Czytaj książkę: «Agónico carmesí»
© del texto: Josep Játiva, Laura B. Sorlí
© diseño de cubierta: Editorial Mirahadas
© corrección del texto: Editorial Mirahadas
© de esta edición:
Editorial Mirahadas, 2020
Fernández de Ribera 32, 2ºD
41005 - Sevilla
Tlfns: 912.665.684
Primera edición: Septiembre, 2020
ISBN: 978-84-18297-53-3
Producción del ebook: booqlab
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»
A ti lector, por atreverte a leer algo
tan loco y diferente.
A mi gran amiga Laura B. Sorlí,
trabajar con ella es pura diversión.
Y como siempre, a mi familia.
Josep Játiva
A mi madre, Júlia, que siempre
ha creído en nosotros y en nuestro loco
proyecto y por supuesto a mi gran amigo
Josep Játiva, sin el cual nada de esto
tendría sentido. Gràcies!
Laura B. Sorlí
ÍNDICE
0
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
Epílogo
0
Los otros colores no me interesan. Para mí no existe ninguno más.
Me da igual que la dependienta de la tienda de cosmética, a la que acudo cada vez que me quedo sin pintalabios, me recomiende los tonos que mejor combinan con mis ojos, con mi tono de piel o las nuevas tendencias en colores.
—Ahora lo que se lleva es el tono escarlata.
«Siempre igual…». Al principio le sonreía educadamente, comentándole que no me interesaba lo que me ofrecía, que tenía una idea muy clara del tono que deseaba, pero a ella no le importaba y seguía con alguna oferta superflua.
—Me da igual, señorita. A mí solo me interesa el color carmesí —le digo tajante y severa—. ¿Me puedes sacar uno, por favor?
—¿Ha mirado en aquella estantería? —me pregunta sin mostrar cambios en su expresión, con anodina sonrisa.
Me entran ganas de contestarle alguna barbaridad. Es obvio que, si hubiera mirado y finalmente lo encontrara, no estaría aquí preguntando.
La dependienta sigue con su mirada y sonrisa vacía. Observándome. Esperando una respuesta con cara amigable. Me altera, me desconcierta. ¿Acaso necesita una contestación a tal interrogante?
Le contesto afirmativamente con la cabeza y me regaño a mí misma por seguir acudiendo a esta tienda. «Nunca más. ¡Nunca más!». Pero al final, aquí estoy reprimiendo mi carácter por conseguir una barra de labios. En el fondo me gusta, lo sé. Este deseo de violencia, esta ansia de dominación me excita y sé que esta noche volveremos a sentirnos compenetrados. Lo deseo tanto.
—Si no hay ahí, no quedan —contesta amistosamente.
—¿Por qué siempre que vengo nunca os queda? No lo entiendo —pregunto y la miro directa a los ojos—. Sabes que lo suelo comprar de forma regular. Es más, estoy cansada de expresarte mi interés en adquirir más de una unidad, pero siempre los pides con cuentagotas y me haces volver a por él, otro día.
—Bueno, es que el color carmesí dejó de ser tendencia hace varios años. Puede llevarse el tono escarlata. —Y me vuelve a enseñar tal vulgaridad—. A efectos prácticos es lo mismo.
La miro indignada.
—Da igual. Déjalo. Voy a volver a mirar en la estantería —le comento, emprendiendo la marcha.
Aquella situación me agita por dentro y tengo miedo de perder el control.
Tranquilo, me contendré hasta esta noche, solo para ti.
—Si lo desea, puedo mirar si nos queda en el almacén. —Escucho su aclaración, sin interés.
—Haz lo que quieras —susurro.
Aprovechando que la dependienta no me quita ojo, me agacho provocativamente para acceder al estante a ras de suelo.
«¿Ves estas nalgas? Ni naciendo dos veces conseguirías unas como estas, guapa», sentencio para mis adentros. Mientras, voy desordenando el expositor con inocente coqueteo, pero sin pausa.
Pasados unos minutos, la dependienta me pregunta si deseo alguna marca en particular. Tiene que pedir la barra labial al proveedor. «¡Vaya novedad!». Le vuelvo a explicar que el fabricante no es importante siempre que el tono sea el que me gusta, el único que me hace sentir mujer. El rojo carmesí.
