Czytaj książkę: «La Nueva Era de la Humanidad»
© Plutón Ediciones X, s. l., 2020
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I.S.B.N: 978-84-18211-26-3
Para mis más entrañables
amigos y compañeros
de la Facultad de Sociología
de la Universidad de Barcelona,
2000-2010,
Marc, Joan, Cristian,
Eva, Antonia, Montsita,
Yuri, Lorena, Panxo,
Germán, Francisca, Vicens,
Pau, Simone, Javier,
y por lo menos cien más.
Prólogo:
Tiempos de crisis
En primer lugar agradecer la oportunidad de leer antes que nadie estos textos de Jay Tatsay (compañero en el doctorado de Sociología de la Universidad de Barcelona), siempre frescos, originales, sorpresivos, literarios y hasta poéticos, con un estilo poco habitual en nuestro mundo occidental, como él le llama a este vanidoso y eurocéntrico tercio de la humanidad que cree que solo existe su ciencia y su pensamiento. Gracias, muchas gracias.
En segundo lugar, hay que señalar que el Nuevo Orden Mundial, tan denostado por unos y tan aplaudido por otros, no es nada “nuevo”, como no lo son las crisis y los cambios que ha venido experimentando la humanidad desde del principio de los tiempos, como bien nos explica Jay Tatsay en los siguientes capítulos de una forma sencilla y amable.
La humanidad siempre, o casi siempre, ha estado en tiempos de crisis, donde todo tiempo de calma y bienestar es seguido por temporadas puntuales de cambios más o menos radicales, como las guerras, las pandemias, las recesiones económicas, los intereses ideológicos, las políticas, las leyes, las conquistas o los cambios de la Naturaleza, como los terremotos, las sequías, los incendios, las inundaciones, los maremotos, los volcanes, las plagas y similares.
A veces un simple accidente puede darle la vuelta a la humanidad entera, o un minúsculo virus puede movilizar a un tercio de la humanidad, más por el miedo y por la torpeza, o por los intereses sectarios, que por su peligrosidad mortal o de contagio.
Hoy en día vivimos una época de pandemia impuesta, llena de falsedades y contradicciones, la cual, sin embargo, ha tenido un profundo calado social de proporciones incalculables, mucho más allá de lo imaginable, porque ha tocado un punto estructural tradicional de un tercio de la humanidad: el simple miedo irracional a la muerte, una muerte que deviene del contagio y la enfermedad, sin importar que la enfermedad sea leve y su contagio dentro de lo habitual clínicamente hablando.
Las sociedades y los grupos sociales que no temen a la muerte, no han sucumbido al pánico, y se han organizado espontáneamente y de tal manera, que se verán poco afectados social, económica y políticamente; mientras que los que temen a la muerte se ven abocados a cambios y consecuencias poco halagüeñas.
El fenómeno no es nada nuevo, pero como los seres humanos vivimos una media de setenta años, no tenemos memoria de situaciones similares y todo en asuntos de pandemias nos parece terroríficamente nuevo.
De una o de otra manera, y dejando las pandemias al margen, el proceso de desarrollo y crecimiento de la raza humana se debe a muchos otros factores, con los que las cosas van cambiando cíclicamente, tanto para instaurar como para mantener los pilares estructurales de la sociedad en su conjunto:
—Cultura, de donde nacen las tradiciones y la base estructural de pensamientos, creencias y emociones que nos sustentan y dan identidad.
—Sociedad, donde se establecen las relaciones entre los seres que la conforman.
—Economía, el pilar que estructura y gestiona los recursos, desde los más básicos y alimentarios, hasta los más complejos, monetarios y financieros.
—Política, o la forma de organizarnos.
Esta estructura se mantiene desde hace unos doce mil años, con la aparición del sedentarismo y la agricultura, y dentro de ella se han desarrollado diferentes sistemas, siendo los jerárquicos, donde unos mandan y otros obedecen, los que han triunfado sobre otros sistemas más igualitarios, transversales y equitativos, donde nadie manda y nadie obedece, sino que se llega a acuerdos que beneficien a todos con una administración ordenada y equitativa sin poder represivo.
La estructura es lo que dura.
El sistema es lo que cambia, o que aparenta cambios para que todo siga igual.
