LS6

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LS6

Mario Crespo

© Mario Crespo, 2011

© de esta edición para:

Literaturas Com Libros 2020

Erres Proyectos Digitales, S.L.U.

Avenida de Menéndez Pelayo 85

28007 Madrid

Diseño de la colección: Benjamín Escalonilla

ISBN: 978-84-122514-2-5

Índice

Copyright

Prólogo

LS6

Agradecimientos

A Mirian

El precio de las cosas debería depender de su mérito,

jamás de su epíteto

William Shakespeare

Prólogo

La velocidad del mundo contemporáneo

[Sobre LS6, de Mario Crespo]

José Ángel Barrueco

La mayoría de los lectores suele saltarse los prólogos (o eso pregonan algunos en las redes) y prefieren ir al grano, a veces porque no necesitan anticipos del libro en el que se disponen a sumergirse y otras porque huyen de cualquier «voz» que pueda explicar conceptos que prefieren descubrir por sí mismos o porque quieren evitar que pueda sugestionarles. Para aquellos que detesten los introitos, les avanzo que este servirá para poner en antecedentes el primer y fascinante libro de Mario Crespo y para arrojarle algunas flores de las que me parece merecedor.

Ópera prima:

En un mundo perfecto un debut tan fresco, tan a contracorriente en el panorama de las letras españolas, tendría que haber resonado con ese estruendo mediático propio de las óperas primas que se salen de lo habitual. Pero su autor tuvo los vientos en contra: le faltaban padrinos de peso, era casi un recién llegado a la literatura, su cara no se veía en los festejos literarios ni en los recitales poéticos, no arrastraba polémicas en las redes sociales, y la editorial que le acogió era una de esas firmas pequeñas, luchadoras e independientes que no suelen obtener el espaldarazo de los suplementos culturales.

Es por eso que la novela, en España, logró poca trascendencia aunque unos cuantos lectores y/o escritores supieron ver sus cualidades, y aquí me remito, por ejemplo, a la notable reseña que Daniel Ruiz García escribió para el blog Estado Crítico, y de la que anoto una muestra:

Es un libro que plantea preguntas y dudas sobre cuestiones que están en nuestra realidad, con las que nos toca convivir –inmigración, crisis económica, violencia–, y que Crespo aborda con una frescura pasmosa.

Reconozco que a mí, no solo como amigo sino también como lector de una obra diferente, me dolió esa especie de repudio del libro y de expulsión hacia los márgenes. Como si publicar en una editorial poco conocida o ser un escritor sin esa telaraña de amistades que auspician a muchos a un Olimpo inmerecido fuese la llave social para darle la espalda a la novela.

Pero lo que importa, al fin y al cabo, es la obra y cómo nos habla desde sus páginas. LS6 funciona como un caleidoscopio de voces, de personajes y de historias que suceden en Leeds, en su entramado de distritos azotados por la crueldad de los nuevos tiempos en los que el capital se come a sus hijos, y donde el autor nos ofrecía una mirada crítica al mundo contemporáneo y sus flagelos: la globalización y el neoliberalismo, como señalaba oportunamente Marie Jo Vargas, anfitriona de un club de lectura hispana de Chambéry.

Recepción posterior:

Algunos libros parecen negarse a morir pronto entre las pilas de las librerías de saldo o en las fauces de la temida trituradora, y a LS6 se le concedieron unas cuantas oportunidades que, por fin, resaltaban su calidad, y que podemos resumir aquí con motivo de su reedición (que conmemora los 10 años desde su publicación).

Primero fue distinguida en el Festival du Premier Roman de Chambéry en su edición de 2012, obteniendo un galardón como Mejor Primera Novela Española del año. Un festival en el que son los propios lectores quienes leen, eligen y sugieren óperas primas en distintas lenguas, lo que invalida esa práctica tan habitual de amañar los premios. Se trata de una selección limpia, alejada de amiguismos y de enchufes de los grandes grupos editoriales, por lo que su prestigio es doble.

Después, en 2016, fue traducida al inglés por Sally Ashton & Steve Dearden y publicada en el Reino Unido por la editorial Dead Ink.

