El ecologismo de los pobres

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El ecologismo de los pobres
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EL ECOLOGISMO DE LOS POBRES

Joan Martínez Alier

EL ECOLOGISMO

DE LOS POBRES

CONFLICTOS AMBIENTALES

Y LENGUAJES DE VALORACIÓN


Este libro ha sido impreso en papel 100% Amigo de los bosques, proveniente de bosques sostenibles y con un proceso de producción de TCF (Total Chlorine Free), para colaborar en una gestión de los bosques respetuosa con el medio ambiente y económicamente sostenible.

Diseño de la cubierta: Adriana Fábregas

Fotografía de la cubierta: equipo Icaria

Nota de esta edición:

Título original: The Environmentalism of the Poor. A Study of Ecological Conflicts and Valuation (Edward Elgar, Cheltenham, U. K., 2002).

Edición ampliada en Lima: Espiritrompa Ediciones en 2010.

© Joan Martínez Alier, 2004, 2011, 2021.

De la introducción:

© Pierre Charbonier

De la presentación:

© Mario Palacios Pánez, 2010

De esta edición:

© Icaria editorial, s.a.

Bailén, 5 - 5 planta

08003 Barcelona

www.icariaeditorial.com

Primera Edición : marzo 2002

Segunda edición: noviembre 2006

Tercera edición: marzo 2009

Cuarta edición aumentada en el Perú : marzo 2010

Quinta edición ampliada: noviembre 2011

Sexta edición nuevamente ampliada: enero 2021

ISBN Ebook: 978-84-18826-07-8

Depósito legal: B. 36.236-2011

Impreso en Impreso en ULZAMA (Navarra)

Índice

Introducción POR UNA FILOSOFÍA POLÍTICA DE LAS DESIGUALDADES ECOLÓGICAS. LEER EL ECOLOGISMO DE LOS POBRES HOY Pierre Charbonnier

Naturaleza y crítica

La economía de la naturaleza

Hábitat, subsistencia, mercado

Dos problemas diplomáticos

Bibliografía

PRESENTACIÓN Mario Palacios Panéz

PREFACIO

I. CORRIENTES DEL ECOLOGISMO

El culto de la vida silvestre

El evangelio de la ecoeficiencia

La justicia ambiental y el ecologismo de los pobres

II. ECONOMÍA ECOLÓGICA: «Tener en cuenta a la naturaleza»

Los orígenes y el ámbito de la Economía Ecológica

No hay producción sin distribución

Disputas sobre sistemas de valoración

La cascada sin precio de Ludwig von Mises y la contabilidad in natura de Otto Neurath

La complejidad emergente y la ciencia posnormal

III. INDICES DE (IN)SUSTENTABILIDAD Y NEOMALTHUSIANISMO

La apropiación humana de la producción primaria neta

El ecoespacio y la huella ecológica

El coste energético de conseguir energía

El uso de materiales

¿Se desmaterializa el consumo?

El tiempo, el espacio y la tasa de descuento

Capacidad de carga

El neomalthusianismo feminista

IV. ECOLOGÍA POLÍTICA: EL ESTUDIO DE LOS CONFLICTOS ECOLÓGICOS DISTRIBUTIVOS

El ecologismo avant-la-lettre: la minería de cobre en Japón

Cien años de contaminación en Perú

Río Tinto y otras historias

Bougainville y Papúa Occidental

Milagros de descontaminación y la construcción social de la naturaleza

Los orígenes y el ámbito de la Ecología Política

Los derechos de propiedad y la gestión de recursos

V. LA DEFENSA DE LOS MANGLARES CONTRA LAS CAMARONERAS

Una tragedia de cerramientos (enclosures)

Ecuador, Honduras y Colombia

El cultivo de camarón en el sur y sureste de Asia

Manglares amenazados en África oriental

El enredo de las tortugas y el llamamiento a los consumidores a boicotear el camarón cultivado

El análisis de coste y beneficio contra el pluralismo de valores

VI. EL ECOLOGISMO DE LOS POBRES: ORO, PETRÓLEO, BOSQUES, RÍOS, BIOPIRATERÍA

La minería del oro

Petróleo en el delta del Níger y el nacimiento de Oilwatch

Petróleo en Guatemala

El caso contra UNOCAL y TOTAL por el gasoducto Yadana

Las plantaciones no son bosques

Stone Container en Costa Rica

San Ignacio

El movimiento Chipko en India y los seringueiros en Brasil

La defensa de los ríos contra el desarrollo

«Nuestros ríos son la vida»

El agua subterránea en India

La biopiratería internacional versus el valor del conocimiento local

InBio-Merck

Shaman Pharmaceuticals

Los derechos de los agricultores y el econarodnismo

¿Quién tiene el poder de simplificar la complejidad?