La cultura mantiene tradiciones milenarias, pero también es cambiante y crea tradiciones en un día que se toman y aceptan como si hubieran sucedido siempre.
Las relaciones sociales, sobre todo en sus aspectos racista, eugenésico y xenófobo, se mantiene casi igual desde hace seis mil años por lo menos, cuando nace la escritura, que nos permite leer en El poema de Gilgamesh y en el Código de Hammurabi, entre otros textos antiguos, que las clases sociales y las relaciones entre ellas son prácticamente las mismas: los ricos repudian, explotan y oprimen a los pobres, y los pobres obedecen, alguna vez se rebelan, y siempre envidian y quieren imitar a los ricos.
La economía (“administración del hogar”, en griego) ha sufrido diversos cambios a través de la Historia, y se ha convertido en el motor de sistemas políticos, creencias religiosas, relaciones sociales y dirección y estilo de la cultura, e incluso en culpable conspiradora del Nuevo Orden Mundial.
La política ha perdido peso, y tras muchos cambios a través del tiempo, se ha convertido en esclava de la economía. Mantiene visos de poder y autoritarismo, por supuesto, pero se vende y se compra fácilmente en los mercados internacionales.
La joven democracia moderna, que parecía un buen invento en el siglo XIX para superar a las monarquías y a las grandes religiones en la organización estatal y en el control social, se ha convertido en una cepa de parásitos que puede consumirse a sí misma en cuanto a los pueblos se les acabe la paciencia y la ilusión de redención y salvación por votar a tal o cual partido, a tal o cual ideología o a tal o cual candidato.
A pesar de todo, o quizá gracias a ello, nos esperan tiempos de bonanza, felicidad y estabilidad, a los que sobrevendrán nuevos tiempos de crisis, unos realmente graves e incontrolables, y otros planificados, como nos indica Jay Tatsay en el presente libro, donde uno de tantos “Nuevo Orden Mundial” espera ser el definitivo, o al menos más duradero y poderoso que los anteriores.
No se pierdan ni una página, que al terminar quizá no haya llegado un Orden Nuevo, pero sí una persona nueva y con los ojos más abiertos: usted.
Dr. Javier Tapia
Introducción:
¿Hacia dónde va la humanidad?
Los seres humanos no tenemos más referencia que la propia, por lo tanto no podemos compararnos con nadie ni con nada como para saber hacia dónde vamos, si lo que hacemos hoy en día está bien o mal hecho, si lo que hicimos en el pasado fue lo mejor o lo peor para nosotros, y tampoco tenemos idea si lo que haremos en el futuro será lo correcto o incorrecto.
Recordar la historia casi nunca es garantía de no volver a cometer los mismos errores una y otra vez, los conflictos bélicos son una buena muestra de ello.
Seguimos tropezando con las mismas piedras desde hace milenios, como la miseria, el hambre, la pobreza, la enfermedad y el despojo, a pesar de que conocemos cómo remediarlas.
No hay nadie que nos señale el camino, estamos solos en esto de gestionar al planeta, convivir con la naturaleza y coexistir con el resto de los seres humanos, y no siempre salimos bien parados.
Vamos dando tumbos entre prueba y error, con lo que muchas veces lo que era conveniente, sano, santo, sacro y normal, al otro día se convierte en error, pecado y locura que hay que rectificar.
Rectificamos el rumbo unas veces, otras no, y en ambas elecciones volvemos a equivocarnos.
¿Qué estamos haciendo mal?
Parece que absolutamente todo, aunque hay cosas que sí parecen un acierto evolutivo, una toma de consciencia y una buena elección para todos, aunque algunos se apresuren a criticarlas y decir que son malignas, contaminantes o desacertadas.
No nos ponemos de acuerdo en muchas cosas y cada grupo quiere tener la razón y vencer al otro imponiendo sus ideas, sin tomar en cuenta aspectos como la verdad, la cooperación, la colaboración o el punto medio y los denominadores comunes que podrían ser realmente útiles y no solo triunfos partidarios.
Todos tienen la razón, aunque nadie tenga la verdad, y a menudo las opiniones sin sustento y las mentiras triunfan sobre la argumentación y la demostración científica.
Y así seguimos, en batallas sin sentido, pulsos de poder, descalificaciones y descréditos entre unos y otros, deambulando por este hermoso planeta como las bacterias deambulan por nuestros intestinos.
