Czytaj książkę: «King Nº 7 El Dios de nuestra vida»
P. Herbert King
José Kentenich:
Una presentación de su pensamiento en textos
Tomo 7
Eje temático octavo:
El Dios de nuestra vida
© 1998 by Patris Verlag GmbH,
Vallendar-Schönstatt
Título original:
Joseph Kentenich - ein Durchblick in Texten
Traducción: Sergio Acosta
Editor Responsable:
P. Herbert King
© Editorial Nueva Patris S.A.
Vicente Valdés 644
Teléfono: 223282777
La Florida, Santiago - Chile
E-mail: gerencia@patris.cl www.patris.cl
ISBN: 978-956-246-925-8
ISBN digital: 978-956-246-956-2
Diagramación digital: ebooks Patagonia
Agosto, 2020
Chile
Índice general
ÍNDICE GENERAL
Prefacio
Introducción
1. La fe práctica en la divina providencia
2. Fe
3. Filosofía y teología de la historia
4. Espiritualidad de la colaboración activa con Dios
5. La fe práctica en la divina providencia como fuente de conocimiento
Esquema de contenidos
Fuentes
PREFACIO
Con el título “El Dios de nuestra vida” presentamos el séptimo tomo de la serie de textos del P. José Kentenich. Estos textos reflejan el gran optimismo del P. Kentenich de poder encontrar al “Dios vivo” en su acción divina y establecer una real y directa comunicación con Él, incluso cuando Dios “se esconde” en la experiencia del dolor, de la culpa y del pecado. La vida y actividad del P. Kentenich dan testimonio del camino que recorre un hombre con el Dios que se comunica con su creación. A menudo se le reprochó al P. Kentenich - y también a los schoenstattianos - creer saber con demasiada exactitud lo que Dios pensaba y quería.
El P. Kentenich emplea con frecuencia el concepto “fe práctica en la Divina Providencia”. Lo hace basándose en lo que se conoce tradicionalmente por fe en la Divina Providencia. Pero en el P. Kentenich pasa a ocupar fuertemente el foco de atención el aspecto de la comunicación concreta de Dios y el conocimiento de tal comunicación que el hombre tiene en virtud de la fe. El adjetivo “práctica” se refiere justamente a tal realidad. De ahí también otras expresiones como “el Dios vivo” o “el Dios de la vida y de la historia”: ambas son nombres de Dios típicamente kentenijianos y bíblicos.
Se trata pues de escuchar a Dios y hablar con Dios. Para el P. Kentenich la “escuela superior” de esa actitud es la historia de las comunidades que él fundara. Considera la “fe práctica en la Divina Providencia” como un decidido “carisma” que recibió para su tiempo y como un mensaje que proclamar.
La fe en la Divina Providencia es una cuestión capital para el hombre de hoy, por eso ha de hacer de ella su preocupación central, el sol de su vida.1
La acción de Dios no debe ser percibida y venerada tanto en milagros y apariciones, cuanto en la sobriedad de la vida diaria y en el trato “ordinario” con el prójimo, trato enmarcado en la fe.
Las siguientes citas pueden servir de introducción a esta antología y ofrecernos una muestra de lo que entraña esa visión del mundo y de la vida.
Sí, estamos rodeados de incomprensión. Siempre ha sido así. Nos formamos una cierta idea de ello, pero sólo en escasa medida. Ciertamente teníamos fe, pero no era lo suficientemente viva y profunda. (…) Cuanto más aceptemos esas cosas y acontecimientos con espíritu de fe sobrenatural, tanto más seremos auténticos cristianos.2
Más que nunca todo lo efímero se convierte para mí en símbolo de lo divino y eterno. Dios quiere llevarlo también a usted por ese camino. Recórralo con valentía. (…) Contemple en esa luz las disposiciones y providencias de Dios que detecte en su vida.3
Al igual que en los tomos anteriores de “P. José Kentenich, su pensamiento en textos”, también en éste se trata de trazar tangentes a un círculo. Hacen falta muchas tangentes para que el círculo sea realmente redondo. Siempre la experiencia, la intuición y el carisma saben más de lo que puede decir y captar la reflexión conceptual. No obstante esta última es indispensable para la comprensión y transmisión de lo experimentado. Y sobre esta realidad he llamado siempre la atención, de una u otra manera, en los prefacios de esta colección.
El presente tomo está en sintonía con el tema “pensamiento ontológico existencial-histórico” del tomo III, 446-462. Y asimismo con lo expuesto en el tomo II sobre “amor”, y lo dicho sobre la “libertad combatida” en el tomo I, 339-372. En el eje temático 17 se retomará el tema, pero enfocándose allí la praxis concreta de la fe en la Divina Providencia en la fundación de una obra original. Puede decirse que este tema de algún modo se halla presente en todo el pensamiento kentenijiano.
Con la fe práctica en la Divina Providencia nos movemos en la dimensión del paradigma que lo impulsaba interiormente (forma de pensar, intuición fundamental). Una dimensión de libertad y de alianza, existencial e histórica. En el P. Kentenich esta dimensión se halla ligada a la dimensión de los principios, del ser y la esencia; e igualmente a su manera de pensar vital, psicológica y orgánica.
Así pues lo expuesto en este tomo tiene una tendencia o acento “unilateralmente orgánico”.4
15 de septiembre de 2009.
Día en que Dios lo llamó a sí,
y le mostró en una luz resplandeciente
la significación última de todas las percepciones
que él tuviera del pensamiento y voluntad divinos
en su vida.
Herbert King
INTRODUCCIÓN
1. El mensaje y praxis centrales de Schoenstatt y de Kentenich es que la fe no es ante todo conocimiento de la fe, vale decir, conocimiento transmitido mediante la catequesis y la proclamación de la “palabra”. Más bien se trata ante todo de detectar a Dios en la época, en la vida diaria y en las correspondientes reacciones del alma, y experimentar allí su llamado, saludo y mensaje.
Sobre este fundamento se asienta la vida, el vivir y amar concretos del Movimiento de Schoenstatt. Todo transparenta al Dios omnipresente y omnipotente. Pero además Dios es experimentado concretamente como un Dios que actúa, interviene, habla. Naturalmente ambas realidades están íntimamente entrelazadas, pero se las puede diferenciar. “Dios nos está esperando detrás de cada cosa”, se lee en un folleto.
La cuestión de dónde actúa Dios, o bien la convicción de que él actúa, nos hace estar alertas y percibir una y otra vez manifestaciones sorpresivas de su “presencia para mí”. Así pues se rastrea la acción de Dios sobre todo al repasar el día. Las manifestaciones del Dios de la vida es también el tema más importante de la meditación, constituye un método propio de meditación. En los últimos años, en el Movimiento de Schoenstatt esta convicción se ha plasmado en una forma concreta: la búsqueda de las huellas de Dios en nuestra vida (cf. www.spurensuche.de).
Se trata pues de contemplar la propia vida a la luz de Dios, y descubrir en la propia biografía (elaborar la historia de nuestra vida desde la fe) la intervención divina puntual o extendida a lo largo del tiempo, rememorarla y rumiarla. Este procedimiento es una parte en la formación que se imparte en las distintas comunidades de Schoenstatt.
Consecuentemente el término “historia” es especialmente frecuente en el vocabulario kentenijiano. Muy en la línea de las distinciones que hoy se hacen, expresa, por un lado, lo “pasado”, pero también, y aún más, lo fáctico, lo inderivable, particular, concreto. Este término aparece especialmente en relación con la acción de Dios: Dios irrumpe en la historia, genera nuevos hechos históricos, cosas históricamente nuevas. Antes de que “historia” (historia salvífica) fuese un concepto central en la teología, lo era ya en el P. Kentenich.
Como en relación con todo, también en el caso del desarrollo de este concepto el P. Kentenich se funda en su propia experiencia y en la experiencia de la historia de Schoenstatt protagonizada por él. El P. Kentenich experimentó la “irrupción” - ésa es la palabra que emplea - de lo divino en diferentes oportunidades. Y ello de manera especial. La historia de Schoenstatt es para él historia salvífica en cuanto que es un reflejo, un revivir, una actualización de la historia salvífica bíblica. Sobre este trasfondo contempla la historia personal y la historia de grupos y comunidades como una historia de Dios. Cuando a los schoenstattianos se les pregunta sobre Schoenstatt, por lo común relatan en primer lugar una historia. Vale decir, estamos ante una espiritualidad y teología netamente narrativas.
Así pues al P. Kentenich le interesa despertar y desarrollar el “sentido para la historia”.
Se trata pues del sentido para percibir los acontecimientos históricos, el sentido para interpretarlos con adecuación a su significación y esencia. Un sentido para lo que es responsabilidad histórica y para una misión decididamente histórica.5
El P. Kentenich designa su concepción de la historia como “creativamente teísta”. Y con ella toma distancia de toda concepción de historia unilateralmente activa o pasiva. Su espiritualidad se puede caracterizar muy bien como “espiritualidad de colaboración con Dios” (1 Co 3, 9). Capital importancia reviste en su pensamiento la cuestión del sentido no sólo escatológico sino profano de la historia.
2. El ejemplo de Juan Pablo II. Experimentar a Dios hoy como lo experimentaron Moisés y los profetas. Juan Pablo II en el monasterio de santa Catalina, al pie del monte Sinaí, según descripción de Andreas Englisch:6
“A pesar de la sombra que daban los raquíticos olivos, ya a media mañana hacía gran calor en el soto junto al monasterio. No soplaba viento alguno en el estrecho valle, no había nubes en el cielo, el aire era como vaharada de horno. Sólo habían llegado hasta ahí unos trescientos fieles (…) Yo aguardaba con expectación lo que el Papa les diría: Quizás el Sinaí era el lugar correcto para agradecer a Dios por haberse revelado a los hombres, por no haberse quedado en sí mismo sino mostrado a los hombres. Pero me equivoqué por completo. Juan Pablo II no vino con una respuesta, sino con una pregunta: “Dios enigmático… ¿quién eres tú?” El Papa que tantas veces no había hallado a su Dios, venía al Sinaí porque ahí, en el lugar en el que Dios se había manifestado en la historia tres veces a los hombres, quería preguntar él mismo: “¿Por qué te escondes?”
Ese día yo estaba sentado en un banco de madera, a dos metros del Papa. El banco había sido reservado para la prensa. Lo miré a los ojos, semiabiertos y de un azul resplandeciente. No se contentó con leer sencillamente su homilía. Esa vez sus palabras no estaban destinadas a los hombres que soportaban el calor y escuchaban. El Papa le habló a su Creador: “Es el Dios que viene a nuestro encuentro, pero a quien no se puede poseer. Es el Dios que lleva en sí el ser. Es el ‘Yo soy el que soy’. Tiene un nombre que no es un nombre´. Ante tal misterio, cuando nos dice que nos descalcemos, ¿hemos de dudar en quitarnos las sandalias ante tal misterio y adorarlo en ese lugar santo?” Y vuelve a preguntar: “¿Quién eres tú, Dios de Israel?” Y reflexionando sobre la enigmática naturaleza de Dios: “Él es a la vez lejano y cercano, está en el mundo y sin embargo no es de este mundo.”
Hablaba lentamente, en voz baja. Al concluir la ceremonia unió sus manos y calló. La gente esperaba la bendición final, pero él se quedó sentado allí, en silencio. Elevó los ojos hacia la montaña de Moisés y contempló el cielo. Lo miré, pero no comprendí lo que estaba ocurriendo. Finalmente lo entendí: Esperaba una señal. Estaba absolutamente seguro de que Dios le daría una respuesta a todas las preguntas planteadas en su homilía, a la pregunta principal: “¿Quién eres tú?” Había peregrinado hacia ese lugar santo; era el primer Papa en hacerlo, y estaba seguro de que Dios no dejaría de tomar contacto con él. Lo miré a los ojos. Vi cuán inquietos estaban, y comprendí repentinamente lo que se estaba preguntando: ¿Cómo? ¿Cómo se le manifestaría Dios en ese lugar en el que se había manifestado a Moisés en forma de zarza ardiente?
La gente comenzó a inquietarse. No soplaba ni la menor brisa, el sol quemaba y él seguía allí sentado y en silencio. Lo miré. Durante varios minutos no pasó nada. Luego observé cómo unía sus manos, cerraba sus ojos y sonreía silenciosamente. Yo miraba, fascinado, cómo se encontraba allí sentado, ensimismado. Era como si su alma hubiera sido tocada, no delicada sino fuertemente, como por un rayo. Finalmente abrió sus ojos. Se lo veía muy feliz y golpeteaba rítmicamente con su mano el apoyabrazos de su sillón, un gesto que siempre reitera cuando hay algo que celebrar. Nos guiñó el ojo y comprendí su mensaje: “¿Ven? Está aquí. Vino realmente aquí, está aquí. Lo puedo percibir clarísimamente, siento fuertemente su presencia.” Hizo una señal: “Miren”. En el cielo, de un azul resplandeciente, habían aparecido repentinamente grandes nubes blancas. A la vez comenzó a soplar una brisa que estremeció las hojas del bosquecillo de olivos. Alegre y con una sonrisa, Juan Pablo II impartió la bendición final.
Entonces volví a recordar que en el Sinaí Dios se había aparecido tres veces a los hombres. A Moisés, en forma de zarza, pero también en forma de nube (Ex 19, 9), a Elías como dulce brisa (1 Re 19, 12). Quedé conmovido. El Papa, ¿se imaginaba a Dios de manera tan concreta? A la mayoría de la gente no le había pasado nada en el Sinaí. Habían aparecido algunas nubes. Algo quizás inusual en el desierto del Sinaí, pero que de hecho sucedía. Y que repentinamente soplase una brisa por el valle, eso no era otra cosa que un fenómeno atmosférico. No obstante el Papa experimentaba a Dios, íntima y naturalmente, pero de modo tan concreto y fuerte que resultaba conmovedor ser testigo de ello. Su sorpresa, su espanto, pero también su alegría, eran tan auténticos, como si junto a él hubiese habido una persona que habló con él, que lo tocó. Así parecía. Esa manera concreta de buscar una y otra vez a su Dios y experimentarlo tan hondamente, debió haberle dado la fuerza para el maratón que se había impuesto. Yo había asistido ya a algo similar en él. Fue hace algunos años y en un lugar muy distinto, pero lo recordé: Cuba.
Esa pregunta conmovía hondamente al Papa. ¿Estaba a punto de tener una vivencia que constituía el enigma más grande del mundo? ¿Que un ser inconcebible, oculto detrás de la combinación de letras Y-a-h-v-e, surja de la inconcebible hondura del espacio y del inconcebible enigma del tiempo, tome contacto con él, Juan Pablo II, y se manifieste a los cubanos?” (236)
“Para Karol Wojtyla no existe ni la mínima duda de que Dios envía señales a los hombres, frecuente y directamente. Desde la enigmática profundidad del tiempo y del espacio, Dios procura establecer contacto directo con los hombres. (…) Para Juan Pablo II nada tiene importancia mayor que los momentos en los que él pudo estar seguro de que Dios se dirigía directamente a él, que le enviaba una señal para infundirle ánimo.” (311)
***
Sea cual fuere la opinión que se tenga sobre tal interpretación, ésta reproduce de todas maneras, y con gran exactitud, lo que el P. Kentenich experimentó en abundancia en su vida y obra, y lo que él quiere transmitirnos como su mensaje. Con el texto citado más arriba queda claro, y con exactitud, la intención y contenido del presente tomo de la colección.
3. Originalidad del cristianismo. Con su doctrina de la fe práctica en la divina Providencia, el P.: Kentenich contribuye a la renovación, actualización y revitalización de la verdadera originalidad del cristianismo. Una y otra vez lamenta que el cristianismo haya sido proyectado excesiva y unilateralmente al plano de las ideas.7
Desde su punto de vista existencial/histórico, el P. Kentenich entiende también lo que Dios realiza en la “gran” historia bíblica de su autocomunicación. En la historia concreta de sus propias fundaciones entendió y ejercitó un pensamiento bíblico e histórico-salvífico.
Hemos designado a nuestra historia como una especie de Sagrada Escritura. Ahora bien, si ustedes lo piensan cabalmente, en todas partes ocurre así. Dios escribe ahora no a través de los evangelistas, mediante palabras, sino que responde a través de la vida misma. No sólo hay palabras de Dios escritas sino también encarnadas. Tengan siempre presente esta realidad. Observen que si la Familia de Schoenstatt ha surgido así, entonces resulta claro que nuestra historia es una especie de Sagrada Escritura; así como, por lo común, toda historia, contemplada desde Dios, es, según la intención divina, una historia sagrada.8
Desde este punto de vista podemos releer también los diferentes fenómenos de las comunicaciones de Dios en la historia. No siempre se ha tratado de visiones o apariciones en sentido estricto. Especialmente revelador es, en este sentido, el “Relato del peregrino” de san Ignacio de Loyola.
La concepción de Dios que sustenta el P. Kentenich es “típicamente” cristiana, y lo es de manera decidida. Porque contempla un Dios que se comunica y está dispuesto a dialogar. En la elaboración de esta concepción, nuestra teología debe mucho al teólogo Hans Urs von Balthasar.
“Si se quiere tener un panorama sobre la obra teológica [de von Balthasar], se recomienda repasar la “trilogía”, en la que convergen las intenciones teológicas de Balthasar. A diferencia del “motor inmóvil” de Aristóteles que no puede ser movido por el mundo; a diferencia del Uno divino de Plotino que se derrama en la pluralidad del mundo; en suma: a diferencia del dios de los filósofos, lo propio del Dios bíblico es que éste se muestra, actúa, habla. En estos tres modos de expresión de la autorrevelación de Dios, que Balthasar relaciona con los trascendentales de lo hermoso, lo bueno y lo verdadero, se halla la célula germinal de su trilogía. La estética rastrea y examina la manifestación de Dios; la teodramática, su acción; la teológica, su palabra (cf. Petri Henrici: Die Trilogie Hans Urs von Balthasars, en: Internationale Katholische Zeitschrift Communio 34, 2005, 117-127)”. 9
Cf. Hans Urs von Balthasar: Theologie der Geschichte. Johannes Verlag 1959.
Cf. Magnus Löhrer: Dogmatische Bemerkungen zur Frage der Eigenschaften und Verhaltensweisen Gottes. En: Feiner/Löhrer (Hrsg.): Mysterium Salutis, II, 291-314.
La realidad de ser cristiano considerada como un estar en camino. Por su origen mismo, el cristianismo tiene como fundamento no un programa sistemático sino más bien tres “historias” importantes de peregrinaciones y viajes. El libro de la primera alianza (Antiguo Testamento) es un libro de muchas peregrinaciones. Abraham abandona su tierra, Israel surge lejos de sus verdaderas raíces, y al cabo de una larga travesía por el desierto entra en una tierra prometida ardientemente anhelada. En el Nuevo Testamento tenemos a Jesús, que en la fase más importante de su vida no reside en un lugar fijo sino que está continuamente en camino. Pablo, auténtico discípulo suyo, es un hombre de viajes y de muchos lugares de residencia. Así pues el libro fundamental de nuestra religión - y también de nuestra cultura - el Nuevo Testamento, es un libro de caminantes, de estar en camino.
Una tal actitud nos interpela hondamente a nosotros, hombres de hoy. Un tal sentimiento de vida puede ser arrollador, incluso peligroso. Un sentimiento de desarraigo y nomadismo aflora una y otra vez en muchos de nuestros conciudadanos, no permitiéndoles establecerse cabalmente en un punto fijo. También en la Iglesia hablamos mucho de estar en camino, hablamos mucho del pueblo peregrino de Dios. También eso es expresión de un sentimiento de vida. Irse de vacaciones lo más lejos posible de casa, estar de viaje. Y ello una y otra vez como símbolo de un sentimiento vital de derrelicción, de no pertenencia, de miedo a la cercanía y la vinculación. Y sin embargo sintiendo simultáneamente un hondo anhelo de todo eso.
¿Cómo son las biografías de hoy? “Antaño” - y los mayores de entre nosotros nos hemos criado todavía en esa tradición “de antaño” o bien en sus “huellas”- se sabía con bastante exactitud todo lo que sucedería a lo largo de la vida. Que un matrimonio pudiera fracasar era algo que apenas se tenía en cuenta. Para muchos el lugar en el que habían aprendido su oficio era también el lugar seguro del trabajo que realizarían durante toda su vida. Ciertamente los niños recibían menos atención de la que se les dispensa hoy, pero vivían en un espacio estable y seguro. Así pues no afloraba el miedo, por ejemplo, de ser abandonado por uno de los padres. La cultura de antaño era, en general, una cultura más cosmocéntrica. Los ciclos regulares de la vida, especialmente de la vida en la naturaleza, pero también de la vida de la tradición social y orientadora fijada de antemano, determinaban el ritmo fundamental de la gente y las comunidades.
Fue fundamentalmente en mi generación cuando se produjo ese pasaje de una situación de seguridades tradicionales a un mundo dinámico-inseguro. El entorno más bien aldeano y pueblerino del cual procedemos una gran parte de nosotros, cultivó las tradiciones durante más tiempo que en el caso de las grandes ciudades.
Frente a ese mundo que adhería a tradiciones, nuestra cultura actual es una cultura del hombre libre y de sus proyectos y obras, del hombre demasiado (?) libre, del hombre desarraigado; una cultura antropocéntrica y, con ello, una cultura de lo histórico. De muchas maneras experimentamos - en nosotros mismos y en las personas ligadas a nosotros -, que ya no existen más aquellos caminos “derechos”; que se podría hablar de que hacen falta muchos caminos “falsos”: caminos de exploración de los que no siempre se obtienen resultados útiles. Rodeos. Cambios frecuentes de domicilio, de lugar de trabajo. Hacer permanentemente cursos de perfeccionamiento para poder seguir compitiendo, para no estancarse. En tales situaciones experimentamos lo frágil y azaroso de nuestro proyecto de vida. Y con ello también la tentación de experimentar alguna vez algo totalmente distinto.
Advertimos con claridad cómo la sociedad y también la Iglesia abandonan cada vez más la orilla antigua y están en camino de la nueva, o bien ya han arribado a ella. ¿En qué medida hemos llegado ya a ella? ¿Hasta qué punto nos hemos establecido íntimamente en ella? Desplegar allí la importante tarea de hacer habitable esas nuevas tierras…y reconocer también los peligros que existen en ellas, aprender de tales peligros y superarlos.
Nuestro Dios, el Dios cristiano, habrá de ser entonces mucho más un Dios de la historia y de la vida que un Dios de la naturaleza y de los órdenes perpetuos. Es el Dios de las Sagradas Escrituras, el que se manifiesta una y otra vez de manera sorprendente. Así pues se plantea la cuestión candente de cómo reconocerlo. Hoy podemos y tenemos que descubrir a Dios con mayor radicalidad aún de lo que era habitual en generaciones anteriores. Y con ello tenemos también la posibilidad de hallar al Dios típicamente bíblico, una posibilidad mayor de la que tenían las generaciones precedentes.
4. Dificultades. En todas las épocas no fue fácil creer en la Divina Providencia en medio de tantas contradicciones y del sufrimiento humano de personas y pueblos enteros que clamaban cielo. No obstante esa fe se mantuvo siempre firme en el “pueblo” cristiano. Por decirlo así, la gente no se animaba a negarla. Se era capaz de aceptar y someterse. Muy a menudo se la concebía como castigo y se decía entonces que era un castigo justo; o bien se hallaba consolación pensando en la vida eterna. No se hacía crítica alguna a Dios. Con el advenimiento de la cosmovisión antropocéntrica se comenzó a poner en tela de juicio y negar la providencia concreta de Dios no sólo en ocasión del sufrimiento, sino que se descartó radicalmente su influjo sobre el destino de los hombres (deísmo). El siguiente testimonio de D. F. Strauss nos introduce en la época en la que tuvo lugar este fenómeno:
“La desaparición de la fe en la Divina Providencia es parte de las pérdidas más notorias ligadas al abandono de la fe cristiana. El hombre se ve indefenso y desvalido, colocado dentro de la tremenda maquinaria del mundo con sus engranajes que giran sin cesar, con sus pesados martillos y pisones que machacan con ruido ensordecedor. Sufre minuto a minuto la amenaza de ser triturado por uno de dichos martillos o pisones. Ese sentimiento de estar librado al azar es realmente espantoso. No nos hagamos ilusiones: nuestros deseos no cambian la realidad, nuestra razón nos indica que existe tal maquinaria”.10 En la medida en que el ser humano toma conciencia de sí mismo, ya no acepta sin más ni más una tal teoría, y lo fundamenta también desde la filosofía y teología.
Por naturaleza un proceso de estas características se decanta sólo de modo lento e irregular. En el pueblo fiel, la fe en la providencia especial de Dios continúa siendo el cimiento más profundo. El P. Kentenich lo toma en consideración y construye sobre él. No obstante percibe que ya hay cosas que se han “desgranado”, se han perdido. Así lo apreciamos claramente en el siguiente testimonio de 1955. Allí habla de “retractaciones”, de “cambios de opinión”:
A la agobiante inseguridad de la situación se agrega hoy - como ya lo señalé - el atormentador aislamiento en que se ve quien cree en la Divina Providencia. Me refiero a la situación de creciente descristianización de la sociedad. Consecuencia de esa descristianización es la fuerte disolución y desaparición de la fe práctica en la Divina Providencia en todos los ámbitos cristianos, a lo largo y ancho del mundo. Por eso en el mundo de hoy los auténticos creyentes en la Divina Providencia se han convertido en ermitaños, en el pleno sentido del término. Descuellan, solitarios, en medio de su entorno. Sus contemporáneos prácticamente no los entienden. El mundo que los rodea muchas veces es para ellos un libro cerrado con siete sellos y, a veces, una especie de infierno. Las contradicciones entre ambos mundos son como fosos, hondos como abismos. Quien no vea con claridad este estado de cosas, se engañará a la hora de juzgar la situación del mundo en cuanto al espíritu y las ideas reinantes en él. Y sin saberlo ni quererlo, estará haciendo una política de avestruz y su actividad a la larga no reportará fruto alguno…
Si tuviera que escribir ahora mis “confesiones”, tendría que introducir un capítulo titulado: “retractationes”, vale decir, retractaciones, cambios de opinión. Su contenido principal sería el diagnóstico sobre esta época desde el punto de vista de la fe práctica en la Divina Providencia. Lo que yo antaño decía y enseñaba sobre este tema ha perdido hoy su vigencia. Lo que no quiere decir que el diagnóstico hecho por entonces no fuera el adecuado para aquellos tiempos. De ninguna manera. Por entonces la situación imperante era efectivamente tal cual yo la veía y exponía. Pero entre tanto se ha producido un cambio radical. Y ello aconteció en pocos años y de una manera difícil de entender.
Por entonces yo enseñaba que la sustancia religiosa de los pueblos cristianos se había condensado prácticamente en la fe en la Divina Providencia. Y ello a modo de una fortaleza inexpugnable, segura, bien resguardada. De ahí que una de las tareas más importantes de la pastoral fuese el cultivo cuidadoso de ese sumo bien. Sobre esta base puse de relieve tanto el mensaje schoen-stattiano de la fe práctica en la Divina Providencia como también - enfáticamente - la gracia especial de peregrinación del mismo nombre. Y ambas cosas a la luz de la gran misión que tiene Schoenstatt para la época.
Pero hoy debemos decir que eso era así en el pasado… Hoy en muy breves espacios de tiempo tienen lugar derrumbes y catástrofes que por lo común necesitaban siglos para consumarse. Colapsos y calamidades que de un día para otro afectan a todo el mundo, resquebrajando costumbres y estado de cosas tradicionales. Reitero que quien no tenga conciencia de ello, quien no lo tome en consideración, hablará en el vacío y no debe esperar eco positivo alguno.11
No obstante, en años posteriores el P. Kentenich hablará de la importancia del punto de enlace de la fe práctica en la Divina Providencia, vale decir, de la experiencia de Dios, del “rastreo”. Ahora bien, una y otra vez resulta difícil seguir al P. Kentenich en sus declaraciones a menudo muy contradictorias. Pero a pesar de ello hay que contar con que ambos puntos de vista son correctos. Porque precisamente la realidad misma es muy contradictoria. Así pues me animo a decir que el texto aducido aquí es el más orientador, y que nuestras Iglesias deberían esforzarse en transmitir no tanto conocimiento dogmático o ética, sino justamente el anuncio del Dios de la vida, del Dios que se presenta en este tomo. Muchas veces la gente se asombra cuando se les habla del Dios de la vida. Y dice: “Pero yo también tengo esa fe…”
Pero también el hecho de que esa fe en la Divina Providencia vive aún en lo más profundo del creyente. Si preguntan a la gente que de alguna manera se ha mantenido cristiana, o bien a los que siguen siendo totalmente cristianos, constatarán siempre la misma realidad: La sustancia esencial de la fe se ha proyectado siempre y sigue proyectándose también hoy, como fe en la Divina Providencia. Basta observar la vida.12
5. Misión del cristianismo de hoy. Cuanto más percibe el P. Kentenich las dificultades, tanto más siente y reconoce que allí está la misión central del cristianismo de hoy. Él mismo con su Movimiento se sabe llamado especialmente a esa labor. De ahí que la “fe práctica en la Divina Providencia” represente algo así como el fundamento, patrón o guión de su pensamiento y acción. En 1944, y en el infierno de un campo de concentración, escribe lo siguiente: