Czytaj książkę: «Una mujer en 1900»
© ELBA ROJAS CAMUS, Tercera Edición 2019
Registro de Propiedad Intelectual Nº 136.820
ISBN edición impresa: 978-956-17-0849-5
ISBN edición digital: 978-956-17-0937-9
Derechos Reservados
Ediciones Universitarias de Valparaíso
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Calle Doce de Febrero 21, Valparaíso
Mail: euvsa@pucv.cl
Diseño: Alejandra Larraín R.
Corrección de pruebas: Osvaldo Oliva P.
HECHO EN CHILE
«Y después de tener perdida
lo mismo que un pomar la vida,
−hecho ceniza, sin cuajar−
me han dado esta montaña mágica,
y un río y unas tardes trágicas
como Cristo, con qué sangrar.
Los niños cubren mis rodillas;
mirándoles a las mejillas
ahora no rompo a sollozar,
que en mi sueño más deleitoso
yo doy pecho a un hijo hermoso
sin dudar...
Vendrá la nieve cualquier día;
me entregaré a su joya fría,
(fuera otra cosa rebelión).
Y en un silencio de amor sumo,
oprimiendo su duro grumo
me irá vacilando el corazón».
De Gabriela Mistral,
SERENIDAD
Poesías completas, Aguilar
Índice
Aproximación al libro Una mujer en 1900
Comentario sobre la crónica
PRIMERA PARTE
De Putraintú a Las Tierras del Pangue
Capítulo 1. Tras las huellas de María Jesús
Putaendo o «Putraintú»
Capítulo 2. Panquehue: Tierra de Pangue
Capítulo 3. Tiempos Felices
SEGUNDA PARTE
De Las Tierras del Pangue a La Ciudad Jardín
Capítulo 1. Jechu
Viña del Mar o Ciudad Jardín
Capítulo 2. Otro Silencio
Capítulo 3. Solo Tita
Agradecimientos
Bibliografía
APROXIMACIÓN AL LIBRO
“UNA MUJER EN 1900”
Escrito por Elba Rojas Camus
Viña del Mar, 2003
Miguel de Unamuno sostenía que hay que mirar el pasado para vivir el presente y proyectar el futuro. Es bueno entonces recordar y analizar los procesos que les ha señalado el destino a las generaciones anteriores, para saber qué nos han dejado y por qué.
Tal vez en cien años más, muchas personas estarán en mejores condiciones que ahora, puede que sí, pero echemos una mirada hacia cien años atrás en los que la mujer, especialmente, era incapaz de romper ningún esquema en instancias familiares, sociales, políticas, económicas, educacionales o religiosas, y las provincias agrícolas que nos han legado su riqueza gozaban el tesoro de la “paz, luz y placidez”, según el decir de la autora.
Esta Crónica ubica y perfila las épocas en cuyos vaivenes la protagonista, MARÍA JESÚS CAMUS parte de una realidad muy concreta. Ella está adentrada en un núcleo central rígido de obediencia, disciplina y sumisión al padre, en el que no cabe la injuria ni el grito. Los cambios de ciudades, los trastornos familiares, el trastoque en el ritmo de la vida, agrandan su capacidad de discernimiento al tratar de entender a sus congéneres a quienes cubre con el amplio manto de su generosidad.
En el acelerado mundo actual, se nos hace difícil ubicarnos en el sitio de los seres que ahora solo existen en amarillos pergaminos. Es una mujer quien nos muestra el mundo en que le cupo en suerte desenvolverse. Ella es el eje de todas las combinaciones posibles desde el limitado albedrío que acrecentaba su mundo interior oculto y lacerante. Ella es María Jesús.
El libro nos muestra a aquel prolífico matrimonio con dieciocho hijos, inmerso en el paisaje del río Putaendo, los escondrijos del cerro El Llano, el camino hacia el Paso de Los Patos. Se menciona el sendero por donde bajó el Ejército Libertador en 1817.
Quedarán en nuestra retina interior las antiquísimas residencias en aquellos polvorientos caminos de Los Guzmanes y, si tendemos el oído captaremos el ruido del tren de angosta trocha que alguna vez corrió por los campestres ramales, desde San Felipe hasta Putaendo y el pueblo de Las Coimas se presentará ante nosotros...
La autora de esta Crónica intenta repetir las imágenes de esas realidades ya que, de cerca o lejos, ha sido testigo de esas florescencias. Es persona estudiosa y sumamente cuidadosa de los detalles que abundan por doquier. Incursiona por la vida de muchos seres. Entre descripciones de sitios y lugares, nombres y parentescos de dos, tres y hasta cuatro generaciones, se escucha el soplo de vida y sus vibraciones emocionales. Su María Jesús es un ser que ha acumulado mucha nostalgia, sangre y lágrimas.
En un relato lineal, conocemos el destino de María Jesús desde el 24 de septiembre de 1883 en aquella Parroquia de su Bautizo: San Antonio de Putaendo o “Putraintú”. Nos hace conocer más adelante, Panquehue, pueblo con muchísima historia de los tiempos de don Maximiano Errázuriz , dueño de “la gran Hacienda “El Ingenio”, en sociedad con don José Tomás Urmeneta y don Julio Foster”.
Aquellas viñas ya eran famosas dentro y fuera de Chile. Los viñedos Errázuriz Panquehue se empinan hasta las cumbres de los cerros en la actualidad. Las vides importadas desde Francia, habían iniciado también la excelente reputación de los viñedos de la Hacienda Urmeneta de Limache.
Juan Camus Lepe, el padre de María Jesús, es el puntal de esta Crónica. Con demasiado carácter, le imprimió un espíritu doméstico de servicio al prójimo, comenzando por su familia en medio de una profunda religiosidad. Él dirigía la nave de los destinos en su clan “La vida hacía nudos ciegos y nadie podía desatarlos”.
El traslado definitivo, por motivos familiares, desde el campo para radicarse en Viña del Mar, altera el orden de esa familia.
En esta parte, nuestra escritora profundiza en la historia de la ciudad que está formada por dos grandes Haciendas en 1543: “La Viña de la Mar” y “Peuco” o “Las Siete Hermanas” que después de tres siglos fue propiedad del comerciante portugués, Francisco Alvares.
Camus Lepe y su familia encuentran trabajo y acogida en la gran hacienda de doña Blanca Vergara, esposa de don Guillermo Errázuriz -hijo de don Maximiano-, quien ya conocía a la familia Camus desde sus tierras de Panquehue.
Hasta aquí el hilo externo de esta Crónica sustentada en una valiosa bibliografía. Por dentro va la vida de muchos seres.
Celebramos que Elba Rojas se haya adentrado en este río de cosas, circunstancias, presencias y ausencias que han transcurrido anónimamente y que ahora, gracias a su estudio, llegan hasta nosotros. En la Literatura Nacional, existen muy pocas escritoras que se dediquen a la divulgación de crónicas absolutamente verídicas.
El mundo de María Jesús es una épica que narra los eternos conflictos humanos y los momentos fugitivos de la plenitud.
No hay lamento en esta hija de la tierra. Su voz está más allá de cualquier vicisitud personal. Es la voz de la eternidad comentando hechos humanos transitorios.
La historia siempre ha sido un infinito sistema de nuevas y siempre cambiantes asociaciones. Elba Rojas, demuestra gran parquedad y control del elemento emocional. Se remite a los hechos para que el lector se sitúe en el pasado que ha construido nuestro presente. ¡Felicitaciones!
LUCÍA LEZAETA
Presidente Círculo Escritores V Región.
Viña del Mar, septiembre, 2003
Comentario sobre la Crónica
UNA MUJER EN 1900
La historia de María Jesús se remonta a la época en que sus padres formaron una familia, una gran familia, con muchos hijos. Esto permitió a la niña crecer rodeada de caracteres muy diferentes, pues sus hermanos diferían entre sí por ser cada uno muy particular. Ella se relacionaba bien con todos (y cuando tuvo la edad suficiente comenzó a hacerse cargo de sus hermanos a medida que nacían).
