Czytaj książkę: «Méfeso»
Méfeso
Y el misterio del guardián del Edén
Primera edición: octubre 2019
©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L
© Del texto 2019, Lenin Miguel Real P.
©Edición: Elizabeth S.B
©Diseño: Antonella Jara
©Ilustración: Emy lino
©Maquetación: Gabriel Solórzano
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Luna Nueva Ediciones.
Guayas, Durán MZ G2 SL.13
Para los emisarios de paz:
Miguel, Kimberly y Justin Real
Con todo mi amor.
Una nota del autor
Querido lector a lo largo de mi experiencia sumergido en el encantador mundo de las letras y en sí de la literatura, he llegado a la conclusión que una vida sin imaginación y sin sueños es una vida desperdiciada. La mente es susceptible a rendirse a los deseos de la ficción, que no hace más que enaltecer la felicidad y el deseo de luchar por un mundo mejor. Se sensibiliza su paradigma y se vuelve más poderosa cuanto más amplio es el camino a lo impredecible. Es por eso que te invito a soñar, a crear, a inventar y sobre todo a descubrir la felicidad sobre la guerra diaria a lo que detiene el espíritu de superación, el miedo. Permíteme decirte que estoy agradecido contigo por escoger éste pequeño esbozo de imaginación que seguro acaparará tus emociones y te llevará de la mano hacia el deseo más profundo de tu corazón, hacia ese misterio escondido que desea emerger y brillar sobre una sociedad algo despistada. Gracias por apoyar al arte de embellecer el alma con la semilla del saber.
Prologo
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Ángeles y demonios comparten una naturaleza única y misteriosa, cubriendo al mundo de dilemas morales y éticas autóctonas, empujan bien y maldad sobre una balanza coexistente; pero hay algo curioso con estos seres, todos divergen de una misma esencia, pues antes de ser demonios primero fueron ángeles. Y aunque resulte intrigante el misterio ilógico de las historias y relatos ya contados; antes de ser ángeles también fueron demonios.
Debería presentarme ¿No te parece? Quizás me conozcas. Somos buenos amigos, quizás no. Quizá sueñas conmigo sin darte cuenta, sea como sea siempre estoy allí, algunas veces caminando en puntillas sigilosas, aligerando tus miedos y enalteciendo tus anhelos inconscientes y profundos, bueno a veces lo contrario.
¿Puedes adivinar quién soy? ¿ya lo habéis recordado? ¿Aún no? Déjame decirte que me decepciona la fragilidad de tu mente. Podría jurar que tu corazón latía de pánico y que tu respiración se entrecortaba cada vez que rosaba tu sombra. Yo no olvidaría jamás los temores y fobias que muchas veces emergieron gracias a mí presencia. De todas formas no os diré quién soy, bueno no aún, eso sería inoportuno, y vaya que detestaría serlo, además tendrías el poder de etiquetarme como un ladrón por robarte tal privilegio, pero me digno en confesarte que no me gusta ceder tal poder, pero para que os sientan tranquilos ya lo descubriréis a su debido tiempo, o al menos cuando te sorprenda en uno más de tus sueños.
Sabes, odiaría admitir la sensación casi imperceptible de caer ebrio en tu razón, pero no pretendo rendirme con tal facilidad a tus expectativas, quiero burlar la muralla de lo predecible y envolverte con la más seductora y apasionante imaginación que puedas alcanzar en toda tu vida.
Odiaría fabular tantas historias y relatos escondidos en pequeños cajones grisáceos de generaciones olvidadas, pero son pocas las que retan a la autenticidad y logran convertirse en leyendas, de las cuales quieres aferrarte por la eternidad, y ésta es una de ellas.
Existe, claro que sí, un universo invisible pero palpable que permanece fuera de la consciencia, una realidad distinta llena de percepciones y breves apariciones a los ojos de la humanidad. Una mística porción describe una realidad espiritual donde coexiste la armonía entre la vida y la muerte. Alguien debería llevar a cabo dicho trabajo. Y es así como en los abismos más profundos de lo que muchos han nombrado como el infierno, emerge el trono dorado del Ángel de la muerte. Un ser tan vil y peligroso que gobierna un tercio de toda la población demoníaca del mismo infierno. Su nombre, Caín.
