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Fragmentos del Diario

colección

Pequeños Grandes Ensayos

Universidad Nacional Autónoma de México

Coordinación de Difusión Cultural

Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial


Contenido

Los cuadernos de Marie Bashkirtseff

Diario de Marie Bashkirtseff

Prefacio

1873

1874

1875

1876

1877

1878

1879

1880

1881

1882

1883

1884

Cronología de Marie Barshkirtseff

Bibliografía mínima

Aviso legal

Los cuadernos de marie bashkirtseff

“Pero, si no soy nada, si no debo ser nada, ¿por qué esos sueños de gloria desde que pienso?

Llegará un día en que por toda la tierra mi nombre se oirá a la manera de un trueno.”

Su nombre como un trueno. Heme aquí, más de un siglo después, pensando en Marie. Invitándolas/os a pensar en ella. Imaginando a una Marie del siglo xxi, con una lata de aerosol en la mano, grafiteando muros. Una Marie sin corsé. Dando la pelea en la plaza pública. La escritura de Marie, su vida breve, su ruego repetido por no ser olvidada. La rebeldía. Su cuerpo adolescente condenado a la muerte. La herstory está escrita –también– en los diarios íntimos, entre tantos miedos, tantas represiones, tantas revueltas silenciadas. Hay voces femeninas, sin embargo, que atraviesan los siglos. Nostalgia y gratitud por ellas. Esas mujeres que hicieron la travesía, como escribe Colette Cosnier: “De la aguja a la pluma”. Marie dio la pelea en ese ambiente suyo de encajes, gestos retenidos y samovares de plata. Con su escritura y con su pintura. A pesar de sus contradicciones, por momentos, abismales. Rodeada –hasta la asfixia– por una familia conservadora, extensa y codependiente. Tan sobreprotegida y tan sola. Entre las fiebres del alma y las fiebres del cuerpo. Entre Baden Baden, el barrio elegante de París y los barrios populares hacia donde salía a buscar sus modelos.

Los vaivenes de Marie. La presión familiar y su propio deseo de casarse con un noble millonario. Sus largas jornadas de trabajo ante sus lienzos. La tuberculosis a edad muy temprana. A los 14 años comenzó su diario. Murió tres semanas antes de cumplir los 26. Para entonces, ya había escrito los 105 cuadernos con las 19 000 páginas de su diario. La niña de la “pequeña” nobleza rusa que baila y se encarna en Petipa, la célebre bailarina del Ballet Bolshoi, y congrega a la familia para que la admire mientras baila. La joven que se disfraza de distintos personajes para recibir a sus visitas y jugar a los “cuadros vivientes” se encanta con los modistos más exclusivos de París, toca el piano, el arpa, la mandolina, se desvela para leer a los clásicos, a los autores de su época, lee como una desaforada. Se interesa en la ciencia. La apasionan la literatura, las artes, la filosofía. La muchacha que propuso en su academia de pintura proyectos para pintar desnudos; le ordenaron concentrarse en las naturalezas muertas. No lo hizo.

Una vidente leyó el futuro de su madre y le dijo que tendría dos hijos: su hijo sería un hombre “común”, pero su hija sería “una estrella”. La madre lo creyó a pie juntillas y ella y la familia se dedicaron a adorar a Marie como a un ser de excepción. Y lo fue, sin duda. Pero hay mucho de especulación en esa “adoración” de la madre por la hija. La señora Bashkirtseff, a la que Marie amaba y detestaba y de la que tenía una gran dependencia, miró siempre más a la “estrella” que a la hija. Separada de su esposo después de dos años de matrimonio, entregada al ocio de una nobleza adinerada, la madre convirtió a la hija en su proyecto de vida. Para bien y para mal. Quizás fueron esta exigencia y este mandato los que provocaron ese narcisismo tan intenso en Marie. Tan desesperante. Marie arma escenas. Es temperamental, demandante, egoísta. Eclipsa bien consciente y bien gozosa a su hermano Paul y aun a su prima Dina que vivió siempre con ella y quien fue la más leal de sus acompañantes, su paciente modelo en el taller, su guardiana, aunque Marie no la haya considerado su interlocutora.

¿A quién sí consideraba un interlocutor? La breve correspondencia de Marie con Guy de Maupassant es una delicia de inteligencia, profundidad, desparpajo y coquetería. Sabiéndose ya condenada por la tuberculosis, buscaba un editor para su diario. Le escribe a su autor admirado con el seudónimo de Miss Hastings. Esa Marie libre y lúdica, ante la solicitud del escritor de revelarle su verdadera identidad, ¿es gor-da?, ¿es delgada?, ¿es una anciana?, ¿es joven?, en algún momento le responde: ¿y si fuera yo un hombre?, y agrega a la epístola dibujos de un señor regordete. La que se atreve a responderle al maestro: “Usted no es el hombre que yo busco. Yo no busco a nadie, señor. Estimo que los hombres no deben ser sino accesorios, para las mujeres fuertes.” Se le habrá caído el bigote a Maupassant.

