Czytaj książkę: «Compañero Presidente»

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COMPAÑERO PRESIDENTE

SALVADOR ALLENDE,

UNA VIDA POR LA DEMOCRACIA Y EL SOCIALISMO

Mario Amorós

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA


Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánicao, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Del texto: Mario Amorós Quiles, 2008

© De esta edición: Universitat de València, 2008

Coordinación editorial: Maite Simón

Fotografía: El presidente Salvador Allende, saludando al pueblo chileno desde el coche oficial (1971)

(Cortesía de la Fundación Salvador Allende)

Diseño: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: Pau Viciano

ISBN: 978-84-370-6977-7

Realización ePub: produccioneditorial.com

Para mi hijo

Esta noche, cuando acaricien a sus hijos cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile y cada vez más justa la vida en nuestra patria. Gracias, gracias, compañeras. Gracias, gracias, compañeros. Ya lo dije un día. Lo mejor que tengo me lo dio mi partido, la unidad de los trabajadores y la Unidad Popular.

A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo, con la lealtad del compañero Presidente.

SALVADOR ALLENDE

Madrugada del 5 de septiembre de 1970,

discurso con motivo de la victoria en las elecciones presidenciales

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATÓRIA

CITA

PRÓLOGO: SALVADOR ALLENDE, UNA SEMBLANZA

INTRODUCCIÓN:SALVADOR ALLENDE EN SU CENTENARIO

SIGLAS

MAPA DE CHILE

PRIMERA PARTE

I. EN LAS TRINCHERAS DEL SIGLO XX

II. LA TRAVESÍA DEL DESIERTO

III. LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA

IV. LA DERROTA DE 1964

V. UNA JORNADA HISTÓRICA

VI. CHILE AL ROJO

SEGUNDA PARTE

VII. HACIA UNA ECONOMÍA SOCIALISTA

VIII. LA REFORMA AGRARIA

IX. LA «VÍA CHILENA»

X. LA CONQUISTA DEL COBRE

XI. EL ECO DE LAS CACEROLAS

XII. CRISIS EN LA UNIDAD POPULAR

TERCERA PARTE

XIII. EL DESAFÍO DE OCTUBRE

XIV. UNA VOZ DEL TERCER MUNDO

XV. LA ENCRUCIJADA DE MARZO

XVI. EL OTOÑO DE UNA REVOLUCIÓN

XVII. LA TRAICIÓN

XVIII. ONCE DE SEPTIEMBRE

APÉNDICE: SALVADOR ALLENDE (1908-1973)

ÍNDICE ONOMÁSTICO

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO: SALVADOR ALLENDE, UNA SEMBLANZA

Salvador Allende es una de las pocas personas que en la historia de América traza huellas imborrables y definitivas. Aunque su proyecto político terminara con su vida y la de miles de chilenos, su accionar modificó las estructuras económico-sociales de Chile y, lo que ha sido más prolongado, la conciencia de sus ciudadanos. «Los pobres de la ciudad y del campo», como se decía en los años setenta, lograron, en libertad, ser factores de cambio y transformación del país.

Observador privilegiado desde comienzos de 1970 hasta el 11 de septiembre de 1973, pude captar las complejas facetas del personaje, sus opiniones, sus manifestaciones de alegría y tristeza, sus preocupaciones ante actos protocolares delicados o problemas políticos que debía resolver. Como todos los seres humanos, el candidato y luego Presidente de la República reaccionaba ante las distintas situaciones de una manera personal y única. Ofendería su memoria si hiciera sólo un recuento hagiográfico de sus características de personalidad. Fue, en síntesis, un hombre de su época, vital, comprometido, protagonista siempre, que amó la vida con todas sus circunstancias.

