Czytaj książkę: «Monsil»
Primera edición en MINIMALIA, octubre de 2007
Director de la colección: Alejandro Zenker
Cuidado editorial: Elizabeth González
Coordinadora de producción: Beatriz Hernández
Coordinadora de edición digital: Beatriz Hernández
Formación digital: Rosa Virginia Cruz
Viñeta de portada: Mauricio Morán
Esta obra se publica con el apoyo del Instituto de Traducción de Literatura Coreana (klti).
Sister Mongsil
Copyright©1984, Kwon Jeong-saeng
Publicado originalmente en Corea por Changbi Publishers, Inc.
Derechos reservados para la edición en español por:
© 2007, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V. Calle 2, número 21, San Pedro de los Pinos. México, D.F. Teléfonos y fax (conmutador): +52 (55) 5515-1657
Correo electrónico: solar@solareditores.com
Página electrónica: www.solareditores.com
ISBN:978-607-7640-94-3
Índice
Prefacio
Inicio
1. La madre abandona al padre
2. Coja
3. Separada de su madre
4. La madrastra, la señora Bukchon
5. El anciano del Valle Rocoso de las Urracas
6. La vida
7. La tristeza de la madrastra
8. La hermana Nan-nam
9. Un raro soldado comunista
10. Buenas y malas personas
11. Dos madres en un mismo sueño
12. Visita al Valle de los Avellanos
13. Nan-nam y Young-sun
14. Una nueva separación materna
15. Un bebé negro
16. Regresa el padre
17. Monsil mendiga
18. Young-deuk, Young-sun
19. Todos son mis hermanos
20. En busca del hospital de beneficencia
21. La muerte del padre
22. Todos se fueron
23. El empinado camino del cerro
24. Monsil, una historia inconclusa
Prefacio
Una breve semblanza de la historia de Monsil
A veces veo que los niños mayores hacen pelear a los menores en las callejuelas o patios de recreo. Detrás de los pequeños, los grandes los malquistan y los azuzan hasta lograr que se peleen.
Resultan más odiosos quienes provocan las peleas que quienes se golpean. Llamamos “ladrones” a las personas que roban cosas o dinero y hablamos mal de ellas.
Los niños se burlan de Monsil, la protagonista, porque cojea a causa de una herida en la pierna. Monsil nunca buscó lastimarse ni quedar coja, pero sufre al ver que es objeto de la burla de los demás.
De la misma manera, las personas que se apropian de lo ajeno no lo hacen por el gusto de ser ladrones, sino porque atraviesan por una situación difícil o por alguna otra causa de fuerza mayor. Al igual que los niños mayores que hacen pelear a los pequeños, alguien los indujo a robar.
El resto de las personas ignora tales causas y por eso afirman que los ladrones son malos y los castigan.
Monsil, la protagonista de esta historia, dice las cosas de manera un tanto diferente de lo que entendemos como bueno o malo. No maldice y sí perdona a su madre que ha abandonado a su padre para casarse con otro hombre. De igual manera, reprocha los comentarios malsanos de quienes se escandalizan de la madre que tira a la basura a su bebé negro.
Monsil piensa que hay una gran causa detrás de una pequeña desgracia.
Aunque Monsil no ha recibido ninguna educación escolar, llega a entender lo verdadero y lo falso al aprender de los vecinos adultos. Aunque ésta es una pequeña historia, espero que a todos nos resulte ejemplar.
Monsil es una obra que escribí con dificultad. Espero que lo que hasta aquí les he contado despierte su interés y lo lean hasta el final.
Kwon Jeong-saeng
Abril de 1984
Inicio
Después de la derrota militar de Japón, obtuvimos al fin la independencia. Se inició entonces un periodo de olvido que buscó alejar la tristeza que dejaron los 36 años de vida colonial y, por algún tiempo, vivimos en un mundo de euforia y lleno de emoción.
Los que vivían en el extranjero, como en Manchuria y Japón, retornaban en fila hacia el solar natal, pero el seno de la patria que los esperaba era demasiado pobre y frío. Regresaban con las manos vacías, no tenían medios para sobrevivir en la nación recién liberada —que sólo lo era de palabra— y pobre. La expresión “compatriota recién llegado” se usaba sólo en los periódicos o en la radio, porque generalmente se les decía “pordioseros de Japón o de Manchuria”.
