Czytaj książkę: «Más allá de la emoción»

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MÁS ALLÁ DE LA EMOCIÓN

…que nada te turbe…

Marta Povo Audenis

más allá de la emoción

…que nada te turbe…


Dedico esta pequeña obra a mi nieta Noa Freixa,

aún adolescente y superviviente,

pero con un alma grande, sabia y luminosa

que con certeza la conducirá por el camino

de la coherencia, la paz y la plenitud

1ª Edición: Marzo 2019

Título original: Más allá de la emoción

© 2019-Marta Povo Audenis

Diseño de la portada: Veronika Plainer

Maquetación: Veronika Plainer

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multa, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para los que reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin autorización.

© Tarannà Edicions

Tel/ 932 800 390

e.mail: info@taranna.es

https://www.taranna.es

Depósito legal: B 30779-2018

ISBN Formato papel: 978-84-949571-0-9

ISBN Formato ebook: 978-84-949571-1-6

Introducción

El mayor aprendizaje es el propio descubrimiento; y lo que descubrí por mi misma es lo único que siempre valió la pena compartir y contagiar. Todo lo que aprendí en mi larga e intensa vida relacional se podría expresar en pocas palabras: solo cuando estas bien contigo mismo, puedes estar bien con los demás. Ninguna relación te dará la paz que tú antes no construyas en tu interior.

Estar en paz con uno mismo es algo directamente relacionado a una atenta exploración interior, en especial a las emociones que nos movilizan. Cada reacción emocional que he tenido, casi siempre relacionada a la convivencia o contacto con otros seres, la he vivido o sufrido una y otra vez hasta que la he podido interpretar o comprender, hasta que la he podido desmenuzar y valorar, hasta que se ha convertido en un elemento de alquimia y transformación interior, hasta que fui capaz de ver cada problema solo como un desafío. Entonces, desaparece la emoción o sentimiento. Soltando las resistencias y con ese ramillete de vivencias, he constatado que nadie me haría feliz hasta que yo no fuera feliz por mí misma, con lo que soy y lo que tengo, feliz con mi alma genuina, desde luego, pero también feliz con mi ego o personalidad y feliz con mi cuerpo, sean como sean éstos.

Terminé este libro durante mi 67 aniversario, casi siete décadas de pérdidas y encuentros, de enamoramientos y duelos, de éxitos y fracasos, de esperanzas y frustraciones, de dolor y de gozo, de dudas y certezas. Constaté después de todo que… solo se puede ser feliz cuando dos personas felices se unen para compartir su felicidad, y no para hacerse felices la una a la otra. Pretender que alguien o ‘algo’ nos llene de felicidad no es más que una fantasía narcisista que a menudo solo nos trae frustración, y a veces nos lleva a vivir un tango emocional casi inhumano, ya se trate de amigos, parejas o familia.

Buscar la plena felicidad en mi misma ha sido siempre el hilo de Ariadna que me ha conducido a ser terapeuta, artista, escritora y pedagoga. Cada terreno explorado también me ha conducido a observar los mecanismos psico-emocionales de los demás, claramente en las miles de terapias realizadas pero también en el supermercado, en la calle, con familia, amigos y colegas. Esta pequeña obra pretende ayudar en el proceso de exploración y autoconocimiento de cada uno, pero también aspira a facilitar la comprensión de los demás, sean niños, adolescentes o adultos.

El proceso emocional es constante en nuestra vida y es un reflejo de la eterna búsqueda de la plenitud en cada uno. Reprimir las emociones no solo es inútil e ineficaz sino que trae consecuencias nefastas para la salud. Encarar y conocer sus profundos mecanismos nos hace más capaces socialmente, desde luego, pero también nos hace más auténticos, más certeros y más fuertes. He constatado que conocer lo que domina tu subconsciente es un signo de fortaleza y no de debilidad. Permitirse ser emocional y saber reconducir esa fuerza como una inteligencia, una sabiduría o un don, y no como una fragilidad o algo a esconder, es uno de los caminos más sensatos y necesarios para sentir felicidad y plenitud en nuestra existencia y para proyectarse hacia el mundo con libertad, autenticidad y transparencia.

