Czytaj książkę: «Los Aquens»

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Letrame Editorial.

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Colección: Novela

© Mercedes Soriano Trapero

Edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.

Diseño de portada: Antonio F. López.

Ilustraciones de interior y de cubierta: © Marisa Jiménez

ISBN: 978-84-1114-631-9

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Este libro va dedicado a todos aquellos que,

en algún momento de mi vida, no han creído en mí,

porque su menosprecio ha hecho que tenga todavía

más ganas de realizar todo aquello que me proponga

y cumplir mis sueños.

.

Porque la realidad ya es demasiado dura,

creamos en la magia y refugiémonos en la fantasía.

INTRODUCCIÓN

Allá lejos, muy lejos de toda civilización, enclavado en las montañas conocidas como «las Simas», al norte del país y de la tierra, nace, de entre las profundidades de las montañas, un río, el más largo y caudaloso de la zona: el río Magus, o mágico como lo llaman algunos, pues nadie conoce su nacimiento.

En su inicio parece salir de la propia montaña, de su interior, para después ir haciéndose más grande al recoger las aguas de esas formaciones rocosas tan majestuosas. Y, en su curso, va regando la frondosidad que cubre el terreno y saciando la sed de la fauna que vive en aquellos lugares.

A pocos kilómetros de su nacimiento, cuando todavía no se dibuja bien todo su recorrido y las rocas se escabullen entre sus aguas entrometiéndose en su camino… aquí, bajo las aguas, escondidos entre las rocas nos encontramos con una ciudad de seres maravillosos, emparentados con hadas, ninfas, duendes y elfos, conocidos como los Aquens.

Son seres con apariencia humana, orejas puntiagudas y membranas entre los dedos de pies y manos, que les facilitan su movimiento por el agua, además de un sistema de respiración que les permite estar tanto en la superficie como en el agua; por lo demás, su aspecto y resto de órganos es muy parecido al de los seres humanos. Su diminuto tamaño, apenas llegan a los diez centímetros en edad adulta, les hace estar siempre alerta por todos los peligros que les acechan, aunque el peor de ellos, sin duda, es la mano del hombre.

Cuidan de los ríos y de toda su flora y fauna, poseen cualidades mágicas y todos los sentidos los tienen muy desarrollados.

Su mundo, su ciudad, llamada Aquer, está gobernado por una reina, Scira, y un consejo de sabios, los más ancianos del lugar (los Aquens pueden llegar a vivir ciento cincuenta años aproximadamente). Todos tienen una labor en Aquer, pero lo que predomina por encima de todo es el respeto y cariño hacia la naturaleza y los demás seres vivos.

Las hadas y elfos les enseñaron todas las lenguas del mundo, además de muchas otras disciplinas que transmiten de padres a hijos, generación tras generación. Pero su idioma principal es el Aqu, un idioma del que se desconoce su procedencia, que mezcla varios idiomas, incluso lenguas que hablan los humanos. Conocen también la forma de comunicarse de las plantas, los árboles y los animales, pues a ellos se dedican, amándolos y respetándolos como si fueran miembros de su familia.

Les gusta nadar con los peces, retándose mutuamente para ver cuál nada más rápido y volar subidos en los pájaros que, amablemente, se prestan a ello.

Su vida transcurre apaciblemente con los únicos peligros de algunos animales salvajes, que se los pueden comer por ser depredadores, y teniendo cuidado de que el hombre no los descubra. Sin embargo, existe un enemigo silencioso que está llegando, casi sin darse cuenta, a Aquer: la contaminación del planeta, que está haciendo que ríos, plantas y animales se vean afectados y, por ende, también ellos sufren las consecuencias. Contaminación que ni siquiera sus remedios mágicos puede frenar, solo aliviar momentáneamente, pero nunca parar, pues eso es algo que viene de más lejos.

CAPÍTULO 1

Los Aquens están muy preocupados por las señales de contaminación que están viendo por todos lados, su mundo y su propia existencia están seriamente amenazados, tienen que hacer algo. La reina Scira ha consultado con hadas y elfos posibles soluciones, las tres razas han llegado a una conclusión: deben educar a los humanos, y atajar el problema desde la raíz misma, sino cualquier remedio mágico que puedan hacer será en vano. Ambos, hadas y elfos, dejan que la reina de los Aquens piense en estrategias o planes para poder conseguir ese reto tan grande.

