Czytaj książkę: «Decir otro lugar»

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DECIR
OTRO
LUGAR

COLECCIÓN POESÍA

DECIR

OTRO

LUGAR

Primera edición: 2020

D.R. © Elefanta del Sur, S.A. de C.V.

D.R. © 2020, Elefanta del Sur, S.A. de C.V.

Tamaulipas 104 interior 3,

Col. Hipódromo de la Condesa

C.P. 06170, México, D.F.

Director de la colección: Emiliano Becerril Silva

Diseño editorial: Tres laboratorio visual

Ilustraciones: Jorge Brozon Vallejo

info@elefantaeditorial.com

www.elefantaeditorial.com

@ElefantaEditor

ISBN IMPRESO: 978-607-9321-87-1

ISBN EPUB: 978-607-9321-86-4

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.

DECIR

OTRO

LUGAR

EVA CASTAÑEDA

No hay distancia de rescate posible en este ejercicio.

Ni mi imaginación desbocada puede contra eso.

NONA FERNÁNDEZ

Coopera conmigo y aplaza todas las palabras que no digan nada. Pon sobre esta superficie las más logradas, retén tu silencio que ahora mismo estoy escarbando mi lengua para decirte lo exacto. No es fácil allanar un espacio que oscila al borde porque todo el tiempo alguien desploma el lenguaje.

Alcanzábamos el bus corriendo, contábamos monedas y llorábamos cuando era urgente. Nosotros nos juramos todo y para siempre. Nosotros invencibles y ese cuento conocido. Lo común, lo más común.

Pero no.

Nosotros atravesando un país de balas con el corazón entre los dientes. No lo sueltes, así como los perros corren con un hueso en el hocico. No lo sueltes.

No me acuerdo con detalle de todas las historias. Sé que sucedieron hace mucho y hace poco. Empezaré por acordarme de los pormenores. Quiero cada punto y coma.

No voy a desviarme del tema:

Si lo piensas, todo el tiempo algo cruzamos: líneas divisorias o fronteras, límites y términos. Arribamos con el trabajo de llevar la memoria a todas partes. Acuérdate del día en que un muro se levantó frente a nosotros, tocamos sus agujeros, medimos sus espacios. Vimos las entradas que como bocas macilentas se cerraban. Tomé tu mano mientras del otro lado las ráfagas vencían.

Te llamé ternura, ruina, indolencia. Te llamé castigo o lo que fuera. Te llamé aún cuando y porque a unos metros las bombas nos desmoronaban. No era la guerra. Te estoy diciendo que era otra cosa.

Que no se me gasten las fuerzas. Alguien me dijo que fuiste tú quien estuvo ahí, que sí eras tú porque ese día la voz se te fue acabando. Entonces, el último recurso: la afirmación de que el aire y la luz es lo que nos queda cuando estamos a punto de ser doblados.

Un día la ciudad ya no es la misma, o sí, aunque registrar la ausencia es trabajo de quien pierde porque lo demás sigue igual. Los árboles no se enteran, el ruido no cesa, las mentiras y los alegatos, el pan caliente, la comida a la misma hora, el alza de todo y la pobreza. La vida es la suma de lo que hacemos, hasta ahí llega. Hasta aquí.

Esto es la enumeración finita de nuestras cosas: tu reloj, una taza, tus manías, los cacharros. Tu miedo a las arañas, el hueco que hiciste. Lo que dejaste.

Yo que ignoraba que no volver a verte era probable.

Decían que el mundo se caía a pedazos, que se terminaba porque allá estallaron, allá sus huesos crujieron y allá gemían bajito para que nadie les oyera.

Te pregunté dónde es allá. Dónde ese lugar y si de veras nadie escuchaba ese suplicio.

Cuando te marchabas, cerraba los ojos y repetía: regresa, que tu camino esté libre de lo más terrible. Regresa. Era como suplicar frente a una pared en blanco, igual que una pantalla cuando pierde la señal y sólo el ruido, luego el silencio. Acuérdate que no estábamos en guerra, pero afuera todo nos dañaba.

Tu casa no es este país, dijiste, ¿entonces dónde estamos? porque tengo una llave y cuando abro la puerta estoy frente a lo mío, no tengo miedo.

Ven, mira bien, –allá afuera es un país–.

Nación mentira. Nación espanto.

Lo que pisas, lo que miras, al que miras.

Aunque tu casa es algo más, dijiste.

Recuerda, acude todo el tiempo a la memoria, revuelve. Busca en ella. El tiempo se llena de cualquier cosa: una pizca de sal, una canción, tronarse los dedos. También la caída de los cuerpos, su desplome y esta indolencia frente al agravio.

Te esperaría toda la vida si tuviera la paciencia para hacerlo, pero no hay tiempo. Basta que mires para darte cuenta de la revuelta. Aunque no es sólo eso, te he llamado muchas veces. Quiero que vengas conmigo, ya no voy a aguardarte porque –escucha– otro puente está cayendo y en poco tiempo no habrá forma de llegar a alguna parte.

Acuérdate de sus palabras: este desierto es una máquina de matar. Todo ahí lastima: el sol, los cactus y los bichos. Luego tus huesos, estos huesos que ahora ves juntos y acomodados, terminan separados, extendidos como flores blancas.

–¿Por qué me dices esto?–

–¿De quién son esos huesos?–

Ese día me miraron toda. Yo no quería. Mejor esconderse cuando eso pasa, pero en dónde si en todos lados es lo mismo. Ocultarse de ellos, guardar el cuerpo, hacerlo otra cosa que no sea carne macerada.

Yo no quería y lo grité muy fuerte.

Yo no quería.

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