Marta Povo, octubre 2018

Si para recobrar lo recordado, debí perder primero lo perdido,

si para conseguir lo conseguido, tuve que soportar lo soportado,

si para estar ahora enamorado, fue menester haber estado herido,

tengo por bien sufrido lo sufrido

y tengo por bien llorado lo llorado,

porque después de todo he comprobado

que no se goza bien de lo gozado sino después de haberlo padecido,

porque después de todo he comprendido

que lo que el árbol tiene de florido

vive de lo que tiene sepultado.

Francisco Luís Bernardez, poeta postmodernista argentino

Primera parte

SENTIR PARA EVOLUCIONAR

Emociones y evolución

Nacemos, y hasta que morimos, algo se va transformando en nosotros. Somos como un crisol de alquimia que permite la transformación de unos elementos. Mutamos constantemente a través del entorno, a través de los ingredientes y componentes del laboratorio, siempre mutamos a través de un motor que nos impulsa dentro, algo muy íntimo, y también a través del medio que nos envuelve y a través de los demás seres humanos.

Aprendemos y procesamos cada cosa nueva, o bien transformamos cada cosa vieja y sabida en algo diferente, en algo que ‘nos hace distintos’ de lo que éramos antes, simplemente porque ahora lo vemos mejor, o porque lo observamos de una forma más amplia. O simplemente nos transformamos porque ahora hay más ingredientes en el proceso alquímico y la sinergia de la fórmula es más rica, por tanto el cambio es más evidente. Este aprendizaje nos moldea, nos perfecciona, nos transforma en algo más sabio o de mejor calidad. Esa gran transformación de la vida humana es un proceso perfectivo: lo llamamos evolución.

El mayor elemento alquímico y transformador jamás encontrado en la vida son precisamente las emociones. Las emociones parecen ser el catalizador necesario e imprescindible del gran proceso evolutivo. El fenómeno de tener emociones es mucho más complejo de lo que aparenta. Es completamente dinámico y constante, es provocador y retador, es inevitable e irreversible.

Es muy interesante ver lo que la propia palabra ‘emoción’ significa: movimiento o impulso. E-moción es algo que nos mueve. Es Energía en Acción. Viene del latín emotio, que significa ‘aquello que nos mueve hacia’. ¿Hacia donde? Esa es la gran pregunta. Las emociones nos mueven, nos remueven, nos conmueven, nos llevan o conducen hacia esa transformación o proceso perfectivo comentado, nos llevan siempre hacia un lugar nuevo. Es gracias a las emociones por lo que tomamos decisiones y creamos pensamientos y moldeamos nuestra voluntad. Son ellas las alquimistas, las causantes de la mutación y del cambio.

El título de este texto ya es muy delatador. No podemos poner las emociones en el cajón de lo sobrante, y la inteligencia en el cajón de las cosas apreciadas. Las emociones son las que nos moldean la inteligencia y el alma y siempre nos conducen a pensar y actuar de una forma u otra. Las distintas emociones, y especialmente el saber procesarlas, es lo que moldea nuestra calidad de pensamientos y es así como se va modelando nuestra esencia espiritual o la calidad de nuestra alma. Existe una inseparatibilidad esencial entre nuestra capacidad de emocionarnos y nuestro razonamiento, como veremos. Las emociones son capacidades que forman parte de nuestro talento innato, como la lógica y los pensamientos; pero además de emociones no racionales, también tenemos los sentimientos, así como tenemos también los instintos del cuerpo, como veremos, aunque todos ellos son elementos distintos de nuestra alquimia o laboratorio interior.

Todos constatamos que coexisten esas dos cualidades humanas, pensamiento y emoción, y están unidas en una intensa complicidad. Pero quizá no sabemos suficientemente que las emociones, como los pensamientos, son habilidades y cualidades que pueden ser moldeadas, entrenadas, desarrolladas y educadas, como todo en la vida. Todo se puede muscular. Cualquier comportamiento nuestro se puede educar, entrenar, activar o desactivar. Pero nada se puede entrenar a fondo si no conocemos su naturaleza; con los músculos y tendones ocurre lo mismo, es mejor que los conozcas bien para convertirlos en fuertes y sanos y no provocarte un daño físico cuando entrenas el cuerpo. Con las emociones ocurre lo mismo, es mejor conocerlas y saber como funcionan. Una emoción la podemos vivir de forma inteligente y sernos útil, o podemos ser una víctima de ella. Nuestro cerebro tiene de forma inherente una enorme capacidad plástica y moldeable que debemos aprender a entrenar y madurar. La neuroplasticidad es un hecho bien comprobado, pero poco entrenado…

Como comentó en el año 2009 Rafael Bizquerra Alzina en su magnífica obra ‘Psicopedagogía de las Emociones’: ‘Las emociones tienen una función motivadora, adaptativa, informativa, social, personal, en los procesos mentales, en la toma de decisiones y en el bienestar. Todas esas funciones ponen de relieve su importancia en nuestras vidas’. Así que, puesto que tienen una ‘función determinada’, podemos ‘aprender’ a tener emociones, aprender a percibir las emociones que nos conmueven, aprender a controlar o dirigir nuestras emociones, es decir, podemos emplear nuestra neuroplasticidad natural.

Tenemos la capacidad de ‘aprender a facilitar’ pensamientos, ideas y actos mediante las emociones percibidas. Podemos aprender a comprender las emociones de los demás, es decir, mediante nuestras emociones también aprendemos a empatizar. Son dos aspectos que siempre van de la mano: pensar y sentir. Establecer una separación entre pensamiento y sentimiento (algo que durante al menos dos siglos hemos hecho excesivamente) no favorece en nada la adaptación al medio y el equilibrio psicológico sino todo lo contrario; incluso muy a menudo esa separación conlleva consecuencias muy patológicas (psicológica e internamente, pero también tiene consecuencias sociales). Sin sentimientos y emociones, todas las decisiones que tomamos, aunque puedan parecer muy lógicas, podrían ser las que menos convienen a nuestro ser, entendido éste como un ente vivo consciente, un ser en constante evolución y expansión. Tal vez a la humanidad le ha llegado ya el momento de salir de la ignorancia emocional para convertirla en sabiduría o destreza emocional.

Sentimientos o emociones

Antes de proseguir explorando el terreno de la arquitectura psicológica y la madurez emocional, es necesario establecer la gran diferencia existente entre emoción y sentimiento. Una emoción es algo pasajero, algo que nos mueve y se activa dentro; es algo que percibimos de forma temporal, una reacción, un estado de ánimo que dura poco tiempo. Sin embargo, un sentimiento es algo más arraigado, es como una emoción que te inunda y perdura, que se instala y se asienta, hasta formar parte de ti.

Los sentimientos, ya sean de odio o de amor (por simplificar…) son algo que sientes habitualmente, algo que convive en ti, algo que ya forma parte de tu persona. Las emociones tal vez sean las precursoras de los sentimientos; y son ellas las provocadoras de ese amor-odio que nos suscita cada cosa, persona o hecho, inevitablemente. Son las sensaciones emocionales las que te obligan a decidir si aquello lo acoges o lo rechazas, si lo perpetúas o lo ignoras, si lo necesitas para tu camino o lo desechas. Las emociones espontáneas son las precursoras de los sentimientos internos más estables o perdurables.

Por ser pasajeras las emociones no son menos importantes que los sentimientos. Convivimos con las dos cosas y las dos son legítimas, intrínsecas y necesarias. Posiblemente los sentimientos no existirían sin las emociones que nos conmueven. Fijémonos en la típica frase: ‘cuando vi aquello, me emocioné, me ericé, me saltaron las lágrimas’. Es decir: te movilizó, tocó una fibra en ti, incluso activó la segregación de ciertas hormonas o fluidos. Las emociones siempre nos mueven y provocan cambios inmediatos. Pero cuando aquello que tanto te emocionó ha tocado una fibra sensible de tu ser, entonces es como si lo quisieras perpetuar, lo deseas repetir, lo acoges en tu seno, te gusta esa emoción, le abres la puerta y permites que viva y perviva en ti: entonces es cuando se va transformando en un sentimiento; en este caso es un sentimiento de amor.

Sin embargo, también tenemos emociones desagradables. Y muchas. Pongamos por caso una emoción de miedo. Cuando aquello que te da miedo, inseguridad o terror, con sus consecuentes reacciones y derivaciones (paralización, temblor, estancamiento, frialdad, alejamiento, estrés…) aquella emoción momentánea de miedo a alguien o a algo, se va convirtiendo en un sentimiento de desconfianza, en un estancamiento de tu energía, en un encharcamiento de tus líquidos. Y con ese miedo permanente, uno se convierte en una persona desconfiada, frágil, cobarde y temerosa ante cualquier reto o circunstancia nueva de la vida, seamos niños, adolescentes o mayores.