Ella, con su séquito, deciden hacer un congreso general donde los más ancianos del lugar piensen qué hacer. Es una reina joven, pero valiente y con mucha fuerza, todos la respetan y tienen en cuenta sus decisiones y opiniones, no obstante, ella no toma ninguna medida importante sin antes consultar con los más sabios del lugar. Y a ellos se dirige con tono enérgico en la asamblea organizada para tal fin:

—Hadas y elfos han llegado a nuestra misma conclusión: hay que hacer algo y actuar lo más rápido posible. Los humanos están destrozando el planeta y no se están dando cuenta; hay que enseñarles que el mundo cambiará el día que dejemos de ser egoístas y miremos a nuestro alrededor, entonces nos percataremos de toda la vida que fluye, alguna de la misma depende directamente de nosotros, de nuestro comportamiento.

Tenía razón. Todos estaban de acuerdo con sus palabras, pero ¿cómo hacerles llegar a los humanos ese mensaje? ¿Cómo cambiar su actitud, su comportamiento, su modo de vida? La magia les podía servir, pero necesitaban algo más, un cambio desde dentro, un cambio de mentalidad.

De entre los asistentes a la reunión, surge la voz de un Aquens, no tan anciano como el resto, conocido en el lugar por sus grandes hazañas y su cabeza algo alocada en algunas ocasiones: Limei.

—Yo propongo desplazarnos hasta el mundo de los humanos, organizar una expedición y desde allí luchar para solucionar el problema.

Sus palabras produjeron las risas y casi las burlas entre los asistentes y se oían comentarios como:

—Claro, Limei, y nos presentamos a los humanos…

—¿Con qué luchamos, Limei? ¿Con tomates?

—Eso es imposible, nos descubrirían…

—¡Silencio! —gritó la reina Scira—. Todas las ideas son válidas, lo único que tenemos que hacer es discutirlas razonadamente y obrar en consecuencia.

En el fondo, a la reina no le parecía una idea tan descabellada, la única manera de solucionar el problema desde la raíz era entrando en el mundo de los humanos, ver sus costumbres, su modo de vida y hacer algo para que todo cambiara. No era necesario luchar contra nadie, sino más bien luchar contra la contaminación, los humanos son los culpables de la misma, pues primero hay que ver qué hacen para provocarla y después, buscar las soluciones que la fueran frenando y eliminando poco a poco.

Y así se lo transmitió a la asamblea, la cual, primeramente, enmudeció ante tal resolución de la reina, algunos, incluso, no sabían si estaba hablando en serio. Después de unos minutos de reflexión aparecieron miles de preguntas; la principal era qué harían una vez estuvieran en tierra de los humanos, no podían descubrirse ante ellos, pues no solo su raza peligraría, sino también el resto de seres maravillosos y mágicos, el mundo de fantasía acabaría aniquilado por las barbaridades humanas. La propia reina sabía los enormes riesgos ante los que se exponía, no conocían muy bien el mundo humano, pero una vez allí, estudiándolos detenidamente, llegarían a buscar la solución que ahora mismo desconocían.

Los más ancianos seguían sin ver demasiado claro el plan de la reina, pero tampoco tenían otra solución y había que actuar. Finalmente, después de pensar y hablar entre todos, Dídot, un anciano conocido por su amplia cultura y su poca predisposición al trato cordial y amable entre sus congéneres, expuso su opinión:

—Efectivamente es una idea un tanto alocada, mi reina, pero si queremos hacer algo no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando que los humanos reaccionen por sí solos, o cambie el planeta de la noche a la mañana. Haremos, por tanto, lo que propones: Limei será el encargado de organizar una expedición con algunos de los Aquens más idóneos para la misma, no más de cincuenta, entre los cuales me incluirás; viajaremos por el río hasta la primera ciudad humana con la que nos encontremos; desde ahí, escondidos, estudiaremos el comportamiento humano, su civilización y después veremos qué remedios realizar. Primeramente, no nos expondremos ante ellos, con el tiempo sopesaremos qué es lo más conveniente. No sé si servirá de algo, pero habrá que comprobarlo.