Monsil era una de esas pordioseras. Era la mayor de sus hermanos, pero en aquel momento era aún muy pequeña para llamarla “hermana mayor”. Su familia vivía en una habitación que le prestaba un agricultor en el pueblo de su padre, cerca de Salgang.*
Su padre, el señor Chung, no podía conseguir empleo ni siquiera por un día y frecuentemente salía en busca de trabajo. Cuando él no estaba, su madre, originaria de la ciudad de Milyang, pedía limosna acompañada de Monsil y su hijo menor Chong-ho para dar de comer a su familia.
En aquella época murió Chong-ho de una enfermedad desconocida.
Grupos de jóvenes de varios pueblos pregonaban las primicias de un mundo nuevo. Decían que había llegado la hora de construir una nueva nación sin pobreza y de crear las condiciones para lograr una mejor manera de vivir.
El día en que este grupo de jóvenes gritó vivas y agitó banderas rojas en el patio de recreo de la escuela primaria del pueblo y en la estación del tren, el lugar parecía una colmena. Los policías los reprimieron a punta de pistola.
La confusión no cesaba y reinaba por doquier. Era un momento fatídico para la pobre Monsil que le presagiaba un destino difícil y triste. Era la primavera de 1947, justamente un año y medio después de la liberación.
1. La madre abandona al padre
—Monsil, vámonos —la señora Milyang la apremió cerrando con llave la puerta de la habitación.
—¿A dónde, mamá?
—¿Para qué quieres saber a dónde?
—Si nos vamos ahora, ¿ya no regresaremos?
—…
La señora Milyang no dijo nada. Monsil quería saber, porque le parecía que ya no regresarían. La señora Milyang dejaba atrás aquella puerta de ramas llevando de la mano a Monsil, que tenía miedo.
La familia del dueño había salido y no había nadie en casa. La señora Milyang tenía prisa por salir, como si estuviera huyendo.
—¿No vas a despedirte de la dueña de la casa?
—¡Cállate y vámonos!
Monsil se dio cuenta de que su madre, la señora Milyang, huía de verdad.
La flor de neng-i1 florecía en esos días. La callejuela estaba iluminada y calurosa. Caminando por la fuerza, arrastrada por su madre hasta el árbol de dátil, enfrente del pozo, Monsil de repente soltó la mano de su mamá.
—Hija, ¿a dónde vas?
—Voy por mis juguetes.
Monsil fue por los juguetes que casi olvidaba. Los había coleccionado con su amiga Hi-suk, que vivía en la casa de enfrente. Eran unos pedazos rotos de porcelana, tapones de botellas, pelotas de plástico con agujeros, un par de calabazos secos y otros objetos sucios que guardaban debajo del muro del patio trasero. Monsil puso todo en su falda y regresó corriendo al lado de su madre.
—¡Apúrate! ¿Para qué traes esos pedazos rotos de porcelana?
—¡Esto es mi vida!
Monsil apretaba fuertemente su falda con los juguetes. Tomada de la mano de su madre caminó con paso corto y ligero.
Caminando diez li2 por un camino zigzagueante, llegaron al pueblo, que tenía un mercado y una estación de ferrocarril. Allí abordaron el tren.
Monsil se acordó de su padre en aquel momento.
—Mamá, ¿qué pasará con mi papá?
—No preguntes, ahora vamos a buscar a papá.
—¿A papá?
—Ya te dije que sí.
La señora estaba enojada y contestó en voz baja, preocupada de que la escucharan las personas en el tren. No había asientos y Monsil iba de pie, sostenida de la falda de su madre.
Bajaron después de cinco o seis pueblos, en una estación que veía por primera vez. Era un lugar pequeño e insignificante comparado con la estación de su pueblo.
Monsil, su madre y una anciana desconocida fueron las únicas que bajaron ahí.
Cuando llegaron a la sala de espera, un hombre alto las aguardaba de pie. Su cara era morena y parecía muy fuerte.
La señora lo saludó bajando la cabeza. Al parecer la señora Milyang ya lo conocía. A Monsil, sin saber por qué, no le gustó ese hombre.
—Monsil.
—¿Sí?
La señora Milyang titubeó por un momento, y acariciando su mano amablemente le dijo:
—A partir de ahora, llámale papá.
— …
— Salúdalo.
— …
Monsil estaba aturdida. Quería llorar a gritos, pero no podía porque estaba en un lugar desconocido y tenía miedo del hombre y también de su madre. Sin embargo, no obedeció la petición que le hacía.
Se acordó de su padre que hacía un mes había salido de casa para ganar dinero. Su padre, de calzones remendados a la altura de la cadera, era muy amable. Aunque peleaba mucho con su madre, el verdadero padre de Monsil era un hombre sencillo y humilde.
La señora se sentía apenada porque Monsil estaba desconcertada. Salieron de la sala de espera siguiendo al desconocido.
Iban por un camino nuevo y pedregoso, y luego continuaron por otro sendero estrecho. Caminaron durante largo tiempo por un campo de arrozales y verduras con veredas sinuosas. Siguieron por un valle cercano a un arroyo y luego atravesaron una montaña muy alta. Era muy difícil para Monsil, que jadeaba. Los juguetes fueron desapareciendo, cayendo uno por uno sin que se diera cuenta.
Se sentaron los tres en la cumbre del cerro. Monsil quiso llorar en varias ocasiones. Quería saber a dónde la conducían todos esos caminos y resentía la conducta de su madre que huía con un desconocido.
Le dolían las piernas y tenía hambre. Miró hacia el pie de la montaña. Hacía tiempo que las azaleas habían dejado de florecer.
—Mamá, tengo hambre —dijo Monsil con lágrimas en los ojos.
La señora Milyang se acercó y la abrazó con pena.
—Aguantemos un poco más. Jamás volverás a tener hambre.
—¿A dónde vamos?
—A la casa de tu nuevo padre.
—¿Qué hacemos con mi padre que se fue para ganar dinero?
—Ese padre ya no regresará.
—¿Por qué?
—Se fue por allí, muy lejos.
— …
Monsil calló. ¿El padre que salió de la casa peleando hace un mes ya no era el padre de Monsil? ¿De verdad ya no regresaría? Su padre le había dicho claramente, abrazándola y acariciándole la espalda con sus manos toscas y delgadas:
—Hija, me tengo que ir a un lugar lejano, pero regresaré con mucho dinero. Entonces compraremos mucho arroz, y ropa bonita para ti, ¿sí?
—Papá, vuelve pronto y con mucho dinero. Con mucho dinero.
Esa mañana el padre comió dos platos de sopa hecha con hierbas del monte y salió de casa atando firmemente, con una cuerda de paja, sus zapatos de goma rotos. Partía repitiendo que regresaría con mucho dinero.
La madre decía que su padre ya no regresaría y que, por ese motivo, se iban a vivir con el padrastro. Monsil pensaba que lo que le decía era falso.
El padre que no comía por falta de arroz, salió de casa peleando con su madre y prometiendo regresar algún día.
En la cumbre del cerro Monsil le dijo a la señora Milyang:
—Mamá, regresemos.
—No.
—¿Qué hacemos si regresa papá?
—No regresará.
La señora Milyang se levantó tomando la mano de Monsil.
—Vámonos ya —dijo dirigiéndose al padrastro.
—Sí, vámonos.
Monsil se levantó tomada de la mano de la señora Milyang sin tener alternativa. Salieron del valle cruzando la cumbre y entraron a un campo más grande. Al atardecer llegaron a un pueblo pequeño; como el que habían dejado atrás, éste también tenía árboles de caqui3 y dátiles.
Monsil estaba muy cansada. Al llegar a la casa del padrastro, entró a una habitación y cayó rendida.
Cuando despertó, a la mañana siguiente, se sorprendió porque se encontraba en una habitación desconocida.
—¿Ya despertaste?
En vez de su madre, en la habitación estaba una anciana desconocida. Su rostro tenía una verruga arriba del ojo derecho, como las ventosas de los tentáculos del calamar, y muchas arrugas.
Monsil, mirando la habitación, empezó a sollozar.
—No llores. Pronto vendrá tu mamá.
Le pareció que la anciana tenía buen corazón. Tomando la mano de Monsil, le secó las lágrimas con la manga de su vestido. Luego dijo en voz alta:
—Hija, ¿estás afuera?
