Gazes

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Gazes

© del texto: Marta Ferreira Martínez

© diseño de cubierta: Equipo Mirahadas

© corrección del texto: Equipo Mirahadas

© de esta edición:

Editorial Mirahadas, 2021

Avda. San Francisco Javier, 9, P 6ª, 24 Edificio SEVILLA 2,

41018 Sevilla

Tlfns: 912.665.684

info@mirahadas.com

www.mirahadas.com

Producción del ePub: booqlab

Primera edición: agosto, 2021

ISBN: 9788418911859

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»

Gazes

Marta Ferreira Martínez


Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

PRÓLOGO

La especie humana no sería tal y como es sin los cinco sentidos. El olfato, ¿qué seríamos sin olfato? Sin oler el aroma de las flores, el de la comida recién hecha, el perfume de alguien, aquel olor que, sin apenas concentrarte, te transporta a otro lugar. O si no, sin oído, ¿qué seríamos sin oído? Sin escuchar la voz de las personas que te rodean, los ruidos de la naturaleza, o quizás los de la vida urbana, sin escuchar aquella canción, la que te recuerda a alguien, o a un momento de tu vida. Si no, sin gusto, ¿qué seríamos sin gusto? Sin probar la comida tan rica que ha preparado tu madre, tu abuela, o aquella que te gusta tanto que, con tan solo pensarla, empiezas a salivar. No nos olvidemos del tacto, ¿qué seríamos sin tacto? Sin poder acariciar a tu mascota, ni poder notar el contacto de tu piel con la de otra persona, alguien a quien quieres y que, tan solo abrazándola, te llena de alegría. Puede ser que podamos seguir adelante sin alguna de ellas, pero no podríamos hacerlo sin todas, le cambiaría completamente el sentido a nuestra vida. Ah, y no nos olvidemos de la vista, ¿qué seríamos sin la vista? Dicen que una mirada vale más que mil palabras, y al principio de esta historia, yo tampoco comprendía muy bien esa frase, pero ahora he comprendido que una simple mirada puede invadirte con muchísimos sentimientos en tu interior, puede cambiarte el día, o incluso la manera en la que ves a alguien. Por eso, al fin y al cabo, todos nuestros sentimientos van seguidos de eso, nada más que de eso, de simples miradas. «Gazes».

CAPÍTULO 1

Desde que era niña había vivido en un pequeño piso con mi padre, pero me tiraba la mayor parte del tiempo en el jardín con mi mejor amiga, Lissa. Ella vivía en el piso que estaba enfrente del mío, puerta con puerta.

Aún recuerdo el día en que nos conocimos. Era una mañana de verano, yo tan solo era pequeña, así que se me ocurrió abrir la puerta de la calle para que entrara el fresco. Pocos minutos después, apareció Lissa jugando a la pelota en el pasillo, y por casualidad, esta se coló en mi casa, entrando detrás de ella Lissa.

—¡Eh! ¿Qué haces en mi casa? —dije.

—Se me ha colado la pelota —contestó ella señalando ese objeto redondo y azul que había conseguido llegar hasta mi cocina.

Me acerqué a él, lo cogí y me dirigí hacia esa niña.

—Aquí tienes —dije ofreciéndole la pelota.

—Gracias —contestó ella sonriente.

Me quedé durante un rato observando a esa niña curiosa mientras ella inspeccionaba toda mi casa. Ella tenía la piel pálida y ojos azules achinados, llevaba su pelo oscuro y lacio recogido en una cola alta que le llegaba hasta casi la mitad de su espalda y un vestido azul marino con mariposas bordadas imitando una especie de cinturón. Finalmente, decidí preguntarle:

—¿Cómo te llamas?

Ella volvió la mirada hacia mí y me contestó:

—Lissa, ¿y tú?

—Yo soy Gabriella, pero mis amigos me llaman Gaby —contesté.

—Tú me puedes llamar Liss —finalizó.

