Avrak Kahdabra

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Avrak Kahdabra
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DEDICATORIA

A mi linaje, por soplarme parte de esta brizna…

A la fortuna y des fortuna, por cuchichearme historias al oído…

A Luis, Teddy y Dania, mis cometas…

A mis cómplices, que son muchas y muchos.

A los y las artistas que me acompañaron en esta aventura.

Avrah Kahdabra

Creo mientras hablo

Primera edición: noviembre 2021

ISBN: 978-607-8773-31-2

© Fanny Sarfati

© Gilda Consuelo Salinas Quiñones

(Trópico de Escorpio)

Empresa 34 B-203, Col. San Juan

CDMX, 03730

www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio

No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 y siguientes del Código Penal).

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Distribución: Trópico de Escorpio

www.gildasalinasescritora.com Trópico de Escorpio

Portada: Teddy Nanes Sarfati

Diseño editorial: Karina Flores

Foto de la autora: David Ross

HECHO EN MÉXICO

PRESENTACIÓN

Ensayar la vida

Siempre me ha obsesionado la posibilidad de descifrar qué contiene un nombre propio, qué evoca el nombre de una persona, el de un libro, el nombre que bautiza las cosas, el nombre que contiene una raíz originaria, un sentido y una connotación personal.

El nombre con el que fue concebido este libro era otro: No puedo, tengo ensayo, en una doble o triple alusión a los 25 “ensayos” que Fanny Sarfati escribió durante la pandemia, a los ensayos teatrales preparatorios al estreno de sus espectáculos —en los que ella suele machacar aspectos técnicos y artísticos para apropiarse del alma de los personajes que representa—, y en un sentido figurativo, al ensayo que es la vida, ese tintero que dibuja huellas y pasos, desde el comienzo hasta el momento de partir.

Durante el encierro al que nos constriñó el covid-19 cimbrándonos como humanidad, cuestionando nuestros valores y mostrándonos endebles y frágiles, Fanny se recluyó como todos, a “ensayar la vida”. A cuestionarla. A reinventarla a partir del miedo y del silencio. Como nos sucedió a la mayoría, que se paralizó de inicio, pero, luego, paulatinamente, limpió el espacio, retomó rutinas presentando obras teatrales por zoom —sí: obras teatrales por zoom— y aprovechó los tiempos de sordina para desempolvar la memoria.

Convocada por Silvia Pasquel y bajo la dirección de Karina Duprez, Fanny fue una de las protagonistas de Reinas de nada, junto con otras actrices que evocaron con pasión feminista a las reinas de nada, así de simple y metafórico: a mujeres valientes que lucharon por ser y existir, mujeres que se enfrentaron a la censura, a las murmuraciones y al desamor, mujeres que trascendieron en la historia.

Fanny también se volcó a escribir, como lo ha hecho de forma poética desde niña. En la ventana que le ofrecía Facebook, una de las posibilidades de vincularnos que nos brindó la “bendita” tecnología, fue ella subiendo sus inspiradas narraciones y la respuesta fue unívoca: “Son muy buenas, publícalas”. Cuando reunió 25 textos, se los dio a leer a Gilda Salinas, escritora, editora y dramaturga de las Reinas de nada, quien claramente le dijo: “No son ensayos, Fanny, son relatos, busca otro nombre para que los publiquemos”.

Encontró ella el título idóneo en la magia de la creación artística, en la lengua primigenia de su estirpe: “Avrah Kahdabra”. No aludió al abracadabra que retomaron los brujos, hechiceros, magos, ilusionistas y gitanos a través de las épocas, asignándole una infinidad de atributos e interpretaciones para atraer espíritus, fungir de ente curativo o de contraseña en sociedades secretas, sino al vocablo de hace más de tres mil años, esa locución que proviene del arameo: “Creo —de crear—, mientras hablo”. En arameo se concibió el Talmud, esencia medular de las discusiones rabínicas, del saber ético, filosófico e histórico del pueblo judío, del que Fanny se siente hija privilegiada.

Avrah Kahdabra, este cuadernillo que se desdobla en avrahs y kahdabras que cuestionan si somos los mismos después del silencio y la pandemia, si el tiempo detenido es realmente un parteaguas de nuestras vidas, inicia con un prólogo: “Ensayo de mí misma”, que destaca sobre el resto de las reflexiones escritas durante el encierro.

Los 25 textos son una especie de diario de aquellas horas de aislamiento cuando fuimos “enjaulados”, condenados a detener el rumbo, “atrapados en los matraces y tubos de ensayo de nuestras propias moradas”. Sin el aplauso del público que la sigue y admira, Fanny buscó su rostro, su origen y destino, sus amores y elecciones de vida, sus pasiones y recuerdos, sus deseos de “atrinchilar”, de arrinconar por medio de la palabra, a quienes partieron. La pregunta amartilla: “¿Qué sabes tú de libertad, cuando nunca has estado encerrada?”

