Czytaj książkę: «Manifiesto cíborg»

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© Kaótica Libros es un proyecto editorial de Ana Orantes, Sofía Sánchez y Lidia López.

Manifiesto Cíborg forma parte de la obra original: Simians, Cyborgs and Women. The Reinvention of Nature de Donna Haraway publicada en Reino Unido por Free Association Books Ltd., Londres en 1991. La obra original se encuentra libre de derechos

© Texto original: Donna Haraway

© Traducción: Kaótica Libros (basada en la traducción previa libre de derechos de Manuel Talens publicada en Ediciones Cátedra, S. A., 1995, con el título Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza con I.S.B.N.: 84-376-1392-2)

© Imagen de cubierta: Jakub Krechowicz (Adobe Stock)

© Diseño: Kaótica Libros

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hola@kaoticalibros.com

Colección Teorías del Caos, 1

Editado en Madrid, EspañaPrimera edición: Free Association Books Ltd., 1991

Primera edición en Kaótica Libros: mayo, 2020

ISBN: 978-84-122129-1-4

Todos los derechos reservados

All rights reserved Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares salvo las excepciones previstas por la ley. Si precisa fotocopiar o digitalizar algún fragmento de esta obra contacte con el Centro Español de Derechos Reprográficos mediante el correo electrónico cedro@cedro.org.

Í N D I C E

Nota de las editoras:

Las máquinas despiertan,

los humanos dormimos.

Manifiesto Cíborg:

Ciencia, tecnología y feminismo

socialista a fines del siglo XX

Introducción

Identidades fracturadas

La informática de la dominación

La economía del trabajo doméstico fuera del hogar

Las mujeres en el circuito integrado

Cíborgs: un mito de identidad política

Bibliografía

Biografía: Donna Haraway

Landmarks

1  Cover

Table of Contents

1  LAS MÁQUINAS DESPIERTAN, LOS HUMANOS DORMIMOS

2  Identidades fracturadas

3  La informática de la dominación

4  La economía del trabajo doméstico fuera del hogar

5  Las mujeres en el circuito integrado

6  Cíborgs: un mito de identidad política

LAS MÁQUINAS DESPIERTAN,
LOS HUMANOS DORMIMOS.

«Este es mi cuerpo. Ha sido una armadura.

Con ella no se puede nadar ni alzar el vuelo.

Pobre cuerpo, éste mío, tan pegado a la tierra».

“Cyborg”, Este es mi cuerpo, Luisa Miñana

Donna Haraway, la doctora en Biología que en 1985 publicara este Manifiesto Cíborg posteriormente recogido en su libro Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature, (Routledge, Nueva York, 1991) sigue siendo una de las filósofas culturales de mayor influencia. Las problemáticas que ella planteara hace más de 35 años con una excepcional visión del futuro, son ahora cuestiones de plena actualidad: cómo seguir habitando la tierra que destruimos y cómo establecer una líneas de convivencia e integración social y ética entre todas las especies animales, incluyendo la humana y las máquinas, son temas que ocupan hoy todas las dimensiones de nuestra Cultura. Que la tecnología y lo orgánico forman un conjunto inherente es una idea que quizás hoy podamos asumir con cierta naturalidad y cuando ahora hablamos de cíborg lo hacemos conscientes de estar refiriéndonos a un concepto biológico lejos de la ciencia ficción.

La evolución ha difuminado las líneas entre lo natural y lo artificial, entre lo animal y lo humano, las máquinas despiertan mientras los humanos dormimos. Haraway propone el alejamiento del esencialismo y la ruptura de la división humano-animal-máquina y la creación un mundo metafórico amalgamado por afinidades y no por identidades. El desafío hacia los dualismos hombre/mujer, cultura/naturaleza, mente/cuerpo, etc., es intrínsecamente un duelo contra las tradiciones occidentales como el patriarcado, el colonialismo, el esencialismo y el naturalismo, entre muchas otras. Haraway defiende que en todos los dualismos existen un dominante y un dominado y es ahí donde radica la urgente necesidad de acabar con ellos.

Haraway comenzó a escribir Manifiesto Cíborg en 1983 buscando el establecimiento de una alternativa al feminismo esencialista y tradicional. De ahí que afirme, por ejemplo, que no existe nada en el hecho de ser mujer que una de manera natural a las mujeres, sino tan solo afinidades políticas que ella denomina “conciencias opositivas”. Su propuesta de erradicar el género produjo no pocas polémicas en el ámbito académico y feminista. Haraway critica que las miradas del feminismo tradicional basadas en políticas identitarias funcionen bajo la premisa absoluta de que todos los hombres son de una forma y las mujeres de otra, mientras que la teoría cíborg no pretende explicarlo desde la totalidad sino precisamente desde la diferencia. En esta obra, que más adelante daría pie a otras publicaciones y revisiones de concepto, Haraway llama a alejarse del esencialismo patriarcal occidental y a revisar el concepto de género para caminar hacia un mundo en el que se produzca una reconstrucción de las identidades para que éstas ya no estén dictaminadas por el naturalismo o la taxonomía sino por afinidades, de manera que los individuos podrían construir sus propios grupos alejados de las segregaciones causadas por cuestiones de género. La idea sería “construir una especie de identidad post-modernista a partir de la otredad, de la diferencia y de la especificidad”.

Necesitamos transformar el código de nuestro difícil presente para transfigurarlo en un esperanzador futuro, creemos que las primeras batallas se dan a través del símbolo y en este caso a través del lenguaje, una lúcida deconstrucción (Derrida), que este Manifiesto propone desde el lenguaje científico y la denuncia de profundas verdades humanas, esta revelación de la herida primigenia que nos compete globalmente, y que sólo podrá ser restaurada a través de un cambio de pensamiento. La colonización a través de los mitos propuestos por el patriarcado occidental han llegado a su fin. Es tiempo de despertar.

“No hace falta entenderlo todo”, dice Haraway. Y es preciso partir de esa premisa a la hora de adentrarse en este texto. Lo que viene a continuación no es sencillo pero es esencial. Que lo disfruten.

Las editoras

Manifiesto Cíborg

Ciencia, tecnología y feminismo socialista a fines del siglo XX

en

Simios, cyborgs y mujeres: la reinvención de la

naturaleza. (New York; Routledge, 1991, pp.149-181.)

Un sueño irónico de un lenguaje común

para las mujeres en el

circuito integrado

por

Donna Haraway

Traducción revisada por Kaótica Libros

Í N D I C E

Nota de las editoras:

Las máquinas despiertan,

los humanos dormimos.

Manifiesto Cíborg:

Ciencia, tecnología y feminismo

socialista a fines del siglo XX

Introducción

Identidades fracturadas

La informática de la dominación

La economía del trabajo doméstico fuera del hogar

Las mujeres en el circuito integrado

Cíborgs: un mito de identidad política

Bibliografía

Biografía: Donna Haraway

Este texto es un esfuerzo por construir un irónico mito político fiel al feminismo, al socialismo y al materialismo. La blasfemia siempre parecía requerir tomarse las cosas muy en serio. No conozco una mejor postura que debamos adoptar dentro de las tradiciones seculares religiosas y evangélicas de la política de los Estados Unidos, incluida la política del feminismo socialista. La blasfemia nos protege de la mayoría moral interna, sin dejar de insistir en la necesidad de comunidad. La blasfemia no es apostasía. La ironía se ocupa de las contradicciones que no se resuelven en conjuntos más grandes, incluso dialécticamente, sobre la tensión de mantener unidas las cosas incompatibles porque ambas o todas son necesarias y verdaderas. La ironía trata del humor y la seriedad. También es una estrategia retórica y un método político para el que pido más honestidad dentro del feminismo socialista. En el centro de mi fe irónica, mi blasfemia, está la imagen del cíborg.

Un cíborg es un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de la realidad social, así como una criatura de ficción. La realidad social es el conjunto de relaciones sociales vividas, nuestra construcción política más importante, una ficción que cambia el mundo. Los movimientos internacionales de mujeres han construido la ‘experiencia de las mujeres’, y también han destapado o descubierto este objeto colectivo crucial. Esta experiencia es una ficción y un hecho político de gran importancia. La liberación se basa en la construcción de la conciencia, la comprensión imaginativa, la opresión y, por lo tanto, la posibilidad. El cíborg es una cuestión de ficción y experiencia vivida que cambia lo que importa, como la experiencia de las mujeres a finales del siglo XX. Esta es una lucha por la vida y la muerte, pero el límite entre la ciencia ficción y la realidad social es una ilusión óptica.

La ciencia ficción contemporánea está llena de cíborgs: criaturas que son simultáneamente animal y máquina, que viven en mundos ambiguamente naturales y artificiales. La medicina moderna también está llena de cíborgs, de acoplamientos entre el organismo y la máquina, cada uno de ellos concebido como un dispositivo codificado en una intimidad y con un poder que no se generó en la historia de la sexualidad. El ‘sexo’ del cíborg restaura algunos de los encantos barrocos que replican los helechos e invertebrados (magníficos profilácticos orgánicos contra la heterosexualidad). La reproducción del cíborg no precisa de un acoplamiento orgánico. La producción moderna parece un sueño del trabajo de colonización cíborg, un sueño que hace que la pesadilla del taylorismo parezca idílica. Y la guerra moderna es una orgía cíborg, codificada por C3I, —comando de control de comunicaciones del servicio de inteligencia—, un artículo de 84 mil millones de dólares dentro del presupuesto de Defensa de los Estados Unidos de 1984. Estoy argumentando a favor del cíborg como una ficción que mapea nuestra realidad social y corporal y como un recurso imaginativo que sugiere algunos acoplamientos muy fructíferos. La biopolítica de Michael Foucault es una premonición flácida de la política cíborg, un campo muy abierto.

A fines del siglo XX, nuestra era, un tiempo mítico, todos somos quimeras, híbridos teóricos y fabricados de máquina y organismo; en resumen, somos cíborgs. El cíborg es nuestra ontología; nos da las herramientas y nos orienta en nuestra forma de actuar. Es una imagen condensada tanto de la imaginación como de la realidad material, los dos centros unidos que estructuran cualquier posibilidad de transformación histórica. En las tradiciones de la ciencia y la política “occidentales”: la tradición del capitalismo racista y masculino; la tradición del progreso; la tradición de apropiación de la naturaleza como recurso para las producciones culturales; la tradición de reproducción del yo a partir de los reflejos del otro… En todas ellas, la relación entre el organismo y la máquina ha sido una guerra fronteriza. En ella estaban en disputa los territorios de la producción, la reproducción y la imaginación. Este texto es un llamamiento a encontrar el placer dentro de la confusión de las fronteras y, al mismo tiempo, a actuar en su proceso de construcción. También es un esfuerzo por contribuir a la cultura y la teoría feminista socialista de un modo posmodernista, no naturalista y dentro de la tradición utópica de imaginar un mundo sin géneros, que tal vez sea un mundo sin génesis, pero también, quizás, un mundo sin fin. La encarnación cíborg está fuera de la historia de la salvación. Tampoco marca el tiempo en un calendario edípico intentando curar las terribles divisiones de género en una utopía simbiótica oral o un apocalipsis post-edípico. Como Zoe Sofoulis argumenta en Lacklein, su manuscrito inédito sobre Jacques Lacan, Melanie Klein y la cultura nuclear, los monstruos más terribles y quizás más prometedores en los mundos cíborgs están encarnados en narraciones no edípicas con una lógica de represión diferente que necesitamos entender para nuestra supervivencia.

El cíborg es una criatura en un mundo post-génerico. No tiene conexión con la bisexualidad, ni con la simbiosis preedípica, ni con el trabajo no alienado u otras seducciones propias de la integridad orgánica mediante una apropiación final de todos los poderes de las partes en favor de una unidad superior. En este sentido, la historia del origen del cíborg no puede concebirse desde los parámetros occidentales; esto resulta ser una ironía ‘final’, ya que el cíborg también es el terrible propósito (telos) apocalíptico de las cada vez mayores dominaciones por parte de Occidente del individuo abstracto. Un yo supremo libre por fin de toda dependencia, un hombre en el espacio. Según el sentido humanístico occidental, una historia que trate del origen depende del mito de la unidad original, de la plenitud, la dicha y el terror, representada por la madre fálica de la que todos los humanos deben separarse. Las tareas del desarrollo individual y de la historia son los poderosos mitos gemelos inscritos con mayor fuerza para nosotros en el psicoanálisis y el marxismo. Hilary Klein ha argumentado que tanto el marxismo como el psicoanálisis, en sus conceptos de trabajo, de individualización y de formación del género, dependen del argumento de la unidad original, a partir de la cual se debe producir la diferenciación para, desde ahí, enzarzarse en un drama de dominación creciente de la mujer y de la naturaleza. El cíborg se salta el paso de la unidad original, de identificación con la naturaleza en el sentido occidental. Se trata de una promesa ilegítima que podría conducir a la subversión de su teleología como guerra de las galaxias.

El cíborg está totalmente comprometido con la parcialidad, la ironía, la intimidad y la perversidad. Es desafiante, utópico y nada inocente. Al no estar estructurado por la polaridad de lo público y lo privado, el cíborg define un centro tecnológico basado en parte en una revolución de las relaciones sociales en el oikos, el hogar. La naturaleza y la cultura son reelaboradas; la primera ya no puede ser el recurso para la apropiación o incorporación de la segunda. La relación para formar totalidades a partir de partes, incluidas las de polaridad y dominación jerárquica, está en disputa en el mundo cíborg. A la inversa de Frankenstein, el cíborg no espera que su padre lo salve a través de una restauración del jardín (del Edén), es decir, a través de la fabricación de una pareja heterosexual, mediante su acabado en una totalidad, en una ciudad y en un cosmos. El cíborg no sueña con una comunidad que siga el modelo de la familia orgánica, aunque sin el proyecto edípico. El cíborg no reconocería el Jardín del Edén, no está hecho de barro y no puede soñar con volver a convertirse en polvo. Quizás sea por eso que quiero ver si los cíborgs pueden subvertir el apocalipsis de regresar al polvo nuclear impulsado por la compulsión maniaca de nombrar al Enemigo. Los cíborgs son irreverentes, no recuerdan el cosmos, desconfían del holismo, pero necesitan conexión: parecen tener un sentido natural de la asociación en frentes para la acción política, pero sin el partido de vanguardia. Su principal problema, por supuesto, es la descendencia ilegítima del militarismo y el capitalismo patriarcal, sin mencionar el socialismo de Estado. Pero los bastardos son a menudo extremadamente infieles a sus orígenes; sus padres, después de todo, no son esenciales.

Regresaré a la ciencia ficción de los cíborgs al final de este capítulo, pero ahora quiero señalar tres divisiones limítrofes que son cruciales y hacen posible el siguiente análisis político-ficticio (político-científico). A finales del siglo XX en la cultura científica de los Estados Unidos, la frontera entre lo humano y lo animal está completamente rota. Las últimas playas vírgenes de la unicidad han sido contaminadas, cuando no convertidas en parques de atracciones. Ni el uso de herramientas lingüísticas, ni el comportamiento social, ni los acontecimientos mentales, resuelven de manera convincente la separación entre lo humano y lo animal. Muchas personas ya no sienten la necesidad de tal separación, de hecho, muchas ramas de la cultura feminista afirman el placer de la conexión entre los seres humanos y otras criaturas vivientes. Los movimientos por los derechos de los animales no son negaciones irracionales de la unicidad humana, sino un reconocimiento claro de la conexión a través de la ruptura desacreditada entre la naturaleza y la cultura. Durante los últimos dos siglos, la biología y la teoría evolucionista han producido simultáneamente organismos modernos como objetos de conocimiento y han reducido la línea entre humanos y animales a un débil trazo dibujado de nuevo en la lucha ideológica o las disputas profesionales entre la vida y las ciencias sociales. Dentro de este marco, la enseñanza del creacionismo cristiano moderno debe combatirse como una forma de abuso infantil.

La ideología determinista biológica es solo una posición abierta en la cultura científica para defender los significados de la animalidad humana. Las personas con ideas políticas radicales tienen mucho campo disponible ante ellas para contestar los significados de la ruptura de fronteras.[1] El cíborg aparece mitificado precisamente donde el límite entre humanos y animales se transgrede. Lejos de señalar una separación entre los seres vivos, los cíborgs señalan un acoplamiento estrecho y placentero. La bestialidad tiene un nuevo estatus en este ciclo de intercambios de pareja.