La historia de Plin
Plin nació en un lejano y excéntrico planeta, si a tomar materia se le puede llamar nacer, donde la luz roja de la nebulosa es suficiente para que surja y se mantenga la vida.
La luna del planeta natal de Plin está unida a la masa continental por un largo y grueso puente, y tras la masa continental se extiende un enorme mar de aguas tranquilas ricas en propiedades alimenticias.
La fauna y la flora son escasas, pero no son necesarias para la alimentación, por lo que regularmente son respetadas. Ni siquiera las utilizan de ornato.
Plin se llama así porque al tomar materia emitió una vibración que sonó a “plin”.
—No me gusta llamarme Plin —se quejaba en su infancia—, preferiría llamarme Slam o Plon, que suenan mejor.
Pero mientras más se quejaba, más a Plin sonaba.
Plin no tenía sexo biológico, en su mundo no se necesitaba para la reproducción, pero se podía decir que era masculino por la forma de ser y de estar, como por el estilo de relacionarse con los seres femeninos de su entorno.
No podemos decir que Plin cierto día quiso viajar y conocer el multiverso, porque en su planeta no había día ni noche, la luz rojiza de la nebulosa lo inundaba todo eternamente, pero sí, Plin decidió en cierto momento de su existencia material y corpórea dar un largo paseo por las estrellas, y ver qué sucedía en otros planetas.
La suerte quiso que se topara con la Tierra, porque no tenía rumbo fijo ni ruta establecida.
La primera persona con la que se topó fue un soldado.
—¿Qué haces? —preguntó Plin.
—La guerra —dijo muy serio el soldado.
—¿La qué?
—La guerra.
—¿Y qué es la guerra?
—Una etapa en la que matamos al enemigo.
—¿Qué es un enemigo?
—Alguien como yo, pero que no es amigo, que mata y que asesina, y al que hay que destruir del todo para obtener la victoria.
—¿Y qué harás cuando hayas matado a todos y a cada uno de tus no amigos?
—Otra guerra, supongo.
—¿Y cuándo se acaben todas las guerras?
—Oprimir a mi propio pueblo, supongo.
—¡A tus sí amigos!
—Sí, hay que mantener el orden y hacer que se cumplan las leyes.
Plin no preguntó más y se alejó, sin tomar en cuenta que el soldado le disparara por la espalda. El cuerpo de Plin vibraba de tal manera que las balas no le hacían daño, y su alma tenía tal tono que no experimentaba animadversión ni violencia, solo curiosidad.
Plin se deslizó por la cuarta dimensión y salió a la tercera en un viejo monasterio, donde un monje anciano y sabio meditaba en silencio.
—¡Hola! —saludó Plin.
—Hola —contestó el anciano monje algo molesto por la interrupción.
—¿Qué haces?
—Rezo por la salvación de mi alma y de este mundo malvado y podrido.
—¿Con el fin de que se acabe la guerra?
—No, para que la guerra sea tan grande que acabe con este error de los dioses al que llamamos humanidad.
—¿Tú también?
—¡Yo el primero! Estoy harto de esta vida, nada hay en ella que sea agradable o realmente bueno, todo es pecado y locura.
—Estás un poco pálido.
—Y tú estás demasiado azul para ser humano.
Sí, me había olvidado decir que el cuerpo material de Plin era azul, como el de algunas deidades de la India.
—Es cierto.
—¿De dónde vienes?
—De muy lejos.
—¿De las estrellas?
—No, de dos o tres universos paralelos.
—¿Eres un dios?
—No, no lo creo.
—¿Un demonio, un avatar, un elfo?
—Tampoco, solo soy una criatura más.
—¿Me elegiste por santo?
—No te elegí, solo salí de la cuarta dimensión por aquí, y aquí estabas, nada más. El resto es pura curiosidad.
—Ya veo, eres solo una ilusión de mi mente febril… mi muerte debe estar cercana… ¡Gracias, gracias!
—Tus funciones vitales no son muy buenas, pero para un colapso total todavía te falta, siento decepcionarte.
—Debe ser la bebida… o las pastillas… o efectos retardados de la ayahuasca…
Plin desapareció saliendo por donde había entrado. Luego se entrevistó con muchos humanos más, y, una vez satisfecha su curiosidad, se dijo a sí mismo: “¡Qué raro! He aprendido mucho de estos animales humanos que se creen seres, y sin embargo ellos de mí no han aprendido nada. Tendré que mejorar mucho mi forma de relacionarme con otras especies.”
