Czytaj książkę: «Todo lo que somos»
TODO LO QUE SOMOS
Primera edición: junio 2021
ISBN: 978-607-8773-16-9
© M.E. Gómez
© Gilda Consuelo Salinas Quiñones
(Trópico de Escorpio)
Empresa 34 B-203, Col. San Juan
CDMX, 03730
www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio merubiralta@yahoo.com.mx
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Distribución: Trópico de Escorpio
www.tropicodeescorpio.com.mx Trópico de Escorpio
Diseño editorial: Karina Flores
HECHO EN MÉXICO
LA REUNIÓN
Los tres recorren las áreas; uno sube, otro baja, el joven abre y cierra las puertas de los cuartos para ocuparse en algo y calmar los nervios.
A Guillermo le satisface la decisión de Julián de que la entrevista con Celia sea en su casa: “Mira, papá, aquí es mejor; no me gustaría que mis amigos me vieran con ella”. Él aprobó comprensivo.
David inicia la batalla de revisar cada rincón de la casa, decorada con el buen gusto del bien vivir de la familia. Su pareja lo observa poner cuatro servicios en la mesa, pasa a su lado y le dice al oído “falta uno”. David voltea interrogante.
—Para Valeria, estoy seguro de que en algún momento vendrá.
Se apresura a poner los cubiertos con la precisión de relojero y el lugar extra. Guillermo vuelve a acercarse para indicar discreto.
—La recibimos y nos vamos.
—¿Se quedarán solos?
—Por supuesto.
Reflexiona con la mirada al techo.
—¿Y si no quiere cenar?
—Ya lo sabremos.
Julián aparenta estar tranquilo, vestido como todos los días, la diferencia es el olor a la loción de su padre.
En espera de que llegue la hora, se sienta en el sofá de piel de tres plazas color tabaco y se recarga sobre los cojines de Tonalá de hermosos bordados. La vista desde ese ángulo da hacia el comedor, se cambia al sillón individual comprado en un bazar de antigüedades. Desde ahí ve el librero de madera pulida y brillante. Decide que es donde se sentará.
Guillermo lo observa a distancia, deseoso de querer entrar a la mente de su hijo y saber qué piensa. Desde que están juntos, su vida tomó un mayor sentido. El timbre interrumpe el pensamiento, se dirige a la puerta.
—Yo abro.
Julián lo sigue, ve cómo su padre corresponde a la sonrisa que Celia le ofrece, la toma de los hombros, la besa en la mejilla y se hace a un lado para que vea al muchacho quien, erguido y serio, recibe el beso de su madre.
David, rígido como estatua, da la bienvenida. La imaginaba envejecida o quizá deseaba que estuviera acabada. Todo lo contrario, a medida que se acerca a saludarlo, percibe a una mujer segura que porta mundo en la ropa, en el corte de pelo y en los accesorios discretos de gran calidad. Al besarlo en ambas mejillas aspira el perfume exquisito. Siente un piquete de celos, observa la actitud de su pequeño Julián.
La invitan a pasar a la sala, una vez que el muchacho y ella se instalan, Guillermo comenta que David y él bajarán a tiempo para la hora de cenar; ella ya se había dado cuenta de que el comedor estaba dispuesto para ese fin.
Bajan cuando calculan que fue el tiempo adecuado y se extrañan el ver la casa oscura, sin nadie. Se preguntan qué habrá pasado. David se dirige a la cocina.
Rato después se abre la puerta de la calle y entran Julián y Valeria. La pregunta de los padres se escucha al unísono.
—¿Qué paso?
—¿Dónde andaban?, ¿y Celia? —Guillermo insiste.
—Se fue.
—¿Por qué?
—Pues la verdad yo estaba bien incómodo. Me hizo muchas preguntas, no sabía ni qué contestarle. Al rato se despidió y se fue. No les dejó ningún mensaje.
—Espero que hayas estado correcto.
—¡Claro, papá! No soy tan “mordor”.
—¿Mordor? Qué es eso.
—Gacho pues; la acompañé a la puerta. Es más, le ofrecí llevarla a su hotel. No quiso, había un chofer esperándola.
En cuanto Celia se despidió, Julián fue por Valeria a su casa, ella lo estaba esperando con ansiedad para que le platicara cómo había sido la entrevista con su mamá. El chico no sabía la respuesta.
—Fue raro, yo solo quería que ya se fuera. No podía ni hablar, es más, no supe qué se le puede decir a alguien que sabes quién es, pero que no conoces.
