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Fedro Carlos Guillén



Tres veces te engañé



Un ensayo sobre la infidelidad



Quarzo



Edición digital




Tres veces te engañé.



Un ensayo sobre la infidelidad



Fedro Carlos Guillen



Quarzo



D. R. © Editorial Lectorum, S. A. de C. V, 2016 Batalla de Casa Blanca, Manzana 147 A, Lote 1621 Col. Leyes de Reforma, 3a. Sección



C.P 09310, México D. F.



Tel. 5581 3202



www.lectorum.com.mx



ventas@lectorum.com.mx



Primera edición: marzo 2016



ISBN edición impresa: 9781539784456



D. R. © Portada: Rox Aduboy



D. R. © Interiores: Laura Romo González



Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.



Prohibida la reproducción parcial o total sin autorización escrita del editor.




Índice





Dos palabras







Biología y evolución







¿Y los seres humanos?







Origen de la monogamia y el adulterio







Estados de excepción







El sexo recreativo







Las motivaciones







Aproximaciones por género







Los medios







Encuestas







La aproximación terapéutica







Algunos otros libros sobre infidelidad







¿Y los hijos?







¿Usted qué haría?







Cuando hay consenso







La aproximación literaria y cinematográfica







Consideraciones finales






Hay que ser infiel, pero nunca desleal.



Gabriel García Márquez






Dos palabras





Imaginemos la antigua Grecia hace aproximadamente 2,700 años: una cultura esplendorosa y politeísta plagada de leyendas. Una de ellas cuenta que a Zeus, rey de los dioses, el oráculo le advirtió que un hijo de la ninfa Tetis lo podría destronar. Para evitarlo, Zeus le ordenó a Tetis que se casara con un mortal, el rey Peleo. La boda se celebró de manera fastuosa y todos los dioses fueron invitados, pero se cometió un imperdonable error de etiqueta, ya que se omitió ni más ni menos que a Eris, la diosa de la discordia, quien planeó una revancha temible. Consciente de la enorme vanidad de algunas deidades, depositó en la mesa una manzana de oro con un mensaje que, justo es decirlo, reflejaba una mala leche escandalosa: “A la más bella”. De inmediato las diosas Hera, Atenea y Afrodita se disputaron la manzana, y Zeus impuso el orden convocando a Paris, hijo del rey Príamo, para que fuera el juez de este antiquísimo concurso de belleza. Las contendientes recurrieron a una estrategia que seguramente al lector o lectora le sonará conocida: el soborno. Cada una le ofreció a París algo a cambio de que votara por ella: Hera, poder político; Atenea, sabiduría; Afrodita, el amor de la mujer más bella. Claramente Paris era un romántico, ya que desdeñó las dos primeras propuestas y eligió a Afrodita.



Tiempo más tarde, Paris llegó a Grecia en una misión oficial y se enamoró perdidamente de Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, y valiéndose de la promesa de Afrodita, la sedujo y la llevó consigo a Troya. Este engaño despertó la ira de los griegos, que fletaron más de mil naves y declararon una guerra muy cruenta que duró diez años y que se definió en favor de los atacantes por medio de una estratagema: se introdujeron en la ciudad en el interior de un enorme caballo de madera. Todo este saldo de muerte y destrucción, y fuente de empleo para el actor Brad Pitt, se debió a un asunto muy humano: la infidelidad.



Infidelidad es un término incómodo y cargado de juicios. En un mundo que tiende a simplificar los análisis y a obviar los puntos intermedios entre lo correcto y lo incorrecto, pocas palabras tienen un sentido más negativo. Apresurémonos, pues, a aclarar que los lectores de este libro no hallarán en él lecciones de orden moral ni veredictos que su autor no está facultado para emitir. Se trata de un ensayo en el que se aborda el tema de las relaciones extramaritales desde diversas aproximaciones, la evolutiva, la matrimonial, la religiosa, la histórica y la artística, sin ningún afán de evaluar su moralidad. En lo que toca a la perspectiva evolutiva, en el primer capítulo se plantean las bases biológicas que explican la preferencia de las especies mayores por el establecimiento de relaciones monógamas o polígamas. En el segundo capítulo se estudia el matrimonio y las tendencias históricas y actuales en lo que respecta a los patrones de fidelidad e infidelidad, y los vetos y castigos en las parejas establecidas. Esto se conecta con la tercera perspectiva analizada, la religiosa.



