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Luis Enrique Nieto Arango
Luis Enrique Nieto Arango: reminiscencias de un rosarista
Resumen
La historia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario ha sido reseñada de múltiples maneras. Desde el momento mismo de su fundación, se han tejido diversos mitos y leyendas alrededor del Claustro, del fundador, Cristóbal de Torres, y hasta de sus estudiantes. Sin embargo, es la primera vez que podemos ver esta historia a través de los ojos de Luis Enrique Nieto Arango (q. e. p. d.). Tanto en su rol de apasionado por la historia del Rosario, como en el de testigo privilegiado de varios eventos mayores, Luis Enrique nos regala su mirada crítica y aguda, pero generosa y sutil sobre una serie de anécdotas, hechos y personajes de nuestra vida institucional.
Este libro servirá como introducción a algunos momentos polémicos y de alta tensión de la historia del Colegio y del país, y dotará de pistas y referencias al lector curioso para continuar investigándolos con mayor profundidad. La conversación, aún abierta, con este rosarista ejemplar permitirá comenzar a entender de qué manera se gestó y cómo se podría definir esa noción etérea que todos los que alguna vez hemos pasado por las aulas del Claustro denominamos ‘el espíritu rosarista’.
Palabras clave: entrevista, relatos personales, historia educación superior, historia universidades, Universidad Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.
Luis Enrique Nieto Arango: Reminiscences of a Rosario Alumnus
Abstract
The history of the Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario has been studied in multiple ways. From the moment of its foundation, different myths and legends have been woven around the Cloister, its founder, Cristóbal de Torres, and even its students. However, it is the first time that we can see this story through the eyes of Luis Enrique Nieto Arango (R.I.P.). Both in his role as an enthusiast of the history of the Universidad del Rosario, as well as a privileged witness to several major events, Luis Enrique offers us his critical and acute, but also generous and subtle view on a series of anecdotes, facts, and characters of our institutional life.
This book serves as an introduction to some controversial and high-tension moments in the history of the University and the country and provides the curious reader with clues and references to continue investigating them in greater depth. The still ongoing conversation with this exemplary Rosario alumnus will allow developing an understanding of how the ethereal notion that all of us who have ever passed through the classrooms of the Cloister call “the Rosario spirit” was conceived and how it could be defined.
Keywords: interview, personal stories, history of higher education, history of universities, Universidad Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.
Citación sugerida / Suggested citation
Hartmann, Kevin. (2021). Luis Enrique Nieto Arango: reminiscencias de un rosarista.
Editorial Universidad del Rosario.
https://doi.org/10.12804/urosario9789587846447
Luis Enrique Nieto Arango:
reminiscencias de un rosarista
Kevin Hartmann
Hartmann, Kevin
Luis Enrique Nieto Arango: reminiscencias de un rosarista / Kevin Hartmann; prólogo Álvaro Pablo Ortiz. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2021.
Incluye referencias bibliográficas.
1. Nieto Arango, Luis Enrique – Entrevistas – Relatos personales. 2. Universidad Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario – Historia. 3. Educación superior – Historia – Colombia. 4. Universidades – Historia – Colombia. I. Hartmann, Kevin. II. Ortiz, Álvaro Pablo. III. Universidad del Rosario. IV. Título.
378.040861 | SCDD 20 |
Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. CRAI
DJGR | Febrero 23 de 2021 |
Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995
© Editorial Universidad del Rosario
© Universidad del Rosario
© Kevin Camilo Hartmann Cortés
© Álvaro Pablo Ortiz, por el Prólogo
Editorial Universidad del Rosario
Carrera 7 No. 12B-41, of. 501
Tel: 2970200 Ext. 3112
Primera edición: Bogotá, D. C., 2021
ISBN: 978-958-784-642-3 (impreso)
ISBN: 978-958-784-643-0 (ePub)
ISBN: 978-958-784-644-7 (pdf)
https://doi.org/10.12804/urosario9789587846447
Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario
Corrección de estilo: Gustavo Patiño
Diseño de cubierta: Juan Ramírez
Diagramación: Precolombi EU-David Reyes
Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.