Se oyó el ruido de alguien que venía corriendo. Se abrió la puerta y entró la señora Milyang.
—¡Monsil!
—¡Mamá!
Monsil lloró de alegría en el seno de la señora Milyang.
—Ya está bien. Deja de llorar y comamos. ¿Tienes hambre? Te dormiste sin cenar.
Monsil, al tomar la mano y mirar la cara de la señora Milyang dos y tres veces, se tranquilizó al asegurarse de que en verdad se trataba de su madre.
La señora Milyang entró con la comida. Sorprendentemente era arroz blanco con un guiso de pescado. Monsil no podía comer bien. Tal vez por miedo, intranquilidad o vergüenza de estar en una casa desconocida.
Comió un poco y dejó la cuchara, la señora Milyang parpadeó. Era una señal de que podía comer mucho. Monsil meneó la cabeza. Su madre salió muy triste del cuarto con la comida. Cuando Monsil intentó salir con ella, la anciana la detuvo.
—Siéntate aquí.
Monsil se medio sentó frente a la anciana.
—¿Cuántos años tienes?
Monsil vaciló un rato y respondió:
—Siete años.
—Aunque sólo tienes siete años, eres muy alta y hablas muy bien.
— …
— Desde ahora vas a vivir conmigo. Soy tu abuela, ¿entiendes?
Monsil dijo que sí meneando la cabeza.
—Ahora vete a jugar.
Monsil salió. Era una casa con un patio muy grande, pero se veía solitaria.
—Hija, te lavaré la cara.
La señora Milyang la llevó al pozo. Tomó agua con una jícara y la puso en el onbegi.4 Monsil se lavó la cara y la señora Milyang la secó con su delantal.
Monsil miró a su alrededor y preguntó en voz baja:
—Mamá, ¿de veras no regresaremos con papá?
La señora Milyang se enojó.
—¡Te he dicho que tu papá se fue por allí, muy lejos, y no va a regresar! Él ya no es tu padre, el nuevo es tu verdadero padre, ¿entiendes?
A Monsil se le hizo un nudo en la garganta y bajó la cabeza.
Por esa razón, desde aquel momento, Monsil tendría dos padres. Tenía que abandonar a su verdadero y humilde padre y considerar al otro hombre, con más dinero, como el verdadero. Además tendría abuela y viviría en una casa grande y no en una prestada.
El apellido de su padrastro era Kim. Las personas lo llamaban “superintendente”. Su esposa había muerto y él vivía solo. Por eso se casó con la madre de Monsil.
Este pueblo montañoso se llamaba Detgol. En el valle, junto a las montañas, había muchos árboles de boriduk,5 que eran muy hermosos en las noches de luna.
—¿Cómo te llamas? —preguntaron a Monsil las señoras de Detgol.
—Me llamo Monsil Chung.
—¿Monsil Chung? —las señoras movieron sus cabezas con una sonrisa burlona.
Ese día, llamándola aparte, la señora Milyang le advirtió más tarde a Monsil:
—Cuando alguien te pregunte tu nombre, a partir de ahora tienes que responder que eres Monsil Kim.
—¿Por qué, mamá?
—Te he dicho que tu padre Chung ya no es tu padre.
—¿Ahora mi apellido es Kim?
—Sí, Kim.
Monsil dejó de usar el apellido Chung y empezó a utilizar el apellido Kim.
—Monsil Kim.
Era muy raro y nada familiar.
Con el tiempo, Monsil se acostumbró al pueblo de Detgol y fue olvidando la casa que había dejado. Olvidó al señor Chung, aunque insistía en que él era su verdadero padre; desapareció de su memoria la palabra pobreza, los aciagos momentos en que no había comida y sólo tomaba una sopa de hierbas.
Después de un año, Monsil era feliz.
Se había convertido en la hija del superintendente Kim de Detgol. La abuela, la casa grande de piso de madera, los árboles de caqui y dátil también eran de Monsil.
Cuando llegó el mes de mayo, después de un año, la señora Milyang tuvo un bebé muy bonito. Era un niño.
Cuando Monsil vio al bebé, vinieron a su mente recuerdos del pasado y evocó la memoria de su otro hermano, su verdadero hermano, hijo también del padre Chung, y que sufrió mucho y murió siendo niño.