—Gracias Dídot —manifestó la reina Scira muy complacida—. Pues así se hará. Limei, serás el jefe de la expedición. Cuando hayas reunido a todos los Aquens y preparado todo lo necesario, partiremos. Esta noche le comunicaré nuestra decisión tanto a las hadas como a los elfos, sé que podremos contar con ellos en caso de necesidad. ¡Manos a la obra!

Dídot había hablado muy sabiamente, no quedaba otra salida, aunque todos reconocían que era una solución muy arriesgada, pero el mundo entero, el planeta, estaba en riesgo, por lo tanto, cualquier cosa que se hiciera era poco, en comparación con el problema al que se enfrentaban.

Esa noche, como dijo la reina Scira, comunicó tanto a hadas como a elfos la solución que habían propuesto, así como su marcha, la expedición y lo que harían una vez que estuvieran allí. Efectivamente, tanto unas como otros ofrecieron su ayuda y aclamaron su decisión, ambos manifestaron la peligrosidad del plan, pero alabaron su valentía y su gran predisposición.

Todo estaba en marcha, por tanto, ya no había vuelta atrás.

CAPÍTULO 2

Tres días después, Limei manifestó a la reina que ya todo estaba preparado, solo quedaba que ella diera el visto bueno y propusiera un día para la partida. A ella le pareció una expedición acorde con las circunstancias a las que se iban a enfrentar, mayoritariamente estaba compuesta por Aquens exploradores, varios sanadores, algunos obreros cualificados para arreglar mil cosas, Dídot, que era el único sabio, ya que, por edad, el resto había preferido quedarse y, por último, ella, acompañada de un par de sus ayudantes más cercanas. Todos con buena predisposición y deseando poder ayudar a su pueblo. La partida, pues, quedó fijada para el día siguiente en cuanto saliera el sol.

Ese último día pasó rápido, preparando los pequeños detalles que faltaban, las tres barcas que los transportarían y despidiéndose de sus familiares. Aunque era una aventura bastante peligrosa, todos estaban confiados y optimistas, la naturaleza de los Aquens era así y, sobre todo, se sentían contentos de poder servir a su reina.

A la hora convenida, toda Aquer se desplazó hasta la superficie del río, cargaron las canoas con todo lo necesario y comenzaron los abrazos de despedida. La reina Scira contemplaba la escena con una mezcla de temor y felicidad en su rostro; era bonito ver las muestras de cariño que se prodigaban, pero sentía algo de miedo por no saber a lo que se enfrentaban y ni tan siquiera si volverían algún día… Podían pasar muchas cosas.

Cuando todos los Aquens estuvieron acoplados en sus respectivas canoas, Limei anunció a la reina que ya solamente quedaban ellos dos por subir. Los ojos de toda Aquer la miraban, esperaban que dijera algo y ella sabía que tenía que hacerlo, pero la verdad es que apenas le salían las palabras de su boca, no obstante, respiró profundamente y exclamó:

—¡Queridos Aquens! Comenzamos una gran aventura, pero no estéis preocupados, ni los que nos vamos, ni los que aquí os quedáis, todo irá bien porque los astros nos acompañan, porque la luna llena nos guiará y porque los corazones de todos estarán siempre unidos para conseguir nuestro objetivo.

Una alabanza de aplausos y vítores interrumpió su pequeño discurso, cosa que agradeció porque ya no sabía qué más decir, así que, con un movimiento de reverencia hacia su pueblo, se dio la vuelta y entró en una de las canoas. Limei la siguió y a su orden las barcas comenzaron su viaje. No miró atrás hasta que dejó de escuchar el griterío de los Aquens desde la orilla y cuando lo hizo, vio las montañas «Simas» rodeadas de nubes que parecían decirle: buena suerte y volved pronto. Sacó la mano por uno de los laterales de la barca y tocó ligeramente el agua del río Magus, con ella se tocó la cabeza cerrando los ojos y suspirando, repitiéndose una y otra vez que todo tenía que salir bien y que tarde o temprano volverían. Su pueblo lo era todo para ella y lo defendería por encima de todas las cosas. A partir de ese momento ya no volvió a ser la misma, su rostro se transformó en la viva imagen de la presión y la responsabilidad, y maduró más en unas horas que en todos los años que llevaba de mandato. Solo sus ayudantes, las que convivían con ella constantemente lo notaron, el resto la siguió viendo como la reina que era.


CAPÍTULO 3

Los primeros días de navegación fueron entretenidos, miraban mapas humanos que las hadas les habían dejado donde aparecía la ciudad a la que se dirigían, así como se dibujaba perfectamente el trayecto del río hacia ella con sus constantes meandros. No había lugar a la equivocación, siguiendo su curso llegarían a ella, no sabían el tiempo, pero era cuestión de esperar y tener paciencia.

Como repitiendo patrones aprendidos desde pequeños, los Aquens tenían las mismas costumbres que en su ciudad, cada uno se afanaba por estar ocupado en las tareas que le habían sido encomendadas dentro de la barca y todo seguía un orden establecido, el orden que Limei, Dídot y la reina Scira, habían propuesto. Ellos eran los encargados de que todo funcionara correctamente.

Tres días después empezaron a notar cómo el agua del río aumentaba de caudal progresivamente y al mismo ritmo que lo hacía, comenzaron a aparecer unas manchas de una sustancia viscosa, unas veces blanca y otras, negra, que flotaban en la superficie. Al principio no les dieron importancia, pues eran manchas pequeñas y que aparecían muy de tarde en tarde, pero con el paso de las horas aumentaron, no solo en tamaño, sino también en cantidad; y, además, iban acompañadas de un olor muy desagradable. No sabían si ese olor podía ser perjudicial, su sentido del olfato estaba muy desarrollado, al igual que los otros sentidos y quizá las notaban antes que el resto de seres vivos justamente por eso. Dídot y la reina Scira no dejaban de mirarlas y buscar una explicación:

—¿Qué pueden ser, Dídot? —preguntó Scira.

—Creo, mi reina, que es la temida contaminación, su olor desagradable y su color me hace pensar que no puede ser otra cosa.

—¡Oh, no! —exclamó la reina—. También el río está afectado, por tanto, la situación es peor de lo que esperaba, a este ritmo pronto llegará a Aquer y, ¿qué haremos entonces?

En esas cavilaciones estaban cuando Limei llegó corriendo hasta donde se encontraban:

—¡Mi reina, mi reina! Me comunican desde la última barca que han visto peces muertos alrededor de esas manchas.

—¡Eso es peligroso, muy peligroso! —exclamó Dídot—. Si los peces mueren por ellas, nosotros también estamos en peligro. Intentemos evitar en todo lo posible el contacto con las manchas, que las barcas no las rocen ni siquiera y que todos tapen sus bocas y nariz con trapos, esperemos que con eso sea suficiente.

—Pero ¿qué haremos si aparecen más? —preguntó Limei—. Cada vez se ven más y de mayor tamaño.

—Por desgracia, no lo sé Limei, confiemos en que al estar relativamente alejados de ellas y con las improvisadas mascarillas no suframos ningún mal.

—De acuerdo, iré a avisar a todos.

—Es una buena idea, Dídot —dijo la reina Scira—, pero no sé si realmente causará efecto. Evitaremos también coger agua del río, esperaremos a estar en algún lago, cascada o similar, donde veamos que el agua está clara para poder recoger la que necesitemos.

—Sí, sería conveniente. Es un enemigo silencioso, mi reina, del que no conocemos mucho, pues nosotros, los Aquens, no hemos tenido nunca, en todos los siglos que llevamos en Aquer, necesidad de enfrentarnos a él. Hemos visto lo que produce en los animales y en las plantas, sus malignos efectos y nuestros remedios nunca han funcionado con ellos, no hemos podido salvarlos.

—Bueno, vamos a prepararnos también nosotros con las mascarillas y preguntaremos a los sanadores si traen consigo algún remedio para limpiar el agua.

Ambos estaban sumamente preocupados, pues no sabían lo que podía pasar, como decía Dídot, no conocían los efectos de la contaminación en ellos; y los remedios que habían utilizado para salvar a los animales que habitaban cerca de Aquer, o que habían llegado hasta allí heridos huyendo de ese mal, no les habían servido. Algunos, incluso, habían sobrevivido momentáneamente, pero algo se quedaba en su interior que les hacía que, finalmente, murieran.

Hablaron con los sanadores buscando posibles soluciones ante lo que les podía deparar, ellos conocían todas las plantas medicinales y remedios curativos que existían, pero claro, para curar lo conocido, es decir, lo que ellos sabían, a lo que se enfrentaban todos los días en su ciudad; la contaminación era algo nuevo, algo que habían traído los humanos y la inexperiencia era absoluta. Por suerte, sí tenían algunos remedios para limpiar el agua en el caso de que no encontraran agua cristalina que poder beber. Ninguno conocía otra cosa más.

Y las manchas seguían ahí y aumentando, a los sanadores les pareció una buena idea lo de las improvisadas mascarillas, así como el planteamiento de no tocar en la medida de lo posible ninguna de aquellas manchas.

Antes de que oscureciera, decidieron acercarse a la orilla y pasar la noche en tierra firme, pues las anteriores las habían pasado en las barcas y todos necesitaban tocar tierra firme y dormir algo más relajados. Eligieron una zona que parecía bastante tranquila, en ella se veían varios árboles que les podían servir de refugio, además, no se veían depredadores y las manchas no estaban en esa zona en ese momento.

Atracaron las tres barcas, dejando en cada una de ellas a un Aquens que las vigilara durante la noche, y buscaron un buen lugar debajo de un árbol frondoso. Decidieron que todos se acomodarían juntos, que no se separarían y que, únicamente, los Aquens exploradores podían adentrarse para vigilar la zona. Todos agradecieron pisar de nuevo tierra firme, les gustaba el agua, se sentían a gusto en las barcas, pero también les agradaba el contacto con la hierba y la naturaleza verde de la orilla. Estaban contentos y optimistas a pesar de la incertidumbre de su destino. Hablaban cordialmente, reían y pasaron un rato agradable hasta que poco a poco se fueron durmiendo. Únicamente, la reina Scira se había mantenido un poco al margen, intentó distraerse con los comentarios graciosos, pero no podía, la mente se le iba constantemente a sus cavilaciones. Su séquito sabía que estaba muy preocupada e intentaron animarla en todo momento, ella agradeció su gesto, pero la responsabilidad era demasiado grande y aunque no dudaba de sus planes, temía por su pueblo. Sin embargo, inevitablemente, cayó rendida en un profundo sueño.

CAPÍTULO 4

Al amanecer continuaron su viaje. Dejaron cuidadosamente la zona, limpiaron todo de posibles rastros, cargaron algunas plantas más para aumentar su reserva de provisiones y, cuidando de que nadie se quedara en tierra, partieron de nuevo. Limei y la reina Scira, los últimos siempre en subir, y al frente de la primera barca, mirando hacia el horizonte y atentos constantemente a las manchas.

Por suerte o por desgracia, no lo sabían a ciencia cierta, los primeros edificios de la ciudad y las grandes chimeneas que soltaban humo se podían ya vislumbrar levemente; quedaba poco para llegar, eso también se notaba en la calidad del agua y del aire, en la escasa vegetación y en las nubes negras que iban y venían a merced del viento; nubes que parecían, sin duda, reflejo de las manchas que había en el agua.

Apenas llevaban unas horas navegando cuando las manchas empezaron a reproducirse de una manera alarmante, probablemente unos metros más y toda el agua estaría invadida de ellas, no quedaría un solo centímetro de agua por el que poder avanzar. Limei, Dídot y la reina contemplaban con pesar el agua y oteaban el horizonte buscando un pequeño trozo de río libre de ellas por el que poder avanzar. Tuvieron que detener los barcos y esperar que el aire se calmara o buscar otra solución, no podían arriesgarse a navegar en esas aguas, ya que no sabían lo que les podía suceder. Y no tardaron en comprobar el efecto que tanta suciedad y polución les producía: de repente todos empezaron a sentirse mal, con sensación de mareo y poco a poco fueron cayendo desmayados, todos, sin excepción, ni siquiera les dio tiempo a avisarse para tomar precauciones, toda la expedición yacía sin sentido en cada uno de los barcos. Parecía que el fin de los Aquens había llegado demasiado pronto…