Hecho en Colombia
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El contenido de este libro fue sometido al proceso de evaluación de pares, para garantizar los altos estándares académicos. Para conocer las políticas completas, visitar: editorial.urosario.edu.co
Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de la Editorial Universidad del Rosario.
Autor
Kevin Hartmann
Abogado y Colegial de Número del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Tiene un máster en Ciencia Política de la Université Libre de Bruxelles en Bruselas, Bélgica de la cual se graduó con mención Grande Distinction (Magna Cum Laude). Cuenta también con un máster en Políticas Laborales y Globalización de la Universität Kassel & Hochschule für Wirtschaft und Recht en Berlín, Alemania de la cual se graduó con mención de distinción (Cum Laude). Su experiencia profesional incluye haber sido coordinador del área de responsabilidad social (área probono) de la firma de Gómez-Pinzón abogados y como asesor jurídico y político en la Presidencia de la Cámara de Representantes y el Senado de la República. De igual manera, ha sido profesor de las cátedras Historia de las ideas políticas y Problemas fundamentales del pensamiento jurídico en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario. En la actualidad se desempeña como estudiante-investigador del Doctorado en Derecho de la Universidad de Lovaina en Bélgica y como miembro de número tanto del grupo interdisciplinario de investigación en materia pensional ARC-SAS Pensions Project (Sustainable, Adequate and Safe Pensions), como de la Chaire Hoover de ética económica y social de la misma Universidad.
Contenido
Prólogo
Álvaro Pablo Ortiz
PRIMERA PARTE
ORÍGENES, MITOS Y SÍMBOLOS DEL ROSARIO
Capítulo I. “El Rosario es como un milagro”
Capítulo II. Las primeras décadas. Del pleito a Mutis
Capítulo III. Caldas y el siglo XIX
SEGUNDA PARTE
LA UNIVERSIDAD DEL ROSARIO: UNA UNIVERSIDAD RECTORAL
Capítulo IV. Rafael María Carrasquilla, el segundo fundador
Capítulo V. El siglo XX: José Vicente Castro Silva
Capítulo VI. Castro Silva II y la segunda mitad del siglo XX
Capítulo VII. El regreso de los rectores laicos: Antonio Rocha Alvira, Carlos Holguín y Álvaro Tafur Galvis
Capítulo VIII. Arias, De Greiff y Suárez, la modernización de la universidad
Capítulo IX. Los últimos años del siglo XX y comienzos del XXI
TERCERA PARTE
LUIS ENRIQUE NIETO ARANGO: EL ROSARISTA
Capítulo X. Anécdotas personales
Capítulo XI. El patrimonio y la memoria del Rosario. La Revista del Rosario y el Archivo Histórico: Nova et Vetera
Capítulo XII. ¿Qué es el rosarismo?
Discurso de ingreso a la Academia de la Lengua. La epigrafía en el Colegio del Rosario
Luis Enrique Nieto Arango
Bibliografía
Prólogo
Álvaro Pablo Ortiz
Nunca llegué a imaginarme que el prólogo de mi autoría tendría carácter póstumo. En efecto, el fallecimiento de Luis Enrique Nieto Arango me tomó por sorpresa lo mismo que a tantos que merecieron y disfrutaron de su amistad. En mi caso —y pido excusas por la autorreferencia—, se extendió transparente, leal y franca por casi tres décadas. Abatido por la noticia, me conmovió hasta el fondo el indisimulable dolor de la secretaria general, doctora Catalina Lleras Figueroa; proporcional en intensidad a la que sintió Marta Chocontá, actual secretaria privada de la doctora Lleras, y que igualmente lo fue cuando el doctor Nieto ocupó por varias décadas esa dignidad.
Nuevamente volví a experimentar en carne propia y con el mismo desasosiego lo inútiles que resultan las palabras ante determinadas situaciones límite de las que ningún ser humano queda exonerado: salvo aquellos cuya humanidad parece estar permeada por un bloque de hielo. En cambio la del doctor Nieto fue esculpida por la sencillez, hasta lograr desarrollar en todo el conjunto de su personalidad ese poder de encantamiento —que sigue llamándose carisma— que le permitía brillar con luz propia en aquellas todas las circunstancias de su vida. En efecto, nunca pasó desapercibido. Liberado por vía de un riguroso trabajo de elaboración interna, esquivó la tentación de incurrir en la arrogancia o en la impostación. Por el contrario, tuvo como asideros la espontaneidad, un finísimo y decantado humor, y una sincera y permanente disposición de escuchar al otro. En ese contexto puedo afirmar con conocimiento de causa, que después de conversar con Luis Enrique uno salía increíblemente reconfortado.
