Czytaj książkę: «Barcelona inconclusa»

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Laureano Debat


Laureano Debat (Lobería, Argentina, 1981). Se licenció de periodista y comunicador social en la Universidad Nacional de La Plata, donde también trabajó como docente en diferentes talleres de escritura. Llegó a Barcelona en 2009 para cursar el Máster en Creación Literaria en la Universitat Pompeu Fabra.

Como periodista cultural ha colaborado en los suplementos Radar, de Página 12, y Cultura(s), de La Vanguardia y en la revista Orsai. Ha incursionado, además, en diferentes ámbitos del periodismo: arquitectura, ciencia, política y derechos humanos. También trabajó como productor y locutor de radio, copy publicitario y guionista. Actualmente colabora como cronista de la Revista Ñ de Clarín y Anfibia de Argentina, Altaïr Magazine, Eldiario.es Catalunya Plural y Vice de España y Radioacktiva de Colombia.

Candaya Abierta, 8

BARCELONA INCONCLUSA

© Laureano Debat

Primera edición: septiembre de 2017

© Editorial Candaya S.L.

Camí de l’Arboçar, 4 - Les Gunyoles

08793 Avinyonet del Penedès (Barcelona)

www.candaya.com

facebook.com/edcandaya

Diseño de la colección:

Francesc Fernández

Imagen de la cubierta:

Francesc Fernández

BIC: FA

ISBN: 978-84-15934-89-9

Depósito Legal: B 2376-2018

Actividad subvencionada por el Ministerio de Cultura y Deporte



Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier procedimiento, sin la previa autorización del editor.

Índice

BARCELONA COMO UNA FICCIÓN INCONCLUSA

LA VIDA EN ROUGE

FLYERS A LA PARRILLA

TU NOMBRE ME SABE A HERBALIFE

CASTINGS PARA UN PISO COMPARTIDO

FANÁTICO DE LOS CURSOS

LOS MENDIGOS PERFORMERS

TERRORISMOFOBIA

MARATÓNICA

MASOCRÍTICOS EN BICICLETA

UNA CIUDAD DE MÁQUINAS

EL RAVAL EN SU ESPEJO DE LA RIERA BAIXA

ANUBIS SE VISTE DE ZIGGY STARDUST

MÁS POPULAR QUE JESÚS

LA REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE MI ARMARIO

LA HISPANIDAD AL PALO

SUEÑO CON CHINOS EN EL PATO LOCO

TERRASSING WAY OF LIFE

CHARLES MANSON CORTANDO EL CÉSPED DE LOS JARDINES DE PEDRALBES

EL LABERINTO DE TIGER

LA BOUTIQUE DE LOS FUTURISTAS VINTAGE

AMORES PERROS

CONGRESOTÉRICO

ALGO LE PASA A POBLENOU

NOLLEGIU O EL RETORNO DEL LIBRERO

LA CANCHA EN UNA NAVE INDUSTRIAL

RACING CAMPEÓN EN BARCELONA: 13 AÑOS Y 13 MIL KILÓMETROS DESPUÉS

CIUTAT MERIDIANA TAMBIÉN SE DIVIERTE

BARRIO DE PASTILLAS

LOS NIÑOS INDIES DE SANT ANDREU

MAMÁ, QUIERO IR AL ESPACIO

DESDE EL SPAM. LA CÁSCARA DEL MOBILE WORLD CONGRESS

BARCELONA CIUDAD ABIERTA

BARCELONA COMO UNA FICCIÓN INCONCLUSA

Los mapas, tan exactos con su escala. Tan solventes en hacernos creer que sabemos dónde estamos. Como pésimo lector de mapas, dudo tener alguna certeza posible mientras piso el suelo de Barcelona. Camino por barrios que despiertan más preguntas que respuestas, que alimentan obsesiones. Que dan sentido, en definitiva, a una cierta escritura.

Todavía circulan en mi retina algunas de las primeras imágenes de la ciudad, como instantáneas de la sospecha de estar habitando una ficción: los edificios goteados, las tiendas de moda dentro de murallas medievales, los barrios tecnológicos sobre despojos de fábricas abandonadas, una adolescente con hábitos musulmanes y un piercing rosa furioso en la nariz, el bronceado naranja de un turista danés sacándose fotos en las Ramblas con músicos bolivianos vestidos de indios siuoxs norteamericanos.

