Czytaj książkę: «Lenguaje escrito y dislexias»

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www.ediciones.uc.cl

Lenguaje escrito y dislexias:

enfoque cognitivo del retardo lector

Sexta edición ampliada

Luis Bravo Valdivieso

© Inscripción Nº 2020-A-3280

Derechos reservados

Abril 2020

ISBN Digital Nº 978-956-14-2691-7

Diseño: Francisca Galilea R.

CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Bravo Valdivieso, Luis, autor.

Lenguaje escrito y dislexias: enfoque cognitivo del retardo lector / Luis Bravo Valdivieso. Sexta edición ampliada.

Incluye bibliografía.

1. Dislexia.

I. t.

2020 371.9144 + DDC23 RDA

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com


Dedico este libro a mis nietos:

Ximena

Valentina

Tomás

Francisca

Manuel

Felipe

Joaquín

Juan Emilio

Antonia

Cristóbal

Pedro Pablo

Isidora

Vicente

Beatriz

Andrés

Con inmenso cariño.

ÍNDICE

Presentación de la sexta edición

Primera parte El lenguaje escrito y las dificultades de los niños para aprender a leer

I. El lenguaje escrito y las dificultades de los niños para aprender a leer

II. Las dificultades escolares y las dislexias

III. Las investigaciones sobre las dislexias

IV. Neuropsicología cognitiva de las dislexias

V. El procesamiento cognitivo del lenguaje escrito y las dislexias

VI. El desarrollo cognitivo y del lenguaje oral y escrito

VII. La psicología cognitiva y el tratamiento psicopedagógico de las dislexias

Segunda parte Investigaciones de seguimiento de la lectura en escolares en Chile

VIII. Investigaciones longitudinales de niños con retardo en el aprendizaje lector

IX. La predictibilidad del aprendizaje del lenguaje escrito

X. Las diferencias psicológicas cognitivas para aprender a leer y el nivel sociocultural

XI. La evolución en la lectura de los niños de distintos niveles socioeconómicos

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS

Presentación de la sexta edición

En la sexta edición de este libro quiero actualizar la numerosa información recabada de investigaciones sobre el aprendizaje del lenguaje escrito y las dislexias, desde el punto de vista de la psicología cognitiva y de las neurociencias de la educación.

Previamente quiero agradecer los aportes recibidos de colegas e investigadores que están en la vanguardia de este tema, en neuropsicología y en psicopedagogía, con algunos de los cuales he tenido contactos directos y enriquecedores. Entre ellos Frank Vellutino y Alberto Galaburda de los EE.UU., quienes tuvieron la cortesía de tenerme al día en sus investigaciones. Jesús Alegría, con quien tuve interesantes intercambios en su acogedora casa de Bruselas; con Lynette Bradley y Peter Bryant en Oxford; con Zdenek Matejcek en Praga; con Marisol Carrillo y Angel Calvo en Murcia, en cuyos hogares también fui recibido con hospitalidad y amistad. También Juan Jiménez de La Laguna y Sylvia Defior de Granada, en España. En Perú, Esther Velarde y en Argentina a Juan E. Azcoaga. En Chile, a Pablo Escobar y Ricardo Rosas de la Escuela de psicología de la UC.

Puedo mencionar, además, mi pertenencia durante varios años a la “Academia Internacional de Investigadores de las Dificultades del Aprendizaje” (I.A.R.L.D.) creada en los Estados Unidos por el profesor Williams Cruicksank, con cuyos miembros tuvimos numerosos encuentros internacionales sobre el tema de las dislexias. A todos ellos les agradezco haber podido tener acceso a informaciones actualizadas sobre investigaciones en este tema y una perspectiva más amplia sobre la manera de investigar los trastornos de aprendizaje de la lectura y escritura. Su aporte fue muy valioso desde la lejanía de Latinoamérica.

Quiero renovar mis agradecimientos a mis excolegas del Departamento de Educación Especial de Universidad Católica, con quienes he realizado algunas de las investigaciones que publico en la segunda parte de este libro, y cuyos nombres figuran en las respectivas publicaciones y referencias. Entre ellos la memoria de Mabel Condemarín y el aporte de Jaime Bermeosolo. Además, a mis compañeros del Servicio de Psiquiatría infantil en el Hospital Calvo Mackenna donde recibíamos a muchos niños que no aprendían a leer.

A la Escuela de psicología de la UC por las facilidades que me dieron en su oportunidad para investigar, leer, estudiar, pensar y escribir. Sin ese precioso tiempo no habría habido investigaciones, ni tampoco libro. Luego, al FONDECYT, por los recursos económicos recibidos del Estado para adquirir la bibliografía, financiar las investigaciones descritas y algunos viajes a centros de investigación.

Finalmente, pero no de menor importancia, quiero reconocer el valioso aporte crítico e intelectual, junto con el apoyo emocional permanente, de mi mujer, psicopedagoga Eugenia Orellana, colega de investigaciones, contradictora de algunas de mis hipótesis, compañera leal y cariñosa de muchos años y correctora de este libro.

Santiago de Chile, 2020

PRIMERA PARTE

EL LENGUAJE ESCRITO Y LAS DIFICULTADES DE LOS NIÑOS PARA APRENDER A LEER

CAPÍTULO I

EL LENGUAJE ESCRITO Y LAS DIFICULTADES DE LOS NIÑOS PARA APRENDER A LEER

Psicología cognitiva, neurociencias de la educación y dislexias

Un objetivo de este libro es presentar una síntesis actualizada sobre las dificultades severas para aprender a leer que tienen numerosos niños, a partir de los resultados de investigaciones psicológicas cognitivas, psicopedagógicas y neuropsicológicas. Lo he escrito con el resultado de investigaciones personales, y de otros investigadores chilenos e internacionales, de revisiones bibliográficas, y de mis experiencias clínicas con alumnos que tenían dificultades severas para aprender el lenguaje escrito. También es resultante de mis años docentes en la enseñanza universitaria sobre el tema de los trastornos del aprendizaje escolar desde 1964, cuando comencé a estudiar los problemas de los niños que no aprenden a leer y de mi labor docente en la formación de profesores de educación especial o psicopedagogos, de psicólogos educacionales y de algunos pediatras en el Hospital Calvo Mackenna. Esta labor ha enriquecido mis experiencias personales durante sesenta años de trabajo en la Universidad Católica de Chile y posteriormente en la Universidad de los Andes.

Durante este período se han desarrollado internacionalmente los conceptos de “ciencias de la lectura” y también de “neurociencias del aprendizaje”, apareciendo este último como un nuevo paradigma en las ciencias humanas (Maluf & Sargiani, 2013; Dehaene 2007; Maluf 2008; Goswami 2004; Snowling & Hulme 2005; Jiménez 2012; Bravo 2016, 2018).

El concepto de “Ciencias de la lectura” ha abierto nuevos horizontes sobre el aprendizaje lector de los niños, desde dos perspectivas: el desarrollo del lenguaje y del pensamiento verbal y su integración con los descubrimientos de la neuropsicología y neuroimágenes, sobre los procesos cerebrales involucrados en el lenguaje escrito. Ellos muestran que aprender a leer depende de un conjunto de procesos cerebrales y cognitivos que los niños desarrollan por efecto de estrategias psicopedagógicas y por la influencia de su ambiente familiar y cultural. Las piedras angulares de este aprendizaje son el lenguaje y la percepción fonológica y visual ortográfica.

Vigotsky (1995) expresa que el desarrollo del lenguaje oral refleja la expresión del pensamiento de las personas y el lenguaje escrito es la expresión de su pensamiento en el contexto de su cultura. “El significado de una palabra representa una amalgama tan estrecha de pensamiento y lenguaje que es difícil decir si es un fenómeno del habla o un fenómeno del pensamiento”. Agregó que “podemos considerar el significado como un fenómeno del pensamiento” (p. 198). Los niños cuando aprenden a hablar desarrollan una red verbal semántica, asociada con la interacción de la audición del lenguaje y su articulación, lo que les permite integrarse en un contexto social más amplio de conocimientos, ideas y pensamientos. Con ellos cada persona que crece desarrolla un metalenguaje, con la capacidad de proyectar sus pensamientos y reflexionar sobre el significado de los procesos que están aprendiendo.

El lenguaje escrito emergió progresivamente en las diversas culturas y fue parte del desarrollo cognitivo, en la medida en que algunas personas inventaron signos estables (letras, grafitos, figuras talladas, logotipos) para comunicarse. Este largo proceso social de la evolución humana se estableció con el desarrollo de nuevos procesos cerebrales. Dehaene (2007) en su excelente libro “Les neurones de la lecture” dice que la naturaleza de nuestros cerebros se construyó progresivamente “por la inmersión en una cultura determinada” (p. 26). El cerebro infantil y especialmente el aprendizaje visual del lenguaje escrito pasó por “cierto margen de adaptación al ambiente en la medida en que la Evolución los ha dotado de plasticidad y de reglas de aprendizaje”. Concluyó que “Nuestro cerebro no es una tabla rasa en la cual se acumulan construcciones culturales, sino un órgano fuertemente estructurado” (p. 28) que utiliza los mismos circuitos cerebrales para asimilar las cosas nuevas. En consecuencia, aprender a leer no es solamente percibir y memorizar textos escritos, sino reconstruir y recrear su significado en una metacognición. La metacognición es considerada un proceso mental de mayor jerarquía cognitiva e implica la capacidad para monitorear y controlar los propios procesos cognoscitivos incluyendo la comprensión del lenguaje escrito (Shimamura, 2000).

El progreso de las neurociencias de la lectura y de la psicología cognitiva, ha producido una ampliación en el conocimiento de los procesos que ocurren en el aprendizaje del lenguaje escrito y también ayudan a conocer el origen de las dificultades para aprenderlo. (Rumsey, 1996; Habib, 1997; Simos et al., 2002; Vellutino et al., 2004; Dehaene, 2007; Fletcher, 2009; Fletcher, Lyon, Fuchs, & Barnes, 2007; Goswami, 2008; Shaywitz & Shaywitz, 2008; Maluf & Sargiani, 2013, Bravo, 2014; Cuadros 2017; Rosas 2017; Escobar 2017).

Durante los diversos aprendizajes, el cerebro activa algunas regiones que determinan las conexiones neurológicas adecuadas para asimilar con mayor eficiencia la información requerida. Las investigaciones sobre el cerebro muestran que las intervenciones educacionales intensivas en procesos fonológicos y de reconocimiento ortográfico de las palabras y de su significado “modifican las conexiones cerebrales” (Dehaene, 2007.) En consecuencia, uno de los principales desafíos para su enseñanza es la integración de la conciencia fonológica, que aporta la pronunciación de las palabras, con la conciencia visual-ortográfica de la escritura y la elaboración metacognitiva del significado del texto.

Algunas investigaciones de neurociencias cogni­tivas muestran que los significados de las palabras están relacionados con la actividad de la región temporal media del cerebro (Dehaene, op. cit). Esta área parece ser responsable de la recuperación de la memoria semántica de los significados asociados a cada palabra. Sin embargo, en adultos con dislexia las investigaciones de Vandermosten et al. (2012), mostraron que presentan alteraciones en la región cerebral que conecta el lóbulo temporo-parietal posterior con el lóbulo frontal. Esta y otras investigaciones confirman que en las dislexias habría un desorden en las conexiones cerebrales. Ellos concluyeron que los niños disléxicos muestran una disfunción en la conectividad cortical, confirmando la hipótesis que tendrían un “síndrome de desconexión” (Paulesu et al., 1996). Según Dehaene (2007) el origen de este concepto proviene del neurólogo francés Déjerine quien descubrió en 1887 en un paciente un severo déficit para reconocer visualmente las letras, originado por daño en la corteza visual del cerebro, lo que le impidió reconocer el lenguaje escrito, pero no escribir (p. 94).

La labor psicopedagógica escolar sobre el lenguaje escrito tiene como objetivo que el niño disléxico aprenda a establecer asociaciones con significado entre los estímulos perceptivos visuales ortográficos de las letras y los componentes fonéticos del lenguaje oral, lo cual requiere enseñarles a desarrollar un proceso de metacognición junto con la ortografía.

En esta nueva edición aplicamos el término de “aprendizaje del lenguaje escrito” en vez de “aprender a leer” (Bravo, 2016). Esta modificación no es solamente formal. El concepto de “aprender a leer” ha tenido una evolución profunda con los descubrimientos en neuropsicología. Es un aprendizaje cognitivo y verbal que supera el condicionamiento y no se considera como una asimilación pasiva por parte de los alumnos de los procesos para decodificar y retener en la memoria las letras, sílabas y palabras aprendidas. Tampoco es una asimilación pasiva de entornos letrados, pues no basta un condicionamiento cognitivo visual para que los niños asocien de memoria los signos gráficos con sus significados. Implica aprender a desarrollar estrategias cognitivas y psicolingüísticas que les permitan penetrar en el sistema de códigos ortográficos conducentes a un significado junto a una comprensión de las reglas sintácticas que rigen y coordinan el sistema escrito.

El aprendizaje del lenguaje escrito es resultado de una evolución cerebral continua que se inicia cuando los niños nacen y empiezan a escuchar en su hogar el lenguaje oral y tratan de comprenderlo y repetirlo en voz alta. Esta evolución culmina cuando, posteriormente, se les enseña a asociar los signos ortográficos de los libros con su pronunciación, siguiendo algunas estrategias visuales ortográficas y fonémicas que rigen nuestro idioma y les permiten entender su significado. La experiencia pedagógica muestra que no todos los niños presentan la misma facilidad para aprender, ni tienen la misma fluidez y velocidad para hacerlo. Entre los que tienen mayores dificultades para aprender el lenguaje escrito están los niños “disléxicos”.

En una edición anterior expresábamos que el tema de las dislexias “parece ser uno de los grandes mitos psicológicos y educacionales de nuestros tiempos” (Bravo, 1981), pues algunas personas les atribuyen un alcance educacional mucho más amplio que el que tienen, al considerar como tales a todas las dificultades pedagógicas que los niños presentan para aprender a leer. Pero también aparecía como mito, porque no se percibía con claridad la gravedad de sus consecuencias escolares y sociales, cuando luego de varios años, incluso en la universidad, siguen sin leer bien o lo hacen con mucha lentitud, a pesar de sus múltiples esfuerzos.

En el siglo anterior, los investigadores Satz y Sparrow (1970) expresaban que “la naturaleza de este desorden está todavía oscura, su incidencia es desconocida (aunque algunos informes sugieren una prevalencia aproximadamente del 4% al 8% de la población escolar), su etiología no ha sido constatada (aunque se han propuesto factores genéticos) y la respuesta al tratamiento ha sido refractaria” (En Bakker y Satz, 1970, p. 18).

También en esa década, Critchley, profesor de la Universidad de Londres y ex presidente de la Federación Mundial de Neurología expresaba que “el problema ha demostrado ser bastante más complejo que lo esperado, pero se pueden aceptar algunos datos. No hay país europeo sin su cuota de disléxicos. En Alemania y tal vez en los países escandinavos, la incidencia parece ser la misma que en Gran Bretaña... Sabemos que los disléxicos se encuentran en África y en Asia, donde la estructura del lenguaje es completamente diferente del sistema sujeto-predicado, alfabético-fonético, que nos son familiares...”.

Actualmente, el problema de las dislexias ha dejado ser un mito, y sigue siendo un tema de fuerte interés para los investigadores en neurociencias de la educación. En él están subyacentes los problemas sociales del fracaso escolar y el problema epistemológico del aprendizaje de la relación entre el signo ortográfico y su significado y el problema neuropsicológico de la transformación de la información escrita, percibida visualmente, en pensamiento verbal. Las dislexias no se limitan solo a algunas dificultades para aprender a leer, sino que se extiende a que el niño aprenda a recrear una realidad cognitiva a partir del lenguaje escrito. Los alumnos disléxicos tienen un obstáculo severo para el desarrollo de los procesos del pensamiento y verbales superiores, de memoria, análisis, síntesis, abstracción y categorización, como hemos visto en varias investigaciones. Algunos disléxicos luego de algunos años escolares, disminuyeron su rendimiento en el CI verbal.

En los trastornos disléxicos convergen factores genéticos, neuropsicológicos, cognitivos, pedagógicos, socioculturales y familiares, que configuran un cuadro polimorfo, cambiante según las edades de los niños, y dependiente del lenguaje familiar, su idioma y su situación escolar. Su diagnóstico no es siempre fácil debido a la superposición de todos los factores que inciden en él, y muchas veces los resultados obtenidos en los procesos de enseñanza y rehabilitación son magros si se limitan solamente a un condicionamiento de la escritura. Muy numerosos son los adolescentes que tienen dificultades laborales o universitarias por carencia de una lectura fluida y comprensiva.

Hay educadores que han seguido el camino más sencillo de pensar que las dislexias no existen, y que el fracaso para aprender a leer se debe al empleo de metodologías de enseñanza inadecuadas o a factores socio-económicos. Un enfoque así, además de ignorar los resultados de las investigaciones internacionales y de la experiencia de muchos profesores, deja en muy mal pie a aquellos que se dedican a enseñar a leer, por considerar que no saben hacerlo bien.

Desde el siglo XX también han aparecido en Latinoamérica numerosos investigadores que estudian con seriedad y rigor científico el problema de las desigualdades educacionales y las diferencias psicopedagógicas en el aprendizaje escolar (Citados en: Bravo, Milicic, Cuadros, Mejía y Eslava, 2009). Es un problema social y educacional en nuestro continente. Evidentemente que no todos los niños con retraso lector son disléxicos. Según una investigación de seguimiento que describo más adelantes, alrededor del 5,8% de los escolares estudiados presentaron retardo severo y persistente en lectura, el que afectó su comprensión lectora posterior y que podrían considerarse disléxicos. Si se aplica este porcentaje a dos millones de escolares básicos, hacen una cantidad no despreciable, cifra que ayuda a explicar un rendimiento lector y comprensión lectora insuficiente en los escolares chilenos.

Los resultados de las investigaciones que presento en la segunda parte de este libro, traen consigo un amplio desafío para los educadores especialistas en trastornos del aprendizaje, psicopedagogos y psicólogos escolares: ¿Cómo traducir los resultados de las investigaciones en evaluación, diagnóstico y educación?

En las últimas décadas ha habido una verdadera revolución epistemológica que nos permite acercarnos al origen de las dislexias, originadas en investigaciones neuropsicológicas con neuroimágenes. Ellas no son siempre tomadas en consideración por muchos profesores especialistas. Este desconocimiento ha conducido a que sigan aplicando metodologías de enseñanza inoperantes y que muchos niños sigan sin leer en forma satisfactoria, a pesar de estar varios años en centros especializados o en consultas particulares.

Un cambio epistemológico, que explico con detención más adelante, se produjo cuando las investigaciones mostraron que las dislexias son consecuencias de déficits específicos relacionados con el desarrollo del lenguaje en algunas conexiones cerebrales, y no son solamente producto de una inmadurez perceptiva visual y psicomotora, o de deficiencias socios culturales o económicas.

Antiguamente la enseñanza de la lectura preconizaba una estrategia centrada en la estimulación de las funciones perceptivo visuales y psicomotoras, tales como la orientación espacial de las letras y de las sílabas, o la ejercitación de algunos procesos motores y del ritmo, en especial destinados a mejorar el aprendizaje de la escritura obligando a los niños a memorizar palabras completas, en un modelo llamado “global”. Todos ellos evidentemente son útiles para mejorar algunos aspectos del rendimiento infantil, pero no tienen nada que ver con la superación de las dificultades en el desarrollo de las conciencias fonológica y visual ortográfica, que obstaculizan el aprendizaje de la lectura o el desarrollo de la metacognición del lenguaje escrito. La enseñanza del lenguaje escrito es un proceso epistemológico que debe asociar la escritura con el pensamiento y para eso no basta con estimular la percepción visual de letras y sílabas o la psicomotricidad.

Al respecto, es interesante conocer una experiencia en Francia relatada por Mira Stambak, una antigua investigadora y autora de algunos test. Dice M. Stambak, al narrar su experiencia como investigadora, que cuando empezaron a trabajar en este problema pensaban que la dislexia se originaba en alteraciones visuales espaciales o del ritmo, para lo cual estandarizaron varios test en las escuelas. Agrega: “Un año quisimos comprobar las correlaciones que había entre los resultados en esos test y el aprendizaje de la lectura en el curso preparatorio (primer año). Para nuestra gran sorpresa descubrimos que no hay ninguna correlación. Había niños que leían perfectamente y que tenían malos resultados en estos test y otros que no habían aprendido a leer y que tenían en los test resultados completamente normales... Debo decir que, a partir de esta constatación, me he cuestionado la utilidad de mi trabajo” (Perspectives Documentaires en Education, 1994, nº33, p. 29). Esta descripción de su fracaso muestra una evolución de la enseñanza del lenguaje escrito y del concepto de dislexias desde los años 60 hasta ahora. Este trastorno lector, que en las décadas de los años 60 del siglo pasado se atribuía a alteraciones del desarrollo de los procesos perceptivos visuales y en las expresiones corporales psicomotoras, posteriormente se ha descubierto que se origina en dificultades específicas del lenguaje, en la conciencia fonológica y cognitiva, y en la conciencia visual ortográfica del lenguaje escrito.

Actualmente, en este libro se considera que “aprender a leer es otra manera de aprender a pensar”, a partir de los signos visuales ortográficos, con lo cual el concepto de las dislexias pasó de ser una preocupación por la percepción y memoria visual de la escritura, a centrarse en el lenguaje, el pensamiento y su significado.

Como resultado de esta evolución metacognitiva me he propuesto el objetivo de recoger la información más actualizada y sólida que he encontrado en la bibliografía internacional, con el fin de presentar bases neuropsicológicas cognitivas y psicolingüísticas para el aprendizaje de la lectura, que permitan a los profesores superar el viejo modelo perceptivo visual y establecer nuevas estrategias psicopedagógicas de enseñanza del lenguaje escrito centradas en un modelo verbal y metacognitivo.