Algo acaba de acontecer, cientos de demonios revolotean por aquel lugar que pareciese ser un gran reino, carente de vida, forjada de roca y fuego solamente. Millares de almas se hallan en un mar de lava y fuego rodeando el castillo de la muerte. La entrada ha sido sorprendida por una sombra encapuchada; el polvo ha levantado un manto espeso tras su caída hasta el suelo. Rápidamente uno de los demonios que se encontraban custodiando aquella tétrica entrada lo avistó a lo lejos. Pronto su voz ha inquietado y ha puesto a temer a los demás demonios.
—¡Ayudad a nuestro señor y traedlo enseguida! —Gritó a lo lejos.
Un par de seres que casi podrían ser confundidos con seres humanos se han apresurado a levantar al misterioso encapuchado que se arrastra por el suelo débilmente. Arcángeles caídos destinados a ser la servidumbre de los abismos.
—¿Está bien mi señor? —Pronunció Zidras postrándose ante aquel polvoriento ser y ayudándolo a sentarse en aquel trono dorado.
—Esos malditos seres cada vez nos roban más territorio. Creo que ha llegado la hora, traigan enseguida al muchacho —susurró entre dientes aquel encapuchado, que no se trataba nada más que el mismo Ángel de la muerte, quién había llegado demasiado herido y casi sin fuerzas.
Quizá parezca extraño que un ángel haya sido encomendado para dicho trabajo. Pero es indispensable que aquel ser conozca tanto el bien y el mal para poder sobrellevar el peso de las almas en una balanza equitativa y coexistente, es una actividad conforme al tiempo de vida establecido para cada humano; sin embargo los milenios han pasado y el ángel de la muerte ha comenzado a abarcar más maldad que bien, y ahora se ha resquebrajado el equilibrio encomendado terribles atrocidades para inducir la muerte de tantos seres humanos como fuese posible.
—Heme aquí alteza —pronunciaron los labios de un ser que se acercaba lentamente al trono donde se encontraba sentado su dueño.
Aquel demonio era muy particular, pues sus características diferían sutilmente de los demás demonios. Tenía una belleza única, de aspecto humano y celestial, ondeaba su larga cabellera dorada, muchos de los demás demonios ignoraban su origen y ni siquiera se atrevían a averiguarlo, nadie se metía con él sanguinario ser. Sus habilidades fueron incrementándose increíblemente, capaz de causar mucho sufrimiento a cualquiera que se le atravesara en medio. Hacía que muchos temblaran ante su presencia. Pronto se convirtió en el emisario del mismo ángel de la muerte. Su nombre, Driss.
—Ya es hora muchacho —le dijo Caín sujetándose con dificultad del trono mientras se intentaba levantar—. Mañana por la mañana te enviaré a una nueva misión.
—Haré que esos malditos agonicen, no volverá a tener inconvenientes alteza. —Respondió Driss incorporando en su rostro una sutil sonrisa que brillaba bajo la oscuridad de su capucha.
—Driss extiende tus manos hacía mí —ordenó Caín.
El demonio extendió sus manos y un extraño libro de piel negra le fue entregado. El demonio algo confuso pero emocionado lo acogió en su pecho, el libro emitió un resplandor rojo y escribió en su portada:
“Quid pro quo”
—Cuando un ser humano se suicida, éste se burla de Dios, dándole un valor memorable a sus almas, pues como es de suponerse son las que me pertenecen, tienes que conseguirme todas las lamas que sea posible, inclusive por encima de la misma ley celestial utilizando todas tus habilidades —mencionó Caín.
—Con gusto cumpliré sus órdenes mi amo, iré más allá de sus expectativas.
—Adelante, puedes marcharte enseguida, estoy seguro que no me decepcionarás.
—Con su permiso alteza…
—Por cierto, casi lo olvido, hay seres que son demasiado traicioneros, no te fíes de ninguna criatura pues todos intentarán decirte muchas cosas que te parecerán extrañas, pero que tarde o temprano te debilitarán, hasta ocasionarte tu perdición. Insisto, no confíes en nadie, y si algún ángel trata de impedir tu trabajo, estoy seguro que sabrás que hacer.
La muerte extendió su mano y desde el suelo emergió una montaña de rocas formándose una columna deforme. Sopló sobre la columna rocosa, liberando una espada dorada.
—Toma… la necesitarás. Solamente tú podrás utilizarla. Lee cuidadosamente la primera página del diario que te acabo de entregar, los nombre de las víctimas irán apareciendo uno a uno hasta ser eliminados. Vuelve en cuanto hayas acabado con todos los nombres del diario —le dijo finalmente Caín.
Driss le hizo una reverencia y se alejó.
—¿Está seguro que el muchacho lo hará bien? —Espetó Zidras dudando de la decisión que su amo había tomado.