A partir de esta textura inconexa, el modelo de mi cartografía personal sobre Barcelona se fue acercando bastante a la Guía Psicogeográfica de París, de Guy Debord: un plano anárquico de flechas que apuntan hacia múltiples direcciones, en donde reina el desorden y la desorientación. Vivir y transitar la ciudad al margen de los mapas ya no sólo por ser un mal lector de mapas, sino también porque la propia ciudad es un desorden, a pesar de que la nomenclatura matemática de barrios, los tarros clasificadores de residuos o la puntualidad limpiadora de las calles traten de ordenarla.

Entendí enseguida que ordenar Barcelona era imposible, que reinaba el caos y que su movimiento era permanente. Y en esa inquietud se fue dibujando mi propio mapa de la ciudad, un mapa inconcluso hecho de experiencia vivida, sensaciones, memoria y sueños. Un mapa caótico trazado a pulso en caminatas por la ciudad.

Dice Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio que “cuando uno llega a una ciudad piensa que esa ciudad lo está esperando”, planteando un dilema permanente del inmigrante, esa falsa ilusión que no podemos evitar sentir. Sabemos que nunca es verdad pero igual necesitamos creer que ese sitio nos necesita, aun con la conciencia de que somos absolutamente prescindibles y que la ciudad seguirá moviéndose con o sin nosotros.

Lo mismo que sucede con la escritura. Necesitamos concebir nuestros textos como imprescindibles y necesarios, sabiendo que seguirán el rumbo musiliano de “una recta que avanza titubeando en la nada”, el mismo camino del viajero errante que se desprende de su yo en cada paseo o en cada escrito. Que va mutando en su encuentro dialéctico con la propia ciudad que lo transforma. Y que lo convierte en otro.

Ni utopía ni distopía

Quizás la exposición de arte contemporáneo que más me ha marcado en todos estos años que llevo en Barcelona haya sido “Atopía: Arte y Ciudad en el Siglo XXI”, organizada por el CCCB entre el 25 de febrero y el 24 de marzo de 2010. Presentaban allí una selección de obras de artistas de todo el mundo que trabajaban desde la atopía urbana, desde la incomodidad y la atomización, bajo la óptica del individuo solitario enfrentándose a la gran ciudad. Los comisarios Iván de la Nuez y Josep Ramoneda marcaban el contexto en el catálogo de la exposición: “Cuando la ciudad concreta pierde sus contornos y da lugar a la ciudad abstracta”. O lo que es lo mismo: cuando se pierden los límites entre realidad y ficción tanto en la configuración de una ciudad como en la propia experiencia urbana.

El artista hongkonés Stanley Wong (más conocido por su seudónimo de Anothermountainman) presentó la serie Lanwei, unas fotografías con montaje en las que se veían individuos solitarios habitando edificios en ruinas. Seres derrotados y deprimidos usando unos pocos muebles que parecían haber sobrevivido a una devastación. Restos de edificios inacabados, burbuja inmobiliaria distópica y fondos de rascacielos interminables y anónimos. No había objetos a los que aferrarse ni con la emoción ni con el recuerdo y los sujetos parecían víctimas de algún tipo de sueño o quimera inconclusa. No existía un pasado concreto sino la evocación de un pasado difuso encarnado en las ruinas.

El reverso de la obra de Wong eran las fotos de la anglo-norteamericana Carey Young, de la serie “Body Techniques”. La propia artista posaba sobre terrenos sin edificar o sobre edificios que estaban siendo construidos o que fueron abandonados y en cuyo fondo había, también, otros edificios más grandes. Como modelo, Carey Young se adaptaba de manera ergonómica a su entorno: era el individuo adaptándose a la ciudad y no la ciudad al individuo. La artista trataba de representar dos posibilidades en una ciudad, a partir de la metáfora arquitectónica de una periferia sin edificar y de un centro plenamente edificado: el individuo puede permanecer en el desierto urbano o puede adaptarse al entorno construido. Bajo una aparente frialdad en las escenas, ahora la presencia humana adquiría calidez, tal vez por sus formas corporales que recordaban instantáneas de danza contemporánea. Se veía sensualidad y desapego, un escenario aséptico y despojado que requería que observásemos con mucha atención la escena representada. La artista nos hacía dudar hasta de nuestras propias percepciones.

Si Juan José Millás en su crónica “Viaje a Japón” (Vidas al límite, Seix Barral, 2012) se pone de novio con los edificios del barrio Otomesando en Tokio y en la obra de Wong vemos a los habitantes como esposos agobiados por demasiados años de matrimonio, en la de Young descubrimos una relación de amantes furtivos que discurre en una escala que va desde lo fatal hasta lo intrascendente, pasando por todos los estadios intermedios.

Aunque no es tanto la analogía amorosa lo que me interesa, sino más bien cómo se compaginan estas dos maneras de enfocar la atopía urbana respecto a mi mirada sobre Barcelona.

Podemos pensar la ciudad desde dos posiciones distintas. La optimista, que rescata su belleza diseñada, su vida cultural y su incomparable marco geográfico. Y la pesimista, que añora la ciudad canalla de los 80, que deplora los cambios urbanos y las nuevas ordenanzas cívicas, que reniega de los barrios medievales convertidos en parques temáticos.

Yo intento ubicarme en medio de estos dos puntos y en ambos al mismo tiempo. Tanto uno como otro conviven no sólo en mi manera de ver y de vivir la ciudad sino, fundamentalmente, de escribir sobre ella. Esta dialéctica de amor-odio es lo que da lugar a la “ciudad abstracta”, a la ciudad-ficción. En ese diálogo permanente es donde encuentro el material para la escritura, nunca para tomar postura ni tampoco para trascender la dicotomía, sino para que sea el lector quien decida si se ubica más o menos cerca de cualquiera de los extremos del amor o del odio a Barcelona.

Lo que se juega en esta búsqueda de la escritura sobre la ciudad es el hecho de adaptarse o no adaptarse. Adaptarse en las “Body Techniques” de Carey Young, no adaptarse en la serie Lanwei de Wong. Pero esta adaptación o no adaptación se da de una manera compleja en cada caso y ambos postulados remiten a muchas significaciones.

Yo veo a Barcelona, por momentos, en clave de Lanwei: me cuesta adaptarme, me veo habitando ruinas y lugares anónimos que no sé bien qué son y que no alcanzo a comprender. Pero prefiero abandonar la postura pasiva de los sujetos retratados por Wong y tomar la actitud del cazador, según el concepto de Martín Caparrós: la de un tipo solitario que viaja para escribir y que escribe para viajar (pudiendo reemplazarse en este esquema la palabra “viajar” por “caminar”, “habitar”, “mirar” o “vivir”). Y ahí es cuando me acerco más a las “Body Techniques”: me adapto a la ciudad, juego con ella, bailo, sigo caminando. Utilizando la escala de Millás, me pongo de novio, me divorcio, me acuesto por una noche, entro en toda la gama posible de relaciones amorosas y no amorosas con la ciudad.

Los nervios de la ciudad

Precisamente lo que me cautiva de Barcelona, más que nada, es esa eterna contradicción en que la se mueve de forma permanente. Enrique Vila-Matas, en su prólogo a Desde la ciudad nerviosa (Alfaguara, 2004) habla de Barcelona como una ciudad nerviosa que tiene “una tendencia alarmante a sentirse eternamente insatisfecha de sí misma; es una ciudad muy atractiva, muy dinámica, pero enormemente mutante, no vive jamás en paz consigo misma, es la Madame Bovary de las ciudades de este mundo”.

Esa imposibilidad de paz que la ciudad tiene consigo misma contagia a sus habitantes y a la experiencia que se tiene sobre ella. Esa histeria con la que la ciudad amanece todos los días y que deriva en imprevistas mutaciones. Es por esto que hay muchas Barcelonas, porque es la propia ciudad la que admite e incuba diferentes fisonomías para calmar su eterna insatisfacción, la que crea múltiples máscaras y la que alimenta tantas versiones sobre ella misma que surgen de la propia experiencia de quienes la habitan.

Por eso he optado por la crónica para escribir sobre la ciudad híbrida, porque es el género que las grandes ciudades se han inventado para narrarse y explicarse a sí mismas. El género mutante para hablar de la ciudad mutante que hace que mutemos con ella, los dos a la par, individuo y ciudad.

Como el más híbrido de los géneros narrativos, la crónica permite múltiples juegos, tiene una voracidad sin límites y está en permanente metamorfosis. Por eso es urbano. Crónica y ciudad se retroalimentan de manera dialéctica a través del trabajo del cronista que, de acuerdo con Norman Mailer, siempre impone una “particular distorsión” a su sentido de la experiencia. Una ficción, un modo particular de entender la realidad y de escribir sobre ella.

El mexicano Juan Villoro, en su artículo “Barcelona como imagen”, dice que “el nerviosismo barcelonés parece controlado por ansiolíticos de diseño”, como si perteneciéramos todos a castas tipo Un mundo feliz de Huxley y tomáramos cápsulas de soma para no pensar ni en pasado ni en futuro, para vivir en un presente extasiado y feliz. Según Villoro, Barcelona sigue siendo bella, pero “la adolescente cuyo principal atractivo era la ignorancia de su propia hermosura se transformó en una top model que trabaja para la mejor agencia”.

Ni Villoro ni Vila-Matas se preocupan por reivindicar la canallada ochentera ni por odiar a la ciudad del turismo ni por exacerbar el optimismo del progreso barcelonés. Su eje se ubica en medio de la dicotomía. Y es en ese punto intermedio en donde me interesa trabajar: en esa condición mutante y andrógina que tiene la ciudad, ese movimiento permanente en el que se encuentra.

Barcelona en el palimpsesto

Para representar el palimpsesto barcelonés, la artista Laura Marte trabajó con los días de recolección de trastos para su vídeo Home Street Home, incorporado en la exposición “Post-it City. Ciudades Ocasionales”, en CentroCentro de Madrid entre el 21 septiembre de 2011 y el 19 febrero de 2012, que recopila un trabajo de investigación iniciado en 2005 por el CCCB y el Arts Santa Mònica de Barcelona.

Una actividad ordenada y pautada en la que prima, paradójicamente, el caos. El reciclaje de muebles y objetos del hogar acaba configurando una especie de teatro vintage en el que homeless, vecinos, okupas, inmigrantes y turistas se mueven como actores. Una sinécdoque de lo que sucede de manera permanente en toda la ciudad, los cambios de escenario en cada esquina y los cruces azarosos que se dan en ese intercambio. La dialéctica entre Ordre i Aventura, como el título del cuarto disco del grupo pop-indie barcelonés Mishima.

El trabajo del cronista y el movimiento de la ciudad tienen una mecánica similar: los dos están definidos por la suma de diferentes textos yuxtapuestos. El cronista se inserta en un universo de escrituras sobre la ciudad que lo precede. Y la ciudad, según los arquitectos Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano (entrevistados por Anaxtu Zabalbeascoa para su artículo “¿Cómo lidiar con lo existente?” del 21 de febrero de 2011 en el blog Del tirador a la ciudad), vive sus cambios “como aquellos libros que narran una historia dentro de otra y, así indefinidamente, la transformación o ampliación de una obra arquitectónica se parece a la inserción de un nuevo capítulo en un texto siempre inacabado”.

En su estudio preliminar a Madrid/Barcelona (1995-2010) (Iberoamericana Editorial Vervuert, 2009), Jorge Carrión escribe: “La ciudad es palimpsesto: pero no es una superposición de estratos quietos, que pueden interpretarse mediante los procedimientos habituales de la filología o de la arqueología; es una construcción móvil, inquieta, que sólo puede ser fotografiada desde la movilidad, desde la inquietud”.

Como un intento de fotografías escritas desde la movilidad y la inquietud nacen las crónicas de Barcelona inconclusa.

LA VIDA EN ROUGE

I

Cuando Sonia descubrió que yo había venido a Barcelona para hacer un Máster de Creación Literaria, se tentó con la idea de una novela sobre su vida. Después, se olvidó. Así era con todo: se ilusionaba como una niña a la misma velocidad que se olvidaba de la ilusión originaria y, enseguida, la reemplazaba por otra.

Yo no me olvidé. No puedo olvidar. Escribí mucho sobre ella y Jimena, sobre mi vida con las dos en un piso compartido y enorme en el Gaixample. Mantuve durante 9 meses una bitácora doméstica en libretas que llenaba desde la soledad de mi habitación, con el sobrio patio de un convento de monjas de clausura a mis pies.

Esa imagen del patio de monjas fue lo primero que me impactó el día que fui a conocer la casa. Una paradoja: lo primero que me llamó la atención estaba fuera. Unos días después de mudarme descubriría que ese primer impacto sería el espejo inverso de otro impacto, interior y doméstico.