Y también llegarían, poco a poco y en editoriales marginales o independientes, otras publicaciones que iban a definir el rumbo de una obra en marcha: Cuento kilómetros, Biblioteca Nacional, La 4ª, La casa de las alfombras, sin olvidarnos de su participación en diversas antologías y sus crónicas y artículos de opinión en prensa.

Ahora LS6, en su edición para LcL (Literaturas Com Libros), demuestra de nuevo que, dejando atrás la indiferencia con la que fue acogida en España y el calor con el que fue recibida en otras latitudes, mantiene el rumbo para el que ha sido publicado un libro: mantenerse disponible para nuevos lectores.

La novela:

Prepárense para la inmersión en un ambiente impropio de tantas de esas novelas españolas que hieden a naftalina: aquí encontraremos actualidad, buen pulso narrativo, esa frescura ya apuntada, la velocidad contemporánea, las vidas cruzadas del mundo globalizado, la mirada de un autor que nos habla de lo que está pasando en algunos distritos, incluso aunque sean lejanos e incluso aunque se trate de ficción porque a menudo es la ficción la que mejor refleja las verdades de la sociedad en la que vivimos.

LS6 es, en el fondo, como la versión narrativa de una película del estilo de Trainspotting o incluso de algunos filmes de Guy Ritchie. Porque no debemos olvidar la faceta cinéfila del escritor: Mario Crespo ha dirigido algunos cortometrajes y en sus relatos y en sus novelas se percibe una conjunción entre lo literario y lo cinematográfico que a mí, como lector, suele apasionarme. Espero que a ustedes les suceda lo mismo.

LS1

1

¿Para ti, cuál es día más importante del año?, me pregunta. Odio que una tía me venga con preguntas trascendentales cuando ni siquiera tengo su número de teléfono. Son poco más de las ocho de la mañana. Amanda. Lo que más me gustó de ella fue su nombre. Amanda. Mm, es un nombre que me pone. Corro las cortinas y la luz entra de forma agresiva, como cuando abren unos grandes almacenes el primer día de rebajas. La imagen que me había formado de la rubia se derrite con la luz del sol. Para un español, tener sexo en Inglaterra no tiene ningún mérito. A partir de cierta hora puedes firmar una relación contractual con cualquiera que tenga ganas. Las inglesas no suelen ser de mi gusto, en general, pero esta es demasiado fea. El whisky también fue demasiado. Me encanta que sean desinhibidas. Valladolid, Burgos, Pamplona, Logroño, León. Mi padre tardó años en poder elegir destino. Adolescencia en los ochenta. Pero en la Submeseta Norte no había movida madrileña, ni trajes ibicencos, y follar no era nada fácil. Debería haber venido antes a estas islas. Pero, por favor, no me preguntes esas cosas. Tú no.

2

Para mí hay dos momentos clave en la historia de Gran Bretaña: la Revolución Industrial y el desvarío de Margaret Thatcher. Desde aquí se ha gestionado el mundo durante siglos. Un poder difícil de controlar sin cometer excesos. Shakespeare, Churchill, Lennon, hay muchos nombres importantes en la historia del Reino Unido. Las máscaras de los laboristas y el pecho descubierto de los torys hacen que el país, mientras funcione económicamente, no entre en guerras ideológicas intestinas (con la salvedad del problema irlandés), como sucede en los países latinos. La tranquilidad que eso aporta lo convierte en un marco perfecto para desarrollar el Plan. Se trata del lugar ideal para el establecimiento del liberalismo económico. Y de cualquier liberalismo. Pero hay algo más que lo hace especial. Algo que lo convierte en un sitio con magnetismo, con atracción. No sé si seré capaz de explicarlo con palabras; es una suerte de energía que emana de la humedad, de esta atmósfera tan envolvente que te hace... pensar.

