Czytaj książkę: «Simple-Mente un caballo»

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Título original: Simple-Mente un caballo

Primera edición: Marzo 2013

©2013 Marta Prieto Asirón

©2013 Diseño de cubierta: Marta Prieto Asirón

©2013 Maquetación y producción: Carolina Hernández A.

© 2013 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

ISBN: 978-84-939363-8-9

Impreso en España

Simple-Mente un caballo

Un camino creativo para el desarrollo de un nuevo modelo

de gestión y liderazgo de las organizaciones y los líderes del s. XXI

Marta Prieto Asirón

“No debemos cesar de explorar y al final de nuestra exploración,

llegaremos al punto donde comenzamos y lo conoceremos por primera vez”.

T.S. Eliott

A María, que fue caballo antes que yo.

Prólogo

Todos los fines de semana que puedo me escapo al campo con mis caballos. Cuando monto tengo la curiosa sensación de que estoy mejor que sobre mis dos piernas. Será porque soy una sagitario nacida en año de caballo según el horóscopo chino. Pero también porque he tardado casi veinticinco años en conseguir el sueño de tener mi propio caballo.

Desde muy pequeña he sentido una fuerte conexión con la naturaleza y con los animales; algo, por otro lado, normal en la mayoría de los niños si tienen la posibilidad de vivir en el campo o de tener una mascota. Pero yo, además, quería ser oceanógrafa o periodista de National Geographic. Compraba y leía todos los libros de Félix Rodríguez de la Fuente y Jacques Cousteau. Saber cómo pueden orientarse las aves en sus viajes a través del mundo, qué feroz instinto guía a los salmones en su frenético trayecto aguas arriba para cumplir su inexorable destino, o qué misterioso lenguaje utilizan los delfines, salvajes pero, a la vez, extrañamente amistosos con los humanos, eran para mí los más fascinantes temas. Por eso siempre he tenido (y tengo) todo tipo de animales que me maravillan por la sabiduría instintiva que guía sus trémulas existencias y por la felicidad que nos transmiten. Para mí, tener caballos era el mayor sueño posible.

Una aspiración que no se iba a cumplir hasta mucho tiempo después. Un fatídico accidente relacionado con caballos en la familia me alejó de ellos durante años. Sólo cuando mis hijos crecieron un poco empecé a llevarlos a montar. Años después, acondicionamos nuestras propias cuadras. Ahora pasamos los fines de semana y las vacaciones limpiando establos, trenzando crines y montando dentro y fuera de la pista. Con mis caballos he llegado a sentir algo que ya había leído: que “montar es bueno para el alma, una especie de meditación, un alivio de la presión del mundo”.[1]

En la primavera del 2010 decidí apuntarme a un programa de entrenamiento en horse coaching y así poder combinar mi experiencia en el campo de la consultoría y la formación con mi pasión por estos cuadrúpedos. Después de más de veinte años dedicada al mundo de la empresa, la posibilidad de combinar mi actividad profesional, investigadora y docente con la del mundo animal me pareció la cuadratura del círculo.

Desde entonces he desarrollado varios programas de desarrollo personal y profesional con caballos pues creo que el conocimiento y el contacto con estos magníficos animales pueden ayudarnos a entender, de una manera más creativa, conceptos esenciales para nuestro crecimiento como personas dentro y fuera de las organizaciones. Ya hay numerosos profesionales, sobre todo en el mundo anglosajón, que han probado con éxito la eficacia de este enfoque de trabajo.

No en vano humanos y caballos se conocen y reconocen desde hace miles de años. Por un lado, las coincidencias entre las capacidades naturales de estos animales nobles, puros y coherentes y su forma de relacionarse entre ellos con las de las personas, pueden ofrecer una nueva perspectiva sobre quiénes somos y qué cualidades necesitamos para sobrevivir y ser felices. Por otro lado, las relaciones establecidas desde hace siglos entre humanos y caballos están fundadas en principios de actuación cuyo conocimiento puede ser tremendamente revelador para reflexionar acerca de las relaciones entre las personas.

Como observadora de la realidad humana, económica y empresarial, intento intervenir con mis cursos en los procesos de transformación que muchas empresas están acometiendo o que se van a ver obligadas a realizar en poco tiempo. Desde mi experiencia, en la mayoría de los casos, el cambio se vive con resistencia, pesimismo y falta de ideas.

