Czytaj książkę: «Hierbas Mágicas»

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© Plutón Ediciones X, s. l., 2020

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I.S.B.N: 978-84-18211-06-5

Prólogo

El efecto placebo y la fe

En el aspecto positivo se puede decir que cada cabeza es un mundo, incluso un universo entero que crea su propia realidad, tanto porque somos seres únicos e irrepetibles, como porque cada alma recorre su propio camino y desarrolla su personal nivel en todos los planos.

Mientras que en el aspecto negativo se suele insinuar que hay cabezas, muchas, muy pequeñas que en lugar de un mundo o un universo propios, tienen si acaso un pueblo, un barrio o cuando mucho su entorno más inmediato, y que no crean absolutamente nada sino que simplemente repiten hasta el hartazgo, como autómatas, los estereotipos, los tópicos comunes y los prejuicios más negativos y absurdos que pueden existir.

Por supuesto, hay quien sólo sabe hablar de lo inmediato —como lo que sale en las redes sociales o en los medios de semicomunicación—, porque no tiene ni más intereses ni más información ni educación, sólo distracciones y mínimos valores para no violentar a la sociedad.

Otras mentes se llenan de letras, cultura y ciencia, y cuentan con otros lugares comunes de conversación, que a menudo son los mismos que los que existen en niveles supuestamente inferiores, simple y llanamente porque comparten el mismo país, la misma lengua y los mismos medios de semicomunicación.

No faltan las mentes lúcidas y despiertas, que sí crean y producen, y a las que a menudo les cuesta relacionarse con el resto. Estas mentes tienen ideas y crean realidades y mundos para ellos y para los demás, pero corren el mismo riesgo de atrofiarse que el resto, sólo porque están en este mismo planeta y gozan o sufren las mismas desigualdades del sistema.

Únicamente aquellos que se alejan de todo y de todos pueden tener independencia y libertad de pensamiento, pero de esos hay muy pocos, y ni los conocemos ni tenemos acceso a ellos.

El cerebro suele ser perezoso y crédulo en la gran mayoría de los seres humanos, incluso en aquellos que parecen famosos, sabios, cultos e intelectuales; y basa sus relaciones en la simpatía, la empatía y la confianza, dando lugar en todos los casos tanto a la fe como al efecto placebo.

Se puede hablar mal del efecto placebo y de la fe, aduciendo que son productos de la ingenuidad y la ignorancia, porque funcionan sólo en personas crédulas, débiles, enfermas e irresponsables que cargan a otros con sus responsabilidades.

Son muchos los que, en lugar de cuidar su cuerpo y atender su salud, de alimentar su mente y elevar su espíritu, dejan todo para último momento y esperan que un milagro los salve de su propia negligencia, y si ese milagro es barato, o gratis, mejor que mejor.

¿Para qué cuidarse si hay quien nos puede dar el remedio de nuestros males por un módico precio?

¿Para qué seguir consejos y hacer dietas si al final siempre hay una píldora o jarabe que esconde nuestros dolores y nuestros males?

No queremos estar sanos, lo que queremos en realidad es no sufrir, no padecer, que sea otro quien nos cure y nos cuide, y morir mientras dormimos plácidamente.

Si somos capaces de hacer eso con nuestros cuerpos, imagínese lo que dejamos de hacer con nuestra mente, con nuestra alma y con nuestro espíritu, que pareciera que se enferman menos porque sus dolores no son inmediatos.

Como se puede observar por lo leído hasta ahora, no suelo ser una persona que crea en las grandezas de la humanidad, generalmente meto el dedo en la llaga y critico a diestra y siniestra todo lo que me rodea, y más de una vez he señalado que la fe y el placebo tienen sus serias limitaciones al enfrentarse con la cruda realidad, aunque funcione en unos casos determinados: según recoge la estadística, en un 25%.

Por suerte, para mí y para mucha gente, existen personas como Janice Wicka que son alegres y positivas, que tienen puntos de vista distintos y frescos, y que aportan ideas y remedios en lugar de ver el lado oscuro que todos tenemos, donde la fe y el efecto placebo crean nuevas y sólidas realidades que, a pesar de sus limitaciones, salvan y mejoran vidas, fortalecen y dan alternativas que de otra manera simplemente no existirían.

Tras leer el original de este libro mi negatividad ha disminuido, y reconozco la labor de una compañera que incide no sólo en el cuerpo al proponer el uso de distintas plantas, como hace la mayoría, sino que además nos habla de la mejora y el cuidado de la mente, el alma y el espíritu a través de ellas, sin caer en los típicos temas de la normalidad del sistema y la moralidad de los represores.

Janice Wicka nos ofrece frescura y libertad de pensamiento, y un uso práctico y sencillo de las hierbas para existir mejor holísticamente, dándole la dimensión de mágicas —no de supersticiones—, donde el efecto placebo y la fe son sólo una parte del todo que funciona a través de la mente y del alma para armonizar al cuerpo.

Como persona crítica, he utilizado alguno de sus consejos para corroborar que funcionen en mi organismo. Me he sorprendido gratamente de los resultados, tanto, que soy el primero en recomendar su uso.

Espero sinceramente que a usted le sea el libro de tanta utilidad como lo ha sido para mí.

Dr. Javier Tapia

Introducción

El poder de la Naturaleza

Cuando las hijas de los dioses nos regalaron este mundo lleno de maravillas a nosotras, las Mujeres Sabias, más conocidas como Brujas, nos pusieron en bandeja de plata todo el Poder de la Naturaleza, que no se ha perdido nunca por más que otros poderes han querido borrarse o esconderse para utilizarse en beneficio propio, en lugar de compartirlos con la humanidad entera.

Desde la primera siembra masiva que hizo el ser humano, no lo hizo para comer o asegurar las provisiones, sino para acumular, detentar un poder y someter a sus congéneres a través del hambre.

El cultivo masivo es un atentado contra la Madre Naturaleza, tanto porque destruye su entorno, malversa el equilibrio entre especies y se convierte en negocio de unos pocos para detrimento de la mayoría, tanto en la alimentación como en la industria farmacéutica, que bajo el disfraz del progreso, la tecnología, la civilización y la ciencia, nos venden caro lo que tenemos al alcance de la mano de manera gratuita, pero que la ignorancia, la comodidad y la pereza nos llevan a olvidar y, por supuesto, a desconocer, haciéndonos cómplices de quienes nos explotan.

No es por negar los avances de la humanidad en ciertos campos, sino por señalar el problema y darle solución. Quejarse o criticar sin poner remedio no tiene valor alguno.

Las plantas nos alimentan y nos curan, abren nuestra conciencia y elevan nuestro nivel espiritual, abriendo las puertas de la percepción a otras realidades y a otros mundos.

Todas las hierbas son mágicas: la mayoría son fuente de salud y alimentación, otras pueden ser alucinógenas, y no faltan las que son venenosas o tóxicas. Todas están vivas y todas, sin excepción, tienen comportamiento, crean estrategias, se comunican, piensan y experimentan la existencia.

Algunas tienen muchos más años que la humanidad, como el helecho, y otras seguirán poblando el planeta cuando la especie humana haya desaparecido.

Ellas llegaron antes que nosotros al mundo y se irán mucho después. Los arbustos y los árboles fueron los primeros, pero las flores tienen apenas 125 millones de años sobre la faz de la Tierra, y seguramente cumplirán muchos años más cuando nos hayamos extinguido o vivamos en otro planeta.

Se podría decir que las plantas son nuestras tatarabuelas y, como tal, hay que cuidarlas, mimarlas y respetarlas. Ellas nos aman y nos ofrecen de forma altruista todo lo que contienen, correspondamos a ese cariño.

A lo largo de este libro hablaremos de forma práctica y sencilla de algunas de ellas y su propiedades, para que su uso y disfrute esté al alcance de todo el mundo.

Lo bueno de las hierbas mágicas es que las tenemos al alcance de la mano, ya sea en nuestros propios jardines o en el mercado más cercano, y sus resultados son maravillosos tanto en el campo de la salud como en el campo de la magia.

La ruda, el romero y la lavanda, por ejemplo, limpian por dentro y por fuera tanto a las personas como a las casas, alejando los males y atrayendo la abundancia. Las recetas para conseguirlo son sencillas y directas.

Por supuesto, hay hierbas que es mejor no tratar si no es de modo profesional o bajo supervisión, como la belladona, la mandrágora o la ayahuasca, y no porque sean hierbas malignas o del diablo, sino por sus efectos y su toxicidad.

La magia de las hierbas está al alcance de su mano, aprenda fácilmente a utilizarlas en su favor y bienestar.


I: Recomendaciones

Para empezar, quiero hacer unas breves precisiones:

-Las hierbas secas funcionan mejor que las hierbas frescas porque al perder humedad mejoran y potencian sus aceites esenciales.


Secando las hierbas mágicas.

-Para secarlas basta con colgarlas, como a la ropa después de lavarla, en un lugar fresco y seco.

-La mayoría de ellas se puede cocinar como acompañante de nuestros alimentos diarios.

-Otras se pueden beber en forma de cocción, té o tisana.

-El té se hace echando agua caliente o hirviendo las hierbas.

-La cocción se hace dejando la hierba dentro del agua hasta que hierva, y esperando que se cueza como cualquier guisado o sopa.

-La tisana se hace echando las hierbas al agua caliente recién hervida y dejando reposar la mezcla.

-Las hay que se pueden fumar, quemar o vaporizar.

-La quema es la que se hace como el incienso para que la hierba mágica humee y la persona respire sus vapores, tanto para curar una afección como para limpiar la piel y depurar los sentidos.


Vaporización.

-La vaporización consiste en oler y respirar el vapor de una tisana o cocción recién retirada del fuego tapándose la cabeza con un trapo o toalla. En algunos baños al vapor se añaden hierbas que se cuezan o quemen para poder respirar sus vapores con todo el cuerpo.


Aplicando un cataplasma.

-La cataplasma es la hierba cocida dentro de una tela o cedazo, para aplicarlo directamente sobre la zona afectada.

-El emplasto es la hierba cocida y machacada hasta formar una pasta o masa que se aplica directamente sobre el área afectada, y que en algunos casos se mastica o incluso se ingiere.

-Todas se pueden macerar, cocidas o secas, frescas o fermentadas, en alcohol natural, aceite de oliva o simple agua, para aplicar en la zona afectada, para cocinar, para curar laceraciones bucales o para masticar.

-Los aceites esenciales se pueden producir con la maceración, la cocción directa sin agua, o añadiendo un poco de agua, aceite de oliva o alcohol de caña.

-Pero la forma que más recomiendo es su uso tópico, es decir, externo, sobre la piel, sobre todo en el ombligo porque es nuestro principal núcleo de alimentación desde nuestra más tierna infancia y se mantiene activo toda nuestra vida, por mucho que lo olvidemos y dejemos de atenderlo; así como en otros núcleos energéticos del cuerpo, como los famosos chacras, y en todas y cada una de las articulaciones, sin olvidar.


El ombligo, fuente de salud.

-En algunos casos añadiré breves rituales, señalando días, horas y velas que pueden potenciar las virtudes de ciertas hierbas, normalmente las que uso más habitualmente y de forma personal, y que mejor resultado me han dado, como el romero y la ruda.

-No seguiré un orden alfabético, sino el orden que la experiencia me ha dado sobre el uso de estas hierbas.

-Señalaré los peligros o toxicidad de algunas, las cuales deben utilizarse en dosis mínimas o sólo por expertos.

-En todos los casos las dosis pequeñas son mejores y más sanas que los excesos, ya que los excesos pueden producir efectos contrarios a los esperados, como en el caso de la valeriana, que en lugar de tranquilizar altera los nervios y aleja el sueño cuando se exagera la dosis. A menudo el rastro de la esencia es suficiente, como en el uso de las Flores de Bach, las vacunas y la homeopatía.

-Me referiré básicamente a las hierbas que utilizo personalmente y que me han dado buenos resultados, por lo que es muy posible que deje de lado a muchas otras, o sólo haga una breve referencia a ellas porque me las han recomendado cuando son positivas, o para prevenir de su toxicidad cuando sus efectos son negativos.

-Hay plantas y hierbas mágicas con las que no trabajo, como la mandrágora, la belladona, el toloache, la amapola, la ayahuasca y la coca, por ejemplo, por un lado porque en muchos países están prohibidas, y por otro porque sus efectos pueden ser nocivos cuando no se administran por manos expertas, y yo no soy ninguna experta en su uso y aplicación.

-Los tratamientos contra ciertos males cuando se padecen de verdad, deben ser puntuales y no habituales, primero porque si se usan habitualmente el cuerpo puede acostumbrarse a ellos, segundo porque una cosa es curar y otra depender física o psicológicamente de un producto por sano y natural que sea. El cuerpo humano es capaz de acostumbrarse incluso a los venenos y a los tóxicos más potentes, y cuenta con neurorreceptores de adicción, algunos porque son placenteros, otros porque son estimulantes, unos porque emborrachan, otros porque incentivan la molicie o la pereza, y otros más porque alteran las hormonas o distorsionan la realidad cotidiana.

-Por supuesto, se recomienda llevar una vida sana y positiva, no repetir patrones de supuesta y obligada normalidad en los planos físico, mental, anímico y espiritual, recuerde que usted es una persona única e irrepetible. Libérese de estereotipos y típicos tópicos, modas, ideologías, falsas creencias, apegos y dependencias. Viva su vida en plenitud, ame la existencia, ayude a quién lo necesite y se lo pida, y pida ayuda cuando la necesite de verdad, porque los demás están aquí para completarnos, no para hundirnos. Constrúyase en positivo como ser, y no como aparente identidad.

II: ¿Cómo y por qué enfermamos?

No se puede negar que la química y la farmacología han logrado estudiar, descubrir y sintetizar buena parte de las cualidades mágicas de las hierbas, convirtiendo en ciencia repetitiva un conocimiento ancestral y dejando de lado muchas de sus propiedades que no se ajustan a la vida “normal”, ya sea por miedo, por secretismo, por intereses y conveniencias económicas o por considerarlas fuera de lugar.

Las hierbas actúan en un plano físico, y es así cómo la industria las utiliza, las vende y las aprovecha, pero también regulan emociones, abren la mente, depuran el alma y elevan al espíritu; y en este aspecto sólo la parafarmacia y sus píldoras de la felicidad se atreven a abrirles la puerta, pero no van más allá para no salirse de la normalidad impuesta o de la legalidad; únicamente aprovechan la pereza de las sociedades modernas para industrializar y vender más caro algo que tenemos al alcance de la mano y que a menudo utilizamos todos los días sin saber, o sin darnos cuenta, de sus beneficios en todos los campos, como son todas y cada una de las especies que utilizamos para cocinar, o como las plantas que cultivamos o regamos todos los días para embellecer nuestro hogar.

Comprar unas pastillas es más cómodo, aunque muchas veces estas no contengan más que azúcar y excipiente alimentario, una que otra vitamina o producto milagroso que el cuerpo desecha sin aprovechar nada de ella, y más de un tóxico químico que remeda la esencia de una planta.

El cuerpo es sabio, nosotros no tanto

No es fácil aceptar que nuestro cuerpo físico es sabio y, en un 90%, del todo independiente de nuestra conciencia, que funciona perfectamente y que no nos necesita para nada, y que incluso tiene que pelearse con nosotros todos los días, defendiéndose de nuestras absurdas creencias o miedos con los que lo atiborramos de cosas que no necesita, o le negamos elementos que sí requiere para su funcionamiento.

Le negamos proteínas y grasas que sus músculos y huesos necesitan, porque está de moda o porque creemos que sin fuerza, síntesis ni potencia estará más sano y funcionará mejor.

Le damos más líquidos o más agua de la que necesita creyendo que así estaremos más hidratados, cuando en realidad le obligamos a que ponga a trabajar horas extras al hígado, el páncreas y los riñones.

Ingerimos cantidades ingentes de laxantes porque las etiquetas de los productos alimentarios comerciales nos prometen vida sana y larga, cuando lo que en realidad conseguimos es irritar los intestinos y el colón, y destruir o incrementar peligrosamente la flora y la fauna intestinal.

Ignoramos y nos encontramos cómodos en nuestra ignorancia, sin tomar en cuenta otras consideraciones y contagiando a la gente que tenemos alrededor de las mismas malas prácticas. Nuestros hijos pagan muchas veces nuestras ideas sobre salud y alimentación, porque les obligamos a comer “sano” mientras nosotros, a escondidas, rompemos las “dietas saludables” que les imponemos. Muchos casos de apendicitis infantil se deben precisamente a la “alimentación sana” que les obligamos a consumir.

Con moderación, las verduras y las frutas frescas son una panacea, incluso lo son a medio cocer y hasta el caldo donde se cocinan, pero las verduras hervidas o las frutas procesadas prácticamente no contienen más que celulosa, que laxa o estriñe, que el organismo no necesita para nada y que se ve forzado a eliminar.

No está de moda decirlo, pero seguimos siendo omnívoros, con dientes y saliva preparadas genéticamente para masticar y deglutir carnes, cereales, bayas, frutas, verduras, hongos, insectos, larvas, gusanos, algas, peces y muchos tipos de plantas. El cuerpo lo sabe, lo necesita y lo pide a gritos, pero a veces no le hacemos caso y le damos lo que nos recomendó la vecina, lo que sale en la televisión o en las redes sociales, o lo que la publicidad, las ideologías y las etiquetas de los productos comerciales nos sugieren.

“Ligero” o “ligth”, de “dieta”, “vitaminado”, “orgánico”, “bio” o “científicamente comprobado” seducen al consumidor, al que le venden hasta agua prometiendo quelleva electrolitos, sales minerales y que hidrata, cosa que es cierta porque todas las aguas, menos la químicamente pura, hacen y contienen, pero que no es mejor ni más sana ni más hidratante si está embotellada, sino peor, porque en esas aguas estancadas hay restos de plástico y, una vez abiertas, se oxigenan y se contaminan con todo lo que hay en el ambiente.

Todo proceso industrial conlleva una desnaturalización, para evitar malos olores, putrefacción, maduración natural y descomposición o apariencia, matando larvas y bacterias y, de paso, la calidad natural del producto. A pesar de todo, como buenos mamíferos parecidos genéticamente al cerdo y a la rata, sobrevivimos, pero enfermamos más de la cuenta.

Nuestro cuerpo es sabio, pero poco puede hacer para enfrentar nuestras locuras y nuestra pereza. Lo positivo del asunto es que las hierbas mágicas no requieren grandes esfuerzos y se pueden conseguir de manera fácil y económica, sin tener que molestar a nuestro cuerpo.

Holístico

Lo holístico es un término que indica globalidad, totalidad, sinergia, es decir, que considera algo como un todo, y, en este caso, nuestra salud, que no sólo debe ser física sino también psíquica o emocional, mental o intelectual, y espiritual o evolutiva, porque si falla uno de los planos, repercutirá en el resto de forma negativa.

Unos se ayudan a otros, como los que van en una misma barca que requiere el esfuerzo común paras no zozobrar o naufragar, y así navegar en la dirección adecuada.

Si uno falla, pone en peligro al resto.

Si la nave se hunde, se hunden todos.

Si no cuidamos el físico, desestabilizamos al resto cuando:

-No hacemos ejercicio.

-Comemos mal.

-Nos intoxicamos con drogas, alcohol o similares.

-Nos quemamos al sol.

-No nos hidratamos o nos hidratamos de más.

-Nos tiramos de cabeza a un precipicio, debilitamos nuestras emociones, entorpecemos a nuestras mentes y cargamos de fardos a nuestro espíritu.

Las emociones y los sentimientos, que es de lo que se alimenta el alma, curan y enferman:

-La melancolía ataca al sistema endocrino, afectando a riñones, páncreas e hígado.

-Las pasiones desordenadas, incluyendo al enamoramiento y los rechazos sentimentales o amores no correspondidos, afectan al corazón, al estómago, la digestión, al sistema nervioso y al córtex cerebral.

-La tristeza afecta al alma o psique, e inhibe la producción endocrina de hormonas, endorfinas y minerales esenciales, causando fatiga, depresión, infelicidad y capacidad de respuesta al medio ambiente.

-La soledad mal entendida afecta a la mente, al humor, a la empatía e inclina a la torpeza motora, a la hipocondría y a la debilidad psicosomática, convirtiendo en mal o enfermedad cualquier evento.

-La ira, o secreción desmesurada de adrenalina, además de afectar al hígado, a la vesícula biliar, a los riñones, al corazón y al cerebro, atenta directamente contra los demás y contra nosotros mismos.

-El rencor afecta al sistema inmune, y si bien puede alargar la vida en busca de la venganza, da muy mala calidad de vida, con el agravante de que la venganza sólo lo palia, pero no lo cura.

-El fracaso, tomado como afrenta y vergüenza, y no como enseñanza y experiencia, es destructivo, afecta a las vías respiratorias, la garganta, la libido, la fertilidad, la vista, el oído y es capaz de hacer colapsar todo el organismo. Con el agravante que es una percepción emocional personal, que no tiene que ver con la aparente realidad de triunfo, belleza, abundancia, estabilidad o riqueza reconocidas por los demás, y donde uno mismo es su propio juez y verdugo.

-Los celos, tan naturales en todos los seres vivos, cuando son producto de inseguridad, educación, miedos, orgullo, dependencia, apego o patrones posesivos, afectan tanto a los pies como al hígado, al cerebro y a las glándulas endocrinas, al aparato sexual y al sistema reproductivo y, por supuesto, a la capacidad de control del cerebro, con lo que puede provocar más de una tragedia, además de malestares y enfermedad.

-La envidia, que no es otra cosa que un ego maltrecho y envenenado, afecta prácticamente a todo el organismo, baja las defensas e intoxica física, emocional, mental y espiritualmente a todo nuestro ser, degenerándolo todo e inclinando a la destrucción propia y ajena; porque la podredumbre irá siempre por dentro para explotar de maneras poco agradables: desde atentar contra uno mismo o contra los demás, hasta cualquier acto de maldad y de crueldad irreflexivas.

-El miedo, o los miedos, temores o demonios internos que nos amedrentan, nos espantan y nos paralizan, bajan nuestras defensas y nos conducen a enfermedades cada vez más graves o crónicas, empezando por un simple resfriado hasta llegar a una pulmonía o a un cáncer de pulmón. Puede parecer una exageración, pero no lo es. Muchos miedos nacen de sustos inmediatos que se superan fácilmente, es decir, son emociones pasajeras que no tienen la mayor importancia, pero si la intensidad es mayor, un susto afecta a la bilis y a los nervios, provocando vómitos, diarreas y, en casos extremos, paradas cardiacas, parálisis, desmayo o envejecimiento prematuro en forma de arrugas y canas, o de debilidad orgánica generalizada. Si el miedo es constante y no logramos superarlo, nos provocará enfermedades crónicas donde nuestro cuerpo está gritando siempre que necesita protección externa, en largos procesos psicosomáticos donde la persona se cura de un mal para adquirir de inmediato otro, y busca desesperadamente atención y cuidado, ya sea en la familia, la pareja y los amigos, o en el médico y en las medicinas. Para este tipo de personas la soledad es fatal, y cualquier tipo de compañía, por tóxica o negativa que sea, es un bálsamo para paliar sus temores.

Las emociones negativas suelen ser intensas, e incluso dar una sensación momentánea de placer a quien las experimenta, para dar paso inmediatamente después al malestar, la enfermedad o el desasosiego.

Cuando son más duraderas que intensas es cuando son más nocivas y hasta peligrosas para nuestro organismo y para las personas que nos rodean.

Persistir en el error y en el dolor es aumentar y acumular el mal, lo mismo que acallar los sentimientos, las quejas y las necesidades.

Lo negativo no expresado se pudre en nuestro interior.Expresar y reconocer nuestras deficiencias es el primer paso para superarlas.

Todos experimentamos emociones negativas en mayor o en menor medida, porque a menudo son reacciones irreflexivas ante el ambiente, el contexto o las situaciones de la vida, y en este punto las hierbas mágicas pueden ayudarnos a sacarlas del fondo de nuestro ser y a superar sus efectos.

La mente es poderosa, y puede salvar o condenar, restituir o destruir:

-Los pensamientos negativos o pesimistas abren las puertas a las enfermedades autoinmunes y al desorden celular, es decir, al cáncer.

