Czytaj książkę: «Las luchas por el agua en México (1990-2010)»
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO
DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA
RECTORA
Tania Hogla Rodríguez Mora
COORDINADORA DE DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA
Marissa Reyes Godínez
RESPONSABLE DE PUBLICACIONES
José Ángel Leyva
COLECCIÓN: REFLEXIONES
Las luchas por el agua en México (1990-2010)
Primera edición 2021
D.R. © Karina Kloster.
D.R. © Universidad Autónoma de la Ciudad de México
Dr. García Diego, 168,
Colonia Doctores, alcaldía Cuauhtémoc,
C.P. 06720, Ciudad de México
ISBN (impreso): 978-607-9465-19-3
ISBN (ePub): 978-607-8692-38-5
publicaciones.uacm.edu.mx
Fotografía de portada: Juan Antonio Mojica, Lucha por el agua, 2015
Esta obra se sometió al sistema de evaluación por pares doble ciego y su publicación fue aprobada por el Consejo Editorial de la UACM.
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Prólogo
MARÍA LUISA TORREGROSA
Cuando leí la versión final de este libro, me dio un gusto inmenso ver cómo en este trabajo estaba sintetizado el camino recorrido por Karina Kloster en su trayectoria de investigación. Cuando Karina llegó a México, en 2000, ya venía con una importante experiencia investigativa, congregada en el Programa de Investigación de Cambio Social (Picaso) de la Universidad de Buenos Aires, dirigido por Juan Carlos Marín. La experiencia se caracterizó por vincular la investigación, la docencia y el compromiso social con el cambio para lograr una sociedad más humana en todas sus dimensiones. Uno de los aspectos más distintivos del Programa fue la construcción de un marco teórico metodológico que permitiera dar cuenta del cómo y el porqué del cambio social y los obstáculos al mismo.
Karina se suma al análisis de la conflictividad social en torno al agua en México. En la década de los noventa iniciamos un registro sistemático de los conflictos por el agua reseñados en la prensa, para tratar de hacer observable, a la recientemente creada Comisión Nacional del Agua y a los especialistas del Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA), un proceso que ya entonces tenía una importante presencia pero que sólo era leído, para su diagnóstico y solución, en sus dimensiones técnicas, obviando la complejidad social que esta conflictividad involucraba. Cuando Karina retoma la tarea se dio al trabajo de completar las bases de datos y continuar el registro para la comparación de 2000 y 2010. Su experiencia en Picaso le dio la pauta para llevar a cabo el registro de las ahora conceptualizadas luchas por el agua. Esto lo logra a partir de vincular su trabajo investigativo con su actividad docente en la UACM: a partir de la coordinación y dirección de este esfuerzo colectivo se logra el registro de estas dos décadas.
Cuando Karina retomó el desafío de estudiar este tema de 2000 a 2010, el trabajo realizado y las bases existentes tomaron una nueva dimensión: la descripción preliminar de los conflictos por el agua fue planteada en otro nivel analítico. Aparecen ahora la luchas de la población en torno al agua y, congruente con la tradición de Picaso, se pregunta: ¿por qué luchan los que luchan? En mi perspectiva, este libro expresa la síntesis explicativa, teórica-empírica de las luchas por el agua en México, en particular la Ciudad de México y la zona metropolitana, de una manera muy original que no imaginábamos en la década de los noventa, cuando iniciamos los primeros registros.
Otra aportación de este libro es que pone en correspondencia el proceso de las luchas por el agua en México con las transformaciones estructurales vividas en estas dos décadas, 1990-2010, dando pie a un análisis político-social de las mismas. Para realizarlo propone la articulación de dos cuerpos teóricos; la lucha social entendida desde el marxismo y la teoría de la construcción del conocimiento de Piaget. En el trabajo también se retoma a autores clásicos como Clausewitz y Foucault, entre otros, para contar con recursos conceptuales que fortalezcan sus dimensiones de lucha, confrontación y poder.