En muchas ocasiones, Marie describe su contrariedad por no ser hombre, rabia que se traduce más bien en su rebeldía ante la suerte de las mujeres. Las más simples libertades de la vida cotidiana: tomar el sol sin chaperona en una banca en el Jardín de Luxemburgo, visitar sola el Louvre y detenerse ante una pintura el tiempo que quisiera, internarse en el Coliseo en silencio. Considera disfrazarse de hombre, hacerse lo más fea posible para no correr riesgos. “No tengo de mujer más que el envoltorio y ese envoltorio es terriblemente femenino. Con respecto al resto, es terriblemente otra cosa.”

Marie reivindica la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres y al mismo tiempo afirma que nunca podrán ser iguales dos seres tan diferentes. Quizás ahora podríamos decir que fue una feminista de la diferencia, avant la lettre. Marie se enamora con los alientos del romanticismo más exacerbado. Rechazó propuestas y fue rechazada. “No adoro a nadie, pero busco a aquel a quien adoraré. La linterna de mi imaginación está encendida.” Pero también escribe: “Un ser, hombre o mujer, trabajando siempre y preocupado por la gloria, no ama como quienes no tienen otra cosa que hacer.” Se enfurece contra las limitaciones de su enfermedad. Habla cinco lenguas y lee en griego y latín. Se ajusta el corsé y sueña con hacerlo estallar. Visita con una amiga (ambas con nombres falsos) a la sufragista Hubertine Auclert y se suma a su asociación Droit des Femmes. Hubertine era valiente y brillante. Como una de sus estrategias para exigir el voto femenino, se negó a pagar impuestos: “No puedo ser nada y alguien a la vez. No puedo ser inexistente cuando se trata de votar y existir cuando se trata de pagar; no tengo derechos, por lo que no tengo ningún cargo, no voto, no pago.” Y declaró que no entendía por qué los censos de población incluían a las mujeres: “Si no contamos, ¿por qué nos cuentan?”

Marie, con el seudónimo de Pauline Orell, escribe para el periódico feminista de Auclert sobre el derecho de las mujeres a formarse y la necesidad de que se abran los espacios a las mujeres artistas. La Citoyenne, núm. 4, domingo 6 de marzo de 1881:

No sorprenderé a nadie diciendo que las mujeres son excluidas de la Escuela de Bellas Artes, como lo son casi de todos lados... Así, ustedes que se proclaman tan alto más fuertes, más inteligentes, más dotados que nosotras, acaparan para ustedes solos una de las más bellas escuelas del mundo en la que se les prodigan todos los alientos... En cuanto a las mujeres a las que ustedes llaman frágiles, débiles, limitadas y de las que un gran número está privada –por la palabra conveniencias– aún de la banal libertad de ir y venir, ustedes no les conceden ni aliento, ni protección, sino al contrario... Nos preguntan con una ironía indulgente cuántas grandes artistas mujeres han existido, ¡Eh! Señores, han existido y es sorprendente vistas las dificultades a las que se enfrentan.

Marie nació en 1858 en Gavrontsy, cerca de Poltova, en lo que ahora es Ucrania y era, en el siglo xix, parte del Imperio ruso. Bashkirtseff por el padre, Babanín por la madre. Cuando se separó de su esposo, Marie Babanín regresó a vivir a la casa de sus padres con Marie y Paul. Los Babanín salieron de Rusia –en verdadera caravana– rumbo a varias ciudades de Europa antes de instalarse en una villa en Niza, en la famosa Promenade des Anglais, frente al mar. Marie emprende su diario. Los síntomas de su enfermedad comienzan a manifestarse a los 16 años: dolores, migraña, tos, una sordera que vivió como uno de los más crueles golpes de su vida. Un atardecer en Niza salió de su casa –con su prima Dina que temía lo peor y corrió detrás de ella– cargando el péndulo del comedor para arrojarlo al mar, sin más explicaciones que su desasosiego. Su continuo desasosiego. Los péndulos marcan el tiempo. Marie vivió como si no tuviera tiempo, aun antes de saber que esa amenaza fantasma se convertiría –tan pronto– en una realidad. Sus ansias de “gloria” y los planes para alcanzarla toman muchísimas páginas de su diario.