Dios me permitió conocer a un hombre de excepción que en la jerarquía de sus afectos privilegió siempre al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Desde el recuerdo lo veo sonriente, optimista, dispuesto entre otros asuntos a poner en servicio de nuestra universidad su erudición inmensa en estrecha simbiosis con la más formidable memoria que yo haya podido conocer. Él, que amaba la poesía de Antonio Machado, gustaba con su memoria prodigiosa recitar sus poemas como el siguiente: “y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Ahora solo atino a decir: paz en su tumba.
En definitiva, era Luis Enrique, y vuelvo a retomar al poeta Andaluz, “en el buen sentido de la palabra, bueno”. A esa conclusión llegamos Kevin Hartmann y yo, luego de las largas horas en que entrevistamos a Luis Enrique Nieto Arango, que hoy ha derivado en este valioso texto que tienen hoy los lectores entre sus manos y al que no vacilo en calificar de balsámico.
A su distinguida esposa doña Estela Meneses quisiera decirle que asumo su dolor como propio, al igual que para sus seres queridos.
Ahora sí el prólogo. Independientemente de otras consideraciones lo escribí con el alma, con la piel, con la gratitud, procurando retratar de cuerpo entero a un hombre superior en un mundo cada vez más acorralado por la medianía y la frivolidad.
Me parece ver a Borges —la otra gran pasión del doctor Nieto— asintiendo con un movimiento de su cabeza.
Si hoy estoy escribiendo este prólogo y si ustedes tienen el singular texto que viene a continuación en sus manos, es gracias al impulso porfiado y perseverante del colegial y abogado Kevin Hartmann, dispuesto siempre a poner lo mejor de su inteligencia y de sus altas aspiraciones al servicio de su alma mater. Para este joven que actualmente cursa estudios de doctorado en Lovaina, Bélgica, el mundo es más una suma de deberes que de derechos, contrario a ese deslinde de actuar bajo la línea del menor esfuerzo.
De entrada, fue él quien tuvo la idea de que el doctor Luis Enrique Nieto Arango, Director desde el 2010 de la Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico de la Universidad del Rosario, aceptara en su condición de rosarista integral hilvanar una serie de vivencias, que debían traducirse en un libro. El objetivo: ofrecer a propios y extraños una visión de conjunto de una institución como el Rosario tan cara al corazón de los colombianos, y dispuesta como está, a celebrar en los escenarios más apropiados los 365 años de su fundación. El doctor Nieto aceptó. En buena hora lo convenció, y lo repito una vez más, la tenacidad sin pausas por parte de Kevin Hartmann.
Luis Enrique Nieto Arango se tomó su tiempo para dar el sí tan esperado. Con su proverbial franqueza había confesado en su momento lo siguiente: “yo soy muy desjuiciado para escribir”. Me atrevo, sin embargo, a tomar dicha afirmación con beneficio de inventario. El doctor Nieto ha escrito numerosos artículos y ensayos que se leen con verdadero agrado; que producen en el lector inteligente la sensación de un “sauna mental”.
Obtenido el tan ansiado sí, surgió un gran interrogante: ¿cuál debía ser la metodología más idónea que permitiera reagrupar los recuerdos, anécdotas y vivencias de Luis Enrique Nieto en su relación con el Rosario?
Después de largas deliberaciones se optó por la entrevista como el vehículo más eficaz que, después de un enorme trabajo de transcripción y edición, adquieren hoy un incalculable valor histórico y, sobre todo, humano.
Desde el comienzo nos comprometimos a evitar al máximo —salvo que fuera inevitable— toda alusión al espacio íntimo y privado del doctor Nieto y más bien enfocarnos en su visión y recuerdo del Rosario. Este libro que la Comunidad Rosarista venía extrañando y reclamando de tiempo atrás. No es una biografía en el sentido estricto del término, pero si privilegia episodios de vida tanto cotidianos como coyunturales de Luis Enrique Nieto en el Rosario.