Asimismo, se revisa cómo inciden las redes sociales en las relaciones amorosas y la manera como propician las aventuras extramaritales. Quizá le sorprenda saber que en internet hay numerosos sitios pensados para infieles, entre ellos algunos que hasta prestan servicios de coartadas. Después de explicar algunas motivaciones para la infidelidad y posibles diferencias según el sexo, se comentan algunas encuestas que este autor aplicó a algunas personas que le confiaron sus hábitos, experiencias y pensamientos con respecto a la infidelidad.



En estas páginas se repasa, igualmente, la manera particular como la infidelidad puede afectar a las parejas con hijos, y se consignan algunas recomendaciones de los terapeutas para tratar el asunto. A fin de que el libro adquiera cierto carácter interactivo, se ha incluido una sección de situaciones hipotéticas con diferentes opciones de respuesta para que el lector o la lectora elija aquella con la que más se identifique. También trataremos de entender por qué algunas parejas que han vivido alguna infidelidad se separan y por qué otras no.



Algo más que se comenta en las siguientes páginas es la percepción que se ha tenido de la infidelidad a lo largo de la historia y cómo ha sido retratada en diversas manifestaciones artísticas, como la literatura o el cine. Baste recordar que dos grandes obras maestras de la literatura universal, Anna Karenina, de León Tolstói, y Madame Bovary, de Gustave Flaubert, basan su argumento en las relaciones extramaritales que establecen sus heroínas; o que películas tan recordables como Los puentes de Madison, dirigida por Clint Eastwood; Ojos bien cerrados, del legendario Stanley Kubrick, o bien El secreto de la montaña, de Ang Lee, manejan desde diferentes ópticas la infidelidad como tema central.



Es necesario distinguir la infidelidad de la poligamia. La infidelidad es la transgresión de un acuerdo pactado de manera voluntaria; es equivalente al adulterio (este último es el término preferido en textos religiosos y códigos penales). La poligamia, por su parte, es un arreglo social y jurídico que permite a ciertos miembros de ciertas sociedades el establecimiento de relaciones con varias parejas. Quizá sorprenda saber que en 47 países de África y Asia la poligamia es legal (sorprenderá menos saber que la poliandria, en cambio, no es tan aceptada)



En las siguientes páginas exploraremos también algunas prácticas contemporáneas donde la poligamia es consensuada, como en los grupos de los llamados

swingers

 y entre los adeptos del poliamor. Se revisarán algunas obras sobre el tema que lo abordan con la seriedad analítica que me es ajena, y encontrará usted, querido lector, querida lectora, un par de entrevistas realizadas a dos importantes terapeutas mexicanas, así como un cuestionario que respondieron de manera anónima algunas personas que han sido infieles y que aquí nos confían sus motivaciones.



Este libro debería estar dedicado a Paquita la del Barrio, a la que le hemos robado parte del título, pero en realidad lo dedicaré, como siempre, a mis hijos María y Fedro, a los que quiero más que mis ojos.



Entremos, pues, en materia, teniendo en cuenta que un tema tan complejo y multifactorial no admite explicaciones simples y lineales, y que los valores y las dinámicas de cada pareja son únicos y singulares. Quien busque un tratado riguroso y especializado sobre el tema se ha equivocado de libro. Gran parte de los planteamientos que se presentan a continuación, si bien se han documentado en muy diversas fuentes, se nutren también de las intuiciones de un ensayista de mediana edad que trata de entender el mundo en el que vive, y que a veces acierta y a veces no.










