Czytaj książkę: «La oposición al franquismo en el Puerto de Sagunto (1958-1977)»

Czcionka:

LA OPOSICIÓN AL FRANQUISMO EN PUERTO DE SAGUNTO (1958-1977

LA OPOSICIÓN AL FRANQUISMO EN PUERTO DE SAGUNTO (1958-1977)

Maria Hebenstreit

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

De los textos Maria Hebenstreit, 2014

De esta edición: Publicacions de la Universitat de Valencia, 2014

Publicacions de la Universitat de Valencia

http://puv.uv.es

publicacions@uv.es

Diseño de la maqueta: Inmaculada Mesa

Fotografía de la cubierta: Horno alto, n.° 3 (15-XII-1953)

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-370-9531-8

A Don Pepe Fornés

A todos los hombres y mujeres que lucharon por la libertad

ÍNDICE

TABLAS E ILUSTRACIONES

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

Fuentes y Archivos

I. EL NACIMIENTO DE UNA «COMPANY TOWN». PRECONDICIONES PARA EL SURGIMIENTO DE UN MOVIMIENTO OBRERO

¿Un caso especial? Retrato de una sociedad obrera

Los comienzos: La Compañía Minera de sierra Menera en ojos Negros y el embarcadero en el Puerto de sagunto

Primeros conflictos sociales, despedidos, huelgas

La Primera Guerra Mundial. El nacimiento de la Compañía Siderúrgica del Mediterráneo

Luchas intensas: Desde la instalación del primer horno alto hasta el final de la Guerra Civil (1921-1939)

Los años de crecimiento. La dictadura de Primo de Rivera

«La empresa nos acondicionó la vida». «Company town» y «Puerto de Hierro»

Las grandes huelgas de 1930 y 1933

¿Años de revolución social? La Guerra Civil

«Los años de silencio». La Posguerra (1939-1958)

«La vida sigue…». De la CsM a los Altos Hornos de Vizcaya (AHV)

«La oscuridad al final del túnel»

La implantación del sindicato Vertical

La represión institucionalizada

De la reorganización a la escisión. La oposición en las décadas de 1940 y 1950

II. UNA NUEVA GENERACIÓN DE LA OPOSICIÓN ORGANIZADA (1958-1968)

Las últimas décadas del franquismo (1958-1977)

De la autarquía al «Plan de Estabilización»: La expansión de AHV en los años sesenta

Transformación social: Nivel de vida, cambio demográfico y emigración

Cambios institucionales y legales

La racionalización de la producción y la Ley de los Convenios Colectivos 1958

«Una mayor armonía entre los elementos que constituimos la empresa». El Jurado de Empresa y la Ley de los Convenios Colectivos

«Líos por todos los lados». La implantación del sistema Be-daux

«Amplios y apasionados debates». El primer Convenio Colectivo

Una nueva «vieja» generación de la resistencia

La Reconciliación Nacional, la llegada de Abelardo Gimeno, el fracaso de la «Huelga Nacional Pacífica» y las primeras caídas

¿Un movimiento obrero sin comunistas? (1959-1965)

«Cinco células, cada una con cinco militantes». La «organización 67»

«Como en Asturias y en sagunto». Las grandes huelgas, 1962-65

«Bajar la dirección de su ülimpo». La primera lucha colectiva, 1962-63

«Disconformidad por parte de los productores…». Las huelgas de 1964

Las «anormalidades laborales» de las Máquinas Wirth, 1964 y 1965

Desde la fundación de Comisiones obreras hasta las detenciones de mayo 1968

«El sindicato nuevo tipo». Las Comisiones obreras

De las primeras Comisiones en AHV hasta la fundación de las CCoo en Valencia.

Las elecciones sindicales de 1966 160 La ilegalización de CCoo, los Primeros de Mayo 1967 y 1968 y la caída de 1968

El papel de los abogados laboralistas

Nuevas generacionesnuevas estrategias de luchanuevas repercusiones (1968-1975)

III. UN PUEBLO EN LA RESISTENCIA. CULTURAS DE OPOSICIÓN EN PUERTO DE SAGUNTO (1968-1976) 5

Amas de casa, compañeras, militantes. El papel de las mujeres en el movimiento opositor

¿«Colaboradoras, pero no protagonistas»?