En ese momento intuí que nos haríamos muy buenas amigas, y así fue, al fin y al cabo, han pasado trece años y sigue siendo mi mejor amiga.

Esa mañana me levanté de la cama prácticamente de un salto, pues iba a empezar bachillerato y tenía que cambiar de instituto, puesto que el mío solo llegaba hasta la ESO. Decidí cambiarme al de Lissa, pues así conocería a alguien de allí y sería más fácil adaptarme.

—¡Liss! —gritaba mientras aporreaba la puerta de su casa—. ¡Lissa! —repetí.

—Te he oído la primera vez —se quejó ella—. Estaba cogiendo mi mochila —se excusó.

—¿La mochila? Si es el primer día. —Me extrañé.

—Tendrás que tomar apuntes de cómo se va a organizar el curso, ¿no? —dijo regañándome.

—¡Ay, es verdad! —exclamé agobiada.

Me giré para volver a entrar a mi casa, pero Lissa me detuvo.

—Da igual, te dejo yo un folio y un bolígrafo. —Me ofreció.

—Vale, gracias —le agradecí.

Ambas nos dirigimos a la puerta del edificio. Una vez allí, nos sentamos en la parada del autobús que nos dejaba en la puerta del instituto, por suerte para nosotras, esta estaba a tan solo unos pasos de nuestro edificio.

—Tía, ¡por fin vas a saber quién es Theo! —exclamó emocionada.

Theo es un chico del que siempre me había hablado Lissa, le gusta prácticamente desde que la conozco, siempre ha sido su amor platónico, pero ahora que ya han pasado unos cuantos años, y no le ha hecho ni caso, ha entrado en una fase de aceptación de que ese chico para ella iba a ser solo eso, un amor platónico, pero, aun así, lo adoraba como a un Dios.

—Sí, es verdad —contesté.

—Cuando lo veas me darás la razón, siempre ha sido y será el chico más guapo de todo el instituto —dijo adorándolo.

 

—Seguro que no es para tanto —dije quitándole importancia.

—Como vuelvas a decir eso de Theo no vuelvo a hablarte en mi vida —contestó seria.

—Vale, vale —asentí sorprendida.

—¡Es broma! —Se rio Lissa.

Justo entonces, apareció el autobús y ambas nos metimos en su interior. Nos sentamos en la parte trasera y me fijé en que había más niños y niñas con mochilas, así que me pregunté si se dirigirían todos al mismo instituto que yo, ser la nueva me daba tanto miedo. Siempre había sido muy tímida, apenas tenía amigos en el otro instituto, esto nunca me había importado mucho porque siempre había tenido a Lissa, pero estaba preocupada, pues ella ya tenía amigos en su instituto y a lo mejor yo no les caía bien y no me podía juntar con ellos o algo por el estilo.

—Ya hemos llegado —anunció Lissa.

Y casi sin pensármelo, bajé del autobús y en apenas dos segundos, me encontraba cruzando la puerta de entrada del centro. Era más pequeño de como lo había imaginado, los pasillos eran un tanto estrechos para el gran número de gente que los recorría; estos estaban repletos de taquillas color amarillo mostaza y el suelo, que apenas podía ver con el resto de pies que andaban sobre él, estaba recubierto con losas amarillas y azules formando grandes rombos bicolores.

—Gaby, ve a secretaría para que te digan cuál va a ser tu taquilla y te den la llave. Yo te espero con los demás en el auditorio, tranquila, te guardaré un sitio —me informó.

Estaba tan nerviosa que no pude ni contestarle, simplemente le sonreí y comencé a andar por los pasillos para encontrar la oficina de secretaría y hacer lo que Lissa me había ordenado. Una vez que llegué a aquel lugar, traspasé la puerta y me senté en un sillón negro a la espera de que alguien me atendiera. No pasó mucho tiempo cuando entró una mujer, que supuse que sería profesora, gritándole a un chico.

—¡No me puedo creer que en el primer día de clase ya hayas hecho una de las tuyas! —decía.