Al escribir este libro, Simple-Mente un caballo, he tratado de realizar una reflexión diferente sobre el cambio, un proceso que, a mi modo de ver, sólo puede construirse a partir una nueva forma de pensamiento y de la recuperación de capacidades infra-utilizadas que todos tenemos como la creatividad, la intuición o el manejo de las emociones. También es un llamamiento a la necesidad urgente de modificar nuestra actitud y nuestra forma actual de decidir y relacionarnos para poder avanzar y adaptarnos a un presente que empieza a no tener mucho que ver con lo que conocíamos.

Los caballos aportan un enfoque distinto al cambio que nos puede ayudar a pensar acerca de: (1) la necesidad de evolucionar hacia un estilo más auténtico y creativo para poder liderar e influir efectiva y positivamente en otros; (2) cómo la creación de entornos de relación y aprendizaje positivos generan espacios únicos donde el talento de todas las personas puede fluir libremente y conectarse al talento de los demás; (3) que el instinto y otras capacidades no racionales —a las que, al crecer dejamos de prestar atención—, son de suma importancia en nuestras vidas y en las de las de las personas que nos rodean; (4) cómo intentar canalizar y unir nuestras mejores cualidades para, entre todos, definir un futuro en el que, de una vez por todas, empecemos a resolver algunos de los enormes desafíos a los que hoy nos enfrentamos.

Este libro intenta conectar al lector con mi pasión hacia los caballos, seres asombrosos, capaces de actuar con la mayor sensatez e inteligencia y de transmitirnos y enseñarnos mucho. Espero que este insólito camino hacia el autoconocimiento y hacia una diferente perspectiva de nosotros mismos le sorprenda tanto como a mí lo hacen cada día estos animales.

Nada de esto hubiera sido posible sin las enseñanzas de mis maestros, los verdaderos susurradores de caballos: Ariana Strozzi cuyo curso de formación en horse coaching cambió para siempre mi forma de pensar y me abrió una puerta a un mundo asombroso y desconocido; Monty Roberts, un vaquero que ha descrito su extraordinaria experiencia con caballos en varios libros que he leído casi sin respirar; Michael Peace, autor, entre otros, del manual Piensa como tu caballo, un excelente tratado para entender a estos sutiles e inteligentes animales y Klaus Ferdinand Hempfling, por su estupendo libro, Tratar con caballos, cuyas enseñanzas en el arte de trabajar con caballos aplico a los míos con resultados excepcionales. Luego he leído y sigo leyendo muchos y buenos libros sobre caballos de autores como Lucy Rees, Linda Kohanov, Magrit Coates, Mark Rashid, J. Edward Chamberlin, Sarah Widdicombe, Sally Swift, etc. De todos ellos he aprendido algo interesante (y me quedan muchos).

También quiero agradecer a mis amigos, (que yo considero druidas modernos), Hugh McCann, Rosie Tomkins y Orly Barak que, en sus fabulosas visitas y estancias en mis instalaciones, me enseñaron mucho de lo que saben. De otros que me visitaron también aprendí mucho acerca de lo que no quiero hacer.

En el ámbito de la empresa, quiero expresar mi reconocimiento a diversos autores como Alex Rovira, con el que comparto el optimismo vital y la defensa de un management más humanista; al Dr. Mario Alonso Puig, excepcional comunicador e imprescindible para sobrevivir actualmente; al reciente y tristemente fallecido Stephen Covey, un autor que debería ser de obligada lectura, y al audaz y brillante Sir Ken Robinson, quien se ha propuesto cambiar el mundo (y creo que lo está logrando).