Quiere ser cantante, tiene una bella voz de mezzosoprano. A los 17 años pierde la voz. A los 19 años, por insistencia de Marie, la familia se muda a París. Decide dedicarse a la pintura y a la escultura. El padre, que en algún momento regresa a vivir –muy brevemente– con su familia, decreta: “no es conveniente ensuciarse los dedos”. Más claro: es un desfiguro y una ignominia ser noble y ejercer un oficio, sobre todo en el caso de una mujer. Marie soñaba con la Escuela de Bellas Artes, pero el ingreso a esos talleres le fue permitido a las mujeres hasta 1898. Casi dos décadas antes Marie escribe: “Desde allí se veía la Escuela de Bellas Artes. Es para gritar. ¿Por qué no puedo estudiar allí?” Se inscribe en la Academia Julian, abierta a la formación de mujeres, aunque en talleres separados de los de los hombres. Las reglas de la creación eran definidas por el sexo. Como escribe la historiadora feminista Michelle Perrot en Mi historia de las mujeres: “En el Salón de París (Le Salon), los jurados, masculinos en su totalidad, esperaban que las mujeres se ajustaran a los cánones de la feminidad, en primer lugar para los temas: naturalezas muertas, retratos, escenas de interior y sobre todo arreglos florales. Ni desnudos ni pintura histórica. El desnudo, ese absoluto tabú, fue conquistado por las mujeres en el siglo xx”.

En 1880, Marie es seleccionada para participar en el célebre Salón de Pintura y de Escultura de París, la exposición anual de los pintores “oficiales”, controlado por la Academia de Bellas Artes. Con el seudónimo de Marie Constantin Russ presentó “Muchacha leyendo La cuestión del divorcio”, obra de Alejandro Dumas (hijo). Su modelo fue su prima Dina Babanín. El cuadro, desaparecido durante décadas, fue subastado en 2012 por Sotheby’s. Ahora es propiedad de la fundación rusa Renacimiento de la Memoria de Marie Bashkirtseff, que reune material, obra y objetos personales para crear su museo en Poltova.

Marie visita los baños termales. Al año siguiente la escultora Hélène Bertaux funda la Unión de Mujeres Pintoras y Escultoras y comienza desde ese espacio un cuestionamiento de las oportunidades para las mujeres en el arte. Ese año Marie expone en el Salon “El taller de mujeres de la Academia Julian”.

Marie padece crisis frecuentes de desesperación y de furia. Viaja. Vive fascinada por Italia. Por la música. Por la pintura de Velázquez que descubre en su viaje a España. Es una admiradora de la obra de su amigo Jules Bastien-Lepage. Su sordera la humilla, sus tratamientos la agotan. Tose y su pañuelo blanco recoge gotas de sangre. Está convencida de ser merecedora de un trato de excepción que no siempre se le concede. Se sumerge en la angustia. Sus rebeldías contra los límites conmueven y, por momentos, fatigan, dada su repetición. Espera la llegada de un amor tumultuoso, o muy conveniente, pero se sabe enferma. Un amor o un acuerdo conyugal que no se interponga en los tiempos de su pintura. Aunque, confiesa, no es lo suficientemente rica como para encontrar un marido que la deje en paz. Es desgarradora y dan ganas de abrazarla.

Pensar que sólo vivimos una vez, ¡y que la vida es tan corta! Cuando lo pienso mis sentidos me abandonan y mi alma se convierte en una plegaria a la desesperación. ¡No vivimos sino una vez! Y yo estoy perdiendo esta preciosa vida, escondida en la oscuridad. Sin ver a nadie. ¡Vivimos sólo una vez! Y mi vida está siendo arruinada. ¡Vivimos sólo una vez! Y yo estoy hecha para desperdiciar mi tiempo miserablemente, y los días están pasando, pasando para nunca regresar, llevándose una parte de mi vida con ellos, cuando pasan.

Marie se la juega en el Todo o Nada. Menciona en su diario al neurólogo Jean-Martin Charcot, especialista en “enfermedades nerviosas”, célebre por sus estudios de la histeria en el hospital de la Salpêtrière, maestro de Freud. Charcot, en principio, visita la casa de los Babanín para atender al abuelo que sufrió una trombosis. También se ocupa de Marie, le sugiere viajar a Italia. Si la tuberculosis es el gran mal del siglo xix sin diferencia de sexos, la histeria es el gran mal femenino. Me imagino la fascinación de Charcot ante la personalidad de Marie. “Nerviosa” y poitrinaire. No puedo afirmar que la haya tratado por su “mal de nervios”, pero me parece difícil que ante una personalidad semejante, se abstuviera. Los síntomas de la histeria son los de un cuerpo femenino –amordazado, encorsetado– que se rebela, como bien analiza Emilce Dio Bleichmar en El feminismo espontáneo de la histeria. Marie era, sin duda, una tremenda hystérique. Tengo un gran respeto por esa palabra, más allá de sus acepciones misóginas o vulgares. La histérica es una bebedora de absolutos. Por eso, cuando el “mal” viene acompañado por la sensibilidad y el talento, resulta tan fascinante.

¿Cuáles son las posibilidades de la revuelta, cuando el exterior te acota? Sus profesores, sorprendidos por la calidad de los primeros bocetos de Marie, dirán que ella no tenía “ni la mano, ni la manera, ni las disposiciones de una mujer.” Marie presenta el proyecto de un desnudo femenino: una mujer montando a un esqueleto. Quizás ella, la artista, cabalgando su muerte. Rodolphe Julian, el director de la academia, lo desautoriza. Aquello podría provocar aullidos en el público; por el tema, por el desnudo y por ser obra de una mujer. Sin embargo, su Estudio de figura masculina muestra a un flautista, casi desnudo. “Lejos del deseo de ser hombre, estoy muy contenta de ser lo que soy. A mi manera de entender una mujer puede ser tan útil a su país y a la humanidad como un hombre, si sólo hubiera (no la hay) una diferencia en la educación. No puedo vivir ignorada y perdida en la multitud; tengo que distinguirme.”

Marie mantuvo una relación muy estrecha con dos de sus institutrices: Catherine Collignon, muerta de tuberculosis, y Rosalie, su amiga hasta el final de su vida. Vive con una gran tristeza la pérdida de su abuelo Babanín, quien ocupó desde su infancia el lugar del padre, dada la ausencia y la permanente distracción de Konstantin. Viaja por Rusia y España, regresa muy enferma. En un testimonio publicado por el Círculo de Amigos de Marie Bashkirtseff (Francia), una compañera de la Academia Julian, la señora Dzykonska, narra:

Habiendo emigrado al nuevo taller Julian en la calle Vivienne, perdí de vista a Marie Bashkirtseff durante algún tiempo, y cuando regresé en 1881 al Pasaje de Panoramas, ya no estaba. Me dijeron que viajaba por España. Un día el señor Julian entró al taller con el rostro desolado: “Señoras, la señorita Bashkirtseff se muere”. Me quedé y miramos algunos bosquejos. Entre ellos, estaba el de un condenado a muerte, en su celda, ocho días antes de su ejecución.

Marie no tuvo el tiempo para trabajar una obra para el Salon de 1882, pero ese año –a pesar de su fragilidad, o quizás por ella– trabaja muchísimo. Ya tiene la certeza de que no hay apelación posible ante su enfermedad. En el Salon de 1883 presenta tres obras: Jean y Jacques, Una parisina y Retrato de Dina. Su padre muere en Rusia de tuberculosis. En el Salon de 1884 presenta la pintura Un mitin y la escultura Dolor de Nausicaa. Se está muriendo. Pintar le cuesta demasiado esfuerzo. Piensa que si bien sus obras tienen éxito y los periódicos ya hablan de ella, no le basta. Emprende la búsqueda de un escritor famoso que acepte ayudarla a editar su diario. Su amistad con Jules Bastien-Lepage, también moribundo por el cáncer de estómago, la sostiene, tanto como le provoca desesperanza y angustia, ese espejo de la degradación del cuerpo y de la muerte próxima. En su último año visita una exposición de Édouard Manet: “Es conmovedor... infantil y grandioso.” Nos enteramos por el Diario de Julie, la hija de Manet: “Papá no creía, como el señor Degas, que Marie era una mujer como para azotarla en la plaza pública, la admiraba”. Marie muere el 31 de octubre de 1884.

Cuando no logró vender los cuadros de Marie a un museo ruso, la señora Bashkirtseff decidió –en 1908– donar más de cien obras al hoy museo de San Petersburgo. Las obras que fueron trasladadas a Ucrania desaparecieron durante la segunda Guerra Mundial. Sin embargo, una parte de su obra está en algunos de los más importantes museos del mundo y podemos acercarnos a su trabajo mediante las páginas de internet. Entre ellas, me conmueven particularmente: Mujer joven con ramo de lilas y Señorita con sombrero. Quizá, porque están hechas de nostalgia.