Al convertirse en una jovencita se da a conocer su fuerza, de su carácter, aunque yo diría que es tranquila, reflexiva y bondadosa. María Jesús gusta de ser ¿arregladora de problemas?, no someter a nadie a sufrir por detalles que ella considera mínimos. Era una joven como todas, tenía los gustos de una niña común y corriente de su edad. Colaboraba con su madre en todo lo posible y adoraba a su padre, el patriarca enérgico, grande que dominaba todas las situaciones.
Tanta seguridad en la joven se muestra de manera clara cuando fracasa su matrimonio, ella podría haber hecho un paréntesis e ignorado voluntariamente el pasado de su esposo español, pero era demasiado correcta, demasiado honorable y pese a su ingenuidad y el estupor que le causó la noticia, tuvo la fortaleza de alejarse de él para siempre. Fue un golpe brutal, pero lo soportó estoicamente sumergiéndose en las labores que ella consideraba propias de su realidad.
(Cuando se trasladan a Viña y la salud y la situación del padre comienzan a flaquear, María Jesús se convierte en el pilar sustentador de la familia y no da marcha atrás. Permanece ¿soltera? Y sigue cuidando de su familia y especialmente de su hija).
(En Viña,) Pasan los años, muere el padre, la esposa de su hermano y la familia sufre varios traspiés, sin embargo, ella sigue dando la pelea y no se amilana por nada.
Creo que el análisis del personaje lleva a la conclusión de que se trata de una mujer fuerte, con ideas muy definidas, además de ser una persona atractiva, carismática, llena de amor y lealtad a los suyos.
Surge también un comentario acerca del padre, debido básicamente a que padre e hija son quienes van sosteniendo la trama, el resto de los personajes centrales, como la madre, los otros hermanos, son los que colaboran en la misión de María Jesús y acatan la voluntad del padre, que es un señor de carácter dominante, severo y autoritario, la imagen del patriarca que domina todas las situaciones: su palabra es ley y se debe cumplir sin reparos.
(El paisaje campestre de la primera época contribuye a hacer más atractivo el relato, porque los niños gozan de la vida en contacto con la tierra, el cielo, los animales y podían sentirse más libres. Ya en la ciudad las cosas cambian y ellos, más adultos, van labrándose un futuro, no exento de penas y cuidados, pero bueno dentro de todo).
Al final María Jesús se convierte en el centro, en ¿el lugar? de reunión, de consulta, de consejo, pese a que está sola (sin marido), alrededor de ella se construye un clan o mejor dicho se conserva la idea de clan que fundó el padre.
La narración es intimista, de personajes, propia de un grupo familiar grande, donde todo converge en la casa solariega, en el padre, primero y en María Jesús, después.
Creo que es un hermoso homenaje no sólo a la protagonista, sino al sentido de familia que se debe manifestar en todo grupo humano, el cual al ser firme, honesto y sensible, conforma una sociedad mejor y más apegada a los valores trascendentes propios de seres humanos pensantes, sociales y evolucionados.
MYRIAM SOTO VÁSQUEZ
Profesora de Castellano
Pontificia Universidad Católica de Chile
CAPÍTULO I
Tras las huellas de María Jesús
María Jesús o Tita, que algunos entendieron como Tiíta, fue su nombre para todos los que la conocieron, después que su primer nieto la nombró. Ella nació en Putaendo, el 23 de septiembre de 1883. Esta y otras ciudades de los alrededores eran solo pueblos agrícolas y/o mineros en ese tiempo, de lo cual se enorgulleció siempre. Y, el solo hecho de que todo permaneciera intacto en sus recuerdos, sembró en mí la inquietud de ubicar esos sueños o recuerdos, en tierra firme, más allá de reminiscencias: mostrarlos aunque fuera fragmentado, con lo que se pudiese intuir de su ambiente, a quienes quisieren conocer el corazón de esta mujer, prisionero de esos lugares, siempre vigentes en su vida tan singular. Mas, ella tanto vibró por aquello, que no es posible separarlo en crónicas, ni su vida en una biografía –congelada en páginas o en frías enumeraciones de fechas, lugares y hechos–. Por eso, el tiempo aquí no transcurrirá cronológicamente, pese a que sigue un hilo, a veces difuso o confuso en su anacronía, que podría darnos una idea del comienzo y finalidad última de una existencia, decidida sobre adversos acontecimientos. ¿Quién sabe, en verdad, cuál es el principio y cuál el final de una vida o de una historia? ¿Por qué ella, cansada o triste recurría al verso de su poeta favorito: «Ha muchos años…/ Ha muchos años que vivo triste…», por qué?
El lugar donde ella nació, Putaendo, ya era importante a los hombres de la tierra, antes de la llegada de los españoles. La historia dice que desde el Norte se entraba allí por los caminos incaicos: aun quedan huellas arqueológicas, como en los tambos y pucarás de la cordillera y el Cerro El Llano. Es posible que en Putaendo –voz españolizada– o Putraintú –del Mapudungum–, estuviese instalado un caví dependiente de Michimalonco; podría ser también que los primitivos habitantes –los picunches–, conocieran a los expedicionarios de Diego de Almagro, y luego a los conquistadores con don Pedro de Valdivia a la cabeza: en los años de la niñez de María Jesús (1883 adelante) se comentaba esto, junto con la tradicional historia del ´Desorejado`, quien viniendo desde Cuzco se quedó a vivir en el Valle de Aconcagua, colaborando con el Cacique Michimalonco. Estoy anticipando que esas versiones y leyendas del lugar, como algo maravilloso, se encargó ella y su padre de transmitir a su descendencia, en la ciudad definitiva donde llegó para quedarse. Todo esto, influyó quizás en el intento de que esto fuera una Crónica, que solo conserva su forma en lo relativo a los tres pueblos o ciudades donde ella vivió, mas se impuso el tema de fondo, inicial: la vida de esta mujer, María Jesús.
Su nombre verdadero es Amada de Jesús. Sus padres fueron Juan Camus y Elisa Sarricueta (a esta dama se le conoció como Eloísa Huerta Sarricueta), según reza su partida de Bautismo: «En la Iglesia de San Antonio de Putaendo á veinte i cuatro días del mes de Setiembre de mil ochocientos ochenta i tres; mi teniente Presbítero Don Alejandro Saavedra bautizó, puso óleo i crisma a Amada de Jesús, de tres días de nacida, hija lejítima de Juan Camus i de Elisa Sarricueta, feligreses de esta parroquia. Fueron padrinos Juan de la Cruz Oyaneder i María Eugenia Cámus, de que doi fe». Parecía una muñeca, y la vistieron como tal: era la primera niña de ese matrimonio.
Ella conoció a sus dieciocho hermanos (dos mayores), de los cuales sobrevivieron trece: Adolfo del Carmen, Martín, Lorenzo, Vicente, Emperatriz de las Mercedes, Juan de Dios, Pablo, Luisa, Blanca Marta, Alfredo, Diógenes de Jesús, Dionisio del Tránsito, y Modesta... Amada de Jesús (Jechu) ayudó a su madre en la crianza y cuidado de los menores, especialmente de la última, y lo que sucedió a esa pequeña –que ella no quería soltar de sus brazos, en un momento crucial de su vida–, tal vez la marcó por muchos años o para siempre.
