 1979 tuvo la oportunidad de estar como invitado en la III conferencia de Obispos de América Latina, reunida en Puebla (México), y confirmar la opción de la Compañía por la promoción de la Justicia Social. A finales de ese año, conmovido por la triste condición de los boat people6 en el sudeste asiático, funda en Roma el Servicio Jesuita a Refugiados.

En un viaje de regreso de Filipinas a Roma, el 7 de agosto de 1981, sufrió una trombosis cerebral que lo incapacitó para seguir desempeñando sus funciones, lo que lo llevó a renunciar al cargo vitalicio de superior general de la Compañía de Jesús. Luego de doce años de penosa enfermedad, el padre Arrupe muere el 5 de febrero de 1993. Fue sepultado en la Iglesia del Gesú, en Roma, en donde reposan sus restos para la veneración de todos los que reconocen su aporte y su testimonio de servicio y santidad a la Compañía de Jesús y a la Iglesia Universal.

Este corto repaso de la vida del padre Arrupe nos motiva a la lectura de sus escritos y nos invita a ser testigos del diálogo fecundo entre las preocupaciones del mundo contemporáneo y las respuestas que ofrece la espiritualidad ignaciana. Encontraremos textos de enorme belleza estética y espiritual como “Mi catedral” o de gran conciencia y responsabilidad social como “Hombres y mujeres para los demás”, textos que nos inspiran y nos ayudan a vivir de manera más auténtica y comprometida.

Esperamos que la comunidad Javeriana, después de leer y meditar sobre estos textos, tenga mayores motivos para comprometerse, inspirados por el padre Arrupe, con la misión de la Universidad de construir “una sociedad justa, sostenible, incluyente, democrática, solidaria y respetuosa de la dignidad humana”7.

En esta edición se incluyó un glosario que compila algunas definiciones relevantes para la Compañía de Jesús. Así mismo, vale la pena mencionar que los textos de los epígrafes fueron publicados por la CPAL (Conferencia de Provinciales Jesuitas en América Latina)8.

Viajes del padre Pedro Arrupe, S. J., mencionados en este libro



1 El P. Arturo Sosa, S. J., superior general de la Compañía de Jesús, anunció la apertura del proceso de beatificación del Padre Arrupe, el 13 de julio de 2018, en la reunión de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas, en Bilbao, España.

2 Tomado de “Arrupe, una explosión en la Iglesia”, de Pedro Miguel Lamet, S. J. ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1989, Pag. 115.

3 Es el cargo de gobierno en la Compañía de Jesús y otras órdenes religiosas que tiene bajo su jurisdicción un territorio que corresponde a uno o varios países. El “general” delega en los “provinciales” el gobierno de los jesuitas que viven y trabajan en determinados territorios.

4 La Congregación General XXXI tuvo lugar en Roma, del 7 de mayo al 15 de julio de 1965; y del 8 de septiembre al 17 de noviembre de 1966. La razón de su convocatoria fue la elección del nuevo superior general y la actualización de la Misión y la vida de los jesuitas a la luz del Concilio Vaticano II.

5 En una de sus visitas a Colombia en 1977, en la Javeriana pronunció un importante discurso: “Palabras del superior general de la Compañía de Jesús a los Decanos y Profesores de la Universidad Javeriana”, en Universitas Ciencias Jurídicas y Socioeconómicas, n.°53, 1977, pp. 21-32.

6 Los boat people son las poblaciones de refugiados que viven en botes y que causaron gran impresión al P. Arrupe.

7 Misión de la Pontificia Universidad Javeriana, Acuerdo 576 de 2013.

8 Véase CPAL. Oraciones del P. Arrupe. Recuperado de http://historico.cpalsj.org/wp-content/uploads/2013/06/Oraciones-de-Arrupe.pdf

CAPÍTULO I

UNA ESPIRITUALIDADPARA EL MUNDO DE HOY

EL PRINCIPIO

Mantengamos intacto el principio:

El que se abre a sí mismo hacia el exterior

debe no menos abrirse hacia el interior,

esto es, hacia Cristo.

El que tiene que ir más lejos

para socorrer necesidades humanas,

dialogue más íntimamente con Cristo.

El que tiene que llegar a ser contemplativo

en la acción procure encontrar en la intensificación

de esta acción la urgencia

para una más profunda contemplación.

Si queremos estar abiertos al mundo, debemos

hacerlo como Cristo, de tal manera que

nuestro testimonio brote, como el suyo,

de su vida, de su doctrina.