Y por último, me gustaría agradecer a todos mis extraordinarios amigos y familiares, Fernando y a Sara, su maravillosa influencia en mi vida; Fernando Martín, Miguel Fernández-Rañada y Enrique Salas, su apoyo incondicional a este insólito proyecto y seguramente a cualquier otro que se me ocurra; Adín, mi sorprendente profesor de equitación, un ejemplo de integridad, rectitud y trabajo; Susana Rico, mi increíble amiga bancaria-jinete, a mis incondicionales amigas del cole, Laura, María, Patricia, Inés y Adriana; y a tantos amigos que me inspiran y a los que quiero, Luis Martín, Luis Guerra, Rafa Mira, Eduardo Hermosa, Eduardo Gismera, Pablo y Blanca; a mi increíble hermano Rafael, a mis padres y a mi mano derecha, Carolina. Y por encima de todos a Paco, mi marido, en el que me ha bastado fijarme para poder describir los valores y la actitud del auténtico caballero y a mis hijos, cargados de inteligencia, fuerza y sensibilidad hacia los animales. Sin todos ellos nunca me hubiera atrevido a escribir este libro.

En noviembre del 2010 me instalé en un pequeño hotel en la falda del Montseny en Barcelona, en medio de un espectacular paraje natural. Caía agua sin parar. Un chubasco fino, constante y silencioso que iba empapando los prados, los bosques, llenando los ríos y la piscina del hotel. Una lluvia otoñal que el campo agradecía. Los caballos movían sus grupas para colocarse en dirección contraria a las ráfagas de agua y esperaban dócilmente a que remitiera el temporal.

El chaparrón traía un silencio ruidoso de gotas sobre las tejas. Las personas se recogían en el hotel a jugar a las cartas, a ver la tele o, como yo, a escribir. Al día siguiente empezaría el curso que me reuniría con un grupo de doce desconocidos de diversos países en una aventura fascinante hacia el centro de nosotros mismos.

La borrasca seguía cayendo dócilmente. Al mirar por la ventana, vi el campo húmedo, las montañas, las nubes bajas, el bosque frondoso al fondo. Los caballos estaban esperándome, mojándose pacientemente hasta que les llegase su turno el día siguiente. No conocía esos caballos, ni tampoco a las personas a las que me había unido en una insólita búsqueda. Yo esperaba impaciente a ver qué sorpresas me deparaba el día después.

Montseny, noviembre 2010

1. Crisis, Cambio y Caballos

“El hombre sabio creará más oportunidades que las que encuentra”

Francis Bacon

Capítulo 1. Crisis, Cambio y Caballos

“El modo más efectivo de administrar el cambio es creándolo”

Peter Drucker

El mundo ha estado y estará siempre en constante evolución, aunque ahora sería más apropiado hablar de revolución. No hay más que pensar que un iPod contiene más tecnología que la que teníamos cuando el Apolo aterrizó en la luna y en cuánto hemos evolucionado en muy poco tiempo. Cada día presenciamos inventos extraordinarios. ¿Habéis oído hablar del “papel exterminador”, un nuevo material que combate las bacterias que causan el deterioro de los alimentos?, ¿o de un nuevo tipo de vidrio, creado por el Ministerio de Energía estadounidense, más fuerte y más resistente que el acero y que cualquier otro material conocido? Órganos sintéticos, televisiones inteligentes, biométrica, clonación, ingeniería inyectable de tejidos, sistemas informáticos capaces de simular y emular la capacidad del cerebro para sentir, percibir, actuar, interactuar y pensar, nanomáquinas, no son elementos de una película de ciencia ficción como Minority Report, sino que son algunas de las tecnologías más innovadoras de la últimas décadas. En pocos años, “la innovación tecnológica está haciendo posible una especie de segunda revolución industrial”. [2]

La tecnología ya ha cambiado nuestra forma de vida para siempre y sigue creciendo a ritmo geométrico. Además, están pasando muchas otras cosas relevantes e inquietantes a la vez. Como explica Alvin Toffler en su libro El shock del futuro, “ningún otro período en la historia de la Humanidad puede compararse en grado, velocidad y complejidad global con los cambios y desafíos a los que nos enfrentamos en la actualidad”.

Todo el planeta está viviendo el vértigo de los cambios actuales. Los que alcanzamos a vivir otra era más tranquila, y no digamos nuestros padres o abuelos, todavía sentimos cierto estupor ante acontecimientos con los que jamás hubiéramos soñado. En general, creo que nos ha tocado vivir una época única y maravillosa. Por ejemplo, los nuevos dispositivos tecnológicos nos permiten hacer muchas cosas de otra forma inalcanzables, y acceder a un conocimiento inagotable, y, gracias a ellos, alguien como yo puede ocuparse de su familia de cuatro hijos mientras desarrolla una intensa y variada actividad profesional; un verdadero lujo inasequible a nuestras antepasadas!

Pero nuestros descendientes, que han nacido con todas estas ventajas, probablemente nunca experimentarán el mismo agradecimiento ni mucho menos el mismo desasosiego hacia los prodigios de hoy sino, muy al contrario, los considerarán un punto de partida y serán consumidores extremadamente exigentes e insaciables en la búsqueda de novedades. Ellos y también nosotros, estamos perdiendo la capacidad de asombrarnos. Películas como La guerra de las Galaxias o Armagedón, nos parecerán cada vez menos fantásticas. Mi hija de trece años me contaba el otro día que la tecnología para mantener vivo el cerebro después de la muerte (que aparece en la película Avatar) ya es una realidad. ¡Y ni siquiera hablamos de ello más de cinco minutos!

Los cambios son tan intensos que forman ya parte de todos nosotros. Los jóvenes y niños de esta era no conocerán productos ni inventos que perduren; la normalidad para ellos será un ritmo de cambio rápido y continuo que vivirán con creciente impaciencia. Además, tendrán alternativas infinitas de ocio, conocimiento y estilo de vida, lo que probablemente hará de ellos expertos en tomar decisiones de forma rápida y constante. Lo cual no quiere decir necesariamente que vayan a tomar las mejores decisiones[3].

Muchas cosas han ocurrido en el último siglo. Durante este corto espacio de tiempo en la Historia, la Humanidad se ha esforzado en extremo en transformar su entorno de todas las formas posibles: hemos conseguido cambiar el clima del planeta, alargar significativamente la duración de nuestras frágiles existencias, transformar la sociedad en la que vivimos, nuestros gustos y nuestra forma de relacionarnos, nuestra manera de divertirnos, el acceso a la información. En poco más de cien años lo hemos cambiado casi todo. Tanto éxito hemos tenido cambiando, que hemos hemos superado el punto de no retorno y desencadenado un proceso imparable en el que todo lo que nos rodea se mueve a un ritmo acelerado e impredecible que ahora nos abruma.

No siempre los cambios han tenido los mejores resultados posibles. Al impacto sobre el cambio climático, habría que añadir nuestra incapacidad manifiesta de atender las necesidades básicas de la explosión demográfica, la incertidumbre sobre la capacidad de abastecimiento futuro de las fuentes de energía tradicionales, la inestabilidad política en vastos territorios del mundo, la pérdida de valores tradicionales y, demasiadas veces, del propósito personal, los altos índices de pobreza y el analfabetismo de gran parte de la población mundial, los continuos vaivenes y crisis económicas. Estos son algunos de los frentes que requieren un reajuste drástico y urgente. Nuestra responsabilidad personal y colectiva hoy es enorme.

Sin embargo, no hemos sido capaces de evolucionar como individuos ni como organizaciones en la misma medida que los cambios que hemos provocado a nuestro alrededor. Nuestros sistemas educativos y nuestra forma de enseñar y aprender siguen anclados en fórmulas inventadas por nuestros antepasados con raíces en la Edad Media y nuestras organizaciones siguen fieles a los métodos y a la orientación que dos generaciones atrás idearon nuestros bisabuelos para resolver las necesidades sociales y económicas de su época. Una situación paradójica y preocupante considerando que ya hemos superado la era industrial y estamos saltando rápidamente de la era tecnológica a la era del conocimiento.

Así, muchas organizaciones siguen volcadas en el desarrollo y perfeccionamiento del conocimiento técnico y de los procesos que les funcionaron durante el último siglo. Como resultado, empresas que lo hicieron muy bien durante décadas, hoy están atrapadas en rígidas y burocráticas estructuras y han caído en la trampa de su propia complejidad, lo que obstaculiza su capacidad de adaptarse a la nueva vorágine del mercado. La consecuencia es un escenario de profundos conflictos y desequilibrios que afectan a individuos y a organizaciones por igual: directivos y empresas que han perdido la visión, navegando en las peligrosas aguas de los mercados actuales en una descabellada huida hacia adelante sin una estrategia clara ni objetivos bien definidos, sin líderes capaces de dirigir el cambio que necesitan mientras limitan y desaprovechan temerariamente el talento y el potencial de muchos individuos que trabajan en ellas.

