Aventuras y desventuras de un viejo soldado

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Aventuras y desventuras de un viejo soldado
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©Copyright 2019, by Juan Sergio Saavedra Rojas

jusesaro@hotmail.com

Colección Sendero de Cuentos

«Aventuras y desventuras de un viejo soldado» Cuentos chilenos, 130 páginas Primera edición: marzo de 2019 Edita y Distribuye Editorial Santa Inés Santa Inés 2430, La Campiña de Nos, San Bernardo de Chile (56-2) 229335746 Facebook: Editorial Santa Inés librosdelaeditorial@gmail.com www.editorialsantaines.cl Registro de Propiedad Intelectual N°A-298881 ISBN: 9789568675622 eISBN: 9789568675936 Edición Gráfica y Literaria: Patricia González Ilustración de Portada: Andrés Cotrina Edición Ortográfica y de Estilo: Verónica Venegas Edición Electrónica: Sergio Cruz Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados

«En los presentes tiempos en que todo es luz,

nacida esta de la presión del riel

que anda, del alambre que vuela, del

cilindro que imprime i multiplica,

la historia no necesita pedir plazos

para ser imparcial i verdadera».

Benjamín Vicuña Mackenna,

«Historia de la campaña de Tarapacá», Tomo I, año 1880.

«Aparenta ser débil cuando seas fuerte

y fuerte cuando seas débil».

Sun Tzu.

«El que lee mucho y anda mucho,

ve mucho y sabe mucho».

Miguel de Cervantes.

Prólogo

Asentado en una sólida carrera profesional, estas espontáneas letras, estampadas en este libro, son hechos y acontecimientos de la vida cotidiana en un cuartel, principalmente abordadas por el escritor, en su prolongada actividad.

Trayectoria que no deja de ser importante como cualquier otra, en la que fue adquiriendo experiencias años tras año y que las vuelca en cada una de las páginas de la manera más simple posible, para que estas sean digeridas por cada uno de los lectores.

Es importante la apreciación individual e íntima, referida de la fuente misma de los hechos, convirtiéndose, en algunas ocasiones, en figura primordial, en atención que el lector descubra, en cada narración, las mismas e idénticas anécdotas.

La ficción es, también, un aporte que introduce un sabor más coloquial a cada historia, es así, como se van tejiendo y entrelazando los personajes imaginarios con los reales.

Siguiendo esta línea, es como poco a poco va dando a conocer, en ocasiones con humor y, en otras, renacen los dolores y desconsuelos. Habitualidad de hacernos conocedores de lo más profundo del alma. Coexistiendo en una innegable materialidad con las personas y su entorno, en la pugna por emerger como seres humanos.

A medida que se adentra en la lectura de cada uno de los relatos, se percibe, sin duda, como núcleo principal al hombre, en su prolongada búsqueda de la felicidad y crecimiento. Como también está presente el bienestar, cariño y amor por la familia, todo conforme a sus capacidades y actitudes evidentemente asombrosas.

Juan Sergio Saavedra Rojas

Agradecimientos

Cómo no agradecer a tantas personas, mostrarles este sencillo trabajo, que realmente es una emoción, nacido desde lo más profundo del corazón, de la memoria y evocación de tiempos buenos y malos, pero ya superados, con un poco de nostalgia tal vez. Añoranzas que poco a poco se fueron vaciando en estas páginas, sensaciones personales, de la razón y la sin razón que se fueron bosquejando lentamente, rebuscadas algunas veces, otras con el entusiasmo de crear, inventar e imaginar.

Sin embargo, siempre en la senda de aprender e investigar, con la curiosidad profunda de escudriñar en el pasado nebuloso e impreciso. Gratitud a una cantidad inmensa de personas, que sería imposible de evocar, y que a lo largo de mi dilatada existencia, han estado estimulando cada una de mis intenciones y aspiraciones.

Agradecido de la vida, aunque parezca demasiado vulgar o trivial, pero expresadas con la fortuna de conocer a hombres y mujeres, que el Maestro Superior ha puesto en mi camino.

Agradecido, incluso, de aquellas que ya no están a mi lado, que han emprendido el camino al más allá. Que dejaron extraordinarias y amplias enseñanzas, afables remembranzas, que hoy tengo la oportunidad de agradecer y plasmar humildemente en estas páginas, y que hoy ya son historia.

