Czytaj książkę: «Ideas feministas latinoamericanas»
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO
DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA
RECTORA
Tania Hogla Rodríguez Mora
COORDINADORA DE DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA
Marissa Reyes Godínez
RESPONSABLE DE PUBLICACIONES
José Ángel Leyva
COLECCIÓN: HISTORIA DE LAS IDEAS
Ideas feministas latinoamericanas.
Primera edición 2021
D.R. © Francesca Gargallo
D.R. © Universidad Autónoma de la Ciudad de México
Dr. García Diego, 168,
Colonia Doctores, alcaldía Cuauhtémoc,
C.P. 06720, Ciudad de México
ISBN (impreso) 978-607-7798-84-2
ISBN (ePub) 978-607-9465-31-5
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Hecho en México.
A todos mis maestros: Papá, Michele Biscione, Franco Cagnetta, Leopoldo Zea, Horacio Cerutti. A todas mis maestras que, entre otras cosas, me enseñaron a leer entre líneas qué me habían enseñado ellos: Ida Magli, Graciela Hierro, Luz María Martínez Montiel, Aralia López y también a mi hija-maestra, Helenita. A mis compañeras, pues sin ellas no habría ni diálogo ni pensamiento: Amalia Fischer, Eli Bartra, Urania Ungo, María del Rayo Ramírez Fierro. Y a Coquena, es decir, Rosario Galo Moya, mi interlocutor masculino más querido, más constante y más crítico; además se llama a sí mismo «feministo».
Prólogo a la tercera edición
Entre la segunda edición, de 2006, que respecto a la primera, de 2004, creció en más de cien páginas para dar respuesta a algunos reclamos de compañeras lesbianas que se veían excluidas de la reflexión que dio origen a muchas de las corrientes feministas latinoamericanas del siglo XX, y la presente, han sucedido muchas cosas, pero no una transformación del texto.
En efecto, las respuestas a otros reclamos que recibí en 2004, los de las compañeras de diversos pueblos y nacionalidades originarias del continente, que han generado lecturas feministas de la realidad completamente desligadas de las prácticas y las teorías políticas y educativas blancas y blanquizadas, no podían resolverse «agregando» sus aportes a las teorías engendradas por la acción de mujeres con las que la acción política conjunta ha sido difícil, si no es que imposible en ocasiones. Por ello dediqué seis años a escuchar sus propuestas de cómo organizarse para la buena vida de las mujeres. El resultado fue otro libro: Feminismos desde el Abya Yala, que viene a insertarse entre la segunda edición de Ideas feministas latinoamericanas y ésta.
No obstante, en los últimos siete años, los acontecimientos latinoamericanos han empujado por momentos accionares muy particulares de las mujeres. Por ejemplo, en Honduras, todos los grupos feministas, desde los más estructurados alrededor de las «agendas» internacionales de derechos humanos de las mujeres y obedientes al lenguaje y las formas de la investigación en campos de los «estudios de género», hasta los grupos menos disciplinados e irreverentes con la real politik, los colectivos de mujeres de los sindicatos y las uniones de campesinas indígenas y negras y las comunas de artistas visuales y de poetas, se reunieron alrededor de la demanda de vuelta y radicalización de la democracia en el país después del golpe de estado de junio de 2008. Feministas en Resistencia, como se llamaron, sorprendieron por encabezar las marchas en un país profundamente machista. Sus pintas en las calles eran irreverentes y tan frecuentes como las de los sectores más inconformes de jóvenes urbanos y las de los viejos sindicalistas. A lado de «Queremos Mel» (Mel era el nombre cariñoso que el pueblo daba al presidente Manuel Zelaya, expulsado por el ejército y los sectores más conservadores del Congreso, llevado de su cama a un avión que lo transportó a Costa Rica) en los muros de las ciudades se encontraban pintas como: «Queremos Mel y PAE», PAE son las siglas por pastillas anticonceptivas de emergencia. La reflexión sobre la maternidad libre y voluntaria se mezcló con los debates sobre la seguridad de las y los manifestantes; la idea misma de democracia se tiñó con la importancia vital del derecho a una vida sin violencia sexual, en los ámbitos privados y públicos; las demandas estudiantiles y laborales asumieron la reflexión sobre la dualidad no subordinada presente en la convivencia concreta de mujeres autónomas y hombres para la resistencia al golpe.