Me parece que el principal aporte académico de este libro está en articular sus dos principales vertientes teóricas que le permiten construir una explicación que dé cuenta de los procesos de lucha por el agua en México y cómo, en este proceso, se va dando, en el tiempo, una toma de conciencia de los diferentes actores en un contexto estructural cambiante, logrando con ello explicar las transformaciones de la lucha social por el agua en las dos décadas que analiza. Pocos trabajos muestran con tanta claridad la estrategia, así como la destreza metodológica del registro y el análisis de la información.
Además diría que el aporte de este libro no es sólo teórico-metodológico, por el contrario, el trabajo de Karina nos muestra un camino para vincular la investigación a la docencia como una estrategia pedagógica que forme a los estudiantes en el quehacer investigativo. La capacidad encomiable de Karina de sumar y entusiasmar a un grupo de sus estudiantes para incorporarlos a las diferentes fases de la investigación y formarlos, no sólo en el uso de una técnica, la construcción de un instrumento y el análisis de los datos, sino también en una tradición de investigación, cada vez menos presente, de hacer investigación para conocer y para transformar.
Me da gran alegría ver en este libro una culminación muy original y propia que no sólo nos da luz de cómo estas luchas se transformaron en la década, sino también de una estrategia analítica muy particular que tiene su tradición en el grupo Picaso, en cierto sentido creo que es un homenaje póstumo a los aprendizajes instaurados por Juan Carlos Marín en Picaso, en donde el hacer investigación sólo tiene sentido como proceso de aprendizaje y como compromiso con el cambio social para lograr una sociedad cada vez más humana.
Ciudad de México, 2016
Introducción
El contexto de nuestra problemática
Vivimos en un mundo que ha creado una capacidad excepcional de producción de riquezas. Pero este aumento de la producción se ha dado como resultado de un creciente empobrecimiento relativo global y a expensas de un desequilibrio ecológico que resulta peligroso por su irreversibilidad. En tal sentido, los informes en torno a la situación social en el mundo realizados por la Organización de las Naciones Unidas1 destacan que, pese al considerable crecimiento económico de muchas regiones, es alarmante el aumento de la desigualdad tanto dentro como entre los países. Las consecuencias negativas de este proceso no sólo repercuten en el ámbito del desempleo, la precariedad laboral y los salarios, sino que además desencadenan migraciones e inestabilidad social a nivel mundial.2 Por otra parte, el crecimiento desigual en el mundo deja como consecuencia un deterioro ecológico cuyo avance es crecientemente alarmante, tal como lo demuestran el calentamiento global, la pérdida de especies naturales y la deforestación de las reservas verdes (como la del Amazonas), entre otros fenómenos.
Las reservas de agua existentes empiezan a ser invadidas por la contaminación y la sobreexplotación de los mantos acuíferos. Como explica Esteban Castro,3 sólo 2.5% (cerca de 35 millones de km3) del volumen del agua total en la Tierra (estimado en alrededor de 1 400 millones de km3) es dulce. De esta agua, la porción utilizable para consumo humano es menos del uno por ciento y el consumo global de agua se ha estado duplicando cada 20 años, lo que representa más del doble de la tasa de crecimiento poblacional. Por otra parte, la situación de deterioro y la consecuente escasez del recurso se agrava en muchos países en desarrollo, donde se espera el mayor incremento en la demanda debido a la incorporación de patrones de «modernidad», con aumento considerable de consumo de agua y donde la erosión, la contaminación y el agotamiento de los recursos hídricos están reduciendo la disponibilidad de agua dulce.4 A pesar de que hay en promedio suficiente agua para todos los seres humanos sobre la Tierra, 1 100 millones de individuos (lo