Czytaj książkę: «Jesús, Nacido En El Año 6 «antes De Cristo» Y Crucificado En El Año 30 (Una Aproximación Histórica)», strona 2

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Capítulo III
SOBRE LA RESURRECCIÓN

Es natural empezar con Jesús crucificado y, para los creyentes, resucitado: como desgraciadamente no todos, ni siquiera todos los cristianos, saben con claridad, el cristianismo se funda en realidad esencialmente a partir de la resurrección de Cristo. No sobre los diez mandamientos, como se oye tantas veces, incluso a algún cristiano desinformado: sobre Jesús resucitado. No, aunque menos imprecisamente, sobre el ama a Dios y ama y sirve al prójimo, incluido el enemigo. Hay no creyentes que aceptan este principio y tratan de ponerlo en práctica. Como veremos con más detalle, según el cristianismo13 también ellos están en Dios, aunque para ellos Jesús es solo un hombre que enseña y aplica este mandamiento nuevo, «un hombre entre los mejores, si no el mejor», como he oído decir a una persona justa y atea, «y de quien se puede, por tanto, tratar de seguir su ejemplo». Sí, pero Jesús dice ser «el camino, la verdad y la vida», se proclama expresamente Dios-Hijo de Dios y, si no lo fuera, se trataría de un loco o de un gran embustero: sería un hombre irrelevante, no el mejor de los hombres. Para que sea el mejor debe ser también Dios y puedo ahora decir más exactamente que el cristianismo se basa en Cristo, que, resucitando, demuestra ser Dios y que todo lo que ha dicho y hecho viene de Dios.

Nada se crea, nada se destruye

En su Diccionario filosófico, Voltaire se burla de la idea de la resurrección del cuerpo, que para los cristianos es un dogma. Da el ejemplo de los muertos en la guerra, cuyos cadáveres son sepultados en el campo de batalla. Sobre sus despojos, con el tiempo, crecen plantas, se cultivan y recolectan mieses que adquieren la materia de los cadáveres. Pájaros y seres humanos se alimentan de esos frutos, y además los segundos de la carne de esos animales, adquiriendo así en sus cuerpos las moléculas de otros seres humanos difuntos. ¿Cómo van a resucitar los cuerpos si su materia pertenece a más personas?, concluye sustancialmente, burlándose, el gran filósofo.

Hay que precisar qué entiende por cuerpo resucitado el cristiano (si conoce el Nuevo testamento). En contra de lo que pensaba Voltaire, no se refiere a nuestras moléculas. San Pablo, en la Primera Epístola a los Corintios,14 dice claramente que, a imitación del de Jesús resucitado, nuestro cuerpo resucitará de otra manera, de forma gloriosa espiritual y, en concreto, que nuestro cuerpo animal-material y además psíquico al estar dotado de razón-yo, se transformará en cuerpo glorioso y pneumático (espiritual) eterno. Lo dice después de haber antepuesto una alegoría, la de que si se siembra un grano y nace una espiga, la cual es en cierto modo esa semilla, pero, en sentido estricto, ya no es el grano, que se ha marchitado: ninguno de los de la espiga es el grano sembrado, sino, de una nueva forma gloriosa, esa espiga entera es la semilla marchitada.15

Por tanto, es mejor no estudiar el cristianismo con el Diccionario filosófico de Voltaire, quien, evidentemente, al burlarse de la resurrección basándose en el principio del nada se crea y nada se destruye, no conocía el Nuevo Testamento. Todavía hoy se oye decir que, ante los descubrimientos de la ciencia, el dogma de la resurrección de Cristo ya no es sostenible. Por el contrario, la química y la física no cuentan, no tiene ninguna importancia que la materia del cuerpo de un sepultado acabe en la de una planta o que los seres humanos coman sus frutos e incorporen esa materia: para el cristianismo, lo que resucita es nuestra persona en forma sublime y gloriosa espiritual, es algo que tiene que ver con lo Trascendente que no se puede conocer: Jesús, para quien cree en los Evangelios, al presentarse resucitado a los apóstoles, entra en un lugar cerrado, pasa, por decirlo así, a través de las paredes, algo que sería irreconciliable con el principio de la impenetrabilidad de los cuerpos si el Resucitado trascendente estuviera hecho de materia inmanente. ¿Cómo puede ser trascendente la materia? El cristiano tiene la curiosidad de experimentarlo cuando sea el momento. Por ahora, tiene lo que dice San Pablo y lo que afirma la Primera Epístola de San Juan: 16 «Desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es».