La segunda distinción que hace aguas es la que existe entre (organismos) animales-humanos y máquinas. Las máquinas precibernéticas podrían estar embrujadas, existía siempre en ellas el espectro del fantasma. Este dualismo estructuró el diálogo entre el materialismo y el idealismo que fue establecido por una progenie dialéctica, llamada espíritu o historia, según gustos. Pero, básicamente, las máquinas no poseían movimiento por sí mismas, no decidían, no eran autónomas. No podían lograr el sueño del ser humano, sino solo imitarlo. No eran hombres, autores de sí mismos, sino solo una caricatura de ese sueño reproductor masculinista. Pensar lo contrario era paranoico. Ahora ya no estamos tan seguros. Las máquinas de finales del siglo XX han convertido en algo ambiguo la diferencia entre lo natural y lo artificial, entre el cuerpo y la mente, entre el desarrollo personal y el planeado desde el exterior y muchas otras distinciones que solían aplicarse a organismos y máquinas. Nuestras máquinas están inquietantemente vivas y nosotros, terriblemente inertes.

La determinación tecnológica es solo un espacio ideológico abierto para los replanteamientos de las máquinas y de los organismos como textos codificados, a través de los cuales nos adentramos en el juego de escribir y leer el mundo.[2] La ‘textualización’ de todo en la teoría postestructuralista y posmoderna ha sido condenada por los marxistas y las feministas socialistas por su desprecio utópico por las relaciones vividas de dominación que fundamentan el “juego” de la lectura arbitraria.[3] Es cierto que las estrategias posmodernas, al igual que el mito cíborg, subvierten totalidades orgánicas innumerables (por ejemplo, el poema, la cultura primitiva, el organismo biológico). En resumen, que la certeza de lo que cuenta como naturaleza, una fuente de introspección y promesa de inocencia, se ve socavada, probablemente sin remedio.

La autorización trascendente de interpretación se pierde, y con ella la base ontológica de la epistemología ‘occidental’. Pero la alternativa no es el cinismo o la falta de fe, es decir, alguna versión de la existencia abstracta, como los relatos del determinismo tecnológico que muestran la destrucción del “hombre” por la “máquina” o la “acción política significativa” a través del “texto”. Lo que vayan a ser los cíborgs es una pregunta radical. Las respuestas son una cuestión de supervivencia. Tanto los chimpancés como los artefactos tienen su propia política, entonces, ¿por qué nosotros no? (de Waal, 1982; Winner, 1980).

La tercera distinción es un subconjunto de la segunda: el límite entre lo físico y lo no físico es muy impreciso para nosotros. Los libros populares de física sobre las consecuencias de la teoría cuántica y el principio de indeterminación son una especie de equivalente científico popular de las novelas románticas Harlequin como un marcador de cambio radical en la heterosexualidad blanca estadounidense: se equivocan, pero tratan el asunto clave. Las máquinas modernas son los dispositivos microelectrónicos por excelencia: están en todas partes y son invisibles. La maquinaria moderna es un dios, advenedizo e irreverente, que se burla de la ubicuidad y espiritualidad del Padre. El chip de silicio es una superficie para escribir, está diseñado en una escala molecular solo perturbada por el ruido atómico, la interferencia final de las partituras nucleares. La escritura, el poder y la tecnología son viejos compañeros de viaje en las historias occidentales sobre el origen de la civilización, pero la miniaturización ha cambiado nuestra experiencia del mecanismo. La miniaturización se ha convertido en algo relacionado con el poder: lo pequeño es más peligroso que maravilloso, como sucede con los misiles. Comparemos los aparatos de televisión de los años 50 o las cámaras fotográficas de los 70 con las pantallas televisivas que se atan a la muñeca como pulseras o con las manejables videocámaras actuales. Nuestras mejores máquinas están hechas de rayos de sol; son ligeras y limpias porque no son más que señales, ondas electromagnéticas, una sección de un espectro, y son eminentemente portátiles, móviles, algo que produce un inmenso dolor humano en Detroit y Singapur. Las personas, a la vez materiales y opacas, no son tan fluidas. Los cíborgs son éter, quintaesencia.

La ubicuidad e invisibilidad de los cíborgs es precisamente la razón por la cual estas máquinas de cinturón solar son tan mortíferas. Políticamente, son tan difíciles de ver como materialmente. Se trata de la conciencia, o de su simulación.[4] Son letreros flotantes que se mueven en camionetas por toda Europa, bloqueados de manera más efectiva por las brujerías de las desplazadas y tan poco naturales mujeres de Greenham, que leen los hilos de araña del poder inherentes al cíborg, por el trabajo militante de las viejas políticas masculinas, cuyos votantes naturales necesitan trabajos de defensa (relacionados con el armamento).