—¿No tienes curiosidad de saber qué siente, lo que piensa?
—Ya no.
El joven arruga el entrecejo, Valeria intuye que el impacto de la experiencia no le permite externar ningún sentimiento, le insiste:
—Me habías dicho que querías conocerla.
—Sí, tenía mucha curiosidad y quería preguntarle por qué me abandonó, porque por más que pienso, no lo entiendo.
—¿Te hace falta?
—No, amo a mis padres y no quiero que mi vida cambie porque ella aparece ahora, así nada más. No, la verdad no.
—¡Julián! ¡Yo quería conocerla! —Valeria reclama.
El muchacho levanta los hombros y le sonríe.
Antes de sentarse a la mesa, Guillermo va a hacer una llamada.
—¿Celia? ¿Qué pasó?
—Fue tenso todo, me costó trabajo y no logré que se abriera. Sentí su gran carácter y aunque insistí, no fue posible, así que decidí despedirme. Por cierto, es un joven cortés, has hecho un gran trabajo, no estaría mejor con nadie más que contigo.
—¿Y qué piensas hacer de aquí en adelante?
—Seguir como hasta ahora, con mi carrera y mi trabajo. Hago todo lo que tú me enseñaste y ese es mi amante, mi eterno compañero.
—Celia, tienes un hijo, si quieres recuperarlo habrás de hacer muchas cosas y quiero que sepas que cuentas conmigo.
CELIA
Guillermo le dice que cuente con él porque tiene la seguridad de que respetará cualquier decisión que su hijo tome. Acaba la llamada, la pantalla se oscurece, no deja de ver su teléfono, la luz hace reflejar su rostro en él. En lugar de regresar al comedor permanece en su despacho, toma asiento, la vista en el celular parece transmitirle lo que corre por su mente, dice “nunca quise lastimarte”. Sonríe con el recuerdo que toma formas y colores… “Quién iba a adivinar lo que ha pasado desde ese día”.
La ráfaga de viento mueve la vegetación con violencia, la rama del árbol golpea en la ventana, se acerca para cerrarla. Al asomarse hacia la planta baja, ve a una muchacha que intenta bajar su falda, que se ha abierto como paracaídas por la corriente de aire; le da risa, palpa el cristal y parece que al tocarlo el viento se calma; sigue mirando, la chica se recompone, alisa el pelo y el vestido; con pasos tímidos llega a las escaleras de piedra porosa; la ve detenerse frente a los seis peldaños enmarcados por ambos lados con barandales de hierro y nota que dirige la mirada al portón de madera, tan pulida que parece recién barnizada. Ve que da un brinco cuando escucha:
—¡Buenos días!
Se vuelve para encontrar de dónde proviene la voz, pone la mano derecha sobre el pecho como para calmar los latidos. Desde arriba, Guillermo la ve sonreírle a Juanito, quien riega el jardín.
Guillermo escucha su voz y le gusta.
—No toqué la campana porque la reja está abierta. Soy Celia. Tengo una cita y siempre me anticipo, no me gusta llegar tarde.
Le parece que es muy joven, calcula diecisiete o dieciocho años.
El jardinero cuelga la manguera sobre su brazo como si fuera una servilleta para liberar sus manos, saca el encendedor y un cigarro de la cajetilla que trae en el pantalón. Mientras él hace esos movimientos, Celia ve con curiosidad los rincones que puede apreciar desde donde están parados.
—¿Quién vive aquí?
—Arriba es la casa de la señora Anita y en la planta baja son las oficinas de sus hijos.
Ella voltea hacia la ventana del segundo piso y ve cerrarse la cortina. Escucha pisadas a su espalda, gira y lo ve.
—¡Hola, soy Guillermo!
Se le queda mirando, su gesto sin palabras es como una pregunta.
—Vengo a la cita para el trabajo de apoyar a una señora.
—¡Claro! Sé que Martha, la asistente de mi hermano, está en la búsqueda.
Le extiende la mano, siente el sudor, lo enternece saberla nerviosa. Sin soltarla, le dice:
—Me despido y te presento a don Juan, quien no solamente hace el jardín, sino que está al cuidado para que todo en esta casa funcione bien, a veces es el chofer, y también hace las compras y en fin, nos apoya con todo.
Le guiña un ojo al jardinero y otro a ella, quien enrojece. Camina hacia el estacionamiento, la chica lo mira hasta perderlo de vista.
Antes de encender el carro hace una pausa. Le extraña la impresión que le ha causado la joven y se pregunta el porqué: estatura promedio, esbelta, talle largo, seguramente hace ballet, el óvalo de su cara es como de una madona. “Si Martha pide mi opinión le diré que me parece un buen prospecto, me gusta, su sonrisa con dientes perfectos es muy agradable”. Le da vuelta a la llave y suelta el freno para avanzar.
La sensación de ir manejando lo regresa al momento, tiene en la mano el celular tan apretado que la siente adormecida, deduce que lo deben estar esperando para cenar. En el comedor, las miradas de Julián y Valeria son interrogantes, la de David de reprobación. Él actúa tranquilo, toma asiento y finge que no pasa nada.
—Una disculpa, se me presentó un asunto que me tomó más tiempo de lo esperado. ¡Buen provecho!
El pastel de cumpleaños
Valeria decide romper el silencio, la incomodidad en el ambiente le disgusta, entiende que Julián, David y Guillermo pusieron a prueba sus emociones y que la deben superar. Le da un trago al vino, su voz contagia alegría.
—¡David, el salmón esta exquisito! Eres el mejor chef del mundo. ¿Puedo servirme más?
Los tres quitan la vista de sus platos, la dirigen hacia la muchacha, sonríen. Ella continúa.
—Tienes que darme la receta. Aunque mis mamás son las que tendrían que aprender. La cocina no es su fuerte, creo que por eso a mí me gusta guisar.
A partir de que se ha roto el hielo la convivencia se hace alegre, sin embargo, aunque Guillermo hace un esfuerzo por escucharlos, su mente se va a la figura siempre inevitable del buen Juan, el jardinero. Ya trabajaba ahí cuando Guillermo nació y desde que era pequeño le hizo sentir que no estaba solo. Al escuchar el gusto de Valeria por cocinar, se visualizó parado en el banco de la cocina, frente a la mesa alta de trabajo, con la sensación de tener un nudo en la garganta; entre las voces que conversan como un rumor, escucha su voz de pequeño contar hasta seis huevos, se ve poner en fila la mantequilla, la harina, el royal y preguntar.
—¿Y leche?
—Sí, Guillermo.
—Mamá va a sorprenderse cuando vea el pastel que le hice, bueno, que hicimos tú y yo.
Juan no alcanza a decir más, enmudece al ver entrar al padre del chico quien a jalones lo saca de la cocina, con brusquedad le arranca el delantal de su madre, tan grande para él que le envuelve el cuerpo. El hombre grita:
—¡La cocina es para las viejas! ¡Aquí nada de mandiles! ¡Enrique! ¡Ven al patio de inmediato!
Aumenta el volumen.
—¿Por qué tardas tanto? ¡No te escondas!
Su hermano mayor llega lloroso, tiembla, igual que Guillermo.
—Ahora van a pelear como hombres, ¡pónganse en guardia y dejen de llorar!
El ruido al caérsele el tenedor sobre el plato lo sorprende. Julián, Valeria y David se vuelven a verlo con preocupación. Guillermo se levanta de la mesa, no quiere que lo vean llorar.
—¡Perdón! Regreso en un minuto.
Ya en el baño deja que el pensamiento fluya y se cobije: “Juan intervino, ¿cómo olvidarlo? Era el mejor jardinero y el mejor hombre que he conocido, tan alto que a veces no usaba escaleras para podar algunas ramas de los árboles y tenía que hincarse para deshierbar las plantas; yo envidiaba el color de su piel, tan curtida por el sol, cuando era joven lo vi siempre con sombrero de paja, después nunca se quitó la gorra de los Yankees que le regalé. Extraño su sonrisa franca y su cariño”.
Abre la llave del lavabo, se echa agua en la cara, las gotas escurren, se confunden con las lágrimas, ve su reflejo, continúa con el recuerdo de esa voz inolvidable.
—¡Patrón! ¡Mejor usted peléese conmigo! ¡No los ponga a ellos! ¡Son hermanos!
—¡Tú no te metas, esto es asunto mío!
No se lo imagina, lo ve crecer en estatura y envalentonado cubre con su cuerpo a los dos niños. Lo enfrenta:
—¡Pégueme a mí y déjelos a ellos!
El hombre se detiene, algo en la mirada de Juan lo obliga, aprieta los puños y se mete furioso a la casa.
Guillermo cierra los ojos frente a su reflejo, baja la cabeza, balbucea:
—Juanito. Lloramos mucho los tres, hasta que dejamos de temblar.