La unión de Feministas en Resistencia se mantuvo durante todo el tiempo que el accionar de las masas contra el golpe de estado fue activo y cotidiano: las marchas se llevaron a cabo todos los días durante un año y más, originando un movimiento de protesta pacífico, crítico y diverso, que unió a los sectores campesinos que llegaban a la ciudad (y que luego enfrentarían una represión feroz en El Aguán, donde siguen resistiendo) con los sectores urbanos: estudiantes, feministas, sindicalistas, de maestras y maestros y de disidentes antigolpistas del partido liberal, viejos socialistas y comunistas, quizá el movimiento que dio pie a la forma más larga y constante de demostrar el descontento de un pueblo que se haya dado en la historia de Centroamérica. Durante ese lapso, las feministas dialogaron y compartieron las tortillas y las faenas con las mujeres que le tenían pánico al feminismo y con los hombres que desde los partidos y las iglesias (católica y neoprotestantes) habían alimentado ese miedo. Las mujeres de las ocho nacionalidades indígenas y los pueblos negros de Honduras, en particular, se radicalizaron en sentido feminista contra la violencia que sufrían como mujeres por parte de sus propios compañeros. Cambios simbólicos importantísimos generaron que durante sus reuniones fueran los hombres lencas, maya chortíes y garífunas los que cocinaran para ellas, que se reían de su falta de habilidad a la hora de «echar las tortillas al comal». De un intercambio tan importante de ideas y acciones, sin embargo, resultaron pocas aunque importantes reflexiones feministas, casi todas provenientes de las antiguas compañeras del feminismo autónomo hondureño, poetas, sindicalistas y activistas.
Con el tiempo, Feministas en Resistencia demostró ser un momento histórico más que un movimiento: todas las corrientes y posiciones feministas se unieron para aportar formas e ideas de mujeres a un movimiento político mixto. Aunque hoy las mujeres hondureñas en su conjunto sufren las embestidas de una derecha que escatima constantemente los derechos al estudio, laborales, a la seguridad y a una vida sin violencia (y a la vida misma, según se lee en el incremento brutal de feminicidios), cuando no arremete contra sus tierras comunales, de hecho Feministas en Resistencia se ha diluido. Queda la enseñanza de que las mujeres pueden participar en la política colectiva y ser aceptadas como las portavoces de una tendencia política que sirve a toda la sociedad, no sólo a las mujeres, ya que no hay sociedad que no esté compuesta de mujeres y hombres. Eso es, Honduras enseña que la abstracta ciudadanía sólo puede construirse desde la concreta aceptación de que la humanidad es sexuada.
En América del Sur muchas tendencias que se notaban a principios del milenio han persistido. En Argentina, frente a la unión de las mujeres del Partido Justicialista alrededor de la figura simbólica y práctica de una presidenta que se presenta a sí misma como progresista (aunque no feminista, por ejemplo, sigue firme en no permitir el ejercicio de una maternidad libre y voluntaria al no despenalizar el aborto y no intervenir con contundencia en contra de las esterilizaciones de las mujeres de los pueblos originarios), se han venido generando debates sobre qué es el poder, si cambia cuando es encabezado por una mujer o no, cuáles son los alcances de la política para la liberación de las mujeres. La reflexión acerca de la experiencia de la señora Bachelet en Chile, mujer presidente de filiación socialista que reprimió brutalmente a las mujeres y hombres mapuche, también se suma al juicio sobre el poder en manos de las mujeres.
Desde el estado estas actuaciones mueven a reflexiones complementarias, porque es cierto también que el movimiento asambleario feminista ha impuesto al gobierno de la República Multinacional de Bolivia la idea de que sin «despatriarcalización» no hay descolonización posible. A la vez, las mujeres maya ixiles que en Guatemala testificaron en el juicio contra el general genocida y expresidente de facto Ríos Montt dejaron en claro que la violación es un instrumento de guerra que, pasando por el cuerpo de las mujeres, golpea a toda la sociedad, pero que desde la voz del cuerpo violado de las mujeres la denuncia es también un instrumento de defensa propia y de todo el pueblo. El sostén emocional, económico y de seguridad a las mujeres ixiles que se presentaron a testificar en el juicio contra el genocida de su pueblo y de otros pueblos maya en la década de 1980, vino de diversas organizaciones de mujeres, desde ONG de abogadas hasta grupos lésbicos y de feministas autónomas.
