Czytaj książkę: «El Espejo de Gael»
GUSTAVO FERNÁNDEZ
EL ESPEJO DE GAEL
Fernández, Gustavo
El espejo de Gael / Gustavo Fernández. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-1794-4
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.
CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA
www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com
Ilustración de tapa: Jorge Gustavo Fernández (Gustavo Nández)
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
MI AGRADECIMIENTO A
Mario, que me ayudó a redescubrirme y valorarme, alentándome y apoyándome en todo momento. Gracias por creer en mí.
David, por impulsarme a escribir y hacerme ver que todo es posible.
Dios y a la vida que viví, porque gracias a eso puedo compartir esta historia.
DEDICADO A
Mis Padres, fuente inagotable de amor genuino, ejemplo de lucha, generosidad y humildad. Ellos me enseñaron que, cuando hay amor, cualquier obstáculo se puede vencer.
Mi hermana, ejemplo de perseverancia y apoyo incondicional.
Mis hijos, que siempre me dieron motivos para nunca dejar de aprender.
Cris, por sostenerme y acompañarme en mis momentos de introspección, con su respetuoso silencio.
Todos aquellos que dejaron una huella en mi vida. Con su apoyo, con su presencia, que de una u otra forma me ayudaron a ser mejor persona y a luchar por mis convicciones.
Todos aquellos que dejaron una marca en mi vida. Con su indiferencia, con su ausencia, con su hipocresía, porque me ayudaron a creer en mí mismo y a no dejarme vencer
Mikael, que está siempre conmigo.
Índice de contenido
PRÓLOGO
BIENVENIDO JOAN GAEL
GAEL, EL MOCHILERO
EL MOMENTO PERFECTO
LA MUDANZA
UN GRAN DESCUBRIMIENTO
EMPEZANDO A CONOCER A DIOS
LAS PRIMERAS LUCES Y SOMBRAS
BONJOUR, JOAN, AU REVOIR, GAEL
UN ANGEL TERRENAL LLEGÓ
EL SERVICIO MILITAR
SACARSE EL POLVO
EL ABRAZO ROTO
LA RESILIENCIA
LA MISIÓN
TRABAJAR, CRECER, AMAR
JANO Y ALINA
LA TRISTE CAÍDA DEL TELÓN
SE BUSCA
¿FELICES POR SIEMPRE?
SE OSCURECIERON SUS SOMBRAS
ELEONORA, LA HEREDERA
A SOLO UN SUSPIRO DE DISTANCIA
EL ADIÓS QUE ME DISTE
VELASCO, EL CUERVO
OTRO ESPEJO ROTO
UNA SALIDA DESESPERADA
SAINT MICHEL
ENCUENTRO CONMIGO
¿DIAGNÓSTICO O CONDENA?
PROMESA Y DESAFÍO
DE NUEVO GAEL
LO MEJOR DE MÍ
PINTARÉ MIS ALAS
MILAGRO INESPERADO
HERIBERTO CARDÉS
ROMA, CUNA DE MIS SUEÑOS
EPÍLOGO
Sobre el Autor
Sinopsis
PRÓLOGO
Como nos han enseñado desde niños, todos tenemos designado un Ángel de la Guarda, y Joan Gael, protagonista de esta historia, no es la excepción.
Su ángel se llama Mikael, y es él mismo quien nos relata esta historia.
Joan Gael, un chico común, tiene muchos sueños y metas por cumplir, pero por circunstancias de la vida, decisiones equivocadas, y problemas de salud, se enfrenta a un sinfín de situaciones que lo marcan y lo obligan a sacar lo mejor de sí mismo para salir adelante.
Tras haber intentado vivir lo que otros esperaban de él, terminó postergando sus sueños y equivocándose tanto, que sufrió graves enfrentamientos con personas e instituciones que lo llevaron a demostrarse a sí mismo que, si no se lucha, no se gana.
Desafiando a su familia, a sus creencias y a la misma Iglesia, consigue llegar a un punto en el que pone en duda su propia existencia y hasta la propia fe.
Como era de esperar, los caminos transitados siempre trajeron resultados que muchas veces no eran los deseados.
Las decepciones sufridas dejaron una marca muy profunda, pero también le dieron el valor que necesitaba para desenmascarar actos de hipocresía que muchas veces utilizan las instituciones y las personas, para doblegar las voluntades, para conseguir beneficios con el menor esfuerzo, o simplemente por el hecho catártico de una descarga emocional.
