Czytaj książkę: «mis humores»

Czcionka:

mis humores

mis humores Primera edición, 2021

Volumen siete de la serie Habitaciones

Director de la colección Benjamín Mayer Foulkes

Editor Rodrigo Fernández de Gortari

Coordinación editorial Salomé Esper

Diseño Diego Aguirre

Asesoría en derecho de autor Raúl Eduardo Manzano Tapia Néstor Adrián Villegas Cortés

© 2021, de los textos, Fernanda del Monte

© 2021, de la presentación, Horacio Banega

D.R. © 2021, 17, Consultoría, S.C.

Benito Juárez 35-1,

Colonia El Carmen,

Coyoacán

04100, México, Ciudad de México

www.diecisiete.org

ISBN: 978-607-99316-0-5

Contacto

editorial@17edu.org

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la

reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de autora y editores.

Este libro se digitalizó en Malaletra.com.


Fernanda del Monte

(Ciudad de México)

Estoy convencida que yo he sido una mujer negra, alemana, francesa nórdica, hombre, delfín y nube.

Lo sé porque en el mapa del sueño diurno me vienen recuerdos de vidas que nunca he vivido.

También estoy convencida de que he tenido sentimientos que hoy desconozco pero que atribuyo a los viajes interestelares, como si pudiera sentir lo que siente una estrella o el pulso de la antimateria. Y entonces me pregunto si yo soy quien soy o más bien soy fuera de eso que soy, una otredad hecha de muchas delicias, pero también de asesinatos y violencias cometidas, cosida dentro de una piel humana.

Presentación de
una pos-escritura
Horacio Banega*

“La ausencia de un estado de ánimo definido, que a menudo se sostiene igual largo tiempo y que no se debe confundir con un estado de ánimo francamente negativo, dista tanto de ser una nada, que justamente en ella se torne el existente humano insufrible para sí mismo. El ser es vuelto patente como una carga. Por qué, no se sabe”.1

La paradoja es que Heidegger escribió eso pero no sabemos si imaginaba lo que implica en la sociedad patriarcal ser mujer. De todos modos hay algo importante en lo que afirma: no sabemos por qué existir puede ser insufrible. La autora de mis humores se embarca, se embarga, se embreta y se compromete en una indagación por la existencia indexada, no de indexación sino de indexización, la existencia femenina.

No es tan difícil definir a la existencia en estos tiempos de sangre, locura y muerte como aquello que nos es dado, que no pedimos, y que no queremos que se nos quite, hasta que morimos. Lo importante es lo que sucede mientras tanto. Mientras aparecemos y nos vamos. mis humores es un artefacto cuya voz y cuerpo son múltiples, pero literalmente, no filosófica o geométricamente. Una voz que busca su cuerpo artístico por múltiples formatos y que, como un virus, muta en cada uno de ellos, cambiando su naturaleza, pero donde permanece el grito munscheano “soy mujer mexicana”.

El término “humores” también remite a líquidos, fluidos, materias licuefaccionadas en los vapores de menjunjes de sabor exquisito. La autora fluctúa, nada, juega al tenis y saca rápido, salta la red y tira la raqueta entre los antiguos géneros literarios y dramatúrgicos llevándonos al territorio del arte digital, arte que se hace con los dedos sobre la computadora, con las manos sobre las texturas pixélicas, con los sudores de la pantalla, con las manchas sobre los cursores dejados por los dedos de los lectores participando del fluido humoroso de la palabra-imagen-espacio-fluido-caliente que atraviesa este artefacto. Si el contenido de una obra de arte son las formas sedimentadas que arrastran sus luchas anteriores, entonces esta obra reactualiza esas luchas y muestra la completa adecuación de su voz, su enunciado, su cuerpo de enunciación y su forma material de encarnación.

La voz y el cuerpo hacen y piden espacio. El espacio prolifera en distintas dimensiones: imaginaria, potencial, virtual, escénica, erótica, maternal, privada, pública. Su temporalidad es de larga duración. Su norte es la independencia de los géneros (sexuales/eróticos/disciplinares/discursivos).

Y en medio del grito, la puta vida. ¿Acto performático como re-encantamiento del mundo o como reactualización de la pregunta existencialista? ¿Qué es vivir así? ¿Cómo vivir así? Así no. El grito no es negación ni negatividad, sino pura afirmación. Se transforma en susurro, caricia, discurso, modulación amorosa del auto-goce (no tocarse, sino escucharse la propia voz y el placer que da).

La obra no teme a nada. Se enfrenta a las enfermedades. El lenguaje es un virus, cantaba Laurie Anderson la sentencia de William Burroughs. Actos psicomágicos para curarse, también decimos por estos lares. Un acto psicomágico para exhibir las necedades y necesidades de una existencia fragmentada por afuera mientras se restablece una unidad orgánica interna dada por la pasión de la escritura. Una cura por la palabra (escrita). Dejar la huella, atravesar las redes, hacerse oír-leer-ver, en un universo que debería mutar para un lado y parece que muta para el otro.

Bienvenidos mis humores, cuidado con las compañías, algunas son mortales, otras son alegres, dependerá de usted, lector, lectora, cuál elegir.

* Doctor en Filosofía (uba, Argentina). Director, dramaturgo y performer. <<

1 Martin Heidegger, Sein und Zeit. Max Niemeyer Verlag, Tübingen, 1967 [2002], p.134. <<


prefacio

Escribo este texto como salida al dolor y sufrimiento que me provoca el pensamiento.

Escribo este texto como entrada hacia mi historia que quizás sea la de muchos y muchas.

Escribo este texto como respuesta a la constante sensación de que nunca es todo, de que siempre hay algo que queda en los bordes de la escritura. Que es imposible compartir el sufrimiento y la muerte, pero en este intento fallido podemos encontrar ciertas aproximaciones que nos ayuden a sentir-nos parte de algo más: el mundo, los otros.

Escribo desbordada, agotada y destruida.

Escribo para mí un texto enfermo y deforme, para dejarlo como un feto sobre la mesa de mis pensamientos.

Escribo un texto autónomo que de alguna manera es infinito.

Un texto que no implica su lectura como se hace desde siempre.

Un texto al que quizás deba uno acudir como acude a un libro de citas. Leído por pedazos cada vez distintos. Un libro que se puede leer o dejar reposar en una mesa de luz para volver a él en la noche como si fuera la confesión de alguien que quiere ser otra. Yo no soy tampoco este texto, es solo un estudio sobre la enfermedad que me lleva a la memoria.


Me ronda la idea de que las palabras escritas expían el deseo. Como si al escribirlas y ponerlas en el papel algo de eso desapareciera o uno se pudiera librar de eso que escribe. Si escribo sobre sangre no habrá más sangre derramada. Si escribo sobre lágrimas no habrá más tristeza en mí, si escribo sobre fluidos sexuales el pasado se volverá presente. Si sigo escribiendo por siempre quizás un día ya no me dé cuenta del paso del tiempo y el dolor. /




Según esta definición medieval de los humores o personalidades tenemos, todos, un exceso de algún elemento que nos vuelve sanguíneos, flemáticos, melancólicos o coléricos. A partir de este exceso se trabajaba en la Antigüedad la noción de salud y, por lo tanto, de la enfermedad. Con el tiempo, la ciencia convirtió al cuerpo en una máquina con células, tumores y exceso de componentes químicos, virus, bacterias que desde el exterior entran a nuestros cuerpos “perfectos” para enfermarlos.

Se dice que la ciencia es verdadera y que lo único que debemos hacer es creer en los resultados de unos análisis clínicos para encontrar la cura a nuestra falta de salud física y psicológica. El presente estudio poético se encargará de indagar en las grietas que se abren desde la pulsión de los cuerpos emocionales para encontrar otras aristas no resueltas por las estadísticas, sin intentar contraponer desde el raciocinio otra teoría sino, desde lo poético, una opción perceptiva sobre la enfermedad. Dar cuenta del discurso que queda detrás de toda enfermedad, de la narrativa que queda velada desde el punto de vista clínico para poder conectar con nuestras vidas y quizás encontrar una cura estética a nuestro dolor. /


Los humores propuestos son una aproximación diversa a la expresada por la medicina antigua. Los fluidos que se desarrollan en este texto son: la sangre, las lágrimas, los fluidos sexuales y el sudor. Como si fueran parte de las personalidades contemporáneas, nos acercaremos al sufrimiento y al dolor, a la enfermedad y a la deformidad, a partir de estos cuatro fluidos vitales del cuerpo humano en la búsqueda de la relación poética entre ellos, pero también desde una perspectiva cultural y contemporánea de lo que hoy está descrito como una máquina perfecta: el cuerpo humano, y lo que hay dentro, para ir hacia los intersticios y encontrar que entre las capas de lo que conforma a los cuerpos hay algo que quiere ser nombrado, también /



Para escribir sobre el dolor, hay que escribir sobre el cuerpo. Ya lo dice Cristina Rivera Garza en su texto Dolerse: “Solo una historiografía centrada en el cuerpo puede albergar estudios sobre el dolor: cuando estudiamos el dolor en realidad estamos acercándonos con todas nuestras herramientas teóricas y metodológicas al cuerpo”. Cristina Rivera Garza cita aquí a otra escritora. Y yo a ella. Esta voz está hecha de las construcciones mentales que devienen de todo eso que leemos.

sangre

Buscamos ser perfectos. O más bien, buscamos dejar la deformidad real. Nos pensamos diferentes a lo que somos. Nacemos deformes y morimos de la misma manera. Somos una especie de monstruos que guardan en su sonrisa y sus lágrimas lo bello de ser humanos, y aun así pasamos la vida intentado dejar atrás la infancia, la malformidad, la enfermedad y el sufrimiento. Somos seres que nunca aceptamos nuestra naturaleza, quizás por eso hemos inventado que hay ángeles de los que somos descendientes. Pero los fluidos en nosotros nos definen, de forma científica o chamánica. De forma psicológica o psiquiátrica. Los fluidos son inaprensibles y aun así fundamentales. Ya sean vistos desde la perspectiva médica actual, su estudio sigue siendo un foco de atención, antes y ahora. Podríamos comenzar entonces por la sangre, líquido entre viscoso y amorfo, entre pesado y ligero, entre vivaz y mortal.

Todo esto para entender en realidad algo de lo que no hemos hablado hasta ahora de forma limpia: el ser humano es un ser sufriente, ya sea cuando enferma o cuando tiene salud. El dolor y el sufrimiento se relacionan de una forma compleja con la enfermedad y, por lo tanto, con la vida y la muerte de los seres humanos. Hemos pasado toda la historia de la humanidad peleando y haciendo guerras y buscando la forma de dejar de sufrir; una paradoja. Quizás el sufrimiento y la guerra sean los dos grandes temas de nuestra civilización, de ahí se han desarrollado las formas de pensamiento, las relaciones sociales, políticas y económicas, así como la relación con lo divino y lo pagano, con la medicina y con la búsqueda estética, la poesía y la palabra.


Nunca nadie puede sentir tanto dolor como aquel que se siente al traer una vida a este planeta. Quien lo siente a partir de otro acto, muere. El dolor trae vida. Vida deforme, en potencia. Ese dolor no es sufrimiento pero sí atemoriza. Sentimos dolor al nacer. Sentimos dolor al dar vida. Entonces, la muerte también debe doler. Dolemos y vivimos. Parece algo inseparable. Pero doler no es enfermar. Enfermar es algo diferente. Curar no es quitar solo el dolor. Curar es algo más. Ser curado, curarse, es un camino más complejo que tomar una medicina o sacar el demonio que llevamos dentro.

Entre todos estos dolores siempre está presente la sangre que recorre el cuerpo o se desparrama fuera de él. Como si la sangre nos ayudara a poner materia al dolor y a la vida.

Sangrar para nutrir la tierra, piensan los mayas. Sangrar para regenerar, es lo que hace el cuerpo de la mujer cada mes para fertilizar su vientre. Sangrar lleva a la muerte. Una de las formas de la muerte: desangrar. Los litros que tenemos dentro son viscosos glóbulos rojos, blancos y plaquetas que sirven para dar ritmo a toda la maquinaria.

Se dice que hay distintos tipos de sangre. Los antiguos médicos creían que las personalidades estaban definidas a partir del tipo de humores que generan los cuerpos. Entre ellos está el sanguíneo, que significa que uno es colérico. Como mi padre. Muerto. Como yo. Enojarse mata. Dicen. El cáncer viene del enojo enraizado. Por eso, ahora, toda esta vía del optimismo. Para salvarnos de la muerte. De ser coléricos y sanguíneos. Ahora, lo de hoy, es permanecer inmóvil. Pero el dios antiguo era colérico también, y también destruía ciudades enteras para regenerar el mundo.


La sangre duele. Cuando sale y cuando entra. Porque implica una herida, o una vida, pero también una muerte. Cuando se ven las fotografías de los cuerpos mutilados, o los cuerpos ensangrentados, sabemos que están muertos. Lo que se limpia después de una masacre es la sangre. Se relaciona por contraste con el blanco, un color vinculado con la salud; lo rojo, en cambio, con la enfermedad, lo monstruoso. Generalmente los monstruos chupan sangre o son caníbales. Nosotros también, de alguna manera. Chupamos sangre y de varios animales. Arrancamos con los dientes pedazos enteros de carne con sangre, aunque la cocinemos para no sentir el olor. El olor es lo que más penetra de la sangre. De hecho, es difícil de lavar, de desmanchar. El olor a menstruación es desagradable y penetrante. Entra a las fosas nasales y se queda ahí por mucho tiempo. Cuando sale un támpax o se cambia una toalla sanitaria el color es oscuro y el olor invade los baños y los basureros. La sangre siempre intenta ocultarse y paradójicamente es lo que nos mantiene con vida. Podemos vivir sin un riñón pero no podemos vivir sin sangre. Es vital. Cuando hablamos de vitalidad, hablamos de la sangre. Cuando nos emocionamos, se dice: se le subió la sangre a la cara; si se sube la sangre al cerebro, ahí comienzan los problemas. No debemos dejar que la sangre nos nuble la razón. Eso es lo que se busca. No perder la razón. Como si esta estuviera en el cerebro.

La sangre es lo primero que los doctores tratan y lo último que se saca de un cuerpo cuando muere. Nadie quiere enterrar a un muerto lleno de sangre. Eso hace que se descomponga más rápido. ¿Entonces, la sangre de los miles de muertos, dónde está? Alimenta a los recién nacidos.

De la sangre viene también la descendencia. Se han hecho largos textos argumentando la línea de sangre de las familias. Se dice que se comparten y se mezclan, algunas son afortunadas y otras mezclas envenenan. Qué paradoja. La propia descendencia puede envenenar la vida. Otras veces la puede salvar. Un hermano puede darte un riñón u otro pedazo de órgano. Compartimos la conformación de la sangre y los pedazos de carne comidos en la infancia.

Antes de la aparición de la genética era la sangre la que determinaba mucho de nuestro destino filiar y familiar. La sangre sigue siendo lo que une la vida con la muerte y lo que une a un hermano con otro. Somos sistemas familiares unidos por el rojo de la sangre y su derramamiento. A eso le llaman venganza. Las familias se han matado unas a otras desde el principio de los tiempos. Pero también se enferman, dentro de ellas, entre ellas, y con otros. /

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