Satélite humano

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Satélite humano
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© Numa Frías Mileo

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-268-7

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA

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Para Sergio Bellver Cardete, Vergel.

PRÓLOGO

Una familia potencialmente disfuncional, banqueros de multinacionales, un paciente de un psiquiátrico, los cárteles, Fidel Castro o Pablo Escobar: ¿cómo pueden encontrarse narrativamente todos estos elementos aparentemente desconectados? En Satélite humano giran en la misma órbita. El convulso —crudo y a la vez fascinante— escenario latinoamericano es el campo de cultivo de este thriller político.

«Este libro no es verdad, es puro invento» se advierte al principio, pero algunos nombres y hechos que se describen son sobradamente conocidos. Satélite humano es un juego de verosimilitud, que no de verdad. Es una sensación narrativa de filtro que plantea una incógnita al lector: si el relato mantiene una estética crítico-realista, ¿el sobreaviso de que lo que se cuenta es una ficcionalización en realidad protege a los personajes o al lector? ¿Lo que de verdad ha pasado está fielmente reproducido en la ficción o en la ficción se ha exagerado?

Es, en todo caso, un thriller que juega con la mímesis de la realidad y, sobre todo, que busca al lector, como un reto. Y este es un ejercicio de ida y vuelta, que se refleja en la historia: el paciente del psiquiátrico se cuestiona desde el principio si es verdad lo que los médicos —de mayor autoridad que el paciente, como el narrador lo es con respecto al lector— le dicen, si los médicos están diciendo la verdad, si realmente está enfermo.

El espejo realidad-ficción resuelto a través de la metaliteratura es una «historia desafiante», como explicita el autor. «Estoy escribiendo un libro incomprensible». Es una historia atípica, que no comulga con el orden predeterminado que desde las escuelas creativas se imparte. Y, sin embargo, no es una narración marciana, no es ciencia ficción, porque, como el lector, como los personajes, el ser humano es incongruente. ¿Acertarás la moraleja?

Alba Fernández Maldonado

Correctora

ATENCIÓN

Este libro no es verdad, es puro invento, aunque la trama ficcional tenga bases en hechos reseñados como noticias, entrevistas, análisis, videos, libros de ficción y de no ficción. Al final de la obra se hallan las notas debidamente numeradas. No obstante, ya que la investigación la inicié hace cinco años y una buena cantidad de publicaciones fueron suprimidas o eliminadas de internet, he incluido fuentes sustitutas que soportan los datos de aquellas que han sido censuradas.

Carezco de los medios necesarios para determinar la autenticidad de los hechos e ignoro si son falsos. Desconozco también, más allá de las sospechas, los motivos para difundir mentiras como si no lo fueran.

Aceptar lo que la mayoría entiende como realidad o normalidad nunca me ha parecido una tarea fácil. Supongo de antemano que no existen. En consecuencia, lograrlo exige un esfuerzo sostenido y repugnante porque me obliga a abandonar una fuga deleitable.

La órbita de Satélite humano está en el universo de la imaginación.

Primera parte:

UNIDAD EXTERNA

(él es Chinto)

I

VIERNES, 30 DE NOVIEMBRE DE 1990

A siete días de la “visita relámpago” del presidente George H. W. Bush1

(1) Final de la jornada.

Sentado en el pequeño sofá de cuero marrón junto a once carpetas, una por cada mes, muchos libros, documentos y borradores, le pesan los fracasos, pero no es un frustrado. Su colección de éxitos sirve para amortiguar impactos, darse ánimo y seguir luchando. Duda, es cierto, a veces cree que habita en el país del engaño. Las persianas verticales dividen el paisaje, no hace falta retirarlas, así le agradan. Afuera centellean las bombillas, el tráfico aún es insoportable, más vale esperar. Ya todos se fueron, se lo dice el silencio atrapado en las oficinas vacías, una alabanza a la desolación. Han pasado más de veintinueve años desde que aceptó el trato. Siempre ha cumplido con el compromiso. Los desafíos le dieron, aparte de las lecciones propias del oficio, el criterio que surge cuando la experiencia y la intuición se abrazan. Sabe que algunos dicen que tiene olfato. A él no le gusta porque le quitan mérito al razonamiento. Hace un año que tumbaron el muro de Berlín y desde entonces le cuesta concentrarse. El análisis comparativo perdió el punto de referencia. La investigación está dispersa, los datos bailan ante sus ojos plomizos sin convencerlo y necesita volver a mirarlos, releer varias páginas para descubrir el sentido lógico. El agotamiento lo flagela. Su contextura atlética comienza a desbaratarse por la barriga propia de la mediana edad. La imaginación despega y se estrella contra los informes que tiene en su despacho, testigo mudo del declive, cayendo por el tobogán de los sucesos hacia el retiro, aunque le sobre energía e ingenio.

Se levanta, mide un metro setenta y cinco, da cuatro pasos a la derecha, hacia la puerta, vuelve y se sienta. Hoy viernes lleva el traje Zegna gris oscuro diplomático, su predilecto. Se afloja el nudo de la corbata azul índigo con rayitas celestes en diagonal. Suena el teléfono. Trata de no perder la paciencia. Echa de menos a Maribel, su secretaria, y como ya se ha ido, contesta.

—¡Qué bueno que te encuentro! —es Carmen Elena, su esposa.

—¿Qué pasa?

—Solamente quería recordarte que este fin de semana vamos a hablar con Isabel —se refiere a la mayor de sus hijas.

—No hace falta que me lo recuerdes.

—Está bien, disculpa, pero como se acerca el cierre del año y sueles andar tan ocupado…

—Lo que quieres es convencerme, ¿no es así?

—¿Acaso no estás convencido? Ya discutimos lo suficiente, pensé que habíamos llegado a un acuerdo.

—Te equivocas. Sentar a Isabel para que escuche temores y suposiciones puede ser peor.

—¿Te parece que son temores y suposiciones?, por el amor de Dios, te expliqué con lujo de detalles porqué estoy tan segura.

—Sí, con lujo de detalles y sin ninguna evidencia.

—Entonces, ¿no vas a hablar con Isabel?, ¿me vas a dejar sola con esto?

—¿No puedes esperar un poco?

—¿Esperar qué?, si se puede saber.

—Quiero estar seguro. Dame una semana.

—¿Necesitas tanto tiempo? Si veo que surge el momento para hablar con ella, lo haré, así que no te prometo nada. Es todo lo que puedo decir. Este problema hay que encararlo y tú lo estás evadiendo.

—No lo creo.

—Claro, obvio que no, ¿vas a venir a cenar?

—Sí.

Colgaron sin despedirse.

Carmen Elena acaba de anotar otra mortificación en la lista, un sismo en la vida privada que atenta contra su estabilidad habitual. Quisiera hablar con ella sobre las operaciones encubiertas. Una vez más le toca resistir la tentación. Si flaquea, el peligro es enorme. Los de la Agencia, en Harvey Point2, le aclararon el verdadero significado de las Acciones Preventivas a la hora de proteger un plan específico. Está harto de lidiar con su falta de comprensión. ¿Cómo podría ser de otra forma? Si ella supiera, respetaría su espacio dejándolo en paz con su millón de reflexiones. El impulso de romper el pacto confidencial solo persigue una gratificación fugaz y anodina. No debería sentir ese tipo de estímulos. Es muy probable que ella se burle. De ser así, estaría reaccionando según lo previsto con el fin de resguardar la información. No es un agente, siempre ha estado fuera de rango. Pertenece a un grupo externo que sirve de apoyo a un par de sujetos de medio y alto nivel. Temiendo filtraciones, utilizaron contactos ajenos y estrategias distintas al programa de reclutamiento hasta conformar la célula requerida. Si alguno de los integrantes decidiera abrir la boca, nadie en su sano juicio podría creerle.

Considera que Isabel y Luisa Elena, sus hijas, se portan bien. No subestima los pálpitos de su esposa, incluso respeta las premoniciones femeninas, pero no quiere precipitarse con sospechas infundadas.

Se hace tarde.

La biblioteca hecha a la medida, desde el suelo hasta el techo, abarca dos lados de su oficina y deja el espacio exacto donde encaja el sofá. Ventanales enormes y herméticos conforman las dos paredes restantes. La vista que tiene hacia el suroeste de Caracas es envidiable. Sabe que debe apoyar sus conjeturas en distintos elementos. Recuerda que apuntó en una libreta de hojas amarillas el punto de partida, la premisa mayor. A estas alturas, el comienzo nunca arranca desde la nada, viene precedido por uno o varios silogismos capaces de explicar las circunstancias. Su afición al pensamiento lo traiciona. El andamiaje deductivo no lo eleva, lo sepulta. Tras estudiar la matriz de estrategias y escenarios, se desliza estirando las piernas, suspira y clava la vista en la punta de los zapatos. Está en neutro. Invoca una idea bajo la presión que genera la infertilidad de las horas.

 

Se llama Jacinto Calderón, pero le dicen Chinto. Es socio de Marco Antonio Zapi y ambos fundaron hace más de quince años, en octubre de 1975, la firma C&Z CALZA, dedicada al análisis, auditoría y evaluación económica de empresas. Sus mejores clientes provienen tanto de las contratistas petroleras, como del sector financiero. A pesar de la confianza, Marco Antonio ignora por qué a Chinto nunca se le acaban los contactos, capta clientes en los momentos más oportunos, cuando las cuentas lucen débiles y agradece que ni siquiera le insinúe un cambio en la participación de los beneficios.

Las mangas de la camisa blanca asoman pliegues a la altura del codo. Decide arremangárselas para distraer la mente. Sin ser calvo, su cabello es escaso, no muy canoso, le viene bien la palabra rubio para describirlo. Con la nariz delgada, su perfil es de retrato. Evalúa su trayectoria profesional y no ve más que un punto, su carrera, una ficción. Hace una semana, el pasado viernes, falleció Baudilio Díaz, receptor de los Leones del Caracas y, desde 1985 hasta 1989, de los Cincinnati Reds. Compartía con su familia en casa, salió con la intención de reparar la antena parabólica. Al parecer, resbaló y sufrió politraumatismos que le causaron la muerte. Siete días después, Chinto sigue conmocionado por la noticia. No es un fanático del beisbol, pero la tragedia le demuestra que nunca se sabe cómo, cuándo y dónde ocurrirá el fin. Le aterra desperdiciar su vida, se niega a no hacer algo con la información. Debe darle algún valor agregado, convertirla en un producto de calidad a partir de la materia prima contenida en el desorden. Por eso llegó a él, para eso la conoce.

Recuerda que persiguió valores inexistentes porque los reactores del mundo funcionan sin ellos. Goza de solvencia económica. En C&Z CALZA es uno de los dos jerarcas, el indispensable, pero la firma, igual que su antiguo empleo en el First National City Bank of New York, depende de su relación con Ian Koffler. Ahí está el secreto, lo que Carmen Elena ignora y lo que su socio nunca sería capaz de descifrar.

La frecuencia de los reportes ha disminuido a niveles alarmantes. Eso le inquieta y no tiene con quién desahogarse. Teme lo peor, puede ser que lo hayan excluido. Arriba siempre hay uno o varios con el poder de aplastar a Chinto hasta convertirlo en una micropartícula. No hace falta que cometa errores, no necesitan argumentos. Sencillamente lo borran, eliminan su nombre del expediente que, para colmo, reposa en un archivo externo. Una presión añadida. Son tiempos confusos, a pesar de que muchos se sienten triunfadores. Él no comparte esa euforia. La ironía implícita en el sistema se revela con los secretos que se filtran. Tras el rotundo fracaso de la invasión a Cuba en el 613, en la que colaboró en labores de inteligencia básica, cuando estaba a punto de cumplir veinticuatro años, para que no se desmoralizara, Koffler le contó algunos detalles “clasificados” sobre la operación en Hungría del 564. Habló de muertos y heridos, mencionó condenas injustas, relató torturas aberrantes, recordó al líder húngaro Nagy5, a quien detuvieron garantizándole tanto su integridad física, como su vida, pero no cumplieron y, al cabo de un par de años, lo ejecutaron. Destacó la brutalidad que acarrea la frase: «Tampoco aquí llegó el apoyo militar prometido». Invocó principios y valores con expresiones conducentes a la inspiración. Hay que seguir, dijo, no cabe rendirse. Aquella arenga funcionó. Chinto siguió luchando en nombre de la libertad y todavía lo hace, pero abandonó el idealismo, es inmune a las mentiras. Sabe algo desquiciante. Los torturados y heridos, los muertos en combate o en las mazmorras, derramaron su sangre en conflictos que enriquecieron a unos pocos, por cierto, ni un solo húngaro, ni un solo cubano, se cuenta entre ellos, pero Ian Koffler sí. Conoce el peso que tiene la indiferencia, casi siempre convertida en un artefacto letal, bien calibrado, es capaz de salvar vidas. Por eso Chinto jamás cuestiona la procedencia del dinero que tiene Ian, incluso ha cooperado con él para maquillar declaraciones juradas de bienes. Se convirtió en cómplice a cambio de oportunidades y favores. Al parecer, entendió cuál era el negocio. Ya no hay vuelta atrás.