Hemos tocado techo en diversos sentidos. Y mientras nos estamos cuestionando seriamente la validez de nuestra forma habitual de resolver los problemas, nos atenaza el miedo a un futuro desconocido. Muchas veces nuestra reacción es la resignación y asistimos impasibles a los nuevos acontecimientos que se están llevando por delante nuestros proyectos o sueños. ¿Crisis? Lo único cierto es que este es un escenario inédito en la Historia porque nunca antes habíamos asistido a un desbarajuste mayor de todo lo que conocemos. Pero también es una era fascinante en la que el futuro, aun lleno de sobresaltos y más impredecible que nunca, aparece lleno de posibilidades ilimitadas; una época en la que la famosa frase de Walt Disney, “si puedes soñarlo, puedes hacerlo”, cobra una nueva dimensión. Un mundo de extraordinarios recursos y enormes desafíos. Una era de grandes cambios en la que nos toca coger las riendas de nuestro futuro y empezar a conducirlo exactamente cómo y a dónde queramos estar. Personalmente creo que este es un período de enormes e inigualables oportunidades.

“El camino que han seguido los hombres hacia la gloria está empedrado de huesos de caballo”

Poeta anónimo

¿Qué tienen que ver los caballos con todo esto?

Los primeros caballos, tal como hoy los conocemos, aparecieron en las llanuras africanas al mismo tiempo que el homo habilis, aproximadamente hace cuatro millones de años. Esto sucedió después de cincuenta millones de años de evolución desde su antepasado conocido más antiguo, el Eohippus o caballo de la aurora, un animalillo ungulado del tamaño de un perro. A partir de entonces, caballos y hombres evolucionaron en paralelo desarrollando diversos sentidos con una finalidad común: salvarse de los depredadores.

Ambas especies coincidieron hace más de siete mil años y desde entonces no se han separado. Ninguna otra especie animal ha estado tan unida ni ha contribuido tanto al desarrollo de nuestra civilización como los equinos. En la guerra, en el campo, como forma de transporte o como deporte, los caballos y los hombres han funcionado como un gran equipo con mucho éxito. Hasta hace tan sólo cien años, toda la Sociedad tenía relación, en menor o mayor medida, con estos animales y, a pesar de la revolución industrial, hay todavía setecientos cincuenta millones de caballos en el planeta y una afición creciente a ellos en deportes, terapias, o en formación de la personalidad o del liderazgo. Todo ello demuestra que siguen muy presentes en nuestro mundo.

Nada de esto hubiera sido posible si no hubiéramos compartido determinadas cualidades que hacen que nuestra relación sea única. Por un lado, somos dos especies eminentemente gregarias que vivimos en grupos organizados. Por otro lado, humanos y caballos estamos dotados de una enorme curiosidad, capaz de ayudarnos a avanzar y a vencer nuestro miedo ancestral a lo desconocido. Por último, las relaciones de unos y otros con sus congéneres se basan en el afecto. Estas tres características esenciales hacen que, en nuestra forma de garantizar la supervivencia como especie, sea más lo que nos une que lo que nos separa.

Además, existen otros extraordinarios paralelismos de comportamiento entre caballos y hombres, adquiridos y compartidos después de tantos miles de años de convivencia. Al conocerlos mejor, nos damos cuenta de que las personas no somos tan diferentes de estos animales. Ellos son sencillamente más simples. Pero es precisamente en esa descomplicación donde radica su gran poder de enseñanza. Frente a la acuciante complejidad que nos rodea (de la que habla magistralmente Tim Hartford), gran parte de la cuestión de la que trata este libro se centra en la necesidad de volver a los esencial (lo que los anglosajones llamarían back to basics). Como la vieja cita, “el arte ecuestre empieza con la perfección de las cosas simples”, este libro trata de la necesidad de volver a ser simplemente nosotros mismos y de tomar perspectiva acerca de cómo estamos haciendo muchas cosas en el mundo de las organizaciones para empezar a trabajar desde la coherencia y el intercambio inteligente con otros.

“Si quieres ser parte del futuro debes jugar un papel activo en su creación”

Pablo R. Picasso

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