Sin embargo, en uno de los barcos apareció un pequeño Aquen, un niño que había permanecido oculto durante todo ese tiempo, pero que al no oír nada decidió salir de su escondite para ver qué pasaba. Se alarmó al comprobar que todos parecían muertos, pudo comprobar que tenían pulso y se alegró. Inmediatamente buscó a su padre que también estaba desmayado y empezó a pensar qué es lo que podía hacer. Ese pequeño Aquen se llamaba Bloq, hijo de Mayus y de Semte, esta murió en el parto por una extraña enfermedad y Bloq, aunque sobrevivió, nació con algunas capacidades mermadas: no podía oír bien y había perdido completamente el sentido del gusto y del olfato. Esto, justo era lo que lo había salvado del desmayo de todos los demás. No quiso quedarse con sus familiares cuando Mayus fue elegido por Limei para formar parte de la expedición y, sin que nadie lo supiera (ya que los niños no podían embarcarse), se escondió en uno de los barcos y ahí permaneció hasta que notó que algo raro pasaba. Miró el agua, las manchas, y comprendió que lo que iban a hacer en la ciudad era luchar contra eso, contra la contaminación que también había llegado hasta allí. No podía oler el hedor que soltaban, pero debería ser mucho, hasta el punto de poder afectar a los Aquens.

Sabía que no podían permanecer mucho tiempo así y se acordó de sus lecturas, era un ávido lector, de cualquier cosa (sobre todo de las cosas raras, de esas que nadie leía). Justo antes de que salieran de Aquer, estuvo leyendo todo lo que encontró sobre contaminación y sobre las ciudades humanas y los hombres, cuando su padre le anunció que partiría en la expedición no lo dudó un momento y sin consultárselo, puesto que no le hubiera dejado, tomó la decisión de acompañarle, no quería quedarse solo; así que, esos días, no paró de leer y de «empaparse» de todo aquello que le pudiera resultar útil. Y recordó que había una planta que conseguiría reanimarlos, además de que les serviría de «antídoto» contra la contaminación. Se puso a buscar a todos los sanadores que iban en los barcos, saltando de unos a otros con hábil destreza, no encontró ni rastro de esa planta, se extrañó de que no la conocieran, pero terminó reconociendo que era lógico, puesto que los Aquens nunca se habían enfrentado a algo así, por tanto, había que salir a buscarla.

Como pudo, amarró los barcos entre sí para que estuvieran mejor sujetos, los cubrió con las lonas que llevaban para que ningún animal pudiera verlos, dio un beso a su padre y se lanzó al agua para nadar hasta la orilla y buscar la planta en tierra firme. A pesar de sus limitaciones, su vista y memoria eran excelentes, mejor que cualquier otro Aquens, y todo eso añadido a su extensa cultura, le hacían ser un pequeño Aquen muy bien preparado; sin embargo, nadie conocía sus capacidades, ni siquiera su padre, y él, en su pueblo, no había podido demostrar todo lo que sabía hacer.

«Bueno, ¿por dónde empiezo?», se preguntaba. Analizó la situación: la planta que buscaba se llamaba equinácea, si no recordaba mal, le gustó y se quedó con el nombre porque era parecida a las margaritas, una planta muy común en la zona donde viven. Tiene muchas propiedades medicinales y es muy fácil toparse con ella. Los Aquens apenas la utilizan porque es una planta indicada sobre todo para problemas con las vías respiratorias, y ellos, al tener doble sistema de respiración, no suelen tener dificultades en esas zonas. Debería ser, por tanto, fácil encontrarla. Pensó en adentrarse en el bosque, pero sin perder de vista el río para no desorientarse, probablemente no tardaría en encontrarla.

Y se puso a andar, parando de vez en cuando para investigar bien entre los arbustos; no necesitaba una gran plantación, con unas poquitas flores con sus tallos y raíces le bastaría, después ya podrían volver a por más, o buscar por otro lado.