-La gran mayoría de los males y enfermedades son psicosomáticos, es decir, se crean primero en la mente y pueden llegar a convertirse en enfermedades reales, abriendo la puerta a bacterias, virus e incluso a accidentes dolorosos o fatales.

¿Qué es la enfermedad?

Para muchas culturas de la antigüedad, la enfermedad era sólo un proceso de depuración que experimentaba el cuerpo para fortalecerse. Por desgracia, en muchos casos el cuerpo no superaba el proceso y moría, señal de que esa persona estaba mejor en el más allá que en este mundo hostil y peligroso.

Los animales siguen este proceso de forma natural y para superarlo, como los humanos, también hacen dieta y comen hierbas que les ayudan, pero no van al médico ni se atiborran de medicamentos a menos que sean mascotas y sus dueños los “cuiden” y quieran mantenerlos aparentemente sanos, impidiendo que sean ellos mismos los que superen la enfermedad.

Nosotros abandonamos la selección natural hace mucho tiempo, pero a partir de la Segunda Guerra Mundial la salud se convirtió en una panacea para los más débiles, que arrastran sus enfermedades durante largos años y se convierten en una magnífica clientela para médicos y farmacéuticas.

La OMS, Organización Mundial de la Salud, unificó los criterios de la salud en todo el planeta, y llevó la depresión y el cáncer a pueblos donde estas enfermedades eran mínimas o simplemente no existían, porque mucha gente sana aprendió a estar enferma.

Sí, aunque parezca una locura, las enfermedades también se aprenden, se copian y se convierten en verdaderas pandemias sociales, como la influenza, el síndrome de las vacas locas, la gripe aviar y similares.

Por supuesto, los gérmenes y las bacterias existen y pululan por todas partes. Nuestro cuerpo contiene más bacterias, virus y gérmenes que células defensivas, es decir, miles de millones que llegan a pesar hasta dos o tres kilos, y a muchas de ellas nos acostumbramos, convivimos con ellas, tanto y de tal manera, que cuando nos abandonan nos ponemos enfermos, igual que enfermamos cuando sus colonias aumentan desmesuradamente, porque lo que les permite vivir y a nosotros estar sanos es el equilibrio.

El cuerpo elimina lo que le sobra y absorbe lo que necesita, bacterias incluidas, y cuando se pierde el equilibrio sobreviene la enfermedad y empieza un proceso de recuperación del equilibrio.

Es por eso que muchos medicamentos alopáticos, es decir, de la medicina oficial, no curan nada, sólo son paliativos para no padecer dolor o inflamaciones, fiebres o falta de energía, mientras nuestro cuerpo batalla contra sus verdaderos males y busca recuperar el equilibrio.

Mi abuela, una mujer sabia, decía que sólo hay dos tipos de enfermedades: las que superas y las que te matan, se llamen como se llamen.

Actualmente y, siguiendo los consejos de la OMS, la enfermedad es la ausencia de la salud física, anímica y mental, y no un proceso de depuración y fortalecimiento. Se ataca con paliativos, vacunas y cirugías, no para erradicar las enfermedades, sino para mantener vivos y en condiciones sociales aceptables a los enfermos.

Tenemos la suerte de que la persona enferma ya no es un ser débil al que hay que abandonar a su suerte para que muera o viva si es lo suficientemente fuerte, sino un ser humano al que hay que cuidar, medicar, tolerar y mantener con vida todo lo que sea posible, independientemente de sus deseos, sufrimientos o carencias, y la eutanasia o el suicidio personal o asistido son ilegales en muchos países, y en los que son legales no acaban de convencer del todo a la población.

Hoy en día, y por regla general, las personas enfermas son consumidoras del aparato de salud del Estado y de las grandes empresas médicas y farmacéuticas, y hay que tratarlas con tacto y darles paliativos para que sobrelleven su enfermedad y no dejen de consumir consultas y medicamentos mientras vivan en este mundo.

La salud, por tanto, no es sólo la ausencia de la enfermedad, sino el bienestar de cuerpo, mente, alma y espíritu.

¿Por qué enfermamos?

Por un desequilibrio entre bacterias y organismo.

Por temores y frustraciones personales.

Por accidentes.

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