Trasnochar con un vaso helado en la mano. Otro, por favor. Me imagino a la Thatcher excitada, atacada, pensando en que su idea ultraliberal estaba calando hondo en el mundo civilizado. Mojando los labios en Johnny Walker etiqueta negra. La regulación no funcionó. Se desprestigió el valor del dinero. Y nuestros ahorros. En París pagué seis euros por una cerveza pequeña. ¿Cuánto debería haber pagado por un BMW? Thatcher y Reagan dijeron que el estado no era la solución, sino el problema. Y dejaron que el mercado nos bajara los pantalones. La publicidad hizo el resto. Luego nos los bajamos nosotros mismos. Consiguieron mentalidades consumistas capaces de pagar un piso al triple de su precio. Veinticinco años después, los estados inyectaban dinero de los contribuyentes al sistema financiero. Y la Thatcher patas arriba, con la falda caída.

La Revolución Industrial, el abandono de las colonias, la apertura de fronteras en Europa. Las oleadas migratorias han dependido siempre de la demanda de mano de obra barata. Pakistaníes, indios, caribeños, africanos, polacos. La cosmópolis del país me fascina. Esto sí que es vivir en el mundo. Una torre de babel sin escaleras. Sabía poco de Inglaterra antes de venir aquí. De Gales, Escocia e Irlanda aún no sé nada. Lo único que conocía de Leeds era su estadio de fútbol: Elland Road. El fútbol da cultura. Aterricé en Londres con la excusa de aprender inglés y meses más tarde decidí que Leeds era igual. Bueno, parecido, pero más barato. Una especie de sucursal de condado. La capital de Yorkshire, un orgullo para los oriundos. No es fácil entender su acento, ni conocer las palabras dialectales que usan, pero aquí me he sentido siempre como en casa.

 

3

Me aburren los polvos frívolos. Ya no sé trabajarme a una española. Me siento brusco, frío, seco, como un vikingo en un burdel. Me falta la pasión, me falta un orgasmo pronunciado, poner los ojos en blanco, alcanzar el todo. Después de ver la cara de troll de Amanda he decidido masturbarme más a menudo. Necesito jugar, entretenerme, divertirme, ruborizarme. Necesito creer que le gusto a alguien. Ya no me vale con saber que a las cinco podré liarme con la primera que tenga ganas, con la primera que se quite la camiseta en una discoteca, con la primera rubia mediocre que me invite a una copa en un pub.

Con el pantalón caído y las zapatillas en la mano le digo adiós a Amanda. Al pronunciar su nombre siento un placer que ella no ha sabido darme. Bajo a trompicones las escaleras, giro hacia lo que parece el salón y salgo de la casa por la puerta trasera. Es la última línea de edificios de la zona. Detrás de unos árboles está la carretera. La calle no está asfaltada y piso varios charcos antes de alcanzar la vía, donde paro un taxi que pasa por allí en ese instante. Estoy en el distrito 6: en LS6, cerca del estadio de rugby y no lejos de mi casa.

En León las cosas no iban mejor. Llegué a trabajar en el Parador. Autónomo. ¡Buf!, cuando se lo digo a mis compañeros no se lo creen. Uno de los pocos freelance de la zona noroeste. He estado en un mitin del PSOE, en una cena del Real Madrid, en la finca de Enrique Ponce, en la dehesa de Victorino, he cortado jamón para Fabio Capello, he metido el cuchillo delante de ministros, embajadores, alcaldes de capitales de provincia y hasta de Jaime de Marichalar. Un día le partí la cara a un tipo. Me cansó. Cuento hasta diez, respiro hondo y pienso en la playa, pero a veces no puedo contenerme. Me molesta mucho que se rían de mi profesión. Soy cortador: corto jamón.

Como autónomo llegué a ganar mucho dinero, pero luego vinieron tiempos difíciles. Solo los fuertes sobreviven. Alguien me sugirió Inglaterra. Sí, hombre, es una experiencia y, además de aprender inglés, puedes ganar mucho dinero. Típico consejito que, unido a factores económicos y emocionales, hizo que desembarcara en esta isla. Desde entonces soy uno más. Extraño circular por la izquierda, el sol mediterráneo y los productos de la matanza, pero no me importa, ya estoy habituado al naranja oscuro de los ladrillos, a decir siempre gracias y a sonreír al interlocutor cuando mis ojos delatan que quiero matarlo. Aquí la democracia está muy consolidada y la convivencia es más fácil que en España. Todo es más fácil. La crisis es lo único que me inquieta. Hasta ahora no he tenido mucha suerte. Llevo cinco años en Inglaterra y aún no he podido blandir el jamonero.