Capítulo IV
SOBRE LA HISTORICIDAD DE JESÚS

Saduceos, fariseos, escribas

En los Evangelios se habla a menudo de saduceos, fariseos y escribas, que se relacionan con Cristo, como enemigos, hasta conseguir del procurador de Roma, Poncio Pilatos, su condena a muerte. Puede ser oportuno, antes de proseguir, explicar estas figuras.

Se llaman saduceos a los pertenecientes a familias sacerdotales, junto a sus apoyos laicos. Se proclaman los herederos de las tradiciones saduceas, es decir de los descendientes del antiguo sacerdote Sadoq o Saduq, que vivió antes del exilio de Babilonia: de ahí su nombre. Constituían una minoría noble y rica durante el periodo del segundo templo, construido por Herodes el Grande, llegando a su culminación a partir del año 20 a. de C., una época que concluirá con la destrucción de Jerusalén y el mismo templo en el año 70. Los saduceos aceptaban el valor vinculante de la ley de Moisés y los libros sagrados más antiguos, seguramente todo el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio); no consideraban palabra de Dios los libros más recientes, desde los siglos II-I a. de C., como el Segundo de los Macabeos (por otra parte rechazado, junto al más antiguo Primero de los Macabeos, por todos los hebreos) y el libro de la Sabiduría, libro de mano farisea, en el que aparece la creencia en la resurrección al final de los tiempos. Los saduceos piensan, como los hebreos más antiguos, que todo acaba con la muerte. Tal vez también por esta idea, se rebajan a pactar con los dominadores romanos, con el objetivo concreto de defender sus intereses terrenales, los únicos reales, según ellos. Sostienen convencidos el libre albedrío y se oponen teológicamente a los fariseos, que esperan la resurrección de los cuerpos y son providencialistas hasta el punto de que parte de ellos cree en la más estricta predestinación. Los fariseos aparecen en el siglo II a. de C. como una facción política y religiosa de «separados» (perushim en hebreo, pharisàion en griego). Se consideran una élite con respecto a los numerosos no observantes, ya sea por falta de voluntad o por ignorancia, a los que llaman con desprecio «pueblo de la tierra», es decir, personas materiales destinadas a no resucitar. Se oponen desde el principio a la clase sacerdotal en el poder, helenizada, a la que podemos llamar los saduceos. Durante la guerra hebrea librada contra el rey Alejandro Janneo, muy sangrienta, decenas de millares de fariseos mueren en batalla y el soberano hace crucificar a 50.000 prisioneros, lo que es apoyado por los saduceos, que habían llegado a un compromiso político con él. Muerto el rey, su viuda, por temor, busca la paz y llama a la corte también a los fariseos, confiándoles las reglas de la observancia, junto a los sacerdotes colaboracionistas saduceos. De la oposición original entre saduceos y fariseos se llega por tanto a una alianza, aunque no siempre estable, para defender sus intereses comunes. Parte de los fariseos entra junto a los saduceos en el sanedrín, una especie de senado y tribunal religioso-político, que condenará a Jesús, aunque sin poder convertirse en sacerdotes, por razones de nacimiento. Pero en las ceremonias del templo son los fariseos los que establecen el comportamiento, también en lo que se refiere a los sumos sacerdotes. Los fariseos se dividen en muchas corrientes, siete principales, que se agrupan en dos grandes escuelas llamadas: de Shammai, que acepta con muchas reticencias el proselitismo entre los no hebreos, y de Hillel, que quiere el mayor número posible de prosélitos de origen pagano y facilita lo más posible las conversiones, incluso a costa eventualmente de normas de observancia consideradas demasiado duras para los gentiles. Los segundos no están muy distanciados de la mentalidad de Jesús. A diferencia de los saduceos colaboracionistas, los fariseos son hostiles a los romanos, pero se trata de una oposición despreocupada y sin manifestaciones externas; sin embargo, los que giran en torno al templo y el sanedrín, sustancialmente colaboraban con los ocupantes. Los escribas, por fin, tienen a su vez una posición particularmente importante, unidos y en parte integrados en el sacerdocio. En los tiempos de Jesús eran fariseos o aliados de los fariseos, a los que en cualquier caso se unían en su afán minucioso por cumplir con la Torah.17 Durante el exilio, y por tanto muchos siglos antes, habían conservado el patrimonio literario religioso israelita, convirtiéndose luego en los depositarios oficiales de las antiguas tradiciones de los padres, muy respetadas y entrando así parte de ellos en el sanedrín. Eran laicos y, al menos en teoría, podían ser de cualquier estrato social, ascendiendo gracias al estudio, lo mismo que pasaba con los fariseos y a diferencia de los saduceos que eran tales por razones hereditarias. Lucas define a los escribas como doctores de la ley porque se dirige a los gentiles y no quiere que estos los entiendan como simples secretarios escribanos. Saduceos, fariseos y escribas constituían entonces, y desde hacía tiempo, la élite político-religiosa en Israel durante la predicación de Cristo. Este era un grave peligro para su poder, como veremos en el siguiente parágrafo, así que decidieron quitárselo de en medio.