Nos sorprende la seguridad con que decide conductas arriesgadas, en situaciones casi imprevisibles. Cuando durante las primeras horas de la noche del 4 de septiembre de 1970 se le insinúa, desde la central de recuentos, que tiene menos votos que Alessandri, con la asesoría de sus colaboradores resuelve, a pesar de esta información, que él ha ganado las elecciones y llama a Patricio Rojas, ministro del Interior de Frei, para que autorice una manifestación de sus partidarios en la Alameda Bernardo O’Higgins frente al local de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. La concesión del permiso confirma su audaz certeza. No menos categórico se muestra en la conversación, de la cual soy testigo involuntario, que se desarrolla en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York la tarde del 3 de diciembre de 1972, en que George Bush, padre del actual mandatario de Estados Unidos y a la sazón delegado de su gobierno ante Naciones Unidas, intenta que Allende modifique su discurso ante la Asamblea General de la ONU. Habla en castellano y Orlando Letelier traduce: «No haré cambios, mis palabras no son un ataque al Gobierno ni al pueblo de Estados Unidos, sino a las empresas transnacionales que intentan ahogar a Chile y su Gobierno».

Jamás un mandatario chileno había hablado con tanta claridad y firmeza al gobierno norteamericano. No cambió su actitud en la Unión Soviética, prolongación de ese viaje, donde se intentaba un apoyo económico al proceso chileno. No se logró en la medida de lo solicitado. «Los compañeros soviéticos no nos entienden», me dijo coloquialmente en su habitación del Kremlin después de una prolongada negociación. Comprendí que esas palabras no estaban destinadas a mí, sino a la troika soviética gobernante, que se impondría por los micrófonos que obviamente había en todas las habitaciones. «Tal vez deberíamos adelantar nuestro regreso a Chile», continuó con una afirmación que implicaba una velada amenaza. No fue así. Viajamos a Kiev por 24 horas, algún apoyo económico se logró, aunque el balance disgustó a Allende.

Una mirada superficial, a cuya tentación también a veces caí, muestra un personaje elegante, atildado, que siempre estará con cuello y corbata en los momentos ceremoniales. No se modifica su elegancia y buen vestir cuando está en la intimidad, en aquellas situaciones de descanso y relajo. Gusta de chaquetas bonitas, sobrias, cómodas. Su interés por algunas prendas del buen vestir llegaba a inventar argucias que le permitieran sustraérselas a alguno de sus buenos amigos. La artesanía andina y las pinturas eran otras de sus «debilidades», pudiendo recurrir a cualquier estratagema para apropiárselas. No había ánimo egoísta ni deseo de posesión individual. Bajo su dirección se gestó el Museo de la Solidaridad, cuyas obras constituyen la mejor pinacoteca que en la actualidad posee Chile. El impecable cuidado en el vestir jamás le restó contacto directo con los sectores más humildes del país, que lo quieren sin reservas, pero originaba envidia en sus opositores políticos. Al «pije Allende» se referían, intentando menospreciarlo. No lo lograban.

Faltaría a la verdad desconocer los sentimientos que generaba en el sexo femenino y sus obvias consecuencias. Culto, ingenioso, conocedor del mundo, podía resultar encantador. Algunas de sus relaciones fueron prolongadas y sin duda influyeron en su quehacer. Su compañera de toda la vida, Hortensia Bussi, madre de sus tres hijas, manejó con entereza y dignidad sus 34 años de convivencia. Sus discrepancias quedaban en la intimidad, manteniendo un respeto mutuo que se extendía a los diferentes roles que ambos jugaban en la vida sociopolítica chilena. En pocas ocasiones presencié al Presidente conmovido y emocionado. Una de ellas fue en la mañana del 11 de septiembre en La Moneda, cuando supo que los golpistas habían bombardeado su residencia privada de la calle Tomás Moro, donde se encontraba Tencha, quien con entereza y valentía logró salir con vida.

El carácter jovial, bromista y aparentemente despreocupado ha llevado a que en forma superficial se reste importancia a su producción intelectual. Nada más lejano de la realidad. Nunca se autodefinió como un «pensador»; no obstante, su vida está llena de aportes que, en su época, ningún otro político chileno hizo. Su primera incursión, después de su memoria de graduación de medico-cirujano, fue La realidad médico social chilena, que fue una síntesis, en su época, de los principales problemas de salud pública que aquejaban al país. Sus aportes teóricos a la situación del cobre se tradujeron en un proyecto de nacionalización tempranamente presentado al Congreso Nacional. Y los diferentes aportes que este libro reseña indican una persona informada y con poderosos argumentos.

Una magnifica síntesis de su concepción política y programática está en el libro de Régis Debray Conversación con Allende (1971), que es el diálogo entre un filosofo francés, de sólida formación, y un político que aplica a la realidad de un país subdesarrollado unas concepciones teóricas sobre la base de un marxismo enriquecido por los aportes científicos del devenir social. Socialista, laico, masón, marxista no dogmático, son características que definen al formulador de una tesis: la transformación del país al socialismo por la vía pacífica, electoral, con respeto a todas las concepciones políticas, ideológicas y religiosas.

La relación personal que establecía con sus amigos y colaboradores era cómoda. Respetuoso de los conocimientos técnicos de los profesionales, no ponía en duda los consejos que se le daban. La verdad es que, salvo un episodio de angina de pecho que se le presentó durante la campaña presidencial de 1970, fue una persona sana con algunos mínimos problemas médicos derivados del diario acontecer y que superó sin dificultades. Aun cuando en algunas fotos aparece fumando un puro, no tenía contacto habitual con el tabaco y aquellos momentos eran concesiones sociales a una amena conversación. Deportista, buen nadador, bebía vino tinto en las comidas y acostumbraba a consumir una copa de güisqui previa a las comidas o cenas.

Estos detalles son necesarios destacarlos porque la dictadura, sus personeros y todo el aparato mediático intentaron presentarlo como una persona de costumbres inconvenientes, sobre todo en relación al alcohol. Otorgaba confianza, siempre apreciaba a las personas en sus posibilidades. Me produjo a veces obvia inquietud, cuando en la ciudad argentina de Salta me indicó que colaborara con los médicos del general Lanusse en el manejo de un cólico nefrítico que retardaba la ceremonia final del encuentro presidencial. Igualmente, en los primeros días de noviembre de 1971, el mismo día de su llegada a Santiago, a requerimiento de Salvador Allende tuve que asistir médicamente a Fidel Castro, que sufría una laringitis aguda y una fuerte afonía que limitaban su frecuente y prolongado discurso. Eran demostraciones de confianza personal y profesional que me reiteró durante todo su mandato.

Siempre me llamó la atención la consideración que tenía para sus opositores políticos, que durante el gobierno de la Unidad Popular ya no fueron opositores, sino enemigos. Los diarios, televisiones y radios, en su gran mayoría en manos de la derecha, no escatimaron adjetivos para herirlo. Comentaba, en una mezcla de preocupación e ironía: «Es muy duro afectar el bolsillo de los poderosos». Mantenía, no obstante, la formalidad de maneras educadas y serenas. Sabía el odio que concitaba por los cambios económico-sociales que encabezaba, pero se refugiaba en el cariño y la solidaridad de aquellas mayorías que nunca habían significado nada en el país. ¿Cómo destruir la imagen de una persona que amaba la naturaleza, cuyos entretenimientos eran el ajedrez y el cine, que jugaba con sus perros? Difícil tarea. Ni siquiera lo lograron después de 17 años de dictadura. Se dice que la historia la escriben quienes ganan las batallas. En el caso de Salvador Allende esto es falso. Los golpistas y el gran traidor, a través de sus actos, han logrado casi una unánime opinión mundial y nacional. Perdieron la guerra. Se les ha ubicado en la escoria. Allende ha emergido, con los años, también por sus actos, como un político honesto, valiente y consecuente.

Su vida política y social, pormenorizada en este libro, fue brutalmente cercenada el 11 de septiembre de 1973. Quienes le acompañamos en su último combate fuimos testigos de un compendio de sus valores humanos y ciudadanos. Aquella mañana, cuando tuvo certeza de la magnitud de la traición, fue capaz de improvisar su último mensaje al pueblo de Chile, nos explicó colectivamente sus decisiones, nos ofreció la posibilidad de abandonar el Palacio de La Moneda, protegió y salvó la vida de las mujeres que allí estaban, incluidas Tati e Isabel, dos de sus tres hijas, combatió con las escasas armas de que disponía, se le escapó alguna lágrima por la muerte de Augusto Olivares y cuando la derrota militar era inminente puso fin a su vida. Su suicidio, tan incomprendido por algunos sectores, fue un ejemplo de consecuencia política y personal, fue su entrega a la libertad, a la defensa de la Constitución, y el postrer homenaje al cargo de Presidente de la República que el pueblo chileno, democráticamente, le había otorgado.

Dr. ÓSCAR SOTO GUZMÁN

Cardiólogo. Médico personal de Salvador Allende

INTRODUCCIÓN:

SALVADOR ALLENDE EN SU CENTENARIO

Con poesía, con ideas, con lucha, con sacrificio y una lucha incansable de todos los días realizando ahí al nuevo sujeto histórico por los cambios. La semilla de Allende está germinando. Lo mejor del pueblo, curadores de esa semilla, la cuidaron y la protegieron y como la memoria es como la tierra, esa semilla está germinando. Y hoy en este siglo por obra de los pueblos, de los que aman y respetan la tierra, la semilla allendista es patrimonio de la humanidad y florece en todo lugar. «La historia es nuestra y la hacen los pueblos», dijo Salvador Allende. Tenemos que continuar haciéndola. ¡Con Allende, mil veces VENCEREMOS!

GLADYS MARÍN[1]

11 de septiembre de 2003

La inmolación en defensa de los principios democráticos que guiaban la vida de su país en un Palacio de La Moneda envuelto en llamas convirtió a Salvador Allende en una de las grandes personalidades políticas del siglo XX. Sin embargo, su memoria se ha quedado atrapada en la tragedia del 11 de septiembre de 1973: toda su prolongada y apasionante trayectoria anterior a 1970, su defensa de un socialismo democrático y revolucionario o su solidaridad con las luchas del Tercer Mundo han caído en el olvido. Ni siquiera las grandes conquistas de sus mil días de gobierno son comúnmente reconocidas. Y, sin embargo, junto con el 11 de septiembre, constituyen su legado y definen los principios que orientaron su existencia.

Este libro recorre la trayectoria política de Salvador Allende.[2] La primera parte analiza toda la etapa anterior a su investidura como Presidente de la República el 3 de noviembre de 1970. Ofrecemos unas pinceladas sobre la evolución de Chile a lo largo del siglo XIX y la gestación del movimiento popular, con los antecedentes de la Sociedad de la Igualdad de Arcos y Bilbao, las huelgas obreras del cruce de siglo y la represión brutal que sufrieron los trabajadores. Allende nació en 1908, durante el conocido como «periodo parlamentario», y se incorporó a las luchas sociales en su etapa como estudiante de Medicina en Santiago, cuando se sumó a las movilizaciones contra la dictadura del general Ibáñez (1927-1931), actividad por la que fue encarcelado y expulsado temporalmente de la Universidad.

Su interés por la participación en las esferas de decisión asomó ya entonces puesto que, con tan sólo 19 años, fue elegido presidente del Centro de Alumnos de la Escuela de Medicina y con 22, vicepresidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Si con 15 ó 16 años un zapatero anarquista de Valparaíso le proporcionó los primeros libros y conversaciones sobre los ideales libertarios, en su etapa universitaria se aproximó a las lecturas esenciales del marxismo, incluidas las obras de Trotsky, en un alejamiento temprano del estalinismo.

Uno de los hechos capitales fue su participación en la fundación en 1933 del Partido Socialista, del que pronto se convirtió en uno de sus principales dirigentes, como secretario regional de Valparaíso en 1935, subsecretario general en 1938 y secretario general entre enero de 1943 y julio de 1944. Con sólo 29 años, fue elegido diputado y dirigió en Valparaíso la campaña de Pedro Aguirre Cerda, vencedor como candidato del Frente Popular en las elecciones presidenciales de 1938. Como diputado y como ministro de Salubridad de Aguirre Cerda, defendió varios proyectos importantes para mejorar las míseras condiciones de vida de las grandes mayorías del país.

En los años posteriores, adoptó algunas decisiones que se demostraron decisivas tiempo después. En 1945, logró un escaño en el Senado por las provincias australes, hasta entonces un feudo conservador, y confirmó su prestigio en la política nacional. En 1948, criticó la persecución del Partido Comunista impulsada por el gobierno de González Videla y dejó claro que los principios socialistas estaban impregnados de un profundo humanismo y entrelazados, de manera inseparable, con los derechos humanos y las libertades ciudadanas. De este modo, cuando se opuso a la proscripción del Partido Comunista, afirmó:

Los socialistas chilenos, que reconocemos ampliamente muchas de las realizaciones alcanzadas en Rusia soviética, rechazamos su tipo de organización política, que la ha llevado a la existencia de un solo partido, el Partido Comunista. No aceptamos tampoco una multitud de leyes que en ese país entraban y coartan la libertad individual y proscriben derechos que nosotros estimamos inalienables a la personalidad humana.

En 1951, cuando la mayor parte del socialismo decidió respaldar la candidatura presidencial del ex dictador Ibáñez, con un proyecto populista que podía evocar al peronismo, optó por abandonar el Partido Socialista Popular e impulsó su candidatura para las elecciones presidenciales de 1952 con el apoyo de un sector minoritario de los socialistas y del Partido Comunista desde la clandestinidad.

Aunque apenas obtuvo 51.975 votos, la primera de sus cuatro candidaturas presidenciales concretó una aspiración que había expresado, por ejemplo, ya en 1944 como secretario general del PSCh: «Los socialistas llamamos a la izquierda a unirse en torno a un programa; un programa que agitaremos desde la calle y desde el Parlamento; un programa de interés nacional, que reúna el máximo de voluntades en torno a él». A partir de 1951, Allende se convirtió en el principal adalid de la unidad de la izquierda, que se concretó con la creación del FRAP en 1956. En las elecciones de 1958, se quedó a 33.000 votos de La Moneda: había nacido el «allendismo», un movimiento popular que se formó en torno a sus propuestas de transformación del país y que rebasaba las fronteras de los Partidos Socialista y Comunista.

Antes del triunfo de la Revolución Cubana, la izquierda unida chilena (un hecho excepcional en el contexto de la guerra fría) ya era una alternativa de poder y ello originó que los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca ordenaran una intervención masiva en la política local para impedir el triunfo de Allende. En 1964, con una gigantesca «campaña del terror» y el apoyo de la derecha, el democratacristiano Eduardo Frei le derrotó, pero en 1970 la Unidad Popular alcanzó la anhelada victoria y, tras un acuerdo con el Partido Demócrata Cristiano (PDC, entonces dirigido por su tendencia progresista), logró derrotar las maniobras de Washington y de la derecha para impedir la elección de Allende como Presidente por el Congreso Pleno. El movimiento popular chileno abría las puertas de la Historia: por primera vez un marxista alcanzaba el gobierno de un país en unas elecciones democráticas y lo hacía al frente de una coalición que agrupaba a «marxistas, laicos y cristianos», según la definición que solía emplear el propio Salvador Allende.

La segunda parte se centra en los dos primeros años de gobierno de Allende. De inmediato, aplicó el programa de la Unidad Popular y procedió a la construcción del Área Social, «embrión de la futura economía socialista», es decir, a la nacionalización de las industrias claves para el desarrollo nacional (textil, siderurgia, cemento, minería...) y de la banca. Esta determinación hirió los intereses de la burguesía y como reacción el PDC impulsó una reforma constitucional destinada a paralizar el proceso de construcción del socialismo. El conflicto en torno a la definición del Área Social atravesó aquellos mil días y se probó irresoluble por la contradicción de los intereses enfrentados y el empate en las instituciones del Estado, a pesar de los reiterados intentos, hasta el último día, de Allende por alcanzar un acuerdo con el PDC.