Buscando su destino, recorriendo caminos, Joan Gael consiguió aceptar que la vida es lo que es y que depende de cada uno darle el sentido y vivirla hasta la plenitud.
BIENVENIDO JOAN GAEL
Desde el primer latido de mi vida me encomendaron la tarea de tener un alma a cargo, un ser diferente a mí, pero con el cual tenía que llegar a sentir, pensar y soñar del mismo modo. Llegar a ser yo mismo, pero en el cuerpo de otro, como si fuera fácil soñar los sueños de alguien más. Fue todo un desafío frente a mí y sin opciones. En mi cabeza daban vueltas un montón de preguntas, sensaciones e imágenes que proyectaban un futuro incierto y, aunque sin miras de tener claridad, yo había aceptado acompañarlo.
Corría el mes de octubre del año 1967. Era una tarde calurosa del día 19 y mi “asignado” estaba demasiado tranquilo en la panza de mamá. Todavía le faltaba un mes para nacer, por lo que mamá, Aída, estaba serenamente regando las plantas del jardín, pero de repente algo sucedió: un gran estruendo, una explosión, cristales rotos, gritos y un fuerte golpe afuera. Sí, allá en la calle. Mamá corrió a ver lo que sucedía. Un choque entre dos autos. Este hecho inesperado que rompió con la armonía de la soleada tarde hizo que la bolsa que contenía a su bebé se rompiera y fuera este el fin de su placentero descanso: MAMÁ SE ASUSTÓ PORQUE VIO UN ACCIDENTE DE AUTOS, JUSTO EN FRENTE DE SU CASA. Se puso muy nerviosa y el embarazo se complicó al punto de tener que sacar al bebé de su lugar. Dolores, nervios, contracciones… Tomando fuertemente la mano de papá comenzó su trabajo de parto. La noche parecía haber comenzado muy pronto y, por lo que se veía, iba a ser larga, muy larga. Una batalla épica se desató entre el ocupante del vientre de mamá y el mismo Dios, quien después de varias horas le dió un empujón para que saliera de su comodidad mientras los médicos, desde este plano, lo tironeaban para que entrara a esta vida que ya con tanto trabajo lo había recibido.
Y es así que a la 01:10 de la madrugada del 20 de octubre, el inevitable hecho de la vida se produjo. Bienvenido, Joan Gael.
Sólo habían pasado ocho meses… Esta vida comenzó apurada.
Con algunas complicaciones y después de un mes de incubadora, Gael decidió quedarse en este mundo. Aparentemente, y por lo que me dijo el de arriba, iba a dar una misión como a tantos otros, pero en este caso yo tendría que poner empeño en mi trabajo para también sostener a Gael, ya que su vida tendría aristas algo duras para los días que vendrían.
Hermoso bebé con manitos de algodón y mejillas de durazno; ojos curiosos buscando su confortable mundo, ahora en otro espacio, pidiendo y dando todo a la vez. Pequeñas manitos gigantes repletas de amor. Frágil como un capullo de algodón, pero fuerte como un conquistador, que con solo una mirada o un pequeño sollozo podía tener el mundo a sus pies. Había llegado desde el amor más profundo y traía alas para todas las almas que lo quisieran bien.
La casa tenía otra luz, otro color, otro sonido. Los angelitos bailaban otra danza. Mamá y papá lo sostenían siempre en sus cálidos brazos de amor.
Tenía que poner lo mejor de mí para acompañar a ese niño al que todo el mundo le había dado implícitamente el título de “REY DE LA CASA”.
En mi alma daban vueltas las preguntas que hasta el día de hoy subsisten: ¿sería Gael alguna vez el rey de la casa? ¿Llegaría a ser verdaderamente el rey de su vida? ¿Cuál sería la misión que Gael tendría que cumplir? ¿Cuáles serían sus miedos, sus dudas, sus obstáculos? ¿Cuánta sería la fuerza para poder vencerlos? ¿Tendría espíritu de luchador? ¿Tendría espíritu de soñador? ¿De bohemio? ¿Estaría destinado a ser feliz o sería su vida una permanente búsqueda de esa felicidad? ¿Qué caminos transitaría? ¿Tendría claridad y firmeza para tomar decisiones?
¿Cuánto amor sembraría para tener una buena cosecha? ¿Sería una persona solitaria o estaría siempre acompañado? ¿Tendría la capacidad de aprender del sufrimiento o sufriría por no tener la capacidad de aprender de los acontecimientos de esa vida?
Fueron tantas preguntas, sin pensar, una tras otra, pero en realidad me di cuenta de que a las respuestas las daría él mismo con el paso del tiempo, aprendiendo a ser cada día mejor persona, poniendo lo mejor de sí mismo, creciendo, sufriendo, amando…
GAEL, EL MOCHILERO
En el seno de una familia humilde comenzó a moldearse este nuevo ser.
Con sus manos de artesana de la vida, mamá le fue dando todo y mucho más:
abrigándolo en la inmensidad de su corazón, velando su sueño e iluminándolo con la luz de sus ojos, con su alma hecha caricias, con todos esos besos que nunca se guardó.
Ahí estaba mamá con su bebé, envuelto en el calor de su ternura, con todos los mimos para él, procurando que no le faltara nunca nada y, más aún, teniendo en cuenta que la vida de Gaelito estaba frágil. Pobrecito Gaelito, nació débil, muy chiquitito, era prematuro, había nacido antes de tiempo, necesitaba todos los cuidados. Para colmo, Aída y Rocco ya habían perdido un bebé, por lo cual ante lo mínimo ya se asustaban o le propiciaban a Gaelito todos los cuidados que creían que necesitaba, y los que no, también.
—A veces los padres, sin querer, hacen de sus hijos seres demasiado frágiles, débiles y hasta cómodos. Se les da todo servido porque lo necesitaron en algún momento de sus vidas, pero lamentablemente eso se hace hábito y es así que después los niños quedan protegidos o, mejor dicho, refugiados en sus propios miedos y comodidades”. Los cuidados excesivos son a veces dañinos para la vida futura: es como tener una planta a la cual se ama y se cuida con demasiada dedicación y, esperando que florezca acorde a esos cuidados, si la regamos diariamente no significa que la flor nacerá más rápido, todo lo contrario, si le agregamos agua todos los días es muy posible que la planta se pudra y se pierda.
Los cuidados que recibía Gaelito eran por momentos hasta excesivos. Lo que pasaba es que no solo era débil, si no que cargaba con todo el miedo de sus padres por la pérdida de su hermanito. En cierto modo le daban a él los cuidados que no habían podido darle a su otro Gaelito.
Con la mejor intención de honrar la memoria de un hijo fallecido, los papás no habían tenido mejor idea que ponerle su nombre al nuevo bebé: Gael era el destinatario de tremendo honor, portador de una gran mochila o carga emocional que le habían colocado sobre su espalda, portador de un nombre que estaba destinado a otra alma. Su vida, nunca sería suya, como si vivir fuera el mayor desafío, como si ser él mismo y tener su propia identidad fuera la promesa de una búsqueda incansable, como si ser el protagonista de su propia vida no estuviese escrito en ningún libro. Todo se presentaba como que la vida más que vida sería un desafío, pero él ya estaba entre nosotros.
El paso del tiempo se encargaría de hacerle saber lo necesario para sentirse vivo.
La primera señal de que Gael sería alguien distinto fue su rotunda negación a tomar la leche materna: nunca quiso tomar la teta.
Acaso sería que, desde el primer aliento de su vida, él sabía que tendría que pelear por ser él mismo y no su hermanito fallecido. Acaso sería el enorme enojo que le había provocado su salida prematura a este mundo hostil.
Gael: –¿por qué no quisiste que me quedara viviendo con vos, mamá? Si estábamos tan bien los dos, tranquilos y sin disturbios, ¿pero cómo puede pasar esto? Si no habia más nadie que me quitara el privilegio de que fueses solo mi mamá.
Yo no quería salir y me sacaste, no tendrías que haberte asustado, mamá, si accidentes hay todos los días. Ufaaaaa, ahora yo no quiero la teta.
Batalla tras batalla libraba Joan Gael con la teta de mamá, una y otra vez el hambre se hacía sentir, pero su enojo era más grande. Y así pasó el tiempo y nunca tomó la leche de mamá.
EL MOMENTO PERFECTO
Días, noches, juegos, risas y una infancia hasta ahora soñada le daban a Gael la tranquilidad de que la vida era linda, o al menos la idea de que valía la pena estar de este lado, ya que podría llegar a ser muy feliz y podría llegar a hacer cosas impensadas.
¿Sería una promesa o un anhelo que, cual motor, le daría fuerza para caminar siempre hacia delante?
La vida misma lo había recibido con las manos frías, seguramente habría que ir haciendo ajustes, cambios para adaptarse, para sentirse vivo, para que vivir no doliera tanto.
Tenía dos hermanos: la mayor era Bella: hermosa y agraciada, con la piel blanca como las alas de un ángel, con la mirada tan limpia como un día diáfano de primavera, muy alta, tan alta que Gael la miraba desde abajo. La dulzura de mamá la había alcanzado también a ella, quien también cuidaba de Gaelito como su juguete más preciado.
El hermano del medio se llamaba Tony: demasiado independiente, lo suficiente como para no tener que ser tan amable con Gaelito, el cual era pequeño y por ahí tener que cuidarlo era una carga,: “Que se arregle Bella, para eso es mujer”.
El sol de la mañana nunca fue tan cálido como las caricias de mamá al despertar a Gaelito. Sus mimos endulzaban el café con leche. Mirarla a mamá en su actividad matinal era un regalo para el alma. Ella hacía todo con tanto amor…: limpiaba la casa, tendía las camas y, después de un rato, la salida en equipo para hacer las compras, solo los dos, ¡qué equipo!
La ensalada de zanahoria rallada y tomate que mamá le daba antes del almuerzo era la ceremonia que indicaba cada día que mamá seguía siendo solo suya, aunque fuese por ese instante íntimo, cómplice…
El almuerzo era una fiesta diaria. Lo mejor de todo era la comida de mamá. Todo muy lindo y hasta algo apresurado a veces, ya que sus hermanos, los invasores, se iban a la escuela y, justamente por eso, debían almorzar bien temprano.
Pero al fin llegaba la siesta: era el momento perfecto: sentado en la falda de mamá mirando la tele.
Reinaba el silencio alrededor, el mundo se detenía para hacer de esa ceremonia el momento más sublime del día. Quizás se dormía embriagado por el perfume de mamá, quizás permanecía despierto para contemplar el cielo en vivo y en directo. Joan Gael y mamá, una sola alma, un solo corazón latiendo al unísono.
De pronto, como para terminar de endulzar la siesta:
—”Está por llegar tu papá”. Y esa era la frase que activaba la segunda parte de la fiesta cotidiana. Papá llegaba del trabajo y, de pronto, mágicamente, tenía solo para él a sus dos papás sin nadie para compartirlos, sin ningún invasor o ladrón de atenciones. Papá también era solo de su propiedad, aunque fuese por un rato.
Él era el hombre fuerte, el superhéroe, quien podía hacer todo, el que cuidaba de todos, ese al que el amor que nos tenía lo hacía jugar y reír, el que solo con mirarlos sabía expresar si estaba cansado o si había tenido un día malo en el trabajo, pero a pesar de ese cansancio, siempre tenía amor a manos llenas para dar.
Hermoso momento el de la siesta: mamá, papá y Joan Gael, otra joya invaluable que quedaría en la memoria.
Así también las tardes tenían una perfecta conjunción entre nostalgia y magia. Caminar de la mano de papá o de mamá hasta la ruta a esperar a los hermanos que llegaban de la escuela. Tardecitas de sol, olor a primavera eterna.
—“Llegaron los chicos del coleeeee, vamos a tomar la leche y a jugar”.
Los días siguientes llegaron con mucha paz: a veces muchos juegos con sus hermanos y a veces muy solitario, esa soledad que por momentos, aunque prematuramente, le producía una rara sensación que no le gustaba mucho, que lo ponía algo triste y que lo hacía ingresar sin querer a su mundo privado, su propio yo, su encuentro consigo mismo. Allí era definitivamente el rey, monarca absoluto de sus sueños, sus deseos y sus juegos.
Fue precisamente en esos momentos de soledad que de pronto aparecía un amigo incondicional, totalmente disponible para él, en el momento que fuese, en cualquier lugar y de la manera que lo requiriera, el amigo perfecto. No sé si seré tan perfecto, pero humildemente soy un ángel, ja, y a mi asignado Gaelito lo tenía que cuidar, guiar y acompañar. Es que a veces estaba muy solo y era muy chico para sentirse abandonado.
Su piel trigueña a veces era motivo de alguna broma, que con el amor más grande y la más dulce de las intenciones su papá o mamá le hacían.
—A Bella la encontramos en un sachet de leche, a Tony lo encontramos en una bolsa de pan, y a Gaelito, el negrito, lo encontramos en un baldío, adentro de una bolsa de carbón, tirado en un rincón.
Nadie se imaginaba que con estos chistes Gaelito se sentía como de afuera: el negrito, el feíto, el que habían encontrado en un baldío. ¡Qué horror!
Gael: –¡Con razón mis hermanos no quieren estar tanto tiempo conmigo!
Quizás en su interior había comenzado a pensar que todo el mundo lo había abandonado, y lo peor de todo era que se sentía culpable. Era el único responsable de que los demás no quisieran jugar con él.
“Abandono” y “culpa” eran dos palabras muy frías y extremadamente grandes para alojarse en el corazón de un niño tan pequeño.
Todo esto se convirtió en una sensación permanente que lentamente fue fabricando una coraza, una armadura que iría aislando a Gaelito como si se sintiera atacado, como si tuviera que defenderse por el solo hecho de ser negrito. Capaz la vida no era tan linda como él creía: su mamá Aída lo había hecho salir al mundo antes de tiempo, su papá Rocco lo había encontrado en un baldío y sus hermanos Bella y Tony no querían jugar con él porque era negrito.
Al menos su amigo imaginario, o no tanto, –o sea yo, su ángel guardián– era la única esperanza de sentirse bien, pero de todos modos tenía que encontrar la manera de que lo quisieran. ¡Por dios, qué desafío!
LA MUDANZA
Esfuerzo, trabajo, sacrificio y entrega se conjugaron para que papá y mamá, después de un tiempo, llegaran a ser propietarios. Al fin una casa propia, la felicidad era absoluta y se revolucionaría la familia con tan tremendo acontecimiento. Tenía tan solo cuatro años cuando papá y mamá por fin dijeron las palabras tan ansiadas:
—¡Nos mudamos a una casa nueva!
La imaginación de Gaelito quedó envuelta en mil preguntas: ¿cómo sería esto de cambio de casa?, ¿tendré amiguitos para jugar?, ¿tendré lugar para mis cosas?, ¿quedará muy lejos?
Un mundo nuevo se presentaba: la casa era mucho más grande y además había un cuarto para compartir solo con su hermano Tony, aunque él seguiría siendo mayor y seguramente no tendría tiempo ni ganas de jugar con él.
Apenas llegaron al nuevo barrio, Tony y su destreza deportiva se hicieron amigos de un montón de chicos: partidos de fútbol, tardes de jugar a la escondida, carreras de bicicletas, el juego de las etiquetas… ¡Qué lindo bullicio y qué lejano era para Gaelito todo aquello! Como era muy chico y tenía la salud muy frágil, no salía a jugar con Tony y tampoco tenía amiguitos de su edad. Además, tampoco Tony lo invitaba. Sus amigos eran solo suyos.
De todos modos, la televisión le daría color a su aburrimiento.
Bella también se hizo popular a una velocidad increíble: tenía quince flamantes años y vivía rodeada de amigos. Ya no podía jugar con Gaelito, tampoco tenía tiempo.
Providencialmente llegó el momento de comenzar a ir a la escuela. El jardín de infantes traería consigo un gran desafío: relacionarse con niños de su misma edad, quizás hasta tendría amigos para jugar.
El primer día de clases fue muy movilizador: Gaelito comenzaba una nueva etapa, el viaje de ida más largo. Ese era el momento de comenzar a despegarse de sus cosas para empezar a ser él mismo, ¿pero cómo hacerlo si mamá le había bordado la bolsita con su primer nombre “Joan”? Entonces en su casa, en su barrio y para todos sus parientes era Gael, pero para la escuela y los nuevos amiguitos sería Joan.
¿Tendría que ser Joan diferente a Gael? ¿Cuál sería mejor que el otro?
Mmm, me parece que esto se estaba complicando.
Obviamente, las recomendaciones para portarse bien y ser el mejor alumno estaban de más, ya que Joan era “el niño más bueno del mundo”, nunca haría renegar a nadie (palabras de mamá y de papá).
Gael: –Pero la señorita Estela no sabe que también soy Gael, ¿cómo haré para ser yo mismo si casi nadie me conoce como Joan?
¿Acaso Gael era el que era y Joan era el que debía ser?
Capaz que Joan debía ser mejor, correcto, educado, inteligente, sin hacer rabiar a nadie, siempre complaciente, incluso a costa de su propio bienestar.
Tales conceptos fueron la bandera que Joan llevaba a todas partes como estandarte de identificación, pero fundamentalmente la llevaba flameando en su alma. Todo el tiempo pensaba: “Joanito, el niño bueno que nunca hace renegar a nadie y Gaelito, el de casa”.
De todas las maneras posibles, Joan vs. Gael o Gael vs. Joan, el resultado debía ser siempre el mismo. Buenito en casa y en el colegio, fuese quien fuese, aunque a veces Gael se relajaba y se permitía sentir como Gael, el de la casa, el de la familia sin protocolo. Solo él.
Evidentemente, esos rótulos se le hicieron parte de la propia piel, motivo por el cual pasaba todos los días tratando de portarse bien y de agradar a todos con una gran sonrisa que coronaba su mirada inocente de niño bueno.
Gael en casa y Joan en la escuela: un dulce niño bueno que jamás hacia renegar a nadie. Jugaba tranquilo, respetando siempre a los demás. Nunca peleaba, ni siquiera por defender su porción del arenero en el jardín. Mamá y papá le dijeron que pelear era malo, así que no había que hacerlo con nadie. Jamás cuestionaba nada ni a nadie.
Siempre hacía lo que le decían, así se ganaba las palabras dulces de la maestra y se regocijaba en escucharla cuando le decía a mamá:
—Aaaayyy, Joan es un niño taaaaaan bueno, jamás hace renegar a nadie. Nunca pelea, siempre estudia y hace toda la tarea.
Esas palabras eran las mismas de los papás, o sea que era el indicio más claro de que estaba en buen camino: ser un niño bueno. Eso hacía que los padres estuvieran felices.
Como portarse bien implicaba no hacer travesuras, Joan Gael, en su elección, optó por no juntarse con nadie que lo fuese a poner en peligro. Estar bajo ese concepto lo haría como cualquier niño que hace travesuras y eso no estaba bien. Sin embargo, él siempre quería agradar y ser el más bueno del mundo. Fue así que no tenía amigos tampoco en la escuela. Nadie lo invitaba ni siquiera para ir a jugar o a tomar la leche. Es que portarse bien era aburrido y nadie se quería juntar con un niño aburrido.
Ya se empezaba a ver su personalidad: ser complaciente y siempre bueno.
Jamás jugaba a juegos bruscos para no ensuciar la ropa ni romperla. Además, como “tenía una salud frágil”, siempre se sintió limitado para hacer o no hacer tal o cual cosa. Se manejaba según sus ganas o según su conveniencia de acuerdo a lo que sintiera. Era una buena oportunidad para aprender a negociar, ¿no? Capaz que ser frágil era una buena manera de conseguir todo sin tanto esfuerzo.
Pero en el jardín de infantes, todo era hermoso y la señorita Estela estaba feliz con él porque siempre se portaba mooooooy bien.
En la escuela primaria, las cosas eran distintas. Los chicos eran distintos: ninguno lloraba y en el recreo jugaban entre ellos. Joan no se acercaba, es que se iba a ensuciar la ropa. Además, los chicos decían malas palabras y eso estaba mal.
La falta de amigos, la falta de hacer alguna travesura o de ensuciarse con tierra, la falta de portarse mal iba de a poco, haciendo de Joan un niño solitario.
Le costaba mucho integrarse a sus pares, ya que con el paso del tiempo y la obediencia incondicional a sus padres y maestras, era como un niño raro, aislado del resto y nadie se quería juntar con él. Salvo yo, su ángel, que desde siempre le había sostenido la mano para encontrar tranquilidad en su soledad. Sin embargo, el ángel de cada uno no se ve, aunque él me sentía todo el tiempo, ya que con mis alas lo abrigaba y muchas veces lo consolaba.
Gael: –¿Pero por qué nadie se quiere juntar a jugar conmigo? Si yo me porto bien y no hago renegar a nadie, si yo estudio y me saco buenas notas. Aunque a lo mejor nadie se porta tan bien como yo, por eso mis papas no quieren que sea como los otros. ¡Pero es que me aburro! Mis hermanos tienen amigos y yo no. Todos juegan a la pelota a la tarde, pero como yo no puedo salir porque soy muy frágil, tengo que mirarlos desde la ventana. Ufa, no sé jugar a la pelota, por eso nunca me eligen en la escuela para formar equipos en la clase de gimnasia. Estoy aburrido, estoy aburridoooooo. Me siento solo. Mis padres toman mate en la cocina, mis hermanos no están porque se fueron con sus amigos, ¿será que ya no les intereso? ¿Por qué me habrán abandonado? ¿Será que tengo que hacer mejor las cosas?