Czytaj książkę: «Doce viajes a Goumbou»
DOCE VIAJES A GOMBOU
DOCE VIAJES A GOMBOU
© Isidro Ávila Montoro
© de la imagen de cubiertas:Antonio Pedro Martin Morales
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2021.
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artística o científica.
ISBN: 978-84-18730-46-7
ISIDRO ÁVILA MONTORO
DOCE VIAJES A GOMBOU
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2021
A mis compañeros, viajeros y colaboradores en general,sin los cuales nada habría sido lo mismo.
Índice
Prólogo
Introducción
PRIMER VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8
SEGUNDO VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8
Día 9
Día 10
Día 11
Día 12
TERCER VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
CUARTO VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8
Día 9
Día 10
Día 11
Día 12
Día 13
QUINTO VIAJE
SEXTO VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8
Día 9
SÉPTIMO VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8
OCTAVO VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8
Día 9
Día 10
Día 11
Día 12
NOVENO VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8
Día 9
Día 10
Día 11
Día 12
Día 13
DÉCIMO VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8
Día 9
Día 10
Día 11
UNDÉCIMO VIAJE
Día 1
Día 2
Día 3
Día 4
Día 5
Día 6
Día 7
Día 8
Día 9
Día 10
Día 11
DUODÉCIMO VIAJE
Prólogo
Mi amigo Isidro Ávila ha sabido relatar en este interesante libro, de una forma amena y fluida, los doce viajes a Malí que entre los años 2004 y 2012, incluyendo entre ellos uno que no fue posible realizar, sirvieron para mantener las relaciones de hermandad y cooperación entre Vegas del Genil (Granada) y Goumbou (Nara).
El libro que tienes en tus manos recoge no solo las vivencias y peripecias de varios grupos de voluntarios agrupados en una ONG, sino que te va a descubrir cómo se convive con gentes que aparentemente son muy diferentes a nosotros, pero que en el fondo comparten nuestras mismas virtudes y defectos. La única diferencia real es que viven en un lugar donde no debería vivir nadie, pues goza de todas las calamidades posibles, pero que como es su tierra tienen el derecho a estar allí.
Los viajes realizados a Malí me han permitido vivir momentos muy duros por las personas que allí sufren por enfermedad y falta de alimentos, como ver a un niño con tres años que se muere por no disponer de nutrición suficiente, o a una mujer agonizante en la puerta de un “hospital” sin que nadie le preste la más mínima atención. Pero a la vez he vivido momentos muy emocionantes cuando nos recibían en sus pueblos y aldeas, o en sus casas, ofreciéndonos compartir lo poco que tienen; conocer a personas que pueden ser felices con muy poco, y familias que se ayudan entre sus miembros, mostrando un gran respeto por los mayores.
Personalmente tengo que dar las gracias a Isidro Ávila por partida doble.
Gracias, Isidro, pues fuiste tú quien me comentó que se estaba gestando una ONG para ayudar a un pueblo en Malí, y en su momento nos facilitaste a Lourdes Fiestas, mi esposa, y a mí que nos incorporásemos a este proyecto, que tanto nos ha enriquecido como personas.
Gracias, Isidro, por embarcarte en la elaboración de este libro, que me consta que ha sido muy ardua, que nos va a servir a los que hemos vivido lo que en él se relata, para fijar estos entrañables recuerdos que el paso del tiempo va borrando de nuestras memorias, y así poder revivirlos cada vez que lo leamos.
Antonio Pedro Martín Morales, un amigo
Introducción
Viajar podrá considerarse un placer por sí mismo cuando a su regreso se obtengan las conclusiones oportunas que lo confirmen.
Esta es la historia, vivida en primera persona, cuyo mérito inicial fue haber estado en el lugar y momento adecuados para recibir una propuesta que no pude rechazar y sin necesidad de pensarla.
Mi trabajo, empleado de entidad financiera como director de oficina durante treinta y ocho años. Quizá ese fuera el motivo por el que recibí la propuesta por parte de Yolanda Ibáñez, amiga y concejala del Ayuntamiento de Vegas del Genil, para participar en una expedición patrocinada por dicho ayuntamiento a un lugar de Malí (África) llamado Goumbou, perteneciente al municipio de Ouagadou, provincia de Nara. La organización correría a cargo de un pariente suyo que hablaba francés, idioma oficial de Malí, y era secretario de una fundación.
El motivo pretendido por el ayuntamiento era hermanarse con dicho pueblo y el objetivo era conocer sus necesidades básicas para, si era posible, enviar ayuda material y de asesoramiento en todas y cada una de las facetas que allí íbamos a conocer de primera mano, dentro de las posibilidades económicas del ayuntamiento, teniendo en cuenta que era la época dorada de la construcción en la zona y los promotores dejaban dinero en abundancia.
Todo comenzó cuando el secretario de la fundación realizó un viaje en el año 2003 a Tombouctou (Malí) y allí se encontró con una fiesta, el Festival Cultural Tuareg, en la que se daban cita multitud de músicos y artistas africanos e internacionales y a la que asistían, entre otros, muchos gobernantes y mandatarios del país, incluidos alcaldes de pueblos y representantes de los barrios, aldeas y poblados pertenecientes a esos municipios. Allí coincidió con un grupo de alcaldes malienses y entabló conversación con algunos de ellos hasta llegar a preguntarles por la situación social y económica, sobre qué pueblo era el más pobre y necesitado de ayuda, etc. A esto respondió monsieur Sádia Kouma, alcalde de la Mairìe de Goumbou, que su pueblo era el más pobre entre los ya pobres pueblos y aldeas de Malí (según datos de la FAO, en 2004 Malí estaba entre los tres países más pobres del mundo).
Desde ese mismo momento se comprometió a realizar un viaje al año siguiente en compañía de otras personas «expertas» en distintas materias, que irían a conocer y valorar las necesidades de su pueblo con la intención de hermanarse y facilitarles toda la ayuda que fuese posible. Mantuvo diversas conversaciones con el Ayuntamiento de Vegas del Genil, a través de Yolanda, hasta conseguir que aceptasen la idea y empezasen a buscar personas con el perfil apropiado para dicho viaje y que estuviesen dispuestas a asumir los «riesgos» del mismo y algunos gastos personales.
Ahí apareció mi suerte. Me ofrecieron ir a ese viaje junto con los «expertos» en sanidad, infraestructuras, agricultura y ganadería, nuevas tecnologías, educación y economía. De inmediato contesté que sí, siempre y cuando no tuviese ninguna objeción de mi familia, dado que una parte económica importante del viaje la debía asumir cada uno y, entre otras cosas, había que ponerse (o tomarse) obligatoriamente unas catorce vacunas contra enfermedades muy comunes en ese país como la fiebre amarilla, el tétanos, la difteria, la hepatitis A y B, la triple vírica, el tifus, la meningitis, la rabia, el cólera, la poliomielitis, la gripe, el neumococo y la malaria o paludismo. ¡Toma ya, cualquier cosa! Y además tenías que estar continuamente usando repelentes contra insectos, porque si Malí tiene algo que sobra son los insectos de todo tipo, formas, tamaños y colores, que en cualquier momento te pueden comer a picotazos o, en el peor de los casos, infectarte con alguna enfermedad grave. Incluso hay uno muy curioso que escupe ácido y te abre un agujero en la piel que te dejará marcado de por vida…
Las personas designadas por el ayuntamiento empezamos a tener reuniones previas para conocernos, exponer el proyecto de viaje y saber de la predisposición de cada uno para asumir los posibles riesgos que aparentemente pudiera tener y los gastos personales.