El chico permaneció callado con los brazos cruzados ante aquella mujer como si no le importase nada de lo que le estaba diciendo.

—¿Me estás escuchando? —le regañaba ella.

—Sí —renegaba él.

—No sé qué vamos a hacer contigo, eres un caso perdido, si no fuera por tus notas, te habrías ido ya de este instituto hace mucho tiempo —finalizó la mujer.

Eso último que dijo me llamó la atención, ¿cómo alguien tan cafre e irresponsable podía sacar buenas notas? No tardé mucho en olvidar aquella pregunta que me acababa de plantear yo misma, pues me quedé mirando el gesto de desesperación de aquella profesora, parecía que llevaba aguantándolo demasiado tiempo, pero era comprensible, yo en su lugar hubiera estado igual.

—Anda, siéntate y espera a que el director venga a hablar contigo. Yo... no puedo más—terminó, y salió por la puerta.

Fue entonces cuando me fijé en aquel chico, ya que la actitud de la profesora me había llamado tanto la atención, que apenas lo había mirado a él. Era moreno, con los ojos color avellana, llevaba su pelo color castaño y rizado echado hacia delante y los lados de la cabeza rapados por lo menos al tres. No era mucho más alto que yo y, en ese instante, tenía una actitud desenfadada, como si no le importase nada de lo que había sucedido, ni el mero hecho de estar esperando para hablar con el director. Sin darme cuenta, aquel misterioso chico dirigió la mirada hacia mí y me pilló examinándolo de arriba abajo.

—¿Qué estás mirando? —me preguntó en un tono arrogante.

—¿Qué? —pregunté confundida.

—¿Que qué estás mirando? —volvió a formular su pregunta.

—Am, em... nada —contesté.

—Bien —finalizó él.

Fue justo entonces cuando se dirigió hacia mí, se sentó en el asiento que había justo a mi lado y comenzó a penetrarme con su mirada oscura y profunda. No me giré para mirarlo, pero notaba perfectamente que tenía su mirada clavada sobre mí.

—¿Podrías parar? —dije un tanto incómoda.

—Ah, ¿te molesta? —preguntó él desafiante.

—Sí, mucho —contesté molesta.

Él se acercó un poco más a mí hasta que prácticamente notaba su aliento encima mía, pero seguía sin mirarlo.

—¿En serio? —volvió a formular otra pregunta.

—En serio —contesté bastante borde.

De repente se acercó tanto que rozó su labio superior con el borde de mi oreja, provocando así que se erizaran todos los pelos de mi piel.

—Pues deberías replantearte eso de quedarte mirando a la gente tan fijamente —me susurró al oído.

No le contesté, simplemente resoplé y por fin me devolvió algo de espacio personal.

Pocos minutos después, salió una chica del interior de lo que parecía más o menos una oficina y se acercó a nosotros.

—¿Eres Gabriella Edevane? —preguntó.

—Sí, soy yo —contesté.

—Pues ven conmigo —me ordenó.

La seguí hasta la puerta y ya cuando estaba a punto de salir, aquel chico dijo en tono burlón:

—No la vayas a mirar mucho, a ver si se va a asustar.

Yo simplemente negué con la cabeza y sonreí ligeramente, aquel chico me había puesto de los nervios, pero parecía majo. Aún seguía preguntándome cómo podía ser tan irresponsable y buen estudiante a la vez, según lo que había dicho aquella profesora.

—Bien, Gabriella, estas son tu taquilla y tu llave —dijo la chica ofreciéndome un pequeño utensilio de metal con una cartulina roja plastificada enganchada a ella en la que ponía 622, que obviamente, era el número de mi taquilla—. Muy bien, deja tus cosas y dirígete al auditorio, ¿sabes dónde está? —preguntó amablemente.

—No, pero creo que sabré apañármelas —contesté.

—Perfecto, hasta luego —se despidió ella.

