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Rasga todas las máscaras que lo cubren.

Sal victorioso.

La guerra contra el sobrepeso

La guerra contra el sobrepeso

¿Quién es el responsable de la epidemia de obesidad?

Luis Jiménez Herrero


© Del autor:

Luis Jiménez Herrero

© Next Door Publishers

Primera edición: octubre de 2020

ISBN: 978-84-121598-5-1

ISBN eBook: 978-84-121598-6-8

DEPÓSITO LEGAL: DL NA 1278-2020

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Diseño de colección: Ex. Estudi

Autora del sciku: Laura Morrón

Editora: Laura Morrón

Dirección de la colección: Laura Morrón

Corrección y composición: NEMO Edición y Comunicación


Índice

Introducción

Capítulo 1. Las víctimas

Capítulo 2. Las batallas perdidas

Capítulo 3. La batalla de los nuevos alimentos

Capítulo 4. La batalla de la desinformación

Capítulo 5. La batalla del entorno

Capítulo 6. La batalla final

Epílogo. El día después

Referencias

Sobre el autor

Introducción

Como usted habrá podido deducir del título, en este libro se recurre a la guerra como analogía para reflexionar sobre la lucha contra el sobrepeso. En un primer momento, quizás le parezca un poco excesivo o exagerado tal símil, ya que el dolor y los daños que producen las guerras son difícilmente comparables a otras situaciones. ¿Pueden unos cuantos kilos de más o un exceso de grasa corporal relacionarse con los muertos, los heridos y la destrucción que suele provocar un enfrentamiento armado?

Así pues, durante los siguientes capítulos voy a intentar persuadirle de que esta analogía no es descabellada en absoluto y que, con obvias diferencias, incluso puede resultar útil a la hora de identificar claramente al «enemigo» y diseñar estrategias que puedan ser eficaces para combatir la epidemia de obesidad mundial.

En lo que respecta a las razones que originan una guerra, tal vez usted crea que tras un conflicto armado suele haber una lucha por el poder, que puede estar enmarcada en un contexto económico, político o religioso. Y, aunque esto encierra gran parte de verdad, no deja de ser una simplificación, ya que suele haber múltiples elementos implicados, llenos de matices y complejidad, como explican los libros de historia. Casi siempre se desemboca en el enfrentamiento oficial después de una gran acumulación de factores.

Pues bien, como iremos viendo a lo largo del libro, en el caso de la lucha contra la obesidad también hay claros intereses y una acumulación de factores, que ya ha llegado a ser lo bastante importante como para que el conflicto estalle de una vez por todas. La situación resulta bastante desigual, porque uno de los bandos se encuentra en clara desventaja y adolece de una pasividad extrema (posiblemente, porque todavía no es consciente de que la única solución posible consiste en el combate).

Llevamos años sufriendo un acoso continuo que ha convertido a gran parte de los habitantes de los países desarrollados en una población enferma. Pero no terminamos de reaccionar. Algunos proponen pequeños parches, estrategias pasivas, seguramente siempre bienintencionadas, pero que no consiguen resultados apreciables.

Y el tiempo pasa. Y la situación empeora.

Debemos comenzar a defendernos de verdad y de una vez por todas, respondiendo con valentía, rigor y firmeza. Utilizando contra el oponente las armas más poderosas y eficaces que hemos tenido nunca contra este tipo de situaciones: la ciencia y el conocimiento.

Cuanto antes asimilemos la gravedad de la situación y actuemos en consecuencia, mejor. Porque las víctimas son demasiado numerosas; y los daños colaterales, demasiado graves.

Capítulo 1

Las víctimas

Gracias a la enorme cantidad de información disponible, nos hemos acostumbrado a medir prácticamente todo. Nos gusta saber los números que hay detrás de cualquier fenómeno. Las matemáticas, la estadística y la economía son lenguajes cada vez más conocidos y utilizados.

Queremos saber la cifra de ciudadanos que cohabitan con nosotros, el porcentaje de votos que recibe nuestro partido político, las probabilidades de enfermar que tenemos y lo que auguran las estadísticas respecto a nuestro equipo de fútbol. Nuestros políticos y gestores utilizan cantidades ingentes de gráficos, tendencias y previsiones para realizar sus análisis y tomar decisiones.

En este libro también vamos a recurrir con frecuencia a números y estadísticas, ya que se trata de herramientas primordiales para elaborar estudios epidemiológicos, los más utilizados en investigación sobre alimentación y salud. Pero también vamos a hablar de la guerra, así que podríamos preguntarnos cuáles son los números que podríamos asociar a un evento de este tipo.

No resulta indispensable que seamos historiadores ni expertos en conflictos bélicos para suponer que los indicadores principales que habitualmente se utilizan para medir o cuantificar una guerra suelen reducirse prioritariamente a dos: la duración que ha tenido y el número de muertes provocadas. En otras palabras: por un lado, días, meses o años; y por otro, víctimas totales. Son variables sencillas, relativamente fáciles de conseguir, y que reflejan con bastante fidelidad su relevancia y la (espeluznante) eficacia de cada contendiente.

Si hubiera que quedarse tan solo con un dato, el más significativo sería el número de bajas, dado el elevado valor que asignamos a la vida humana. Se trata de un indicador que además puede segmentarse, de modo que proporciona valiosa información para describir y caracterizar un enfrentamiento; por ejemplo, víctimas mortales civiles y no civiles o fallecidos indirectamente por efectos negativos colaterales. Y puede ampliarse con otros indicadores secundarios, relacionados con otros efectos negativos sobre las personas, como los heridos de diferente consideración o los desplazados. Por otro lado, hoy en día también se pueden cuantificar con relativa facilidad aspectos como los daños materiales producidos o el coste añadido que se genera. Y, con todos estos datos, podemos formarnos una imagen bastante fiable del grado de relevancia y del efecto destructivo que ha tenido un conflicto.

Pero ¿cuánto daño provocan las guerras? Afortunadamente, cada vez hay más paz en el mundo, aunque a veces no lo parezca, a causa de la gran cantidad de información disponible sobre el tema (debido al interés al respecto y la gran productividad de los medios de comunicación). La frecuencia e intensidad de las guerras se ha ido reduciendo cada vez más, hasta tal punto que durante la primera década tras el comienzo del siglo XXI se producían anualmente unas treinta mil muertes directas por esta causa (1), una cantidad que era casi diez veces mayor veinticinco años antes.

¿Pueden considerarse muchas treinta mil muertes anuales en el mundo? Sin duda, pero podemos ofrecer más perspectiva a este dato mediante alguna otra comparación. Por ejemplo, es similar al número de asesinatos por terrorismo, que también ronda los treinta mil (2). Pero se encuentra muy lejos del número de víctimas mortales por accidentes de tráfico, que se calcula que supera ampliamente el millón de personas al año (3). Y, por suerte, aún más lejos de las escalofriantes cifras asociadas a los gigantescos conflictos armados del pasado, como los más de ochenta millones de víctimas que produjo la Segunda Guerra Mundial, los treinta millones de la Primera Guerra Mundial o los seis millones de la guerra de Vietnam (1).

Pues bien, según estos datos, veamos ahora la validez de la analogía principal del libro: ¿es realmente el sobrepeso un problema sanitario tan importante?, ¿podemos equipararlo a las impresionantes cifras anteriores?

Para evaluar la importancia relativa de los efectos de la obesidad, podemos analizar el valor y la magnitud del mismo tipo de indicadores, sobre todo los relacionados con el número de afectados y con la mortalidad. Gracias a los estudios más recientes, disponemos de una cantidad significativa de ese tipo de información. Antes de ello, conviene dejar claro que en el libro vamos a hablar sobre todo de tres tipos de estudios. El primero, y el de menor valor como prueba científica, son los estudios epidemiológicos u observacionales, en los que se recopilan datos de diversas variables y se analizan estadísticamente, buscando interrelaciones. Su mayor problema es que resulta difícil aislar por completo los efectos de cada una de estas variables y por ello no son recomendables para deducir relaciones de causa-efecto. Cuantos más sujetos incluyan, con más rigor se recojan los datos y mayor sea el período analizado, más aumentará su utilidad. El segundo tipo son los ensayos de intervención, en los que además de la observación se realiza una intervención, es decir, un cambio. Son más fiables para deducir causalidad, ya que se puede observar el efecto del cambio realizado. En este caso, la existencia de un grupo de control (en el que no se realiza el cambio), el cegado (que no se sepa a qué grupo pertenece cada sujeto), la asignación aleatoria de los sujetos a uno u otro grupo, el tamaño de la muestra y su duración, son variables que aportan robustez a estas investigaciones. Y el tercer tipo consiste en las revisiones sistemáticas o metanálisis, que en realidad son «estudios de estudios» y los más valorados como prueba concluyente. En estos trabajos, los expertos recopilan un conjunto de estudios (observacionales o de intervención) sobre una temática concreta para analizar y comparar todos los resultados, preferiblemente desde puntos de vista cuantitativos y cualitativos. En este caso, cuantos más estudios se incluyan, más rigurosos y parecidos sean, mayores resulten las muestras y más largo el período de estudio, mejor.

Una vez explicado esto, vayamos entonces a conocer lo que dicen los datos y los estudios sobre los efectos del sobrepeso.

El Centre for Disease Control («Centro de Control de Enfermedades Norteamericano»; o CDC, por sus siglas en inglés) publica periódicamente los datos disponibles en Estados Unidos sobre la prevalencia de la obesidad (4). Los resultados llevan muchos años mostrando una tendencia creciente y los últimos indican que en la mayor parte de los estados de este país más de la cuarta parte de los habitantes sufre obesidad, es decir, presenta un índice de masa corporal (IMC) igual o mayor de 30 (el IMC se calcula dividiendo el peso en kilos entre el valor de la altura en metros al cuadrado). Estaríamos hablando de aproximadamente ochenta millones de personas con una importante cantidad de sobrepeso, solo en Estados Unidos. En un análisis segmentado se puede apreciar cómo en media docena de estados la situación resulta especialmente alarmante, ya que la obesidad afecta a más de un tercio de las personas. Y centrándonos solo en los adultos, el dato es aún menos favorable, ya que en casi todos los estados más de un tercio de los ciudadanos de más de dieciocho años sufre obesidad.

Por otro lado, un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre cincuenta y tres países de la región europea calificaba a España como uno de los países con mejor salud de Europa y con mayor esperanza de vida (5). Pero alertaba de que esta situación privilegiada podría peligrar, sobre todo para generaciones venideras, debido al aumento de la prevalencia de la obesidad detectado, que en el momento de su edición llegaba a la cuarta parte de la población adulta. Un estudio español posterior confirmó estos malos augurios: el 60 % de la población adulta (el equivalente a más de veinte millones de personas (6)) presentaba sobrepeso u obesidad.

Poco antes se publicó en The Lancet uno de los mayores estudios sobre la prevalencia y evolución de la obesidad a nivel mundial, analizando los datos disponibles desde 1980 hasta 2013 (7). La conclusión de sus autores fue la siguiente:

Debido a los riesgos de salud que conlleva y a los aumentos sustanciales de su prevalencia, la obesidad se ha convertido en un importante problema de salud global. La obesidad está aumentando y no se conocen experiencias positivas para combatirla en ningún país en los últimos 33 años. Se necesita una movilización mundial urgente y liderazgo para ayudar a los países a intervenir con más eficacia.

Poco después, la misma revista publicó un segundo informe con las tendencias mundiales de la obesidad desde 1975 hasta 2014, que se resumió de la siguiente forma (8):

En 2014, unos 650 millones de personas estaban obesas en el mundo, en comparación con los 100 millones de 1975. 180 millones de ellos sufrían obesidad severa […]. Si las tendencias continúan, la probabilidad de cumplir los objetivos mundiales respecto a la obesidad es prácticamente cero. De hecho, si estas tendencias continúan, en 2025 la prevalencia mundial de obesidad alcanzará el 18 % en los hombres y superará el 21 % en mujeres; la obesidad severa superará el 6 % en los hombres y el 9 % en las mujeres […].

Sí, ha leído usted bien: seiscientos cincuenta millones de personas sufrían de obesidad en el mundo en el año 2014.

Pero los estudios epidemiológicos no solo presentan un panorama sombrío respecto a la prevalencia de esta patología, también aportan resultados preocupantes relacionados con el impacto de la obesidad en la salud, la calidad y la esperanza de vida.

Por ejemplo, en el año 2014 se publicó un metanálisis que analizaba la relación entre la obesidad y la incidencia de trece tipos diferentes de cáncer, utilizando datos de 1985 a 2011 de dieciocho países (9). Los expertos encontraron un claro aumento del riesgo asociado al sobrepeso en cinco de esos tipos de cáncer. Casi simultáneamente vio la luz otro gran metanálisis, centrado en los estudios que analizaron la relación entre la mortalidad por enfermedad cardiovascular y la obesidad, con resultados muy similares al anterior y claros aumentos del riesgo (10). Un tercer estudio calculó que cada año los casos de cáncer «extra» atribuibles al sobrepeso o la obesidad podía superar el medio millón en todo el mundo (11).

Un metanálisis publicado en The Journal of the American Medical Association (JAMA), en el que se analizaron los datos de más de un millón de personas de todo el mundo, encontró un mayor riesgo de mortalidad global entre las personas con sobrepeso, especialmente entre aquellas que presentaban mayor acumulación de grasa corporal. Otro trabajo similar posterior sobre obesidad y mortalidad entre cuatro millones de personas de cuatro continentes y publicado en The Lancet, concluyó que hasta una de cada cinco muertes prematuras se debía al sobrepeso, un factor de riesgo solo superado por el tabaquismo (12).

«Los estudios epidemiológicos no solo presentan un panorama sombrío respecto a la prevalencia de esta patología, también aportan resultados preocupantes relacionados con el impacto de la obesidad en la salud, la calidad y la esperanza de vida».

Para intentar ser más precisos al cuantificar el efecto negativo de una patología, se puede calcular la pérdida de años de vida, comparando la longevidad de las personas que la sufren con la de personas sanas (y corrigiendo estadísticamente otros factores que también pueden influir). Los estudios más recientes realizados con ese enfoque concluyen que, pese a los importantísimos avances realizados en los cuidados médicos que se aplican a este tipo de pacientes y las mejoras conseguidas respecto a épocas anteriores, en algunos segmentos de la población el efecto del sobrepeso elevado sigue siendo muy negativo (13). Por ejemplo, en investigaciones realizadas entre las personas que sufren mayor grado de obesidad (obesidad grado 3, con un valor de IMC mayor de 40), la esperanza de vida se cuantificó entre seis y catorce años menor que la de personas sin sobrepeso. Solo en Estados Unidos viven unos cinco millones de personas con este grado de sobrepeso.

Catorce años menos de vida es una cantidad de tiempo muy importante. Piénselo desde esta perspectiva: ¿qué le parecería si, estando usted cerca de su último momento, despidiéndose de sus familiares y de este mundo, alguien le dijera que tiene la posibilidad de vivir entre seis y catorce años más? ¿No cree que sería el mejor regalo que nadie podría hacerle?

Durante la reciente pandemia mundial de Covid-19 la obesidad también ha mostrado ser una desventaja. Diversos estudios han relacionado la infección por el coronavirus SARS-CoV-2 con un mayor riesgo de síntomas graves y de mortalidad (14). Aunque en el momento de escribir estas líneas todavía no están disponibles todos los datos para hacer cálculos precisos, la obesidad y sus patologías asociadas podrían estar detrás de hasta el 20 % de las muertes atribuidas a este virus.

Desde el punto de vista económico y social también se han realizado numerosas aproximaciones y cálculos que analizan el impacto del sobrepeso y la obesidad. Una investigación realizada en Estados Unidos estimó que el coste sanitario añadido por cada persona obesa se aproxima a los dos mil dólares anuales. Pero, probablemente, el análisis más completo y exhaustivo a nivel mundial lo realizó la consultoría internacional McKinsey & Company, Inc, en el que afirmaba lo siguiente (15): «La obesidad es una de las tres principales cargas sociales globales generadas por los seres humanos».

El informe incluyó datos realmente escalofriantes:

•El 5 % de las muertes mundiales están asociadas al sobrepeso. Esto implica unos veinte millones de muertes al año.

•Hay dos mil millones de afectados (además, se trata de una tendencia creciente, sin visos de mejorar).

•Costes añadidos sobre los dos billones de dólares, es decir, el equivalente al 2,8 del producto interior bruto (PIB) mundial.

Según los autores, estas cifras se acercaban a las asociadas a los efectos de todo tipo de violencia o al tabaquismo.

Estos impactantes números nos muestran de forma bastante objetiva la dimensión del problema de la obesidad y sus consecuencias directas, lo cual no desmerece en absoluto a las peores guerras vividas por la humanidad en el pasado.

A mediados del año 2016, el CDC dio a conocer una preocupante y novedosa estadística: por primera vez desde que se registraba este dato, la esperanza de vida de los norteamericanos había descendido. Ligeramente, cierto, pero nunca esta tendencia había dejado de mejorar hasta entonces. Y, para sorpresa de todos, la tendencia negativa se repitió durante los tres años siguientes, algo inédito en el mundo desarrollado (16). Pocos días después del primer dato negativo, el conocido investigador en nutrición del Boston Children’s Hospital («Hospital Infantil de Boston») y de Harvard Medical School («Escuela de Medicina Harvard»), David S. Ludwig, publicaba un editorial en la revista médica JAMA que incluía el siguiente fragmento (17):

Desde el final de la Guerra Civil hasta finales del siglo XX la esperanza de vida aumentó rápidamente en los Estados Unidos, un gran triunfo de la salud pública provocado por un mayor suministro fiable de alimentos, una mejor higiene y los avances en la atención médica. En 1850, la esperanza de vida entre los blancos se estimó en 38 años para los hombres y 40 años para mujeres. Estos números casi se duplicaron en 1980, a 71 años para los hombres y 78 años para las mujeres. Con la epidemia de la obesidad en la década de 1970, esta tendencia comenzó a frenarse, lo que llevó a algunos a predecir que la esperanza de vida disminuiría en los Estados Unidos a mitad del siglo XXI.

Los datos preliminares del CDC proporcionan nuevas pruebas que apoyan esta predicción. La tasa de mortalidad aumentó significativamente durante los 9 primeros meses de 2015 respecto al mismo período en 2014, con una mayor participación de las causas relacionadas con la obesidad. El aumento fue de un 1 % para la enfermedad cardiaca, un 1 % para la diabetes, un 3 % para la enfermedad hepática crónica, un 4 % para la enfermedad cerebrovascular, y un 19 % para la enfermedad de Alzheimer. […] La obesidad y la mala dieta predisponen a la totalidad de las principales enfermedades crónicas, pero estos riesgos se han mitigado en los últimos decenios por los cada vez más poderosos y costosos tratamientos. Para retrasar la progresión de la enfermedad, millones de personas en los Estados Unidos dependen de medicamentos para reducir los niveles de colesterol, la presión sanguínea y la glucosa en sangre; de procedimientos quirúrgicos para abrir o derivar arterias bloqueadas y de la diálisis.

Los datos del último informe de CDC sugieren que se ha llegado a un punto de inflexión más allá del cual los avances tecnológicos ya no pueden compensarlo. […] Es especialmente preocupante que los condados que mostraron una disminución relativa o absoluta de la esperanza de vida coincidían con los más afectados por la epidemia de la obesidad (Es decir, condados del sureste y el medio oeste). Esta tendencia a la baja en la longevidad es casi seguro que se acelerará a medida que la generación actual de hijos, con mayor peso corporal desde en la infancia que nunca, lleguen a la edad adulta. La medicina moderna puede prevenir la muerte prematura entre los adultos que desarrollan obesidad a la edad de 45 años, la diabetes a los 55 años y enfermedades del corazón a los 65 años, pero las implicaciones para la salud pública son probablemente mucho mayores si esta secuencia de eventos se inició en la infancia.

Además de los efectos relacionados con la salud, los efectos económicos de las enfermedades relacionadas con la obesidad son sustanciales y se prevé que empeoren. Los costos médicos directos asociados con la obesidad entre los adultos no institucionalizados se estima que llegaron a 190 mil millones de dólares al año en 2005, una cantidad que no incluye las pérdidas de productividad de los trabajadores. Estos gastos y la pérdida de ingresos fiscales por menor productividad incrementarán el déficit del presupuesto nacional; superarán los recursos de la sanidad pública y las aseguradoras privadas; y afectarán negativamente a la inversión en infraestructuras sociales (como la educación, la investigación, y el transporte).

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