Durante el último año el consumo ha bajado en picado. En Leeds la gente no sale a cenar tanto como solía hacerlo. Sale a beber. Poco a poco se reducen gastos familiares. Un camarero ve todo; un camarero necesita usar la psicología, manejar a los clientes; un camarero puede hacer un análisis social de cualquier aspecto de la vida en función de los clientes que trate un sábado noche. Y en los últimos tiempos se veía venir un bajón del consumo, un descenso del porcentaje de ganancia de mi manager general, una reducción de horas semanales y, finalmente, un despido. Me han finiquitado.

4

El taxi me escupe en The Headrow, frente a la biblioteca. Me meto en un badulaque y compro un Lucozade y una chocolatina Lyon. En mis primeros meses en la isla aprendí que un desayuno tan barato me proporcionaba energías suficientes para buscar trabajo durante más de cuatro horas. Hace una semana que estoy desempleado y me aburro. Pero conseguir un empleo no va a ser fácil hasta que la economía repunte.

Cruzo The Headrow, la avenida más importante del centro, y camino por Park Row a toda velocidad, intentando alejarme lo máximo posible de mi antiguo lugar de trabajo: no me apetece encontrarme con ningún compañero que me quite la costra, que haga sangrar la herida; todo el asunto del despido fue muy desagradable. Nada más girar hacia Bond Street, un negro de más de dos metros me agarra del brazo. Es tan negro que apenas puedo distinguir sus facciones, solo veo un brillo azul.

—Carlos, ¡fodes!—exclamo.

Se trata de un cocinero del restaurante, de mi exrestaurante. Vino de Angola con toda su familia. Un prodigio de la naturaleza que alberga un gran corazón. Todos sus miembros trabajan, pero, según Carlos, gastan demasiado en facturas. Carlos ya no puede hacer horas extras en la cocina y se pasa el día en la calle, buscando algún trabajito de media jornada.

Irmaõ, ¿tudo bem?

—Sí, hermano, todo bien, ¿qué te cuentas?

—¿Sabes que el General manager tiene una aventura con Nely, la colombiana?

—¿Ah, sí?

Nely, ¡joder! Me gustaría ser general manager, pienso para mí. Estoy en lo cierto, ya no sé trabajarme a las latinas...

Le digo a Carlos que tengo mucha prisa y me voy corriendo, como si huyese de mi pasado más reciente. Me mira contrariado y sonríe.

Bond Street es una de las calles peatonales del centro. Desconozco qué había en esta zona a mediados del siglo XX, pero a día de hoy es un enorme parque comercial abierto y cerrado. Una cuadrícula perfecta compuesta de paralelas anchas y perpendiculares estrechas, todas ellas peatonales, que hacen las funciones de centro comercial al aire libre. El laberíntico pasadizo del shopping centre, las famosas Arcadas (Arcades), sirven para comunicar unas calles con otras. Decenas de entradas y salidas que crean confusión. El centro de Leeds es un enorme parque comercial de perfil arquitectónico victoriano que no deja indiferente al visitante. Calles atestadas de gente que te golpea a cada paso, piernas que se mueven como autómatas, lentillas de colores, miradas en blanco y negro, tecnología, juguetes, ropa, deportes, bodas... Todo de todo. Los habitantes del área metropolitana, de Bradford, York y de todo Yorkshire vienen a comprar a este enclave comercial del corazón de Inglaterra.

Albion es una de las vías más populosas de la ciudad. Al final de sus números, donde las tiendas se acaban, hay una oficina de trabajo, un Job Centre. Necesito arreglar mi subsidio por desempleo lo antes posible. Deben de ser más de las nueve y media y el cuerpo me pide café. Antes de llegar a Albion me meto en una de esas macrolibrerías con cafetería y me tomo un capuchino mientras hojeo el diario deportivo. El Liverpool se verá las caras con el Chelsea en los cuartos de final de la Champions.

