Czytaj książkę: «Dios y el hombre»

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FULTON SHEEN

DIOS Y EL HOMBRE

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Your life is worth living

© 2020 by Image, un sello de Random House, una división de Penguin Random House LLC.

© 2020 de la versión española realizada por GLORIA ESTEBAN

by EDICIONES RIALP, S.A.,

Colombia, 63, 8.º A, 28016 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN (edición impresa): 978-84-321-5281-8

ISBN (edición digital): 978-84-321-5282-5

Realización ePub: produccioneditorial.com

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRÓLOGO. Robert Barron, Ob.

PREFACIO

PRIMERA PARTE: DIOS Y EL HOMBRE

1. LA FILOSOFÍA DE VIDA

2. LA CONCIENCIA

3. EL BIEN Y EL MAL

4. LA INVASIÓN DIVINA

5. UNA FILA DE CANDIDATOS

6. LA VERDAD REVELADA

7. LOS MILAGROS

8. LA REVELACIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO

SEGUNDA PARTE: CRISTO Y SU IGLESIA

1. LA DIVINIDAD DE CRISTO

2. LA HUMANIDAD DE CRISTO

3. LA SANTÍSIMA TRINIDAD

4. LA MADRE DE JESÚS

5. CRISTO EN EL CREDO: EL NACIMIENTO

6. PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN

7. LA ASCENSIÓN

8. EL ESPÍRITU SANTO

9. LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO

10. PEDRO, VICARIO DE CRISTO

11. AUTORIDAD E INFALIBILIDAD

12. EL COMUNISMO Y LA IGLESIA

TERCERA PARTE: EL PECADO

1. EL PECADO ORIGINAL Y LOS ÁNGELES

2. EL PECADO ORIGINAL Y LA HUMANIDAD

3. LOS EFECTOS DEL PECADO ORIGINAL

4. LA GRACIA SANTIFICANTE

AUTOR

Este libro fue publicado en su edición original con el título Tu vida merece la pena (Your life is worth living). Al tratarse de un texto excesivamente largo para nuestra edición en castellano, Ediciones Rialp ha decidido ofrecerlo en su colección Patmos en dos volúmenes diferentes y con títulos diversos (Dios y el hombre y El mundo, el alma y las cosas). Se ajusta así mejor a nuestro formato de colección, y permite a nuestros lectores aproximarse a la obra de Fulton Sheen con más facilidad. La obra no sufre por esta división, pues los textos de ambos volúmenes tienen su origen en programas radiofónicos de contenidos diversos en torno a la fe católica.

PRÓLOGO

Robert Barron, Ob.

EL LIBRO QUE ESTÁS A PUNTO DE LEER es lo más parecido a una Summa Sheeniana, un resumen de las enseñanzas del arzobispo Fulton Sheen en torno a la fe cristiana. Aquí está sintetizada buena parte de la sabiduría contenida en sus programas de radio, en sus espacios de televisión, en sus sermones, clases, charlas en retiros espirituales, libros y conferencias. Los ensayos reunidos en el libro son transcripciones de unas cintas de audio que el principal evangelizador católico del siglo XX grabó en 1965, a la edad de setenta años. Lo que escuchas es la voz convincente de una persona con mucha experiencia, de un maestro que dedicó cuarenta años de su vida a roturar los campos del evangelio y la apologética.

Mientras releía estos capítulos, me deslumbraron las tres cualidades con las que Fulton Sheen contaba, y en grado sumo: inteligencia, una amplia visión de las cosas y una de las imaginaciones más activas de toda la historia de la Iglesia a la hora de elaborar analogías. Permitidme comentar alguna cosa acerca de cada una de ellas. El arzobispo Sheen recibió una magnífica formación intelectual en filosofía y teología católicas, cuya máxima expresión fue su grado postdoctoral en la Universidad Católica de Lovaina. Por otra parte, durante muchos años impartió clases en la Universidad Católica de América, en Washington, D. C., y redactó algunos textos académicos muy elaborados. De ahí que, cuando se dirigía a un público más amplio, no se dedicaba a una mera tarea de divulgación, sino que la acompañaba de un considerable arsenal intelectual. Tu vida merece la pena está recorrido de principio a fin de citas y menciones a —entre otros muchos— Tomás de Aquino, Aristóteles, Cicerón, John Henry Newman, Confucio, George Bernard Shaw, Isaac Newton, Martin Heidegger, Carl Jung, Shakespeare y T. S. Eliot. En esta época nuestra de un catolicismo de nivel bajo, ¡qué necesitados estamos de una cultura y una capacidad intelectual como las suyas!

En segundo lugar, este libro —así como toda su obra— evidencia una espléndida visión integral de los misterios de la fe cristiana. La teología ha entrado —lamentablemente, en mi opinión— en una época de hiperespecialización. Por atenernos al cliché, hay muchos teólogos y filósofos que saben cada vez más cosas de cada vez menos cosas. Sheen, no obstante, cubre ampliamente y sin dificultad todo el campo del pensamiento católico y reflexiona sobre la creación, la Encarnación, la doctrina de Dios, la Trinidad, la antropología teológica, la gracia, el pecado, la Redención, la Resurrección, la Virgen, el papado y el Cuerpo Místico. Y no se limita a abarcar un terreno tan sumamente vasto como este: también demuestra las interconexiones que se dan en algunos temas; por ejemplo, la Iglesia como prolongación de la Encarnación en el espacio y el tiempo, y por qué la virginidad de María es un indicador de la verdad de la Encarnación; o cómo de una correcta visión del pecado se deriva una correcta visión de la Cruz, etc. Así es como ejercita el arte de una teología verdaderamente sistemática y logra que la fe satisfaga la sensibilidad tanto intelectual como estética del lector.

La tercera cualidad más notable —al menos para mí— que revelan estos ensayos es el talento del autor para ofrecer analogías, comparaciones y ejemplos que expliquen los misterios cristianos. Los maestros suelen compartir la idea de que la clave de cualquier enseñanza eficaz consiste en tender puentes entre lo conocido y lo desconocido. Y ese proceso se lleva a cabo en gran medida gracias a la analogía: cualquier maestro eficiente, desde el parvulario hasta la universidad, utiliza alguna versión equivalente a: «Este principio que pretendo enseñaros es parecido a este otro principio que ya entendéis». En la larga tradición cristiana de predicación, catequesis o reflexión teológica que practica este método analógico, no conozco a nadie que lo haga con más habilidad que Fulton Sheen. Este libro contiene abundantes ejemplos de ello: los siete sacramentos son como la luz blanca que se descompone en colores cuando atraviesa un prisma; la gracia nos eleva a una forma de vida superior, igual que la vida del animal asume la vida de la planta y la vida de la planta asume los elementos químicos; la ausencia de pecado en María es la espuerta que separa las aguas contaminadas de las aguas limpias; el Espíritu Santo es el suspiro de amor exhalado por el Padre y el Hijo; la misa es como el drama representado durante la gira de una compañía de teatro, etc. Estas comparaciones e imágenes parecen salir de él de un modo automático, pero me imagino que Sheen las elaboró y perfeccionó a lo largo de sus muchos años de labor divulgativa.

Visto mi entusiasmo por Sheen, quizá alguien pueda pensar que, en mi opinión, en nuestra misión de evangelización deberíamos, simplemente, recurrir a su método y a sus contenidos. Pero no es así. Por supuesto que hemos de aprender de él, pero también debemos imitar su compromiso creativo con la cultura de su tiempo. En cierta medida —y lo digo por mi larga experiencia práctica en este sentido—, la evangelización es hoy mucho más difícil que en tiempos de Sheen. El motivo que me lleva a hacer esta afirmación es que el arzobispo fue capaz de recabar un consenso cultural notablemente amplio en muchas cuestiones morales, filosóficas e incluso religiosas. El hecho de que le siguiera un inmenso número de no católicos da fe de ello. Hoy, sin embargo, ese consenso en buena parte se ha desvanecido. De ahí que limitarse a repetir ideas, imágenes y comparaciones puede carecer de eficacia con el público contemporáneo. Aun así, todos deberíamos empeñarnos en ser tan inteligentes como él, tan audazmente integradores y sintéticos como él, y estar dispuestos a ejercitar nuestra imaginación analógica con algo del talento y la creatividad de Sheen.