Salgo de la tienda fogosa, impaciente por perderme entre tus brazos de nuevo.
Acabo comprando el lápiz labial en unos grandes almacenes como una mujer contemporánea más a la que poco le importa el comercio local y la precariedad laboral. Este hecho nutre el deseo de maldad que me mantiene encendida y ansiosa por estar a tu lado, y acariciar un cuerpo que sé que castigaré sin remordimientos.
Una vez en casa, como cada noche, deslizo mi barra de labios sobre el contorno de mi boca y me esfuerzo en conseguir un tono sensual. Ese que tanto te gusta, ese tono ardiente.
Antes de conocerte era una mujer común, una de esas que compraba pintalabios según el precio de la etiqueta. Unas veces color fantasía, otras, colores brillantes con reflejos de metal, pero ahora soy otra mujer. Una mujer, muy mujer. Soy dueña de mí misma. Yo decido lo que quiero y cómo. Y hoy te deseo, otra vez. Quiero seguir notando tu cuerpo, tu fuerte abrazo sobre mí. Me entrego al amor, a tu pasión brusca e intensa. Tranquilo, esta noche vuelvo a estar preparada. Observarás de nuevo mis labios carmesí antes de azotarme con tu látigo y cubrirme del placer de la agonía. Mi dulce placer de tonalidades rojizas y agónico carmesí.
I
Mis dedos resbalan distraídamente sobre la ajustada falda de cuero brillante que he elegido para nuestro encuentro prohibido, a juego con ese corpiño negro y bermellón tan intenso como el carmesí de mis labios, como el carmesí de la sangre. Esa prenda que hace que tus ojos ardan de deseo cada vez que me miras.
Mi corazón se acelera con solo pensarte. Tus robustas manos sobre mi cuello, ejerciendo la justa presión que me hace sentir más viva que nunca. Noto cómo mis venas bombean a una velocidad vertiginosa. Palpitan bajo esta piel que solo anhela tus caricias de fuego y la fusta que azota el final de mi espalda.
El reloj parece estar jugando conmigo, pues las horas no avanzan y no veo el momento de salir hacia nuestra habitación de hotel. Como la que reservamos la noche en la que todo cobró sentido. Aquella noche en la que juntos, destripamos a esa pareja que quiso invadir nuestro ritual de seducción y agónico placer. Qué tontos fueron al pensar que les dejaríamos compartirlo con nosotros, aunque sin pretenderlo fueron el comienzo de algo mucho más intenso.
Recuerdo cómo nos miraban desde el otro lado del club y cómo se entrometieron entre nuestras miradas cómplices, rompiendo la magia con verborrea estúpida y sin sentido. «Podríamos, ya sabéis, hacer intercambio de parejas. Me gusta tu chica. ¡Joder! ¡¡Qué buena estás!! Y a mi chica le gustas tú. ¿Qué os parece? ¿Lo hacemos? ¡Sería una pasada azotar ese culito mientras me arañas la espalda! Y tú, no sabes las ganas que tiene mi chica de pellizcarte esos pezones con las pinzas eléctricas...». Bla, bla, bla... No dejaban de hablar, de interrumpir, de apagar lo que llevábamos toda la noche avivando. Hasta que de pronto nuestros pensamientos se entrelazaron como nunca antes y los dos tuvimos la misma idea. «De acuerdo», dijiste muy serio. Mi cuerpo se estremeció de placer. «Vayamos a un hotel». Me agarraste del brazo, te acercaste a mi oído y susurraste: «comámonos sus corazones». Un escalofrío de satisfacción recorrió mi espalda y la más perversa de las sonrisas se dibujó en mi rostro, había encontrado a mi alma gemela. Eras tú, por fin lo confirmaba.
Recuerdo frases interminables de palabras estúpidas, manoseos torpes que asesinaban mi libido, a esa puta mordiendo tu oreja... Y tus ojos, que fueron lo único que me hizo aguantar hasta llegar al habitáculo donde todo cambió.