Pero ese día, después de la visión casi fantasmal de esa monja anciana regando las plantas de su jardín, volví a la órbita de la casa y comencé a contar. Los primeros objetos me parecían exagerados, numerosos, demasiados: quince toallas blancas colgadas en el tendedero del balcón interior, siete ceniceros en el fregadero de la cocina, cinco habitaciones en una casa en la que seríamos tres personas. Todo parecía digno de estadística.

En el pasillo principal, Sonia abrió un cajón enorme que siempre estaba bajo llave. Y ya no pude seguir contando, tuve que rendirme ante la catarata de cajas y blísteres con pastillas de todos colores. En un movimiento mecánico, muy calculado, escogió un puñado y se lo metió en la boca, empinando una botella de Aquarius.

Una vez acabada la guía doméstica, me tomó del brazo y me acercó su cara para decirme que aquí siempre está todo ordenadito y que aquí no tenía más que pedir lo que yo quiera, cariño, que me sintiera en casa.

En la cocina coordinamos los detalles del día de la mudanza, mientras iba sacando del lavarropas una montaña de bragas y corpiños que desplegaba sobre la mesa. Sus tríceps se marcaban tensos en cada movimiento con el que doblaba la ropa interior y le tomaba el olor a cada prenda, músculos firmes en cada cucharada de atún de lata que iba alternando con el trabajo doméstico.

Lo último que me dijo antes de despedirnos fue que estaban todo el día en la casa, que me mudara a la hora que quisiera. Que si no estaba ella estaba Jimena. Que las dos trabajaban allí.

II

Cualquier discusión con Sonia se resolvía con mucha facilidad, incluso durante los primeros días de convivencia, esos en los que se supone que dos personas deben medirse y tantearse para ver hasta qué grado de intimidad se puede profundizar en una charla. Esas leyes no escritas de la diplomacia de los pisos compartidos. Pero con Sonia se borraban todos los protocolos. Los diálogos con ella siempre eran demasiado naturales, aunque estuviese maquillándose frente al espejo, vestida de mucama y con un tanga rojo embutido en el culo. –¿Te puedo hacer una pregunta?

–No tengo tiempo, mi amor. Está por venir, Walter. Así que te resumo: sí, soy puta. Las dos lo somos. Estás viviendo con dos putas.

–No, mirá, yo no es que tenga inconveniente, es que…

–Entonces nada, cielito. ¿Todo bien?

–Sí, claro. Estoy contento acá. Pero ¿por qué no me lo dijeron?

–Pensamos que te habías dado cuenta, mi amor. Tampoco era tan difícil ¿no?

–Bueno, yo no estoy mucho en casa tampoco y no te había visto así vestida, qué se yo…

–Tranquilo, bebé. Ven que te doy un besito. Muaaaá. ¡Ay, te he dejado la marca! Perdón, perdón. A ver… ya está.

–¿Es para vos el timbre?

–Sí, sí. Es Walter, un VIP. ¡Hasta ahora, cariño! Tú relájate y haz tus cositas. No tienes nada de qué preocuparte con nosotras. Estarás viviendo, a ver, cómo decirlo… ¡la vida en rouge! ¡Voilà!

Y cerró con fuerza la puerta del pasillo, riéndose y dejando la estela impregnada de Poison, su perfume de Christian Dior. Había pasado una semana de la mudanza y todavía seguía sin conocer a Jimena. Hubo noches de gritos de mujeres peleando, portazos, sonidos de tacones lentos y suspiros. Y por la mañana, estelas de perfume mezcladas con alcohol y tabaco, que solo podían ser de ella, de Jimena, porque Sonia no fuma ni bebe.

III

Durante mi segunda semana dentro del camarín de las putas me dispuse a un detallado y solitario reconocimiento del terreno. Soy lento. Me adapto bien, eso sí. Pero soy lento, sobre todo para instalarme. No soy un neurótico del confort, así que tardo días en deshacer maletas y minutos en hacerlas para cualquier viaje.

El cuarto que me asignaron se usaba, también, como trastero. Y siguió siéndolo, en parte, porque el armario guardaba objetos del pasado de las chicas, que mantenían un orden sistemático en toda la casa con excepción de este mueble. Pensaba que poner toda mi ropa en el armario y acomodar mis papeles y libros en el escritorio sería un trámite. Pero no lo fue: tuve que hacerme sitio, previa confección de dos inventarios.

Inventario de objetos del armario:

- 1 par de patines color rosa del tipo roller tamaño niña.

- 4 edredones negros de 2 plazas.

- 5 caballetes de madera.

- 2 cajas de cartón grandes y pesadas rotuladas como “Fotografías” y encintadas con muchas vueltas.

- 2 pares de medias del tipo soquetes de color lila con flores estampadas.

Inventario de objetos del escritorio:

- 1 oso de peluche blanco con el logo “I Love NY” colgado en el cuello.

- 1 cuaderno con hojas arrancadas y dibujos de niño con motivos de soles, personas, casas y árboles.

- 1 monitor de ordenador Hewlett Packard y 1 impresora Epson sin enchufes ni cables.

- 14 lápices de colores apenas usados.

- 3 botes vacíos de crema antiarrugas.

Dejé todo tal cual, apilado a un costado, y me hice un lugar para poner la ropa. Revisé mi cama de dos plazas y media, con su cabecera imitación de cama antigua, saltando en el colchón sin escuchar el mínimo ruido, a pesar de que los caños se movían en cada salto, amenazando con derrumbar toda la estructura. No podía explicar semejante incoherencia de la física, hasta que descubrí unos soportes en forma de L unidos a los cuatro vértices, un refuerzo adosado para evitar el ruido.

Podía imaginarme a Sonia atada a la cabecera con unas esposas o aferrada con sus brazos duros fingiendo orgasmos increíbles. Me encantaba mi cama y me prometí hacer todo lo posible para sacarle el máximo provecho durante mi estadía. Pero al mes siguiente la cambiarían por otra, luego por otra y otras más. Nunca supieron explicarme a qué se debía esta rotación permanente de las camas.

La casa estaba dividida en dos partes. La cocina era la frontera, territorio neutral compartido. Hacia el lado de la calle, vivían Sonia y Jimena, con sus tres habitaciones y un largo y oscuro pasillo que comunicaba con el portal de entrada. Hacia el lado del convento, mi rincón: una habitación con balcón interno frente a otra habitación que Sonia llamaba “El Escritorio” y que siempre estaba cerrado con llave. En medio de las dos, un hall muy iluminado por el pulmón de manzana con un televisor de 50 pulgadas, una Play Station y un sofá negro de dos plazas.

No había un solo cuadro en toda la casa. Las paredes siempre se mantuvieron blancas, impecables. La casa entera parecía un territorio de paso y de nadie.

IV

Recién a los 15 días de entrar en el piso pude conocer a Jimena. Desde mi habitación escuchaba el televisor encendido en la cocina, un talk show con una voz chillona que no me permitía seguir acostado. En un extremo del sofá del hall alguien había dejado mi ropa lavada, planchada, doblada y perfumada. En la otra punta, la perra shih tzu dormía despatarrada y boca arriba. Me levanté, le acaricié la barriga y se estremeció. Parecía estar en un sueño profundo, pero de repente abrió los ojos y salió corriendo hacia la puerta de entrada.

Adiós, cariño, adiós, que vaya bien, nos vemos prontito, chaucito, chaucito, muuuua, jeje, adiós, adiós. ¡Ay, pero bienvenido, corazón!

Jimena me dio dos besos sonoros, fumando y riéndose en cortas y silenciosas muecas. La colilla de su cigarrillo se iba embadurnando de rouge entre pitada y pitada. Le quería agradecer lo de la ropa pero antes de que pudiera decirle algo me aclaró que fue Sonia y que la próxima vez lo haría ella, que no me preocupara.

Cuando quise decirle que no hacía falta, desapareció del plano. Y reapareció en la cocina, abriendo una lata fría de cerveza para calmar la sed de las 10 de la mañana, despeinada y con ojeras, bebiendo sorbos largos y golosos. Se sentó en una silla y comenzó un zapping vertiginoso, deteniéndose en un canal de música. Me ofreció un café, algo para comer, un cigarrillo y un chicle. Apagó mal el cigarrillo en el cenicero y la estela del humo comenzó a subir espesa y serpenteante. Apoyó su cabeza en un brazo, suspiró y volvió a reírse. Con la mano del otro brazo se acomodó las medias de encaje y pidió disculpas para irse a la cama tras el tercer bostezo, porque aún no se había acostado y esto, a sus 56 años, cariño, no es muy saludable.

V

Hola. Me llamo Anna, soy una preciosa mujer, de esas chicas que cuando las ves pasar dejas volar la imaginación y quieres quitarle la ropa con pasión. ¿Para qué imaginar más? Aquí tienes a tu chica soñada. Además, conmigo gozarás de mi encantadora personalidad, llena de dulzura, simpatía y un trato cariñoso.

Todo empezaba en ciertas webs de anuncios, en las pestañas de Sexo, Chicas o Acompañantes. Había que pagar bastante para rankear en los primeros puestos. Sonia destacaba, entendía que la imagen era importante y por eso tuvo el detalle de contratar a un fotógrafo para un set privado en su habitación. En el anuncio, Sonia miraba a cámara, con sus tetas operadas y el labio inferior sugerente. No sé si era seductora, pero llamaba la atención. Y creo que con eso bastaba para que los clientes mordieran el anzuelo.

En la intimidad me involucro con ternura y pasión. Una gran amante para caballeros ardientes. Decide aceptar mi reto y prepárate para vivir momentos excitantes. Serás recibido en mi confortable apartamento, muy discreto y acogedor, ubicado en el centro. Mis fotos son absolutamente reales. Estaré encantada de conocerte, por lo que me puedes llamar y te informaré de mi disponibilidad, tarifas y servicios.

Sonaban sus móviles, las chicas soltaban la oferta con absoluta simpatía y el cliente aceptaba o no. Los precios nunca se negociaban, no había posibilidad alguna de regateo. Si aceptaban, se acordaba la hora del encuentro y el cliente recibía las coordenadas de la esquina en la que estaba el piso. Una vez allí, el cliente tenía que volver a llamar al mismo número y, sólo en ese momento, se le daba el número del edificio y del departamento. La contraseña eran tres timbres y la tarifa venía con dos extras: una bebida (Coca-Cola, tónica, ron con cola, whisky, gin tonic, cerveza o whiscola) y una ducha caliente (las chicas se reservaban el derecho a decidir si antes o después, dependiendo del grado de higiene del cliente).

Para los vecinos, Sonia y Jimena regentaban una agencia matrimonial. Así lo demostraba el cartel de un sensual angelito tallado en la puerta con un enorme corazón enflechado. El alquiler se pagaba con puntualidad y todos contentos, nadie preguntaba. La vida del edificio seguía su curso, sin alteraciones ni conflictos.

“No se atienden moros, bajo ningún punto de vista”, decía Sonia, justificando su negativa en que le daban mal rollo, sobre todo los marroquíes. Tampoco le gustaban las salidas, sólo trabajaba en casa y de día. Jimena, en cambio, vibraba en la noche, esperaba ansiosa las invitaciones a Luz de Gas o al Trainning Pedralbes y luego al hotel, pero siempre tenía su casa como segunda opción.

El horario de atención en la casa era de 9 de la mañana a 7 de la tarde. Los sábados se reservaban para algún cliente VIP o alguna otra interesante transacción a tiempo completo, pero si no, no se trabajaba. El domingo, descanso absoluto.

VI

A un mes de mi llegada, las chicas me trataban como si fuera de la familia. Cenábamos juntos, salíamos a caminar y pronto organizarían mi fiesta de cumpleaños, con pizzas caseras, globos y una torta de chocolate. Nunca supe por qué decidieron alquilarme una habitación por una suma de dinero que Sonia podía ganar en tan sólo 2 horas de sexo. Protección, complicidad, compañía, mera presencia masculina en un piso tan femenino. Nunca supieron decírmelo con certeza.

Tal vez esa omisión haya reforzado el vínculo familiar que establecimos entre los tres, como si hubiera sido así siempre, de manera natural. Y quizás alimentara, también, la escritura de la novela sobre mi vida con ellas.

Los nueve meses que pasé en esa casa están escritos en libretas apiladas en un armario, listas para convertirse en esa novela que Sonia, hace tan sólo unos meses, recordó haber deseado, cuando le escribí un e-mail para comentárselo. Lejos de Barcelona y de la prostitución, ahora vive entre Mendoza y Santiago de Chile, cruzando con frecuencia la Cordillera de los Andes, que fue su cuna y donde pasó su adolescencia. Y que ahora ha redescubierto como un refugio, después de su larga aventura barcelonesa.

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