Plin se fue a proseguir su viaje sin darse cuenta que algunos de los humanos con los que había contactado sí habían aprendido alguna que otra cosa, y que esos detalles imperceptibles para ambos lados habrían de convertirse en un nuevo orden de ideas, en una semilla de cambio que tarde o temprano afectaría a la humanidad entera.
Cuando volvió a su hogar y contó sus experiencias, le pidieron por favor que no volviera a visitar y mucho menos a interferir o a relacionarse con los seres que habitaban los planetas involucionados o sin consciencia, porque algunos de esos planetas, aunque no todos, eran manicomios o cárceles donde los evolucionados habían mandado a las peores almas del multiverso, y que se podía contagiar, volverse loco o malvado, y quedarse atrapado para siempre en alguno de esos planetas.
Plin agradeció humildemente el consejo como hacen todas las almas evolucionadas, y como premio los suyos comenzaron a llamarle Slam.
¿Cambiar o evolucionar?
¡Eh ahí el dilema!
Porque cambiar por cambiar a veces no sirve de nada, e incluso puede conducir a un retraso, a un tropiezo o a una involución innecesaria.
Evolucionar, e incluso mutar en un breve espacio de tiempo, quizá sea más deseable y positivo, sobre todo si se tiene consciencia de dicha evolución, porque al menos así se sabrá hacia dónde encaminamos nuestros pasos, cosa que no hemos hecho desde hace quinientos mil años.
I: Nuevo Orden Mundial y
breve Historia de la Humanidad
¿De verdad algún día seremos dioses?
No son pocas las sectas, religiones, esoteristas, santones e iluminados que aseguran que el Plan Divino Universal es que los elegidos de este planeta algún día serán dioses de otros mundos hoy en gestación.
Fermi asegura que los distintos estados de evolución de los pobladores del Universo impiden que se conozcan entre sí y que, por consecuencia, no puedan comunicarse, porque incluso si entraran en contacto no se entenderían para nada.
Una raza evolucionada no podría sentir más que asco o indiferencia de la salvaje especie humana, tan joven, malvada y asesina, dormida e inconsciente, poco menos que las hormigas o las polillas, ya que si bien mantienen cierto orden y construyen cosas, carecen del más elemental amor por sí mismos, por sus hermanos y por el medio que les rodea.
La mente humana va más allá de su propia tecnología, y algún día alcanzará a otras especies siderales, pero de momento todo queda en la imaginación y en la mala o la buena voluntad.
A estas alturas de su evolución, la humanidad necesita reinventarse para seguir adelante sin autodestruirse, salir del Medievo mental y cultural, para ser congruentes con sus avances en ciencia y tecnología.
Lo ha necesitado antes, como en la Edad Media y en el Renacimiento, pero entonces no tenía la capacidad armamentística y tecnológica que hoy tiene para arrasar con todo.
El Nuevo Orden Mundial
Desde hace unos siglos a esta parte llamada posmodernidad, se han alzado voces y se han creado gremios, grupos y sectas que claman por un Nuevo Orden Mundial, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, proponiendo una serie de puntos:
—Eugenesia, o selección de los mejores, tanto racial como mental y espiritualmente, lo que iría en contra de los menos favorecidos por la naturaleza desde su nacimiento, pues habría que eliminar a los enfermos, los feos, los disminuidos, los débiles y los deformes, los torpes y los que no aprenden, los diferentes y los raros, como en Esparta o como en el Antiguo Testamento, donde los elegidos por Jehová para ser su pueblo amado no podían tener taras.
—Un solo Gobierno Mundial, con un mundo sin banderas ni fronteras, sin patriotismos locales y sin identidades excluyentes, lo que no suena tan mal, pero que encuentra muchas resistencias entre aquellos que no quieren abandonar su identidad nacionalista. La localidad contra el centralismo en lucha sempiterna, donde por mucho que el centralismo sea más poderoso, no ha logrado someter a todos los pueblos, ni para bien ni para mal, y tampoco ha podido superar del todo el antagonismo entre el campo y la ciudad, la fisiocracia y el industrialismo.