Causas y entorno de las acusaciones contra Jesús

Según el Evangelio de San Juan,18 en cuanto Jesús fue arrestado, es conducido ante Anás, suegro del sumo sacerdote Caifás y Anás lo interroga. En los otros evangelios no hay mención del interrogatorio ante este. Este episodio descrito por Juan tiene naturaleza teológica, pero no se puede excluir que tenga cierta naturaleza histórica.

El encuentro con Anás no es un proceso judicial. Este había sido sumo sacerdote entre el año 6 y el 15 y tenía todavía una grandísima influencia moral, pero ya no era el jefe del templo ni del tribunal del sanedrín. Después de él y antes de su descendiente Caifás, habían sido sumos sacerdotes todos sus hijos: un asunto de familia. Anás queda como una especie de gran anciano, una eminencia gris, pero ya no era un personaje oficial con poder político y jurídico personales y era todavía un consejero escuchado, como todos los antiguos sumos sacerdotes y miembros del sanedrín. Quien ha sido sumo sacerdote continúa teniendo el título, como hoy en Italia a los expresidentes de la república se les sigue llamando «presidente». Por eso en los evangelios encontramos muchas veces la expresión «los sumos sacerdotes», en lugar de «el sumo sacerdote y sus predecesores». En Anás hay voluntad de saber con quién se está enfrentando. En el interrogatorio, el tema central es «ser discípulo» según la «doctrina» (didachê) de Jesús, según su «enseñanza» (didáskein). Se puede suponer que Anás quiera saber también si existe una doctrina más profunda, secreta, no manifestada al pueblo, pero Jesús le responde de hecho: «He hablado al mundo en público, he enseñado (didáskõ) en la sinagoga y en el templo donde se reúnen todos los judíos y no he dicho nada en secreto». Ese «hablar» de Jesús en el original griego es «laleîn», que, en lenguaje público es una palabra que indica revelación divina a través de profetas o de ángeles o de visiones, en absoluto es la Palabra-Verbo de Dios. Jesús ha enseñado en el lugar central del judaísmo, el templo. Allí y en la sinagoga ha hablado «abiertamente»: por tanto, no es una doctrina religiosa para adeptos que, tal vez, si solo se hubiera tratado de esto, no habría preocupado mucho a los sacerdotes, como no les preocupaba excesivamente la fanática, pero aislada, secta esenia, sino que se trata de un estilo de vida para todo Israel, y luego para el mundo entero, con sus más que posibles implicaciones de orden político. La bofetada que recibe Jesús del sirviente de Anás, siempre según el Evangelio de San Juan, es el símbolo de rechazo indignado de la revelación de Cristo, que, para Anás, es impía. Pero Anás también ha visto un peligro político y, por eso, manda a Jesús inmediatamente al poder jurídico-político-religioso del sanedrín para que sea procesado. A diferencia de los demás evangelistas, Juan omite este proceso. ¿Por qué no habla de él? Es verdad que lo conoce y ha entendido su significado. El hecho es que, como ya hemos aludido, Juan considera el coloquio con Anás y luego en el tribunal romano de acuerdo con la teología y con ironía, en vez de históricamente: el que para él es condenado realmente es el pueblo hebreo que no acepta el cristianismo y, para este evangelista, juzgar significa condenarse a sí mismo diciendo «no» a la Revelación que trae Cristo. Jesús es el juez delante del cual el pueblo (o, mejor dicho, los presentes que eligen rechazar a Jesús) se autocondena. La misma muerte en la cruz de Cristo es para Juan el juicio divino sobre el mundo, palabra que, para él, con algunas excepciones, coincide con el pecado. No le interesa que Jesús haya sido históricamente condenado, pues teológicamente es exactamente lo contrario y así se ve en el único proceso que describe, el que se produce delante de Pilatos.