Este anecdotario es un aparente y gigantesco rompecabezas, que una mirada superficial juzgaría carente de un hilo conductor. Pero una vez que las piezas comienzan a ordenarse, adquieren una fuerza expresiva y descriptiva de alto calado, como podrá advertirlo el lector inquieto, por ejemplo, en el relato concerniente a la fundación del Colegio. Allí podrá advertir todos los avatares por los que tuvo que atravesar el Arzobispo Cristóbal De Torres para lograr la autonomía del Colegio y enrutarlo por la vía de la secularización. También, podrá ser testigo de su simpatía indisimulable por Lorenzo María Lleras; su devoción por la parábola histórica y política de Rafael Uribe Uribe, sumada a la que siente por Eduardo Santos, por Alfonso López Pumarejo y por su hijo, el rosarista Alfonso López Michelsen, o por Alberto Lleras Camargo. Ahora bien, en el plano personal, Luis Enrique nos transmitió su pasión por Borges y otros grandes de la literatura; su estadía en Francia que coincidió con el famoso mayo del 68 en París; el conocimiento directo y personal de altas figuras del quehacer cultural nacional como Álvaro Castaño; o de cineastas como Francisco Norden.
Pero hay más. Sería un olvido imperdonable no aludir en estas líneas a sus profundos conocimientos de la epigrafía, al punto que, de las numerosas placas que existen en su Alma alma mater, al menos tres son de su autoría: la que sintetiza en magistral prosa y que en rendido homenaje está dedicada a Luis A. Robles. Lo propio sucede con la placa que exalta las virtudes republicanas del ya citado presidente Alfonso López Michelsen y, por supuesto, la placa al maestro Darío Echandía. En ese orden de ideas tenemos que destacar su curiosidad convertida en “eureka”, al encontrar la placa correspondiente, al homenaje que, en esa modalidad, la universidad le tributara al General y Presidente Rafael Reyes. Esa profunda erudición sobre la pictografía lo llevó a ser aceptado como Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Ese día, los que lo acompañamos a tan significativo evento celebramos ese nuevo triunfo intelectual de Luis Enrique Nieto Arango como si fuese propio.
Retornando a la razón de ser de estas modestas palabras mías, el hecho de dar a conocer este formidable testimonio oral, en haberlo ordenado, como lo ordenó con pulcritud y meticulosidad Kevin Hartmann, sin alterar en lo más mínimo su esencia, estoy seguro de que dejará más que satisfecho al lector y a las lectoras de turno, y, sobre todo, a la gran familia rosarista en su conjunto.
De otra parte, considero de elemental justicia —para no hacerme monotemático— una última consideración: el hecho de que la totalidad de las declaraciones estén dictadas de viva voz; de una voz reposada y serena, no pierden para nada al quedar consignadas por escrito, la espontaneidad y el personalísimo sentido del humor unido a ese cronista avezado y excelente conversador.
Vuelvo a confesar mi asombro por la capacidad argumentativa del protagonista en inevitable y deseable comunión con su profundo y sutil memorioso conocimiento de tantos temas rosaristas. Un libro con estas características, en donde el autor se concede a sí mismo uno que otro derecho al sarcasmo —fino y largamente decantado—, más temprano que tarde será de consulta indispensable. Leerlo supone adentrarse en un fascinante laberinto borgiano. Yo por mi parte, le agradezco a determinadas circunstancias mi cotidiana cercanía con este rosarista tan ejemplar, tan a carta cabal, “tan humano, demasiado humano”, tan pleno de solvencia moral e intelectual. Empeñado a fondo en continuar rescatando el sentido de lo histórico de este entrañable claustro signado contundentemente por las más acendradas exigencias académicas, fundado en un inolvidable 18 de diciembre del 1653 para bien de la nación colombiana.
Luis Enrique Nieto Arango†
Primera parte
ORÍGENES, MITOS Y
SÍMBOLOS DEL ROSARIO *
Capítulo I
“El Rosario es como un milagro”
Doctor Nieto, empecemos hablando sobre el contexto de la fundación del Colegio Mayor.