El miedo o la desconfianza como sentimiento, es muy distinto de un temor momentáneo o una emoción que nos pone en alerta ‘para ser más prudente’ y poder prevenir algo traumático. Volveremos luego a la parte ‘interesante’ y positiva del miedo, que es la prudencia y la confianza. De momento solo se trataba de distinguir una emoción temporal, de un sentimiento permanente, es decir, de lo que nos provoca una emoción, y de cómo ésta puede llegar a cristalizarse y convertirse en un sentimiento más estable.

Lo más interesante de las emociones, tanto si las vemos como precursoras de los sentimientos como si las analizamos por sí solas, es que son moldeables. Toda nuestra capacidad emotiva es totalmente educable y moldeable, es transformable en algo interesante y evolutivo, en algo constructivo y productivo. Las emociones son experiencias y ‘facultades’ plásticas de nuestro ser, como también es moldeable la inteligencia. Un nuevo concepto procedente de la Neurociencia actual es la plasticidad que tiene nuestro cerebro para adaptar cada imput que le llega, cada experiencia, cada dato, cada emoción, cada información; y esa gran neuroplasticidad le permite moldear o cambiar una tendencia o una inercia, le permite a uno adaptarse a un entorno, le conduce a cambiar y transformarse en un ser de mayor calidad.

Hace ya más de ciento cincuenta años un psicólogo vaticinó la neuroplasticidad cerebral, aunque su idea fue ignorada por sus homónimos. Fue en 1890 cuando William James escribió en su libro ‘Principios de Psicología’: ‘la materia orgánica, especialmente el tejido nervioso, parece dotado de un extraordinario grado de plasticidad’. No fue hasta pasada casi una centuria que eso se demostró científicamente. Sin embargo, todos podemos experimentar ese fenómeno, tanto con nuestras emociones como con nuestros pensamientos. Del uso y entreno de nuestra neuroplasticidad depende la sabiduría emocional y la plenitud psico-anímica.

Cada emoción es un elemento provocador de reacciones, así que la emoción nos pide siempre una respuesta. Y esta respuesta puede ser modulada, medida, sentida en coherencia, incluso puede ser pensada y sopesada según tu fuero interno, tu ética innata, tus valores y también puede ser regulada según tu análisis lógico y tu voluntad. La gran rapidez de las emociones temporales es quizá lo que más nos desconcierta y esa inmediatez nos puede hacer pensar que es algo irremediable, irreversible, incambiable.

Sin embargo esa rapidez con la que se mueve una emoción es algo modulable, su fugacidad es perceptible, es natural y controlable. Es algo que todos vivimos realmente, o inesperadamente, pero que ‘siempre se puede dirigir’ mediante otras facultades que también posee todo ser humano, como son la voluntad, el pensamiento, la observación, la disciplina, la atención plena, o la facultad de estar enfocado y centrado en ‘eso’ que nos ocurre tan a menudo: sentir, emocionarnos y conmovernos.

La alianza existente entre emociones y sentimientos se extiende aún más allá al observar la cantidad de veces que confundimos una emoción con un instinto. Los instintos humanos generalmente están asociados casi siempre a la supervivencia. Son aún más rápidos que las emociones; es por esa razón que a veces se confunde un instinto con una emoción. Uno de los instintos más evidentes proceden del binomio miedo-prudencia, como el miedo a perder la vida, el miedo a que se aniquile nuestra experiencia vital, nuestra supervivencia, o el miedo a una pérdida, una muerte, o simplemente el miedo a no ser aceptado por tu entorno vital. Las reacciones instintivas tienen un tinte más denso, más terrenal, más ancestral o primitivo. Una emoción es más sutil que un instinto vital.

Richard Davidson en su obra ‘El perfil emocional de tu cerebro’ (Ed. Destino, 2012), nos explica ese aspecto único y especial de la complejidad psicológica de cada uno, definiéndolo así: Del mismo modo que cada uno de nosotros tiene una huella dactilar única, también cada persona posee una forma personal y exclusiva de sentir y reaccionar a cuanto le ocurre, un perfil emocional individualizado que forma parte de lo que somos y nos diferencia de los demás. Un perfil constituido por el modo en que nos enfrentamos a la adversidad, la actitud frente a la que encaramos la vida, la intuición social, la autoconciencia, la sensibilidad al contexto y la atención hacia lo que realizamos. Un perfil que nos hace quienes somos’. Conocer esta particularidad personal, nuestra huella dactilar psicológica, hoy se hace imprescindible tanto a nivel personal, como profesional, como en el plano anímico y evolutivo. Al mismo tiempo este auto-conocimiento y auto-educación nos proporciona una tremenda paz interior.

Poder percibir y observar lo que sentimos por dentro es muy tranquilizador, muy reparador. Tan solo el hecho de poder percibirlo, ya calma. Es decir, si uno está movido, pero en realidad no sabe lo que está sintiendo, ni qué le ha provocado aquella emoción, o qué instinto se ha activado en él… si uno no sabe lo que siente, pues se queda en un estado de perturbación muy patológico. No se puede procesar algo que no se percibe bien, algo que no se distingue ni se identifica. Saber explorar tus emociones es un paso evolutivo muy importante, y saber expresarlas solo se dará si antes se ha observado e identificado. Por tanto hoy es de extrema necesidad educar nuestra sensibilidad para ver y reconocer una emoción, en lugar de negarla, ignorarla o reprimirla, algo que desgraciadamente también tenemos muy entrenado socialmente.

Aprender a percibir y a identificar bien cada emoción, cada reacción instintiva, o cada sentimiento, es básico para la educación y maduración psicológica y anímica. Básicamente por una razón de mucho peso: justo cuando identificamos una emoción… se desvanece o se aclara. Cada reacción emocional, al comprenderla, se va aclarando su significado y su valor, se va diluyendo la confusión y es entonces cuando podemos percibir que algo por dentro ‘se ordena’, y se siente que algo importante se armoniza en el interior de tu ser.

Rafael Bisquerra nos comenta algo muy sintético respecto a las distintas funciones de las emociones en nuestra vida, cuando expresa en su obra ‘Educación Emocional y Bienestar’: ‘Las emociones tienen efectos sobre otros procesos mentales. Cuando la información es incompleta para tomar decisiones, entonces las emociones pueden jugar un papel decisivo. Las emociones pueden afectar a la percepción, atención, memoria, razonamiento, creatividad y otras facultades. Así pues las emociones tienen una función motivadora, adaptativa, informativa y social’. La consecuencia de observar toda esa información que nos proporciona cada emoción, agradable o desagradable, significa y conlleva salir de la ignorancia psico-emocional y entrar en una nueva etapa de más coherencia, cordura y sabiduría.

El efecto espejo del entorno

Un espejo, cualquier espejo, no es nada más que un cristal cubierto o tintado por detrás de tal forma que, por la otra cara, refleja fielmente lo que hay enfrente. Reflejar es ‘devolver’ la imagen, representarla tal cual es. El famoso ‘efecto espejo’ dentro del mundo de la psicología se refiere a esto. Cualquier cosa, persona o hecho que tenemos ante nosotros, nos devuelve una imagen de algo que tenemos dentro. Si fuera un accidente o una catástrofe, aquel hecho representa también algo caótico dentro tuyo; si no, no estarías allí, en el lugar de los hechos. Pero si es algo precioso y placentero, un paisaje maravilloso por ejemplo, o una persona excelente, también aquello refleja algo maravilloso que tienes dentro de ti, reconocido o no, pero el espejo te lo ha mostrado.

Entre los seres humanos, en nuestra convivencia cotidiana, todos y cada uno de nosotros hacemos de espejo de los demás. Cuando viene un paciente a mi consulta, lo que relata, cualquier cosa que él diga, que sienta o que sufra, me devuelve una imagen de cosas que hay en mi interior (tal vez ya trabajadas, o tal vez pendientes aún de sanar o transformar en mi). Eso ocurre siempre; los terapeutas también recibimos terapia o sanación cuando trabajamos, porque nos vienen espejos a reflejarnos. Pero, sea lo que sea lo que diga o haga en la terapia, yo soy también un espejo para ella, espejo reflector de lo que ella también tiene potencialmente en su Ser. Yo le reflejo valores, soluciones o matices, que mi paciente posee dentro de sí, y él me refleja cosas a mí con su carácter, sus problemas, dudas, etc. A veces se trata de valores por descubrir aún, o por moldear; y muchas veces son cosas que él o ella ya sabía pero que había olvidado o desactivado; y el efecto espejo que yo le hago (inconscientemente) se lo muestra. Aunque no olvidemos que el espejo que yo le hago a ella (sin quererlo ni pretenderlo) es mi propia presencia o alma que emana aquello y se lo muestra. Es un juego de potencialidades. Mi potencial se le muestra a ella, y su potencial se me revela a mí; son dos espejos enfrentados, que aprenden mutuamente.

Todas y cada una de nuestras relaciones (pareja, amigos, trabajo, ancestros, transeúntes, hijos, etc.) tienen ese poder de recordarnos algunas partes nuestras, activas o desactivas, presentes u olvidadas, creativas o rutinarias, sanas o enfermas; pero son partes de nuestra esencia y potencialidad. En el fondo ese fenómeno no es solo psicología, es pura espiritualidad, ya que se refiere realmente a que ‘Somos Uno’, un importante principio metafísico y espiritual. Nos ayuda a entender que estamos en red, que hay un hilo común entre todos nosotros, que somos hermanos y procedentes de la misma fuente, y que todos los seres humanos tenemos una amplia miríada de múltiples posibilidades y de realidades, de potenciales y talentos.

Por ejemplo, si tu ves o hablas con una persona con un trastorno psicótico, y justo está en medio de una crisis diciendo cosas incoherentes, lo más fácil es pensar que ‘aquello’ nada tiene que ver conmigo. Nos decimos ¡no puede ser que el psicótico me haga de espejo de algo que también está en mi, y pensamos algo así como: yo no soy psicótica! Si este personaje está roto por dentro, es contradictorio o ambivalente, viviendo dos realidades al mismo tiempo…. ¿seguro que no te refleja algo de ti? ¿tu corazón nunca te ha dicho algo, pero tu razón te dice exactamente lo contrario? El espejo te muestra cierto grado de contradicción o rompimiento interno tuyo, aunque no se manifieste de la misma manera, eso está claro. De hecho solo te refleja el título del tema pendiente, no la película entera.

Otra cosa es el ‘cómo’ lo expresa el paciente, y qué grado de psicosis o problema tiene; pero lo que es seguro es que algo de su división interior también está en ti. Si no fuera así, no estaría delante, ni siquiera os habríais cruzado en el camino. La completa coherencia es muy difícil de asumir en cada acto, palabra o pensamiento que tengamos, así que todos tenemos contradicciones; y es interesante reconocerlas también. En este caso, la Red o la inteligencia del Universo (antes se llamaba Dios…) te pone por delante un espejo para poder ver tu aspecto contradictorio, ambivalente o quizá también psicótico.

Otro ejemplo: te cruzas, ves o hablas con alguien muy informal, muy bohemio, muy librepensador, muy desapegado… Posiblemente te está reflejando (aunque él no lo sepa, naturalmente) tu propio exceso de formalismo, tu apego a las leyes pre-establecidas, tu falta de criterio propio, tus miedos, o tu falta de naturalidad y espontaneidad. Pero en ese cruzarse del camino, tú también le estás reflejando a él una falta de ‘orden’ en su proceso, falta de estabilidad, de estructura o de formalismo que tal vez le haga falta a su vida bohemia, y él ahora necesita verlo reflejado en ti; por eso os cruzasteis.

Solo se trata de tener en cuenta este fenómeno del ‘reflejo’ en todo momento. De saber emplear ese mecanismo psicosocial, esa trama, esa gran red de interconexión, una trama energética y anímica que tiene muchas funciones. Una de las funciones más importantes de esa red de conexión unificadora es la de ‘ayudarnos’ a crecer, de posibilitar el conocernos, de educarnos, nos ayuda a transformarnos en mejor persona, a trascendernos a nosotros mismos. Somos espejos. Pero no lo sabemos. O quizá si que lo sabemos, porque lo hemos leído mil veces, pero es un concepto que tal vez está en ‘modo teoría’ y no lo practicamos a consciencia.