Entretanto, veamos algo del proceso delante del sanedrín, acudiendo a los evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas (llamados sinópticos, porque tienen varias partes casi coincidentes).

¿Por qué Cristo es acusado y condenado por el sanedrín?

Sobre todo, por su distinta mentalidad.

Jesús cura también en sábado, cuando está prohibido desarrollar ni siquiera la más mínima actividad física, y, además, muchas veces, en la sinagoga. Metafóricamente, Cristo quita el demonio de la enfermedad: para los hebreos, toda enfermedad, no solo la locura y la epilepsia, la causa un demonio. Según Lucas,19 cuando Jesús cura a una mujer encorvada, que no conseguía ponerse erguida, el jefe de la sinagoga se indigna: «Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: “Los días de trabajo son seis; venid durante esos días para haceros curar y no el sábado”». Jesús es tratado como un curandero, como un hechicero y se le dice sustancialmente que, si quiere ejercer su profesión de charlatán, lo haga en los otros seis días de la semana, como sus iguales. Por tanto, una de las acusaciones que los jefes religiosos y políticos lanzan a Cristo es precisamente la de trabajar en sábado, blasfemando así contra Dios. Entonces, y resulta inaudito, Jesús afirma públicamente que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» y se declara al respecto «Señor del sábado», es decir, Dios mismo, lo que es absolutamente escandaloso para la mentalidad de sus adversarios.