—Una sola moneda, e incluso la desaparición de los billetes, papeles de colores con valor simbólico de intercambio, y de las monedas de metal, cuya materia prima a menudo es más cara que su valor simbólico de intercambio. En lugar de ello, se pretende instaurar un crédito virtual, e incluso un crédito ciudadano, como ya se hace en algunos lugares de la China Milenaria, donde una sola tarjeta sirve para compras, viajes, impuestos, gastos varios, cuyo crédito depende tanto de lo productivo que sea el individuo, como su comportamiento social; de esta manera, si la persona trabaja bien pero no hace caso de las imposiciones o “recomendaciones” del gobierno, no tendrá suficiente crédito para adquirir ciertos bienes, mientras que si trabaja mal, pero se porta bien, recibirá ciertas ayudas para mejorar su rendimiento laboral, como becas y cursos de formación. Si se porta mal y trabaja peor, o no trabaja, no tendrá crédito alguno, y, si acaso, solo derecho básico a techo, vestido y sustento, como dádiva del Estado, pero nunca como mérito propio. La economía mundial, con una moneda finita y unas operaciones infinitas, ha de regularse cíclicamente, unas veces por falta de dinero, y otras veces, aunque usted no lo crea, por exceso del mismo, que se regala a las poblaciones en forma de becas y ayudas (total, en breve regresará a las manos de las grandes firmas), se presta a los países en créditos impagables, y se utiliza para toda clase de corrupciones porque no se sabe qué hacer con el exceso. Una moneda única ayudaría al control casi total de la economía mundial, como lo fue el dólar en su día, y como pretende serlo el yuan chino.
—Un solo pensamiento académico y científico, con campos de estudio, creación e investigación predeterminados y exclusivos, sin poder estudiar o investigar ninguna otra cosa, bajo pena de perder todo crédito personal, laboral y de acceso a centros de investigación científica. Esta idea no es nada nueva y se ha querido implementar desde hace tres o cuatro mil años, primero en Grecia, luego a partir y en el seno de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, más tarde en Europa y en las tierras conquistadas y usurpadas, luego en el Occidente Capitalista en contra del Oriente Comunista, y finalmente en el estilo de vida norteamericano (american way of life), que ha colonizado incluso el pensamiento de sus competidores a través de las artes, el ocio, las ciencias y la tecnología, poniendo e imponiendo a la vetusta Universidad de Harvard, como el paradigma epistemológico (de conocimiento) a seguir en todo el mundo. China y Rusia no tardarán en dar su respuesta, pero la idea es la misma: Un Pensamiento Único.
—Una sola religión, creencia o ideología, como proponía Madame Blavatsky a finales del siglo XIX con su Teosofía, que se encargue del control social, la moral, la ética y, en fin, del “buen comportamiento” de los seres humanos, con un pensamiento programado desde la más tierna infancia, insertado en su cultura y tradiciones más queridas, con la promesa de recompensas sociales y “espirituales” sujetas a fidelidad y cumplimiento, sumisión y lealtad, proselitismo y defensa a ultranza, por el bien de los demás o de algo más grande que uno mismo, con el sacrificio propio, el asesinato de los infieles o el suicidio del creyente si falla en su celo correligionario, tal y como han venido funcionando en los últimos tres mil años las grandes religiones con cierto éxito entre las poblaciones humanas, pero sin haberse puesto de acuerdo por intereses económicos y de poder partidario.
—Un mundo cada vez más virtual y menos social, donde todos son policías controladores de todos, las reuniones son pocas y alejadas, las opiniones no se pueden contrastar con una realidad palpable, las marchas y las manifestaciones populares, siempre tan molestas, vayan desapareciendo poco a poco de las calles para recluirse en las redes sociales, el contacto humano sea desagradable o peligroso, y las relaciones afectivas se encierren en sí mismas, siempre fruto de la desconfianza, y con muy poca o nula productividad, tanto de ideas como de hijos, a pesar de saber que la represión subliminal suele provocar socialmente efectos contrarios a los deseados.