Muchas gracias, muchas gracias, muchas gracias…

Juan Sergio Saavedra Rojas

El conscripto Gómez

Era un ciudadano común como tantos otros, que se presentan al Servicio Militar Obligatorio (SMO). De contextura gruesa, altura considerable, rostro granítico, ojos aceitunados, como todo joven oriundo de la zona norte del país.

De pocas palabras y un poco tímido. Conforme a sus características físicas quedó encuadrado en «La primera escuadra de fusileros». De inmediato, se destacó de sus compañeros por su capacidad para realizar los ejercicios físicos y las tareas militares que se le asignaron, por muy duras que estas fueran, siempre las realizaba con el mayor interés y responsabilidad.

Con el transitar de los días, entre guardias, servicios y campañas al interior de la provincia. Los conscriptos fueron superando todas las etapas de la instrucción castrense acorde las exigencias correspondientes, transformándose en excelentes combatientes individuales.

Una vez licenciado y cumplida esta obligación, establecida en la ley para los ciudadanos de aquella época, tiene que retomar sus labores en la vida civil, conforme a sus conocimientos de carpintería, oficio que ejerce en las empresas contratistas de la ciudad, sin embargo, conforme a sus perspectivas laborales, emprende funciones particulares tras de una mejor remuneración económica.

Pasado un tiempo, Gómez formaliza vínculos matrimoniales que perduran hasta estos días, fortaleciéndolos con siete hijos, cinco de los cuales son mujeres y dos hombres de un feliz matrimonio.

Sin embargo, no todo ha sido miel sobre hojuelas. Después de una vida plena de salud, fue atacado por una enfermedad crónica como la diabetes que se produce por un exceso de glucosa o azúcar en la sangre, causada por la deficiencia en la producción de la hormona insulina por el páncreas o por la ineficacia de la insulina producida.

Con el tiempo, el exceso de glucosa en la sangre puede causar problemas serios, en particular en los vasos sanguíneos y los nervios.

Además, Osvaldo Ernesto, que son sus nombres de pila, pierde su ojo derecho al clavárselo con una rama de árbol al estar trabajando. Después de cuatro operaciones y reiteradas cirugías, fue imposible recuperar el globo ocular, perdiéndolo definitivamente.

Con gran fuerza espiritual y el apoyo de su familia, logra salir de esta situación que lo aqueja tan redundantemente, encima de la enfermedad crónica que lo afecta.

Asumiendo todos estos trances tan desgraciados, sigue desempeñando sus labores diarias en su quehacer como carpintero y conocimientos en la construcción y obras civiles, con denodado empeño y perseverancia.

Sin embargo, las vicisitudes de la existencia, le tienen en el camino otra dramática prueba, más o menos al año de la pérdida de su ojo derecho, empieza a sentir unos pequeños dolores y malestar en su pie izquierdo, según, aparentemente, por una dureza que le produjo la bota o calzado militar en su Servicio Militar Obligatorio.

Solamente le puso interés cuando desde la herida le empezó a surgir un fluido extraño, recrudecido por la diabetes crónica que sufre. Preocupada su señora esposa y familiares deciden trasladarlo al hospital, donde le comunican que debido a su enfermedad y lo grave de la herida, tendrán que amputar la pierna izquierda.

Su primera reacción es culpar al mundo, al extremo de querer quitarse la vida; se cierra en sí mismo buscando una explicación ante tanta desgracia y desdicha al ver que sus sueños incansables de superación y crecimiento se ven truncados, incluso el de llevar a su compañera de vida, a un viaje a la Isla de Pascua. Este regalo que lo tenía planificado económicamente, dinero que, a pesar de todos sus infortunios, había juntado peso a peso para dar un agasajo a su mujer y compañera por tanta demostración de sacrificio, abnegación y cariño, pero tendrá, irremediablemente, que emplearlo en medicamentos y tratamientos hospitalarios.

No obstante todo lo anterior, en la tierra los ángeles existen y están ataviados de enfermeras, una de ellas que lo atendía y curaba de sus heridas, también empieza a curar sus aflicciones del alma, platicando, dialogando y, así, poco a poco va logrando sacarlo de sus atribuladas penas y amarguras, hasta ser dado de alta definitivamente y derivado a su hogar.

Un día cualquiera, diviso a mi viejo soldado conscripto Gómez, sentado en el suelo, bastón ortopédico a su lado, frente a su domicilio construyendo unas cerchas con perfiles de Metalcom (el sistema constructivo metalcom está compuesto por perfiles galvanizados para distintas aplicaciones estructurales, de tabiques divisorios y construcción de cielos) para llevarlas a un pueblo al interior de la provincia.

 

Iniciamos una larga y extensa conversación, que se explayó ante la seguridad que da la confianza de una verdadera y perdurable amistad, cordialidad adquirida en nuestros años de juventud en la unidad militar, él como un excelente soldado conscripto y el suscrito, como un orgulloso instructor.

Expresó, que a pesar de tantas cosas extrañas y singulares en su vida, es un ejemplo para los vecinos de su alrededor que lo ven cada día trabajando, incluso para demostrarles a algunos de ellos que se encontraban angustiados ante las drogas y el alcohol, que, con mucho esfuerzo, se puede salir adelante.

Se refirió también, que siempre existen individuos ruines, que quieren aprovecharse principalmente de sus incapacidades físicas, contratándolo para realizar trabajos de construcción por menos dinero, no valorando sus conocimientos, habilidades y eficiencia en su ocupación. Explicándoles que se demorará un par de días más en lograr su empeño, pero que tendrán la seguridad que el trabajo será bien ejecutado.

Esta ejemplar persona que tengo la satisfacción de llamar amigo, me confidenció, que si alguna vez, por las desgracias que le ha tocado vivir debido a la diabetes, le amputaran la pierna derecha, está preparado sicológicamente, incluso pidiendo que se la amputen al mismo nivel de la otra para seguir laborando y trabajando en bien de su amada familia.

Sin duda, todo un ejemplo de vida el de Osvaldo Ernesto, a quien respetuosamente le brindo este sentido diálogo del cantautor y poeta, Señor Facundo Cabral, que ya nos dejó:

Diálogo con Dios

«Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo, buscó la casa del zapatero y le dijo: Hermano, soy muy pobre, no tengo ni una sola moneda en la bolsa, estas son mis únicas sandalias y están rotas… Si tú me hicieras el favor…

El zapatero le dijo: Estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a dar.

El Señor le dijo: Yo puedo darte lo que tú necesitas.

El zapatero desconfiado viendo a un mendigo, le preguntó: ¿Tú podrías darme el millón de dólares que necesito para ser feliz?

El Señor le dijo: Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo.

El zapatero preguntó: ¿A cambio de qué?

El Señor le dijo: A cambio… a cambio de tus piernas.

El zapatero respondió: Para qué quiero yo diez millones de dólares si no voy a poder caminar.

Entonces el Señor le dijo: Puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos.

El zapatero respondió: Para qué quiero yo cien millones de dólares si no voy a poder comer solo.

Entonces el Señor le dijo: Bueno… puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos.

El zapatero pensó un poco y respondió: Para qué quiero yo mil millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos.

Entonces el Señor le dijo: Ahh! Hermano, hermano… que fortuna tienes y no te das cuenta…»

El Tacla

El Tacla era un soldado conscripto, delgado y de estatura media, buen deportista, ya que en su ciudad natal, Tocopilla, existía una cantidad considerable de clubes amateur. Había cumplido los dieciocho años y fue alistado para realizar su Servicio Militar Obligatorio, en la ciudad de Calama.

La instrucción básica y el entrenamiento físico en la unidad militar, es bastante rígida y dura, especialmente los primeros meses, esto para preparar al contingente técnica y psicológicamente. Cometido realizado por personal profesional y capacitado en las distintas áreas, conforme a las normas y directrices emanadas de las diferentes academias y altas direcciones operacionales del Ejército.

Sin embargo, intentar incorporar a un individuo que viene de la sociedad civil es muy difícil, la transición para algunos se hace realmente complicada y fatigosa, cumplir normas, reglas y órdenes de sus instructores y superiores jerárquicos, para determinadas personas es estresante y angustioso.

Tal vez, es lo que sufrió el recluta Tacla, cuando optó por abandonar y huir saltando el muro que rodeaba la unidad, exponiéndose, incluso, a ser atacado por un guardia de servicio de algún puesto de observación o garita.

Pero tenía planificada su huida, vistiéndose con los calzoncillos largos blancos, camiseta blanca y zapatillas del mismo color, de su cargo personal, emprendió una corrida como si estuviera en práctica de atletismo.

En la cuenta diaria del servicio de la mañana, se percataron de la ausencia del soldado. De inmediato, se inició una búsqueda por todo el recinto para tratar de ubicarlo, sin una respuesta positiva. Su comandante de escuadra, sumamente preocupado ante la situación, pidió autorización para salir fuera del destacamento y, en su auto particular, tratar de encontrarlo por las inmediaciones de la ciudad.

Al revisar sus pertenencias y cargo, apreciaron que faltaban los elementos de ejercicio y entrenamiento, por lo tanto no debía estar tan alejado aún de la unidad, sin dinero y sin ropa adecuada para un viaje. Le comunicaron al comandante de escuadra que considerara fiscalizar el trayecto hacia la ciudad de Tocopilla.

Acierto y precisión, el soldado conscripto Tacla, justamente iba muy campante, trotando por la orilla de la carretera como un notable atleta, incluso haciendo señas a los conductores que le tocaban la bocina para alentarlo en su footing mañanero.

De regreso a la Unidad, se le preguntó cuál había sido el motivo de su escape, respondiendo que deseaba ver a sus familiares a los cuales no había visto desde el momento de su acuartelamiento.

Cuento final, el Tacla, vestido de blanco, con casi la misma indumentaria de su escapatoria, estuvo formando a la cola de la unidad aproximadamente por un mes y con un compañero custodio que lo vigilaba constantemente.

Reintegrándose totalmente a las actividades normales, después del periodo de castigo, logró ser un excelente soldado conscripto. Su etapa de escapista quedó solo en una anécdota más en su vida y transcurso por el regimiento, que seguramente contará a sus nietos pasado el tiempo y los años.

Mi primera visita

Tranquilo, calmado y nervioso, era la cantinela que resonaba repetidamente dentro de mi cerebro, debido, por supuesto, ante la proximidad de volver a ver a mis familiares. Se cumplía justamente un mes, desde que me había presentado al regimiento para integrar el contingente que debía realizar el Servicio Militar o Conscripción en la región norte del país.

Mis padres habían realizado un cansador viaje desde la capital, para visitarme y conocer mi estado general, tanto de salud, como el tratamiento entregado por el personal de instructores de la unidad, mediante la «Instrucción básica de combate» para los tiempos de paz, procurando la profesionalización con un mejor entrenamiento.

En los respectivos dormitorios o cuadras, se vivían momentos de expectación, cada uno a su modo trataba de estar lo más apacible, pero los nervios los traicionaban. El empuje juvenil e inquietud se notaban desde muy lejos a medida que transcurrían las horas.

Las voces de mando retumbaban en el recinto: «Deben dejar en orden el interior del casillero», «Las camas bien estiradas», «Las botas deben estar bien lustradas», «Que la hebilla del cinturón debía estar brillante y relucir», «El peinado, la colocación del Quepis (gorro) sobre la cabeza, debía ser perfecto», etc.

Todos nuestros instructores preocupados, para que nuestros respetados padres y seres queridos, que nos habían ido a visitar, se llevaran la mejor impresión ante su hijo soldado. Que el largo viaje y espera, tuviera la recompensa de ver a su vástago, luciendo el uniforme del Ejército de Chile.

Y marchamos desde nuestras unidades de combate con paso gallardo, entonando a viva voz, desde lo más profundo de nuestra alma, el himno del Ejército:

Ceso… el tronar de cañones

las trincheras están silentes

y por los caminos del norte

vuelven los batallones,

vuelven los escuadrones,

¡A Chile! Y a sus viejos amores.

Nuestras familias, ubicadas a las orillas del patio principal del regimiento en gran cantidad, irrumpieron inesperadamente en aplausos y exclamaciones de alegría. Nos detuvimos frente al escenario principal, para el correspondiente acto militar y nuestro comandante, procedió a entregar la bienvenida a nuestro grupo familiar. Terminada la ceremonia y conforme a la autorización correspondiente se abalanzaron hacia nosotros, confundidos y emocionados, tratando de ubicarnos, que debido a la similitud de nuestros uniformes nos asemejábamos demasiado.

Algunos padres conmocionados y con llanto en los ojos, abrazaban a sus hijos soldados, hablándoles y preguntándoles de su experiencia en su nueva vida militar, tan alejados de sus hogares. Y, por supuesto, entregándoles gran cantidad de alimentos y enseres para su estadía en tan alejado y remoto lugar.

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