En el principio fue fray Cristóbal. Como se sabe, fue un personaje muy importante, que llegó a Santafé en su tardía madurez. De hecho, en el último párrafo de la famosa obra El carnero, de Juan Rodríguez Freyle1, se anuncia la llegada del arzobispo Cristóbal de Torres a Santafé, que para la época era, más bien, un pueblo perdido en las montañas.
El Nuevo Reino de Granada tenía una enorme y difusa extensión territorial. En realidad, en España no había mucha claridad sobre la extensión, los límites o el uso de este territorio. No me canso de repetir que esto no era México o Perú, cuyos imperios prehispánicos fueron sumamente significativos. Es decir, acá no hubo grandes riquezas mineras, como sí las hubo en Zacatecas o en Potosí.
La Nueva Granada era, más bien, un terreno de paso. Si bien tuvo yacimientos de oro de aluvión —en algunas zonas del Pacífico y Antioquia, principalmente—, no era visto como un lugar muy valioso para los intereses y los fines de la corona. Es decir, este no era un destino muy apetecido y menos para un personaje de la talla de fray Cristóbal de Torres. Ahí surge una primera inquietud: ¿por qué lo nombraron acá? Eso no se ha terminado de aclarar.
Pero siguiendo con el contexto de la llegada del arzobispo a Santafé, en 1635, uno puede situar dos fenómenos paradójicos que están sucediendo en España: el Siglo de Oro, cuando la lengua y las artes hispánicas brillan extraordinariamente, y, al mismo tiempo, la decadencia política del imperio.
La España de Carlos V y Felipe II era el imperio más poderoso conocido en la época y tenía posesiones en todo el mundo, pero, producto de múltiples factores, comenzó a perder grandes extensiones de territorio. Hay una simpática anécdota de Francisco de Quevedo, quien, al oír que la gente se refería a Felipe IV como el Grande, exclamó: “Sí, evidentemente: grande como los agujeros, que son más grandes cuanta más tierra les quitan”.
Ahora bien, a fray Cristóbal le correspondió vivir una época paradójica: al tiempo que había un extraordinario despliegue de riqueza intelectual, se presentaba una decadencia política muy profunda, que produce un curioso análisis por parte de la clase intelectual. Usualmente, los imperios nunca han tomado consciencia de su propia decadencia; eso es una constante histórica: nadie se da cuenta cuando se está empezando a derrumbar; sin embargo, los españoles sí lo hicieron. Es más, toda la intelectualidad española entendió que algo estaba pasando cuando se empezaron a dar cuenta de que un imperio tan inmenso ya mostraba graves síntomas de debilidad.
Por eso, se empezaron a analizar todas las posibles causas del decaimiento imperial: las pestes; los problemas gravísimos de la deuda contraída por España con los banqueros alemanes; el propio descubrimiento de América, que había creado una crisis grave, al tiempo que un desplazamiento de la población campesina al interior de la península, y, obviamente, la expulsión de judíos y moros.
Pero, aparte de eso, se hablaba de otra causa: de la carencia en la educación del príncipe. Atribuida a Erasmo de Róterdam, esa tesis consideraba indispensable crear una clase dirigente suficientemente preparada para atender adecuadamente las necesidades de un reino. Pues bien, la falta de preparación de los dirigentes del imperio español fue, precisamente, una de las explicaciones que llevaron a la grave crisis que sobrevendría posteriormente.
Sin lugar a dudas, Cristóbal de Torres fue influido por este contexto político. Debemos recordar que él fue un hombre de la Corte muy cercano a Felipe III y Felipe IV, y que por lo mismo tuvo acceso a infidencias e información privilegiada.
¿Qué factores explican ese grado de cercanía con la realeza española?
Ese voto de confianza corresponde a que Cristóbal de Torres fue confesor de los reyes y predicador. Aquí hay que tomarse un momento y contar que durante la parábola hispánica de fray Cristóbal hubo un hito que no ha sido suficientemente desentrañado: un famoso sermón en Córdoba.