«Jamás me decía dónde iba». La primera generación

«Una cosa que yo siempre he visto en mi casa». La segunda generación

Asociaciones de Vecinos, grupos de teatro y el Club Nautilus. La politización de la vida cotidiana

«Para fines lícitos y determinados». Las Asociaciones de Vecinos de Puerto de sagunto

«Desde las trincheras de la cultura». El Nautilus Club y el Club de Teatro

«Echándonos pa'lante, más con el corazón que con la cabeza». Plataformas Anticapitalistas y oiC. Los nuevos grupos de la extrema izquierda

Curas progres y equipo sacerdotal. El papel de la iglesia

La iglesia en los años cincuenta

Las organizaciones obreras Cristianas y el Concilio Vaticano II

«Un nuevo compromiso de luchar contra las fuerzas de explotación». El equipo sacerdotal

IV. ENCIERROS Y HUELGAS DURAS: LOS ÚLTIMOS AñOS (1973-1976)

«¡Una siderúrgica integral para sagunto!»

«¿Amplia acción solidaria?». La huelga de Ferroland 1969 y el cierre de sierra Menera en 1973

Los conflictos laborales de la IV Planta

El encierro de los obreros en la Iglesia de san Pedro, Mayo 1976.

EPíLOGO

«¡No al cierre de AHM!». La reconversión

CONCLUSIONES

ABREVIATURAS

FUENTES

BIBLIOGRAFÍA

TABLAS E ILUSTRACIONES

Tabla 1. Evolución del número de habitantes en Puerto de Sagunto

Tabla 2. Origen de los habitantes de Puerto de Sagunto, 1951

Tabla 3. Convenios Colectivos y NOC en AHV de Sagunto (19611976)

Tabla 4. Los Jurados de Empresa de AHV de Sagunto (1961-1967)

Tabla 5. Constitución del Jurado de Empresa (1961-1966)

Tabla 6. Trabajadores involucrados en la huelga de abril 1964

Tabla 7. Conflictos Colectivos en AHV de Sagunto (1965)

Tabla 8. Enlaces votados de la Comisión Unitaria en las elecciones de AHV de Sagunto

Tabla 9. Jurado de Empresa y Vocales nombrados por la empresa, 1968-1970

Tabla 10. Datos Reconversión Siderúrgica (Diciembre 1984)

PRÓLOGO

Sagunto, Sagunto. Tu nombre no deja de escribirse en las páginas de nuestra historia valenciana. En el año 219 a. C. fue tu epopeya contra las fuerzas cartaginenses de Aníbal, que preferistes [sic] morir antes que ser tomada. Defendistes [sic] y participastes [sic] en las Germanías, estuviste por la Constitución de Cádiz y contra el invasor francés. Y en este siglo xx continuamos estando en lucha contra los tiranos y opresores […]. Sagunto, Sagunto [… ] De tu suerte depende en gran parte la suerte y la lucha de toda Valencia. Tus luchas en estos «25 años de paz» no nos son indiferentes […]. Sagunto, Sagunto. Tú nos marcas hoy el camino de lucha en ese potente movimiento de 7.000 huelguísticas de la Oposición Sindical.

Carta manuscrita firmada con el pseudónimo Joan de l'Horta, enviada a Radio Pirenaica a raíz de las huelgas en Puerto de Sagunto de 1965, junio de 1965.1