5

Entro en la oficina de empleo y me siento en uno de los pocos sitios libres de la sala de espera. Al lado de una anciana de pelo gris. Parece inquieta, nerviosa. Sé que de un momento a otro encontrará cualquier comentario banal o cualquier pregunta que inicie una conversación. Tamborilea con sus dedos uno de sus muslos mientras me mira de hito en hito. Se nota que le apetece hablar; tiene pinta de estar sola. Yo prefiero continuar en este estado de aislamiento hasta que me toque el turno.

—¿Usted sabe lo que es el sistema Speenhamland, joven? —me dice.

—No.

—Es difícil de pronunciar ¿verdad?

—Sí, bastante.

—Es un subsidio creado en 1795 para las personas que, aun trabajando, no llegan a un salario mínimo para poder vivir.

—Yo ni si quiera trabajo, señora.

—¿Sabe?, joven, el sistema Speenhamland, es el truco de este país. Si dan estas ayudas es porque les interesa que haya gente que las cobre, o sea, que haya muchos salarios bajos.

No sé cuánto tiempo podré soportar a la vieja, me está poniendo nervioso con sus ganas de arreglar el mundo. Me encanta la economía, leo periódicos color sepia y sueño con tener mi propio negocio, pero hoy no tengo ganas de hablar con desconocidos. El cartel luminoso indica por fin mi número. He tenido suerte, la última vez tuve que esperar más de media hora. Al llegar a la puerta coincido con una mulata que, con muy malos modos, me dice que es su turno. Chándal rosa, aros de oro macizo y zapatillas de muelles, a juego con la gorra, la delatan: se trata de una scally, una chav. Una choni, traducido al argot español.

—¿Todo bien, cariño? —dice un pelirrojo de casi dos metros que tiene un niño en brazos.

—Este idiota dice que tiene el mismo número que yo.

El pelirrojo deja al niño en la silla y alcanza nuestra altura con dos zancadas de metro y medio. Me pide por favor que le enseñe el número. 66, le digo mostrándoselo. La scally también tiene el 66. Me lo enseña mientras mira de reojo a su hijo. Noto un golpe en el cuello, se me nubla la vista y me veo obligado a agacharme. La mano del pelirrojo es enorme, la veo amenazante a centímetros de mi cara. Después me da otra colleja y me dice que aún me queda un rato. Tira el papel al suelo con desprecio y este cae en la posición adecuada. Es el 99.

Hay cinco puertas para treinta y tres números. Veinte minutos de espera. El único asiento vacío está al lado de la anciana, así que decido salir a fumar un cigarro. En la calle me encuentro con Jesús, un asturiano con quien trabajé en el restaurante. Vendía botes de spray a los raperos y se sacaba un dinerillo. Ahora solo se dedica a los negocios ilícitos. Me dice que si estoy desempleado puedo dejar mi habitación e irme a vivir con él a una casa ocupa. En Inglaterra la ocupación está permitida. Me ofrece un cigarro y me comenta que le llame más tarde, así podrá enseñarme el chambre. Fumamos en silencio y medito sobre el tema hasta que al cigarro no le queda más que el filtro. Finalmente resuelvo que no es una buena época para pagar los impuestos de un alojamiento legal. De modo que le pido a Jesús que no se vaya y llamo a mi casera para comunicarle que voy a dejar la habitación. Dice que tengo una semana para recoger mis cosas y recuperar la fianza. Es una persona que me genera sentimientos encontrados: la admiro y la detesto al mismo tiempo. Siempre me han gustado las maduritas, pero esta es demasiado guapa para mi nivel. Va mucho a España y conoce bien nuestra cultura. A esta hay que trabajársela. Por eso me gusta. Por eso me ignora.

Jesús está de acuerdo en recibirme en la casa ocupa dentro de una hora. Nos despedimos con un choque de palmas.