No temamos llegar a ser, como Él, señal de

contradicción y escándalo…

Por lo demás, ni siquiera Él

fue comprendido por muchos.

Pedro Arrupe, S. J., 1983


Lamet, Pedro Miguel. Arrupe. Testigo del siglo XX, profeta del XXI. Bilbao: Ediciones Mensajero, 2014, p. 111.

En este primer capítulo se transcriben algunos apartes de discursos del padre Arrupe, en los que él precisa los fundamentos de la espiritualidad que debe animar y caracterizar la vida y obra de los jesuitas y de los laicos comprometidos en una misma misión de servicio a Dios y a la sociedad.

Estos textos han sido tomados de importantes discursos dirigidos a jesuitas y a laicos, en diversas ocasiones y por diversos motivos, con la única intención de recordar que nuestra inspiración debe estar siempre puesta en la persona y el corazón de Cristo, vivirse en clave de salida, de peregrinaje e inspirarse en el dinamismo del amor de Dios Trinidad.

1. Jesucristo, inspiración del jesuita*

El padre Arrupe siempre tuvo muy claro que el “modo de proceder” del jesuita en las circunstancias en que se encuentre, debe inspirarse en el modelo de vida de Cristo.

La imagen del jesuita ha estado marcada siempre por la ambivalencia y no se trata aquí, repito, de juzgar el pasado, sino de encontrar la versión actual de nuestro modo de proceder en su globalidad, como el fundador lo haría, para —reteniendo los perennes elementos que trascienden toda época— conseguir la imagen más adaptada a este nuestro mundo del posconcilio. En otras palabras: rehacer la ignaciana contemplación de Cristo desde el mundo contemporáneo, pues solo Cristo es el modelo nunca marchito y la fuente de inspiración del jesuita. De él debe recoger todos los rasgos que compongan su ser y actuar apostólico de hoy como de ayer, los rasgos de seguridad y los de la audacia, los de espiritualidad en acción y la presencia en el mundo (La identidad de los jesuitas en nuestros tiempos, Sal Terrae, Santander, 1980, p. 67).

 

El Cristo que San Ignacio nos invita a seguir en los ejercicios espirituales, es el Cristo que porta “el estandarte de la cruz”, un Cristo pobre, humilde, perseguido y crucificado por causa del Evangelio.

El Jesucristo del Evangelio es visto y sentido en los ejercicios espirituales como el Cristo de la Kénosis (vaciamiento – renuncia), hecho como uno de tantos, como el hombre al que debe redimir; como el Cristo de la bienaventuranza y de la cruz. A los discípulos que envía para continuar su misión, los envía cercanos al hombre, servidores incondicionales de todos los hombres en cumplimiento de la voluntad del Padre, los envía en pobreza, a que sean humillados como él y a que como él sufran y padezcan por la redención del mundo (La identidad de los jesuitas en nuestros tiempos, Sal terrae, Santander, 1980, pp. 67; 109).

2. Una espiritualidad en clave de éxodo*

El padre Arrupe en un discurso en la IV Semana Nacional de Reflexión para Religiosos, en el Instituto de vida Religiosa de Madrid, el 16 de abril de 1977 anticipó, para los religiosos de distintas comunidades y para la Compañía de Jesús, el llamado del Papa Francisco a ser una “Iglesia en salida”.

La Iglesia y la vida religiosa viven hoy (de alguna manera han vivido y vivirán siempre) en situación de éxodo gigantesco: de salida de una cultura, de unos conceptos, de unas seguridades, de unas ideologías, de un orden social, que obliga a roturas y desprendimientos unas veces violentos y dolorosísimos, otras veces inconscientes, para comenzar algo nuevo, desconocido, que se va generando espontáneamente y fuera de control del hombre, precisamente cuando este se creía capaz de dominar el mundo y de configurarlo con su creatividad.

Un éxodo al mismo tiempo del cuarto y del tercer mundo hacia el primero y el segundo, en busca de ayuda para su tecnificación y progreso económico y de nuevas fórmulas para el propio desarrollo. Un éxodo total, de todos y de todo… hacia un país desconocido que aparece como un no-man-land [tierra sin hombres], que se puede convertir o en la tierra prometida o en un campo de concentración en el que el hombre se convierte en su propio verdugo, ¡una especie de Dachau [campo de concentración] gigantesco!