que equivale a 17% de la población mundial) no tienen acceso a agua potable. El dato adquiere mayor relevancia cuando se sabe que estos porcentajes no reflejan la circunstancia de que —fuera del mundo desarrollado— la calidad del agua empleada para beber es a menudo inadecuada. El manejo de las aguas residuales, la contaminación de las fuentes de agua y la provisión de servicios básicos de saneamiento constituyen aún uno de los retos más importantes a escala mundial. Gran proporción de los riesgos y amenazas a la salud humana relacionados con el agua están ligados y/o causados por la forma en que se manejan y desarrollan los recursos hídricos. Se estima que 2 400 millones de individuos (40% de la población mundial) carecen de servicios de saneamiento básico,5 y que más de 5 millones de personas mueren cada año por infecciones prevenibles relacionadas con el agua.6 Se calcula que entre un cuarto y un tercio de la tasa de mortalidad humana es directamente atribuible a factores de riesgo ambiental, y de éstos los relacionados con el agua ocupan un lugar predominante.7
Ante tan alarmante situación y como mecanismo para enfrentar las consecuencias perversas del crecimiento económico desigual no sustentable, que ha tenido lugar en las últimas décadas, diferentes organismos internacionales así como distintos estados-nación se han comprometido al cumplimiento de diversas metas y tratados que tienen por objetivo eliminar las diferentes problemáticas que preocupan en la actualidad a las sociedades: la distribución inequitativa de la riqueza social global, el desequilibrio de los ecosistemas y el deterioro medioambiental.8 A pesar de los compromisos, la tendencia actual dominante indica la imposibilidad de los gobiernos para alcanzar dichas metas debido a los costos que implica la ejecución de políticas públicas adecuadas.9 De igual modo, en el nivel de los territorios de los diferentes estados-nación, y en la medida en que el agua es un recurso vital, las respectivas administraciones y gobiernos se muestran cada vez más imposibilitados de abastecer agua en cantidad y calidad suficientes a la población que aún carece de ella.
La conjugación de los efectos del desenvolvimiento de la actual forma de producción dominante en nuestro mundo, el aumento de la desigualdad social, el deterioro medioambiental, en especial el deterioro del ciclo reproductivo del agua apta para consumo humano, unidos a la tendencia hacia una imposibilidad de los estados-nación de ejercer una política eficiente que contrarreste estas secuelas del crecimiento económico, trae como consecuencia transformaciones en las formas de observación y conciencia de los conflictos, y de los mecanismos de expresión de los mismos. Por lo que la creciente heterogeneidad de las luchas sociales en todos los territorios, genera como resultado una situación conflictiva altamente inquietante.
En México observamos la emergencia de una problemática cuyas dimensiones comienzan a articularse de manera similar. En primer lugar, la desigualdad en la distribución de los recursos genera pobreza y exclusión, además de una problemática social muy compleja y aguda. Para 2008, 44% de la población en México (casi 50 millones de personas) vivía en la pobreza, y una quinta parte, en pobreza extrema; mientras que para el año 2014 ya eran 55.3 millones de mexicanos bajo la línea de pobreza lo que representa el 46.2 % del total nacional. De estos pobres extremos una cuarta parte reside alrededor de las áreas urbanas del centro del país.10 Por otra parte, la pobreza en la década de 1990 a 2000 no sólo aumentó cuantitativamente debido al crecimiento poblacional, sino que los pobres son ahora más pobres que al inicio de la década, y eso vale tanto para los habitantes de zonas rurales como para quienes viven en las ciudades. Por lo anterior, estamos ante un fenómeno de características estructurales basado fundamentalmente en la pauperización y la exclusión creciente de determinados sectores sociales.
La pobreza no sólo es una cuestión estructural, constituye además la expresión de una configuración de relaciones de poder desequilibrantes en la construcción de la riqueza social. A este fenómeno de la desigualdad, que produce pobreza y exclusión social, se superpone otro que comienza a tener visos cada vez más fuertes en relación con posibles futuras catástrofes para los habitantes de determinadas regiones. El deterioro ambiental en México constituye un nuevo síntoma de degradación que el sistema de producción dominante ha generado. «De continuar con la tala ilegal de árboles, con la contaminación de aguas y el inadecuado manejo de residuos peligrosos, en menos de 30 años el país presentará problemas catastróficos en materia de medio ambiente, advirtió la Organización de las Naciones Unidas (ONU).»11 De igual manera, el informe sobre medioambiente en México realizado en 2004 advierte que la disponibilidad de agua dulce está siendo mermada constantemente pues los acuíferos están sometidos a una gran presión, sobre todo en las zonas áridas del país, donde el balance hídrico es negativo y se está agotando el recurso. Esto se ve agravado por la reducción de los volúmenes de infiltración, fenómeno que es resultado de la pérdida de zonas de recarga, de la deforestación y de los cambios de uso del suelo. Además, regiones del país han aumentado la presión sobre sus acuíferos como resultado de su crecimiento económico y demográfico. Por ejemplo, en la región del Pacífico Norte, en las cuencas centrales del norte y en la región Lerma-Santiago-Pacífico, entre 1998 y 2000, el uso de agua subterránea aumentó en 11.5%, 57.6% y 12.4%, respectivamente.12
Se estima que en 2000 se extrajeron de los ríos, lagos y acuíferos del país 72 km3 de agua para los principales usos consuntivos (Figura 1). Este volumen representa 15% de la disponibilidad natural media nacional (escurrimiento superficial virgen y recarga de acuíferos) y, de acuerdo con la clasificación de la ONU, el recurso del país se considera que está sujeto a presión moderada. Sin embargo en las zonas centro, norte y noroeste este indicador alcanza un valor de 44%, lo que hace del agua un elemento sujeto a alta presión y limitante del desarrollo.13
Por otra parte, los problemas que enfrenta México en el sector tienen que ver con el hecho de que 50% del agua subterránea que se utiliza proviene de acuíferos sobreexplotados al mismo tiempo que los mantos superficiales se hallan contaminados.14
FIGURA 1. EXTRACCIONES BRUTAS DE AGUA EN MÉXICO DURANTE 2000, PARA LOS PRINCIPALES USOS
Fuente: Programa Nacional Hidráulico, 2001-2006. Semarnat, 2001.
Debe añadirse que las condiciones climáticas, las precipitaciones y las aguas subterráneas se distribuyen de manera diferente a lo largo del territorio mexicano, como también lo hacen las actividades productivas en las diferentes regiones del país y sin tener en cuenta los recursos de agua. Lo paradójico del caso mexicano es que las actividades productivas —y, por tanto, el desarrollo— se encuentran distribuidas de manera inversa respecto a la distribución del recurso agua. Así, en el noroeste, norte y centro del país, donde hay escasez relativa de agua, vive 77% de la población y se genera 86% del Producto Interno Bruto (PIB); mientras que donde se da la mayor disponibilidad de agua habita sólo 23% de la población y se genera 14% del PIB nacional. Además, sólo 11% del agua se ubica por encima de los 1 500 metros sobre el nivel del mar, donde habita 54% de la población. Igualmente paradójica es la distribución de cobertura de agua potable, pues en las regiones con mayor abundancia de recursos se cuenta con la menor cobertura de agua potable a nivel domiciliario.15
Finalmente, si dividimos el país en tres grandes regiones podemos observar cómo en las regiones norte y centro, que tienen el mayor porcentaje de agua dentro del domicilio (90% y 88%, respectivamente), se encuentra el mayor número de conflictos registrados en torno al agua (Figura 2). A pesar de la posibilidad de un subregistro de los conflictos en el interior del país, debido a las fuentes utilizadas, consideramos que es importante tomar en cuenta que esto podría señalar la posibilidad de una tercera paradoja: la escasez hídrica por sí misma no genera conflictos, lo que nos coloca en el centro de atención del presente estudio.
FIGURA 2. REGIONES DE MÉXICO SEGÚN DISTINTOS INDICADORES
Fuentes:
* INEGI, Censo de Población y Vivienda, 2000.
** CNA, Organismo de Meteorología.
*** Base de datos hemerográficos.
Pensamos entonces que en el territorio mexicano se ha dado y se da una lucha permanente por la distribución y el acceso al agua. Por tanto, su distribución territorial, así como sus formas y el contenido, dependen de las modalidades que ha adoptado la política en torno al recurso. Hasta la década de 1980 el tema del agua y su conflictividad estaba subsumido, por un lado, en la problemática del acceso a la tierra16 y, por otro, a los mecanismos clientelares específicos que garantizaban el acceso al agua urbana.17 Sin embargo, cuando comienza a romperse la alianza que había sostenido históricamente al PRI como partido hegemónico en el poder, comienza también la etapa en que se produce la emergencia de una problemática aparentemente novedosa: la escasez y la necesidad de valorización del agua, lo que repercute en una transformación de los conflictos.
La alianza de quienes tomaron la conducción de la política de Estado con los diferentes sectores de la sociedad, entre ellos el campesinado —construida a partir de la derrota del zapatismo y durante el periodo posrevolucionario—, había sostenido un «proyecto nacional» que se resquebrajó definitivamente tras la modificación realizada al artículo 27 de la Constitución en 1992. Esta medida puso fin, entre otras cosas, al reparto agrario a la vez que dio inicio a la creación de un mercado de tierras y de agua. Esta transformación continuó a lo largo de las décadas siguientes hasta la actualidad, profundizándose con la descentralización y desconcentración de las funciones del gobierno y la apertura a la participación privada.18 Así es como, a partir de estos cambios estructurales, comienzan a hacerse observables determinados rasgos problemáticos en relación con el agua que hasta entonces se hallaban inobservados. De la mano del tema de la escasez de agua como asunto prioritario en esta nueva etapa, aparece la relevancia de lo ecológico. Y, como consecuencia de esta emergencia, la valorización económica del agua resulta —en apariencia lógica— el mecanismo más eficiente para paliar la crisis histórica de déficit de inversión en infraestructura, tanto para reparar la existente como para ampliar la red y dotar así de cobertura a más población.19 Esta inversión—como quedó ampliamente demostrado— difícilmente puede realizarse con la intervención de las empresas privadas20 o a través del pago de la tarifa del agua, como parecieran impulsar las políticas de turno.21
Desde nuestra perspectiva, la escasez del agua constituiría, en realidad, una construcción social resultante de un sistema económico que establece políticas sociales cuyo desenvolvimiento instala la inequidad y la exclusión social. Por este motivo presumimos hipotéticamente, y lo intentaremos mostrar en este trabajo, que el aumento en la intensidad y relevancia de los conflictos que se han venido produciendo en torno al agua no es producto del orden de la naturaleza y la consecuente «escasez hídrica», sino que se debe al desenvolvimiento del orden social y a las determinaciones político-institucionales que establecen relaciones desequilibrantes tanto con el orden natural como con el social. Para abordar, en toda su complejidad, las implicaciones de esta hipótesis se requiere de un emprendimiento interdisciplinario que permita conocer las características desequilibrantes en los distintos sistemas a lo largo del periodo. El presente estudio intenta abordar una dimensión del problema, la vinculada a las acciones de lucha por el acceso al agua y la consiguiente construcción de la fuerza y la identidad social de quienes las emprenden.
La interacción entre la aplicación de medidas institucionales en función de las determinaciones del orden social, por una parte, y las acciones de quienes luchan por el acceso a los recursos, por la otra, produce —en el largo plazo— la construcción de un territorio político del agua en el que se da una disputa creciente en todos los niveles y se construye la posibilidad de un ejercicio de toma de conocimiento en diversos sectores de la sociedad, que se expresa en el modo en que se realizan las luchas sociales.
Considero necesario entender qué es lo original que se está gestando en torno a la problemática del agua, desde qué perspectiva se asume la lucha y la construcción de oportunidades para mejorar las condiciones de vida y, de esta manera, comenzar a construir un conocimiento que permita comprender: ¿qué tipos de luchas en función del agua se están llevando a cabo en México?, ¿por qué motivos determinados individuos comienzan una lucha social utilizando la acción directa como mecanismo de confrontación? Y, sobre todo, algo que trasciende a este trabajo pero que forma parte de las preguntas fundamentales de quien realiza este trabajo: ¿cuáles son las identidades sociales portadoras de una fuerza moral y material capaz de contribuir a una transformación más humana del orden social existente?
Los principales presupuestos conceptuales y metodológicos
El presente estudio forma parte de un conjunto de investigaciones realizadas a partir de diferentes avances en distintos momentos históricos, por distintos grupos de investigación.22 Los objetivos principales son dos. Por un lado, indagar las transformaciones en las luchas por el agua en México a partir del análisis de las bases de datos. Por otro, desarrollar algunas dimensiones analíticas a fin de observar las acciones contenciosas a partir de la teoría de la lucha de clases.23
En este sentido, tal como ha sido planteado hasta ahora, el presente trabajo retoma un problema clásico de la tradición investigativa en sociología: las luchas sociales acotadas a un ámbito específico, en este caso las luchas por el agua. En consecuencia, nos interesa retomar el conocimiento preexistente acerca del tema de las luchas sociales para luego aplicarlas a nuestras «luchas por el agua».
Al referirnos a «luchas sociales», en realidad estamos haciendo referencia a la lucha de clases como operador estructurante de nuestro análisis. Quien inaugura este campo de conocimiento es Karl Marx. En sus diversos escritos sobre el capital Marx demostró, por un lado, que el desenvolvimiento de la forma de producción capitalista genera una contradicción y que esta contradicción da lugar a formas de lucha social. Por otro, advirtió de la falacia de la «lucha de todos contra todos»24 y mostró que, en realidad, la construcción social se da en función de confrontaciones que están alineadas/configuradas no en la anomia de todos contra todos, sino en función de un ordenamiento que tiene que ver con la identidad de clase de quienes realizan la acción.25
Esta temática de las luchas ha constituido una preocupación de los teóricos de las ciencias sociales y de la sociología en particular. En un primer momento, como forma de desentrañar la construcción social de las luchas y, en un segundo momento, como mecanismo para comprender el carácter cultural e identitario de los actores que las asumían. El campo de las luchas sociales se interroga de este modo acerca del porqué de las luchas y de quiénes luchan, y apunta a los factores sociales y subjetivos que hay que tener en cuenta para su análisis, lo que constituye, en definitiva, el ámbito de la diversidad de dimensiones que componen lo social, y que es necesario captar para comprender el origen y el desenvolvimiento de las luchas sociales.
Consideramos que la identidad de clase, o identidad social, se construye en la acción. Es por y a partir de ésta que se constituye en una forma de representación social que puede dar lugar a una lucha social. De esta manera, indagar la identidad que construye una lucha social desde esta perspectiva constituye un ámbito de conocimiento sugerente que permite estudiar los conflictos sociales; en este caso, los surgidos a partir del agua.
Además, hemos sido advertidos de que para conocer esta identidad en lucha debemos tener presente los mecanismos que favorecen la configuración y la consolidación de un principio de realidad dominante, así como la posibilidad de transformación de estas formas de concebir el orden social. Es decir, debemos preguntarnos cuáles son los factores sociales que promueven la lucha y cómo éstos se correlacionan con los factores que favorecen la reestructuración y la superación de las diversas concepciones del orden social, por formas epistémicas menos periféricas.26 Asumimos que una reestructuración epistémica posibilita la observación de los desequilibrios producidos socialmente, a partir de lo cual se abriría la posibilidad de una lucha social como mecanismo reequilibrante.
En otros términos, la determinación de lucha de un sector de la sociedad se expresa y realiza a partir de acciones de confrontación social, de modo que la lucha social no puede ser escindida del análisis de la identidad social de clase. Ésta se sitúa en el plano de la acción, del desenvolvimiento de la práctica social de los sujetos y en los modos culturales de autoconocimiento de su propia situación de vida —las formas de obrar y de pensar. Así se expresa su existencia como clase social.
Lo anterior implica, en definitiva, otorgar al ámbito superestructural —es decir, a las concepciones del mundo las predicaciones sobre la realidad, las tomas de conocimiento de lo real—, una relativa autonomía en su estructuración y funcionamiento respecto del ámbito económico-productivo. Lo anterior conduce a formular el problema de cómo se articulan ambas esferas: la superestructura con la infraestructura. En este sentido, dicho problema obliga a quien estudia el fenómeno a desentrañar, en primer lugar, el modo histórico concreto en que cada situación particular presenta un obstáculo en lo social —contribuyendo a un avance en el conocimiento de la realidad que lo produce. En segundo lugar, lleva a entender cómo este avance de conocimiento puede dar lugar a modos de acción con diversos grados de conciencia, es decir, mediante diversas formas de lucha. En tercer lugar, permite comprender qué significa conocer el carácter de clase social de quienes participan en un proceso de confrontación social. Sólo el estudio de la lucha entre fuerzas sociales permite desentrañar el carácter de clase de los componentes.27 Lo anterior implica abandonar todo intento por explicar el conflicto desde una perspectiva que presupone la estructura de clases, la organización funcional de la sociedad o cualquier esquematización que subordina la acción y la experiencia como detonante de los procesos de abstracción y significación.
Con base en los presupuestos anteriores diseñamos, a partir del registro sistemático de acciones, un «recorte de la realidad» de la confrontación por el acceso al agua en México en las últimas dos décadas. Para ello construimos tres bases de datos hemerográficos en tres cortes temporales: 1990, 2000 y 2010. Para cada corte registramos las acciones de lucha en torno al agua y, a partir de dicha información, pusimos en correspondencia los atributos de las acciones de lucha así como la identidad social de quienes las produjeron y su direccionalidad, con el objetivo inicial de avanzar en la identificación de las fuerzas sociales que se constituyeron en aquellos conflictos.
Para construir la unidad de registro de las bases de datos partí del supuesto de que lo social sólo se puede observar a partir de la acción. Por tanto, para comprender la lucha social es necesario observarla a través de las acciones de lucha, esto es, de las diferentes confrontaciones que se producen en la sociedad. Como señala Juan Carlos Marín en relación con la producción de fuerzas sociales:
Si esta problemática teórica fuera desarrollada, observaríamos que el proceso de expropiación del poder material de los cuerpos nos remitiría a ámbitos distintos de confrontación: al proceso de construcción de esos cuerpos, a su anatomía política; […] ¿cuál sería el eslabón para articular esa teoría rigurosa? La confrontación.28
Así pues, la confrontación es la acción constitutiva de lo social. He recurrido a herramientas teóricas pertenecientes a tres tradiciones intelectuales distintas: la teoría de la guerra de Clausewitz, la teoría de la lucha social de Weber y la epistemología genética de Piaget. Las tres consideran a la acción como punto de partida para sus investigaciones y reflexiones.
Para Clausewitz la comprensión de un todo político y social —como la guerra—29 comienza con la identificación de la unidad sustantiva de que se compone:
No vamos a comenzar con una definición pedante y defectuosa de la guerra, sino que nos limitaremos a su esencia, el duelo. La guerra no es otra cosa que un duelo en una escala más amplia. Si concibiéramos a un mismo tiempo los innumerables duelos aislados que la forman, podríamos representárnosla bajo la forma de dos luchadores; su propósito inmediato es derribar al adversario e incapacitarlo de ese modo para ofrecer mayor resistencia. La guerra es, en consecuencia, un acto de violencia para imponer nuestra voluntad al adversario.30