Eso fue en 1614: fray Cristóbal estaba muy joven. Atendiendo al convento dominico de San Pablo en Burgos, cursó todas las disciplinas que lo llevaron a convertirse en auxiliar del obispo de Córdoba hacia mediados de la segunda década del siglo XVII. En una celebración litúrgica, fray Cristóbal pronunció un sermón oponiéndose a la idea de la Inmaculada Concepción sosteniendo que no creía lógico ni explicable que la Virgen María fuera concebida sin pecado original. Esa había sido la histórica posición de su orden respecto al tema; sin embargo, hay que recordar que en ese momento había una disputa ideológica con los franciscanos, quienes sostenían la idea contraria: es decir, creían que la Virgen, por ser la madre de Cristo, estaba libre del pecado.
El sermón pronunciado por fray Cristóbal es de entrada polémico. Al defender que la idea del inmaculismo es un error lógico se metió en problemas con la población cordobesa, que desde la época de los visigodos tenían especial arraigo a la idea de la Inmaculada Concepción. Diego de Madrones, el obispo del que era auxiliar fray Cristóbal, no se atrevió a condenar su sermón antiinmaculista. Sin embargo, fue tal el estremecimiento de su sermón que ciertas fuerzas se movieron para que el mismísimo Felipe III solicitara expresamente sellar el tema. Esa fue la razón por la cual el joven dominico tuvo que salir de Córdoba.
Tiempo después llegaría a la corte del rey, donde tuvo una misión importante y un papel protagónico, pues era cercano a los reyes Felipe III y Felipe IV y a sus consortes. Al mismo tiempo, se hizo amigo de personajes tan importantes como Francisco de Quevedo y Villegas; es más, Quevedo y fray Cristóbal fueron tan cercanos que este último fue censor de uno de sus libros.
¿Por qué un hombre que ha logrado incrustarse en el centro mismo de la monarquía decide radicarse del otro lado del Atlántico?
Eso es bien curioso: como dijimos, llegó a América a una edad muy avanzada. Todo me da la idea de que era un hombre muy polémico, y eso es lo que, finalmente, quiero resaltar. Fray Cristóbal era un hombre apasionado en lo que hacía y decía, de unos principios muy sólidos, que defendía radicalmente. Uno tiende a tener la idea de que durante aquel tiempo todo el mundo pensaba de manera homogénea. Pero cuando uno empieza a explorar con detenimiento, se da cuenta de las enormes diferencias, las polémicas y las discusiones que existían en esa época en una enorme cantidad de temas y fray Cristóbal estuvo involucrado en varias de ellas, como lo vimos con el famoso sermón de Córdoba.
Se sabe también que era un gran orador. Tenía una gran capacidad retórica. Al tiempo, era predicador de los reyes, y eso, sumado a otros méritos, le daba un poder enorme. Por eso, no deja de ser curioso que fuese nombrado arzobispo en un lugar más bien inhóspito y lejano, y a tan avanzada edad.
Ahora bien, para mí, una de las cosas más curiosas sobre la vida de fray Cristóbal es que, ya estando mayor, convirtió la doctrina de la Inmaculada Concepción en el epicentro de sus enseñanzas. Tanto así, que el Colegio que va a fundar lo va a dedicar a esa idea de la Inmaculada Concepción, yendo en contravía de su propia orden; de hecho, en las Constituciones del Rosario dice que hay que seguir en todo a santo Tomás, menos en ese tema. Eso demuestra también una extraordinaria flexibilidad intelectual. Uno siempre piensa que las ideas de esa época eran fijas, y ortodoxos sus voceros; pero de repente también se encuentra un personaje como estos, que cambió radicalmente sus ideas, y siguen siendo todavía un enigma los factores que lo condujeron a ese radical viraje teológico2.
Constituciones para el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (1653). Título V, Constitución I.
Empecemos a hablar de la figura de fray Cristóbal como arzobispo de Santafé.
Fray Cristóbal llega a Santafé precedido de un problema. Tengo entendido que el anterior obispo, Bernardino de Almanza, había tenido un enfrentamiento con el poder civil —con la Real Audiencia— y se sabe que el nombramiento de fray Cristóbal se da, precisamente, porque es reconocido como un hombre de carácter, de una personalidad recia y que puede hacer valer sus ideas. Ahora bien, una vez llegado a Santafé, el recién nombrado arzobispo capta inmediatamente los tres principales problemas por los que atraviesa el Nuevo Reino de Granada: la condición de los indígenas, la salubridad pública y la educación.
El primero merece ser resaltado, ese es un tema que siempre se le ha abonado a fray Cristóbal: su sensibilidad frente a la discriminación contra los indígenas en la Nueva Granada. En el blog del Archivo Histórico3 publicamos una comunicación del Superior de los Jesuitas de la época, donde le escriben a Felipe IV que fray Cristóbal es un hombre extraordinario, que ha logrado resolver ese problema estableciendo la comunión de los indígenas. Se sabe que los indígenas, agradecidos por ese reconocimiento4, le entregaron una mitra de paja, que se conservó siempre como una de las joyas más importantes del Colegio y que solo se perdió al mismo tiempo que la custodia.
Por otro lado, fray Cristóbal también entiende el delicado tema de la salud pública por el cual atravesaba la ciudad. Inmediatamente llega a Santafé, se da cuenta de que aquí hay muchas carencias para atender a la población, y por eso abre una botica en Las Nieves, con un cirujano.
Y, por último, frente a las carencias de la educación, decide fundar el Colegio.
¿El Colegio se vuelve la idea fija de fray Cristóbal?
Aparentemente, como a los diez años de estar acá, él advierte la polémica que existe entre los dominicos y los jesuitas por el privilegio de dar los títulos educativos. La situación de permanente agitación eclesial también se vivía en las provincias del imperio, y más aún, acá, en este microcosmos que era Santafé. La aparente apacibilidad o tranquilidad del periodo colonial era engañosa: aquí había un sinnúmero de polémicas sobre todo tipo de temas y se entramaban discusiones muy complejas. Entre los jesuitas y los dominicos, por ejemplo, había disputas intelectuales muy encendidas; por eso, fray Cristóbal decidió pasar por encima de la situación, y en la década de 1640 —ya a una edad muy avanzada—, percibiendo que acá no existía una educación confiable, decidió empezar a planear su idea de fundar un Colegio. Eso mismo lo dice en su lenguaje Hernández de Alba: “la idea del Colegio es producto de su meditación y de su reflexión sobre la realidad que está percibiendo en la Nueva Granada”5.
Ahora bien, precisamente, esa idea que él ha recibido y defendido respecto a la educación del príncipe de la Corte española encuentra plena vigencia aquí; es decir, fray Cristóbal advirtió la urgencia de ese tipo de educación para procurar un progreso sostenido y estable de estos territorios. Hay que tener en cuenta otra cosa, y es que, justo en ese momento, también la economía colonial estaba cambiando.
Usualmente, se tiene la creencia de que la Colonia fue una etapa homogénea durante los tres siglos que duró. Eso no es cierto. Hubo ciclos diferentes, marcados por la economía, la situación social, el desarrollo de las ideas, etc. Y el siglo XVI es muy distinto del siglo XVII y de los demás. En la mitad del siglo XVII —cuando ya se va a concretar la fundación del Colegio—, hay muchos cambios, porque se está mutando de una economía extractiva —principalmente, basada en el oro y en las encomiendas y en torno a las esmeraldas, que para el interior eran muy importantes— a una economía de las haciendas. Eso es un fenómeno que se vivió en toda la América española, con ciertos matices, tomando en cuenta que acá, por ejemplo, las haciendas tampoco eran tan importantes, sino más bien modestas.
Fray Cristóbal, al percatarse de esos cambios y teniendo la idea de fundar un Colegio, se aseguró de adquirir unas haciendas que fuesen medianamente productivas: las de trapiche, por ejemplo, que son las de Mesitas del Colegio y de la Mesa de Juan Díaz. Es más: le compró una a los jesuitas, que es acá en la Sabana: la Hacienda de San Vicente —que se llama Fucha—, cerca de Fontibón. Y también compró El Chircal, que queda donde hoy es la Universidad Jorge Tadeo Lozano: en la calle 22 con carrera 4ª. Fue en esta última donde se produjeron los adobes y las tejas para la construcción del Colegio.