Czytaj książkę: «Humanos»

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NATALIA LÓPEZ MORATALLA

HUMANOS

Los vínculos familiares en el corazón del cerebro

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2021 by NATALIA LÓPEZ MORATALLA

© 2021 by Ediciones Rialp, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (versión impresa): 978-84-321-5381-5

ISBN (versión digital): 978-84-321-5382-2

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A mis hermanos

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

PRÓLOGO

I. LA SORPRENDENTE PECULIARIDAD DEL CUERPO Y EL CEREBRO HUMANO

UN CUERPO PARA QUIENES POSEEN UN PLUS DE REALIDAD

LA RIQUEZA BIOLÓGICA DEL ANIMAL

LA POBREZA BIOLÓGICA DEL CUERPO HUMANO, PRESUPUESTO DEL PLUS DE REALIDAD

UN CEREBRO PARA UN CUERPO PERSONAL: UN LOGRO DE LA NATURALEZA

DOS NIVELES DE COMPLEJIDAD DEL CEREBRO Y UN PECULIAR FUNCIONAMIENTO

UN CEREBRO CON CORAZÓN

UN MOMENTO ESTELAR DE LA EVOLUCIÓN: SE LOGRA EL CEREBRO HUMANO

II. LOS ESPACIOS PERSONALES DEL CUERPO HUMANO

EL ESPACIO DE LA VIDA

UN CUERPO CON ROSTRO

UN CUERPO CON GESTOS UNIVERSALES

ÓRGANOS CORPORALES ABIERTOS A ESPACIOS PERSONALES

UN ESPACIO MENTAL PERSONAL INSEPARABLE DEL ESPACIO FÍSICO

UN MOMENTO ESTELAR DE LA EVOLUCIÓN: UN NIÑO SABE QUE ES ÉL Y NO OTRO

III. EL CORAZÓN DEL CEREBRO

LO QUE CONTIENE EL CORAZÓN DEL CEREBRO

LOS AMORES FAMILIARES

LA REGLA DE ORO DEL CONTENIDO DEL CORAZÓN

LA MEMORIA ENTRE LO QUE SE SIENTE Y LO QUE SE VIVE

LOS CEREBROS HUMANOS EVOLUCIONARON PARA QUE LOS MOLDEASE LA EXPERIENCIA

IV. CUERPO Y CEREBRO DE MUJER. CUERPO Y CEREBRO DE VARÓN

EL CUERPO Y EL CEREBRO SON INSEPARABLES

CONSTRUCCIÓN DEL CUERPO DE MUJER Y DEL CUERPO DE VARÓN

CONSTRUCCIÓN DEL CEREBRO FEMENINO Y DEL MASCULINO

LATERALIZACIÓN Y DISTRIBUCIÓN DE FUNCIONES CEREBRALES SEGÚN EL SEXO

EL ESPACIO INTERIOR FEMENINO Y EL ESPACIO MASCULINO

PERSONALIZACIÓN DE LA CONDICIÓN SEXUADA

LAS CATEGORÍAS DE GÉNERO EN LA EVOLUCIÓN DEL SEXO

V. EL ESPACIO PROCREADOR QUE CREA LA FAMILIA

ESPACIO PROCREADOR: EL MISTERIO DE LA “UNA SOLA CARNE”

«LOS DOS VENDRÁN A SER UNA SOLA CARNE»

EL VÍNCULO DE APEGO DEL AMOR HUMANO

LOS ESTÍMULOS ERÓTICOS ORDENADOS A LA FECUNDIDAD

LA RELACIÓN SEXUAL CON PERSONAS DEL MISMO SEXO

LOS ESPACIOS FAMILIARES

LA SEXUALIDAD HUMANA ELEVÓ LOS PROCESOS DE SUPERVIVENCIA ANIMAL A LIBRE CAPACIDAD DE AMAR

VI. EL VÍNCULO DE APEGO FILIAL

LA CRIATURA HUMANA NACE INACABADA Y NECESITADA DE PADRES

ESTABLECIMIENTO DEL VÍNCULO DE APEGO FILIAL DEL RECIÉN NACIDO

EL SER HUMANO NACE PREPARADO PARA EL ENCUENTRO CON LA MADRE

MAPA DE LA REPRESENTACIÓN DEL CUERPO Y CONSCIENCIA EN PRESENTE

OTRAS PREDISPOSICIONES INNATAS

EVOLUCIÓN DE LA CONSCIENCIA: MENTE PRECURSORA, MENTE PRIMITIVA, MENTE MODERNA

VII. VÍNCULO DE APEGO MATERNO Y PATERNO

UNA INCLINACIÓN NATURAL EN LOS PADRES

LA SUPERVIVENCIA DE LOS MAMÍFEROS DEPENDE DE LA CRIANZA

LOS CAMBIOS EN EL CEREBRO DE LA MUJER GESTANTE HACIA LA MATERNIDAD

EL CEREBRO MATERNO ES EMPÁTICO E INDULGENTE

LA EXPERIENCIA DE LA PATERNIDAD

UN ANTIGUO INSTINTO EVOLUTIVO PARA CUIDAR A LA DESCENDENCIA

EPÍLOGO

PARA SABER MÁS

AUTOR

PRÓLOGO

SE DICE, CON RAZÓN, DEL SER HUMANO que es el “nacido de mujer”. Para llegar al mundo, todos necesariamente hemos pasado los nueve primeros meses de vida en el seno materno. Somos seres familiares y no huérfanos en la inmensidad de los espacios siderales.

«La madre es siempre cierta», afirma un principio básico del Derecho Romano. La que gesta y da a luz al hijo es la madre y la naturaleza le dota de un cerebro materno. A la vez, el padre no tiene menor significación en la vida del hijo desde su nacimiento. De hecho, la correcta integración afectivo-cognitiva del hijo requiere la alineación con los cerebros del padre y de la madre, o de quienes hagan sus veces si ellos faltan. La experiencia del cuidado de la criatura es la que desarrolla en el padre su cerebro paterno.

Desde siempre se ha visto unida la secuencia natural de la concepción, gestación, parto, lactancia, en la que la protagonista es la madre, y educación conjuntamente con el padre. A lo largo de los 2 000 000 de años que el hombre puebla la tierra, el núcleo familiar se ha establecido precisamente conforme a esa secuencia, a fin de garantizar a los hijos el entorno favorable y necesario para su desarrollo. En el género humano se dice que el parto siempre es “prematuro”, porque imperiosamente necesita, tras nacer, un “acabado” en la familia.

La intención de este libro es mostrar que los vínculos de apego familiares son amores personales que, a su vez, están sustentados biológicamente por los procesos transmisores de la vida. Para comprender la realidad de esos vínculos tendremos que mirar muchas veces hacia atrás, a las especies antecesoras que constituyen nuestro “camino ontológico”.

El proceso evolutivo de la hominización, que parte del linaje de los grandes simios hasta alcanzar a los primeros hombres, ha seguido un proceso de optimización de las funciones cerebrales. Para analizarlo contamos actualmente con un objeto de estudio único, inimaginable antes de la aparición y desarrollo de la biología molecular. Disponemos del registro fósil de mayor importancia que hubiera podido hallarse. Se trata del genoma de los individuos de las diversas especies. El genoma conserva siempre las huellas de los cambios genéticos, de las especies precedentes de su misma línea evolutiva, y de todos los cambios desde que apareció el primer ser vivo.

Todo lo propio y genuinamente humano presupone disponer de un peculiar cerebro. Los datos comparativos entre el genoma del Homo sapiens y el genoma del Pan trogloditas señalan que las diferencias genéticas entre los miembros de las dos especies no alcanzan al 2 %. Y, sorprendentemente, no solo no hay más genes, sino que incluso se ha perdido alguno. La diferencia esencial se encuentra en el control que ejercen los genes rectores, que regulan la cantidad de proteína que se fabrica en la construcción y maduración del cerebro.

Este hecho es muy significativo. Un chimpancé por “inteligente” que sea no tiene decisiones, opiniones, amores, etcétera, que cambien el cerebro haciéndolo único y propio. Por el contrario, en el hombre todo deja huella de manera que no existen dos cerebros iguales. Cada uno es artífice de la construcción y maduración de su propio cerebro a lo largo de toda su vida. El presupuesto imprescindible es, precisamente, poder regular con la propia biografía los genes que recibe con la herencia genética.

El cerebro otorga al hombre las capacidades, entre otras, de pensar, hablar, proyectar el futuro, y se desarrolla gracias a las relaciones interpersonales y las decisiones propias. El pequeño porcentaje de genes perdidos en el proceso hace posible que el hombre pueda liberarse del encierro en el automatismo de los procesos biológicos y relacionarse personalmente con los demás. Así pues, podemos hablar de pobreza biológica del cuerpo del hombre, de modo que la autonomía respecto al entorno, propia de los animales más evolucionados, significa libertad personal.

Quizá sea por mi condición de bioquímica por lo que, precisamente, no puedo separar en el ser humano el nivel de la biología del nivel del espíritu. Por ello, no busco el límite que nos separa de nuestros ancestros más cercanos. Más bien, me pregunto por el modo en el que la sexualidad, reproducción y paternidad propias de la zoología se transforman en biología humana, que estudia el cuerpo sexuado del hombre, un ser esencialmente familiar.

La ciencia aporta una certeza inmensa acerca de lo que nos hace humanos: lo que nos permite liberarnos del encierro en los automatismos de la vida animal que siempre está presente. El cometido de la biología humana no es definir la libertad humana o determinar su origen. Sin embargo, lo que esta ciencia evidencia es que el principio vital del hombre trasciende al nivel biológico, puesto que el cuerpo humano que se constituye desde tal principio vital difiere cualitativamente de un organismo animal.

Trataremos del modo de cómo los procesos de reproducción animal, indispensables para la supervivencia de los individuos y las especies, se han hecho vinculos de apego, amores familiares, necesarios para una vida plenamente humana.

Hablaremos de esos momentos estelares de la evolución en que empieza a manifestarse lo que nos hace humanos.

Natalia LÓPEZ MORATALLA

Catedrática emérita de Bioquímica y Biología Molecular

I.

LA SORPRENDENTE PECULIARIDAD DEL CUERPO Y EL CEREBRO HUMANO

«El cerebro humano es un logro de la naturaleza con el que ha aflojado las cadenas que atan a los individuos al dictado de sus propios genes»[1].

UN CUERPO PARA QUIENES POSEEN UN PLUS DE REALIDAD

La biología humana no es zoología: la corporalidad humana

Te propongo, lector, que abordemos el tema de los vínculos familiares, que surgen de esos amores íntimos que permiten la transmisión de la vida humana de generación en generación. Para ello, necesitamos comprender a fondo qué queremos decir cuando afirmamos que el cuerpo del hombre es personal. Lo comprenderemos mejor si escuchamos lo que afirman las ciencias que tratan del cerebro.

El cuerpo humano no es un cuerpo animal con un componente añadido, aunque este estuviera íntimamente unido al cuerpo. Para explicarlo, durante siglos, se han seguido dos vías y las dos han resultado inapropiadas, en la medida en que las ciencias de la vida han ido avanzando y poniendo de manifiesto la intima fusión. Por una parte, la vía de remarcar de tal forma las diferencias entre el cuerpo humano y el organismo animal que el nivel biológico de cada persona queda diluido; con una distancia así el cuerpo humano resulta inexplicable. Por otra, la vía de señalar tal similitud con el organismo animal que todo lo humano se reduce simplemente a un efecto causado por un cerebro muy evolucionado; esta reducción deja sin explicación posible su psiquismo.

Los dos caminos resultan insuficientes para dar cuenta cabal del cuerpo humano personal, con una clara relación íntima e intrínseca en los binomios “cuerpo-alma” y “cerebro-mente”.

Las dos perspectivas han contribuido a crear en la cultura actual un campo abonado para la separación de la persona de su cuerpo, tanto desde el punto de vista intelectual, como también en los intentos de llevar a la práctica esa separación mediante técnicas de intervención y manipulación del cuerpo y cerebro del hombre.

Esta disociación de la persona de su cuerpo tiene una enorme influencia en el terreno de la transmisión de la vida humana. La práctica de la biotecnología de la contracepción, de la reproducción humana artificial y los tratamientos transhormonales permite, de hecho, llevar a cabo separaciones materiales. La ideología que trata de reinventar al hombre —la del Hombre Autónomo, que no debe a nadie su existencia— requiere disociar su ser biológico de su ser humano necesariamente personal con una triple separación:

1 Separación de su origen mediante una transmisión de la vida en la que no es engendrado por los cuerpos personales de uno y una, haciendo tambalear su identidad biológica.

2 Separarle de su propio cuerpo mediante el dominio de quien es seleccionado para venir al mundo y para transmitir la vida y

3 separarle del propio cuerpo sexuado, pretendiendo que la sexualidad sea una opción y no una condición personal, con pérdida, por tanto, de la identidad sexual.

No entraremos en las motivaciones de esas tecnologías, las justificaciones o las críticas éticas de su aplicación en los hombres. Escribo este libro con la sola intención de mostrar lo bien hechos que estamos. Lo hago desde la pasión por la ciencia que nunca he disimulado. Tan bien hechos estamos que separarnos de nuestro cuerpo es, en mayor o menor medida, borrar las señales del camino que conduce a la felicidad. Y, como consecuencia, también hace peligrar la supervivencia del humanismo que ha sido la bandera de la cultura occidental.

El plus de realidad de cada hombre

Tanto la biología humana como la neurobiología dan razón de la intrínseca fusión en cada hombre del nivel biológico, con sus leyes propias, y el nivel del espíritu, que se manifiesta en la liberación el encierro en los automatismos de los procesos biológicos y de la vida exclusivamente en presente; encierros propios del automatismo de la vida animal. La fusión intrínseca de los dos niveles, desde la constitución misma de cada uno, permite la apertura hacia dentro de sí mismo y hacia los demás. Fusión que da lugar a un plus de realidad de cada hombre, que permite, en definitiva, poder amar a los otros como a uno mismo.

Con frecuencia, cuando se habla de dos niveles —biológico y espiritual— o de tres —animal, psíquico y espiritual—, se tiende a imaginar estratos uno sobre otro, o grados inferior, medio y superior, con sus límites y fronteras. De forma que, con frecuencia, se hacen preguntas mal planteadas como a qué nivel corresponde el sentimiento o dónde está la inteligencia, etcétera.

La dinámica de la vida —dinámica epigenética— resolvió, hace décadas, la debatida cuestión de las “junturas del alma y el cuerpo”. Todo organismo animal recibe de sus progenitores una información genética que le constituye: la secuencia de los peldaños de la doble hebra del ADN de aquellos fragmentos, los genes, que son las unidades de información. El ADN de cada cromosoma es una doble hebra de un larguísimo polímero formado por cuatro bases —adenina, timina, citosina y guanina— colocadas en orden preciso a lo largo de cada una de las dos hebras y complementarias entre sí: adenina-timina y citosina-guanina. La secuencia, u orden de colocación, contiene información genética: “dice” que proteína se forma siguiendo ese patrón.

Sin embargo, el soporte material de la información genética, el polímero ADN, cambia de estructura constantemente —manteniendo logicamente la secuencia— a lo largo de la vida del individuo, y con ello, a su vez el estado del viviente desde cigoto, a embrión, nacido, maduro o anciano. Este cambio con el paso del tiempo, en interacción con el medio —cambiante a su vez—, amplía por retroalimentación la información, dando lugar a lo que conocemos como información epigenética.

Esta información permite que los mensajes de los genes se expresen de forma ordenada en el tiempo —información temporal—, y de manera diferente en los diversos órganos y sistemas del organismo —información espacial—. Lógicamente, no es el mismo mensaje el que dicta cómo se construye el ojo, que el mensaje que dicta que se construya el hígado.

El aumento de la información con el proceso mismo es causa eficiente del paso de lo simple a lo complejo, a lo largo del tiempo. Eficiencia que se manifiesta en la aparición de propiedades y funciones que no poseía en etapas anteriores. Las propiedades “no están” en el material de partida, ya sean genes, neuronas o estados mentales.

Esa regulación ordenada de la expresión de los genes, en el espacio del organismo y a lo largo del tiempo es el programa genético: una ordenada sucesión de los mensajes que “dictan” los genes. Lo que se puede denominar también principio vital de ese organismo concreto y, que clásicamente, se denominó “alma vegetativa” o “alma sensitiva”.

De esta forma, la lógica de la vida, del cerebro y de la mente, supera cualquier mecanicismo causa-efecto

En los seres humanos nos encontramos con un nuevo nivel de información: la información relacional, propia de cada uno y que le permite abrirse hacia él mismo, intimidad, hacia los demás, relaciones interpersonales, y hacia el mundo en el que ocupa un puesto específico. Los dos niveles del ser humano están intrínsecamente fundidos, porque integra en la unidad viviente las diferentes informaciones: aquellas genéticas de las que parte para construirse y aquellas otras que le vienen por el proceso de su desarrollo, con las informaciones que proceden de su relación con los demás.

Esta información, que potencia la información genética recibida de sus progenitores, no surge del proceso como lo hace la epigenética, ni es un añadido (Figura 1.1).


Fig. 1.1. Emergencia, a lo largo del proceso de autoconstrucción, de propiedades que no poseen las organizaciones del sistema en las etapas anteriores

El principio vital de cada hombre está potenciado en su misma constitución por la libertad imprescindible y necesaria para poseer intimidad, habitar el mundo y vivir en relación con los demás.

De forma que el cuerpo humano no es nunca un organismo animal, sino que manifiesta siempre a su Titular. O dicho de otro modo, el cuerpo humano manifiesta un plus de realidad, como capacidad de aflojar el tipo de ataduras que encierran al animal en los ciclos biológicos de la especialización. Ese plus es liberación del encierro en los automatismos y del estar en un exclusivo presente: es libertad.

El mensaje genético en vez de quedarse ordenado a la mera vida corporal, en función de la especie, se ordena hacia los fines propios personales. Esa dimensión corporal, abierta y relacional, que es precisamente el elemento constitutivo de la personalidad humana, es signo de la presencia de la persona, pero no su causa.

LA RIQUEZA BIOLÓGICA DEL ANIMAL

Los nudos gordianos y los semáforos

Siempre he visto el mundo vivo con la idea evolutiva de más con más: más informacion genética y más información epigenética significa más intensidad de vida, más complejidad y, por tanto, mejor especialización al entorno y más posibilidades. Pero ante el hombre libre de las ataduras de los genes y pobre biológicamente —más con menos— necesitaba encontrar algunas imágenes con las que pudiera expresarme sin acudir a demasiados tecnicismos.

La expresión “aflojar las ataduras que nos atan al dictado de los genes”, que he usado con frecuencia, se la robé a un viejo colega neurocientífico, Francisco Mora, con que comenzaba este capítulo.

Hace años pensé la imagen del nudo gordiano que me ha servido para expresar esta frontera entre el animal y el hombre de forma que no acabe en un dualismo. Aflojar una atadura no es romper el lazo que hace el nudo. Los lazos naturales están sellados con nudos gordianos, que no se pueden deshacer por tener amarrados los extremos. Como cuenta la historia o la leyenda, Alejandro Magno solucionó el problema cortando el nudo con su espada. Es decir, la naturaleza ata los mecanismos de la supervivencia de tal forma que solo con violencia se pueden deshacer.

El cerebro animal funciona tan perfectamente que es capaz de ajustar muy bien la respuesta a la necesidad. La naturaleza le dota de ese tipo de nudo en aquello de que depende la supervivencia del individuo y la especie. Alcanza así tal especialización que es la que le conviene para sobrevivir y cubre todas sus necesidades en su propio nicho ecológico. La especialización al nicho es riqueza biológica. Como también lo es que algunos pequeños cambios en algún gen aporten características diferentes a algunos individuos.

En efecto, si cambian las características del entorno, o bien algunos individuos se adaptan a las nuevas condiciones, o la especie se extingue. Los portadores de ese carácter viven más tiempo que los demás y dejan más descendientes, que son los que portan esos caracteres mejores para la adaptación al entorno. Esa selección natural es ley de vida natural de todo ser vivo, excepto del ser humano, porque los vivientes tienen nudos gordianos establecidos desde que la vida aparece en la Tierra. Los nudos gordianos se configuran como instinto animal. Un perro, por ejemplo, puesto que tiene cerebro, ve y huele el hueso que es estímulo para él, en tanto tenga hambre. Y por ello, el instinto de conservación que se procesa en su cerebro genera la respuesta instintiva de ir a por el alimento. El hueso es así la ocasión que despierta la correspondiente respuesta instintiva perfectamente ajustada. El animal no come si está saciado —nunca se indigesta— y tampoco se envenena porque sabe lo que debe comer. Igualmente, el animal sabe cuándo le toca reproducirse.

¿Por qué lo “sabe” y no se equivoca? ¿Por qué no tropieza dos veces sobre la misma piedra?

Aquí viene la imagen del semáforo. Recuerdo que, en la última semana de julio de 2010, se publicaba en la revista científica Nature una investigación que me resultó especialmente gratificante. Entre otros motivos, porque llevaba tiempo buscando una imagen que plasmara la esencia misma del cerebro animal. Y ahí la encontré. Es la imagen del semáforo que da paso libre, o, por el contrario, ordena parar la circulación de una vía concreta.

El animal “sabe” por la emoción que despierta el estímulo. Eso significa el nudo gordiano: que lo conveniente es agradable y genera el ir a por ello, o que lo inconveniente le desagrada y toca huir o atacar. El cerebro procesa la emoción. Y la emoción enciende la luz roja o verde del semáforo. La memoria guarda en el cerebro la emoción experimentada. Así aprende. Por ello, sabe lo que le conviene, aunque no sepa qué sabe. Cada individuo posee, en el patrimonio natural de su especie, la información que le da la luz verde si le conviene y solo a lo que le conviene; y luz roja si no le conviene.

El animal funciona con un “entonces, sí” sin necesidad de entender las razones. El semáforo, además de medir la recompensa/castigo, conviene/no conviene, entonces, sí/entonces no, también dirige el terminar una tarea y empezar otra.

Las señales, roja y verde son compuestos químicos —neurotransmisores y hormonas— que frenan, porque son inhibidores de las conexiones entre las neuronas, o permiten el flujo y lo activan, porque potencian la excitación de una de las neuronas que la transmite a otra y así sucesivamente. Al igual que el tráfico de una gran ciudad con múltiples vías, estas conexiones requieren regulación.

El instinto animal es su “razón”: un nudo gordiano bien ajustado y apretado. Es así como su biología le dicta la vida, de forma que nunca se equivoca ni infringe las normas de circulación del cerebro.

Lógicamente, y aunque todos los cerebros animales funcionan con las mismas leyes, no son iguales y, grosso modo, oscilan de tener en el cerebro una capa, dos, y una tercera, la corteza cerebral, más o menos reducida. Cuanto más evolucionado es un animal, más circuitos neuronales conectan entre sí de una capa a otra y mejor los recorren. Pueden entretenerse con algo, improvisar y no se pierden. Pero nunca pueden salirse del camino porque todos los circuitos son de un solo carril y dirección única. Los recorridos posibles del cerebro les dan los posibles estados mentales propios de la vida de los individuos de esa especie y hacen posible las operaciones, tendencias, instintos y comportamientos específicos.

No hay sorpresas; solo responden a un “entonces, sí”, que es un presente porque el estímulo ha de estar presente. Pueden integrar con éxito una gran cantidad de información, pero no vinculan los hechos a una causa, porque la causa no se experimenta corporalmente y solo los efectos se manifiesta en el organismo.

Lo propio del animal es vivir en presente y, por tanto, no tener necesidad de proyectar el futuro, ni ganarse la vida. Dos nudos gordianos bien ajustados dictan la supervivencia de cada uno y la supervivencia de la especie mediante los mecanismos automáticos de la reproducción.

Es significativo que nunca se ha conseguido enseñar a un animal a clavar un clavo. Por una parte, vive en presente y no logra “recordar” qué quiere hacer y dará martillazos en cualquier dirección. No le viene marcado de antemano por la naturaleza que hacer y cómo hacer porque clavar un clavo carece de sentido biológico para él. Sin embargo, aprenden de sus congeneres por imitación. Es curioso el caso de una población de monos que rayan las manzanas en la corteza de un árbol; un comportamiento que les viene aprendido de atrás cuando una abuela con dificultad de masticar se tomó la manzana más facilmente tras macerarla en un árbol; no tenía intención de encontrar una solución pero la encontró (Figura 1.2).


Fig. 1.2. Ser “más con más genes” es la ley de la naturaleza no-humana, encerrada en los automatismos del ciclo estímulo/respuesta

Poseer más genes y una mayor capacidad de regular la expresión de esos genes es lo que permite que los individuos de esa especie dispongan de mayor autonomía del medio. Cada estímulo tiene un significado biológico preciso y, por eso, desencadena una respuesta específica y automática.