Los pequeños grupos de feministas que se insertan en otros pequeños grupos mixtos de poetas, de activistas libertarias y de activistas, o que se mantienen autónomos, han optado por incrementar el trabajo educativo formando editoriales activistas que contrarrestan la monopolización de la letra impresa y se han organizado en comunas de autodefensa contra la violencia machista. Conjuntamente, han surgido experiencias compartidas de viajeras a pie, en motocicleta, en bicicleta, que se mueven de país en país para intercambiar experiencias sin tener que recurrir a financiamientos o propaganda. Algunas de ellas llegaron hasta México en 2009, cuando las feministas que se reconocían a sí mismas como autónomas —desde experiencias y organizaciones diversas—decidieron realizar un encuentro propio, de dinámicas dialógicas y en espacios prestados por un sindicato, que marcara con claridad su diferencia con el XI Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, que se realizaba dispendiosamente en hoteles de lujo, con dinámicas congresuales. Ese Encuentro Feminista Autónomo, sin embargo, fue precedido por duras confrontaciones con muchas de las feministas que en 1993 se manifestaron en El Salvador en contra de los lineamientos hegemónicos del feminismo latinoamericano, el así llamado «feminismo institucional». Esas mujeres sorpresivamente exigieron un trato de dirigentes, un reconocimiento expreso de su esfuerzo y se ofendieron por no haber sido consultadas o invitadas a participar. Es interesante notar que, a raíz de ello, ante el XII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe de Bogotá —rechazado por muchas más feministas, ya que fue organizado en un hotel propiedad del ejército colombiano, cuando la mayoría de las organizaciones de mujeres debatían sobre el incremento de la violencia por causa de la militarización— el encuentro no institucional no reivindicó la autonomía, sino el carácter popular de las mujeres reunidas.
Las universidades y sus programas de estudios de las mujeres (cuando no de estudios de género) se han cerrado alrededor de prácticas neoliberales de eficientismo terminal y de transmisión de datos más que de formación de conciencia y reflexión, frente a lo cual las feministas han aprendido a leer y criticar todos los textos que se refieren a la convivencia humana. Los grupos de reflexión sobre bioética, por ejemplo, se apoyan en biólogas cansadas de escuchar dogmas sobre qué es la vida, que provienen de sus muy eficientes programas de estudio, supuestamente organizados en contra de toda ideología.
Las artistas plásticas responden siempre con mayor contundencia a la renovada posición de que el arte abstrae y supera las diferencias de sexo y género. Actos contra las «maternidades secuestradas», el megaperformance presencial y cibernético, que resultó uno de los mejores eventos en cuanto a humor y disposición de quienes participaron, llamó a las mujeres a manifestar su repudio a las imposiciones sobre y contra su maternidad. Desde el secuestro de las hijas amadas hasta la imposición de modelos educativos o el contubernio entre padres y jueces de los tribunales de lo familiar para quitar a las madres la custodia de su prole, la intimidación obstétrica que se sostiene en la medicalización de la gestación y otras expresiones de violencia patriarcal, carteles, sketches, intervenciones, inundaron una jornada de impacto visual organizada por Mónica Mayer y el Taller de Activismo y Arte Feminista (TAAF) en las calles del centro de la ciudad de México el 11 de mayo de 2012.
Durante varias jornadas, diversas integrantes como Minerva Valenzuela, las Sucias, Julia Antivilo, convocadas por Mónica, hablaron, cuestionaron, evidenciaron el «secuestro» que las mujeres experimentan de sus maternidades por parte del sistema que teje represiones desde el saber médico, religioso, delincuencial, legal, económico, educativo, estatal, cultural, hasta que lo aterrizaron en la protesta.
Las filósofas cuestionan el significado de que en sus centros de estudio les propongan cierto tipo de bibliografía para analizar la realidad femenina, excluyendo sistemáticamente el pensamiento de las feministas radicales y autónomas con el pretexto de que «hacen activismo, no producen teoría».
Aun en países donde el feminismo es institucional y pacato, como Perú, surgen colectivos de poetas feministas y de sociólogas antirracistas que se unen a mujeres de los pueblos indígenas (que no existen, según la terminología oficial de un país que decreta que quien no vive en las ciudades es «campesino» y punto) para rebelarse ante dinámicas de exclusión y dominación.
Finalmente, he de decir que este libro se ha editado en diversos países de Nuestra América: Costa Rica, Colombia y Venezuela, y que recibió en este último país una mención al Premio Libertador al Pensamiento Crítico de 2006, que lo hizo acreedor de una edición de más de cincuenta mil ejemplares.
Me agrada enormemente que éste sea un libro tan nuestroamericano, pero Ideas feministas latinoamericanas se escribió en México, y básicamente en diálogo con mujeres feministas que reivindican su autonomía de las corrientes hegemónicas que aquí se han cimentado. Ahora bien, México en los últimos siete años ha vivido un repunte sin precedente de violencias diversas: económica, educativa, contra la libertad de expresión, contra la libertad de movimiento y libre circulación, contra la libertad de organización, todas ellas inscritas primeramente en las agresiones contra los cuerpos y las vidas de las mujeres, víctimas de un feminicidio tan impune, un feminicidio tan hijo del privilegio patriarcal e inmune a la justicia, que le abrió las puertas a una masacre de todas las organizaciones delincuenciales contra todas y todos los mexicanos y migrantes que transitan por su territorio.
En México, entre la segunda y la tercera edición de este libro, se ha perdido la posibilidad de viajar sin miedo de día y de noche por sus caminos, así como poder económico y derechos laborales consagrados: las y los jóvenes saben que no deben demandar respeto a la jornada de ocho horas si quieren mantener sus puestos, por ejemplo. También es cierto que, en ciertas escuelas del centro de México, las niñas y los niños de primaria juegan a «La trata», donde los niños son los lenones y las niñas, las tratadas. En un pasillo universitario, asimismo, escuché la siguiente frase de un jovencito a su novia: «No, no denuncies que ese profesor te acosa si no quieres amanecer decapitada». En nuestra propia universidad, la UACM, de una encuesta realizada en junio de 2013 por estudiantes de ciencias políticas en el plantel Del valle resultó que el 100% de las estudiantes encuestadas había recibido por lo menos una amenaza de muerte por parte de su novio o exnovio.
Ante esta realidad de violencia difusa y tolerada socialmente, los grupos de mujeres que, provenientes del feminismo, se han insertado en el poder público a través de instituciones de estado y organismos no gubernamentales, se han desligado cada vez más de la vida de las mujeres, de sus demandas, de sus reflexiones. Habiendo obtenido de un gobierno liberal-progresista el reconocimiento del derecho a una maternidad libre y voluntaria en el Distrito Federal, viajan para imponer el modelo de la ciudad capital a estados de los que desconocen la labor realizada durante años por los grupos locales, creando fuertes decepciones entre las más jóvenes de sus activistas que resienten «adultocentrismo» y «centralismo» en su contra.
Por suerte el feminismo de pequeños grupos también ha crecido, fortaleciendo diversas maneras de organizarse de manera autónoma, con terminologías que no siempre coinciden (si para algunas la palabra «lideresa» es un insulto, otras la reivindican como sinónimo de demostración de la fuerza pública de una mujer, por ejemplo), con prácticas que van de la recuperación de los grupos de autoconciencia hasta los talleres de autodefensa, con repuntes entre los movimientos juveniles mixtos donde las relaciones desiguales entre los géneros se diluyen en el nuevo discurso oficial interiorizado de que «las mujeres y los hombres tenemos los mismos derechos, somos iguales».
No es casual que en 2010, después de 18 años, en Zacatecas se reunieran las más diversas feministas en un encuentro nacional: indígenas, lesbianas, feministas históricas, jóvenes feministas, periodistas, artistas de diversos estados y muy diferentes formas de organizarse, se conocieron por fin y debatieron abiertamente, sin la dictadura de líneas de reflexión decididas desde las ONG más poderosas, aunque en un recinto muy institucional, proporcionado por una gobernadora que no se atrevió a postular la despenalización del aborto en su estado.