El recién nacido hizo recordar a Monsil vagamente a su hermano y su muerte y, sin saber porqué, se sintió muy sola. Sintió lo mismo que cuando llegó a la casa del superintendente Kim hace un año.
11 Hierba primaveral de flores blancas. Los coreanos usan su raíz y hojas para hacer sopa; su nombre científico es Capsella brusapastoris.
22 Un li equivale a 400 metros.
33 Caqui o pérsimo.
44 Vasija hecha de barro cocido sin esmalte.
55 Árbol típico de Corea.
2. Coja
Al bebé lo llamaron Young-deuk, porque así lo quiso el superintendente Kim. En casa todos lo mimaban. La abuela regañaba especialmente a la señora Milyang cuando el bebé lloraba, aunque fuera por poco tiempo.
Por mimar a Young-deuk, Monsil fue olvidada en un rincón. No sólo estaba olvidada en el rincón, sino que era la hija latosa de la casa del superintendente Kim.
La habladora abuela ordenaba muchas tareas a Monsil:
—Lava los pañales del bebé.
—Lava los platos.
—Trapea el piso.
—Barre la habitación.
Monsil no podía decir que no, ya tenía ocho años. Tenía que realizar todos los quehaceres, aunque estuviera comiendo.
—Monsil, tráeme agua —ordenó la abuela. Monsil dejó rápidamente la cuchara con la que estaba comiendo e intentó levantarse.
—Sigue comiendo, yo voy —la hizo sentar la señora Milyang que intentó levantarse.
—Tú tienes que cuidar a Young-deuk. Ve tú, Monsil —dijo una vez más la abuela.
La señora Milyang, que estaba por levantarse, se sentó, y Monsil obedeció. Regresó con el agua en un tazón y se sentó nuevamente para terminar de comer.
—¿Por qué tardas tanto tiempo? Termina rápido de comer y levanta la mesa.
Monsil usaba la cuchara rápidamente para terminar pronto. Al tocar el fondo del tazón hacía un poco de ruido con la cuchara.
—¿Por qué comes tan ruidosamente? Niña inquieta.
Monsil movió la cuchara con cuidado.
Monsil levantó la mesa mirando de reojo a la abuela. Ella la apremiaba todo el día.
La voz del padrastro, el superintendente Kim, se volvió tosca. Poco a poco empezó a sentir miedo y cansancio. Cuando jugaba un poco, el superintendente la regañaba.
—¿Comes, juegas y no haces nada más?
A Monsil le daba miedo comer al lado de la abuela y del señor Kim. Comía en un rincón de la cocina, como si estuviera robando la comida.
El señor Kim y la señora Milyang se pelearon. Era el día de plaza en el pueblo que tenía mercado y que estaba del otro lado de la cumbre. El señor Kim regresó del mercado un poco tarde y borracho.
Esa noche Monsil dormía en la habitación de la abuela, cuando un grito la despertó. El señor Kim y la señoa Milyang peleaban en la otra habitación.
—¡En ese momento me dijiste que cuidarías a Monsil como si fuera tu hija! —decía la señora Milyang al señor Kim.
Monsil, asustada, aguzó extremadamente el oído.
—¿Piensas que la trato mal? ¿Por qué estás descontenta?, le doy comida, ropa y le ofrezco dónde dormir —respondió el señor Kim gritando, como si no supiera de qué le hablaba.
—Eres muy malo. Ella apenas tiene ocho años y le ordenas que haga esto y lo otro sin descansar en todo el día.
—No lo hago porque la odie. Todos estamos ocupados.
—Aunque estemos ocupados, es demasiado.
—Bien. Si no te gusta, váyanse de esta casa.
La señora Milyang no aguantó más y comenzó a llorar. Se escuchaban los golpes que le propinaba el señor Kim.
Monsil, sollozando, se cubrió con las cobijas. Quería llorar en voz alta, pero sólo sollozaba por el temor que le despertaba la abuela.
Así empezaron los pleitos que, poco a poco, se hicieron más frecuentes.
Al terminar la cosecha de otoño de aquel año, el invierno llegó con un fuerte viento.
Cuando Monsil regresó con el onbegi en la cabeza, después de lavar los pañales de Young-deuk en el arroyo, se encontró muy asustada y pálida a la señora Milyang. Cuando vio a Monsil, la tomó de la mano y la llevó al patio trasero de la casa de Chung-sik, que estaba en la esquina. La señora Milyang la jalaba de la mano y, sin saber por qué, Monsil dejó en el suelo el onbegi y se escondieron.
—¿Mamá, por qué tenemos que escondernos aquí?
—Por nada. No te muevas.
Monsil aguantaba la respiración y temblaba de frío, sujetándose de la falda de la señora Milyang. Pasó una, dos horas. Tenía frío en los pies y daba pequeños brincos. La señora Milyang abrazaba a Monsil y le daba palmaditas en los hombros.
—¿Todavía no podemos salir?
—No, aguanta un poco más.
En aquel momento se oyó la voz de un hombre enojado que caminaba por la callejuela con pasos toscos.
—Hoy me marcho de aquí, pero después regresaré para castigar a los amantes. Les voy a hacer juri.1
A Monsil le pareció que la sangre se le subía a la cabeza. Era la voz familiar de un hombre que había escuchado antes. ¡Ah! Era la misma voz del que peleaba con su madre. Era la voz de su padre, el señor Chung, que había escuchado miles de veces.
Monsil miró a la señora Milyang. Su inteligencia natural le permitió reconocer la voz de su padre, a pesar de no haberlo visto durante año y medio.
—Mamá —intentó decir Monsil, pero ella le tapó la boca con la mano.
—No te muevas. Silencio, silencio.
Por fin desapareció la voz del señor Chung y dejaron de sentirse sus pasos. Monsil no quería dejar de escuchar la voz, aunque tenía miedo. Soltó la mano de su madre y dijo: “Papá, papá…”
La madre de Monsil, con todo su cuerpo, quiso callarla.
—Monsil, no hagas esto. No… —pedía en voz muy baja, como una plegaria.
Monsil aguantaba dolorosamente.
Después de unas horas, la señora Milyang permitió salir a Monsil del patio trasero de Chung-sik con el onbegi de ropa. Salió hasta el camino grande y miró hacia lo lejos el camino de la cumbre. No había nadie. Sólo hacía un viento fuerte y no se veía ni la sombra de su padre Chung.
—¿Monsil, qué miras? Regresemos a casa deprisa.
Monsil la siguió sin fuerzas. Al llegar a casa, su padrastro Kim, que cargaba a Young-deuk en la espalda, estaba enojado. La señora Milyang todavía con la cara muy pálida se le acercó para recibir en los brazos a Young-deuk.
—Young-deuk, ven, te daré el pecho.
Inesperadamente, el señor Kim no le entregó a Young-deuk, la evitó como si escondiera al niño y la enfrentó.
—Ya no te necesitamos. Vete con tu esposo y con Monsil.
La señora Milyang se sorprendió.
—Mi vida, ¿por qué dices eso? Young-deuk tiene hambre, dámelo para amamantarlo.
—No te preocupes por Young-deuk y vete de esta casa.
Pelearon durante mucho tiempo. La señora Milyang pedía que le dieran a su bebé y el señor Kim insistía en que no. Finalmente, Young-deuk, que seguía en la espalda del señor Kim, empezó a llorar.
El señor Kim dio un puñetazo a la señora Milyang y ella se cubrió la cara con las manos. Monsil, que estaba a su lado, lloraba agarrada a la falda de su madre.
—Mamá, regresemos con papá.
Las palabras de Monsil aumentaron el enojo del señor Kim y las empujó contra la puerta. Por el fuerte empujón, cayeron golpeándose con la puerta de dos hojas, que se abrió estrepitosamente, y se pegaron contra el bongdang,2 para luego rodar por el patio.
Monsil cayó con las piernas levantadas, y aún se encontraba en esta posición cuando el cuerpo de la señora Milyang le cayó encima.
—¡Ayyyyy!
Monsil pegó un grito agudo y lastimero.
La señora Milyang se levantó rápidamente y ayudó a Monsil, que no podía levantarse. La rodilla de la pierna izquierda estaba volteada y rota.
Monsil gritó una vez más y quedó en silencio. La verdad es que se había desmayado.
La señora Milyang la abrazó y la arrastró hasta la cocina. Le dio agua, la sacudió, y tocaba su pierna cuidadosamente. Esperaba que Monsil despertara, pues la abuela que estaba en el cuarto de al lado y el señor Kim en el cuarto principal, no les hacían caso y habían cerrado las puertas.
Oscurecía. La señora Milyang no podía preparar la cena, ni la comida de la vaca en el establo. En la oscuridad de la cocina temblaba abrazando a Monsil sin importarle el frío.
—Monsil, Monsil…
La señora Milyang le acariciaba las mejillas y le tocaba el pecho, esperando impacientemente que Monsil despertara.
El cuarto estaba silencioso. No se escuchaba el lloriqueo de Young-deuk, que tal vez se había quedado dormido en la espalda del señor Kim.
La noche avanzaba.
De repente, de la boca de Monsil salió un débil gemido. El gemido creció y por fin Monsil abrió los ojos.
—Mamá —dijo, pero luego gritó—: ¡Ayyy, ayyy!
—Monsil, ¿qué pasó? ¿Dónde te duele? —preguntó la señora Milyang dándole palmaditas en el cuerpo.
—La pierna… la pierna…
La señora Milyang tocaba la pierna izquierda de Monsil, percatándose de que estaba hinchada, aunque no veía nada.
—Monsil, aguanta. Si haces ruido, tu papá te va a regañar.
Monsil aguantaba el dolor con mucho esfuerzo, tragándose sus lágrimas. El dolor era insoportable y sollozaba quedamente, arrimándose al pecho de su madre.
Así pasaron la noche en blanco Monsil y su mamá, sentadas en el suelo de la cocina.
Cuando amaneció, la señora Milyang abrió vacilante la puerta del cuarto principal con Monsil en brazos. El señor Kim dormía y a su lado estaba Young-deuk. La señora Milyang, sin hacer ruido, la acostó a un lado.
Con el ruido, el señor Kim despertó. Levantó un poco la cara para ver qué sucedía, pero no dijo nada. Se levantó lentamente y salió abriendo la puerta. Poco después se oyó que encendía el fuego en el bracero. Pareció que preparaba la comida para la vaca.
La señora Milyang por fin se tranquilizó. Sabía que el enojo del señor Kim más o menos había pasado. Dejó a Monsil acostada en el piso y abrazó suavemente a Young-deuk, que dormía tranquilamente. Young-deuk agitó los brazos e hizo una mueca. Ella le dio el pecho lleno de leche; el bebé empezó a mamar.
La señora Milyang preparó el desayuno, preparó la mesita como antes y desayunó con la abuela. Ésta comía como si nada hubiera ocurrido. El señor Kim no dijo nada en especial. Parecía que no les importaba la pierna herida de Monsil. De verdad, era como si nada hubiera ocurrido.
Mientras desayunaban, Monsil se tragaba sus lágrimas en la esquina del cuarto. La abuela no se preocupaba por ella y tampoco el señor Kim la miraba, y esto la hizo sentirse aún más triste. Monsil se moría de dolor. Quería llorar a gritos, pero no podía. Esperaba que alguien la consolara, pero nadie lo hacía. La señora Milyang tenía miedo y miraba de reojo al señor Kim y a la abuela.
Monsil pensaba que era mejor morir.
Cuando quitó la mesita del desayuno, la señora Milyang le trajo arroz con caldo.
—Monsil, toma aunque sea un poco.
—No quiero.
Monsil no quería comer nada.
La señora Milyang preparó un medicamento que le recomendaron los vecinos. Se hacía con harina y zumo de chija.3 Lo aplicó en la rodilla de Monsil y la enrolló con una tela.
Monsil tuvo que estar en cama durante un mes. Después de ese tiempo pudo levantarse maravillosamente bien, pero la pierna de Monsil no estaba como antes, estaba tiesa y deforme.
Monsil estaba coja. La pierna izquierda era una media cuarta más corta que la derecha.
Estaba feliz por el solo hecho de poder caminar, a pesar de cojear y pasar los días muy ocupada lavando platos, ropa y haciendo mandados.
11 Castigo que consiste en poner dos palos entre las piernas y luego jalarlos hacia los lados.
22 Peldaño a la entrada de la casa.
33 Árbol que crece en la parte sur de Corea, cuyo fruto amarillo se utiliza como medicina y material de tintura.