Según el cristianismo, Cristo es una sola persona con dos naturalezas, divina y humana: en el Evangelio de San Marcos es particularmente evidente la humanidad real de Jesús, podríamos decir en cierto sentido la carnalidad y los contrastes son tan vívidos con la de sus enemigos. En el capítulo 1, versículos 14 y 15, leemos: «Después que Juan fue arrestado, 20 Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Nueva”».21 Ese «Convertíos y creed en la Buena Nueva» es lo esencial del mensaje: «cambiad de mentalidad». Poco después,22 el evangelista nos hace entender bien qué significa cambiar de mentalidad: los pescadores Simón y Andrés, llamados por Jesús, abandonan sus redes y lo siguen y lo mismo ocurre inmediatamente después con Santiago y Juan, socios en los negocios de los primos. Para los discípulos de Cristo, cambiar de mentalidad es sustancialmente adherirse en todo a él, aceptarlo como la luz de todos. Podemos entender cuánto miedo generaba esto a los jefes de Israel, los hombres del templo y el sanedrín, que querían ser los guías del pueblo. Además, Jesús es «alguien que tiene autoridad», como nos dicen los evangelios. En el capítulo 1, versículos 21-28, Marcos describe la curación de un hombre poseído por un espíritu impuro que ha tratado de revolverse contra Jesús, pero calla y sale de esa persona en cuanto Cristo lo amenaza imponiéndole exactamente: «¡Calla! ¡Y sal de este hombre!»;23 «Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad, da órdenes a los espíritus impuros y estos le obedecen!”». La misión de Jesús tiene como objetivo la aniquilación de lo que es impuro: en el corazón, no según la mentalidad farisea y saducea de una impureza externa, material, derivada, por ejemplo, de haber tocado un cadáver o de haber entrado en la casa de un gentil. En Mateo, Cristo dice a la multitud, en particular a propósito de los alimentos impuros como la carne de cerdo o los peces sin escamas, pero también en un sentido general: «Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella».24 Igualmente, en Marcos.25 Son los propósitos malvados que vienen del corazón los que vuelven impuros, es decir, los pecados, las decisiones con la mala intención de hacer el mal. Según las enseñanzas de Cristo, la ruina de lo que es verdaderamente impuro, del pecado, es libertad para el hombre. Pecar es esclavitud y también aplaudirlo es esclavitud. Es precisamente esa servidumbre, inadvertida porque no han cambiado de mentalidad, la que crean por sí solos y para sí los líderes de Israel y los que les rodean: sienten amenazados por Cristo su admiración por la multitud y su poder. Jesús, hombre verdaderamente libre, debe elegir delante del poder constituido y de la ley formalista que sostiene el sistema, esta presunta «ley de Dios», abarrotada de preceptos humanos que abanderan los jefes de Israel. Para Jesús es muy arriesgado, y él se da cuenta.26 Cristo ha elegido al hombre y no hay ley que lo contenga cuando esté de por medio el ser humano hijo de Dios. Por tanto, afronta las situaciones que derivan de haber infringido, y continuar infringiendo, las normas. Llega además a lo que para la ley mosaica es una absoluta blasfemia; perdonar los pecados. Así es, por ejemplo, en la curación del paralítico, al cual, antes de sanarlo, le dice: «Hijo, tus pecados te son perdonados».27 Ese hijo lo dice, no el hombre, sino el Dios, Padre de todos, «Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”». En la comunidad religiosa hebrea, según el pensamiento dominante fariseo, los pecadores, incluidos por este solo hecho los que servían al poder de Roma (mientras que los fariseos y los saduceos consideraban que se servían de ella) debían mantenerse a distancia. Jesús elige como discípulo a un impuro, un pecador, Leví Mateo, recaudador de impuestos para los ocupantes romanos y se sienta a la mesa con él y otros pecadores. Naturalmente, recibe una estupefacta reprobación de los escribas de la secta de los fariseos que pasan por ahí: «Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”».28 No le hablan directamente, pues se debían sentir menospreciados, pero lo dejan caer. «Jesús, que había oído, les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”».29 Cristo no afirma que los publicanos sean justos. No equipara justos y pecadores. En cierto modo, al decir que llama a los pecadores se pone en la posición de los fariseos, que consideran a esas personas alejadas de Dios, pero, con fuerza y autoridad, Jesús se opone al sistema del aislamiento de los pescadores defendido por los escribas y los demás líderes, al sistema de falta de perdón, y estos se escandalizan. Llegan así nuevos reproches a Jesús, tanto de fariseos como de miembros de la facción de Juan el Bautista: lo reprueban porque come en vez de hacer ayuno como está prescrito para los días de cualquier norma formal de pureza.30 Esta vez Jesús lo dice con absoluta claridad, en bloque, que lo viejo está rasgado como ropa vetusta y está tan raído como los otros consumidos, que estos están a punto de romperse a la luz de lo nuevo que él lleva, del vino nuevo que será la sangre que ha de verter, la Salvación gracias a la muerte y resurrección del propio Cristo: dice que la viejas normas rituales están totalmente obsoletas y que del Antiguo Testamento queda lo esencial, que ha de verse y matizarse de acuerdo con el Nuevo que él porta. ¡Podemos figurarnos cómo podían entenderlo los jefes del pueblo, que basaban todo su poder en las normas!

El evangelista Lucas analiza sintéticamente la distinta mentalidad en el capítulo 11, versículos 37-53 y análogamente, en un entorno distinto, es decir, en una plaza, leemos en Mateo 23, 1-39.

En Lucas, invitan a Jesús a comer, junto a doctores de la ley, en casa de un fariseo, después de haber hablado ya muchas veces contra la mentalidad farisaica y saducea. Se puede suponer que querían conocerlo mejor, para entender lo grande que era la aversión de Jesús hacia ellos. Cristo, en su absoluta libertad, sin remordimiento, les complace plenamente, definiéndolos como sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre y copas limpias por fuera, pero sucias por dentro:

«Un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo extrañó de que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: “¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Dad más bien como limosna lo que tenéis y todo será puro. Pero ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, porque os gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de vosotros, porque sois como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!”. Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: “Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros”. Él le respondió: “¡Ay de vosotros también, porque imponéis a los demás cargas insoportables, pero vosotros no las tocáis ni siquiera con un dedo! ¡Ay de vosotros, que construís los sepulcros de los profetas, a quienes vuestros mismos padres han matado! Así os convertís en testigos y aprobáis los actos de vuestros padres: ellos los mataron y vosotros les construís sepulcros. Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos. Así se pedirá cuenta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, os aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto. ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave de la ciencia! ¡No habéis entrado y se lo impedís a los que quieren entrar”».