Avrah Kahdabra abre y cierra con textos en ladino, en la lengua de Sefarad, aquella que hablaron sus antepasados, aquella que Fanny quisiera estirar a fin de obligarla a perdurar. En el intermezzo ella busca la llave de su presente, pretende abrir su “puerta serada”, esa puerta que con alma turca de trasterrado evocaban sus antepasados, implorando “kel patron del mundo mos ensenie a treserar”, convencida de que siempre merecemos una segunda oportunidad, una posibilidad de reinventar nuestro tiempo.

En el encierro “que libera, arropa, ciñe fuerte, aprieta, pero no ahorca”, Fanny aprendió a mirar lo importante. En la “democracia del encierro” se despojó de sus “urgencias histéricas”, de sus múltiples ocupaciones para recordar, nombrar, evocar y mantener con vida sus “presencias ausentes”.

Escuchó el canto de los jilgueros, miró a su alrededor las mariposas amarillas del gran Gabo, quien bien sabía que la muerte es anunciada, y se sumergió sin miedo, con plena libertad, en el viaje interior para acoger pasado, presente y futuro con temple y actitud. Buscó soltar amarras de sus esclavitudes, romper con los faraones que la persiguen, hallar su voz y, sobre todo, aspiró a ser capaz de reconocerse en el otro: “Lo que siempre hace falta es el otro… el otro en escena, el otro que pretendo ser, el otro que mira, el otro que escucha, el otro que vibra en el mismo tono, el otro que cree o no en ti”. Añado: el otro que te lee, te nombra, te quiere y te brinda identidad.

En las páginas de este libro resuena el nombre, su nombre: Fanny, como aquella abuela materna a quien no conoció, esa matriarca sefaradita fuerte y amorosa que cuidaba de hijos y hermanos y dejó a la familia en orfandad tras su muerte temprana a los 43 años. Fanny, nombre multiplicado que se repite una y otra vez para nombrar a nietas y sobrinas, es un recuerdo obsesivo, una ausencia dolorosa y necesaria.

Fanita, sin embargo, ha sido solo ella: la niña con ojos felinos, cabello de medusa, vestidito amarillo ampón con moño a la cintura y furia feminista, la benjamina de aquel linaje que dejó su Guadalajara natal para arribar a la capital, a un pequeño departamento fronterizo fincado entre la Narvarte y la del Valle donde, mirando una luna rosa, aprendió a escuchar el alma de los otros.

Es la joven que fue marxista, la enamorada que robó besos, la agradecida de su herencia sefaradita. Es la esposa y madre que deslumbra por su belleza. Es la Dulcinea de El hombre de la Mancha con la que probó las mieles de la escena. La Golda Meir que conquistó al mundo, obligando al auditorio a romper el silencio con prolongados aplausos. Es la actriz de cante gitano, profundo y dolorido. La enamorada del monólogo que, con enorme versatilidad histriónica, personifica en “Dai-Basta” a diez personajes para mostrar que sabe ser otros, no solo Golda. Es también la heroína Irena Sendler, la voz de los Carvajal asesinados por la Santa Inquisición, o María Egipciaca sacada del santoral en pleno siglo xx.

Es la orgullosa “djudyia” que cantó “las kantikas vieshas” con el Grupo Sefarad en el Palacio de la Inquisición de la Ciudad de México, como una venganza poética, como un canto de supervivencia. Es la mexicana que ama el bolillo, las tortillas, la salsa de chile y los frijoles, porque el sincretismo es su identidad.

Es la mujer empoderada que levanta la voz, que habita este tiempo y se viste de morado por las causas feministas, para invadir las calles como jacaranda en primavera. Es la mujer “mazalosa”, orgullosa de su herencia, que hace suyas las “konseshas” de su nona, que ayuda al otro, que pide al “Sinior del mundo” tener para ella y para los suyos “kaminikos de leche i miel” y “deyar un pok de ladino a los ke vienen”, esa “lingua preziada”, lengua de sus querencias.

Generosa como es, a Fanny le gusta sumar para hacer espectáculos artísticos de gran envergadura. Por ello, buscó a cineastas, artistas plásticos y fotógrafos a fin de realizar una fiesta interdisciplinaria. Instó a quince creadores a interpretar sus textos, a mirar su propio reflejo en los espejos que resuenan en Avrah Kahdabra para que, en un libro impreso o por medio de ligas qr para podcasts de radio o cineminuto, este encierro sea una puesta en escena de memorias, de voces multiplicadas que saben bailar y cantar, dramatizar y pintar, reinventarse al son de sus propias fibras, crear desde el yo y desde el otro, repasar la tradición oral y aquella “lingua” que renace de las remembranzas.

 

Avrah Kahdabra, querido lector, es para ti. Para que tú también crees y creas mientras hablas. Para que reinventes mundos mientras dialogas con Fanny Sarfati, mujer de pasiones y de luz que, haciendo suyo el peso de la soledad y del silencio, brilla también en este escenario: en el de las letras, vinculando los eslabones de tiempos ancestrales con la memoria de las generaciones futuras.

Silvia Cherem S.


BÚSQUEDAS Shelly Sarfati. Técnica: tinta, grafito, acuarela sobre algodón. 30 x 40 cm

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