Tu látigo chasqueó sobre la piel de aquel miserable y una ráfaga de intenso carmesí salpicó mi boca, fue entonces cuando un torbellino de emociones se apoderó de nosotros y un éxtasis rojizo lo cubrió todo. Asestaste latigazos a diestro y siniestro. Rasgando tela y carne. Consiguiendo que aquella ridícula pareja perdiera el sentido entre agónicos sollozos. Fue todo tan repentino que no pudieron ni gritar. Tu maestría con la poderosa cuerda de cuero me maravilló tanto como la primera vez que la usaste sobre mi espalda, y mi excitación llegó a límites insospechados cuando pusiste el cuchillo en mi mano y juntos lo hundimos en el pecho de aquel desecho humano. Tus dedos pintaron mis labios con la sangre del condenado y entonces descubrí a través de tus ojos, que aquel y solo aquel, sería para siempre el color que mi boca llevaría como atuendo. El color de la agonía, el rojizo color de la muerte.
Embelesada por los dulces recuerdos, he perdido la noción del tiempo, el claxon de tu moto me devuelve a la realidad y ahora sí, es el momento de salir a tu encuentro. De dar comienzo a una nueva cacería... De sangre humana.
II
Desnuda desde la cama veo cómo te duchas y limpias el exceso carmesí de tu piel. Mi corazón todavía es presa de la excitación y me cuesta bastante más que a ti salir de aquel éxtasis de placer en el que nos hemos sumergido una noche más. No me canso de mirarte, de observar cada uno de tus fuertes músculos y recordar lo duro y severo que eres con los incautos que se atreven a retozar con nosotros. Esta noche ha sido mágica. Una orgía de agonía rica en tonalidades rojizas. Matices que ahora, y tras un ejercicio de reflexión, me han llevado a descubrir otro nivel de placer.
No puedo más que agradecer tu generosidad y tu muestra de afecto durante el acto. «Toma, cariño, presiónale el cuello con tu rodilla. Déjalo sin aire y bésame». Qué viva me siento a tu lado. Mis otros amantes no han sabido hacerme sentir ni la mitad de querida de lo que tú lo haces.
Hoy ha sido mágico, y quiero que lo sepas. Cuando me has dejado en la puerta del hotel y me has soltado ese enigmático «espera aquí, tengo una sorpresa», pensaba que repetiríamos lo mismo de ayer, pero al verte llegar con ese grupo de turistas ebrios, he comprendido que esta noche iba a ser diferente. Siempre enseñándome a ser mejor amante, a descubrir mi completa sexualidad carmesí.
Antes de entrar te he besado violentamente. «Tranquila, cariño. Reserva tu fuerza. Tenemos muchas horas de diversión», me has dicho al oído. Me he alejado de ti unos centímetros y he observado a los inocentes turistas que empezaban a tocar mis senos con la mirada perdida. Tres jóvenes fornidos y dos muchachas de larga cabellera y delgadas piernas. Uno de los chicos ha querido besarme en el cuello. Lo he empujado de forma lasciva contra la puerta y poniendo mi mano sobre su abultada entrepierna le he susurrado. «Oh, no querido. Hoy quiero experimentar», y tras soltarle, notando cómo se aceleraba su riego sanguíneo, me he abalanzado sobre la joven de pelo castaño.
La mujer me ha aceptado presionando sus pechos contra los míos. Juntas, nos hemos entregado al juego. Mientras, tú nos has dirigido al interior de la habitación donde hemos dado rienda suelta a nuestras perversiones más primitivas.
Todavía no se me van de la cabeza tus palabras: «Hazle sentir por qué es mujer» y me has ofrecido aquel bate de béisbol con tachuelas oxidadas. Ahora siento vergüenza. «¿Qué cara debo haber puesto?». Pues me lo has dado tras asestarle un severo golpe en la sien. «Tranquila, no está muerta. Podrá sentir todo lo que quieras hacerle».
En mi interior no cabía más excitación, así que la que no he podido retener internamente, la he manifestado sobre aquella joven que, bañada en sangre, me ofrecía su exuberante cuerpo.
El sonido del teléfono de la habitación interrumpe mis pensamientos y me obliga a tranquilizarme y a bloquear mis instintos. No quiero contestar, quiero volver a entregarme a ti como lo he hecho sobre los cuerpos sin vida de los turistas. Me deslizo sobre la cama recién teñida del mismo color que mis labios para alcanzar el auricular. Lo cojo.