Es así como la biología le dicta la vida al animal: todo está en la informacion genética que han heredado. Los genes atan fuertemente, como nudos gordianos, el vivir encerrado en el automatismo del comportamiento estereotipado de la especie.

Dice la sabiduría popular que «el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra». Realmente, el animal tiene una memoria del pasado que podemos llamar “experiencial”: lo vivido directamente, como el hacerse daño al tropezar con la piedra, se graban para siempre en su memoria. Otras cosas no.

LA POBREZA BIOLÓGICA DEL CUERPO HUMANO, PRESUPUESTO DEL PLUS DE REALIDAD

La pobreza biológica del cuerpo humano es el presupuesto, y no la causa, para que pueda liberarse del encierro en el automatismo determinante de los procesos biológicos. Solo si se pueden aflojar las ataduras de los genes podrá existir un Titular de ese cuerpo humano.

El cuerpo del hombre muestra rasgos morfológicos y funcionales muy característicos, todos ellos ligados a su peculiar cerebro. Los destacamos brevemente a continuación.

1 El cambio anatómico de mayores consecuencias fue la adquisición de la postura erguida y la posibilidad, con ello, de caminar con las dos piernas, la bipedalidad. Estar de pie y tener que sujetar la musculatura de la verticalidad, exige que la cadera adquiera una forma adecuada para la sujeción de los músculos glúteos. Esto conlleva, que el canal del parto en la pelvis femenina sea estrecho, lo que exige un parto prematuro.La criatura humana nace por eso siempre de un parto prematuro, sin acabar, y necesitada por tanto de un “acabado” en la familia.

2 Andar con las piernas conlleva que las manos queden libres. La posición de brazos y piernas y la estructura de nuestras manos y pies nos liberan de la necesaria adaptación a la vida en los árboles, al mismo tiempo que nos permiten correr y transportar objetos mientras andamos o corremos. Nuestra mano está liberada de las funciones motoras; es muy corta y tiene un largo dedo pulgar, gracias a lo cual podemos hacer pinza de precisión, yema del índice con yema del pulgar, y por tanto sujetar y manipular materiales. Correlativamente, el cerebro ha de ser el adecuado para los finos y precisos movimientos de los dedos (Figura 1.3).Fig. 1.3. Estructuras anatómicas de las extremidades de primates no humanos y humanosLa mano humana es así el presupuesto —necesario, aunque no suficiente— para la fabricación de útiles complejos. Desde antiguo se afirmó que somos inteligentes porque tenemos manos. Realmente, la mano es el correlato de la inteligencia; la capacidad de fabricar instrumentos para usos de proyección futura y no solo por estricta necesidad inmediata, sino incluso por expresión artística, concuerda con unas manos que no se gastan en agarrarse a un árbol o en caminar. Tener manos nos libera.

3 Otro rasgo propio del hombre es el aparato fonador, que permite emitir y modular sonidos: la posición del hueso hioides, que sujeta la musculatura del aparato fonador, otorga la capacidad de articular sonidos. En todos los mamíferos la laringe ocupa una posición más alta que la faringe y se sitúa casi en la salida de la cavidad bucal por lo que pueden ingerir alimentos sin dejar de respirar. La laringe alberga las cuerdas vocales que, al abrirse y cerrarse al paso del aire, produce el sonido base; encima de la faringe queda una cámara de resonancia que modula el tono, permite vocalizar y ayuda al movimiento de la lengua, los labios y el paladar.Las estructuras morfológicas de la voz humana son el correlato de la capacidad de lenguaje, que necesita procesar información cerebral. Para los hombres, poder hablar ha requerido un proceso evolutivo que sincronizara una doble maduración: la del perfeccionamiento del aparato fonador, ya que los símbolos se transforman en sonidos, y una especialización del cerebro, para comprender los códigos. Así pues, las bases neuronales del lenguaje están interconectadas con otros aspectos, como es el control fino de los movimientos de la lengua, los labios, que haga posible emitir voces, cambiar el tono, etcétera.

Estos son algunos de los muchos aspectos característicos del cuerpo de los hombres. El proceso de hominización, la aparición de tales rasgos en la evolución, pudo ser viable sin la familia y, al mismo tiempo, ese conjunto de rasgos hace al hombre naturalmente familiar.

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9788432153822
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