Abrí la taquilla para ver cómo era por dentro, pues no llevaba mochila y tampoco tenía nada que guardar, era pequeñita y tenía un espejito en la parte interior de la puerta, cosa que me venía muy bien si necesitaba retocarme el rímel o el gloss. Cerré la taquilla y eché la llave para asegurarme de que nadie la abriera, aunque no tuviera nada dentro. Comencé a recorrer pasillos para encontrar la puerta del auditorio, pero solo logré encontrar aulas y despachos. De repente, la luz del pasillo en el que me encontraba se apagó bruscamente y, sin pensármelo dos veces, comencé a correr para salir de allí. Era escalofriante, pues estaba vacío y demasiado silencioso, solo de pensarlo me aterrorizaba.

Cuando llegué al final de aquel pasillo, alguien giró la esquina de este mismo y me estampé contra él cayéndome al suelo.

—A ver si miramos por dónde vamos corriendo —exclamó una voz grave y burlona.

Al levantar la mirada del suelo vi delante mía, ni más ni menos que al chico de la secretaría.

—¿Me has echado de menos, mirona? —preguntó irónicamente.

—Un poco —contesté satíricamente.

—Un terremoto como tú no debería ir corriendo así por los pasillos… podrías chocarte con alguien —se burló.

—¿Terremoto? —exclamé ofendida—. Tú ni siquiera me conoces —añadí.

—Si lo suficiente como para saber que eres un... ¿cómo era?... ¡ah, sí!... un... terremoto, ¡eso! —dijo chuleándose.

—Y yo a ti lo suficiente como para saber que eres un chulito engreído —le devolví el insulto.

—Vaaaya, la verdad es que me sorprendes, pequeñaja —contestó irónicamente.

—¿Cómo que pequeñaja? Solo eres un par de centímetros más alto que yo —repliqué.

Él se rio, apartó la mirada hacia un lado, se mordió el labio y me la devolvió de nuevo.

—Pero soy más alto, ¿no? —contestó esta vez en un tono más serio mientras que entornaba sus ojos.

No me dio tiempo a contestar, simplemente él pasó por mi lado golpeándome ligeramente con el hombro y continuó su camino como si nada hubiera pasado. No podía creer lo chulo y presumido que era, ¿quién se creía? ¿El más guapo del colegio? ¡Uf! Es que nunca he soportado a estos chicos tan engreídos, y encima este parecía que iba buscándome las cosquillas.

CAPÍTULO 2

De esta manera, continué yo mi camino y, no sé cómo, pero conseguí dar con el auditorio de una vez por todas. Entré y divisé a lo lejos a Lissa, que tenía un sitio libre justo a su lado, tal y como ella había dicho. Me senté junto a ella y me dispuse a escuchar lo que la profesora que estaba subida en el escenario estaba explicando. Tras pasar un par de minutos, me di cuenta de que era la profesora que anteriormente le había echado la bronca a aquel chico tan arrogante.

—De todas formas, cualquier duda que tengáis nos la podéis preguntar o al director Miracle o a mí —explicaba ella.

En ese momento encajé ambas situaciones, ella era la jefa de estudios, por eso se había encargado también del otro asunto.

—Qué pesada es, dice lo mismo todos los años —anunció Lissa con un tono cansino.

—¿Después de esto qué hacemos? —pregunté intrigada.

—Vamos a las clases para que nuestros profesores nos expliquen cómo vamos a organizar el curso —me explicó Lissa.

—Vale, gracias —contesté.

—Y ya está chicos, eso es todo. Fuera están las listas para que veáis en qué clase os ha tocado —finalizó la profesora.

De repente todo el mundo se puso de pie y salieron corriendo hacia la puerta del auditorio; yo, sin embargo, al igual que mi amiga, permanecí sentada esperando a que el barullo de gente se calmara, aunque solo fuera un poco.

—¿Nos habrá tocado juntas? —se preguntaba Lissa.

—Eso espero —añadí un tanto preocupada.