Pero también un éxodo espiritual muy íntimo de cada uno, que tiene que salir de su mundo interior, de sus ideas, sus esquemas mentales, sus apegos, sus hábitos, para sustituirlos por otros nuevos, desconocidos, no probados aún… Y así como para poder caminar por el desierto y arribar con seguridad al país de la promesa fue necesario el contacto con el Dios acompañante, que hacía la historia con su pueblo, sea como interlocutor de los profetas, sea como conductor invisible de la totalidad del pueblo —y el pueblo caminó seguro mientras vivió ese encuentro y relación personal, y se desorientó en los momentos del olvido—, así también un contacto similar, una experiencia de Dios es la que nos ha de conducir y dirigir en este nuestro éxodo, individual y colectivo, darle sentido y hacernos llegar seguros al nuevo país de la promesa (Conferencia en la IV Semana Nacional de Reflexión para Religiosos en el Instituto Vida Religiosa de Madrid, en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao, 1982, pp. 670-671).

Lo mismo que para poder caminar por el desierto y arribar con seguridad al país de la promesa fue necesario el contacto con el Dios acompañante, que hacía la historia con su pueblo, sea como interlocutor de los profetas, sea como conductor invisible de la totalidad del pueblo —y el pueblo caminó seguro mientras vivió ese encuentro y relación personal y se desorientó en los momentos de olvido— así también un contacto similar, una experiencia de Dios, es la que nos ha de conducir y dirigir en este nuestro éxodo, individual y colectivo, darle sentido y hacernos llegar seguros al nuevo país de la promesa. (“Experiencia de Dios en la vida religiosa”, conferencia en la Semana Nacional de Religiosos de España, en Madrid del 12 al 16 de abril de 1977, en La Iglesia de hoy y del futuro, mensajero, Bilbao, 1981, p. 671).

3. Una espiritualidad inspirada en el amor de Cristo*

El padre Arrupe en su conferencia “El corazón de Cristo, centro del misterio cristiano y clave del mundo”, en 1981, resalta la importancia de una cristología centrada en el amor de Cristo.

Cristo no puede ser entendido sino desde su ser divino: en esto consiste la fe en él. A la libre donación que de sí mismo hace, debe corresponder en el hombre la libertad de haberle aceptado. En Cristo coincide la oferta de Dios al hombre y la más alta respuesta del hombre a Dios. Esta es, creo yo, la respuesta que debe darse al moderno convencionalismo que habla de “cristología desde abajo” o ascendente y “cristología desde arriba” o descendente. Cristo es el punto de conjunción y, expresamente, concebido como lugar de encuentro del amor recíproco entre Dios y los hombres.

Cristología desde abajo y desde arriba es una distinción que en la fertilísima cristología actual puede ofrecer ventajas metodológicas, pero que hay que manejar con sumo cuidado y sin rebasar ciertos límites para no objetivar divisiones en algo que no puede disociarse. El Cristo que baja del cielo es el mismo que, consumado el misterio pascual, está a la derecha del padre (cfr. 3,13). Nuestro conocimiento y experiencia de su persona no puede hacerse solamente tomando el Verbo [a Cristo], como punto de partida o arrancando de la historia de Jesús de Nazaret. Es peligroso pretender hacer teología partiendo exclusivamente de Jesús para conocer a Cristo, partiendo de Cristo para conocer a Jesús.

Es inevitable, en este tema, la mención del padre Teilhard de Chardin1, que en Cristo Jesús ve la meta unitaria del universo. Por supuesto, no hay por qué estar de acuerdo en todos y cada uno de los pasos del razonamiento teilhardino. Pero aduzco su recuerdo porque inspira respeto esta figura que hizo compatible la más honesta investigación científica con una increíble ternura y penetración espiritual. Teilhard profesó una apasionada adhesión al corazón del Cristo. Y esto, a dos niveles. Uno, la devoción pura y simple al corazón de Jesús, entendida a la manera más típica de presentación de esta devoción en el periodo de fines del siglo XIX y primer tercio del XX. Sin rebozo ni concesión alguna. Es el corazón de Jesús de su vida espiritual personal y el aliento en las no ordinarias dificultades con que hubo de contar en sus actividades de hombre de ciencia. Es el Sagrado Corazón de su diario, de su correspondencia, de su dirección espiritual.