En última instancia, la ciencia “más difícil” trata sobre el reino de la mayor confusión de los límites, el reino del número puro, espíritu puro, C3I, criptografía y la preservación de secretos poderosos. Las nuevas máquinas son tan limpias y ligeras, y sus ingenieros son adoradores del sol que están mediando para llevar a cabo una nueva revolución científica asociada con el sueño nocturno de la sociedad postindustrial. Las enfermedades provocadas por estas máquinas limpias “no son más” que los minúsculos cambios de codificación de un antígeno en el sistema inmunitario, “no más” que la experiencia del estrés. Los dedos ágiles de las mujeres ‘orientales’, la vieja fascinación de las muchachas victorianas anglosajonas por las casitas de muñecas y la atención forzada de las mujeres hacia lo pequeño toman una nueva dimensión en este mundo. Pudiera ser que apareciese una Alicia cíborg que tuviera en cuenta estas nuevas dimensiones y que, irónicamente, no fuese otra que la mujer cíborg poco natural que fabrica chips en Asia y que baila en espiral[5] en la cárcel de Santa Rita, cuyas unidades construidas darán lugar a eficaces estrategias de oposición.

Por lo tanto, el mito de mi cíborg trata sobre límites transgredidos, fusiones potentes y posibilidades peligrosas que las personas progresistas podrían explorar como parte de un trabajo político necesario. Una de mis premisas es que la mayoría de las socialistas y feministas estadounidenses perciben dualismos más profundos entre mente y cuerpo, animal y máquina, idealismo y materialismo en las prácticas sociales, formulaciones simbólicas y artefactos físicos asociados con la ‘alta tecnología’ y la cultura científica. Desde One-Dimensional Man (“El hombre unidimensional”, Marcuse, 1964) hasta The Death of Nature (“La muerte de la naturaleza”, Merchant, 1980), los recursos analíticos desarrollados por los progresistas han insistido en el dominio necesario de las técnicas y han hecho hincapié en un imaginado cuerpo orgánico para integrar nuestra resistencia. Otro de mis indicios es que la necesidad de unidad de la gente que intenta resistir la intensificación del dominio a nivel mundial nunca ha sido tan aguda como lo es ahora. Pero un cambio de perspectiva ligeramente perverso podría permitirnos luchar mejor por los significados, así como por otras formas de poder y de placer en las sociedades tecnológicas.

Desde cierta perspectiva, un mundo cíborg trata sobre la imposición final de una red de control sobre el planeta, incluso sobre la abstracción final encarnada en un apocalipsis de Star Wars (Guerra de las Galaxias) emprendido en nombre de la defensa nacional y, finalmente, la apropiación de los cuerpos de las mujeres en una masculinista orgía de guerra (Sofía, 1984). Desde otro punto de vista, un mundo cíborg podría tratar de realidades sociales y corporales vividas en las que las personas no tienen miedo de su parentesco con animales y máquinas, ni de identidades permanentemente parciales ni de puntos de vista contradictorios. La lucha política consiste en lograr ver la realidad desde ambas perspectivas al mismo tiempo, porque cada una revela dominios y posibilidades que son inimaginables desde el otro punto de vista. La visión única produce peores ilusiones que la visión doble o los monstruos de muchas cabezas. Las unidades de cíborg son monstruosas e ilegítimas. En nuestras actuales circunstancias políticas, difícilmente podríamos esperar mitos más potentes para la resistencia y el reacoplamiento. Me gusta imaginar al LAG, el Grupo de Acción de Livermore, como una especie de sociedad cíborg dedicada a transformar de una manera realista los laboratorios que encarnen y lancen con más ímpetu las herramientas del apocalipsis tecnológico, y que, además, esté comprometida con la construcción de una forma política que trate de mantener unidos a brujas, ingenieros, ancianos, pervertidos, cristianos, madres y leninistas el tiempo necesario como para desarmar al Estado. Fisión imposible es el nombre del grupo afín en mi ciudad. (Afinidad: relación no por lazos de sangre, sino por elección, atracción de un grupo químico nuclear por otro, avidez).[6]

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