Czytaj książkę: «La guerra de las faldas»
Título original:
La guerre des jupes
escrito por Isabelle Rossignol,
ilustrado por Eva Roussel
© Talents Hauts (FRANCE), 2019
Delfín de Color
I.S.B.N.: 978-956-12-3496-3.
1ª edición: febrero de 2021.
Obras Escogidas
I.S.B.N. edición impresa: 978-956-12-3497-0.
I.S.B.N. edición digital: 978-956-12-3595-3
1ª edición: febrero de 2021.
Traducción: José Manuel Zañartu
© 2021 de la presente traducción por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
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Índice
1. ¡Basta!
2. La organización
3. Cara a cara
4. Cercado
1
–¡Agustina, cuidado! ¡Tomás y Lucas están detrás de ti!
Desde mi banco, grité lo más fuerte que pude. Agustina es mi mejor amiga y Tomás y Lucas son dos de cuarto que a cada rato quieren levantarnos la falda. ¡Oh, pero no son los únicos...! Levantarles la falda a las niñas es la actividad preferida de los chicos de mi escuela.
Siempre usan la misma técnica: aprovechan cuando una niña está de espaldas para correr en seguida y cuando están junto a ella…
Cuando están junto a ella hay que gritar rápido lo que yo acabo de gritarle a Agustina.
Por suerte, ella me oyó. Se dio vuelta en el acto y vio a Tomás listo para alcanzarla. Rápida como un rayo, logró (¡uf!) dar un paso al costado, evitó justo a Lucas y arrancó, arrancó. Cuando llegó a mi banca, se sentó como si acabara de correr mil kilómetros sin detenerse. Estaba roja, sin aliento. Pero sobre todo estaba triste. Sus labios temblaban como antes de llorar.
Yo exploté:
–¡Estoy harta, harta, harta!
No es posible que nos hagan esto. Esta vez voy a decírselo a la profesora.
Decidida como nunca, me levanté. Pero Agustina me agarró por el brazo:
–¡Para, Luisa! Será aún peor si los acusas.
Sabía perfectamente por qué decía eso. Se acordaba de lo que sucedió la única vez en que una niña se atrevió a ir a quejarse de un chico. A él le dieron frases a copiar, y al día siguiente la pobre encontró su estuche en el baño. Sus lápices, su goma: ese idiota había echado todo al agua. Desde luego, nadie pudo probar que había sido él, pero nosotras lo sabíamos. Lo sabíamos y teníamos miedo. Yo también tenía miedo, aunque estaba harta. Como una perdedora, me senté nuevamente suspirando:
–Bien, de acuerdo… Eso no impide que me moleste: ellos nos echan a perder todos los recreos y lo pasamos mal por su culpa.
–No queda otra que no ponerse más faldas –murmuró Agustina.
–¡No, por ningún motivo! Si hacemos eso ellos habrán ganado.
Lancé la frase tal cual, gritando, pero en el fondo me preguntaba qué ganarían ellos. Solo sabía que imaginar una escuela sin faldas o sin vestidos era imaginar la escuela más triste del mundo. Esto me parecía también la peor de las injusticias. Además, una falda es hermosa. Me encantan –me vuelven loca– las que tienen flecos y revolotean un poco al caminar. Una parece una bailarina o un pájaro que va a emprender el vuelo; una se siente liviana.
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