Czytaj książkę: «Invierno»

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Primera edición: febrero de 2020
© Copyright de la obra: Ma Jesús González
© Copyright de la edición: Angels Fortune Editions

ISBN: 978-84-121212-5-4

Corrección: Teresa Ponce

Maquetación: Celia Valero

Edición a cargo de Ma Isabel Montes Ramírez ©Angels Fortune Editions www.angelsfortuneditions.com

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INVIERNO
[María Jesús González]

Estaba sentado en la cama de mi habitación, sin saber qué hacer. El tiempo se desvanecía a mi alrededor, sin control. No era consciente de lo que pasaba en el mundo real. Nunca imaginé, seis años atrás, encontrarme en esta situación.

Mariona era la mujer de mi vida. Lo supe desde el primer momento en que la vi en aquel garito de ambiente. Nunca pensé que en un lugar así encontraría el amor verdadero. Me hacía feliz y yo a ella. En los seis años que convivimos juntos, no había habido un solo día en que no sintiera esas mariposas en el estómago de las que habla todo el mundo cuando estás enamorado.

Lo tuvimos claro desde el principio, así que ¿por qué esperar? No tardamos en comprarnos un piso en común, la relación iba en serio. Fue al cabo de seis años de convivencia cuando decidí plantearle tener un hijo, no inmediatamente, pero sí en un futuro muy próximo.

Era miércoles seis de junio. No sé por qué elegí ese día para proponerle ir en busca de un bebé. Por fin había llegado el momento tan esperado. Ansiaba tener un hijo. Sería la pieza del puzle que completaría nuestro amor. Era el día perfecto, un día cualquiera. ¿Cómo me iba a imaginar lo que ocurriría después? Ese día hice todo lo posible para salir antes del trabajo, me pasaba muchas horas fuera de casa y quería que fuera excepcional, darle una sorpresa. De camino a casa, me paré en un supermercado. Fue una visita relámpago. Compré la mejor botella de cava que encontré, la ocasión lo requería. También algo de cena, fresas y nata. Le fascinaban las fresas con nata. Mientras conducía hacia casa, me imaginaba la cara de felicidad que pondría Mariona cuando viera la mesa preparada con todos los ingredientes adecuados para una ocasión especial. Estaba impaciente por llegar. Deseaba abrazarla, besarla como si no hubiera un mañana.

Abrí la puerta, sigiloso. Enseguida me di cuenta de que algo no marchaba bien, Mariona aparentemente no estaba y no era normal a esas horas. Examiné la estancia, haciendo un rastreo con ojos de águila. Mi exploración se paró en su ropa, que iba formando un camino rumbo a nuestra habitación, como el que Hansel y Gretel dejaron a su paso con migas de pan, pero en este caso no había ningún ser vivo que pudiera borrar el rastro. Lo seguí, y la sorpresa fue para mí. La ropa de la cama estaba revuelta, gracias a dos cuerpos que se regocijaban de placer encima de la tela, seguramente mojada por la fricción del deseo.

—¡¡¡Mmmm…!!! ¡¡¡Quiero más, eres el mejor!!! —gemía Mariona, mientras esas palabras retumbaban en lo más profundo de mi alma, rasgándome por completo hasta el infinito.

Me entraron ganas de vomitar, tenía una sensación de vértigo constante. Nunca hubiera imaginado que Mariona pudiera hacerme una cosa así, pero allí estaba yo, paralizado, como si me hubieran puesto cemento en los pies. Tuve que sacar las fuerzas de lo más profundo de mi ser para que no se me cayeran las bolsas de la compra al suelo y permanecer en el anonimato. De repente, un ángel venido del cielo se apiadó de mí y, como si de un milagro se tratara, mis articulaciones empezaron a movilizarse lentamente. Una recarga de energía iba reactivando cada poro de mi piel hasta llegar al cerebro. Volví a la vida. Mi respuesta ante el desengaño: escapar lo antes posible de esa escena, sin decir nada, con el corazón pisoteado y recogido con excavadora.

Esperé pacientemente fuera del edificio, dentro del coche, como un detective de poca monta, hasta que aquel ladrón de corazones sin rostro abandonara el lugar del delito. Había dejado las bolsas de la compra en la puerta de los vecinos del segundo tercera, el marido estaba en paro y seguro que agradecerían aquel regalo imprevisto. La espera fue larga, me dio tiempo a limpiarme las lentes cuatro veces, quería ver bien el aspecto de aquel individuo. Justo media hora antes de mi llegada habitual a casa después de acabar mi jornada laboral, salió por el portal un desconocido con barba espesa, colocándose bien la camiseta por dentro de las bermudas. Ya en la calle, miró a un lado y a otro con unos ojos que casi se le salían de las órbitas. Una vez controlado el entorno, salió escopeteado calle arriba. Estaba claro que era él y que lo tenían todo calculado. Cuando el campo de batalla estuvo despejado, respiré profundamente para calmar mi sed de venganza, retomé las fuerzas necesarias para enfrentarme al engaño y subí como si nada.

Ella estaba sentada como siempre en el sofá, viendo la tele, esperándome. Pero esta vez no estaba sola, le acompañaba el espectro de la traición. Me acerqué a ella con toda la normalidad que pude encontrar en mi interior para no levantar sospechas y la besé en los labios con sabor a mentira. Las horas restantes se me hicieron eternas, sin cambios para ella, esperando con gran ahínco el día de después para empezar con mi plan.

El despertador sonó y fingí estar enfermo.

—Mi amor, hoy no iré a trabajar, me duele todo el cuerpo. Creo que tengo algún virus raro —mentí despiadadamente, haciendo el papel de mi vida.

—¿Quieres que llame al médico para que venga a visitarte, mi cielo? No quiero que empeores mientras estoy fuera —dijo fingiendo estar preocupada, posiblemente para limpiar su conciencia. Todas sus palabras ya no significaban nada para mí.

—No te preocupes, mi amor, me tomaré un ibuprofeno y me quedaré en la cama para descansar. Supongo que tantas horas de trabajo me están pasando factura. Llamaré a la empresa para comunicarlo.

Y dicho esto, Mariona me dio el beso de buenos días en los labios y se levantó de la cama para prepararse y seguir con su doble vida. Hacía unos meses que se había quedado en paro y decidió sacarse unas oposiciones para la Administración. Cada mañana iba a una academia de estudios, decía que le iba bien para concentrarse y entender mejor la temática. A mí no me importó, era informático en una gran empresa y me ganaba bien la vida. Y si era su deseo, yo amén.

Agudicé el oído para escuchar su ausencia y me apresuré para iniciar mi plan. Primer paso, coger la escritura de compra del piso del cajón de los documentos para dirigirme a la agencia inmobiliaria con la que había hablado el día anterior.

Segundo paso, dejar pasar una semana para comprobar si todavía existía en ella un poquito de dignidad y amor por mí, que me mirara a los ojos como lo hacía años atrás, se sincerara conmigo y con ella misma. Pero esa ilusión era mía, no ocurrió. Así que tuve que pasar al tercer paso. La mañana del octavo día tras su infidelidad, salí detrás de Mariona. Con discreción, la perseguí. Quería saber si realmente iba a la academia de estudios o se entretenía por el camino.

¡Bingo! La muy pécora se paró en un portal, llamó al timbre, contestó a la voz que salió del interfono con una sonrisa de oreja a oreja y, posteriormente, se adentró en el portal dando saltitos de alegría como una adolescente con las feromonas a flor de piel. El corazón se me aceleró a cien por hora ante esa reacción, pero mi mente contuvo a mi cuerpo para no correr tras ella y cantarle las cuarenta. Conseguí serenarme y esperé con calma detrás de una esquina mi momento en esta historia de locos.

La mañana parecía desapacible, los escalofríos se paseaban por todo mi cuerpo, desde la punta de los dedos de los pies hasta el pelo de la cabeza. Sin embargo, era una sensación extraña, pues estábamos en pleno junio y la temperatura ambiental no bajaba de veintiocho grados. No sé si sería por la poca esperanza que me quedaba de que la esencia que conocí en Mariona volviera o porque realmente sabía que mi fantasía estaba llegando a su fin.