Sugiero que observemos, y nos entrenemos a emplear, ese fenómeno natural con más finura, con más asiduidad, con más humildad, con más coherencia y provecho. El fenómeno es concretamente observar qué es lo que tú reflejas a otros, y qué es lo que los demás reflejan de ti. Para finalizar este tema recordemos las deliciosas palabras de Edith Wharton: ‘Hay dos maneras de difundir la luz… ser tú la lámpara que la emite, o ser el espejo que la refleja’

Ego y alma

El ser humano es muy complejo, lo sabemos, porque más allá del Cuerpo visible está compuesto simultáneamente de dos grandes realidades evidentes: nuestra Esencia y nuestra Personalidad. Prefiero llamarle personalidad que ‘ego’, por la carga negativa que tiene esa palabra (que popularmente siempre se asocia a ‘egoísmo’). Y también elijo y prefiero denominar al alma o el espíritu como nuestra Esencia. Pero definamos en muy pocas palabras esos dos conceptos del que tanto se ha escrito: la Esencia es lo innato en el hombre y la personalidad es lo adquirido.

La Personalidad puede ser modificada, puede ir cambiando con el tiempo, siempre está sujeta al paso del tiempo y a las circunstancias. La Esencia es infinita e intrínseca, no se puede cambiar o moldear tan fácilmente como la Personalidad egoica. Esas dos realidades existenciales, ego y alma, conviven en nosotros durante toda la vida, desde el primero hasta el último día y habitan en el Cuerpo. Ese pack entero es nuestra ‘huella’ y nuestra presencia en el mundo.

Cuando hablamos de Esencia (algunos prefieren llamarlo ‘conciencia’) también nos referimos a los valores innatos, al potencial, al tono natural, frecuencia o campo energético de cada uno. Por ejemplo, alguien que por naturaleza tiene una facultad artística concreta o un gran oído musical, o una facilidad para hablar muchas lenguas, o una clara capacidad de escuchar, de comunicar y empatizar, o una gran capacidad de cálculo y abstracción, o una gran agilidad en bailes o deportes… Todo eso son cosas que proceden de nuestra Esencia, son cualidades innatas, facultades naturales, fortalezas, potenciales de base, siempre es algo que nos sale solo, que nos sale fácil, algo que es natural en cada uno. En realidad con estos ejemplos rememoro las múltiples inteligencias, un concepto de Neurociencia del que hablaremos ampliamente en un capítulo posterior.

Por el contrario, nuestra Personalidad en realidad se podría definir como todo lo aprendido, aunque muy a menudo sea aprendido o adquirido inconscientemente, o por pura imitación. Nuestra personalidad es un cúmulo de aprendizajes e influencias recibidas, son nuestros gustos y aversiones, son hábitos y mimesis, son las etiquetas y las creencias, es todo lo que hemos ido adquiriendo desde que nacimos. No es realmente nuestro color o tono innato, es solo una pintura superficial, un barniz teñido de mil influencias (padres, escuelas, país, ideas, contagios culturales y sociales...) adquiridas paulatinamente desde el nacimiento o incluso desde la etapa prenatal.

Lo más interesante a observar, según mi parecer, es que la personalidad es más educable que el alma. De hecho, son moldeables los dos aspectos de nuestro ser, esencia y personalidad; pero uno depende del otro. La personalidad, ese personaje que procede de todo lo aprendido, es susceptible de seguir aprendiendo cosas, de renovarse y reciclarse, con el fin de corregir malos hábitos, aversiones, patrones enfermizos, etc. Podemos ir moldeando nuestra personalidad, en especial para estar más saludables psico-energéticamente, para sentirnos más en paz con nosotros mismos, para ser más coherentes con nuestra esencia, con nuestra divinidad. Eso desde luego requiere un gran trabajo de autoconocimiento, un discernimiento claro de lo que ‘no queremos ser’ y requiere sobretodo una determinada voluntad de cambio.

Al ir moldeando nuestra personalidad, al tiempo que vamos modificando nuestro ego o personaje, vamos adquiriendo más cualidades o potencialidades, tal vez más bondad, lucidez, amorosidad; y todo eso es exactamente lo que luego pervive y se instala en nuestra Esencia. Es decir, al educar nuestra personalidad, de forma natural educamos y transformamos a nuestra alma o esencia espiritual, la amplificamos, la expandimos, le damos más valores, más ‘calidad’. Educar, moldear y transformar el ego, es el único medio por el cual amplificamos los valores y la calidad de nuestra alma. El ego y el cuerpo son vehículos, realidades pasajeras, para moldear el alma.

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