Su Gobierno también erradicó el latifundio y liberó a los campesinos de una postración casi feudal para elevarles a la condición de ciudadanos. Con todo, la conquista más significativa fue la histórica nacionalización del cobre el 11 de julio de 1971 por tratarse del sector más importante de la economía nacional, «el sueldo de Chile» en palabras del Presidente de la República, por su trascendencia para el desarrollo del país. La decisión de Allende de restar a las indemnizaciones que se abonarían a las multinacionales estadounidenses unas elevadas cantidades en concepto de beneficios excesivos desencadenó el bloqueo económico de Washington, cuya inquina por la experiencia de la Unidad Popular sobrepasaba el ámbito de los intereses económicos y se justificaba fundamentalmente por razones políticas e ideológicas, de ahí las órdenes de Nixon a Kissinger ya en septiembre y noviembre de 1970.

Después de la victoria de la izquierda en las elecciones municipales de 1971, con el 50,86 % de los votos, el 21 de mayo de aquel año, en su primer Mensaje al Congreso Pleno, Salvador Allende planteó los fundamentos de la «vía chilena al socialismo», que cautivaba la atención de millones de personas en todos los continentes: la construcción de una sociedad socialista con absoluto respeto al pluralismo político, los principios democráticos y los derechos humanos.

Pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas –particularmente al humanismo marxista– y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos, inspirada en los anhelos más hondamente enraizados en el pueblo chileno.

Siempre valoró la posibilidad de construir el socialismo sin recurrir a la violencia revolucionaria y así, en el acto del Primero de Mayo de 1971, ante centenares de miles de trabajadores, afirmó:

Piensen, compañeros, que en otras partes se levantaron los pueblos para hacer su revolución y que la contrarrevolución los aplastó. Torrentes de sangre, cárceles y muerte marcan la lucha de muchos pueblos, en muchos continentes, y, aun en aquellos países donde la revolución triunfó, el costo social ha sido alto, costo social en vidas que no tienen precio, camaradas. Costo social en existencias humanas de niños, hombres y mujeres que no podemos medir por el dinero. Aun en aquellos países en donde la revolución triunfó hubo que superar el caos económico que crearon la lucha y el drama del combate o de la guerra civil.

El asesinato de un destacado dirigente democratacristiano pocos días después por parte de un grupo ultraizquierdista abrió un abismo entre la Unidad Popular, en minoría en el Congreso Nacional, y el PDC y precipitó su alianza con el derechista Partido Nacional, que se forjó a lo largo de 1971 y 1972 en distintas elecciones o en la «Marcha de las Cacerolas Vacías» de diciembre de 1971, cuando Fidel Castro culminaba su visita a Chile. A lo largo de aquellos tres años, Allende intentó alcanzar un acuerdo con el PDC para conformar una gran mayoría nacional por la transformación del país, en consonancia con muchos aspectos del programa de Radomiro Tomic en los comicios de 1970, pero poco a poco este partido se aproximó a la derecha y con la elección como su presidente del senador Patricio Aylwin, en mayo de 1973, optó de manera definitiva por unirse a quienes instigaban el golpe de estado.

La tercera parte analiza el último año de su Gobierno. Desde comienzos de 1972, se apreció una crisis en la Unidad Popular producto del disenso en torno a la estrategia ante las contradicciones, desafíos y oposición generados por la construcción del socialismo. Si inicialmente la polémica confrontó al Partido Comunista y al MIR (no integrado en la UP), en el Cónclave de Lo Curro, en junio de 1972, se expresaron con claridad las dos visiones de la política económica, y del proceso revolucionario en general, que se articulaban en torno a Salvador Allende y el Partido Comunista, por una parte, y al Partido Socialista, por otra.

Sin embargo, el paro orquestado por los gremios patronales y los sectores medios y profesionales en octubre de 1972 diluyó durante varias semanas todas aquellas diferencias en una gigantesca movilización popular de apoyo al Gobierno que impidió el colapso del país. Como solución última, el Presidente integró en su gabinete ministerial a tres altos oficiales de las Fuerzas Armadas, entre ellos el comandante en jefe del ejército. La relevante participación de los militares en el Ejecutivo, inédita desde el convulso periodo de 1925-1932, evidenciaba el grado de división del país, polarizado en torno a la disyuntiva capitalismo-socialismo.