—Reducción drástica de la población mundial, o aumento bestial de la misma para que sucumba por sí misma. En este punto siempre ha habido desacuerdo, pues los maltusianos abogan por desprenderse de un 99% de la población, mientras que los antimalthusianos prefieren mantener una alta cota de esclavos, soldados, policías, sirvientes, funcionarios y amplias clases medias sin futuro ni posibilidades de movilidad ascendente socioeconómica, pero buenas repetidoras, cobardes, sumisas y de buena conciencia, siempre dispuestas a cualquier indignidad; y una amplia base de pobreza, algo rebelde y esquiva, pero a la vez barata, fanática y dispuesta a cargar con los desechos de los demás. Malthus creía en el siglo XVIII, con mil millones de habitantes en la Tierra, que el alimento no alcanzaría para todos al doblar la población, y que África sería el primer continente en morirse de hambre, cosa que no ha sucedido en absoluto: somos siete mil millones de habitantes en la actualidad y se tira la comida al mar, o se destruye, mientras miles de niños mueren de hambre cada día. Cada tanto hay campañas para reducir la población mundial, pero también hay países que creen que su fuerza radica en el número de sus habitantes, con lo que las campañas de reducción se convierten en campañas de aumento por simple efecto rebote. Ahora mismo, han implementado una torpe campaña de pandemia (el coronavirus) que las clases medias han asumido con brutal entusiasmo de patológico de pánico y escasa salud mental, la cual, en lugar de reducir la población por la muerte y los contagios, provocará un aumento de la misma gracias al encierro parcial, favoreciendo a las comunidades europeas que no han tenido una explosión demográfica desde los años sesenta del siglo XX.
—Una sola Policía de orden y organización militar, con el monopolio de la represión y la violencia, como le gustaba a Max Weber, con un fuerte gasto en armamento, cada vez más letal y tecnológicamente avanzado para luchar contra posibles amenazas venidas de lejos. Sí, ha leído usted bien, para luchar contra extraterrestres en el mismo rango de evolución que los seres humanos, es decir, capaces de viajar por el espacio y con hambre de guerra y de conquista. Aunque usted no lo crea, hasta físicos tan famosos como Stephen Hawking, que muy en paz descanse, tomaron esta posibilidad como muy probable, o esta probabilidad como muy posible, tanto es así que desde los años ochenta del siglo pasado el presidente norteamericano, Ronald Reagan, inició su programa de “Guerra de las Galaxias”, con armas increíbles que apuntan tanto hacia la Tierra como hacia el espacio, y más recientemente el gobierno japonés está haciendo lo mismo. La ONU tiene un programa de relaciones diplomáticas espaciales, por si el armamento ajeno es más poderoso que el terrícola, o simplemente por aparentar que el tema les preocupa, que es una forma de mantener a la población con un miedo subliminal con respecto a todo lo que venga del espacio, meteoritos incluidos.
—Una sola Medicina, o un solo y único protocolo médico, farmacéutico y alopático, que desde 1947 no se esconde e impone lo que deben ser las enfermedades y el modo de enfrentarlas. La OMS (Organización Mundial de la Salud), que hace poco propagó el terror asegurando que un SARS-CoV-2 de toda la vida, estacional y de mortalidad y contagio normales, era un virus nuevo, que saltó de los animales (murciélagos) al ser humano, o que había sido creado en un laboratorio pagado por USA y Bill Gates, entre otros, ubicado en la ciudad de Wuhan, en la provincia china de Hubei, modificando genéticamente su cadena de ácido ribonucleico, aprovechando la laxa ignorancia de la población mundial sobre el tema, que cree que las mutaciones de los seres microscópicos son como las mutaciones de superhéroes de comic, cine y televisión, adquiriendo poderes fantásticos, cuando en realidad las mutaciones de virus y de bacterias no son más que un acomodo al medio en donde se desarrollan. El temor irracional al contagio y a la muerte hicieron el resto, sin tomar en cuenta que hay muchas formas y muchas medicinas para contrarrestar los efectos negativos de un virus, “nuevo” o viejo, más allá de los medicamentos industriales y los métodos alopáticos. Nada de homeopatía, nada de herboristería, nada de naturismo, nada de acupuntura, nada de medicina ayurvédica, nada, incluso, de inmunidad propia de los seres humanos, solo miedo, recomendaciones pueriles, represiones gubernamentales y la medicina única y universal que propone la OMS. En este plano se impone la idea de una sociedad eternamente enferma dependiente de medicamentos y médicos, más que la de una sociedad genéticamente modificada y sin enfermos; sin embargo, hay quienes apuestan por eliminar a los casos extremos de incapacidad física y/o mental, para contar con una sociedad enferma, pero capaz de valerse por sí misma. La idea espartana de que sobrevivan solo los más fuertes, resistentes, válidos y mejores, persiste en las posibles normas de un Nuevo Orden Mundial.
—Una sola información, una sola perspectiva de la realidad, nada relativo, nada opinable, nada de verdades únicas y certeras, solo lo que el Nuevo Orden produce y difunde, desde la más incomprensible y contradictoria mentira, hasta discursos consistentes con visos o apariencia de verdad, como ya lo vienen haciendo los medios de comunicación masiva desde el siglo XVIII, y como lo hacen las redes sociales hoy en día. La telepatía ha sido un buen medio durante largo tiempo para el control mental de las poblaciones, difundiendo las ideas y las creencias que interesan al Poder para que el pueblo las crea como propias, intuitivas, compartidas y, por tanto, certeras, pero la tecnología actual parece ser más eficiente.
—Un solo Arte, el que el Nuevo Orden decida, que desde hace mucho tiempo le dicta a la humanidad qué es lo bello y lo que no, lo emocional y lo elevado, lo valioso y lo desechable, tanto en el cine como en la televisión, en la radio como en la música, en la literatura y en la poseía, en la pintura y en la escultura, con famosos únicos y exclusivos para que sean aplaudidos, seguidos y admirados por casi todo el mundo, apoyados siempre por la Información Única de los medios de comunicación y las redes sociales. El eurocentrismo es una clara muestra de Nuevo Orden Mundial, que viene funcionando desde el Renacimiento, rescatando valores atenienses, poniendo en lo más alto a filósofos como Platón, muy ad hoc a sus pretensiones, ensalzando las obras pagadas por las religiones judeocristiana, algunas de ellas verdaderamente impresionantes, pero sesgadas en su contenido hacia las premisas religiosas, vistiendo con ropas renacentistas a semitas de mil quinientos años de antigüedad que no usaban sedas ni tocados; con cristos rubios, hermosos, amanerados y de ojos azules, como los de Miguel Ángel y Leonardo da Vinci, nada parecido a los arameos, moros, egipcios y otras especies humanas del Medio Oriente ni siquiera de su propia época. El canon de la belleza es uno en el eurocentrismo, todo lo demás es sucio, feo, desagradable y nada merecedor de fama y fortuna.
—Una nueva y única Sexualidad, en donde unos apuntan a una vida sin pareja y sin familia, donde cada persona elige su género, y la sexualidad se practica más allá de lo biológico y lo animal, ya que la pedofilia a cualquier edad estará permitida, algo que no sucede ni siquiera entre las más promiscuas especies de la naturaleza; otros sugieren una asexualidad generalizada, con una reproducción en laboratorios como en Un mundo feliz de Huxley, donde se escoge genéticamente a los mejores, los alfa, y se deja como servidores y gregarios al resto; por eso hay quien acusa a los promotores del Nuevo Orden Mundial de generadores de ideologías como el feminismo más radical, los grupos LGTB, las “nuevas” sexualidades, los pedófilos, los abortistas, y cualquier ideología que esté o parezca estar en contra de la sexualidad básica y biológica de hembra y macho, con el androginismo como una malformación o enfermedad; quedan los que abogan por erradicar las diferencias de género con la frase de “ni hombres ni mujeres, personas”, donde el haber nacido hombre o mujer no debe ser causa de desigualdades a pesar de la obvia diferencia morfológica entre uno y otro sexo, superando al patriarcado y al matriarcado, al proveedor y a la dependiente hogareña, como ya sucede en algunas sociedades del norte de Europa, respetando las especificidades de cada grupo, pero sin que estas sirvan para marcar negativamente a ninguna persona: diferentes, sí, pero sin que la diferencia prive a nadie de las oportunidades que ofrece la vida. El sexo es una pulsión psicológica y una función fisiológica que las grandes religiones y los Estados han venido regulando y controlando desde hace milenios, y que el Nuevo Orden Mundial, sea como sea, deberá tener en cuenta, porque de él dependen tanto la reproducción como las relaciones sociales más básicas de aceptación y rechazo, o estrategias afectivas de supervivencia que muchos llaman “amor”.