En 1887, la señora Bashkirtseff, con el apoyo del escritor André Theuriet, publicó la primera versión del Diario. Se convirtió en un best seller, traducido muy pronto al inglés. La madre sostuvo el engaño con respecto a la edad de su hi-ja. Marie comenzó su diario a los 14 años y no –como afirma ella misma en su prefacio– a los 12. Antes de morir, la señora Bashkirtseff donó los manuscritos del diario a la Bibioteca Nacional de Francia, con una cláusula: no podían ser abiertos sino diez años después de su muerte.

Concedámosle a la madre, ante sus furiosos detractores (a quienes no les faltan razones), que por lo menos tuvo ese último gesto de honestidad: entregar los originales en versión completa. No los destruyó, después de la primera edición con los textos seleccionados por ella, de tan arbitraria y puritana manera. La madre de Marie murió en 1923, a los 87 años. Mientras la hija escribía comprometiéndose con sus futuras/os lectoras/es: “si este libro no es la exacta, la absoluta, la estricta verdad, no tiene razón de ser”, la madre leyó los cuadernos (dudo mucho que una madre tan intrusiva no los haya leído a lo largo del tiempo), excluyó y disimuló todo aquello que atentaba contra la imagen de la femineidad más deseable para su medio y su época, así como lo que pudiera dañar los blasones de una familia acompañada por el escándalo: su separación de Konstantin Bashkirtseff, un hermano bebedor y pendenciero en continuos conflictos con la justicia, su inclinación y la de su hermana Nadine por los casinos, un elevado tren de vida sostenido por el –dudoso– matrimonio de Nadine con un Romanov, y la viudez de Nadine, a la que siguió un interminable juicio por la herencia.

Pasó también a la zona fantasma lo que más podía afectarle a la madre: el enojo de Marie contra ella. Su hartazgo ante las exigencias de una madre que “sólo habla de cuestiones domésticas” y que, al mismo tiempo, sueña con ocupar los espacios más deslumbrantes, a través de su hija. Marie con frecuencia la detestaba, pero no podía vivir sin ella. “En lugar de hablarme de su amor, recuerde que usted me asesinó moralmente... Pero dado que no me muero de una enfermedad, ya encontraré otra cosa cuando haya definitivamente perdido la esperanza de largarme de la atroz y abominable vida que usted me inflige.”

Gracias a su Diario, el nombre de Marie se oye “a la manera de un trueno”.

Georges Bernard Shaw: “En 1890, la sensación literaria del día era el Diario de Marie Bashkirtseff”. Maurice Barrès (con su tintecito misógino) se refiere a ella como “nuestra señora nunca satisfecha”. Anatole France lee su diario y escribe:

(Marie) Repite “¡Quiero ser César, Augusto, Marco Aurelio, Nerón, Caracalla, el diablo, el papa!” Las ideas más incoherentes se mezclan en su cabeza... En un extraño caos... Es coqueta, está loca; pero esa cabeza de chorlito está amueblada como la de un viejo bibliotecario. A los diecisiete años, Marie Bashkirtseff ya ha leído a Aristóteles, Platón, Dante y Shakespeare. Los relatos de la historia de Roma de Amédée Thierry la cautivan. Recuerda con placer “ una interesante obra sobre Confucio”. Se sabe de memoria a Horacio, Tibulo y las sentencias de Publio Siro. Es profundamente sensible a la poesía de Homero... Su espíritu es un almacén donde se guardan en desorden la Corinne de Madame de Staël, Hombre-Mujer de Alexandre Dumas hijo, Rolando furioso, las novelas de Zola y las de George Sand.... Descubrió la belleza de los miserables... es un espectáculo impactante cuando la naturaleza, mediante un terrible atajo, nos muestra uno tras otro el amor y la muerte; pero hay en la vida tan corta de Marie Bashkirtseff no sé qué de amargo y de desesperado que encoge el corazón.

En América latina la admiraron Rubén Darío, Amado Nervo, Victoria Ocampo. José Asunción Silva la recrea en su novela De sobremesa. Marina Tsvetaeva se inspira en el Diario de Marie para escribir sus Cuadernos. También la leen Katherine Mansfield, Anaïs Nin y Simone de Beauvoir. Teodoro Adorno la llamó La santa patrona del fin de siglo. En 1964 fueron encontrados en la Biblioteca los manuscritos completos del diario de Marie. La escritora Colette Cosnier, “biógrafa de las mujeres olvidadas”, se encerró en la Biblioteca Nacional hasta leer las 19 000 páginas de los manuscritos y publicó en 1985 una biografía de Marie Bashkirtseff, Un portrait sans retouches (Un retrato sin retoques).

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9786073041591
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