Biología y evolución





Si nos atenemos a los principios bíblicos, los seres humanos deberíamos practicar rigurosamente la monogamia y evitar de manera literalmente religiosa el incesto, ya que en ambos existen mandamientos y prohibiciones (que a veces se cumplen y a veces no). Por supuesto, anticipadamente declaro que no es mi intención juzgar estos espinosos aspectos de la conducta humana, en los que cada quien debe tomar sus propias decisiones en la soledad de su criterio y sus creencias personales. Mi único propósito es entender los caminos que la evolución ha moldeado con respecto a comportamientos animales que en los hechos encuentran equivalencias en los humanos, aunque también están muy distantes uno de otro en un sentido que no es nada trivial. El recurso de explicar conductas humanas complejas exclusivamente a partir de su naturaleza biológica a veces nos hace patinar sobre hielo muy delgado. Evidentemente somos seres vivos y estamos sometidos a las reglas biológicas, pero esto no supone que nuestros comportamientos estén determinados de manera inexorable por nuestra carga genética. Un hospital, por ejemplo, es un monumento que atenta contra los principios de selección natural darwinianos. Un animal que nace ciego no tendría ninguna posibilidad de sobrevivir en la naturaleza, mientras que nosotros, gracias a procesos culturales y sociales como la compasión, permitimos que personas con una condición de desventaja física tengan la posibilidad de salir adelante. Valores como la solidaridad o el cuidado de los enfermos están sencillamente ausentes en poblaciones naturales donde la simple regla es: sobrevivirá el más apto. Por otro lado, es posible —y hay que demostrarlo— que algunas conductas humanas tengan un origen común con las de otros seres vivos. Es un tema complejo que quizá se simplifique con un ejemplo: nuestras conductas potenciales son “cerraduras” que se encuentran latentes y se activan en el momento que se presenta alguna “llave” adecuada. Esto nos permite sugerir que lo que hacemos y dejamos de hacer tiene una base genética, claro, pero también una ambiental.

 



Diversos estudios confirman que sí hay elementos biológicos en la atracción sexual. Por ejemplo, un estudio llevado a cabo de manera conjunta entre el Departamento de Antropología de la Universidad Estatal de Pensilvania y la Universidad de Missouri, en Estados Unidos, y la Universidad de Sterling, en Escocia, demuestra que el cambio hormonal en las mujeres alrededor del periodo de ovulación tiene efectos sutiles pero que pueden advertirse, como transformaciones en el rostro y en el tono de la voz. Estudios previos ya habían demostrado que en la ovulación aumenta el deseo sexual, así como la preferencia por varones con mandíbula prominente. Los investigadores, con David Puts a la cabeza, tomaron fotografías y grabaron las voces de 202 mujeres y realizaron determinaciones hormonales en dos momentos diferentes del ciclo menstrual. Después, más de 500 varones puntuaron el atractivo facial y oral de los dos momentos, y encontraron un mayor atractivo cuando los niveles de estrógenos estaban elevados y los de progesterona en su nivel más bajo. Se interrogó igualmente a más de 500 mujeres sobre el atractivo de las otras mujeres estudiadas, y su evaluación coincidió con la de los varones. Es decir, tanto en varones como en mujeres existe la percepción de que el atractivo femenino aumenta durante el momento del ciclo menstrual donde más probable es conseguir un embarazo en caso de tener relaciones sexuales.



Los expertos consideran que la metodología y el número de casos estudiados demuestran de manera concluyente la influencia de las hormonas sobre factores que pueden condicionar el comportamiento. Ya otro estudio había demostrado que las bailarinas eróticas conseguían mayores propinas durante la fase fértil del ciclo menstrual. Uno de los más interesantes presenta las primeras pruebas científicas de una manifestación económica en la sensibilidad de los hombres hacia los cambios en el ciclo menstrual de las mujeres, y en concreto en su atractivo sexual. Durante dos meses midieron las propinas diarias que recibían bailarinas de clubes nocturnos (donde bailan topless) en función del día de su ciclo menstrual (durante la menstruación las bailarinas utilizan tampones, que se cambian cuando retornan al camerino entre coreografía y coreografía). Estas bailarinas están muy motivadas para comportarse de la forma más atractiva posible todos los días, ya que sus propinas dependen de ello. El resultado es sorprendente. Las bailarinas en los días de mayor fertilidad reciben considerablemente más propina que el resto de sus competidoras (entre 5% y 30%, dependiendo del club).