En los últimos siete años, aun el muy diverso feminismo de los pequeños grupos se ha visto obligado a hacer frente al incremento de los feminicidios (400 por ciento). Importantísimas son sus reflexiones acerca de la crueldad cada vez más descarnada que se ejerce contra los cuerpos y la vida de las mujeres víctimas de violencia doméstica y de violencia en la trata, el secuestro, la desaparición, la prostitución y, aunque sigue siendo menor que entre los hombres, el aumento en las actividades punitivas de estado, en particular la intensificación de los encarcelamientos y de la represión física de sus movimientos. Parecería que hoy en México las mujeres jóvenes y pobres tienen mayor posibilidad de ser asesinadas, mientras los hombres jóvenes y pobres han incrementado sus posibilidades de ser encarcelados. Gajes de la suma de sexismo y criminalización de la protesta.
Muchísimos grupos de feministas de características no institucionalizadas, reciban o no pequeños financiamientos, que hayan cursado o no estudios en los centros y programas de estudio de género de las universidades públicas y privadas y de las ONG que promueven talleres de «liderazgo de las mujeres», se están reuniendo en torno a la temática de la violencia misógina en su expresión más descarnada: el feminicidio. Superar el pánico de ser mujer y poder vivir con la violencia es en la actualidad una actividad feminista de autoconciencia y práctica de autocuidado. Estos grupos, aunque pequeños, contienen a las sobrevivientes, dialogan sobre los estragos de la violencia misógina en su emotividad, discurren acerca de su cuerpo expuesto a la violencia sexual y a la violencia estética, cuestionan las miradas que construyen su sumisión y las definiciones legales que las relegan al papel impotente de víctimas. Asumen que las experiencias generacionales han construido formas de hacer política que en ocasiones entran en conflicto, que intentan superar enfrentándolo, aunque no siempre lo consigan, debido a verdaderos enfrentamientos intergeneracionales que no logran diluir, aunque sepan que son fruto de separaciones entre mujeres que provienen del mundo patriarcal. Actúan en colectivos pequeños y se reúnen en ocasión de la denuncia pública, así como estrechan relaciones de profunda empatía con los grupos de madres y familiares de las víctimas de feminicidio, trata, desaparición, y confrontan desde al estado hasta a las feministas oficiales que prefieren obviar la urgencia de una alerta en relación con la condición de las mujeres en México. En particular en algunos casos de feminicidio, los grupos más encumbrados del feminismo institucional han llegado a cuestionar que colectivos autónomos de feministas persiguieran el castigo de un asesino por ser hijo de una feminista de renombre, en un caso; hermano de un diputado de un partido de izquierda, en otro; el hijo de una poeta muy querida, en otro más.
Es interesante subrayar, por último, que las feministas de pequeños grupos y colectivos se acercan y alejan de organizaciones mixtas de pacifistas y personas que buscan modos alternativos de relación de colectivos, de grupo e individuales, con respecto a las formas jerárquicas de género. En particular, el feminismo más joven, que todavía no tiene una producción escrita que se haya publicado, inserta en su reflexión convicciones ecologistas, mientras se afirma antirracista y anticlasista.
Ante todas estas realidades feministas, apenas esbozadas en la reflexión de estos últimos siete años, agradezco a la editorial de la UACM, universidad popular y de alta calidad intelectual en la que trabajé durante 12 años, que me haya acompañado en la reflexión sobre los feminismos del continente durante tres ediciones. Nunca olvidaré que la UACM me facilitó un año sabático en 2010-2011 para terminar un viaje por Nuestra América durante el que corroboré mucha de la información sobre el actuar como mujeres organizadas para nuestra liberación, que redunda obviamente en la liberación de la sociedad toda. Tampoco que el trabajo de campo para reunir los materiales y organizar la Antología del pensamiento feminista latinoamericano para la Biblioteca Ayacucho (trabajo todavía en prensa) se haya realizado con las alumnas y participantes del seminario permanente de feminismos nuestroamericanos de la maestría en derechos humanos de nuestra alma máter, y sus colegas en todos los países de nuestro continente.
Francesca Gargallo Celentani,
ciudad de México, 10 de julio de 2013