—¿Qué haces? —me dices por detrás—. No contestes, seguramente quieran llamarnos la atención por el escándalo que hemos montado.
Pareces enojado, distinto.
—Tranquilo, no diré nada —te digo, mientras tapo el auricular con una mano y cuelgo—. Nos volveremos a escapar por las escaleras de incendios.
Intento calmarte mostrándote mi cuerpo, provocativamente.
El oscuro carmesí todavía me viste. Tú me coges, tan violento como siempre. No me extraña, pero a diferencia de otras veces optas por abrazarme con fuerza. Me abrazas sin deseo y eso me preocupa.
—¿Crees que soy un monstruo? —preguntas, sin más.
—¿Por qué lo dices? ¿Qué te hace pensar eso?
—¡Mírate, mira esta habitación! —Me apartas con renovada violencia.
—¿Qué te pasa? ¿Acaso no era este el placer que queríamos desde el principio? No lo entiendo. —Intento comprender lo que pasa por tu mente, el motivo de tu tormento. Pero te cierras a mí, no quieres abrirme tu alma.
Intento acercarme de nuevo, tranquilizarte entre mis brazos.
—Hay algo que no sabes... —comentas mirando por la ventana, con los ojos fijos en aquella prostituta que horas antes nos había ofrecido sus servicios.
—Sabes que puedes contarme lo que quieras. Te amo —susurro detrás de ti.
—¡Cállate! ¡No tienes ni idea! ¿Realmente estás enamorada de mí? ¡Mientes! —me acusas—. Tú estás enamorada de la situación. Enamorada del placer, del éxtasis agónico del carmesí.
—¡¿Tú qué sabrás cuáles son mis sentimientos?! ¿Acaso crees que no es verdad? —respondo molesta, desnuda y sucia.
—¡No me hables de sentimientos! —replicas.
Tu mirada fría como el hielo hiere mi fogoso corazón.
Te miro, sin contestar.
—Estaba cansado de disfrutar de esto en soledad noche tras noche. No buscaba nada más allá de la atracción física. Una mujer que se entregara a mis perversiones. Una compañera temporal, porque sabía que a los pocos días y tras subir el nivel de depravación me abandonaría presa del horror —te explicas al fin—. Y ahora, te veo y descubro en ti una auténtica fiera. Una fémina completa, una perfecta diosa carmesí.
—¿Qué problema hay? —pregunto confundida.
—Ahora ellos querrán saber de ti —comentas, volviendo tu mirada hacia la calle—. ¿Me convierte eso en un monstruo?
La sangre se ha secado sobre mi piel y pese a estar completamente cubierta con tonalidades cálidas, siento frío. «¿Quiénes son ellos? ¿Qué está pasando? ¿Dónde quedan nuestros sentimientos? ¿Realmente has jugado conmigo o en el fondo tú también sientes algo por mí?».
Y allí me quedo, inmóvil, sobre los cuerpos sin alma teñidos de rojo, esperando alguna aclaración más.
III
—Cariño, ¿qué está pasando?
Tu mirada vuelve a perderse a través de la ventana, entre los pechos de la prostituta que mientras fuma un pitillo, le dice algo a un joven que pasa cerca y la ignora por completo.
Pensativo, sigues hablando.
—¿Sabes?, no creí que pudiese encontrar a alguien como yo. Con un corazón, una mente y un cuerpo hechos para esto. Preparados para tales actos, para tal entrega… —Por un momento, tus ojos se encuentran con los míos. La ternura que reflejan me tranquiliza, sé que sentimos lo mismo. Desvías de nuevo la mirada, esta vez hacia un trozo de carne que parece un dedo—. Eso me preocupa porque sé que jamás volveré a cruzarme con alguien como tú. Alguien que me haga sentir completo.
Te quedas en silencio, con la mirada perdida.
Una lágrima resbala por mi mejilla creando un pequeño surco entre la sangre seca.
—Y ¿por qué te preocupa? —me atrevo a preguntar insegura.
—¿¿Por qué?? ¿No lo entiendes? ¡¡Eres única!! —De repente, montas en cólera. Asestas un puñetazo contra la pared que tienes cerca y la habitación retumba. Tu fuerza me fascina—. Tienes mucho potencial y estoy seguro de que les interesarás para el siguiente nivel. Si los conoces… Podría perderte…
«¿De qué hablas? ¿Qué es el siguiente nivel? ¿Quiénes narices son ellos?». Las preguntas se agolpan en mi mente y pugnan por salir todas a la vez.
—¿Quién…? ¿De qué...? ¿Por qué...? ¿Cómo...? —Quedo sin aliento y necesito sentarme. Más calmada vuelvo a preguntar—: ¿De qué diablos estás hablando?
Consigo centrarme en una sola cuestión, te miro atenta y seria. Tú, que te has vuelto para mirarme en el momento de mi desordenada retahíla de preguntas sin sentido, te acercas y te sientas a mi lado. Me coges la mano con delicadeza y me sorprende la dulzura de tus actos, pero no me desagrada. Me miras los dedos mientras los acaricias.
—¿Por dónde empiezo…? Ahora ya no tiene sentido ocultarlo, sabes demasiado, ya no puedo mantenerte al margen… No debí dejarte llegar tan lejos…
Entrelazas nuestras manos y aprietas con fuerza.
—Puto cobarde… —dices para ti—. He sido un egoísta al no poder contenerme. Al hablarte de ellos, de esto, al no poder apartarte de mí… Pero, por primera vez en mi vida tengo miedo... No quiero perderte…
Correspondo, mientras hablas, a tu juego de manos y te sostengo fuerte, intentando transmitirte seguridad.
—No me vas a perder. Nadie, ¿me oyes?, nadie nos va a separar. Mataré a quien lo intente.
—¿Incluso a ti misma? —me preguntas, mirándome a los ojos.
Tu pregunta me sorprende.
—¿Qué te hace pensar que me alejaría de ti? ¿No te das cuenta de que significamos lo mismo el uno para el otro? —Te sujeto la barbilla, toco esa barba de tres días que tanto me gusta y te doy un beso con amor. Me correspondes, pero te separas enseguida.
—No conoces a esa gente, dominan el arte de la persuasión y la amenaza… Y el siguiente nivel es tan suculento, que pocas pueden rechazarlo… —Un gruñido escapa de tu garganta—. Si yo fuese mujer, haría mucho que estaría en el siguiente nivel… El último, el más importante…
—¿Solo las mujeres tienen acceso al nivel más alto? Pero… ¿Qué clase de organización es esa? —Cada vez tengo más preguntas y solo tengo claro que me quieres tanto como yo a ti. Te sostengo la mirada—. ¿No lo entiendes? Por muy apetecible que sea, no hay nada que me interese más que tú, que nosotros, que esto que tenemos, esto que creamos cada noche…
Tus ojos siguen clavados en los míos, incrédulos.
No dices nada e intento tranquilizarte con mis palabras.
—Amor… Nuestro ritual es solo nuestro, no podría hacerlo con nadie más, tú despiertas mis instintos más primarios. Sin ti, la sangre no tiene sentido. Sin ti, el color carmesí pierde su valor. Sin ti, mi placer solo es agonía… ¿No te has dado cuenta todavía? Tú eres el elixir que me transforma en lo que soy, en mi verdadero yo. Sin ti, solo soy lo que fui hasta que apareciste en mi vida, un sucedáneo de mí misma. No quiero volver a ser esa mujer… —Tus ojos recuperan ese brillo que me vuelve loca de deseo. Ahora sé que me crees—. Sin ti, no soy apta para el nivel supremo, eso seguro… Pero… ¿Vas a explicarme de una vez quiénes son y a qué perteneces?
Suspiras profundamente, pero estás tranquilo. Tu mirada se pierde en el espejo lleno de restos del cerebro de uno de los chavales de anoche. Los pegotitos hacen extraños dibujos al reflejar la luz.
—Supongo que todo comenzó con aquella carta anónima que recibí en mi casa horas antes de salir hacia el trabajo. En un principio la ignoré, la dejé sobre el recibidor de la entrada pensando que sería publicidad, pero cuando volví a casa y revisé el correo me di cuenta de que no era así. La carta iba dirigida a mí. En el membrete aparecía escrito: El círculo de Ozark. En ella me comentaban que se ponían en contacto conmigo porque les parecía muy interesante y querían que formara parte de su equipo. Por los datos que reflejaban en los documentos se notaba que me conocían perfectamente. Tenían mi currículo actualizado, mis aficiones e incluso hasta mi novela preferida de El marqués de Sade. ¿Qué clase de empresa era esa? ¿Cómo podían saber qué libros reposaban en mi estantería de favoritos? Al principio me asusté, lo reconozco, pero después pensé que sería una broma de algún amigo con mucho tiempo libre. Como la carta incluía un teléfono al que llamar en caso de que estuviese interesado, llamé. Lo hice pensando que me contestaría algún conocido y la broma terminaría. —Mientras recuerdas los inicios en esta aventura del placer, vuelves a mirar por la ventana apesadumbrado—. Llamé y un contestador inició su reproducción: «Hola, Miguel Rosselló nos complace que haya decidido ponerse en contacto con nosotros. Le esperamos mañana a las 12:00 en la quinta planta del hotel Luxury Resort. Atentamente “El círculo de Ozark”».
—Entonces… ¿Los conociste? ¿Sabes quiénes son? —pregunto impaciente.
—No. Cuando llegué al hotel me atendió una mujer china que no hablaba español y me entregó un sobre. En él me explicaban que habían alquilado todas las habitaciones y salas del hotel. Que era un proyecto secreto. Que no podía enterarse nadie y que por eso el personal del hotel no había acudido a trabajar aquel día. Eran muy cautelosos y preferían evitar posibles filtraciones de información.
—¿Y no te dio mala espina todo aquello? ¡Parece de locos! —comento sin maldad.
—No tuve tiempo de reaccionar. La china me empujaba por todo el hall, hacia el interior del ascensor. «Olganización espela». No paraba de repetir, y una vez dentro del ascensor pulsó el botón y me despidió con una amplia sonrisa. —Ahora te muestras inquieto. Empiezas a moverte por el dormitorio, esquivando los cuerpos destrozados todavía presentes en la habitación—. Al salir de allí apareció ante mí una inmensa sala decorada con sutileza y minimalismo. Una mesa, una silla, un cactus y un monitor con el logotipo de la organización. No me dio tiempo a estudiar con la mirada el resto de la estancia. El monitor inició su reproducción y una voz en off empezó su discurso. La recuerdo como si fuese ayer: «Hola, nos complace verle por aquí, señor Rosselló. Se estará preguntando por qué tanto misterio, por qué nos empeñamos en ocultarnos y, lo más importante, quiénes somos. Tendrá sus respuestas a su debido tiempo, pero antes permítanos que le digamos por qué nos gusta, por qué le hemos elegido para formar parte de nuestra organización».
Detienes tu narración y me miras asustado. Intento comprender qué es lo que te atormenta para tratar de consolarte. Te abrazo, pero tú estás demasiado nervioso como para permanecer inmóvil pegado a mí.
—¡Ellos sabían mi adicción al sadomasoquismo! ¡A mis orgías sexuales! —continúas tu relato—. Ellos lo sabían todo. Incluso los portales eróticos que solía visitar desde mi ordenador. Mis visitas al sexshop. ¡¡Hasta la marca de condones que me gusta, joder!! ¿Cómo me iba a negar a lo que me ofrecían? ¡¡Me conocían muy bien!! Querían que formara parte de su círculo selecto. Que trabajara para ellos. Me ofrecían un placer que solo unos pocos elegidos podían alcanzar y querían que yo fuese uno de ellos.
—Y, claro está, todo eso tenía un precio. Una letra pequeña —me atrevo a interrumpir tu discurso.
—No, te equivocas. El trabajo que me ofrecían estaba hecho exclusivamente para mí. Todo perfectamente creado para obtener un éxtasis sin igual. El placer total, el placer sexual en el dolor llevado hasta el final. En definitiva, un homicidio sadomasoquista. No había ninguna cláusula más allá de guardar aquel secreto. Ellos se ocupaban de todo lo relacionado con la desaparición de los cuerpos. Me explicaron cómo debía hacerlo, que no debía preocuparme de nada si seguía sus instrucciones. Recuerdo que me excité. En un principio no me podía creer lo que me ofrecían, poder llevar a cabo mi deseo más perverso y prohibido.
—Te comprendo, yo experimenté lo mismo cuando te conocí —te comento, en un intento de captar tu mirada.
—¡Joder! ¿No lo entiendes? ¡El único requisito era que no se lo contase a nadie! —exclamas—. Ellos me proporcionaban todo el dinero que quisiera y un listado con toda la información de las personas a la que podía elegir para el juego erótico perverso. Después, simplemente tenía que convencerlas, tarea que resultaba muy fácil debido a todos los datos que poseía de ellas. ¡Era perfecto! Pero entonces te conocí... y me enamoré.
—Ahora no irás a decirme que yo era una de esas personas en la lista y que por eso te acercaste a mí, ¿no? —pregunto confundida. Tanta información empieza a cansarme. Nuestra fiesta nocturna ha sido muy larga y tu historia parece no tener final.
—No digas eso ni en broma. Me acerqué a ti porque cada día que pasaba por delante de la cafetería y te veía allí sentada me ponías a cien. Tu forma de moverte, tus ojos, tu voz al hablar por teléfono. Me anulabas la mente, solo podía pensar en ti. Y cuando te conocí, resultaste ser tan fogosa, tan ardiente, que te introduje en este loco frenesí de placer sin darme cuenta.
—No te atormentes por eso. Yo quise participar en ello porque así lo deseaba —te contesto tajante.
—Lo sé, soy consciente de ello, como también soy consecuente de que ellos nos estaban observando. —Me miras a los ojos y con esa mirada me transmites lo mucho que me amas—. Me daba igual que nos vieran, incluso me excitaba que lo hicieran. Cuando fui consciente de lo que había hecho, pensé en matarte durante uno de nuestros juegos carnales. Pero ya era demasiado tarde, mi corazón te pertenecía. Te amaba demasiado y ahora ellos lo saben, te conocen y te desean. Por eso, me siento como un monstruo… No debí dejarte llegar tan lejos. Después de esta noche, ellos querrán que entres directamente a formar parte de la élite y vete a saber qué castigos nos aguardan.
—Estoy un poco asustada, lo reconozco, pero… —Dejo de hablar un segundo para mirarte a los ojos—. Si entrar al círculo significa estar más cerca de ti, no me importa.
Te aparto un mechón de la frente y te acaricio la mejilla.
—Ese es el problema, preciosa. Si pasas a ser élite te harán ir por libre.
Niego con la cabeza mientras una sonrisa se dibuja en mi rostro.
—Te equivocas. Si yo les interesase en soledad, ¿no crees que ya se habrían puesto en contacto conmigo? Como te he dicho antes, realmente soy yo cuando estoy contigo. —Tus ojos reflejan un destello de esperanza. De nuevo, hemos pensado lo mismo—. Sí, cariño, creo que podemos formar un gran equipo y si tanto les voy a interesar, tendrán que aceptarlo.
Te acercas a mi cara y lames el surco que la lágrima ha dejado en la sangre seca hasta llegar al ojo. Lo besas.
—Definitivamente eres perfecta. ¿De verdad aceptarás entrar a formar parte de esto conmigo?
—Siempre que sea contigo y solo contigo…
Te precipitas sobre mí y me empujas sobre la cama, me miras fijamente a los ojos y sin previo aviso me posees violentamente con una fuerza que todavía no conocía en ti. La excitación nos invade y damos rienda suelta a nuestro desenfrenado deseo.
Nos hemos quedado dormidos, pero el zumbido de tu móvil nos despierta.
—¿Qué hora es, amor? —te pregunto adormilada.
—Las cinco menos cuarto… —me dices, mientras deslizas tu dedo sobre el teléfono—. Habrá que ir pensando en dejar esta habitación.
Asiento con la cabeza y me acerco a ti sentada en el borde de la cama. Me apoyo sobre tu espalda mientras te rodeo con mis brazos
—Llévame donde quieras…