Los seres vivos están moldeados por un mecanismo evolutivo descubierto por Charles Darwin, expuesto en su libro El origen de las especies, que vio la luz el 24 de noviembre de 1859. En este texto clásico, el naturalista inglés describió el mecanismo por medio del cual los seres vivos cambian en el tiempo, es decir, evolucionan. El diseño teórico de Darwin —apoyado por numerosísimas observaciones a lo largo de su vida— es de una sencillez y elegancia asombrosas: Darwin observó que en toda población existen variaciones de forma, tamaño, color y conducta, y dedujo correctamente que estas variaciones pueden representar ventajas o desventajas para sus poseedores (por ejemplo, si hay depredadores, ser rápido es ventajoso). Los organismos con ventajas tienen mayores probabilidades de sobrevivir y, en consecuencia, de reproducirse. Esto implica que sacarán más “copias genéticas” de sí mismos, con lo que a la larga la variable ventajosa se extenderá en una población. La moneda con la que se mide el éxito de un individuo es lo que los biólogos llaman adecuación, que no es otra cosa que su representación genética en las siguientes generaciones, es decir, el número de descendientes directos o indirectos (los sobrinos también llevan sus genes) que tiene a lo largo de su vida.



Ahora podemos ver por qué la monogamia no parece una buena idea en el mundo animal y por qué de hecho tan pocas especies la practican. Un individuo monógamo tiene menores posibilidades de copiarse a sí mismo que aquel que ejerce la poligamia (lo siento, así son las cosas).



Es obvio, entonces, que a un bicho de cierta especie no le conviene emplear tiempo y energía cuidando crías que no son las suyas, y en consecuencia trata de tener la mayor certidumbre parental posible. Los machos de algunas especies de culebras bloquean la cloaca de la hembra después de la cópula para evitar adulterios inesperados, o para poner un ejemplo más dramático, los leones que conquistan una manada matan a las crías del macho perdedor para poder fecundar con su propio material genético a las hembras, que de otra forma (con crías a las cuales cuidar) no serían receptivas al apareamiento. Los datos son aplastantes: sólo una fracción marginal de los mamíferos del planeta practican la monogamia, debido en gran medida a la fertilidad permanente de los machos, en contraste con la limitación de las hembras a continuar reproduciéndose cuando quedan preñadas. Hay excepciones, por supuesto: muchas aves, como los pingüinos, los cisnes o el águila real, son monógamas. Esto posiblemente se explicaría porque en monogamia, y con la colaboración de la pareja, hay más certidumbre de conseguir sacar adelante a una cría (es más difícil que un progenitor lo logre por sí solo). Con todo, estudios de ADN con algunas aves han arrojado resultados asombrosos: 90% de los nidos revisados en un experimento tenían crías procreadas por un macho diferente del que las cuidaba. Aquí la hembra manifiesta otra estrategia evolutiva, consistente en aparearse y reproducirse con un macho vigoroso, y “engañar” a otro macho, dispuesto a acompañarla en el cuidado de los polluelos. Como se puede apreciar, en todo el reino animal los polígamos se inventan toda clase de astucias para evitar ser sorprendidos.



Para regresar a los seres humanos, veamos lo que algunos sexólogos, como la mexicana Vivianne Hiriart, proponen para explicar nuestra tendencia monógama: “Quizá para el macho hubiera sido más conveniente tener varias hembras para diseminar más su información genética, pero en esas circunstancias no le habría sido posible ocuparse de todas, acopiar la suficiente comida, protegerlas del peligro, ni del resto de los machos en épocas de celo. La probabilidad de supervivencia habría sido muy poca. A él también le convenía abocarse a una sola mujer, por lo menos mientras los hijos lo requirieran”. La idea es interesante y se relaciona con una ecuación elemental: siempre será más redituable tener un hijo que sobreviva a diez que no lo hagan. Sin embargo, esta teoría no explica satisfactoriamente la enorme tasa de deserción entre los machos de muchas especies, que seguramente se debe en parte a la capacidad independiente de la hembra para cuidar y proteger a la camada. El científico y divulgador Jared Diamond sugiere que la monogamia obedece en gran medida al ocultamiento del periodo de ovulación de las mujeres, que al no ser evidente impide que el macho sepa cuál es el momento fértil para tener relaciones sexuales. Sea como sea, la monogamia en el ser humano —pese a nuestras reglas y costumbres— no parece estar tan generalizada como algunos creen: 84% de las culturas del planeta permiten que los hombres tengan a más de una mujer, mientras que en el mundo occidental se guardan mucho las apariencias. Diamond aporta un dato escalofriante (con una varianza muy alta, eso sí): entre 5% y 30% de los niños nacidos en Estados Unidos e Inglaterra son producto de relaciones extramaritales.