Levanta la cara, vuelve a mojarla, al secarse se lamenta de que ya no viva para conocer a su hijo. “Le hubiera encantado”.
Regresa al comedor, Julián lo cuestiona con la mirada, Valeria no se atreve a verlo y David, sin opinar, sigue sin comprender su comportamiento. Guillermo se excusa.
—Me descompuse un poco, espero que no haya sido el salmón.
¿Un accidente?
Valeria ve el reloj, se da cuenta de que es tarde; a media voz le dice a Julián que ya es hora de irse. Los tres hombres se levantan. El muchacho estira la mano hacia su papá.
—¿Me llevo tu coche?
Guillermo saca la llave del bolsillo y se la entrega junto con las recomendaciones habituales, las suyas y las de David. Julián los escucha sonriente, con paciencia.
—¡Solo la voy a llevar a su casa! Ya saben que no es tan lejos. Gracias.
Valeria se intimida con las demostraciones de los anfitriones. David le comenta que espera que a ella no le haya caído mal el salmón; lo dice sin dejar de ver a Guillermo con mirada severa; ella al escucharlo sonríe denegando con la cabeza.
—Todo exquisito, gracias y buenas noches.
En el trayecto, el joven comenta.
—La verdad, a veces se pasan, sobre todo David que insiste en que maneje con precaución, que no tarde tanto, ya escuchaste.
—Siempre serás su bebé.
Hace una mueca en un intento por sonreír. Solo a ella le permite comentarios sobre la relación de sus padres, ambos se han hecho confidencias que otros no entienden, es la única con quien puede exhibir sus sentimientos y quien lo ayuda a reflexionar.
—¿Te acuerdas cuando te pregunté si eras adoptado?
—Ajá.
—¿Y?
Espera la respuesta, no insiste porque puede quedarse sin ella. Por fin:
—Te contesté que no, que soy hijo de Guillermo, que no soy de probeta, que tengo mamá, que fue por accidente no subrogado, y ¡que no me gustaba hablar de eso!
La chica recoge las piernas y se acomoda en el asiento recargada en la puerta del carro para verlo de frente, él habla con la mirada pendiente del camino, ve por el espejo retrovisor, luego por el lateral. Se escucha su voz apagada.
—Fue un accidente.
Ella hace una mueca, repite casi gritando.
—¿Un accidente?
—Le pregunté un día en que no estaba David, como cualquier otra pregunta de algo que no fuera importante; aunque me sentía como con miedo, no sabía qué me iba a contestar: “¿Cómo estuvo la onda?” Su voz se oyó muy ronca. “¿A qué te refieres?” “Tú con ella”.
—. le tomó unos instantes empezar a explicarme. A su entender, de la mejor forma. Me dijo que convivieron mucho tiempo, que la quiso y la querrá toda la vida, la considerará siempre una gran amiga. Que ella lo inspiró a enseñarle lo que él sabía, que era una jovencita ávida de aprender, alegre, incansable y muy inteligente y que yo viví con ella hasta los tres años.
Llegan frente a la casa de Valeria, estaciona el coche.
—Y a esa edad me fue a dejar con mi papá, ¡así nomás!
La chica se mueve con lentitud, baja las piernas, sigue con la mirada a Julián quien pasa frente al automóvil para abrirle la portezuela, le ofrece la mano. Ella lo mira hacia arriba, lo cuestiona:
—Entonces, ¿cómo está la cosa?
Mientras sale del coche él le pregunta:
—¿Tú piensas sobre cómo hacen el amor tus mamás?
—No, ni quiero imaginarme.
Llegan a la casa, lo invita a pasar, quiere que continúe con la plática porque desea entenderlo mejor. Él accede: el ambiente en su hogar es cálido, lleno de plantas y muebles confortables que invitan a reposar. Hay tantos libros como tienen ellos, algunas esculturas contemporáneas.
—¿Estás sola?
—No, ya deben estar dormidas. Bueno, no creo, seguro esperaban mi llegada, pero ya no bajan.
Le ofrece algo de tomar, él no acepta. Se sientan juntos, le insiste y él continúa:
—Me dijo ese día: “Fue la única vez, algo inexplicable”, pero la verdad, cuando sale el tema, me incomoda, cada vez que hablamos de que tengo mamá pienso en David y me confundo porque me consta que su cara se transforma, le disgusta.
—¿Por qué quisiste verla? ¿Te ha hecho falta?
—No, la verdad no había pensado en ella hasta esta temporada que me surgió la curiosidad, ya nos vimos y quedamos tan extraños como somos.
Se incorpora del asiento, la toma de la mano para ayudarla a levantarse, ella lo sigue.
—¡Ya basta! Se acaba el tema. Me voy, quiero irme a dormir.
La besa, da las buenas noches y guiña un ojo antes de dirigirse a la salida.
Con nosotros o nada
David se siente satisfecho y alegre. El encuentro de Celia con Julián alivia el temor que desde hoy no sentirá, sabe que su hijo hará su vida y le gustaría que fuera con Valeria, no solo por los halagos que le hizo en la cena, sino porque ella siempre le demuestra interés. Su naturalidad y alegría es contagiosa, ya la siente parte de la familia.
Cuando termina de guardar le vajilla, contar los cubiertos y revisar que todo quede en orden, se dispone a ir a dormir; al subir las escaleras el recuerdo le llega como llegan los perros, cuando menos los esperas.
La atracción hacia Guillermo lo fulminó. No sabe si fue la atmósfera de Puerto Vallarta, la brisa del mar o los dos tintos; la secuencia de cada copa borró el gesto adusto del principio hasta quitarle la seriedad y lograr la sonrisa franca. El amanecer los encontró sentados en la terraza del hotel, animados por la conversación interminable. Vieron el sol que se movía poco a poco. A medida que iba creciendo, el brillo provocaba la pesadez en los párpados hasta que se quedaron dormidos. “¡Qué desperdicio!”
Al poco tiempo de conocerse decidieron vivir juntos, ambos sabían de sus relaciones inestables y dolorosas y se dieron la oportunidad. David ayudó a Guillermo a no reprimir sus sentimientos, le hizo saber y sentir que necesitaba enterrar el fantasma de su padre. Él, desinhibido y alegre, contagiaba pujanza, elemento que lo hace exitoso como decorador, muy reconocido en el medio exigente de la sociedad; perfecto complemento para Guillermo y su seriedad. Esto lo vuelve incansables en el trabajo. Se acusan uno a otro: ¡Eres perfeccionista! ¡Entiende! ¡Hay errores! Cuando asisten a eventos públicos llaman la atención: guapos, siempre elegantes, propios para cada ocasión. Hombres y mujeres se sienten atraídos, ellos saben cuándo es encanto y cuándo es morbo y especulación.
David se pregunta cuál ha sido el éxito de su relación; se estremece al recordar cuando supo todo y cómo le dijo:
—¡Perdóname! fue un momento irracional, ¡sin pensar!, me dejé llevar —gritó con rabia.
—¡No me digas que no sabías lo que hacías! ¿Eres pendejo o qué? ¡Todo tiene consecuencias!
Incluso recuerda su respuesta y que no le creyó:
—Lo sé, pero te juro que fui un animal.
—¿Y ahora? ¿Nos vamos a convertir en las nanas de tu hijo?… ¡Tu hijo! Imbécil, ¡hijo de puta! ¿Por qué tengo que pagar yo las consecuencias?
—Escúchame, David, ¡no te tapes los oídos!
Le toma las manos y las separa con fuerza. Lo avergüenza recordar su propia voz chillona:
—¡Suéltame! ¡Me lastimas!
—¡Necesito que me escuches! Es una realidad, el niño existe, no lo sabía, Celia no se hará cargo de él, y ¿sabes? Estoy feliz de saber que tengo un hijo.
Revive la torpeza de repetir con necedad que lo traicionó, que sí sabía que tenía un hijo y que no le había dicho. Las explicaciones de Guillermo. Nada lo convence, hasta que el enojo lo hace reaccionar a gritos:
—¡Decide ahora! Te quedas conmigo y con mi hijo o te vas para siempre —la sentencia llega como un golpe certero, no es una simple amenaza. Cierra los ojos, baja la cabeza, se va enconchando hasta caer de rodillas. Balbucea entre sollozos.
—No puedo dejarte, no quiero irme.
El recuerdo de esa sensación le pone la carne de gallina; cierra los ojos, sacude la cabeza para desecharla; entra al dormitorio evitando hacer ruido, se dirige al baño a prepararse para dormir.
Al meterse en la cama observa al padre de Julián, quien duerme profundo. Le sonríe, piensa mañana le dirá que le perdona todo, menos decir que el salmón le hizo daño, y sin palabras le desea las buenas noches.