El macho inventado

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EL MACHO INVENTADO

Gafas Moradas

GABRIEL SALCEDO

EL MACHO INVENTADO

UNA MIRADA CRÍTICA A LA MASCULINIDAD


El macho inventado. Una mirada crítica a la masculinidad

© Gabriel Salcedo, 2020

De esta edición: © Editorial Gafas Moradas EIRL, 2020

Calle Navarra 277-301, Pueblo Libre

lizbeth@editorialgafasmoradas.com

Primera edición: noviembre de 2020

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total

o parcialmente, sin permiso expreso de la editorial.

ISBN: 978-612-48318-7-4

NOTA DE LA EDITORA

Conocí a Gabriel Salcedo en la Feria Internacional del Libro de Lima hace algunos años. Ese día, además de escucharlo en una charla, me llevé sus libros a casa. Al año siguiente, coincidimos en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En esa ocasión, volví a escucharlo y, por supuesto, a leerlo. Los libros, las ferias y las emociones han sido el punto de partida de esta nueva aventura editorial que tiene como título: El macho inventado. Una mirada crítica a la masculinidad.

Gabriel tiene la capacidad de transmitir emociones de una manera sencilla. Si lo escuchas o lo lees, pensarás que lo conoces desde hace mucho tiempo y te está diciendo lo que necesitas oír o leer. Eso me sucedió cuando leí tres de sus textos: Familogía, Se vale ser humano y Se vale ser frágil. Eso me ha vuelto a suceder cuando leí este libro.

Yo soy feminista y la idea de un hombre (blanco, cristiano, de clase media y heterosexual) deconstruyendo los conceptos de las masculinidades que han gobernado su vida debido al patriarcado es no solo inquietante, sino estimulante. Más aún si esta deconstrucción significa romper, derribar y analizar eso que se ha roto para, finalmente, intentar construirlo.

Leer este libro es viajar con su autor a los rincones más oscuros de las masculinidades, reconocerse en cada recoveco, cuestionar el statu quo en que vivimos e intentar preguntarnos qué hemos aprendido, cuánto nos agrada eso, con qué estamos de acuerdo y con qué no, y si queremos seguir en ese camino. Nada fácil, ¿verdad?

Las metáforas que guían este recorrido nos confrontan, nos hacen recordar cuán frágiles somos los seres humanos, cuánto necesitamos vivir en comunidad y ser guiados. Tanto así que no reparamos en quién o quiénes instauraron el orden y las reglas en ella. Muchas veces solo nos limitamos a seguirlas sin cuestionamientos y ocultamos nuestro verdadero ser solo para sentir que encajamos.

Al leer El macho inventado, todas, todos y todes nos ponemos las gafas moradas para ver el mundo diferente. Ese es el reto de este libro que está entre tus manos.

PRÓLOGO

Por Mabel Burin1

Este es un libro que interroga, a veces en primera persona y a veces en clave de metáforas enunciadas por varias voces, acerca de algunas de las condiciones claves para la producción de una cultura androcéntrica y patriarcal. El autor enuncia en voz alta sus reflexiones, y las trayectorias vitales vividas subjetivamente como problemáticas, ofreciéndonos los recorridos que ha realizado para plantearse interrogantes, respuestas provisorias, conclusiones inconclusas, hasta arribar, finalmente, a niveles propositivos que trascienden sus conflictos subjetivos iniciales, a plantear desarrollos en términos ético-políticos. Este modo de presentar sus trayectorias vitales a veces adquiere matices de gran vuelo imaginativo —tal como sucede en los últimos capítulos— como para habilitar una modalidad en la que sea posible expresar su perplejidad y decepción emocional y cognitiva a la vez, al estudiar los orígenes y los formatos de presentación del patriarcado.