Lo cierto es que al menos muchos seres humanos tienen tentaciones polígamas. Cada quien deberá forma su criterio y orientación particular; de eso se trata la vida.



Tendemos a “humanizar” las conductas animales y cargarlas de adjetivos. Por eso los perros son “leales”, los pandas “tiernos” y las arañas “repugnantes”. Desmond Morris, el célebre biólogo inglés, hizo alguna vez un experimento en el que pidió a un grupo de niños que enumeraran los diez animales que más les atraían y los diez que les eran menos afines. La primera lista la encabezaron especies como perros, gatos, conejos y caballos, mientras que la segunda estaba conformada por bichos que nos causan horror, como serpientes, arañas y cucarachas. La explicación es evidente: tenemos mucha mayor afinidad por especies con mayor grado de parentesco que por aquellas más distantes evolutivamente, y existe la tentación de asignarles valores que son producto de una construcción social, como, lealtad, fidelidad y generosidad, pero lo cierto es que no hay tal cosa como la “fidelidad” (ni como la “infidelidad”, claro está) entre los animales.



Los seres vivos se rigen por reglas sistemáticas y, como hemos visto, entre ellos el éxito se mide por la cantidad de genes suyos que se representan en las generaciones siguientes; a esto se le llama adecuación. Casi cualquier conducta, por espeluznante o entrañable que nos parezca, está destinada a aumentar la adecuación genética. Ilustrémoslo con un ejemplo.



El bobo de patas azules es un ave marina que habita en las costas del océano Pacífico desde el Golfo de California hasta Perú. Se caracteriza por el color azulado de sus patas y por construir sus nidos en el suelo durante todo el año. Otro rasgo de estos organismos es lo que los biólogos llaman reproducción asincrónica, esto es: si la hembra pone más de un huevo, lo hará con dos o tres días de diferencia entre uno y otro, y en consecuencia, la cría que nazca en primer lugar tendrá un mayor tamaño que la segunda, y así sucesivamente. Si las condiciones de disponibilidad de alimento son escasas ocurrirá algo que nos puede parecer terrible: la cría mayor picoteará y hostigará a la menor hasta causarle la muerte y expulsarla del nido, ante la presencia indiferente de los padres. El fenómeno se conoce como siblicidio (matar a un hermano). ¿Por qué ocurre esto? La adecuación nos brinda la respuesta: si no hay comida suficiente, es preferible llevar adelante una cría que perder dos. Este cálculo elemental e inconsciente nos muestra la crudeza del mundo animal.



Hay muchísimos ejemplos de conductas que nosotros calificaríamos como “infidelidad” o “fidelidad”. Estos comportamientos están regulados de forma inconsciente por las fuerzas evolutivas. Las parejas monógamas, como las ya mencionadas especies de aves, se establecen y generan una relación que dura toda su vida. Frecuentemente ponen dos huevos, y en estas especies también se practica el siblicidio. Sin embargo, otras especies de aves, como el papamoscas tienen un comportamiento que seguramente nos resultará “familiar”. Un macho construye un nido y se aparea con una hembra, que pone huevos en ese nido, y con ello el macho tiene la certeza de la paternidad. Dado que la hembra no es fértil durante la incubación, el macho busca un segundo lugar para construir un nuevo nido (lo suficientemente lejos para que no se advierta la treta) y se aparea con otra hembra. Cuando ésta a su vez pone huevos, el macho regresa a alimentar a los polluelos de su primer nido, a los que brinda preferencia sobre los del segundo. El término humano equivalente a este comportamiento es la casa chica.

 



¿Qué motiva las conductas de ambas especies? La respuesta se halla en lo que los biólogos llaman presiones de selección. Las condiciones ambientales no son fijas ni estables en todo el planeta; en algunos casos hay abundancia de alimento, en otros escasez. Hay especies con muchos competidores y otras que sufren altos niveles de depredación. Todos estos factores determinan el comportamiento en pareja y el cuidado o abandono de las cr