Estaba ensimismado en su búsqueda cuando notó que todo se oscurecía tras de sí, algo le estaba cortando la luz del sol y lo tenía justo detrás. No quería mirar, tampoco quería salir corriendo, sabía que era mejor permanecer quieto para que lo que hubiera ahí se marchara… Tras varios segundos interminables, en los cuales miles de animales peligrosos y situaciones aún más peligrosas se le pasaron por la imaginación. Notó algo pegajoso y húmedo que le olisqueaba, cerró los ojos y, a continuación, una lengua lo lamía de abajo a arriba, mientras seguía con su hocico pegado a él y su reconocimiento curioso… «Vete» —pensó—. «Apenas soy un aperitivo para ti, no voy a calmar ni un poco tu hambre y tengo que salvar a mi padre».

Los Aquens se llevaban muy bien con la mayoría de los animales, así que, con el poco valor que le quedaba, decidió darse la vuelta e intentar calmar a lo que hubiera tras él… Se encontró con un gran perro lanudo que lo miraba con sus bondadosos ojos negros, sacando la lengua y moviendo la cola. Respiró aliviado, profundamente aliviado, sabía cómo controlar a un perro y, sobre todo, sabía que no se lo iba a comer. Todavía no se había recuperado cuando oyó, con su poco oído, una voz humana que gritaba: «Cora, ¿qué has encontrado?». No le dio tiempo a correr, todavía las piernas no le respondían, cuando cuatro ojos lo miraban con la boca abierta. Había sido descubierto. Se acordó de que su padre siempre le decía que debía tener mucho cuidado con los humanos, pues harían experimentos con él si alguna vez lo descubrían.

Uno de ellos, el más bajito, se agachó hasta ponerse casi a su altura. Bloq no sabía qué hacer, no los vio tan feroces como su padre y los más ancianos le decían, así que se armó de valor, recordó todas las enseñanzas de las hadas sobre el idioma humano y sus costumbres, y soltó un «Hola» tímido, levantando al mismo tiempo la mano. El humano chilló y del susto se cayó hacia atrás.

—¿Te has hecho daño, John? —le dijo la más grande al más pequeño.

—¡Eso habla… habla…! —dijo el pequeño titubeando—. ¿Qué es, María?

Bloq, con esa conversación, terminó de confirmar que no eran tan feroces y que tenían mucho más miedo que él. Parecían dos niños, como él, dos niños humanos cuyos nombres eran María y John. Así que, decidió presentarse formalmente:

—Hola, me llamo Bloq. Vengo de muy lejos y necesito ayuda para salvar a mi padre y a mi pueblo —dijo atropelladamente, confiando en que su instinto no le fallara y decidieran ahora comérselo de un bocado. Rápidamente, recibió contestación, aliviando por fin sus temores.

—¡Hola! Yo me llamo María, este es mi hermano John y esta es nuestra perrita Cora. ¿Eres un marciano?

—No sé lo que es un marciano.

—Es un ser de otro planeta, que no es de la tierra como nosotros —contestó María.

—¡Ah, no! Vivo en la tierra, como vosotros, pero debajo de un río.

—¿Eres un pez? —preguntó la niña.

—No, soy un Aquen.

—¿Un Aquen? ¿Qué es eso? —preguntó John, que parecía que ya se había recuperado del susto.

Bloq siguió contestando pacientemente las preguntas de los dos niños; era normal que mostraran tanta curiosidad, algo así no se veía todos los días. Pero tenía prisa, debía encontrar la planta cuanto antes, si su padre y los demás se mantenían desmayados durante más tiempo, podían tener daños irreversibles en sus pulmones e, incluso, podrían morir. Decidió tomar las riendas de la conversación, contarles rápidamente todo lo que había sucedido hasta ese momento, decirles que no debían contar a nadie lo que él les estaba diciendo y buscar cuanto antes lo que necesitaba. Los niños, entonces, le hablaron de que vivían en la ciudad, pero que tenían una casa en el campo con un montón de flores y plantas, puesto que a sus padres les encantaban y que quizá allí estuviera lo que Bloq necesitaba.

Se marcharon corriendo hacia la casa; Bloq subido en Cora. Por el camino, los niños le iban contando que John no podía andar bien, puesto que tenía una pierna más corta que la otra, un problema de nacimiento. Bloq, entonces, les contó que él también tenía algunos problemas de nacimiento, esos problemas le hicieron no oír a Cora cuando esta se acercó por detrás. Solo se conocían de unos minutos y parecía como si se trataran de toda la vida, sus puntos en común les hacían sentirse mucho más unidos.

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