Lissa notó en mi voz que estaba un poco estresada, me conocía demasiado bien, así que me frotó la espalda con la mano y dijo:

—Seguro que sí, y si no es así, seguro que te adaptas, ya lo verás.

Yo le regalé una sonrisa esperanzadora con tal de que sintiera que su frase había surgido efecto en mí, pero no fue así, estaba demasiado asustada como para calmarme con la típica frase de Liss, siempre lo conseguía, pero esta vez era diferente.

—¿Vamos ya? —preguntó Lissa.

—Sí, por favor —dije en tono de desesperación.

Cuando atravesamos la puerta del auditorio vimos a miles de niños dándose empujones unos a otros para poder ver las listas. Unos gritaban de alegría, otros lloraban decepcionados y otros, simplemente les daba igual. Estábamos intentando llegar a la pared donde estaban las listas colgadas, cuando Lissa y yo fuimos separadas por un grupo de gente, ella se acercó más a la dichosa lista, pero yo salí disparada fuera del mogollón cayéndome al suelo.

—Le has cogido cariño al suelo, ¿no? —me preguntó alguien entre risas.

—¿Sí? Pues tú le vas a coger cariño a mi... —intenté contestar.

No me dio tiempo a terminar la frase porque vi delante de mí al chico de la secretaría, ¡otra vez! Ni que me estuviera persiguiendo.

—¿Que le cogeré cariño a tu qué? —preguntó él sonriente.

Entorné los ojos y negué con la cabeza mientras resoplaba, entonces él volvió a reírse. Dadas las circunstancias, simplemente me crucé de brazos y me di la vuelta para intentar volver a entrar en el barullo de gente.

—¿A dónde crees que vas, pequeñaja? Te aplastarán como a los ratones —se chuleó.

—¡No me llames pequeñaja! —contesté sin ni siquiera mirarlo.

—Vale, Gabriella —contestó burlándose.

En ese momento paré de andar y tomé aire asombrada. ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Me habría estado espiando? Esto empezaba a hacerse de lo más raro, yo no sabía siquiera quién era ese chico, y él parecía conocerme perfectamente.

—¿Cómo diantres sabes mi nombre? —le pregunté mientras me giraba de nuevo.

—Vaya, ya no pareces tan enfadada, Edevane. —Se rio.

—Te he hecho una pregunta, ¿que cómo lo sabes? —repetí con más bordería.

—Lo ha dicho la secretaria en el despacho, tampoco hay que ser tonto —confesó.

—¿Eres tú muy listillo, no? —dije irónicamente.

—Eso dicen —contestó guiñándome un ojo.

A continuación, puse los ojos en blanco y me dirigí de nuevo al mogollón de gente para buscar a mi amiga, pero justo entonces pasó un niño corriendo delante mía que hizo que perdiera el equilibrio, cayendo así hacia atrás. No sé cómo, pero el caso es que acabé sobre los brazos de aquel chico tan curioso.

—Te dije que te aplastarían —balbuceó él.

Yo estaba en estado de shock, así que mi única reacción fue girarme, quedándome así agarrada a los musculosos brazos de aquel niño que me sostenía por la cintura a tan solo unos centímetros de su rostro.

 

—Hola de nuevo —dijo dedicándome una sonrisa, mientras me miraba directamente a los ojos.

Vergonzosa, aparté mi cuerpo del suyo y miré hacia el suelo con la esperanza de poder enterrarme en él.

—¿Lo vas a intentar otra vez o te has rendido ya? —continuó burlándose él.

—¿Vas a seguir intentando hacerme estallar o te has rendido ya? —le contesté.

Posteriormente le dediqué la sonrisa más falsa que pude y una cara de asco mientras que ponía los ojos en blanco, este se rio.

—Creo que voy a seguir intentándolo —añadió con malicia.

—Bien —dije asintiendo con la cabeza.

Una vez recuperada mi postura original, intenté meterme entre la gente de nuevo, pero justo entonces Lissa salió de ahí.

—¡Liss! —exclamé.

—¡Estamos en la misma clase! —dijo sin saludarme siquiera.