VII. LOS INDICADORES DE INSUSTENTABLIDAD URBANA COMO INDICADORES DE CONFLICTO SOCIAL

¿El siglo del automóvil?

Suburbios y periferias

Las opiniones de Lewis Mumford

Ruskin en Venecia

La escala y las huellas

Energía y evolución

Luchas contra la contaminación en la India y la hipótesis de Brimble­combe

 

VIII. LA JUSTICIA AMBIENTAL EN ESTADOS UNIDOS Y SUDÁFRICA

Luchando contra el racismo ambiental

Un país sin campesinado

En Sudáfrica, ¿el culto de la vida silvestre o el ecologismo de los pobres?

Una posible alianza

Una historia gemela

El Convenio de Basilea

Los riesgos inciertos y los pasivos ambientales: el superfund

La ofensiva contra la ATCA

Yucca Mountain

IX. EL ESTADO Y OTROS ACTORES

La gobernabilidad y la política ambiental

Los movimientos ambientales y el estado

El medio ambiente y los derechos humanos

La resistencia como camino hacia la sustentabilidad

Alternativas al desarrollo

Género y medio ambiente

X. LA DEUDA ECOLÓGICA

El intercambio ecológicamente desigual

Pasivos ambientales

Memorias del guano y del quebracho

Lo que dijo la CEPAL

Cuantificando la deuda ecológica

La deuda de carbono: contracción, convergencia y compensación

¿Absorbiendo carbono?

La condicionalidad ecológica: una ceguera selectiva

Los ecoimpuestos y el conflicto Norte-Sur

El comercio justo

Río Grande del Sur: el corto sueño de una zona libre de transgénicos

El prófugo director de Union Carbide

XI. LAS RELACIONES ENTRE LA ECOLOGÍA POLÍTICA Y LA ECONOMÍA ECOLÓGICA

Intereses materiales y valores sagrados

Dos estilos de Ecología Política

Poniendo nombre a los conflictos ecológicos distributivos

Conflictos locales y redes globales

La justicia ambiental, una fuerza para la sosteniblidad

Conflictos entre sistemas de valores

Valores desde abajo

El poder de imponer el procedimiento de decisión

XII. Epílogo a la tercera edición

Introducción

La Economía Ecológica

Los tres pisos de la economía

El decrecimiento económico del 2009 y las emisiones de dióxido de carbono

La economía del petróleo

Las causas de la crisis del 2008-2009

El metabolismo social

El fin del boom de las materias primas

El PIB de los pobres

Malthusianismo y decrecimiento

Pluralismo de valores

¿Un Keynes verde o el decrecimiento sostenible?

El ecologismo popular del siglo XXI

El comercio ecologicamente desigual

Los pasivos ambientales de las empresas

La exportación de residuos tóxicos

Riesgos e incertidumbres: la ciencia post-normal

Los reclamos de las deudas ecológicas

XIII. El ecologismo de los pobres, veinte años después: INDIA, MEXICO Y PERU

No se había acabado la historia

El ecologismo no es un movimiento de las clases medias de los países del Norte

¿La pobreza es causa de la degradación ambiental?