No sé cuánto tiempo había transcurrido desde que perdí de vista a Mariona, pero se me estaba haciendo interminable. Comprobé el reloj y, cuando alcé la mirada, tuve que recolocarme las gafas para visualizar bien la imagen que tenía ante mis ojos. La pareja feliz estaba en la portería, montando un espectáculo de jovenzuelos entre carantoñas, besos y abrazos. Sin perder tiempo, me dirigí hacia ellos con decisión poniéndome delante de los dos, cara a cara. Sin más preámbulos, se separaron con rapidez como si mi mirada gélida les hubiera cortado el fuego que se desprendía de sus cuerpos. Se quedaron pasmados, sin pestañear, blancos, con sudores en sitios inexistentes para su conocimiento, con apariencia de haber visto un fantasma. A Mariona se le ensombreció la luminosidad de sus ojos de golpe. Llegó el momento de la verdad. Me permití un instante de silencio absoluto para recuperar la serenidad antes de iniciar mi discurso, pero fue en vano.

—¿Así que este es el desgraciado con quien te revuelcas a mis espaldas? ―No quería ser tan explícito ni despectivo, pero esas palabras salieron de mi garganta como si me hubiera poseído un duende maléfico.

—Mi vida, no es lo que parece. Es mi compañero de estudios, Pedro. Ya te había hablado de él, ¿recuerdas? Me está ayudando a repasar para el examen. Sabes lo que está en juego, mi futuro depende de ello. —Mariona defendía lo indefendible, sus palabras salían de su boca acompañadas con veneno de serpiente.

—¡¡¡Basta ya, Mariona!!! No quiero oír más falsas esperanzas. Se acabó. —Cerré los puños, tenía la paciencia al borde del abismo. Mis manos querían arrancar la cabeza de aquel barbudo que se reía en mi cara y pretendía apartar de mi lado para siempre a la princesa que se adueñó de mi corazón, quien, en cuestión de segundos, se había convertido en rana. Pero, en cambio, retomé la compostura con gran esfuerzo y no dejé que se burlaran más en mi presencia—. En breve tendrás noticias mías.

Y con estas palabras, di un giro de noventa grados e inicié el camino hacia mi nuevo destino. No miré atrás, no por falta de ganas, sino por controlar la furia que me quemaba por dentro, no se merecían que manchara mis manos de sangre. No quería venganza, quería justicia, quería que mi mente descansara al saber que mi mundo con ella ya no existía, que había muerto.

Necesité dos días para pasar al cuarto paso de mi calculado plan. Para no levantar sospechas y no preocupar a mis padres, me fui a dormir a un hotel. No podía estar bajo el mismo techo que ella. Mariona, en cambio, no tenía ningún tipo de escrúpulos, seguía viviendo en nuestro piso con total normalidad.

Sentado en la cama, entre aquellas cuatro paredes desconocidas, respiré hondo hasta llegar a lo más profundo de mi alma. Tenía que recuperar todo el aliento necesario para ponerle punto final a esta farsa. Marqué su número con manos temblorosas. Ella emitía palabras como si fuera inocente de su traición.

—Mi vida, has recapacitado, cuánto me alegro. Sabía que lo entenderías, sabes que eres el amor de mi vida. «Contigo hasta el infinito y más allá», escribimos estas palabras en nuestro árbol, ¿te acuerdas? No puedes haberlo olvidado. Te quiero, mi amor, y lo sabes, nunca haría nada para hacerte daño. —Su voz era suave, aterciopelada, la rana disfrazada de princesa.

—Mañana nos vemos a las seis en el piso. Te pido que, si todavía te queda un poco de pudor hacia mi persona, seas puntual.

Y con esta condición, colgué el teléfono sin dejar que emitiera ningún sonido más.

Esa noche quise dormir en nuestro hogar destrozado, ella dormiría en casa de sus padres, fue otra de las condiciones que le exigí en nuestra corta conversación telefónica. Quería despedirme de los miles de recuerdos que aprisionaban mis neuronas. Me acurruqué en la cama en posición fetal y me puse a llorar como un niño asustado. Fueron las primeras lágrimas que solté desde que descubrí la realidad de mi relación.

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