A veces anhela la felicidad con la que vive su socio, la sencillez de su mundo. Al menos los clientes están satisfechos y no hay mayores quejas en el trabajo. Es un hecho que C&Z CALZA vuela con cierta independencia. Hoy, minutos antes de salir a almorzar con Marco Antonio, como todos los viernes, Maribel atendió una llamada. Era Mr. Koffler. Por fin una fisura en el silencio tras casi siete meses sin comunicarse. Dijo que llegará el lunes y desea verlo el mismo día. La Agencia lo incluyó, a última hora, entre los académicos autorizados por el Departamento de Estado para impulsar la propuesta The Enterprise for the Americas Iniciative, denominada en español la Iniciativa para las Américas. Compuesta de tres ejes, escuchó:

—Libre mercado, inversión extranjera y reducción de la deuda externa.

Hablaba con apatía, sin esconder el desinterés. Así suele limpiar la basura del camino para “ahorrar tiempo” e ir al grano. A su manera, Ian acababa de advertirle que la reunión no tratará nada al respecto. La Iniciativa luce como el antídoto que saneará la economía del continente, pero Chinto piensa que no es más que otro juguete para entretener a los fabricantes de opinión.

Es tarde. Aparta una persiana y comprueba que el tráfico fluye. Es hora de irse. Carmen Elena lo espera, seguro que intenta discutir de nuevo. Se apresura. Los datos giran en su mente, el movimiento produce un efecto fantástico: alumbra una idea. Sabe que debe reinventarse, le urge hacerse necesario. Entonces tacha la palabra «Realidad» y escribe «Pronóstico» en su lugar.

(2) Por la mañana.

Despertó antes del alba, a las 4:53, con los gritos de Carlos García, un cubano desaparecido a quien dieron por muerto. Alterado, se incorporó queriendo ver en la oscuridad. Casi tres décadas sin saber de él, no era más que un recuerdo que lo sacó del sueño. Alguna vez tuvo pesadillas en las que García, amordazado y sentado bajo un foco de luz amarillenta, suplicaba clemencia. No pudo volver a dormir. Fue al cuarto de baño procurando no molestar a su esposa. Aunque era muy temprano, se puso la bata beige porque, más tarde, cuando despertaran sus hijas, no quería que lo vieran en pijama. Bajó a la cocina y bebió agua mientras colaba el café. Abrió la puerta principal con la taza humeante en una mano. Recogió el periódico. Como todos los días, el repartidor lo había lanzado por encima de la cerca. Cuando compró la casa, gracias a un crédito hipotecario, no tenía rejas y eso le encantaba. Han pasado diecisiete años, pero hace dos, la inseguridad lo obligó a levantarla. Desde que la montaron, tanto su esposa como sus dos hijas se sienten protegidas. En cambio, él cree que no sirve porque es muy baja y, si bien arruinaría la fachada, pronto tendrá que construir un muro similar a los de una prisión. Fue a su estudio. A través de la ventana comprobó que clareaba. Decidió mirar el jardín antes de leer las noticias. Concentrado en la naturaleza quiso ahuyentar el recuerdo de Carlos García.

Amparados en la sección especial del manual de adiestramiento vigente para la época, a Chinto lo entrenaron bien. Recurrieron a un método intenso, especialmente diseñado en virtud de la urgencia de la misión que estaba en curso. Si bien algunos oficiales de la CIA debían aprobar una exigente formación para el Análisis de Inteligencia en el Warrenton Training Center (WTC)6 y otros sitios especificados o no, a él le tocó recibir instrucciones de acuerdo con la modalidad prevista para la Unidad Externa: Grupo Secreto de Apoyo e Investigación Especializada (External Unit: Secret Support and Research Specialized Group, denominado SUPPRESS7). Como “apéndice” del Programa de Entrenamiento del Servicio Nacional Clandestino (CSTP)8, la necesidad de reducir el tiempo requerido se vio aliviada porque no tenía que dominar otro idioma, aparte del inglés y el español, ya que el objetivo en marcha era Cuba. Concentraron esfuerzos en cultura especializada en signos, señas, indicios y ambivalencias. Ayudó a detectar elementos anticastristas fiables y no fue suficiente. El espectro presentado no abarcaba el rango total y se determinó con posterioridad que hubo graves filtraciones. Le explicaron que dicha “falla” era común, ya que todo viajaba en ambos sentidos. El asunto radicaba en la minimización de riesgos, porcentajes reducidos y punto. No cabían, nunca caben, sentimentalismos o reproches. Tanto la capacitación física, como las “fortalezas” mentales, permanecieron en fase de instrucción aún después de concluida la Invasión de Bahía de Cochinos9. Koffler diseñaba un asistente personal prêt-à-porter con la destreza de un sastre con sobrada experiencia. Van casi treinta años y sus convicciones siguen firmes, no flaquean. Advirtió que, por su origen venezolano, Chinto poseía el talento para resolver claves caribeñas. Sometido con disciplina, dominó las técnicas para obtener información. A lo largo de su trayectoria ha evaluado material extraído de cuatro tipos de fuentes: Humint, Osint, Sigint, Imint10. Se destacaba con facilidad en el análisis, la resolución de acertijos, planificación, desarrollo y desenlace de estrategias supeditadas a tácticas fijas, debido a que el presupuesto era limitado. Desde finales de agosto, viene preguntándose algunas cosas. El culpable es Ian Koffler con el silencio que inició a mediados de mayo y que ya supera los seis meses. Al parecer, el contacto se enfrió, tal vez, congelado, Chinto sea uno más de los excluidos. No lo sabe. La incertidumbre comenzó a intoxicarlo.

Con el periódico sobre su escritorio, sin leer las noticias, cerró los ojos. Fotografías hechas desde varios ángulos desfilaron en su mente. Tomadas en noviembre del año pasado, sirvieron para engrosar la montaña de evidencia sobre lo que sucedió: al Muro de Berlín lo tumbaron, le cayeron a coñazos, no se derrumbó. Le molesta que hablen de la caída del muro como si la voluntad humana, indispensable, no existiera e ignorando el impulso que dio lugar a las acciones: ¡el deseo de vivir en libertad!

Aunque levantó una familia en el país donde nació, Venezuela, lo que antes servía para resguardar su trabajo encubierto, la soledad, ahora es una carga. Le gustaría contar con alguien, no para revelar lo que ha hecho ni lo que sabe, sino para tener el consuelo que surge de la complicidad. El enfriamiento, la reducción en la frecuencia de las comunicaciones, es el origen de esa sensación incómoda, su disgusto por el aislamiento, el veneno de las interrogantes pendientes, el malestar que se nutre de dudas.

Escuchó varios ruidos, arriba despertaron. Primero se acercó la menor, Luisa Elena. Entró al estudio para darle los buenos días. Suele ser muy cariñosa y él siempre se deja querer. La chiquita, como la llamaba, tenía prisa. Sus clases en la UCAB comenzaban temprano, a las siete en punto. Después del beso, dijo que bajó porque quería un cafecito antes de vestirse. Ella se acostumbró a esconder los verdaderos motivos, le avergonzaban sus arranques sentimentales. A Chinto lo conquistaban esos gestos. Pensó que ella quería hablarle, la observó tanteando la situación, deseaba saber si el momento era oportuno.

Ella es una versión mejorada, ya que se parecen mucho. Su contextura atlética goza de la firmeza juvenil. Mide un metro sesenta y cinco. Con la nariz delgada, el perfil también es de retrato. Le viene mejor la palabra rubia para describirla porque la cabellera es abundante. Igual que él, tiene los ojos plomizos. Sin ser carnosos, los labios son como los de Carmen Elena, su madre.

Ya que no era domingo le disgustó que el periódico viniera con varios encartados. Los apartó para tirarlos y un sobre cayó del escritorio. Al recogerlo vio que la chiquita estaba mirando a través de la ventana. No lo abrió, era mejor estar a solas para eso.

—Papá, ayer vi algo precioso. Un gavilán estaba en el jardín. Se posó en una rama de la mata de mango y comenzó a llamar a los suyos, ¿sabes? Hacía ese sonido agudo, como gritando, eso me llamó la atención, así fue como descubrí en dónde estaba. Me quedé viéndolo un rato. Una lindura, en serio.

 

—No sabía que por aquí volaran gavilanes.

—Yo tampoco.

Sus sonrisas contactaron. La de Chinto expresó incredulidad y aplaudía la ocurrencia al mismo tiempo. Luisa Elena, en cambio, con su gesto, subrayaba la verdad, le dijo que no era un invento.

—Tengo que irme —y subió a su habitación.

No dijo lo que quería decirle. Para él era evidente que ella seguía siendo temerosa. Puede que fuera su culpa, tal vez por el exceso de mimos, aunque el carácter de la chiquita siempre tuvo esa desventaja. Se reprochó en silencio, aún sin asumir el grado de responsabilidad como padre.

Hace un mes y medio Chinto recibió una información que, en caso de resultar cierta, merecía el seguimiento pertinente. Necesitaba cerciorarse, dado que la obtuvo de una fuente poco fiable. Escuchó a un par de profesores en los pasillos de la UCV discutiendo el asunto. Ninguno ocultaba sus preferencias ideológicas y ambos firmaron, el año pasado, el Manifiesto de Bienvenida11 a Fidel Castro, cuando vino a Caracas para asistir al acto de toma de posesión del segundo mandato del presidente Pérez. Por la debacle del bloque socialista soviético y la reciente unión entre Alemania del Este y del Oeste12, discutían sobre el futuro de la izquierda en Latinoamérica. Chinto acababa de salir del aula, donde impartía clases de Macroeconomía y caminaba detrás, sin que ellos advirtieran su presencia. La corta distancia le permitió escuchar con nitidez. El que iba a la derecha habló acerca del Foro de Sao Paulo13, una idea del “genio” Fidel —dijo—, junto al Partido de los Trabajadores de Brasil, cuyo primer encuentro se llevó a cabo durante el mes de julio, es decir —explicó—, hace tres meses. El otro, ignorando el asunto, lucía como el niño extraviado que oye la voz de su padre y corre a sus brazos buscando seguridad y fortaleza. Sí, los hijos de Fidel se daban esperanzas y transmitían las buenas nuevas al rebaño para mantener vivo el dogma, la infeliz utopía. Chinto alcanzó a oír que el segundo encuentro sería el año que viene, en la ciudad de México. Al llegar a su oficina se comunicó con Ian Koffler para solicitar la respectiva confirmación. Solo pudo dejarle un mensaje con su asistente, pero hizo hincapié en la necesidad de verificar la existencia del Foro de Sao Paulo y sus encuentros.

Abrió el sobre y la nota confirmó la información. Redactada en tres párrafos, el primero rendía cuenta del nacimiento de un foro de organizaciones de izquierda, reunido en Sao Paulo, de ahí su nombre, patrocinado por el Partido de los Trabajadores de Brasil. Además, comentaba la membresía “no oficial” de grupos guerrilleros colombianos, como las FARC o el ELN14. El siguiente mencionó que el Comité Organizador aprovechó el Congreso del Partido de la Revolución Democrática, en la ciudad de México, el 18 y el 19 de noviembre, para tratar acerca del segundo encuentro. Decidieron posponerlo, dado que no avanzaron lo suficiente en cuanto a los preparativos. El tercero y último párrafo, subestimaba el alcance de dicho foro en virtud de los acontecimientos que produjeron el final de la Guerra Fría, más el respaldo y el impulso obtenido por la propuesta del presidente Bush, la Iniciativa para las Américas15. Le advertía que lo mejor era que lograra adaptarse (as soon as possible, ASAP) tan pronto como sea posible, al nuevo orden mundial. Remataba con una recomendación para que concentrara sus esfuerzos en la amenaza “real” (real threat) como la ocupación del ejército iraquí en Kuwait, por órdenes de Saddam Hussein16.

Guardó en su maletín el sobre con la nota dentro. Subió para ducharse. Quería ponerse el traje Zegna gris oscuro diplomático, su predilecto. Antes de llegar, escuchó que Carmen Elena hablaba con la chiquita. Estaban encerradas en la habitación de Luisa Elena. No discutían, pero el tono de voz que utilizaban supuso algo grave, una angustia, un peligro. Le costó entender lo que decían. Esperaba que no tuviera que ver con lo que le dijo anoche su esposa acerca de Isabel, aunque oyó que la nombraban entre susurros. Si alguna de ellas abría la puerta lo encontraría espiando la conversación. Decidió seguir su camino. No estaba de humor para ese tipo de curiosidades íntimas.

Bajo el agua, intentó superar el desconcierto. No podía creer que la distracción fuera un fenómeno tan generalizado. Por primera vez en más de veintinueve años le “recomendaban” bajar la guardia. ¡Insólito! Quienes piensan —se dijo— que el socialismo ha muerto, celebran prematuramente. Desde el principio Chinto tuvo que bregar con las argucias de Fidel, sabía que no se ha rendido y ahora, sin su aliado soviético, redoblará los esfuerzos para controlar los recursos venezolanos y lograrlo significará algo vital para Cuba y su Revolución.

Mientras se vestía pensó en el fin de semana. Le gustaría ir al cine para ver Danza con Lobos, con Kevin Costner, ganadora del Oscar como mejor película, o quizás Átame, de Pedro Almodóvar, con Victoria Abril y Antonio Banderas. Carmen Elena preferiría ver Ghost, con Patrick Swayze y Demi Moore, se lo ha dicho varias veces, pero a ella le tocaba ceder porque no quiso salir la semana pasada.

Bajó y lamentó que la chiquita ya se había ido y se fue sin su bendición. En la cocina, Carmen Elena lo observaba.

—¿Cuántas veces te he dicho que te pongas la corbata después de desayunar? Esa es muy bonita y sería terrible que la mancharas.

—Tendré cuidado —le dijo en modo porfiado y se arregló el nudo de la corbata azul índigo con rayitas celestes en diagonal.

—Por cierto —Chinto se puso en guardia, el tono que ella acababa de usar era el primer disparo del día—: ¿sabes que Isabel no durmió aquí?

(3) Cena.

Se dirige a casa con la palabra «pronóstico» girando en su cabeza. La traduce al inglés y aparece forecast. Sí, es cierto que tachó «realidad», escrita en tinta negra no pudo borrarla. Se reunirá con Koffler el lunes. Piensa acorralarlo e impedir que se salga con la suya. Todo indica que será una despedida, el gesto cordial por los años de servicio, la expresión muda de gratitud por haberlo ayudado a amasar una linda fortuna. Carmen Elena lo espera, la conducta de Isabel está a punto de detonar una explosión. ¿Cómo desactivar la bomba? Tendrá que recurrir al pasado, sacará la lista de cosas buenas que ha hecho la mayor de sus hijas. Destacará lo orgullosos que siempre se han sentido. Debe calmar a su esposa; una mamá como muchas que le cuesta soltar a favor de la libertad. Comprende los miedos que tiene ante una situación que rompió la trayectoria esperada y se salió de control, aunque de eso se trata. Las dos, tanto Isabel como Luisa Elena, deben crecer. No existe un manual o un programa diseñado para aprender a ser padres. El rol se ejerce por medio del ensayo y el error. Solo los principios bien inculcados aumentan las probabilidades de éxito. Tomando en cuenta la advertencia que leyó esta mañana para que se adapte (ASAP) tan pronto como sea posible, al nuevo orden mundial, el meollo estriba en descubrir cuáles son esos principios. Chinto quiere saber a qué se referían en la nota con “nuevo orden mundial”. Cada vez que oye o lee que los fabricantes de opinión insisten en que el socialismo ha muerto, lo entiende, están atrapados en la lógica de la superficie, pero el equipo de Ian en la Agencia, allá arriba, ¿de verdad cree que los socialistas se rindieron?

Entra en la casa, como de costumbre, pasa a su estudio y deja el maletín. Sube para quitarse el traje y ponerse cómodo. A medida que se acerca la cita del lunes (en su agenda escribió: The Breaking Monday), sabe que la ansiedad aumenta. No quiere convertir la reunión en una descarga de tensiones acumuladas o reproches inusuales. Las palabras «Subestimar-Postergar-Descartar-Eliminar» son las fases del ciclo en el que entraron sus reportes durante el último año. Ian Koffler y su equipo no han tomado en cuenta la gravedad de los informes. Chinto está convencido de que existe un motivo capaz de explicar el desquicie y no se lo han dicho. Imagina, elucubra, piensa, así entra en la habitación y halla a Carmen Elena en la cama con la tv encendida.