La ideología del progreso hizo olvidar la Naturaleza y el trabajo doméstico

El ecologismo popular o eco-socialismo

Las luchas anti-capitalistas son, aun sin saberlo, luchas ecologistas

Un nuevo ecologismo socialista o neo-narodnista

Ecología y marxismo

No hubo aún integración entre el marxismo y el ecologismo

Ciencia, religión y sociedad

En ecología los expertos dialogan con los aficionados

El “ecologismo de los pobres” en la India

Voces en Perú: Tambogrande, Huancabamba, Islay

El referéndum ambiental local

En México

En el 2009

Un caso más: el Zapotillo

Otros casos mexicanos

En conclusión

Epílogo UNA EXPERIENCIA DE CARTOGRAFÍA COLABORATIVA EL ATLAS DE JUSTICIA AMBIENTAL Joan Martínez Alier

¿Existe un movimiento global de justicia ambiental?

¿Por qué hay un movimiento por la justicia ambiental?

BIBLIOGRAFÍA

Introducción

POR UNA FILOSOFÍA POLÍTICA DE LAS DESIGUALDADES ECOLÓGICAS.

LEER EL ECOLOGISMO DE LOS POBRES HOY1 Pierre Charbonnier2

Naturaleza y crítica

La idea de que motivos ecológicos puedan justificar una crítica de las estructuras sociales y económicas asociadas al desarrollo industrial capitalista y de los paradigmas sociológicos vigentes sea, tal vez hoy en día, de lo más banal que uno pueda imaginar. Sin embargo, también es cierto que aún falta encontrar la forma madura de esta crítica, como lo demuestran su estado actual y sus dificultades para imponerse. Esta situación se debe, en primer lugar, a la peculiar historia del movimiento ecologista. En efecto, todavía era una curiosidad marginal en la inmediata posguerra, en Europa y más aún en el resto del mundo, principalmente porque no se lo situaba de manera clara en el arco político de la época, que distribuía las posiciones según un eje orientado por la adhesión o el rechazo del libre mercado. Ahora bien, este mismo movimiento parece haberse vuelto en muy poco tiempo, unas cuantas décadas, tan ordinario como inofensivo. La toma de conciencia de los riesgos y daños al medioambiente se ha incorporado a dispositivos normativos y legales de baja magnitud, implementados por lo general para proteger el orden mercantil en vez de limitar su expansión, dejando de lado las grandes opciones industriales y energéticas. La crítica ecológica fue paralelamente arrastrada por la erosión de la movilización popular, para formularse a menudo como un conjunto de principios abstractos y universales sobre la humanidad y la naturaleza, sin efecto real sobre las dinámicas históricas en juego. La politización tardía y rápida de las problemáticas ambientales corresponde, por lo tanto, a su degradación en una forma pobre de indignación moral, que se mantiene alejada del proyecto, por demás legítimo y urgente, de refundación ecológica de la modernidad.

Así y todo, la historia de las ideas y de las movilizaciones políticas da cuenta de un esfuerzo mayor por darle un significado radicalmente social a la crisis ecológica. Que estos esfuerzos tampoco hayan dado frutos, como lo veremos, no significa que carezcan de interés, pero nos deben llevar a entender en detalle la operación crítica entonces en juego, a sacar de su carácter de evidencia banal la idea misma de que desigualdades, injusticias, desgracias y fenómenos socialmente patológicos puedan ser pensados en su relación con el uso humano de los medios naturales. Este trabajo atañe, desde luego, a la filosofía, en la medida en que esta disciplina trabaja las categorías de análisis que produjeron las ciencias sociales, particularmente la sociología, la antropología y la historia. En efecto, los pensamientos críticos contemporáneos están estrechamente relacionados con el establecimiento, por parte de las ciencias sociales, de metodologías llamadas «constructivistas». Estas se basan en la ambición de ubicar la contingencia histórica y social de representaciones, de esquemas prácticos, que generalmente se consideran como evidentes o, incluso, como anclados en el orden natural de las cosas. Una de estas representaciones, la idea de «naturaleza» fue un caso particularmente interesante, porque es uno de los conceptos centrales alrededor de los cuales se había establecido la idea misma de una estabilidad fundamental de los fenómenos, ya sean humanos o no. Durante el siglo xx, criticar, a menudo significó «desnaturalizar», restablecer las convenciones y su fragilidad detrás de la aparente necesidad de ciertas ataduras. Como ya lo señalaron muchos pensadores, la equiparación de la crítica a la deconstrucción no deja de plantear problemas cuando se intenta pensar los fenómenos históricos y sociales en referencia a la «naturaleza» o, por lo menos —ya que este término es delicado—, a un conjunto de fenómenos que debemos considerar desde el punto de vista de sus propias regularidades, de su formación física no enteramente determinada por el orden humano. Desnaturalizar no necesariamente debe significar «desmaterializar», dar la espalda a la inserción de los asuntos humanos, con su formación simbólica, en intercambios ecológicos que son parcialmente exógenos a los mismos.

 

Parte del problema yace en que la metodología constructivista de las ciencias sociales, guiada por la encuesta, a menudo se convirtió en una doctrina filosófica, un imperativo conceptual burdo e insensible a las variaciones exigidas por los objetos considerados. Solidificado en una doctrina, el constructivismo parece, entonces, el producto de una ambición bastante antigua y típica de las sociedades modernas, que consiste en pensar el orden de los asuntos humanos como totalmente autónomo, constituido por sus propios medios y según reglas independientes. La sociedad se da su ley, y todo lo que infringe esta dinámica histórica idealmente bajo control debe ser revocado como representante de una autoridad ilegítima, como la invocación de una trascendencia engorrosa e innecesaria. Pero esta oposición entre naturaleza y libertad, o autonomía, es en gran parte mítica: los ideales políticos modernos que exigen un control del destino histórico colectivo fueron muy a menudo relacionados con la consideración de los factores materiales que pesan sobre el ejercicio efectivo de la libertad, particularmente la ciencia y la tecnología. Fue especialmente el caso en la tradición socialista y marxista. Dicho de otra forma, tal vez no tengamos por qué elegir de manera exclusiva y dogmática entre, por un lado, un pensamiento crítico y deconstructivo y, por otro, el conservadurismo de las autoridades naturales.

El trabajo de Joan Martínez Alier en El ecologismo de los pobres forma parte de esta relativización de la exigencia constructivista, lo que le da su valor no solo político, sino también conceptual.3 Podemos entender el propósito general de este libro, y otros escritos provenientes de la misma inspiración teórica, como una voluntad de explorar una posibilidad conceptual diametralmente opuesta a la de los constructivismos, y que consiste no en acentuar la vertiente iconoclasta y desnaturalizante de los modernos, sino más bien en ocupar el potencial crítico de la rematerialización de algo que previamente se había pensado en términos abstractos: las relaciones económicas y políticas. En efecto, respecto de las relaciones económicas y ecológicas entre el Norte desarrollado y el Sur extractivista, que son el objeto principal del libro, hay razones para creer que la vía de la rematerialización era más acertada que la de la deconstrucción. Esta es la razón por la que El ecologismo de los pobres no es solo la aplicación dogmática de los principios de la economía ecológica al problema de la desigualdad global, sino que produce un efecto original y desestabilizador en el campo más amplio del pensamiento ecológico contemporáneo. Logra organizar la relación entre el conocimiento objetivo ideal de los ciclos físicos y biológicos que componen nuestro medioambiente de vida, por un lado, y la aparición de un nuevo sujeto crítico social e históricamente definido, por el otro: aquel formado por los campesinos y los grupos indígenas amenazados por su exposición a la economía global. Este es, de hecho, el programa que se da Martínez Alier: configurar un dispositivo teórico que sea capaz de tener en cuenta tanto la realidad material de la economía de la naturaleza como la especificidad de las situaciones de desigualdad en el acceso a los recursos, a la exposición al riesgo, a la disponibilidad de un espacio seguro y familiar.4 Dicho de otra forma, este libro plantea la pregunta de las relaciones entre naturaleza y crítica, pero de una manera que elimina de entrada las dos opciones teóricas las más intuitivas para nosotros: la solución conservadora —el restablecimiento de un orden natural completo contra el artificio moderno—; y la solución constructivista —la crítica de la idea de la naturaleza y la actitud de desconfianza hacia las autoridades consideradas como legítimas para hablar en su nombre.

Martínez Alier propone relacionar nuestra libertad con el uso de los recursos naturales que requiere —al interrogar el costo ecológico de la libertad de los modernos—, pero también considerar, desde un punto de vista crítico, cuál era aquella naturaleza de la que los modernos vivieron tanto tiempo: un recurso fundamentalmente disponible, que irrigó el pensamiento político tanto como alimentó a los hombres. Al mismo tiempo, contribuye, sin quizás lograrlo plenamente, a una concepción de la libertad para la cual las relaciones colectivas con la naturaleza no implican rechazo, sino una dimensión de la acción colectiva para integrar; no un límite, sino un catalizador de esta libertad. El ecologismo de los pobres configurará por mucho tiempo el campo de la ecología política, como lo demuestra su posteridad y la importancia actual de los problemas de justicia ambiental. Pero más fundamentalmente, este texto propone a las ciencias sociales y políticas en general, una serie de desafíos teóricos y empíricos derivados del estatus de la crítica y del significado que debe tener hoy el concepto de sociedad. Sobre estas cuestiones volveremos en las próximas páginas.

La economía de la naturaleza

Este libro tiene que ser leído como la principal expresión de un movimiento intelectual y político, que se expresó por primera vez en Río de Janeiro en 1992, durante la primera Cumbre de la Tierra. Este movimiento transformó profundamente el pensamiento ecológico de primera generación, principalmente euro-estadounidense, que le otorga mucha importancia o a la idea de naturaleza salvaje, o a la gestión de los riesgos tecnológicos. En efecto, a partir de la década de 1990, se afianzó una crítica proveniente de las antiguas periferias coloniales del imperio económico y ecológico que ejerció Europa sobre el mundo, y cuyas principales lecciones están siendo adoptadas a su vez por el viejo centro intelectual y político.5 Así, el libro documenta varios años de luchas ecológicas, durante las cuales los campesinos y las comunidades indígenas del Sur manifestaron su posición de sujeto crítico global, y vincula estas luchas con un paradigma teórico previamente establecido: la economía ecológica.6 A finales del siglo xx, los efectos combinados de la carrera por los recursos energéticos y las materias primas —extraídas principalmente en las antiguas periferias coloniales—, de las políticas de ajuste estructural preconizadas por las instituciones supranacionales para las naciones más frágiles y de las consecuencias ambientales del crecimiento económico global —aunque desigual— provocaron la multiplicación de los frentes de resistencia contra el modo de desarrollo hegemónico en el mundo. Esta combinación de factores llevó a hacer de las relaciones Norte-Sur el principal ángulo bajo el cual analizar el problema de la explotación de los recursos naturales y del papel que las distintas sociedades involucradas debían tomar en este proceso. Las dimensiones jurídicas, comerciales y ecológicas tendían, entonces, a confundirse, y se empezaba a entender que la pregunta tradicional por las relaciones de clase en la división internacional del trabajo es inseparable de los fenómenos materiales relacionados con la orientación extractiva de las economías del Sur.

Pero para hacer visibles esas asimetrías económicas y ecológicas estructurales, era necesario desarrollar instrumentos de análisis en desfase con las herramientas tradicionales de la ciencia económica y la sociología. Podemos proporcionar un panorama evocador de estas herramientas sin necesariamente retomar los que Martínez Alier produce y utiliza, pero tratando de ubicar la concepción del valor que allí se construye. Gracias al meticuloso trabajo de algunos biólogos aliados con economistas, se volvió posible, por ejemplo, dar una aproximación de la proporción que se apropia el hombre de la biomasa producida anualmente en la Tierra mediante la captación de energía solar a través de las plantas. Cultivada y consumida, o simplemente anulada por la esterilización de la tierra (asfaltadas, desbrozadas), se estima en un 25% la proporción de materia viva producida cada año —sin contar los océanos— e incorporada en el circuito económico, o sacrificada para aquel.7 Este ratio se duplicó durante el siglo pasado y fue llevado a un total obviamente inaudito, a pesar del incremento de la eficiencia, ya que en el mismo lapso la población mundial se cuadruplicó. Desde el mismo concepto de apropiación humana de producción natural neta,8 se estima que el consumo anual (para 1997) de combustibles fósiles es equivalente a 400 años de producción de biomasa: los combustibles fósiles, al ser materia orgánica descompuesta y concentrada, corresponden a la producción natural antigua almacenada en los estratos geológicos inferiores y consumida a una velocidad que se encuentra, como se muestra, fuera de proporción en relación con el ritmo de su acumulación.9 Nuestro régimen de desarrollo se mide, por lo tanto, también en escala de tiempo y de espacio, puesto que es dependiente de las superficie biológicamente productivas sedimentadas debajo de nuestro suelo, y se reduce a una carrera entre el ritmo de formación de un capital carbono fijado en el suelo y su disipación en la atmósfera. Otro ejemplo permite resaltar otra dimensión de la economía de la naturaleza. Un grupo de economistas reunidos en torno a Robert Costanza, uno de los principales actores de la economía ecológica, estimó en treinta y tres billones de dólares el valor total de los «servicios ecosistémicos» de la Tierra. Esto significa que se le puede atribuir un precio al conjunto de los servicios proporcionados por el medioambiente a los seres humanos (hábitat, recursos, seguridad, regulación atmosférica y climática, formación de suelos, polinización), es decir, a todo lo que la propia naturaleza hace y sin lo cual no se puede llevar a cabo la actividad humana y económica.10 Este cálculo provocó una reacción crítica por parte de los ecologistas de primera generación, ya que fue asimilado a una reducción de la naturaleza a un capital —la expresión natural capital se utiliza a veces en inglés—, es decir, algo cuyo valor puede ser expresado sin resto bajo una forma monetaria. Para estos últimos, la estimación del valor de los servicios de los ecosistemas implica necesariamente implementar medidas de indemnización financiera, que les permitirá a los grandes jugadores industriales contaminar, con la condición de que paguen luego por los daños cometidos. Esta convertibilidad ideal de la naturaleza en capital, sin embargo, no es el efecto buscado por el concepto de servicio ecosistémico. Para Costanza y para Martínez Alier, quien defiende con matices este tipo de iniciativas, se trata sobre todo de dar una idea —por cierto incompleta— de lo que podría costarnos la destrucción o la erosión de estos procesos biofísicos. En otras palabras, el cifrado sirve para volver conmensurables procesos biológicos y otros considerados como económicos, atenuando la frontera entre estos dos mundos e invitando a recomponer este tipo de categorías y las divisiones que se ordenan a partir de ellas.11

El punto en común de todos estos cálculos es establecer equivalencias entre procesos biofísicos básicos —que se encuentran tradicionalmente fuera de la esfera de la racionalidad económica fundada, desde la revolución neoclásica, en el equilibrio de la balanza comercial— y la economía. El significado de este último término se ve transformado por aquella operación, ya que ahora designa la relación sustancial entre las sociedades y su entorno, que podemos distinguir de los análisis formales de la ciencia económica moderna. Se considera como el fundador de este enfoque al economista Nicholas Georgescu-Roegen, quien, en la década de 1960, ha demostrado que el crecimiento económico necesariamente debe estar limitado por las restricciones físicas, es decir la entropía, y que estas limitaciones no habían sido registradas por el análisis económico estándar:12 el proceso productivo desgasta el orden físico, nunca es perfectamente cíclico —porque el nivel de la energía se pierde bajo la forma de calor y de residuos— y se topa, por lo tanto, con obstáculos, con umbrales que la economía considera como exógenos, pero que una bioeconomía puede incluir en sus cálculos y sus prospectivas. Esta deconstrucción del mito del crecimiento indefinido inició la formación de una escuela económica disidente, llamada economía ecológica, o bioeconomía. Es importante señalar que en esta perspectiva, no se trata solo de agotamiento de los recursos, de erosión de la biodiversidad o de catástrofes sanitarias: es la idea misma de una regulación de la subsistencia por el mercado, es decir, por un ajuste autónomo de las necesidades por el mecanismo de los precios, que invisibiliza la inserción de la acción económica en la naturaleza, y con esta, de lo social en el mundo material. Se culpa, entonces, directamente a la economía moderna —ya sea liberal o keynesiana— por la incapacidad de las sociedades industriales de gobernarse a sí mismas como fuerzas materiales tomadas en un intercambio recíproco con las condiciones físicas y biológicas. Entre los resultados —indirectos— de este estilo de pensamiento, el informe del Club de Roma de 1972, «Los límites al crecimiento», fue el más famoso, ya que fue el primero en presentar en el espacio público la problemática del crecimiento limitado,13 con todas las dificultades ideológicas que esto plantea, si se le otorga una resonancia neomalthusiana a este llamado.

Desde un punto de vista de historia de las ideas políticas, hay que completar la visión que los pensadores de la economía ecológica dan de su propio trabajo, que se limita a una crítica de la ciencia económica dominante. En efecto, esta tradición intelectual también pertenece a lo que podríamos llamar una corriente tecnocrática: no en el sentido en que se suele entender este término —mal distinguido de la burocracia, o incluso del aparato estatal en general—, sino en el sentido históricamente constituido de un movimiento de crítica del capitalismo basado en la observación de una incapacidad de los indicadores de precios y de mercado, para guiar una política industrial que pretendiera hacer un uso efectivo razonado y sostenible de los recursos naturales y del trabajo.14 Este movimiento tiene sus orígenes en el sociólogo estadounidense Thorstein Veblen, y se remonta probablemente a la obra del filósofo francés del siglo xix, Saint-Simon. La corriente tecnocrática ocupa una posición única en la historia de las oposiciones al liberalismo económico, porque no reivindica al marxismo —o lo hace muy marginalmente— y, sobre todo, porque el trabajador no le es central, en contraste con el ingeniero, quien aparece como el operador social de la crítica, en cuanto experto de la tecnoestructura industrial.15 La lucha de clases, tal como la pensó el marxismo, se ve así suplantada en esta corriente intelectual, por una oposición entre las elites técnicas y elites financieras, que se apropiaron indebidamente del control del desarrollo económico y lo desviaron de su trayectoria inicial para promover la maximización de ganancias a costa del uso informado de los recursos, de las máquinas y del trabajo para el bien de todos. El movimiento tecnocrático se tiñó a veces de elitismo y conservadurismo, como ocurrió con el fundador de la organización estadounidense que llevaba su nombre, Howard Scott, en la década de 1930, y sobre todo no dio nunca lugar a una reapropiación popular —por el simple hecho de que él mismo no consideraba a las masas como una fuerza central—.16 Ahí yace el carácter tan interesante como problemático del legado tecnocrático de la economía ecológica. No cabe duda de que la crítica del mercado, de los indicadores monetarios y la voluntad de desarrollar un análisis decididamente material de los intercambios económicos encuentran su origen en el pensamiento tecnocrático. Sin embargo, la obra de Martínez Alier demuestra que este legado encontró un resultado totalmente inesperado en la idea de que los mejores garantes de este materialismo no marxista no son los ingenieros estadounidenses o ingleses, sino los campesinos sudamericanos, africanos y asiáticos. Este problema volverá a surgir más adelante en nuestro razonamiento, pero ya podemos señalar este punto central: el aparato conceptual que prepara la crítica social proviene de un espacio epistemológico (la tradición tecnocrática) y político, aparentemente desfasado en relación al objetivo declarado (crítica de la división global del trabajo y de sus estructuras ecológicas), y de ello se infiere que el desafío principal del libro consistirá en volver homogéneas y coherentes la crítica ecológica de la racionalidad económica y la crítica social de las políticas extractivas en el Sur. Esto es tanto más sorprendente sabiendo que una de las críticas que se le suelen hacer a la corriente tecnocrática es la de parecer alimentar una concepción neomalthusiana de lo social, es decir, una concepción basada en la escasez objetiva de recursos en relación con la población, en la optimización de la relación con las riquezas como instrumento central del gobierno de la sociedad. Pero esto implica olvidar que el argumento malthusiano, al principio, se centraba en la distribución social de las responsabilidades, en cuanto a la escasez, y por lo tanto en la relación entre la natalidad y la redistribución del ingreso, más que en la escasez objetiva. Ahora bien, para Martínez Alier, los pobres, o sea los «de más» en este paradigma, son precisamente los que poseen la solución de la ecuación entre abundancia, calidad ambiental y equilibrio social. Toma un camino teórico que no es ni marxista ni malthusiano, sino que atañe a un materialismo absolutamente singular e irreductible a estos dos polos que solemos oponer.