La afirmación de Jesús: «Dad (…) como limosna lo que tenéis y todo será puro» debe entenderse, no a través de los siervos, sino personalmente, y es revolucionaria en ese entorno, donde acercarse a los necesitados se considera impuro: dar limosna no tiene aquí solo el significado de compasión, sino también el de obras de bien material, incluso ensuciándose si hace falta. Jesús no se opone en conjunto a las prácticas farisaicas, pero sí a la costumbre de descuidar mandamientos esenciales y dar un peso excesivo a los secundarios, como por ejemplo lavarse al menos veinte veces al día manos y brazos hasta los codos, despreciando al que no lo haga. El fariseo le había reprochado, al inicio de la comida, precisamente porque no había realizado las abluciones: evidentemente, Jesús lo había hecho a propósito, para provocar lo que sucedió a continuación. Los fariseos no llegan ni a rozar los sepulcros, porque piensan que eso les haría impuros ante Dios y Cristo, en respuesta, los define como esos mismos sepulcros. Los escribas se consideran los portavoces de la sabiduría de Dios y Jesús los define como hipócritas que cargan pesos insoportables sobre otros y, personalmente, cuando no los ven, no los cargan. Además, llama a todos los presentes hijos de asesinos de profetas, también en esto hipócritas, porque, metafóricamente, esconden esos restos mortales en sepulcros que han construido ellos mismos, elogiando así las enseñanzas de esos profetas a los que, en realidad, no siguen. Cuanto Jesús condena en ellos es, por tanto, más que suficiente como para considerar a los presentes todavía más enemigos. De hecho, olvidan las obligadas buenas maneras y, como añade Lucas, «Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación que saliera de su boca».

Quien mantiene las formas, en la mentalidad habitual en ese tiempo en Israel, es considerado un justo, un puro y además un santo y, según los líderes y su grupo, todos los demás son pecadores.

Jesús se enfrenta a ellos. Ciertas disputas que tienen entre ellos pierden importancia en ese caso y se agrupan en contra de él.

Hay que añadir que tienen otras grandes querellas. En Palestina, durante los años de Jesús, hay de hecho fuerzas que podrían comprometer la estabilidad del poder judaico establecido, es decir, los zelotas y los falsos profetas.

Los zelotas (zelotes) son personajes antiguos, aparecen en el siglo II a. de C. en respuesta a las tentativas de los reyes macedonios de helenizar Israel. Son defensores a ultranza de la ley mosaica, no pertenecientes a un grupo concreto, sino compuestos por los que de hecho se comportan como fanáticos. Durante la insurrección del siglo II a. de C. contra Antíoco IV Epifanio, el rey extranjero que quería helenizar a los hebreos y llevarlos a la apostasía, en un sábado, un grupo de zelotes insurrectos se hace matar por los enemigos antes que empuñar las armas en el día sagrado dedicado a Dios y al reposo. Los jefes de la revuelta, Matatías y sus hijos, los macabeos, deciden llegar a un acuerdo: observar el sábado no atacando ese día, pero defenderse en caso de un ataque enemigo. Las victorias dan la razón a su política, pero los zelotes y todos los que se consideran observantes estrictos (hasidim) siguen decepcionados, de lo que deriva una separación que lleva a la aparición de la secta de los fariseos. Son acontecimientos narrados en los libros 1 y 2 de los Macabeos, el primero en hebreo, tal vez de impronta saducea, y el segundo en griego, teológico y que en parte incluye los mismos hechos y es de mano farisea. 31

Los partisanos antirromanos del tiempo de Cristo asumen el nombre de los antiguos zelotas. También en los años de Jesús se escriben otros dos libros sobre los Macabeos, 3 y 4, que pudieron ser de origen zelota o de personas cercanas a ese entorno, pero son considerados apócrifos por todos.

Los zelotas operan tendiendo emboscadas a pelotones romanos, robando provisiones de los ocupantes, haciendo sabotajes, parte de ellos matando a traición con la sica, una espada corta, de donde deriva el nombre de sicarios. Al contrario de la situación unas décadas después, los zelotas todavía no tienen la posibilidad de levantar la insurrección que desean, pero despiertan fuertes preocupaciones entre saduceos y fariseos, que temen por el mantenimiento de su poder a causa de desórdenes, dado que nominación del gran sacerdote y sus colaboradores es, de hecho, aunque no oficialmente, acordada con el gobernador romano y Roma pretende que los hombres del sanedrín del templo contribuyan a mantener el orden.