PREFACIO

ESTA ES LA HISTORIA DE UNA AMISTAD nacida gracias a los escritos de Fulton J. Sheen. Descubrí al arzobispo Sheen el verano de 1981. Después de graduarme en la Academia Militar de Estados Unidos de West Point, me hice amigo de Richard F. Aschettino, un coronel del ejército ya retirado y con un máster en filosofía cuya tesis versaba sobre Sheen. «Asch» me dio a conocer su obra y, fascinado por el don de comunicación del arzobispo, me leí treinta libros suyos en doce meses.

En 1982, buscando más libros de Sheen, di con la copia de unas grabaciones suyas dictadas en 1965. El título original de ese conjunto de audios era Life is Worth Living. Aunque las grabaciones compartían el mismo título y formato de su popular programa de televisión, este compendio oral no guardaba ninguna relación con él y se elaboró ocho años después de que el programa dejara de emitirse, una vez concluido el Concilio Vaticano II. El formato del programa de televisión consistía en ofrecer cada semana un mensaje nuevo a la audiencia, no necesariamente religioso y no siempre relacionado con el anterior, aunque siempre con la esperanza de acercar un alma a Dios. Este trabajo va un poco más allá que el programa de televisión. Sheen se sirve de cada charla para ir arrastrando una a una a las almas a una relación personal con Cristo.

Las grabaciones se llevaron a cabo en la intimidad de su domicilio, en Nueva York. Sus palabras, extraídas de sus cuarenta y cinco años de experiencia sacerdotal, brotan de su corazón sin ayuda de ninguna nota. Cada tema dura unos veinticinco minutos. Para ilustrarlos, se sirve de muchas anécdotas de su propia vida, así como de las referencias a unos cuatrocientos cincuenta pasajes de las Escrituras y a muchos poetas y escritores ilustres.

«Lo que da sabor al agua que bebo es mi sed», decía Sócrates. El gran atractivo de Sheen nace de su trato con gente de todos los contextos religiosos. A raíz de su ministerio a través de la radio y la televisión, recibió miles de cartas, de las cuales solo un tercio procedía de católicos. Este trabajo supone un intento de saciar la inmensa sed espiritual de personas de todo el mundo. La demanda internacional de su mensaje superó su capacidad de respuesta a cada petición individual. Sheen creó esta colección de vinilos para responder a las necesidades de los cientos de miles de personas que le escribían pidiendo una guía personal. Así como Cristo obró el milagro de la multiplicación de los panes para dar de comer a cinco mil personas, Sheen se sirvió de la tecnología moderna para obrar una multiplicación que ha alimentado y sigue alimentando muchas vidas. Fue un gran maestro y un gran sacerdote cuya parroquia era el mundo.

En la elaboración de Tu vida merece la pena ha colaborado mucha gente. Gracias a Mons. Thomas Gervasio, que me instruyó en la fe católica y me animó a emplear las grabaciones del arzobispo Sheen. Gracias a los muchos sacerdotes que me han facilitado la traducción del latín, francés y griego, en especial a Mons. James Mulligan, S.T.L. Mi agradecimiento especial a Esther B. Davidowitz, quien emprendió la difícil tarea de editar las transcripciones originales. Hemos tenido la inmensa fortuna de contar con la experta ayuda editorial del profesor Alfred S. Groh para la redacción. Siena Finley, R. S. M. el profesor Kenneth D. Hines, Edwina Ustynoski, Paul Buckalew, Elizabeth Reinartz y Laurie Siebert han compartido con nosotros sus conocimientos de la fe católica. Gracias a la hermana Pat Schoelles, S. S. J., a la hermana Connie Derby, R. S. M., a Bob Vogt y a Patrick Mulich del St. Bernard’s Institute de Rochester, Nueva York, quienes pusieron a mi disposición los archivos del obispo Sheen durante el verano de 2000. Y, sobre todo, gracias a mi esposa y a mi familia, y a su paciencia y su fe infinitas a lo largo de este proyecto. ¡Dios os bendiga!