Junio de 1965, en el vigésimo sexto «Año de Paz» tras el final de una guerra civil rebautizada por Franco como «Cruzada de Liberación», a las 14 horas de un caluroso mediodía del inicio del verano en Puerto de Sagunto. Con el sonido de la sirena de fábrica que marcaba el fin del primer turno de la planta siderúrgica el joven trabajador auxiliar J.2 abandonó su puesto de trabajo en la calderería, una de las numerosas secciones en las que trabajaban los 5.000 empleados de los Altos Hornos de Vizcaya (AHV) de Sagunto. La fábrica, situada a veinticinco kilómetros al norte de Valencia, en la llanura costera ante el antiguo castillo de Sagunto, era la filial mediterránea de la mayor empresa siderúrgica privada de la España de Franco, la vasca AHV. En aquella época representaba una de las empresas más importantes de la Región y con sus barrios obreros uno de los puntos socialmente conflictivos en el entorno mayoritariamente agrario del Camp de Morvedre. Aquel día el obrero J., cuya sección había sido a principios de aquel mes el foco inicial de un conflicto laboral de diez días de duración, que se había transformado en una huelga general extendida a toda la localidad industrial, no había llegado, como de costumbre al trabajo a pie, sino en bicicleta. Tenía prisa puesto que, como había relatado en casa y en el trabajo, quería visitar a unos parientes en Sagunto, a cinco kilómetros de distancia. En su bolsa de cuero, escondida en el interior del forro, llevaba una carta sin remitente, doblemente sellada y dirigida a una prima lejana que vivía exiliada con su marido, un antiguo anarcosindicalista, en el sur de Francia. Camuflada en la tarjeta de felicitación por el cumpleaños de la prima se hallaba un sobre para Radio Española Independiente, la emisora comunista clandestina, más conocida como «la Pirenaica», por ser los Pirineos el lugar donde generalmente se suponía el origen de sus emisiones. J. esperaba que sus parientes franceses harían llegar la carta a una de las direcciones de contacto en Praga o en París.

Radio Pirenaica, sita en Bucarest y dependiente directamente del Partido Comunista Español (PCE) en el exilio, radiaba diariamente desde los años cincuenta con ayuda de la Unión Soviética sus emisiones antifranquistas. Suponía una de las fuentes de información más importantes de la resistencia interior española y contribuyó persistentemente a conformar la conciencia política sobre todo de las clases obreras. Al contrario que Mundo Obrero, la publicación escrita igualmente comunista, la radio alcanzaba gracias a su variada programación, a su autenticidad y a sus actuales comentarios políticos una amplia audiencia que iba mucho más allá de los militantes del PCE. Desde principios de los años sesenta la emisora instaba activamente a sus oyentes a que, a través de canales de comunicación especialmente creados al efecto, le enviaran informes sobre la situación en el interior de España y sobre los progresos de la lucha opositora; cartas que, una vez recibidas, eran leídas en el marco de un programa específico.3

Pese a no ser tampoco él miembro del Partido Comunista J. era, como la mayoría de sus compañeros de trabajo, un entusiasta oyente de Radio Pirenaica. Por su extremado sentido de justicia y su valiente comportamiento ante sus superiores en algunos conflictos en su lugar de trabajo, J. había llamado la atención de un viejo compañero y activista clandestino de su sección y había sido integrado paulatinamente en la organización de la protesta laboral colectiva. Ahora, a consecuencia de la gran resonancia de las fuertes oleadas huelguísticas de 1965, un compañero había animado a J., que tenía un cierto talento como escritor y todavía no resultaba sospechoso a la policía, a escribir una carta a Radio Pirenaica que transmitiera a los redactores y oyentes una imagen del ambiente de lucha que imperaba entre los habitantes de la ciudad obrera. El escrito, lanzado por J. finalmente a un buzón de la estación de Sagunto, dando múltiples rodeos, acabó llegando a la redacción en Bucarest y se encuentra actualmente en el Archivo del PCE en Madrid, en el cual puede consultarse su original manuscrito.4 La carta destaca por su estilo, de inusual exuberancia y rebosante heroicidad. Bajo el pseudónimo Joan de l'Horta, supara nosotrosdesconocido autor compuso un canto heroico a las luchas obreras sin parangón de los años precedentes que remontaba en una línea de tradición directa hasta los hechos heroicos de la resistencia saguntina a través de la historia: desde el legendario sitio que los cartagineses de Aníbal habían sometido a la ciudad durante ocho meses, pasando por la participación en la rebelión de las Germanies en el siglo XVI hasta llegar a la propugnación de la Constitución de Cádiz de 1812 y la lucha contra la ocupación napoleónica. Las fórmulas utilizadas presentan inconfundibles paralelos estilísticos con la primera gran obra de la historia antigua de Sagunto, escrita por el cronista Antonio Chabret y publicada por primera vez en 1888. En el prólogo de esta crónica, situada totalmente en el ambiente de exaltación nacional y de entusiasmo por la historia antigua propio de la época de su aparición,5 se afirma:

¡Sagunto! No hay nombre más ilustre en la historia de España, ni que haya tenido mayor resonancia en todas las edades. Más de veinte siglos han pasado desde que cayó la ciudad heroica, envuelta en las llamas de incendio, anonadada, pero no rendida; y aún está presente y viva en nuestra imaginación aquella catástrofe gloriosa.6

El ejemplar comportamiento de los habitantes de Sagunto, que prefirieron morir antes que entregarse a los invasores, había recibido, con el apoyo de la arqueología y de la historiografía, una interpretación simbólica que veía en la resistencia contra Aníbal un primer paso esencial en la formación de la identidad nacional española; un discurso del que posteriormente harían uso también la República y la dictadura franquista.7 Sin embargo, el mito nacionalizador del valiente saguntino, cuya ejemplaridad y amor por la libertad trazaban una línea de continuidad a través de los siglos, resultaba también apropiado para una reinterpretación en el sentido del movimiento de oposición contra la dictadura. Como símbolo de la lucha contra los «tiranos y opresores» no se erguían ya los muros defensivos del antiguo castillo, sino los altos hornos de la planta siderúrgica. Con su referencia a la gloriosa historia de la ciudad el informante de Puerto de Sagunto esbozaba una línea de continuidad con las protestas obreras, las cuales como las históricas luchas de liberación tendrían un efecto ejemplarizante para otros centros industriales y que debían otorgar a la ciudad una funciónen el plano ideal pero también en el prácticodirectriz en la resistencia organizada de la región. A la vista de los grandes éxitos alcanzados por el movimiento obrero saguntino en la organización de las huelgas intensivas durante el periodo 1961-1965, dichas expectativas se encontraban entonces muy extendidas entre los activistas antifranquistas de Valencia pero, como será expuesto a lo largo del presente trabajo, no podrían llevarse a término en el plano real. Pese a los numerosos intentos por parte de los partidos clandestinos, especialmente del PCE, de estrechar los lazos organizativos entre los movimientos de resistencia de Puerto de Sagunto y sus estructuras regionales y nacionales, y de convertirlo en el motor de la oposición valenciana, ello sólo fue posible de forma muy limitada. La razón radicó en la singularidad del movimiento obrero en el microcosmos de una localidad industrial dominada por la omnipresente fábrica. Sin embargo, o precisamente quizá por ello, se desarrolló de forma paralela, como sería también el caso de la España del final de la década de 1960, una serie de grupos de resistencia alternativos que incluirían grupos de población más allá de los trabajadores.

Notes

1 AHPCE Madrid, Correo de la Pirenaica, 190/14, Rf. 43, 1965.

2 No conocemos al obrero por su nombre real y tampoco sabemos nada más sobre la vida. Los acontecimientos aquí descritos son una reconstrucción a partir de los informes de testimonios de la época así como del contenido de la carta conservada en el Archivo del PCE

3 Luis zaragoza Fernández, Radio Pirenaica, La voz de la esperanza antifranquista, Madrid, Marcial Pons, 2008, pp. 338 y ss.

4 AHPCE, Madrid, Correo de la Pirenaica, 190/14, Rf. 43, 1965.

5 La instrumentalización del mito «Sagunto» para la formación de la identidad nacional española había llevado ya dos décadas antes, en 1868, a la decisión oficial de sustituir el nombre medieval de la ciudad, Murviedro (literalmente «Muro viejo»), por el de Sagunto.

6 (Teodoro Llorente, 1888), Antonio Chabret, Sagunto. Su historia y sus monumentos, tomo 1, 1ª edición, Tipografía de los Sucesores de N. Ramírez y C. barcelona, 1888, p. Vii.

7 El discurso de la heroica resistencia sería posteriormente recogido por el filólogo español Menéndez Pidal, quien designaría Sagunto como «cuna de la Hispanidad». Para la discusión sobre la instrumentalización de la historia saguntina en la historiografía, véase Carmen Aranegui Gascó, Saguntum, Oppidum, emporio y municipio romano, barcelona, Ediciones bellaterra, 2004, pp. 28-32.

INTRODUCCIÓN

El presente libro está centrado en las diversas formas de la oposición activa y pasiva en el núcleo industrial de Puerto de Sagunto entre los años 1958 y 1977, una época marcada por el crecimiento económico y la consolidación, pero también por crecientes conflictos sociales y políticos. No obstante, pese a su referencia local este trabajo no está limitado al estrecho foco de una única ciudad, sino que en él se trata de investigar a partir de un caso concreto la aparición de grupos opositores y de protesta social, para luego contrastar los resultados de dicho análisis con el desarrollo del conjunto de España. El ejemplo de Puerto de Sagunto resulta interesante porque en esta localidad se puede observar en un espacio bien delimitado el desarrollo de la moderna sociedad industrial española y el surgimiento de redes sociales de inmigrantes. Estas últimas son claves a la hora de entender la cultura de oposición de los años sesenta y setenta, así como la interacción entre el movimiento obrero y la resistencia popular en general. A través de su larga tradición como ciudad obrera, en Puerto de Sagunto existía, ya desde los inicios de las primeras iniciativas industriales de los fundadores vascos de la empresa, un fuerte activismo sindical y político. En las décadas de 1920 y 1930, sobre todo durante la crisis económica mundial, la CNT dominó y controló las numerosas huelgas. En los años de la guerra civil un comité de trabajadores asumió temporalmente la dirección de la producción de los altos hornos al servicio de la República. La omnipresencia de una única y gigantesca fábrica que daba trabajo a una gran parte de la población laboral masculina tuvo consecuencias sumamente variadas y de largo alcance para las estructuras sociales y urbanas: la ciudad se encontraba prácticamente en una situación de «tiránica dependencia» con respecto de toda la actividad industrial de aquélla. Las crisis económicas o las fases de crecimiento tenían una repercusión directa en la evolución demográfica y la ampliación del trazado urbano, mientras que la zona industrial y los espacios de población humana se encontraban intrínsecamente unidos y se superponían entre sí. En el mismo sentido la existencia de la fábrica influía también en la oposición (y en su historiografía): a primera vista el movimiento obrero en la fábrica, bajo una fuerte influencia del PCE, no parecía dejar espacio alguno para el surgimiento de otros grupos de protesta o partidos clandestinos. Pero, pese a ello, en los últimos años del régimen franquista había un amplio paisaje de grupos de resistencia popular y obrera más allá de la sombra del movimiento de fábrica.

A la hora de investigar la oposición contra el franquismo, subraya Pere Ysas, reconocido investigador de la resistencia antifranquista, que «no puede olvidarse ni minimizarse la centralidad de la violencia represiva en toda su trayectoria desde sus sangrientos orígenes hasta sus últimas ejecuciones en septiembre de 1975».1 Aunque por parte del régimen hubo, evidentemente, iniciativas para asegurar(se) la aceptación de amplios sectores de población, éstas no iban dirigidas a alcanzar un «consenso activo y entusiasta»,2 como propagaban por ejemplo los nacionalsocialistas alemanes con su concepto de Volksgemeinschaft o comunidad nacional-racial. El franquismo, definido y legitimado hasta la muerte del dictador exclusivamente mediante el discurso de la guerra civil como victoriosa «campaña» contra las fuerzas republicanas y socialistas, excluyó desde un primer momento la posibilidad de integrar precisamente a aquellos grupos de población pertenecientes a los perdedores, es decir, a los antiguos partidarios de la República. La falta de un concepto visionario integrador, como el que existía en la Italia fascista y en Alemania, estaba estrechamente ligada a la falta de seguridad que sentía un régimen que debía de suponer en las fuerzas republicanas derrotadas una amenaza constante para la estabilidad del Estado franquista. Los garantes para el mantenimiento de un consenso general silencioso y pasivo fueron la intimidación permanente de la población y la despiadada represión de sus enemigos políticos.

Hasta finales de los años cincuenta España padeció, a consecuencia de la guerra civil y sobre todo de la autarquía económica ordenada por Franco, una economía de escasez extrema. El atraso industrial, el racionamiento, los bajos sueldos y un abastecimiento general crónicamente deficiente se añadieron al sufrimiento de los vencidos que, en el caso de no haber sido víctimas de las limpiezas de los «nacionales», es decir, de fusilamiento o encarcelamiento, tuvieron que soportar condiciones extremas. Para la generación de la guerra fueron «años de silencio»: comunistas, socialistas y líderes sindicales fueron al exilio o se encontraban presos, mientras que el miedo extendido al aparato represivo franquista hizo que se abandonara la resistencia activa. Las ideas de oposición eran transmitidas en el ámbito familiar, especialmente en los tradicionales núcleos obreros de las zonas industriales, impregnadas por la tradición de un fuerte movimiento sindical anarquista y socialista, pero no eran expresadas abiertamente. Tradicionalmente los sindicatos habían sido la anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato próximo al Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Durante la dictadura éste último desaparecería del escenario político prácticamente hasta la Transición, mientras que los anarcosindicalistas oscilarían entre la resistencia y la colaboración con el sindicato franquista. El PCE sería el único partido en el exilio que, dentro de España con su intensa actividad clandestina y desde el exterior con la creación de la ya mencionada Radio Española Independiente, en los años cincuenta mantendría vivo el espíritu de la oposición.

Sólo a partir de finales de los años cincuenta, con los ya mencionados cambios económicos, políticos y sociales, la galopante industrialización de la sociedad española y las mínimas reformas promovidas por el régimen, se formó una «nueva» generación de la resistencia: una generación que no había vivido como adultos ni la guerra civil ni la primera posguerra y que no había experimentado el miedo paralizante de sus padres y madres ante la represión. No obstante, la nueva generación se apoyaba en redes sociales preexistentes y se aprovecharon de la influencia y de las tácticas de los activistas veteranos de la CNT o la UGT. Esto no quiere decir que no hubiera intento alguno de reorganizar en la clandestinidad a los partidos y sindicatos opositores, pero sus líderes, que eran los que habían sido encargados de (re)construir las estructuras de partido, fueron descubiertos y detenidos en fechas muy tempranas por la policía secreta franquista.

A partir de la década de 1960 surgió en toda España, desde los núcleos industriales del país, un nuevo movimiento de resistencia, dirigido por las denominadas Comisiones Obreras (CCOO), muy próximas al Partido Comunista. No obstante, éstas no se entendían a sí mismas como un sindicato tradicional, sino que eran más bien agrupaciones temporales de intereses, constituidas en el interior de una fábrica para alcanzar una determinada reclamación no-política (por ejemplo, la ampliación de la duración de las pausas o las mejoras de las condiciones de trabajo). Puesto que tales exigenciasevidentemente siempre y cuando fueran desarrolladas de forma no comprometedora y carecieran de marcado carácter políticono eran constitutivas de delito, estas comisiones podían con cierta habilidad conseguir mejoras en las condiciones de trabajo y en la remuneración del mismo. En una fábrica como Sagunto, con una plantilla de cinco mil personas, dichas reclamaciones tuvieron éxito si sus líderes conseguían movilizar al efecto al mayor número posible de trabajadores.

Los primeros años sesenta estuvieron marcados, en Sagunto como en todo el país, por grandes oleadas huelguísticas, iniciadas por una nueva generación consciente de sí misma, pero que pronto chocaron con los límites impuestos por la intervención de la fuerza policial y la imposición del estado de excepción. Hubo, por tanto, que encontrar nuevas vías para resolver los conflictos. En 1958 el régimen había establecido con la promulgación de la Ley de los Convenios Colectivos un nuevo marco legal que posibilitaba la participación directa del trabajador en las negociaciones de los convenios colectivos con el empresario y permitía la elección democrática de los representantes de los trabajadores en el jurado de empresa. Hasta el final de la dictadura el único sindicato permitido fue el sindicato vertical (oficialmente denominado: Organización Sindical Española, OSE), un sistema sindical unificado según el ejemplo mussoliniano. Cualquier otra agrupación política o sindical estaba prohibida. El régimen veía en la participación pseudo-democrática de los trabajadores en el sindicato la posibilidad de ligar más estrechamente a sus adversarios al sistema y, a su vez, de presentarse en el exterior, de cara a las aspiraciones europeas, como moderno y dispuesto a llevar a cabo reformas. Al principio, la mayoría de los trabajadores, influidos por los tradicionales sindicatos UGT y CNT, rechazaron la participación en el sindicato único fascista, puesto que no querían legitimar con ello el propio sistema. Apoyándose en la estrategia estalinista del «entrismo» propagada desde Moscú, el PCE animó a sus partidarios a participar en las elecciones sindicales y en los Comités de empresa, así como a participar activamente en el sindicato vertical. Los «mejores activistas» tenían que presentarse como candidatos a las elecciones de representantes sindicales de la OSE para, una vez elegidos, penetrar en el aparato estatal y socavarlo. La táctica tuvo éxito y en efecto, a partir de la mitad de los años sesenta, los comunistas predominaban en los puestos de los Jurados de Empresa como representantes de los trabajadores, si bien cabe señalar que, por principio, el régimen denominaba «comunista» a todo opositor. Las Comisiones Obreras se organizaban a nivel suprarregional y aprovechaban siempre el marco institucional facilitado por el Estado. En paralelo se habían organizado en la clandestinidad grupos de oposición política: para ello muchos resistentes utilizaban su doble militancia y la posición relativamente protegida que el sindicato estatal les proporcionaba.

A partir de los años sesenta comenzó también la integración activa de representantes de la Iglesia en el movimiento clandestino. Guiados por las ideas del Concilio Vaticano II, los llamados curas obreros o curas progres, es decir, jóvenes eclesiásticos anhelantes de reformas que aprovechándose de la protección que les brindaba el Concordato, facilitaron cobertura y ayuda a los movimientos de oposición: pusieron a disposición de ésta lugares de reunión, le posibilitaron el acceso a multicopistas y la difusión de octavillas.

En los años setenta entraron en escena otros protagonistas que, independientemente del predominio de Comisiones Obreras en las empresas, buscaban nuevas estrategias de oposición. Los movimientos vecinales introdujeron en sus barrios mejoras de las infraestructuras y culturales e intentaron así mejorar las condiciones de vida bajo el régimen franquista. Principalmente las mujeres, excluidas en su mayoría de la vida laboral y sindical, tuvieron una participación activa en estas asociacionesde puertas para afueraapolíticas. De la misma manera surgieron grupos de la nueva generación joven, bajo el manto de la promoción del deporte y la cultura. En Puerto de Sagunto había, por ejemplo, el «Club de Teatro», una asociación de jóvenes actores amateurs, que representaban obras de crítica social de autores como Brecht, sin dejar de chocar para ello con la resistencia de la censura fijada por las autoridades. El «Nautilus Club», organizado por adolescentes de ambiente católico, se dedicó a proyectar películas y organizar lecturas y exposiciones.

En esta misma década de los setenta ganaron influencia nuevos grupos de la izquierda radical: marxistas-leninistas y leninistas, que, repelidos por la dura línea soviética seguida ante la primavera de Praga, se distanciaron del Partido Comunista. Los partidos radicales de izquierda ejercieron una fuerte influencia en los movimientos vecinales, especialmente entre la nueva generación que hacia 1970 estaba llegando a la edad adulta. También las universidades se fueron convirtiendo de forma creciente en un foco de conflictos para la dictadura: intelectuales y abogados se movilizaron a favor del movimiento sindical, defendieron en los tribunales públicos a trabajadores perseguidos o detenidos y prestaron consejo legal a las asociaciones de vecinos, a menudo con éxito. Hasta la muerte de Franco, el en sus inicios vacilante movimiento obrero, se había transformado en un movimiento opositor con el apoyo generalizado de amplias capas de población que, si bien no pudo provocar la caída del régimen, sí que allanó el camino para el surgimiento de una conciencia democrática popular.