—Conozco muy bien su esencia, de cualquier forma estoy seguro que hará lo que yo espero que haga. He tenido un buen propósito para él desde hace tiempo —respondió Caín.
—¿A qué se refiere mi señor? —Dudó Zidras
—Nos olvidaremos de las reglas por un momento. No respetaremos el tiempo de vida de los seres humanos, ahora lo induciremos. Y como es de esperarse aquellas almas serán de mi propiedad.
—Entiendo, asesinaremos indirectamente, y si los cielos se enojan, lo harán contra él.
—Los cielos no se enojarán con él, todo lo contrario… le temerán. —Dijo Caín riendo de forma escalofriante.
Driss fue hasta un santuario que tenía junto al lugar donde entrenaba día a día. Era un lugar un poco más sombrío que los demás, él mismo se había encargado de forjarlo, no permitía el paso a nadie, excepto a un compañero de entrenamiento, éste no le tenía miedo como los demás demonios, su nombre, Zadrac, un demonio que creció junto a él. Ambos entrenaban juntos, aún sabiendo muy bien que Driss era muchísimo más fuerte. A Driss le asombraba mucho el valor que tenía a pesar de su tamaño y su condición, no llegaba a medir más de la mitad de lo que Driss medía, y su aspecto era distinto a los demás, al igual que Driss él tampoco conocía su origen. Desde niños intentaban averiguarlo pero lo único que conseguían era ser castigados severamente.
Había un lugar misterioso al que los prohibían entrar, era un calabozo que se hallaba en la región norte del Hades, lo custodiaban demonios de alto rango, alguna vez intentaron sumergirse a la aventura de la curiosidad pero esto casi hizo que matasen a Zadrac, así que prefirieron descartar la intención de volver a cruzar esa región.
—Cada día empeoras tu método para entrar sin avisar Zadrac —pronunció Driss mirando por encima de su hombro.
—¡Rayos Driss! Intento enseñarte un poco de sigilo —argumentó Zadrac algo decepcionado.
—Creo que olvidas quién es el ser más temido en éste lugar ¿cierto? ¿Y aun así intentas enseñarme?
—El único temor que vale la pena sentir es el temor a vivir sin miedo —respondió el pequeño demonio encogiendo sus hombros.
—Es graciosa la forma en la que lo dices… claro que extrañaré ese buen sentido del humor que tienes Zadrac.
—¿Solo eso?
—Bueno también ese par de orejas ridículas que cuelgan de lo que parece ser tu rostro —respondió Driss lanzándose sobre Zadrac para frotar sus orejas hasta que se coloreen de rojo, cosa que hacía reír mucho a Driss y que Zadrac odiaba.
—Muy gracioso grandulón, pero te equivocas, extrañarás la idea de que soy el único amigo que tiene la paciencia para soportar tus pésimas bromas.
—Lo admito Zadrac eres mi único amigo —confesó, volviendo a frotar ese par de orejas.
—No por favor, las orejas no…
—Demasiado tarde amigo, creo que vas a extrañar mucho más que yo esas orejas rojas.
—Créeme, lo último que haré será extrañarte —respondió Zadrac colocando algo de metal frío en sus rojas orejas.
Zadrac de pronto se puso algo serio.
—No lo sé Driss, ésta misión me parece un poco extraña.
—¿Por qué lo dices?
—Caín ha llegado mal herido, y los rumores dicen que se debilita poco a poco y que sea lo que sea que está buscando lo hará recuperar su fuerza, incluso incrementarla.
—Vaya que lo necesita ¿Estarás bien?
—Tranquilo, regresaré pronto, mientras tanto no te metas en problemas, no sin mí.
—Tranquilo nada está más lejos de mis intenciones que hacer enojar a tus súbditos.
—Te extrañaré amigo.
—Hasta pronto…
Aquel fornido demonio de ropaje guerrero, emergió por primera vez al mundo de los vivos. El frío de la noche lo envolvió por primera vez. Su cuerpo se hallaba mojado al brotar de una gran cascada aislada durante su ascensión. Tomó un poco de tierra del suelo y lo inhaló, sus ojos se convirtieron en incandescentes rubíes, brillantes y hermosos. Sus pupilas agudizaron la vista y lo primero que observó a lo lejos fue la gran ciudad que yacía imponente y bulliciosa, toda una jungla de cemento y asfalto ensordecida de tráfico y ostentoso hedor a codicia. Varias ciudadelas a las afueras custodiaban el corazón grisáceo de aquella arquitectura semimodernista. Se dio a caminar por medio del prado, dejando un camino forzado de plantas marchitas por la maliciosa caricia de su sombra.
—Que patético mundo —refunfuñó aquel demonio intentando hallar un lugar donde ordenar sus pensamientos.
Se sentó un momento sobre una gran roca llena de brazas de hierba mojada y antes de poder iniciar su labor, se puso a meditar un poco en algo que su amo le había dicho:
“Todos los nombres del diario”
¿Acaso las víctimas están sentenciadas desde ya? Y de ser así ¿Quiénes eran esas víctimas que debían merecer tal destino? Se preguntó a sí mismo.
Abrió el diario en la primera página y así descubrir si su misión aparecería pronto, pero fue inútil. El libro era muy extraño, su cubierta era de cuero, color negro, sus esquinas forradas de oro sólido, todas sus páginas estaba vacías. Recorrió un poco aquel bosque, en su camino algunos demonios aparecieron, pero al verlo éstos le temían y se alejaban cuidadosamente en cuanto sabían quién era. Se preguntó así mismo si la arrogancia de sus actos era más fuerte que la vaga sensación de no sentirse él mismo. Tantas veces se cuestionó si su destino era aquel, “ser temido por todas las criaturas” pues lo que él anhelaba era respeto mas no temor, quizá algún día lo apreciaran por cumplir sus misiones de forma diligente, antes que temerle por el hecho de ser sanguinario con sus víctimas.
Observó por un momento su brazo, en él tenía una marca extraña que parecía un tatuaje, tenía la forma de unas alas, lo detestaba mucho porque cada vez que lo miraba lo hacía sentir nostálgico, así que para evitar ese sentimiento trataba de contrarrestarlo con ira y mucho furia, así que de un golpe derribó un gran árbol que se hallaba cerca. El golpe despertó a varios animales que huyeron sin pensarlo dos veces de aquel sitio.
Solo, se volvió a sentir solo.
El frío de la noche surcaba cual emisario inconsciente sobre la pampa del santuario de un dios solitario e iracundo. Soltó por un instante el libro y de pronto una de las páginas se arremolinaba de tinta negra con letras y palabras que poco a poco inscribían un mensaje con caligrafía impecable y tétrica, así forjaban el inicio de su primera misión en la Tierra:
“Las almas van y vienen segun la voluntad de Dios, pero el ser humano es el unico ser que ha burlado su voluntad, decidiendo su propia muerte.
Luego aquella frase formó una imagen oscura como una mancha y en el centro se abría una llamarada de fuego que ardía hasta desaparecer. Trató de pensar en si estaba listo para hacer esto, nunca había salido del inframundo, es más, no lograba recordar siquiera la idea de cómo llegó a ese lugar. ¿Quién era en realidad? Solamente sabía que fue criado con un solo propósito, servir al ángel de la muerte.
Sin duda alguna, la Tierra era un verdadero campo de batalla entre ángeles y demonios. La dimensión oculta de lo espiritual se movía como huracán arrasando cientos y cientos de espíritus. En el mundo existían toda clase de demonios, cada cual tenía su papel, algunos llevaban ira, otros disolución, otros guerras, otros mentiras, en fin, toda una gama de maldad era cubierta en todo el mundo. Driss era el encargado de llevar al ser humano al dulce y traicionero camino del suicidio.
Sin embargo para cumplir su misión era necesario deshacerse del ángel que custodiaría a algunos seres humanos, o sus guardianes como lo llaman ellos mismos. Se debe llevar a cabo una batalla, cuerpo a cuerpo; pero existe un dato muy importante, tanto demonios como ángeles no pueden morir. Solamente son devueltos a sus respectivos reinos para ser restaurados tras un largo periodo de tiempo.
Antes de que Driss decidiera cerrar aquel guardián de letras góticas comenzó a vislumbrar lentamente un nombre.
“Daniel J. Klein”
Se trataba de un hombre pulcro de no más de cincuenta años que vivía en una hermosa casa, que enseguida capturaba atención y encanto con su arquitectura vanguardista. Daniel era un hombre muy adinerado, había hecho fortuna siendo inversionista en el Banco de la ciudad Vermont, tras años de conseguir éxito y beneficio aristocrático le tocó rosar el sabor de la desdicha como a todo ser humano. Su esposa Ross había fallecido hace un par de meses por una enfermedad terminal. Tras varios días de encerrarse en la gran vivienda, la depresión comenzó a llevar repercusión descuidada y negligente a su vida.
La misión de Driss consistía en sumergirlo en abundante desesperación, remordimiento y dolor, ahogar toda la esperanza, que se aferre a su espíritu e inducirlo al suicidio.
Driss, cual espectro atravesó la puerta principal; llegó a un cuarto donde la oscuridad había acaparado la estancia celosamente, aun así se podía observar esbozos del lugar. Paredes enriquecidas por libros, alfombra aterciopelada en el suelo, candelabro apagado, en el techo daban la apariencia de un toque de sofisticación, no así para la muerte. En el fondo de aquel entresijo oscuro se hallaba un gran escritorio muy desordenado; un has luminoso que emitía una vieja lámpara negra dejaba ver el rostro de aquel hombre que sollozaba incrédulo la ausencia de su esposa. En su mano derecha sostenía una botella vacía de whisky, y en la otra el retrato de la causa de su embriaguez. Colocó temblorosamente el retrato sobre el escritorio, condujo el antebrazo por su boca, deslizándolo para limpiar una amalgama entre alcohol, lágrimas y saliva espesa que se desparramaba de su boca.
Driss caminó sigilosamente hasta él, pero un gran golpe en su cabeza le hizo rodar varios metros delante.
—Debes ser un demonio estúpido si crees que te lo pondré fácil —dijo un ángel que custodiaba a Daniel.
Sostenía en sus manos una espada plateada y su mirada se encendió tratando de acobardarle un poco.
—No esperaba que lo hagas —respondió Driss levantándose del suelo.
A gran velocidad arremetió contra el esbelto ángel. Las espadas emitían ráfagas de luz al ser chocadas con una gran magnitud; ambos de pie empujaban sus espadas con tal fuerza que parecían querer desatar aún más la furia de ambos.
—Dime algo ¿Los ángeles sangran? —Preguntó Driss, forjando una agradable pero temible sonrisa en su rostro.
—Por su puesto que no —contestó confuso el ángel.
—Eso tendré que averiguarlo ahora mismo, pero sabes algo, eso seguramente te dolerá mucho.
Durante un insignificante momento aquel ángel observaba que su espada comenzaba a trisarse, se exasperó no creyendo lo que veía, pues las espadas angelicales son demasiado fuertes para romperse, sobre todo por la de un demonio.
Driss aprovechando su distracción, emitió más fuerza, haciendo polvo la espada de su contrincante. El ángel retrocedió un par de pasos y sin piedad alguna su abdomen fue atravesado por la espada dorada de Driss.
—Me lo has puesto fácil, estarán decepcionados de ti allá arriba —pronunció Driss mientras observaba como se retorcía aquel ser celestial en el suelo.
—¿Qué clase de criatura maldita eres tú? —Susurró con su último suspiro el ángel, clavando sus ojos apagados y ya inertes sobre Driss.
—Soy Driss el maldito mensajero de la muerte —respondió con una sonrisa muy complaciente y macabra, lanzando un escupitajo insultante encima del inerte ángel guardián.
Ya sin obstáculo alguno, Driss volteó su mirada asesina hacia Daniel, quien seguía llorando sentado frente a su escritorio; caminó hacia él, dando saltos como si fuera un maníaco. Colocó sus manos sobre su cabeza, Daniel comenzó a moverse cual marioneta a voluntad de Driss. Simuló sacar un arma del cajón derecho del gran escritorio, cuidadosamente lo llevó hacia su cabeza y, con esa bella sonrisa lunática contemplaba a Daniel imitando exactamente lo mismo, pues él era en realidad el que tenía el arma en su cabeza. Los ojos de Daniel no dejaban de llorar. Temblorosamente y, sin voluntad propia, haló el gatillo del arma, escuchándose un gran disparo atravesar el sonido del silencio y sus sienes. El lugar se convirtió en una macabra y espantosa escena. Su cuerpo cayó al instante sobre el retrato de su difunta esposa, emitiendo gran cantidad de sangre sobre la misma. Las paredes capturaron ráfagas color carmesí, como testigos de aquel atroz asesinato disfrazado de suicidio.
Driss capturó su alma y lo encerró en el libro hasta que el nombre de Daniel Klein desapareciera. Un nuevo nombre comenzó a aparecer y Driss se preparaba para acudir al llamado de sus víctimas.
Se marchó del lugar, divagando a través del viento, asolando cruelmente los pensamientos de hombres y mujeres, inclusive los que no se hallaban en el diario, hasta inducirlos al temible suicidio.