Otro nivel —y quizá a él le irritaría esta distinción— es el del Cristo punto Omega del universo que él intuía, y que solamente se define, como tentativa, en un acto de amor. Partiendo del convencimiento de que el universo evoluciona, y de que cada etapa solo tiene sentido por su relación con las precedentes, Teilhard concluye que el conjunto del proceso ha de tener una razón y un término, un “punto omega” que, contenido ya virtualmente en el mismo proceso, lo dirige desde dentro y le da dinamismo y sentido. (“El corazón de Cristo, centro del misterio cristiano y clave del mundo”, en el aniversario de la fundación de los Misioneros del Sagrado Corazón, 1981, en La Iglesia de hoy y del futuro, Mensajero, Bilbao, 1982, p. 577).

4. La Trinidad como centro de su espiritualidad*

El padre Arrupe, en una conferencia del acto de clausura de curso del Centro Ignaciano de Espiritualidad, en Roma, el 8 de febrero de 1980, destaca los principales rasgos de una espiritualidad centrada en el misterio de la Trinidad.

Deseo añadir una observación que considero necesaria: no me parece objetivo el caracterizar la espiritualidad ignaciana por su ascética, cosa que consciente o inconscientemente se ha venido haciendo, quizás más en épocas pasadas que en la nuestra. La espiritualidad ignaciana es un conjunto de fuerzas motrices que llevan simultáneamente a Dios y a los hombres. Es la participación en la misión del enviado del Padre en el espíritu, mediante el servicio, siempre en superación, por amor, con todas las variantes de la cruz, a imitación y en seguimiento de ese Jesús que quiere reconducir a todos los hombres, y toda la creación, a la gloria del Padre (La identidad del jesuita en nuestros tiempos, Sal Terrae, Santander, 1981, pp. 421-422).

Si la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad permitió a Ignacio llegar a resoluciones prácticas proporcionadas a las necesidades de su tiempo —la función de la Compañía, con su determinado carisma, poner en luz aquel hecho, y ponernos también nosotros a la misma luz, nos permitirá también a nosotros revivir en toda su pureza aquel carisma y hacernos más aptos para las necesidades de nuestros días. Si lo hacemos así, habremos conseguido, como deseaba el Concilio Vaticano II, nuestra actualización mediante el retorno a las fuentes más altas de nuestra generación como religiosos.

Me pregunto si la falta de proporción entre los generosos esfuerzos realizados en la Compañía en los últimos años y la lentitud con que procede la esperada renovación interior y adaptación apostólica a las necesidades de nuestro tiempo en algunas partes —tema del que me he ocupado reiteradamente— no se deberá en buena parte a que el empeño en nuevas y ardorosas experiencias ha predominado sobre el esfuerzo teológico-espiritual por descubrir y reproducir en nosotros la dinámica y contenido del itinerario interior de nuestro fundador, que conduce directamente a la Santísima Trinidad y desciende de ella al servicio concreto de la Iglesia y “ayuda de las ánimas”.

¿Parecerá a alguno que todo esto es un tema demasiado arcano y alejado de la realidad de la vida cotidiana? Tanto valdría cerrar los ojos a los fundamentos más profundos de nuestra fe y de nuestra misma razón de ser. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, que es uno y trino. Nuestra vida de gracia es participación de esa misma vida. Y nuestro destino es ser asumidos, por la redención del Hijo, en el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre. Cristo, a quien y con quien servimos, tiene esa misión de llevarnos al Padre y enviarnos el Espíritu Santo que nos asiste en nuestra santificación, es decir, en la perfección en nosotros de esa vida divina. ¡He aquí las grandes realidades!

Como la inserción de servicio en el mundo vigoriza nuestro celo apostólico, porque nos da a conocer las realidades y necesidades en que se opera la redención y santificación de los hermanos, así una penetración en el significado que la Trinidad tiene en la gestión de nuestro carisma nos proporciona una participación vivencial de esa misma vida divina que es conocimiento y amor y da al celo apostólico impulso en el rumbo cierto. Más aún: en el plano de las realidades terrenas, la experiencia confirma y, a lo más, profundiza el conocimiento; pero a nivel de contemplación espiritual, el conocimiento vivo de Dios es ya participación y gozo. Vía ad illum [Camino hacia él], como se llama a la Compañía en la fórmula de Julio III, es la vía a la Trinidad. Ese es el camino que debe seguir la Compañía; camino largo que no terminará sino cuando lleguemos a la plenitud del reino de Cristo. Pero el camino está trazado y debemos recorrerlo siguiendo las huellas de Cristo que retorna al Padre, iluminados y vigorizados por el Espíritu que habita en nosotros.

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