Su objetivo inicial es la deconstrucción crítica de la masculinidad «(…) blanca, cristiana, de clase media, heterosexual», que describe como «pantano existencial» del cual le costó salir «(…) porque era tentador y socialmente privilegiado, pero pude salir saltando», nos dice. De modo que los itinerarios recorridos en sus reflexiones nos llevan a sus lectores a saltar también por diversos temas, describiendo problemáticas plenas de sentidos críticos, sobre cuestiones muy variadas. Una de sus herramientas clave para transcurrir por sus propuestas consiste en el concepto de troquelado, que describe así: «(…) Nos legaron un mundo de asignaciones por el hecho de ser varones y nos entregaron una valijita invariable de legos para armar, con piezas rígidas y un papel que indicaba qué era lo que debíamos, naturalmente, hacer con esos legos». O sea, alude a una herencia recibida bajo la forma de mandatos familiares, sociales y culturales, rígidos e inamovibles, respecto de los roles de género que debían cumplir los varones para reconocerse como masculinos. En esa alusión, la figura infantil de los legos se refiere a aquellos muñequitos con que los niños jugaban en su infancia —remarcando su rigidez e inamovilidad— en su camino a hacerse hombres. Quiero destacar la ternura de esta figuración infantil, a la vez que el dolor implícito en ella, para que comprendamos los profundos sentimientos que lo conmueven subjetivamente, y que sugieren desarrollos emocionales difíciles de procesar en el camino que se ha propuesto de deconstrucción crítica de su masculinidad. Pero también nos advierte sobre el carácter ficcional, de juego, de como si, que habrá que develar y contrastar con la realidad. Se refiere entonces a las diversas estrategias de disciplinamiento utilizadas por quienes denomina «los ideólogos del género» para establecer con claridad relaciones de género jerárquicas y desiguales, mediante recursos argumentativos que construyeron con «fuerza epistémica» que incluyó censuras de pensamiento, exclusiones sociales y subjetivas, silenciamiento y dependencias variadas, tanto intelectuales como afectivas y económicas, para construir semejante sistema ficcional.

Para lograr sus objetivos, describe la figura imaginaria de un ser omnipotente, a quien denomina el Superior. Este ser establece una doctrina sobre el orden natural de las relaciones sexo-genéricas, donde no hay cabida para las sospechas sobre vinculaciones alternativas a las impuestas por los binarismos de género femenino/masculino. Como señala el autor, esto se plantea así para no pensar, para no cuestionar, y se basa en lo que denomina «el confort cognitivo» que avala la ignorancia. A partir del delineamiento de la figura del Superior —tratado a menudo con ironías varias— que ha diseñado un mapa divino gracias al acompañamiento de sus acólitos guardianes del mismo, describe diversas condiciones para que los propósitos del Superior y su orden divino se cumplan. El análisis de este diseño ficcional revela que los saberes de la teología constituyen una de las trayectorias clave realizadas por el autor.

La primera condición propuesta es la de reverenciar el supuesto biologicista de la existencia de dos géneros, como afirmación esencial e inamovible, que diferencia de modo rígido en forma desigual y jerárquica a varones y mujeres, dando lugar a relaciones de poder entre ambos géneros.

Un derivado de esta condición es el logro del androcentrismo, como una cultura centrada en los valores, deseos e ideales de los varones, pero no de todos los varones, sino solo de unos pocos, caracterizados como «(…) un hombre propietario (de bienes materiales), con palabras de poder, con un lenguaje acertado, con un tinte de piel blanca y con una vocación de servicio por el Superior». Señala entonces que si bien son pocos los varones que obtienen este logro, se les hace mucho más difícil a las mujeres, quienes desde una posición subalterna de inferioridad padecen obstáculos tales como «(…) muros, paredes, techos, todos invisibles, todos de cristales y difíciles de quebrar», como alusión velada a los techos, muros y laberintos de cristal que padece el género femenino a la hora de su inserción en carreras laborales típicamente androcéntricas. Algunos resultados de esta perspectiva son los criterios de impunidad respecto de los actos de los sujetos con estas masculinidades sobre actos tales como abusos de poder, violación y explotación de los otros a quienes considera inferiores.

Una segunda condición examinada es la afirmación del sistema binario de géneros, que caracteriza como un «orden fosilizado», donde «(…) no hay lugar para la diversidad de géneros, multiplicidad de personalidades o la variedad de colores». El autor introduce el estado de sospecha cuando plantea «(…) acceder a los archivos de los ideólogos y del Superior para conocer cuál es el objetivo de todo este despliegue discursivo y vivencial. Quizás su finalidad es inventar un régimen masculino que sobreviva en el imaginario de las personas, durante siglos, por siempre. Quizás es generar una visión masculina del mundo, de la historia y del conocimiento para que se fosilicen las jerarquías del poder. No sé, pero seguramente es algo sospechoso». ¿Qué podemos incluir dentro de su estado de sospecha? Quizá el anhelo de eternidad, de inmortalidad, propio de todos los regímenes religiosos que, alejándose de las mortales vidas humanas, se proponen existir por siempre, sin caducidad. Esta condición se ve conmovida en sus cimientos por las actuales condiciones de pandemia por la Covid-19, que nos advierte sobre la fragilidad de las vidas humanas, con nuestra decepción a las ilusiones de perennidad. En un contexto como este, el reforzamiento del carácter divino del Superior y sus acólitos diseñado en este libro señala un punto de inflexión en la diferenciación entre las fantasías, o como se describe en este texto, entre el mundo ficcional propuesto por algunos sistemas político-económicos-religiosos, y la realidad, que se nos presenta de manera más brutal e irreversible. Se abre entonces la interrogante sobre la tensión creada entre la fuerza de las fantasías, las creencias, el poder de los mundos imaginarios, y la realidad que se nos impone con una potencia desgarradora, como el autor describe en algunos párrafos.

 

Entre lo que el autor denomina «las artimañas» del sistema ficcional del patriarcado, describe una serie de mitos para configurar el imaginario colectivo que otorgue «(…) forma y contenido al orden establecido por el Superior. Los mitos son políticos y manifiestan el orden jerárquico entre los sexos y dictaminan la subordinación social de las mujeres (y los otros)». Entre esos mitos, cobra fuerza la amenaza de fragilidad, inoculando variados temores hacia la dependencia masculina, tanto las dependencias afectivas como económicas y sociales. El autor propone críticas a la alianza del sistema patriarcal con un modelo capitalista de división sexual del trabajo, según el cual se atribuye a los varones la condición de ser proveedores económicos de la familia, la exhibición de bienes materiales, y el riesgo de mostrarse débil y frágil en caso de no lograrlo. Si esto sucede, las emociones tales como la vergüenza y la angustia son referidas como fragilizaciones subjetivas que operan para «(…) seleccionar a los mejores. Los que logran apropiarse de estos mitos y asumirlos como sana doctrina, se los eleva a la categoría de machos supremos. Estos serán los encargados de profundizar el poder hegemónico del Superior en su reino o patriarcado». Esta descripción tiene el valor de denuncia, no solo de los sujetos que fueron fragilizados y excluidos, sino también de aquellos pactos patriarcales —enunciados por la filósofa Celia Amorós— que establecen algunos varones para afianzar sus principios androcéntricos y desigualitarios. También entran en la denuncia aquellas instituciones descritas por el autor como sostenedoras de estos principios: iglesias, centros académicos, y la institución que denomina «la familia modelo», como espacios privilegiados en los cuales se cultivan los mitos patriarcales.

La utilización de la estigmatización de los afectos difíciles de procesar subjetiva y socialmente para los varones, tales como el miedo, la vergüenza y la tristeza, también es señalada como recurso para acallar cualquier voz que pretenda cuestionar el patriarcado, que tendrá como destino ser cancelada, según el autor. Vale la pena destacar que el contexto actual se produce en medio de la cultura de la cancelación: se valen de discursos políticamente aceptables, que suponen corrección social y cultural, para ejercer prácticas violentas y patriarcales. Aunque el autor no lo menciona de este modo, en estos contextos, la ira y la violencia masculinas son señaladas dentro de condiciones de justicia en las que parece prevalecer los paradigmas de la justicia punitiva, de corte patriarcal, donde se supone que siempre existe una lógica dicotómica de antagonistas víctima/victimario, y en las cuales las evaluaciones se realizan en términos de dominador/dominado. Se trata de un modelo de justicia patriarcal que fundamentalmente pretende castigar al culpable, «que pague su condena», un clásico modelo de culpa/castigo. Es un paradigma de justicia que ha demostrado ser inoperante para enfocar y resolver los problemas de violencia, porque fracasa en eliminarla del repertorio de conductas posibles de los varones que no tienen posibilidades de procesar sus vidas emocionales. Como alternativa, la justicia restaurativa propone recursos de impacto múltiple para encarar las problemáticas de las violencias, mediante procesos de reflexión para lograr disuadir la perpetración de nuevos delitos, no con castigos solamente sino contemplando aspectos emocionales tendientes a reparar el daño causado. No basta para ello, según este modelo, reunir a la víctima con su ofensor, sino que se utilizan más acciones para que se produzca el reconocimiento de los valores y de la dignidad de la persona lastimada, con recursos que implican el procesamiento de las vidas emocionales de las personas involucradas. El objetivo sería abordar las problemáticas derivadas de las violencias patriarcales no con las mismas herramientas patriarcales que se critican, sino con recursos no patriarcales, para lograr la reflexión y la rectificación de acciones violentas. En este sentido, las teorías y prácticas feministas, con los estudios de género en el campo académico que enfocan la construcción de las subjetividades, ofrecen recursos de autoconciencia; por ejemplo, para no reproducir acríticamente los traumas vividos y padecidos ni trasladarlos como experiencias traumatizantes a otras personas.

Cuando el autor se refiere a los movimientos de las mujeres, que incidieron con sus planteos críticos y reconstructivos respecto de condiciones de vida enfermantes y desigualitarias, los caracteriza como una «revolución de las gafas moradas». Los modos de lograrlo son expuestos de la siguiente manera: «(…) No lo hicieron por medio de la violencia, de ninguna manera. La violencia era el estilo del patriarcado, ellas debían derrocarlo por medio de la visibilización de sus crímenes, por la protesta constante contra las injusticias, por medio de la denuncia y una permanente teorización de nuevas formas de vida que incluyeran a todas, todos y todxs». Con esto destaca que iniciaron nuevos proyectos para impartir justicia; es decir, las modalidades descritas anteriormente.

Como reacción a estas nuevas condiciones de vivir, de pensar y de desear, el autor describe con gran despliegue de fantasía un peregrinaje de los acólitos del Superior hacia su morada, pretendiendo conocerlo, exponerle sus dudas e interrogantes, y renovar su lealtad patriarcal. En estos últimos capítulos es donde el autor desarrolla un imaginario pleno de figuras fantásticas, describiendo escenarios a veces temibles, otras veces atrayentes, que conducirían a ese ser Superior, hasta encontrarse con la enorme decepción de hallar una realidad hueca, carente de subjetividad, con un vacío representacional respecto de ese ser a quien se había adorado y seguido durante siglos. Sus deseos de reconocimiento y de confirmación narcisista entre sus pares varones y con el Superior quedaron truncos, fallidos, con la revelación de la gran ficción en que habían vivido procurando mantener su masculinidad hegemónica a cualquier precio: «(…) el trono estaba vacío, todo era la escenografía de una sátira», que denomina «ficción patriarcal».

Hacia el final, revela que, en los relatos de este libro, «(…) Mi intención es poder desnudar los artilugios de la violencia machista, la perversión del androcentrismo en cada ámbito de nuestras vidas y permitirme, como hombre, caminar por el sendero de la deconstrucción que libera de la opresión subjetiva y me permite ver el horizonte de una humanidad más diversa, colorida e igualitaria». Es posible que la utilización de este recurso de la palabra escrita para expresar sus pensamientos, los sentimientos y los caminos recorridos a lo largo de su vida, a veces planteados en forma controversial, le haya permitido satisfacer este propósito elaborativo. Asimismo, quizá su tránsito por la Maestría en Estudios de Género de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales lo haya habilitado para contar con más recursos de exploración y de capacidad para enunciar las problematizaciones que manifiesta acerca de la deconstrucción de la masculinidad hegemónica.

Merece que le demos la bienvenida a un libro que expresa estos propósitos.

Buenos Aires, noviembre 2020.

1 Doctora en Psicología, directora del Programa de Estudios de Género y Subjetividad de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES).

PREFACIO

Siempre tuve una actitud de sospecha y por esto he tenido algunos problemas. Constantemente, he dudado de lo «natural», de lo «establecido», de lo «objetivo» y de varias cosas más. Esto me ha llevado por un sendero de interrogantes con obstáculos propios y ajenos. Y, por momentos, he sentido que los mismos caminos que había recorrido los debía reinterpretar y darme la oportunidad de reconocerme equivocado.

Los propios tejidos que abrigaban mis pensamientos debían ser desenredados, porque luego se convertirían en una telaraña poco amistosa para mí y para los y las demás. Las metáforas fueron la mejor aguja para desenredar mis enredos existenciales y desclandestinizar mis vivencias masculinas. Confieso que muchas de ellas me han salvado y me han permitido iniciar la deconstrucción de mi masculinidad. Casi todas las encontré en mis recorridos académicos y, sobre todo, en mis lecturas espontáneas. Por ello, en este libro les comparto parte de este itinerario.

Estudié literatura y decidí dar vueltas por las letras. Ellas me han llevado hacia mundos maravillosamente erigidos por bondadosas almas humanas. Mundos llenos de espacios, de personajes, de acciones con y sin sentido, con narraciones que han sido espejo de mi experiencia, como también ventanas de las experiencias ajenas.

En el mundo literario, pude ver que el ser masculino parece tener un peso que no se logra sobrellevar y que se autoimpone. También es el que comete la mayoría de los crímenes y parece no querer controlar su violencia. Incluso, en los más antiguos registros literarios occidentales, se perciben varones que luchan unos a otros, por medio de la intimidación, para obtener algo que no les da paz. Además de violentar se violentan. Quizás esa historia literaria de la masculinidad amenazante debe ser leída con ojos críticos y no pensar que quien más mata es el que triunfa, el más fuerte es el más valeroso o que el que más logros tiene es el más feliz.

Luego de recorrer los caminos literarios, me sumergí en el mundo de la Teología. Este universo es diverso y amorfo. Diverso, porque cuenta con seres que, al parecer, no tienen ojos, pero que al leer la Biblia les aparecen de forma asombrosa. Allí leen las sagradas letras y, luego, cuando se apartan del libro, dejan de ver. Sus ojos se vuelven hacia sí mismos. A estos personajes teológicos les cuesta mirar hacia fuera, hacia lo ajeno. Solo realizan monólogos y cancelan a los que no piensan como, literalmente, se expresa el libro. También hay seres que tienen ojos enfrente y en la parte trasera de sus cabezas; otros intentan mirar todo a la vez y les cuesta alinear lo que ven afuera y lo que ven en el libro, pero hacen el intento. Incluso, en este mundo teológico, hay seres alados que no son ángeles, pero que, constantemente, intentan establecer la paz entre los seres humanos y el cielo. Se les ve pocas veces, pero mientras más distraído uno está se hacen presentes.

En el territorio de la Teología, he conocido mundos creados, personajes con luces y sombras, y miles de relatos ficcionales y no ficcionales que tomaron estatus de doctrina normativa para algunas comunidades. En la Teología me descubrí ateo religioso. Es decir, un peregrino que duda mientras trata de estar religado a la utopía (¿?) de la igualdad y la dignidad de todas las criaturas. En este peregrinaje teológico, pude notar que existe una teología masculina y androcéntrica. Un corpus de doctrinas, historias, poesía y un sinfín de cartas que ponen al varón en un lugar muy cercano a Dios. Incluso, muchas veces lo confunden con él. En algunos escritos se afirma que el varón es la mismísima imagen de la gloria de Dios, pero que no puede sobrellevar su peso.

Este varón no tenía definición en el principio, sino que era un ser que debía pensarse, armarse y autoconocerse. Sin embargo, las sagradas letras humanas comenzaron a darle forma. Una forma que no le es cómoda, una forma que se impone y que maltrata a las demás formas. La teología masculina es una de las matrices principales de lo que se ha llamado el kyriarcado (el gobierno hegemónico del kyrios o señor), anterior al patriarcado. Este ha forjado el imaginario colectivo de la cultura occidental y ha generado un peso invisible que el varón lucha por sostener a toda costa.

Un reflejo de este recorrido lo encontré en las Ciencias de la familia. Me crucé en su sendero por casualidad, porque era muy similar al anterior territorio. Después, entendí por qué la familia —y no «las familias»— ha sido un elemento esencial para la proyección de la matriz patriarcal. Es más, ha sido una de sus bases fundamentales para propagar el control y el castigo de quienes osaran no rendirse a sus pies. En este mundo de «la familia», pude ver que no todo es paz y calma. Más más allá de vestirse de vínculos, los cuales necesitamos todos los mortales, usa su aparente inocencia para instalar paradigmas casi imperceptibles, pero muy dañinos.

 

En este terreno, las arenas son movedizas, los valores son contradictorios y se usa el nombre de un dios masculino al que llaman «lo natural» para mantener el orden o su poder. Esto, para ellos, los hombres sin expresiones, es lo mismo. Este orden se impregna en los cuerpos, las almas y las emociones de todos aquellos que no representan la masculinidad normativa: blanca, cristiana, de clase media, heterosexual, etc. Me costó salir de este pantano existencial, porque era tentador y socialmente privilegiado, pero pude salir saltando.

Luego de varios años sumergido allí, salté hacia las subjetividades. Aquí existen los rostros humanos y comencé a rodar por las calles de la Psicología, las avenidas de la Filosofía, los pasadizos de la Antropología y varias direcciones más.

En cada parada, traté de observar todo, siempre curioso y abierto a lo desconocido e incómodo. Así que, con la fuerza de la sospecha (que te deja sin miedo), decidí embarcarme en el buque de los Estudios de género. Cuando estaba en el puerto, una anciana de ojos honestos me preguntó si estaba seguro de subirme a la embarcación. Después de dialogar con ella por unos instantes que no olvidaré jamás, supe que debía embarcarme. La anciana me había dado la confianza que necesitaba.

Y aquí estoy, en medio de las aguas, escribiendo un libro sobre una sencilla metáfora de la masculinidad inventada. Un texto en el que intento evidenciarla como la he visto en todos estos recorridos que he realizado, y donde reflexiono sobre cómo hoy debo ponerla en duda. Este libro es parte del viaje que he seguido en estos diversos mundos, algunos ficticios, otros no tanto.

Esta vez pondré el foco en la masculinidad inventada desde diferentes caminos que forman una diversa intersección. Estos son la Literatura, la Teología, los estudios sociales sobre la familia y, por supuesto, desde la perspectiva de género. En cada parada, dudaré del varón homologado, lo criticaré, lo expondré y lo reinterpretaré y, al hacerlo, lo haré en mí. Trataré de jugar con metáforas cotidianas que nos dejarán ver —desde una pequeñísima ventana por la cual puede verse el mundo— que no se nace varón, que no se nace macho. La masculinidad es una invención malograda, con una intención nefasta; por ello, necesitamos reinventarla para que juntos podamos seguir el viaje.

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