PRIMERA PARTE

DIOS Y EL HOMBRE

¿Qué tienes que no hayas recibido?

Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías,

como si no lo hubieras recibido?

(1 Co 4, 7)

Si es terrible caer en manos de Dios,

más terrible es soltarse de ellas.

FULTON J. SHEEN

1.

LA FILOSOFÍA DE VIDA

LA PAZ SEA CON VOSOTROS. Hay dos maneras de despertarse por las mañanas. Una es diciendo: «¡Buenos días, Dios mío!»; y la otra es diciendo: «¡Dios mío, otro día!». Empecemos por la segunda.

La gente que se levanta así sufre angustia vital. La vida les parece bastante absurda, y hoy día abunda la literatura que trata del absurdo de la vida. Una de las mejores expresiones de ese absurdo es el relato sobre dos fábricas situadas a uno y otro lado de un río. Una de ellas reúne piedras gigantescas, las tritura y las convierte en polvo; luego un barco transporta el polvo al otro lado del río, donde la segunda fábrica lo transforma en bloques enormes. A continuación los bloques se devuelven a la primera fábrica, y así una y otra vez. Se trata de una forma literaria de expresar la visión de la vida que tiene la gente de hoy.

Ese absurdo lo encontramos en la obra de teatro de un existencialista que describe a tres personas en el infierno. Cada una de ellas está deseando hablar de sí misma, de sus desgracias y sufrimientos personales. A las demás solo les interesan sus propias desgracias y sufrimientos personales. Esta es la última frase cuando por fin cae el telón: «¡El infierno es el otro!»; y así es como viven algunos. Junto a este sentimiento del absurdo se da también una deriva. Hay mucha gente que se parece al Old Man River: se limita a flotar en el agua dejándose llevar, como una flecha sin blanco, un peregrino sin santuario, un viaje por mar sin puerto. ¿A qué conclusión común han llegado quienes se levantan y dicen: «¡Dios mío, otro día!»? Para ellos la vida no tiene ningún sentido; carece de objetivo, de meta o de destino.

Recuerdo cuando aún era un joven sacerdote y fui por primera vez a estudiar a Europa. En verano hice un curso en la Sorbona de París con el objetivo fundamental de aprender francés. La pensión en la que me alojaba pertenecía a madame Citroën. Llevaba allí alrededor de una semana cuando la mujer vino a decirme algo, pero no la entendí. ¡Qué mal te sienta que en París los perros y los caballos entiendan francés y tú no! Como en la pensión vivían tres profesores norteamericanos, les pedí que me hicieran de intérpretes. Y esto fue lo que pasó.

Madame Citroën me contó que, después de casarse, su marido la abandonó y su hija acabó convirtiéndose en una de esas piltrafas morales de las calles de París. A continuación se sacó del bolsillo una ampollita con veneno.

—No creo en Dios —dijo—; y, si existe, yo lo maldigo. La vida no tiene sentido, es absurda; así que he decidido envenenarme esta noche. ¿Puede usted hacer algo por mí?

Le contesté por medio del intérprete:

—Si está usted decidida a tomarse eso, puedo hacer algo, sí.

Le pedí que retrasara su suicidio nueve días. Creo que es el único caso del que queda constancia en el que una mujer retrasa nueve días su suicidio. Nunca había rezado como recé entonces por esa mujer. Al noveno día el Señor le concedió una gracia inmensa. Años después, de camino a Lourdes, hice una parada en la ciudad de Dax, donde disfruté de la hospitalidad de monsieur, madame y mademoiselle Citroën.

—¿Son buenos católicos los Citroën? —le pregunté al párroco.

—¡Sí! —dijo él—. Las personas que conservan la fe durante toda la vida son una maravilla.

Era evidente que no conocía la historia. De modo que sí se puede encontrar una salida a ese absurdo.

Vamos con la pregunta que les interesa a todos los psiquiatras y a todos nosotros: «¿Cuál es la diferencia entre una persona normal y una persona que sufre un trastorno?». La persona normal obra siempre con una meta o un fin; la persona con un trastorno busca mecanismos de escape, excusas y justificaciones para evitar descubrir el significado y el fin de la vida. La persona normal se fija alguna meta. Un joven puede querer ser médico o abogado, pero detrás de eso hay algo más.

Imagínate que preguntas:

—¿Qué quieres hacer después de acabar Medicina?

—Pues… quiero casarme y criar a mis hijos.

—¿Y luego?

—Ser feliz y ganar dinero.

—¿Y luego?

—Dejarles el dinero a mis hijos.

—¿Y luego?

Así hasta el último «¿y luego?». La persona normal sabe qué es ese «y luego». La persona que padece un trastorno vive encerrada dentro del barril de su propio ego. Es como un huevo que nunca llega a romper el cascarón. Se niega a someterse a la incubación divina para alcanzar una vida distinta de la que tiene.

¿Cuáles son algunos de los mecanismos de escape de la persona que sufre un trastorno? Si quiere ir de Nueva York a Washington, no le interesa nada Washington: lo que le interesa es ofrecer excusas de por qué no va a Washington. Un mecanismo de escape habitual de estas personas es el amor a la velocidad. Creo que un amor excesivo a la velocidad o, mejor dicho, el amor al exceso de velocidad se debe al deseo de un objetivo o un propósito en la vida. ¡No saben adónde van, pero no cabe duda de que están en camino! Puede incluso que exista un deseo inconsciente o semiconsciente de poner fin a una vida que carece de objetivo. Otra vía de escape puede ser el sexo, así como volcarse en los negocios de un modo anormal con el fin de vivir la intensidad de una experiencia que satisfaga el deseo de una meta o un objetivo.

Un psiquiatra muy famoso, el Dr. Carl Jung, decía que, tras veinticinco años de experiencia tratando a enfermos mentales, al menos una tercera parte de sus pacientes no presentaba una neurosis clínica apreciable. Todos eran víctimas del deseo de un significado y un objetivo en la vida y, mientras no lo descubrieran, nunca serían felices. La gran mayoría de la gente de hoy en día padece lo que podría denominarse una neurosis existencial, una angustia y un problema vital. «¿De qué va todo esto?», se preguntan; «¿hacia dónde me dirijo?», «¿cómo puedo llegar allí?».

Quizá estés pensando: ahora me va a decir que me arrodille y me ponga a rezar. No, no te voy a decir eso. Quizá lo diga un poco más adelante, porque quienes sufren una neurosis existencial se encuentran por el momento muy lejos de algo así. Ofrezco dos soluciones. La primera: ve y ayuda al prójimo. Quienes padecen angustia vital viven únicamente para ellos mismos. Sus mentes y sus corazones están bloqueados. Todos los residuos del río de la vida convierten su corazón y su mente en un montón de basura, y la mejor manera de salir de ahí es amar a las personas que ves. Si no amamos a los que vemos, ¿cómo vamos a amar a Dios, a quien no vemos? Visita a los enfermos. Haz el bien a los pobres. Ayuda a curar a los leprosos. Encuentra a tu prójimo, y el prójimo es cualquiera que tenga una necesidad. Si haces esto, empezarás a romper el cascarón. Descubrirás que tu prójimo no es el infierno, como dice Sartre: tu prójimo es parte de ti mismo y criatura de Dios.

Un padre me trajo a su hijo, un adolescente rebelde y presuntuoso, que había abandonado la fe y estaba enfadado consigo mismo y con el mundo. Poco después de nuestro encuentro, el chico estuvo viviendo un año fuera de casa y volvió tan mal como se había ido. El padre me lo trajo y me preguntó: «¿Qué hago con él?». Le aconsejé que lo enviara a un colegio fuera de Estados Unidos. Cerca de un año después el chico vino a verme y me preguntó:

—¿Podría prestarme apoyo moral para un proyecto que he empezado en México? Unos cuantos chicos de mi colegio han construido una pequeña escuela y hemos ido reuniendo a todos los niños del barrio para enseñarles el catecismo. Una vez al año llevamos a un médico estadounidense para que trate durante un mes a los enfermos del barrio.

—¿Y cómo has acabado metido en esto? —le pregunté.

—Los otros chicos fueron allí en verano y yo los acompañé —contestó.

En el prójimo el chico volvió a encontrar la fe, los valores y todo lo demás. Son los pobres, los indigentes, los necesitados, los enfermos, las demás criaturas de Dios, los que nos dan la fuerza. Hace años un indio viajó al Tíbet con intención de evangelizar un país no cristiano acompañado de un guía tibetano. En el trayecto, mientras atravesaban las estribaciones del Himalaya, hizo mucho frío, y los dos se sentaron exhaustos y prácticamente congelados. El indio, que se llamaba Singh, dijo:

—Me parece estar oyendo gemir a un hombre en el precipicio.

—Estás medio muerto —dijo el tibetano—, ¡no podrás ayudarle!

—Pues lo voy a hacer —repuso Singh.

Bajó y sacó a rastras al hombre del precipicio, lo llevó al pueblo más cercano y emprendió el regreso plenamente recuperado gracias a ese acto de caridad. Al llegar se encontró a su amigo, que se había negado a auxiliar al prójimo, muerto por congelación. Porque el mejor modo de escapar de la angustia vital es salir en busca del prójimo.

El otro medio consiste en abrirse a las experiencias y los encuentros con lo divino que te llegan de fuera. Me refiero a abrirte. Tus ojos carecen de luz. Tus oídos carecen de sonidos o armonía. El alimento que hay en tu estómago procede de fuera. Tu mente ha recibido formación. La radio capta las ondas invisibles que proceden del exterior. Ábrete a recibir ciertos impulsos que recibes de fuera y que te perfeccionarán. Por muy lejos que te encuentres de estas cosas de las que te hablo, te llegarán.

Recuerdo que invité a hablar conmigo a una mujer que acababa de perder a su hija de dieciocho años. Sufría una fuerte rebelión y no creía en nada.

—Quiero hablar de Dios —me dijo.

—Muy bien —le dije—, yo hablaré de Dios cinco minutos y luego usted hablará de Él o contra Él otros cuarenta y cinco. Y después hablaremos usted y yo.

Llevaba dos minutos hablando cuando la mujer me interrumpió. Apuntándome con el dedo, me dijo:

—Oiga usted: si Dios es bueno, ¿por qué se ha llevado a mi hija?

Le contesté:

—Para que usted pueda estar aquí, aprendiendo algo acerca del objetivo y el significado de la vida.

Y eso fue lo que aprendió.

Lo que te estoy sugiriendo es que no te limites a elucubrar sobre el significado y el objetivo de la vida. Tú mismo actuarás conforme al significado y el objetivo de la vida si rompes el cascarón de egocentrismo y de egoísmo y limpias las ventanas de tu vida moral para permitir que entre la luz del sol. No buscarías a Dios si, de algún modo, no lo hubieras encontrado ya. Eres un rey exiliado de su reino. Hablaremos de ello más adelante.

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ISBN:
9788432152825
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