En algún momento de su vida –se ignora desde cuándo– comenzaron a llamarla María Jesús. Es la primera de una línea familiar, vigente y ampliada en el 2016. Su historia, en parte ignorada, se mostrará más o menos completa, con ayuda de testigos presenciales. Ella es un reflejo de lo que encierra el aspecto y el significado esencial de la palabra ´mujer` (de esa época), de acuerdo a las circunstancias, muy apegada a su familia, a su casa y a su terruño primero y segundo; aunque fuera en el recuerdo, y este, le dio fuerzas para seguir viviendo en el mundo nuevo que le creó –tal vez sin darse cuenta–, un jardinero improvisado. Aquel jardín, de reencuentro, ella lo mantuvo vivo y productivo mientras las fuerzas la acompañaron.
Se sabe con certeza que entre los años 1878 a 1888, sus padres y otras familias emparentadas, vivían en Putaendo. Por lo que rememoraban, Juan Camus y Elisa Sarricueta –más tarde conocida como Eloísa Huerta Zarricueta–, se deduce que ambos, si no nacieron allí, por lo menos crecieron en la zona: Juan, entre Putaendo y Las Coimas. Como su abuelo y su padre trabajaron en Limache, tal vez este último se vino a la zona. Eloísa, al parecer, era oriunda de la Rinconada de Silva o la de Santa María. Por lo que se sabía, ellos se casaron y pasaron sus primeros años de matrimonio allí, en Putaendo, donde formaron su propia familia. Este era el lugar más diáfano en el recuerdo de María Jesús. El tema de todos, años más tarde, era esa plaza, ya antigua, con su centenario pimiento –nuevo entonces– que mira hacia la actual calle Ambrosio Camus; en el tronco de ese árbol, en una placa, hay una inscripción fechada, acerca de la estadía de reorganización y descanso del Ejército Libertador, en 1817. También se mantenía latente lo relativo a la Parroquia de San Antonio, hecha de ladrillos en el siglo XVII. Del tiempo que se rememora, se desprende que los feligreses, adultos, jóvenes y niños, cantaban en Coros. Al parecer, en la actualidad se mantiene o se renueva la costumbre, ya que en la Navidad del año 2000 se presentó allí un Concierto de Música Instrumental y Coro, de niños del Colegio Dolores Otero. En ese templo, Juan y Eloísa –Elisa en realidad– bautizaron a sus primeros hijos, incluso a Amada de Jesús. Junto con ellos, años más tarde, recordaban esa larguísima y algo serpenteante Calle del Comercio por donde subían, cuando venían del centro del valle; por allí llegaban también las carretas cargadas con mercaderías, hasta el centro de la Plaza. Así mismo están iguales las otras calles con nombres de Libertadores de la Patria, por ejemplo, Bernardo O`Higgins, que en una de sus cuatro esquinas con Comercio, aun conserva la típica columna de madera de las construcciones de la Época Colonial; en otras esquinas de más arriba también hay columnas bastante deterioradas. Todo está casi igual. Ahora, en el siglo XX, esa localidad ha sido declarada Zona típica. Se mantiene el tiempo y el aire puro de épocas pasadas, en el paisaje del río Putaendo, en los valles hacia el interior –con sus potreros bien delineados y sus canales de regadío–, los rincones, el Cerro El Llano, famoso por la arqueología que, silenciosamente, aun guarda y ahora por su Cementerio de Carretas y Parque de las Esculturas. Están vigentes los caminos, y el principal de estos que venía, y recibía el nombre, del Paso De Los Patos, por donde bajó el Ejército Libertador en 1817, tres siglos después de los Descubridores y de los Conquistadores. Más adentro, se puede aventurar por los senderillos entre cabreríos, hacia los montes, por Los Guzmanes con sus rincones de casas antiquísimas; poco ha cambiado aquello. También se conserva una de sus Iglesias cuadradas, de adobe, de la época de la Conquista –con el Cristo Crucificado a la entrada– semejante a una reliquia que se mantiene en Limache en un rincón escondido al pie de la Cuesta La Dormida. Desde Putaendo, poco más afuera, camino a San Felipe, está el Cerro de La Cruz o Del Cristo de La Ermita –tallado en un solo árbol por un escultor foráneo, avecindado allí–: Se entra por la Rinconada de Silva. Todo aquello pareció cobrar mayor nitidez para María Jesús (en adelante se nombrará así, ya que su nombre de pila jamás lo usó: Solo en documentos), en especial, después del éxodo voluntario de los padres, con toda su prole, desde Putaendo a Panquehue. Y después, desde aquí hacia la ciudad donde ella y sus padres se quedarían para siempre, Viña del Mar. Se les hizo muy difícil, por no decir imposible, volver por esos lados, en los últimos años de sus vidas, cuando todavía corría el tren de trocha angosta, por el ramal desde San Felipe a Putaendo. El ferrocarril llegaba hasta el pie del Cerro de La Cruz; pasaba por Las Coimas y por la ladera del cerro, donde aun quedaban bocas de socavones de las antiguas minas trabajadas allí. El pueblo de Las Coimas también fue lugar de descanso del Ejército Libertador en 1817. Hay un espacio con un Monolito y Cureñas: Estaba bastante abandonado, recién se le está dando importancia. Aun viven allí, en la larga calle de Las Coimas, parientes o descendientes de los grupos familiares, cuyos terrenos llegaban hasta el río, cuando aún no existía la carretera. Cuenta la tradición familiar que los ancestros de las tías, entre estas de la tía María Eugenia Camus, hermanas de Juan Camus y los Leiva Camus, dieron hospedaje y comida –también tomaron mate, según la costumbre– a los Jefes militares al mando de ese Escuadrón del Ejército Libertador.
En lo que me atañe, como cronista sui generis –frustrado, desde el punto de vista de la crónica formal– y por el personaje, persiste mi interés, y quiero ir más allá de la juventud de María Jesús. La niñez suya, tanto como su juventud, me inquieta y quisiera rescatarla; porque sé, de buena fuente, que también fue muy feliz en Putaendo. No comprendía por qué centraba en Panquehue la mayor parte de lo que contaba de sus «tiempos felices»; algo aclaró en las tardes en que tuve la suerte de compartir con ella un mate bien cebado, en la tercera y última ciudad que la acogió –sin la valiosa y tradicional bebida, le dolía la cabeza–. De eso he deducido que ella tenía más o menos cinco años cuando se trasladaron por primera vez, y a esa edad todo se le graba a la mayoría de los infantes sensibles o estimulados por su entorno. Por ahora, revisando mentalmente sus confidencias, recuerdos, relatos e historias –además de esa pequeña investigación que llevaba a cabo al intentar solo la Crónica–, trato de recuperar el pueblo que la vio nacer y dar sus primeros pasos, y a las otras dos ciudades también, para encontrarla y mostrarla tal cual fue, en su tiempo y en el desarrollo de los acontecimientos. Tiempo atrás, un impulso desconocido me decidió a despejar parte de su vida, por lo dramático y fantástico que encerraba, ya que la conocí muy de cerca. Lugares, sucesos y personajes relacionados directamente con ella, son verídicos; a los últimos les he cambiado ligeramente la identidad. Protejo la privacidad de alguna rama de su descendencia que, ignorando absolutamente su historia, se haya avecindado allí o acá. En cuanto a algún personaje cercano en la vida real, o de alcurnia –en relación al trabajo de su padre–, lo que no es históricamente verificable, entra en la ficción: ´Cualquier semejanza es mera coincidencia`.
En el cumplimiento de la actividad que me he propuesto, camino por allá, cada vez que puedo. Y veo que se está dibujando, de nuevo, pintándose, como que una mano poderosa e invisible quisiera remozar todo. Miro y busco para encontrar su rastro y entrar más al alma del pueblo mismo. Y sin saberlo –solo me di cuenta ayer– ya estuve por allá, en esos lugares, sin darle la importancia del presente, porque era ajena y lejana a lo del pasado. Andaba buscando el pueblo de Las Coimas: Lo hacía por deporte, alegre y superficialmente –como podría ir algún turista hoy–. Ya que había estado ahí, de vacaciones, cuando tenía trece y catorce años de edad –esta digresión no tiene que ver directamente con la Crónica, mas recordándolo, me acerca–. Aquella vez, fui al pueblo por otra causa, ya que, de hecho, prefería permanecer en San Felipe; pero entonces quise verificar por qué una persona determinada, relacionada con ella, se quedaba allí más del tiempo programado: Y solo ahora comprendo la atracción de la paz y calma que se respira por esos lados. En esa ocasión, llegué en tren desde Valparaíso, pasando por toda esa aventura del trasbordo en Llay Llay –con el temor de perder la combinación–, y de ahí nos dirigimos a San Felipe, en cuya Estación de Ferrocarriles tomamos una ´victoria`, hasta la casa de sus familiares, Leiva Camus. Más tarde, desde allí nos fuimos al Cerro del Calvario, o de La Cruz como le llamaban también; luego recorrimos los alrededores a pie. Tal vez entonces, sin saberlo, llegué a aquel rincón de un pueblo que creí minero al ver la imponente Iglesia contra un cerro rocoso. Ayer comprobé que hay, y había, una calle detrás, y desde allí empieza la subida peatonal, hacia la meseta de El Llano. Relacionado con lo primero, más tarde, a mediados del siglo XX, con muchos años más de los que tenía entonces, anduve de nuevo por esos caminos: Recorremos la tierra de los ancestros, dijeron los demás. Y no supimos entrar a Las Coimas. Pasamos de largo por la carretera a la orilla del río Putaendo, en la dirección de sus aguas –y creyendo que era el Aconcagua–; fuimos por las Rinconadas ¡y no supe que se me repetía el pueblito y la Iglesia: Era una estampa, como en las películas del Oeste! Estaba confundida. Dudaba acaso habría sido un sueño o era que tenía ese fondo de similitud, y de sentimentalismo inconsciente, con el mencionado pueblito descubierto en Limache –muy diferentes en su estructura– y las ocasiones contradictorias, en que los vi por primera vez. Ya en esos tiempos, aquellos sitios fueron un descubrimiento que quedó grabado, y hasta hoy no sabía por qué, aunque haya una relación interna acerca de ellos. Al devolvernos por la nueva carretera –la tercera vez, hacia la ciudad de San Felipe–, a la izquierda reconocí el Cerro de La Cruz y la entrada a la Rinconada de Silva. Mucho más abajo, pasado el puente o badén que lleva a Lo Herrera y a El Asiento –poblado minero en su origen–, un campesino nos indicó por donde entrar a la única Calle Larga del pasado, a mano izquierda, por supuesto, y muy cerca; escondida entre los añosos árboles. Y antes de haber pensado en la Crónica o haberla imaginado siquiera, entramos por la pequeña Plazuela del Monolito de las Cureñas.
Putaendo o “Putraintú”
Algo hay en esta tierra que incita a mostrarla o complementar detalles que han sido materia de sueños, superando realidades. Aunque solo estuvieron de paso allí, María Jesús y su gente, estoy en la certeza de que no solo ellos la han amado. Para mirar ese cielo azul tan nítido, con cerros nevados al fondo del valle, aun en estos tiempos a pesar de la sequía que imponen los cambios climáticos, hay que levantar la vista: entonces se puede valorar su suelo, sobre todo aquel alfombrado de verde, allá arriba en el Llano. Pese a repetir algunos datos fidedignos, en este capítulo deseo mostrar, con la venia del lector, objetiva e históricamente a esta ciudad.
Putaendo: «Pantanos formados por manantiales» o «Putraintú», voz picunche, del Mapudungum, lengua mapuche, era territorio de los indígenas de ese grupo llamado Picunches a la llegada de los españoles (más o menos de 1536 a 1549). Vivían en la parte media del valle: eran las mejores tierras. «Su territorio ancestral lo conformaba todo el Valle hasta la Cordillera Andina y los correspondientes pastos y pasos cordilleranos. Al norte, sus vecinos eran los Indios de Ligua y Petorca, al este y al sur los Indios de Curimón y Aconcagua, y al oeste, los Indios de Quillota... » La población había disminuido notablemente con la Guerra de los Lonkos: arrasaban la tierra y huían hacia los Pucarás (fortalezas) en las montañas, así se libraban de los invasores. Cuando la región se pacificó, en 1549, el Gobernador dispuso de ella como ´encomienda de los indios de Putaendo`: se entregó en Encomienda a Gonzalo de los Ríos. Desarraigados de allí, hacia Petorca y La Ligua, los habitantes naturales que podían trabajar, solo quedaron ancianos, mujeres y niños en el pueblo.
Estas tierras «Pueblo de indios de Putaendo», permanecieron totalmente desiertas entre 1618 y 1639. En 1791, cuando don Ambrosio O`Higgins disolvió las encomiendas, ya no había indígenas en Putaendo que reclamasen estas tierras. Es así como los colonizadores ocuparon toda la región y han persistido sus nombres en calles y localidades. No obstante eso, en 1650 la zona se mantenía despoblada. Fue en ese año, cuando Putaendo se conformó en la gran Estancia de Putaendo. Con el tiempo se dividió esta en tres partes, continuada en sucesivas divisiones.
A mediados del siglo XVIII, gracias a los lavaderos de oro, en el río Putaendo y a minas de este metal, en los cerros de Las Coimas (además de extracción de otros metales como plata y plomo), aumentó el caserío correspondiente a todo ese territorio. Entonces, en 1831, el pueblo de Putaendo alcanzó el título de «Villa de San Antonio de Putaendo». Antes de esto, ya en 1816 tenía su primera Parroquia. El 30 de abril de 1868 se le dio el título de ciudad. Era famosa Putaendo por su producción triguera, minera y por la vitivinicultura: agregando a esto que fue la primera ciudad chilena donde acampó el Ejército Libertador.
Esta es la ciudad donde, el «24 de setiembre de 1883», fue bautizada Amada de Jesús, la misma María Jesús. Allí –lo repito– aun se distingue, imponente, la Parroquia de San Antonio de Putaendo: comprendo también por qué, ella siempre fue devota de este Santo, y recuerdo que bromeaba con eso de que daba maridos malos, cuando las madres antiguas le pedían: «San Antonio cara de rosa, dale un novio a mi hija que ya está moza», y como les resultara mal marido, le reclamaban así: «San Antonio cara de cuervo, como es tu cara salió mi yerno»; en su defensa, agregaba «¿qué culpa tiene el Santo, mi Santo Patrono?» Volviendo a la antigua Iglesia, aquella que, estando allí antes, la vi solo como una Iglesia de ladrillos, impresionante por su grandiosidad en un ´pueblito escondido` –en lenguaje común, llamamos Iglesia al Templo, no al conjunto de fieles que se reúnen allí–. Sí. Estuve ahí, quizás no en relación a María Jesús. Y años después, obsesiva tal vez, buscando aquel pueblo y no encontrándolo llegué a pensar que lo había soñado o habría visto pueblo y templo en alguna película en mi niñez.
Hoy, mirando también hacia atrás, y siguiendo el camino junto con ella, lo he reencontrado. Entré a la Iglesia y constaté que estaba aquel Cristo Crucificado hecho en madera, en 1780 ó 1890, lo cual me había merecido dudas, pensando en la escultura y procedencia del Cristo de la Rinconada de Silva –que es otra reliquia–: creía que ella tenía una confusión y no yo. También está San Antonio, vestido, como los representaban en ese tiempo. Y si me he detenido en descripciones y anécdotas, es para reconocer su entorno en la actualidad, y así poder entrar al pasado, yendo de la mano de esta mujer: me he involucrado voluntariamente. Percibo que el lugar de nacimiento deja una marca indeleble en las personas, con mayor razón si fueron felices allí; pero también, a algunas les preocupa más el de su gestación y están en la vida, siempre como buscando su identidad.