En diciembre de 1972, Salvador Allende emprendió una gira por México, Nueva York, la Unión Soviética y Cuba que probó su enorme prestigio internacional. Si en los años treinta apoyó la lucha de la Segunda República Española contra el fascismo, en los cuarenta la de los aliados contra el nazifascismo, en los cincuenta condenó el derrocamiento de Arbenz en Guatemala y en los sesenta respaldó la Revolución Cubana y la lucha del pueblo vietnamita y repudió la invasión de la República Dominicana por los marines, en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas alzó su voz en nombre de los pueblos del Tercer Mundo que pugnaban por su independencia económica y aspiraban a emplear sus riquezas naturales para su propio desarrollo y denunció los intentos del imperialismo por derrocar el Gobierno constitucional que presidía.

En marzo de 1973, en medio de una grave crisis económica causada en gran parte por la estrategia de la oposición, se convirtió en el Presidente que mayor apoyo popular obtuvo en las dos últimas décadas después de dos años y medio de gestión y el 43,4 % logrado por la UP impidió a la oposición destituirle por los cauces constitucionales, pero también mostró a ésta que su último recurso, antes de las elecciones presidenciales de 1976, era el golpe de estado. El 21 de mayo de 1973, Allende habló ante el Congreso Pleno en defensa de la «vía chilena al socialismo» y de las libertades democráticas y previno al país sobre el peligro de una guerra civil.

Horas después del fracaso del golpe militar del 29 de junio, pronunció un discurso desde los balcones de La Moneda ante miles de personas. Cuando escuchó consignas que pedían la clausura del Congreso Nacional, en manos de una oposición que bloqueaba la acción del Gobierno, y la entrega de armas al pueblo, el Presidente señaló que si era necesario convocaría un plebiscito para dirimir el conflicto político, pero añadió:

Compañeros, ya sabe el pueblo lo que reiteradamente le he dicho. El proceso chileno tiene que marchar por los cauces propios de nuestra historia, nuestra institucionalidad, nuestras características y por lo tanto el pueblo debe comprender que yo tengo que mantenerme leal a lo que he dicho; haremos los cambios revolucionarios en pluralismo, democracia y libertad...

Después de aquella fallida sublevación, un dramático llamamiento del arzobispo de Santiago abrió paso a la última etapa de las negociaciones de Allende y el PDC, pero la dirección que comandaba Aylwin, con la tutela de Frei, rechazó el acuerdo de mínimos que le propuso. El 23 de agosto, tras la dimisión del general Carlos Prats, el Presidente Allende designó como nuevo comandante en jefe del ejército al general Augusto Pinochet, quien hasta entonces había exhibido una impecable lealtad a sus deberes constitucionales.

El 9 de septiembre, horas después de que Allende le explicara su intención de convocar un plebiscito como solución para el grave conflicto político que dividía al país, Pinochet decidió unirse a la conspiración golpista. Dos días más tarde, cada uno eligió su lugar en la Historia: Pinochet encabezó un golpe de estado que aniquiló una democracia sin parangón entonces en América Latina y se convirtió en el jefe de la junta militar que impuso una dictadura que durante 17 años exhibió un absoluto desprecio por la dignidad humana. Allende fue leal a la promesa que hizo al pueblo chileno en reiteradas ocasiones: no entregaría el poder que le había concedido a ningún golpista. Su último discurso por Radio Magallanes, de una belleza casi poética, es una de las piezas oratorias imprescindibles para la memoria democrática de la humanidad.

Salvador Allende conquistó el apelativo de «compañero Presidente» en 1970 por su trayectoria en las movilizaciones estudiantiles contra la dictadura de Ibáñez, en la efímera República Socialista de 1932, en la fundación del Partido Socialista, en la construcción del Frente Popular, como diputado, ministro de Salubridad y senador durante un cuarto de siglo, como candidato presidencial en cuatro oportunidades. «Yo no tengo otra arma que la persuasión y la autoridad moral que pueda tener por haber sido un hombre leal al pueblo», afirmó el 27 de octubre de 1971 ante los trabajadores del complejo minero de Chuquicamata.

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