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Adónico
Lor Sfábelop
© Lor Sfábelop
© Pehóe Ediciones
Primera edición, agosto de 2020
ISBN Edición digital: 978-956-9946-73-8
Diseño de portada: Camila Vázquez
Diagramación digital: ebooks Patagonia www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com
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ÍNDICE
Adónico
Hada Invernal
Epifanía
La Muertita
Confesiones
La poesía se goza comoel amor más dulcejamás vividoo se sufre como el dolordel amor más inicuojamás sentido
PREÁMBULO
Allá, en el rincón del cielo,
cae, como hilos blondos,
la hermosa cabellera del astro
a un punto frío, húmedo y oscuro,
que se opaca y anhela luz.
El esquelético hielo nocturno
se mete y se enreda
en los cuerpos de los amantes;
se cobija bajo las sábanas
de seda y óleos perfumantes.
La lluvia sucumbe en las calles,
inundándolas de amargo cielo.
Enrabiadas y tercas,
las gotas de aguas se baten
contra el helado y duro cemento,
al que cubre de grises invernales.
Los transeúntes huyen frenéticos...
Y los árboles parecen del suelo arrancarse
golpeados por el furor del norte intenso,
y por brisas empalomadas y guerreantes,
como enormes bolsas de aire,
que revientan contra la ciudad
enfurecidas de frío congelante.
En esta congregación de las estaciones
el ritmo de la vida arde
en rumorosos bailes de colchones;
al igual que la tormenta itinerante,
se une a los elementos naturales
para tomar más potencia uránica.
Entonces, los cuerpos en sí se complacen.
Y las almas amadas insisten amar
mientras la airada lluvia cae
con su acuoso cuerpo
en las techumbres de las casas distantes:
su ruidoso compás complace a los amantes
y los acompaña en una danza
húmeda y sofocante,
como un ser de suavidad incinerante,
que se ocupa de animar
la vida de los que se proponen amar
bajo la lluvia de voz clamante.
UNO
Caen naves férreas
en esta hora maldita
desde el cielo agitado
cuando ella se agita
en el corazón intensa,
y desbordada mira
en el rincón del jardín;
y con su cuerpo invita
a los placeres selectos:
con invisibles cadenas tira...
Y me lleva por sendas
que nunca limitan,
que por su cuerpo se extienden
a un cielo de reales citas.
Reinos e imperios
tras su boca desfilan,
atraídos por sus aromas
de hada y de ninfa.
Ella está bajo la lluvia
en mi cerebro que domina
en silencio por horas;
en mi mente, aterida,
imaginándola
para mí,
herida,
en esta hora tenaz
con su ausencia mortal
y distancias infinitas;
cuando ella no está
pero en mi alma grita
con su amor de diosa
quemante, de niña,
y vibra por mi carne
como si fuera esquirla;
y hace salir la sangre
curando la herida.
Dulce flor de fuego,
bocado espiritual, dulce espiga:
bajada desde el reino de Morfeo,
de las tierras nortinas,
de países lejanos y ficticios;
de piel blanca y dulce, traída;
de romances y libros,
bajada del que delira
con musas vírgenes
que hoy están perdidas
en manos de dioses carnales,
y de amar se olvidan…
amar con amor
que en el alma halita.
Mas, nosotros los dos,
ella a mí unida,
somos danza de amor…
Mi alma cobija,
en su alma dada,
los deseos que hilan,
de su madeja floreada,
los anhelos que intrigan.
DOS
I
Ay, dulce agravio de luz. Porcelana virginal y alada.
Has provocado efluvios en mí.
De tus ojos morados vivientes vuelan mariposas,
canta el cultrún.
Se abre mi piel con tu dulce voz.
¡Oh, porción de pan, miga divina!
Alusión de trigales y cosecha.
Ven a danzar, déjate anidar.
Ven pronto. Te suscito luz de mi vida.
Déjate seducir por mi amor voraz.
Luego, ándate al lado del sauce ensombrecido.
Yo te espero allí entregado al calor del estío.
Allí, todas las brizas melancolizan mi cuerpo.
Allí, tu voz llega ebria en hedor de hierba y talmud.
Me pregunto entonces,
¿Quién soy para desear tu venida?
Tú eres de más allá del interminable césped.
Oh, colmena ebria, yo soy tu panal
explosionando en el arrebol de luz.
II
La tristeza es súbita y soberbia.
Encarnación tuya hiriendo,
con el fulgor del fuego,
en el interior de mi cerebro.
Tú haces que me aparte
de todo servicio humano responsable
y caiga al suplicio de la tarde enfureciendo:
¡Ejerce peso!
Yo digo: ¡Aparécete!
¡Desplómate del alto cerro! Da tu cuerpo.
III
Aparécete, mujercita, llena de bruma.
Ven llena de lluvia para saciar mi sed.
Ven hoy a amontonar tus flores sobre mí.
Acógeme en tus brazos para licuar esta pasión
que absorbe el aliento del alma.
Aparécete ahora mismo que desespero por ti.
Por tu delicada piel y suave brisa.
Anúnciate clamando mi nombre humano.
Prolóngate, hazte de mí.
Cuélgate de mí como el picaflor
a pacer conmigo el crudo de tu vientre.
A prolongar la vida con goce sobrehumano.
Si dijera que te amo sólo con amor
tierno y delicado, es verdadero…
Sin embargo, te amo y deseo de la misma forma
y con la fuerza y con el eco
de un planeta desapareciendo.
TRES
I
Cuando esté a tu lado… Cuando tú vengas:
¿Qué palabras diré?
¿Cómo sabré decir lo que anhelas?
¿Cómo pondré en mi boca voces bellas
que llenen tu corazón de preguntas intensas,
voces que intriguen tu imaginación
y quieras conocer respuesta
que salgan de mis labios,
labios sedientos de tu húmeda seda
de la cual brotan sentidos de miel,
sentidos que me llenan de emociones selectas?
II
Hay tantas palabras,
y tantas formas de decirlas;
tantas maneras de versarlas,
que en mi alma palpitan,
desde que se dieron a tu alma;
desde que estás a mí venida.
Palabras que sucumben y hablan
de tus labios y boca teñida,
de tu piel excelente y blanda,
de lágrimas de alegrías.
Palabras de oro o plata,
tan antiguas
como las carabelas mismas,
que las trajeron desde la España.
Y ahora que de tu cuerpo nítidas,
aplastando mi longeva espalda,
se dan para decir sin intriga,
que aquella a quien esperaba,
es la misma que hoy me da la vida.
CUATRO
Hoy bajo el ventanal,
cuando ella no está,
el rompeolas invernal
se produce
en lastimero instrumento carnal,
gritando y clamando
el anhelo sobrenatural,
ejercido en el alma,
como música amarga y brutal,
que se descadena tormentosa
en un alto mar.
Y la recuerdo sonriente
y tersa, cuando sus besos da
con poción de sopa edénica.
Se deja amar tan serena
que el alma se deja atar
sin remordimiento ni quejas,
en un estado de perfecta paz.
¡Oh, virgen de las vírgenes!
Ella es hoy donación redimida
en mis besos de imperceptible clamor.
Bajo la estrella de la primavera
la he amado entonces,
estrechando su piel sedosa,
en una lenta danza de manantial.
CINCO
Ella vino y me despertó.
Sé que anduvo con su pisada
silenciosa de hada invernal.
Ella dejó caer la lluvia helada
en las vitrinas de la ciudad
cuando en estas horas el alma,
enredada entre el maldito Baal
y el apetecido Morfeo, se calla;
cuando los ojos a penas pestañazos dan,
ella ha venido con sábanas,
hechas con pétalos de su rosal,
a cubrir mi torso de la helada
que se deja caer en el umbral;
cuando la noche duerme apretada
en la mentes de los que muerto han.
Ella vino, con su boca entibiada,
a humedecer mi cuello al besar
con sus suaves labios de agua
cuando yo dormía en la oscuridad.
Ella ha venido susurrando palabras
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