En ese momento ambas empezamos a gritar y, posteriormente, nos dimos un fuerte abrazo.

—Bueno, no en todas las clases —especificó.

—¡¿Por qué?! —me extrañé.

—Por las optativas —me explicó.

—Ah, es verdad —dije llevándome la mano a la cabeza.

Justo entonces, Lissa se echó a reír, es que soy tan despistada, y en estos días más aún, me entra el agobio y me quedo pensando en todas las catástrofes que me pueden ocurrir o todo lo que he hecho mal, no hay quien pare a mi cabeza.

—Bueno, ¿qué? ¿Subimos ya a nuestra clase o no? —sugirió Lissa.

—Vale —asentí.

Las dos nos dirigimos a las escaleras, estaba todo el mundo ya subiendo a sus correspondientes aulas y se había formado de nuevo el pelotón de gente. Íbamos subiendo por las escaleras, cuando me tropecé y casi me como a la chica que había delante mía, menos mal que estaba Liss para cogerme. A veces me pregunto, ¿por qué soy tan torpe?

—¡Gaby! —exclamó de repente Lissa emocionada.

—¿Qué? —pregunté.

—¡Es él! ¡Es él! —exclamó entusiasmada.

En ese momento supe que se trataba de Theo, estaba tan obsesionada con él que esta reacción me parecía completamente normal, aunque igual otra persona lo vería una exageración.

—¿Dónde? —pregunté ansiosa por conocer al famosísimo Theo.

—¡Ahí! ¡Ahí! ¡Ahí! ¡Ahí! —Señalaba hacia delante descaradamente.

—¿Cuál de todos? —pregunté.

Había tanta gente que no sabía a quién se estaba refiriendo.

—El de la sudadera de Adidas negra, el que es moreno y guapísimo —dijo mordiéndose el labio inferior para exagerarlo aún más.

Cuando conseguí parar de mirar la cara de desesperación tan graciosa que había puesto Lissa, miré arriba para averiguar quién era el tal Theo, pero cuando me di cuenta, mis ojos no podían creer lo que estaban viendo, ¡era el chico de la secretaría! Ese chulito engreído que tanto me ponía de los nervios. Mi cara de sorpresa fue tan obvia y exagerada que Liss se pensó que era por lo guapo que era y dijo:

—¡Ves! ¡Ves! ¿A que es guapísimo?

Yo, sin creerme nada de lo que estaba pasando, contesté horrorizada, apenas sin aliento:

—Sí…

Acto seguido, Lissa emitió un ligero grito de alegría mientras daba pequeñas palmaditas; yo, en cambio, seguía observando a Theo con cara de desesperación.

Cuando llegamos a la clase, tomamos asiento casi al final de ella juntas obviamente, y el profesor Tom, comenzó a explicarnos cómo se iba a organizar el curso.

—Bien, chicos, como ya sabéis yo voy a ser vuestro tutor este curso. Todas las clases se impartirán en este aula con estos mismos compañeros, salvo las que voy a nombrar ahora. La de educación física, será en el gimnasio y estaréis todos. La de informática, será en la sala de ordenadores de la planta superior y solo estaréis los alumnos que la hayáis elegido. Y, por último, francés, que los que la hayáis cogido, iréis a la clase de 1.ºB. ¿Entendido? —terminó de explicar Tom y todos asentimos.

Las horas se me pasaron rápido, pues ese día, al ser el primero, habíamos entrado más tarde y teníamos menos clases. Además, los profesores dedicaban su hora a presentarse y explicarnos un poco su manera de evaluar durante este curso. Sin embargo, no pude enterarme bien de lo que estos explicaron, pues no paré de darle vueltas al tema de Theo. ¿En serio tenía que ser un chulito engreído? ¿Ese chulito engreído? No quería tener problemas con Liss por su culpa, y él parecía que me iba persiguiendo por el instituto, me pregunté si podría haber evitado todo esto si no lo hubiese mirado en la secretaría.