Iconos de España 

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España, tierra de aluvión humano y cultural, acumula algunos de los iconos más célebres del mundo. Aquí se reúnen y explican veinticinco de ellos, desde los bisontes de Altamira hasta Antonio Machado, pasando por el Pórtico de la Gloria o la pintura de Velázquez.


Superando el discurso de la decadencia y el pesimismo, Fernando García de Cortázar es la voz que mejor ha sabido conectar la historia de España con sus coetáneos. Su extraordinaria obra, fruto de décadas de trabajo y depuración del estilo literario, incluye libros tan destacados como Breve historia de España y Viaje al corazón de España.


Iconos de España

© 2020, Fernando García de Cortázar

© 2020, Arzalia Ediciones, S.L.

Calle Zurbano, 85, 3°-1. 28003 Madrid

Diseño de cubierta, interior, ilustraciones y maquetación: Luis Brea

Producción del ebook: booqlab

ISBN: 947-84-17241-73-5

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotomecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso por escrito de la editorial.

www.arzalia.com

Índice

Los bisontes mágicos

La dama elegante

El esplendor de Roma

La corona votiva

El bosque de columnas

Un arte nuevo

El rey poeta

Pórtico de la Gloria

El Cid y la memoria histórica

Paisaje con castillos

El triunfo del cielo

Los mejores versos

La octava maravilla

Todas las almas llevan sangrando su corona

La más alta ocasión de la lengua

El pintor de la verdad

La meca del arte

La puerta ilustrada

El llanto de los fusiles

La novela de España

Alardes urbanos

La colina de los chopos

Un mito moral universal

Paisajes acústicos

La conciencia de una nación


El testamento de Isabel la Católica, obra de Eduardo Rosales. Museo del Prado, Madrid.

o hubo telediario que no mostrara las imágenes. Recuerdo que al ver Notre Dame envuelta en llamas, intentando mantener su compostura mientras perdía el índice de piedra con el que nos mostraba el cielo y las estrellas, resultaba imposible no pensar que toda la memoria de Francia pasaba bajo sus arcos. «Nuestra Señora de París es nuestra historia, es nuestra literatura, es nuestro imaginario, es el epicentro de nuestra vida, el patrón desde el que se mide nuestro país», dijo cerca de la medianoche, cuando el incendio aún no estaba apagado, el presidente Macron.

Yno exageraba. Notre Dame, que al final sobrevivió al fuego como antes había sobrevivido a guerras y revoluciones, es mucho más que un vetusto templo gótico de un culto en retroceso, mucho más que un monumento de piedra y madera. Testigo de siglos de historia, la catedral parisina es un icono de Francia, un símbolo de Europa. La conmoción provocada por el incendio de abril del 2019 nos recuerda que las naciones del Viejo Continente no solo han crecido sobre los mitos colectivos creados en el siglo XIX. También lo han hecho sobre edificios, poemas, pinturas, incluso personajes, reales o imaginarios, que representan su historia y en los que hoy se reconocen sus ciudadanos. Por supuesto, España, tierra de aluvión humano y cultural, no es una excepción. Antes al contrario, acumula algunos de los iconos más fotogénicos del mundo.

Los bisontes mágicos

Son las huellas emocionales del Paleolítico; los costillares de España, según Miguel de Unamuno; el ejemplo más bello del arte de las cavernas. La cueva de Altamira tiene una profundidad de doscientos sesenta metros y a la sala principal se llega después de recorrer treinta. Un temblor milenario estremece el lugar. Y, sin embargo, nada de lo que entendemos por primitivo —como equivalente de torpeza— se descubre allí, especialmente en la bóveda, que es donde se encuentran los hermosísimos bisontes. Algunos se ven fácilmente: están vigorosamente dibujados en negro, ocre y rojo, usando raspaduras de técnica asombrosa y los accidentes de la roca para representar en su plenitud la hermosa plasticidad de la vida. Y no están solos. También hay caballos, jabalíes, venados.


Bisontes de Altamira, Cantabria.

Se habla del milagro griego porque es a partir de Grecia cuando el hombre nos parece completamente similar a nosotros. Pero, como dice George Bataille, el momento de la historia más exactamente milagroso, el momento decisivo, cuando lo que diferencia a los hombres de los animales cobra forma por primera vez, debe retrasarse a la época en que la humanidad pintaba en las paredes de las cuevas. A los tiempos ancestrales en que un cazador armado con una antorcha invocaba los espíritus de la bestia que se proponía capturar dibujándola en los techos de Altamira.

La dama elegante

Sabemos lo que exclamó la hija del erudito Marcelino Sanz de Sautuola cuando contempló los bisontes de Altamira: «¡Mira, vacas!». Nada sabemos, en cambio, nada cierto, al menos, de lo que pensaron o dijeron las personas que hallaron la Dama de Elche en el yacimiento ibérico de la Alcudia.


Dama de Elche. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

La Dama de Baza, que fue encontrada cerca de Granada y que hoy también se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, reforzó en 1971 la idea de originalidad y autenticidad de la bellísima escultura ilicitana. Pero el misterio que la rodea sigue prácticamente intacto. ¿Quién es? ¿Qué representa? ¿Es una mujer mortal de elevada posición? ¿Una sacerdotisa? ¿Una especie de diosa de los muertos? ¿Qué mira tan serenamente?

Solo su belleza está a salvo de cualquier pregunta o controversia. Se trata de una obra de perfecta técnica y expresión, el recuerdo más hermoso que nos ha llegado de los años en que griegos, fenicios, iberos y celtíberos poblaban la Península. Y por supuesto, la muestra más inolvidable del cruce de caminos que constituyó la civilización ibera. La simetría, el realismo, el sentido de la proporción y la delicadeza del rostro nos hablan de la influencia helena. Pero si la Dama de Elche es una pieza clásica, también es una figura de una elegancia bárbara, como reflejan los ornamentos que lleva, su complejísimo tocado, sus aretes y collares.

 

El esplendor de Roma

Cuna de dos emperadores, Itálica, a tan solo diez kilómetros de Sevilla, en Santiponce, es el lecho seco que deja el inmenso fluir de una vida desaparecida. Como dijera el poeta Rodrigo Caro, sus ruinas representan el final petrificado de Tebas, Babilonia o Tiro que Adriano, el gran emperador andaluz, viajero incansable, filohelénico en sus gustos y su cultura, se prometió evitar para Roma cuando visitaba las ciudades antiguas, sagradas, pero ya muertas, del Mediterráneo oriental.

Y sí: «Todo desapareció». Casas, jardines. La fortuna cambió voces alegres en silencio mudo: «Este llano fue plaza; allí fue templo; de todo apenas quedan las señales»… Sin embargo, nada más evocador que visitar la parte excavada de la vieja colonia fundada por Escipión el Africano en el siglo II a. C. Pasear por sus anchas calles principales, cuidadosamente exhumadas. Contemplar la perfecta urbanización. Ver lo que queda de las robustas murallas, levantadas más para delimitar el espacio ciudadano que para defenderlo. Pisar la arena del imponente anfiteatro, hoy rodeado de un parque forestal… Los restos de Itálica tienen, sin duda, algo de ensoñación del pasado.


Anfiteatro de Itálica, Sevilla.

Un pasado de brillo, de poder, de riqueza. Porque Itálica, cuna de Trajano y Adriano, complemento perfecto del gran centro comercial de Hispalis, albergó las magníficas mansiones de la aristocracia senatorial de la Bética y la mayor concentración de edificios públicos de toda la provincia. Cuatro templos, dos termas alimentadas por una ingeniosa red de acueductos de treinta y cinco kilómetros, el anfiteatro, un teatro excavado en la ladera oriental de la colina de San Antonio… La escultura que representa una Venus con la flor de loto en la mano izquierda que puede verse en el Museo Arqueológico de Sevilla, milagro de serenidad y elegancia, demuestra hasta qué punto el mundo romano de esta antigua urbe abandonada era exquisito y refinado, hasta qué punto España fue romana.

Fabio, si tú no lloras, pon atenta

la vista en luengas calles destruidas,

mira mármoles y arcos destrozados,

mira estatuas soberbias, que violenta

Némesis derribó, yacer tendidas,

y ya en alto silencio sepultados

sus dueños celebrados.

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