Asistimos a la primera reunión formal, donde se pudo comprobar que a algunos de los asistentes no se les veía integrados ni cómodos con el viaje. Se mostraban inseguros con las posibilidades y el futuro del proyecto, alegando demasiadas propuestas negativas y haciendo ver que aquello no era lo que esperaban, por lo que en la segunda o tercera reunión se descartaron de golpe tres personas, dos enfermeros y un técnico en agricultura. Además, no teníamos médico ni enfermero que pudieran asumir el tema sanitario y había que encontrar alguno sí o sí, por ser uno de los motivos que más incidencia tendría en el desarrollo del proyecto. Para las infraestructuras y nuevas tecnologías sí había personas con preparación, gran interés y convicción en el proyecto que aceptaron las condiciones. Para agricultura y ganadería también había un agrónomo con ganas y preparación técnica, que aceptó de inmediato. Para el apartado de economía yo estaba dispuesto a escuchar, tomar nota y aportar mis ideas para que el proyecto saliera adelante. De educación ya se encargarían el secretario de la fundación y su esposa, que también vendrían. Solo nos faltaba el personal sanitario y yo me comprometí con el grupo a intentarlo con un médico amigo y compañero que, cuando le hice la propuesta, solo me dijo: «Espera, ya te diré algo». En pocos días me contestó que vendría con su mujer y un amigo, colega de profesión.
Ya estaba formado el grupo que viajaría a Malí:
–Gabriel Sánchez y Pepa Ruiz por parte de la fundación: Educación y apoyo general del proyecto, además de traductores para el grupo.
–Yolanda Ibáñez: Relaciones institucionales del Ayuntamiento de Vegas del Genil.
–Paco Pepe Martín y Toni Tejeda: Infraestructuras y nuevas tecnologías.
–Alexis Fernández:Agricultura y ganadería.
–Miguel Guzmán y Carlos Aguado: Sanidad.
–Elena Martín:Apoyo en cualquier parte que se le necesitase.
–Y yo: Economía.
Desde el momento en que se dio el visto bueno por todos y cada uno de los integrantes del grupo se inició una actividad frenética a fin de conseguir financiación suficiente para adquirir material sanitario y medicamentos de primera necesidad a través de Farmamundi para que los médicos pudieran desarrollar su actividad desde el primer día de su llegada. Las gestiones de Gabriel con la compañía Air France dieron su fruto y, dado el motivo del viaje, nos permitieron un exceso de carga de 10 + 20 kilogramos, lo cual, multiplicado por diez personas, suponía cien kilos de equipaje y doscientos de medicamentos, material sanitario y algunos extras.
PRIMER VIAJE
Día 1
Abril de 2004, iniciamos el viaje: de Purchil a Málaga, de Málaga a París y de París a Bamako, la capital de Malí. En este último trayecto ocurrió algo un tanto inusual. A mitad de vuelo un compañero, harto de las horas de avión y bastante desesperado por no poder fumar, se metió en el W. C. y encendió un cigarrillo, pensando que nadie lo advertiría, para así matar el gusanillo que le tenía intranquilo… Fue un visto y no visto. Las azafatas esperaban a que abriera la puerta para recriminarle dicha actitud y así lo hicieron en cuanto salió, aunque este se limitó a decir: «¿Yooo? ¡Yo no he fumado!», dirigiéndose a su asiento sin más conversación. ¡Tuvo suerte de que quedara ahí la cosa!
La llegada se produjo sobre las 23:00, hora española. Por lo general, no la cambiábamos para adoptar el horario local, que eran dos horas menos. Una vez entramos en la sala del aeropuerto, lo que vimos nos descolocó y algunos comentamos: «¿¡Esto qué es!?». No se parecía a ninguna otra sala de aeropuerto que hubiésemos visto nunca; era una nave rectangular con el techo bastante bajo, no muy grande pero sí muy sucia, en la que apenas cabíamos todos los pasajeros sin equipaje. De hecho, algunos nos quedamos en la zona de aterrizaje, fumando un cigarrillo en la misma puerta de entrada. En el centro había dos pequeñas garitas de aluminio con cristales translúcidos y ondulados, de los que hacen como «aguas», que me recordaban a las ventanas antiguas que había en mi instituto. Ambas tenían dos ventanillas, una de ellas de frente, en el centro, por donde entregar el pasaporte al policía, que te miraba fijamente, con total desconfianza y una tranquilidad pasmosa para comprobarlo hoja por hoja y, si le parecía correcto… pom, pom, te estampaba los sellos oportunos que ponen en los pasos de frontera. La otra ventanilla, en el lateral, era por donde recogías el pasaporte.
Pasado el control, lo cual suponía de una a dos horas, entrabas en la segunda parte de la misma sala. Allí todo era caótico, un bullicio enorme. Las maletas salían por una puerta que comunicaba directamente con otra sala más pequeña. Desde el avión los mozos sacaban los equipajes a mano en fila, uno detrás de otro, y se iban acumulando allí hasta que sus dueños los localizaban y los retiraban. Mientras tanto, nosotros debíamos esperar a que salieran todos los equipajes, menos los nuestros, que iban identificados con un número y el nombre de la expedición para que no se perdiera ninguno y que serían recogidos por los malienses que nos esperaban a la salida, ya que el alcalde de Goumbou se había encargado de avisar a amigos y familiares para llevarnos con sus vehículos particulares hasta el Hotel Djene, lo cual nos alegró mucho dado el cansancio acumulado durante casi veinticuatro horas desde que salimos de nuestras casas.
Cuando tuvimos todo el equipaje y los paquetes reunidos se hicieron las presentaciones con la gente de Malí, aunque nos costó bastante saber lo que decían ellos y a ellos lo que decíamos nosotros, salvo para los que hablaban y entendían francés por nuestra parte y español por la suya, que no era el caso.¡Fue todo un placer conocerlos!
Ya en el Hotel Djene y con todo controlado, apareció una mujer que se presentó como Djeneba Ndiaye y que durante todo el viaje sería nuestra traductora tanto de francés como de la mayoría de lenguas y dialectos que allí se hablan: bámbara, soninké, peúl, árabe (este apenas lo dominaba), etc.
Día 2
A primera hora de la mañana, al salir a la calle, vimos a muchas mujeres pasando delante de la puerta del hotel, que iban al mercado para vender frutas frescas. Llamaban poderosamente la atención sus vestidos de colores vivos con los turbantes en la cabeza donde llevaban los recipientes, lo que a la mayoría de los que estábamos allí por primera vez nos sorprendió gratamente.
Poco a poco empezó a llegar gente al hotel para darse a conocer y ofrecernos su ayuda, dado que ese día tendríamos que realizar actos de protocolo y reconocimiento en edificios oficiales y presentación a diferentes personalidades en Bamako.
Comenzamos con diversas visitas, una de ellas al Hospital Maternal de Bamako, en el que madame Cámara, que nos acompañaba, nos mostró el centro que ella dirigía, algún material propio de la actividad que allí se desarrollaba a diario y la sala de partos… ¡Casi vomitamos! Una cama mugrienta de hierro oxidado, con el colchón y el respaldo de tejido plástico y gomaespuma rotos; los soportes para apoyar las piernas desvencijados y oxidados también; un barreño de chapa muy viejo, ropa de cama usada y desarmada, una percha para sueros a la que apenas le quedaba un solo brazo, una lámpara de luz amarillenta con poca intensidad y, en un rincón, una funda sucia y envejecida tapaba un ecógrafo averiado desde hacía tiempo, según comentó. Al salir al patio del hospital, por las ventanas se asomaban las enfermeras y las matronas, a quienes madame Cámara, orgullosa, me presentó como monsieur l’argent, le banquier (señor del dinero, el banquero).
De allí nos desplazamos hasta el Ministerio de Cultura, donde, al parecer, también habían concertado una visita. Entramos en el exterior del recinto ministerial (que no tenía nada destacable, salvo lo descuidado que estaba) y continuamos hasta el interior de la zona administrativa, por donde entraban los empleados, y de allí a una sala de espera pequeña y sucia con desconchones en las paredes y en el techo y donde había un sofá destartalado y roto. Nos sorprendió tanto que incluso pensamos que nos habían llevado por una zona equivocada…, pero no, era por ahí. No creo que hubiese otro ministerio con una recepción similar. Estábamos en la entrada de atrás, como si la visita fuese de incógnito. Al poco tiempo nos indicaron que debíamos subir a la primera planta, donde nos esperaba y nos recibió el secretario, que nos condujo hasta el despacho del señor ministro. «Bons jours, soyez bienvenus! (buenos días, sean bienvenidos)». Nos invitó a sentarnos y en breve apareció el ministro. Se presentó, nos presentamos y se entabló la conversación (evidentemente, en francés) entre él y Gabriel, nuestro coordinador y traductor, mientras el resto estábamos expectantes de lo que hablaban y esperábamos la traducción. Observé la extrañeza del despacho. Como estaba sentado junto a la pared, tenía toda la visión del mismo. La pared de enfrente estaba llena de retratos y fotos, en blanco y negro la mayoría; a la izquierda, una mesa de trabajo con un sillón y dos sillas; al fondo, a mi derecha, una mesa grande llena de libros y papeles; y en el suelo, una colección de coches hechos de hojalata, al parecer por el propio ministro, que llamó mi atención porque eran modelos de coches antiguos muy conocidos como el Citroën 2CV, el Renault 4, el Peugeot 504, el Renault 8, etc. En esto que Gabriel comenzó la traducción y tuve la impresión de haber visto algo al fondo que se había movido… No vi nada y seguí escuchando hasta que terminó de traducir. Me volví a concentrar en lo que había creído ver. Dos minutos después… Sí, era lo que imaginé. ¡Una rata deambulando entre los papeles del ministro! Después lo comentamos entre nosotros y alguien más también la vio. Fue un poco surrealista la visión del despacho.
Una vez terminada la conversación sobre nuestra visita, fue mostrándonos algunas fotos donde aparecía con personajes famosos del cine francés hasta concluir diciendo que él, aparte de ministro, también era director de cine en Francia, donde había rodado varias películas. Después de la visita y tras haber mostrado mucho interés por nuestro proyecto, nos deseó suerte en el viaje y quedamos invitados a la vuelta de Goumbou a una cena «europea» en su domicilio particular.
A mediodía teníamos una recepción en casa de un general ya retirado, en la que nos reuniríamos con políticos y representantes del Gobierno a fin de recabar información sobre las necesidades del pueblo de Goumbou y, al parecer, también de Bamako.
Atravesamos toda la ciudad para ir al almuerzo. Era una casa grande, de planta baja con jardín, en las afueras de Bamako. Allí de nuevo se produjeron las presentaciones con políticos y gente importante. A cada uno de nosotros, en función de nuestra actividad profesional, se nos asignaba una de las personalidades y nuestra traductora tenía que estar moviéndose de un lado para otro a fin de que pudiésemos entendernos en algo. A mí me presentaron al secretario del ministro de Economía de Malí, según mi traductor, Samou Konté, que también compartía con otros compañeros y que había estudiado parte de su carrera en Barcelona y conocía a Gabriel de su primer viaje.
El suelo del patio estaba todo cubierto de alfombras y cojines, aunque había alguna que otra silla por deferencia hacia nosotros. Al rato de comenzar la reunión aparecieron varias mujeres portando la comida en recipientes, que colocaron en el suelo para cada cuatro o más personas. Allí se come, generalmente, con las manos y se nos advirtió de que sería bueno hacer un esfuerzo para adaptarnos y comer como ellos…, pero no era nada fácil. El primer plato fueron unos aperitivos de frutos secos y aceitunas, entre otros, con los que no tuvimos problema;el segundo, más complicado, arroz con cordero, una exquisitez para ellos y un problema para nosotros que cada uno solventaría a su manera. Yo tuve la suerte de contar con la ayuda de mi compañero de tertulia, al que personalmente se lo agradecí. El secretario del ministro de Economía metió la mano hasta el fondo del recipiente para sacar una pieza de carne limpia de grasa y sin hueso, que me dio para que la comiera sin necesidad de mancharme las manos. «Merci, merci beaucoup!».
Después de la comida seguimos departiendo y conociendo a cada uno de los asistentes con la conciencia y la tranquilidad de haber tenido un buen comienzo. Quedamos emplazados con quienes nos acompañarían en el viaje a las cinco de la mañana, hora local, para cargar equipajes y paquetes en los vehículos cuatro por cuatro que habían puesto a nuestra disposición vecinos de Goumbou residentes en Bamako y comenzar el viaje.