Como se ha dicho, además de los zelotas existía para los jefes de Israel el problema de los falsos profetas que podían «confundir al pueblo».

Jesús es un profeta. A su vez, se le ve como un profeta sedicente, un agitador, un curandero profesional, pero bastante más poderoso, a diferencia de los demás, porque habla con autoridad, sabe hacer que le obedezcan y le siguen grandes multitudes: aunque solo sea por ese entusiasmo, que desaparecerá con el arresto de Jesús, pero entretanto les da miedo. Los verdaderos discípulos de Cristo, que han elegido cambiar de mentalidad siguiendo las enseñanzas del amor de Jesús, son pocos (incluso en su momento lo dejarán solo tras su arresto) pero esto no lo saben los sacerdotes: lo que más les asombra es la multitud que le alaba, desbordante incluso cuando llega a Jerusalén, multitud a la que se dirige Cristo denunciando en un tono muy duro el modo de pensar y el comportamiento de los jefes de Israel. Estos temen además que los zelotas podrían estar de su parte.

Jesús, a quien el pueblo reconoce como hijo de David, como Mesías, se inscribe en la tradición de la espera del rey Ungido por Dios y, además, de la misericordia de Dios hacia los pecadores: frente a la distinta tradición teológica, bastante dura, admitida por los hombres del templo, por la cual la ley debe cumplirse al pie de la letra por derivar de un pacto con Dios y por la cual los jefes de Israel son los sacerdotes, que deben hacer respetar la ley, y no un rey. En realidad, en esta ley incluyen muchísimas normas que no son Palabra de Dios.

Conviene, para comprender las cosas más a fondo, explicar un poco mejor las dos líneas teológicas del Israel más antiguo, dos versiones distintas de la relación con el Creador. Para una, había habido una alianza entre Dios y el pueblo. A cambio de su obediencia, el Creador se obligaba a proteger a los hebreos. Por tanto, la salvación del pueblo dependía de la observación estricta de la ley de Dios comunicada a Moisés, comenzando por las formas de culto, que una clase especializada, la de los sacerdotes, debía hacer respetar. En tiempos de Jesús, esta es también la opinión de los saduceos y sus aliados, los fariseos, aunque para los primeros la salvación se refiere al pueblo en la historia y para los segundos también a la salvación individual eterna. Se trata de una línea completamente minoritaria. Para la otra línea teológica, la de la gran mayoría de los hebreos en tiempos de Jesús, Dios en un cierto momento habría elegido y ungido a un rey, un cristo (un ungido, precisamente, según el término griego christòs) como representante de todo el pueblo y ese habría sido David, prometiéndole protección personal y ayuda a su descendencia. La salvación del pueblo venía del recuerdo de esta promesa de Dios y de su intervención en la historia, a pesar de los pecados de Israel, a través de un mesías (siempre ungido, pero al estilo hebreo), descendiente de David, al final de los tiempos antiguos, que debía fundar el nuevo reino milenario. Las dos líneas coexistían, entre los hombres en el poder, en el periodo precedente al exilio de Babilonia, pero, tras la vuelta a Palestina en el siglo V a. de C., con el rey reducido a un vasallo de soberanos extranjeros, primero había prevalecido y luego había triunfado la primera versión, la que giraba en torno a sus sacerdotes.

Se puede pensar que los sacerdotes y su grupo tenían realmente miedo a que Jesús quisiera y consiguiera hacerse rey con el apoyo del pueblo, pero no ocupar el lugar del César, como luego dirán a Pilatos, es decir, echando a los romanos de Palestina, sino llegando a un acuerdo con Roma y derrocando al sanedrín. El poder romano no vacila en cambiar a un rey fantoche cuando le conviene y los romanos podrían, cuando lo juzgaran útil para la tranquilidad social, sustituir con un fiel rey-tetrarca al procurador del emperador y gobernador de la región de Judea o incluso a todos los tetrarcas entonces reinantes en las demás tierras de Israel, igual que al procurador romano, con un rey único sometido al emperador, bien visto por la población, como había pasado con Herodes el Grande, que había tenido un gran poder sobre la clase sacerdotal, llegando a hacer matar a sacerdotes que se le oponían, al tiempo que conseguía tener suficiente apoyo popular.32

13.Más exactamente, para el cristianismo católico, tras el Concilio Vaticano II, ya que hay protestantes que lo niegan, e incluso algunos católicos, entre los integristas, que no ven favorablemente este concilio.
14.1 Cor 15, 39-49: al ser parte del Nuevo Testamento, para los creyentes es Palabra de Dios.
15.Hablo más a fondo de esto en La vita eterna – Saggio sull’immortalità tra Dio e l’uomo, Prospettiva Editrice, 2003, escrito en 1998 y ya publicado por mí mismo, por primera vez en e-book MS Reader nel 2001, bajo el título L’eterno corpo umano.
16.1 Jn 3,2.
17.En conjunto, los libros sagrados hebreos constituyen el Tanak, del que la Torá es la Ley (los cinco libros del Pentateuco cristiano); los Nevi'im, los Profetas; los Ketuvim, los escritos. En la época de Jesús, son aceptados sin excepciones los libros de la Torá, mientras que los demás libros son admitidos o no, en todo o en parte, según la corriente religiosa. El canon hebreo solo se fijará hacia el 85-90 d. de C. por la academia de Iamnia (o Jabné), entonces dirigida por el rabino fariseo Gamaliel II (nieto del gran Gamaliel I, maestro de Saulo-Pablo antes de su conversión). La academia había logrado la dirección de judaísmo después de la destrucción de Jerusalén y el templo en el año 70 por parte de Roma y el fin del sacerdocio saduceo.
18.Jn 18, 12-24.
19.Lc 13, 10 -17.
20.Se trata de San Juan Bautista, pariente de Jesús y su precursor, no del apóstol homónimo.
21.Es decir, la «buena nueva» de la salvación eterna.
22.Mc 1, 16-20.
23.Mc 1, 25-27
24.Mt 15, 10-20.
25.Mc 7, 14-23.
26.Se puede suponer que precisamente por ese motivo San Marcos lo presenta cuando se enoja en una situación que no parece irritante a primera vista: cuando en el capítulo 1, versículos 40-45, encuentra al leproso y lo cura, encontramos: «Jesús, conmovido» (pero, en algunos manuscritos más antiguos y, por tanto, cabe suponer que más fieles a la predicación apostólica, está escrito «Jesús se irritó») «extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Sea, queda sano”» (Mc 1, 41). Después, en el versículo 43 leemos: «advirtiéndole severamente» (en otros manuscritos dice «hablándole con mucha dureza» o «se enfadó») «Lo despidió y le dijo: “No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”» El Jesús de Marcos es aquel que solo con querer puede, por gracia divina inmediata, pero se presenta en cada ocasión, como hemos dicho, con su humanidad concreta y al ver a esa persona que sufre, espontánea e inmediatamente la ayuda, pero, a la vez, se da cuenta de que está actuando contra las normas de la pureza y de que se está arriesgando: haber quebrantado la ley podría obstaculizar gravemente su misión. Por eso se preocupa. Incluso con dureza, como si estuviera además enfadado, hace que el leproso le obedezca al ordenarle que calle y haga que lo vean los sacerdotes como prescribe la ley y también para que el sanado, por supuesto, pueda volver a moverse de nuevo libremente, pero asimismo con el objetivo de no dar pretextos a sus adversarios. Inútilmente, porque seguirán pronto nuevos enfrentamientos con los jefes de Israel, como se refiere en el capítulo 2 del mismo Evangelio.
27.Mc 2, 5.
28.Mc 2, 15-16.
29.Mc 2, 17.
30.Mc 2, 18-22.
31.Son aceptados por los cristianos católicos, pero rechazados, no solo por hebreos, sino también por los cristianos protestantes.
32.Al principio, había sido bastante abusivo con los tributos. Eso produjo descontento al pueblo. Temiendo una rebelión, Herodes el Grande había entonces disminuido los impuestos en un tercio. A continuación, para granjearse el favor de sus súbditos, había reconstruido, magnífico, el templo de Jerusalén, afirmando que los impuestos servían para ese fin. Además, con el fin de resarcirse, al menos en parte, había saqueado la riquísima tumba de David.

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Ograniczenie wiekowe:
0+
Data wydania na Litres:
17 sierpnia 2020
Objętość:
193 str. 6 ilustracje
ISBN:
9788835407362
Właściciel praw:
Tektime S.r.l.s.
Format pobierania:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip