Eternamente Mi Duque

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Eternamente Mi Duque
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa
ETERNAMENTE MI DUQUE
SIEMPRE AMADO LIBRO CUATRO
DAWN BROWER
TRADUCIDO POR OLARIA JORDI

Esta obra es ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora son usado de una manera ficcionada sin tener relación con la realidad. Cualquier parecido con lugares, organizaciones o personas, tanto vidas como fallecidas, es pura coincidencia.

Eternamente mi Duque 2019 Copyright © Dawn Brower

Artista de la portada y editora Victoria Miller

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducido electrónicamente o impreso sin el permiso por escrito, a excepción de citas incluidas en reseñas.

Published by Tektime

AGRADECIMIENTOS

Gracias a todos aquellos que me ayudaron a pulir este libro. Elizabeth Evans, eres la número uno. La mejor. También me gustaría agradecer otra vez al magnífico editor y artista de la portada, Victoria Miller. Me convertiste en mejor escritora y sin ti no estaría donde estoy ahora. Tu talento artístico es increíble, como siempre.

Para toda aquella gente que todavía cree en el amor. Que lo tengáis siempre de por vida.


PRÓLOGO

La propiedad del conde de Townsend se extiende cerca de las decadentes playas de Sain Ives en Cornwall. Lady Delilah Everly siempre ha adorado su hogar familiar. Pasó sus primeros nueve años de vida allí. Cuando su marido murió y el título pasó a su primo, Oscar Everly, se lamentó del hecho de que no pudieron quedarse allí más tiempo. Su primo no era mucho más mayor que ella. Tenía cinco años más y todavía estudiaba en Eton, pero su madre, la malvada codiciosa, quería tomar control de todo lo más pronto posible. Le gustaba su papel de la madre de un conde. Por suerte, el tutor de su primo tenía corazón y les permitió permanecer en el lugar tanto como necesitaran.

Su madre estaba decidida seguir con su juego y realizar su siguiente movimiento en la sociedad. No tenía suficiente con ser la esposa de un conde. Algún día quería ser duquesa, he hizo cualquier cosa para que eso ocurriera. Lady Penélope, su madre, se fijó en alguien que pudiera obtener algún día un ducado. Es lo mejor que podría obtener como viuda que era. El pobre de Lord Victor Simms no tenía idea de lo que había permitido a su familia, y en un futuro su hijo Ryan estaría controlado por la madre de Delilah.

Algunos días, Delilah se preguntaba si su madre habría ayudado a su padre en su muerte prematura. Empezó a creer en ello cuando su padrastro murió de la misma manera que lo hizo su padre. Seguro que no podría tratarse de una coincidencia. A fin de sobrevivir, Delilah había echo tripas corazón he hizo lo que pudo. Su madre no era alguien fácil de tratar ni de convivir con ella. Se aprovechaba de todo aquel a su alrededor, incluso a sus propias hijas.

Su hermana, Mirabella, era una mujer delicada y no se sentía bien en manos de su madre. Era decisión de Delilah el encontrar un marido y ayudarles a escapar de sus diabólicos planes. Ella solamente tenía 16 años. No había muchas opciones a su disposición. Mucho menos para ayudarla. Ahora controlaba todas las propiedades y tenía la mejor oportunidad para acudir en su ayuda.

Su primo no le contestaba. Dudo que lo hiciera alguna vez.

–Delilah —vociferó su madre—. Baja ahora mismo. Necesito que enciendas el fuego.

Ryan se le pidió que fuera el sirviente de su madre. Cuando su bisabuelo apareció para llevárselo, aquel trabajo había sido dado a Delilah. Mirabella vivía en las nubes, o de una manera más descriptiva, en sus libros. No había otra cosa más allá de leer. El dinero era escaso, y tenían que estar vendiendo todo lo que no fuera necesario. Delilah no sabía cuanto más podrían sobrevivir.

Se quedaron con un sirviente: el cocinero. Sin la anciana, se hubieran muerto de hambre hace mucho tiempo. Ninguno de ellos sabía como usar el horno o hervir agua para el té. Se estremeció solamente con pensarlo.

Delilah bajó por las escaleras y entró en la sala de estar. Eran afortunados por tener un lugar donde vivir. La mansión pertenecía a Ryan, y podía ordenar que la abandonaran. Un día, le dio las gracias por tal generosidad. Debería odiarlos a todos por la manera en la cual eran tratados. Cuando llegó a la sala de estar, se sacudió las manos en su vestido andrajoso y se acercó a su madre.

–¿Has dicho algo? —preguntó levantando una ceja.

–No pierdas el tiempo, chica —dijo la madre castigándola moviendo su mano sobre su pecho. Ni un mechón de su oscuro cabello estaba fuera de lugar. Su vestido, aunque viejo, era prístino. Lady Penélope no le gustaba estar impresentable o ensuciarse sus manos trabajando —enciende el fuego. Tengo frío —Se envolvió con sus mano y tembló para que le hiciera caso.

–No se cómo hacerlo —le recordó a su madre— ninguna de las dos lo ha echo antes.

Ryan llevaba dos días fuera. No sabían que hacer. Si empezaran a aprender como cuidarse ellas mismas, terminarían desesperadas de como sería el futuro que les esperaría. No tenía buena pinta.

–Eres una inútil —gritó la madre—. Llama al cocinero. Te mostrará como hacerlo mientras enciende el fuego.

Delilah puso sus ojos en blanco e hizo lo que su madre le ordenó. Tras darse la vuelta, se dirigió hacia la cocina. Cuando encontró a la cocinera, le preguntó:

–¿Podrían ayudarme a encender el fuego?

Entonces aguantó la respiración por un instante. Era cuestión de tiempo que no pudiera seguir contratándola. Freya llevaba mucho tiempo con ellos.

–¿Y me enseñarás a cocinar?

–Por supuesto —contestó Freya—. Sígueme.

Se desplazó despacio hacia la sala de estar. Delilah podía incluso oír como crepitaban sus huesos con cada paso que daba. Delilah se quedó sorprendida de la energía que tenía a pesar de su edad. Lady Penélope debería haberle dado un estipendio para retirarse hace años, pero su madre, fiel a su forma, hizo que la cocinera trabajara mucho más allá de su mejor momento. Cuando llegó a la sala de estar, el cocinero agarró el yesquero y se lo tendió a Delilah.

–Ábrelo, por favor.

Ella hizo lo que la señora pidió.

–Y ahora, qué tengo que hacer —dijo tomando la caja abierta delante a Freya.

–Saca el gancho y el pedernal —ordenó—. Golpéalos el uno contra el otra sobre la yesca.

Freya tomó un trozo de la yesca y lo colocó cerca de la leña en el suelo. Delilah tomó el gancho y el pedernal frotándolos sobre el lino chamuscado. No ocurrió nada.

–Has de presionar con ellos con fuerza el uno contra el otro si quieres que salten chispas.

Delilah lo volvió a intentar. Chispas saltaron del gancho y el pedernal, y enseguida la yesca se encendió. La mujer sopló, y el fuego creció esparciéndose por toda la madera.

–Ya está —exclamó Delilah felizmente. Era la primera vez que se sentía orgullosa de algo.

–Lo hiciste —dijo Freya.

–Ha tardado lo suyo —se quejó su madre—. Ahora, tráeme de una vez el té.

Delilah miró fulminantemente a su madre, pero no dijo nada. No le traería nada bueno decir lo que pensaba. Su madre lo usaría en su contra. Seguramente tiraría la caña para que empezará a rebelarse. No sería la primera vez que lo hiciera. Penélope esperaba obediencia siempre.

–Sí, madre —dijo recatadamente.

–No, tú no —contestó—. Siéntate. Tenemos que discutir sobre tu futuro.

Era algo a lo que tenía la esperanza de evitar. Ahora, que había cumplido los dieciséis, su madre haría lo imposible para casarla. Delilah quería evitarlo en lo posible. No es que no quisiera que se casara. Eran las elecciones de su madre las que deseaba evitar. Delilah miró a Freya, y está asintió.

–Ven a verme cuando termines —dijo en voz baja.

El cocinero lo entendió sin necesidad de decir palabra alguna. Ella había estado recibiendo la ira de lady Penélope.

Delilah no quiso sentarse junto a su madre en el canapé, por lo que decidió hacerlo en la silla a su izquierda. Si se hubiera quedado a su alcance, la madre la habría abofeteado, y por eso tuvo la esperanza de evitarlo. Su madre podría llegar a ser violenta cuando le interesaba. Solía pegar tanto a Delilah como a su hermano a menudo.

–Qué quieres discutir.

Mantuvo la cabeza baja como muestra de sumisión. Su madre no aceptaba menos. A menos que estuvieran en público. Entonces quería algo completamente diferente de sus hijas.

–Es hora que te cases —empezó a decir su madre. Eran unas palabras que había estado esperando— Espero que escojas bien. Eres lo suficientemente bonita para tomar a un marido rico para que cuide de mi y tu hermana.

Ella resopló a disgusto.

–Eso resultará inútil.

Pobre Mirabella…

Cuando Ryan estuvo cerca, Lady Penélope se desquitó con él. Una vez que él se fue, ella tuvo que encontrar a alguien más para maltratar. No es que ella haya tratado bien a Delilah o Mirabella… Sin embargo, Ryan había sido un amortiguador. Mirabella fue un blanco fácil para el abuso de Lady Penélope. No tenía una fuerte disposición ni los medios para defenderse. Por esa razón, Delilah se puso en el camino de su madre con la mayor frecuencia posible.

–Comprendo —respondió ella. Su madre necesitaba dinero, y estaba dispuesta a vender a su hija al mejor postor. Se estremeció con solo pensar a quien escogería Penélope.

–¿Qué quieres de mi?

–Tú y tu hija tenéis que reparar toda nuestra ropa para que parezcan ser de la última moda —dijo su madre mientras golpeaba sus dedos en la silla— vamos a presentarte en sociedad. Tal como sabes, nuestros ahorros son limitados. La época buena está a punto de empezar, y tengo la esperanza de encontrarte un marido antes que termine. Ya he escrito a tu primo, y él está de acuerdo en prestarnos su casa en Londres para una temporada.

 

¿Oscar había respondido a su madre pero no a Delilah? Nunca se había sentido tan traicionada en toda su vida. ¿No debería estar del lado de su familia real, no una mujer que se había casado con él?

–¿Oh? —dijo, incapaz de mantener la sorpresa fuera de su voz—. No me había dado cuenta de que correspondías con el nuevo conde. Su madre se quejaba constantemente de que no había tenido un hijo para heredar el título de Townsend.

–Por supuesto que sí —se burló ella—. Soy la condesa viuda. Mi matrimonio no anuló la voluntad de tu padre. Me deben un estipendio trimestralmente, y a veces tengo que recordarle que todavía estamos aquí.

Probablemente había tratado de obligarlo a enviar más de lo necesario…

No pudo encontrar una respuesta adecuada a nada de lo que su madre tenía que decir. Reparar los vestidos que tenían no sería suficiente. Todavía aparecerían como si fueran indigentes, y lo eran, mientras asistían a las funciones de la sociedad. Seguramente su madre tenía un plan mejor.

–Está bien —dijo finalmente—. Tendré ayuda de Mirabella. Ella puede juntar sus vestidos con los míos, y haremos todo lo posible para que vuelvan a estar a la moda.

Sería un milagro sangriento. Los vestidos tenían varios años y la mayoría había estado en un baúl abandonado en el ático. Delilah creía que probablemente habían pertenecido a la madre de Ryan.

–Buena chica —dijo su madre antes de sonreír. Eso no la tranquilizaba, y ella no esperara que lo hiciera. Cuando su madre abría la boca de aquella manera, nada había más endemoníaco que aquello.

–Tu siempre has sido mi hija favorita, y la más bonita —decía solamente para que Delilah terminará dándole la razón y Mirabella se pusiera roja.

–Sí, Madre —dijo Delilah, sin mucha preocupación—. ¿Puedes perdonarme un instante?

–Sí —contestó la madre despectivamente.

Delilah respiró hondo y se levantó. Mantuvo un ritmo constante mientras se movía para salir de la habitación. Si caminaba demasiado rápido, o incluso corría, volvería a perseguirla. Era mejor si su madre no se daba cuenta de cuánto la aterrorizaba su conversación.

–Querida —llamó la madre a Delilah cuando estaba a punto de alcanzar la puerta para irse. Ella se dio la vuelta.

–¿Si?

–No te esfuerces mucho con ello —empezó diciendo. Su sonrisa se volvió amenazadora— iremos por la noche a Londres.

Diablos. Por supuesto no se esperaba que ellos ayudaran un poco durante la semana. Tenían que regresar antes de terminar la noche, y eso les daba poco tiempo para trabajar.

–Los vestidos estarán listos —le dijo a la madre. Delilah apretó sus dientes y abandonó la habitación.

Tenía que encontrar un camino para soportar a su madre, pero casarse con viejo libertino por el dinero no sería lo mejor. Eso daría a su madre más poder, y aquello ero lo último que lady Penélope necesitaba. Delilah debería encontrar otra manera. Cuando la encontrara, debería huir sin darse la vuelto. En un mundo perfecto, se llevaría a su hermana con ella, pero Mirabella no querría irse. Debería pedírselo y asegurarle que no estuviera bajo la atenta mirada de la madre. Nadie se merecía ser tratado como un felpudo limpiando sus zapatos todo el día.

El primer paso sería aprender de Freya todo lo necesario. Si Delilah pudiera hacerse cargo de ella, las posibilidades serían ilimitadas. Los fondos siempre serían una consideración. Intentaría escatimar y ahorrar donde pudiera, pero lo más importante, esconderlo todo de su avariciosa madre. Un día, ella podría comenzar una nueva vida, y no podía esperar. Ella esperaba que no tomara mucho tiempo.

Sin embargo, una cosa era segura: sería una solterona antes de casarse con un hombre a elección de su madre. La próxima temporada sería difícil de superar. Había una manera segura de desanimar a cualquier caballero elegible: actuar como lo hacía su madre en privado, y todos corrían asustados. En público, su madre era tan encantadora y educada como una persona podría ser. Esa fachada había engañado a dos hombres en un matrimonio que probablemente ambos lamentaron cuando murieron. Delilah no engañaría a nadie, y ella nunca haría el tonto.

Estiró los hombros y entró a la cocina.

–Ya estoy lista —le dijo a Freya—. Enséñame todo.

Freya sonrió y le dio un bol. Entonces empezó a darle instrucciones para hacer pan. No mucho más tarde, amasaba la masa y la dejaba crecer.

Delilah se apartó el pelo de la cara y miró su trabajo. Cada centímetro de ella estaba cubierta de harina, y nunca había estado tan desordenada en su vida, pero se sentía increíble. Su plan funcionaría. Delilah sonrió para sí misma. Puede que su madre no se haya dado cuenta, pero había creado a su peor adversario y pronto descubriría el alcance de su crueldad.

CAPÍTULO UNO

Diez años después…

El dolor gritó en su cabeza, y las imágenes que Marrok quería olvidar permanecieron. No importa lo que hizo, no podía quitárselos. Cuando cerró los ojos, se volvieron más vívidos, pero no importó. Tan pronto como los abrió, todavía bailaban ante él. Eran apariciones más fantasmales que las que había vivido. Continuó reviviendo con cada respiración que tomaba.

Había matado a su padre…

Sí, el viejo bastardo no le había dado otra opción, pero Marrok había jugado una mano en su muerte. Su padre le habría disparado y probablemente no habría sentido ni una pizca de culpa. Ahora, como consecuencia, Marrok tuvo que luchar con su culpabilidad por el papel que había desempeñado. No pudo evitar pensar que podría haber hecho algo diferente, cualquier cosa, y si lo hubiera hecho, su padre aún estaría vivo.

Marrok no estaba bajo ningún tipo de desilusión. Su padre no era un buen hombre, e incluso si hubiera sobrevivido, vomitaría veneno con cada respiración. El viejo duque no había guardado sus sentimientos en secreto. Había odiado a sus dos hijos. Principalmente porque no había creído que Marrok o su hermana, Annalise, en realidad fuera de su sangre. Marrok deseaba que no estuvieran realmente relacionados con él algunos días. Desafortunadamente, el hombre podrido era de hecho su padre.

Ahora, con la muerte de su padre, Marrok tenía aún más que lidiar. Era el duque de Wolfton, y tendría que desentrañar todo el mal de su padre. Había metido las manos en muchas ollas diferentes y agitaba actos viles cada vez que el estado de ánimo lo atacaba. La necesidad de evitar todo eso de manera responsable era inmensa. Marrok no quería ser duque. Era un título que había crecido sabiendo que algún día tendría; sin embargo, en su opinión, no se le habría otorgado durante muchos, muchos años.

De alguna manera, debería sentir alivio. Vivir con su padre había sido una experiencia horrible. Nada de lo que hizo estuvo bien, sin importar cuánto lo intentó. Al principio, había hecho todo lo que su padre le pedía. Quería su aprobación de la peor manera posible. Sin embargo, su padre nunca se lo había dado, y después de un tiempo se dio cuenta de que nada induciría a su padre a dárselo. Entonces dejó de intentarlo.

Necesitaba un trago. Muy bien, probablemente no lo hizo. Agregar alcohol empeoraría las cosas, pero no sabía qué hacer. Su vida era un desastre, y no tenía idea de cómo comenzar a caminar por ella. Quizás necesitaba algo de distancia. Puede aportar claridad a una situación embarrada.

–¿Todavía estás aquí meditando? —preguntó un hombre desde el otro lado de la habitación.

–Si no estás aquí para compadecerte de mí, puedes irte por donde viniste.

Marrok miró a Ryan, el marqués de Cinderbury. Ryan se había casado recientemente con su hermana, Annalise. Si bien Marrok estaba feliz por su hermana, no deseaba pasar tiempo con ella ni con Ryan.

–Tienes que encontrar una manera de dejarlo ir —dijo Ryan, no por primera vez en los meses posteriores al incidente. Tanto Ryan como Annalise habían tratado de ayudarlo a superar su culpa. No había que apenarse por nada. Ni Marrok ni su hermana realmente extrañaron a su padre. Nunca los había tratado bien. Eso no significaba que Marrok lo hubiera querido muerto.

–Decirme que lo deje ir no va a hacer que desaparezca con el chasquido de mis dedos.

Por si acaso, levantó la mano y chasqueó para enfatizar el punto.

–No funciona de esa manera. No te preocupes por mi. Estaré bien.

–¿Lo harás? —Ryan levantó una ceja. Se había acercado a él y se había sentado en la silla cerca del sofá en el que Marrok descansaba—. Creo que sería una buena idea que abandones este lugar. Podría ayudarte a mantener cierta distancia.

¿Era su nuevo cuñado un lector mental? Marrok lo había estado considerando hace poco.

–¿Y a dónde sugerirías que vaya?

–En cualquier lugar que no esté aquí —afirmó—. Annalise y yo iremos a Kent para una visita. Mi prima Estella fue con su esposo, el vizconde Warwick, a visitar al conde de Manchester y su esposa. También hemos sido invitados. Puedes venir con nosotros si quieres.

Sacudió la cabeza con vehemencia.

–No —dijo rápidamente—. No quiero estar cerca de nadie más.

–Entiendo —Ryan se inclinó hacia adelante—. ¿Pero al menos está de acuerdo en que debería tomar un respiro de aquí y todo lo que es el ex duque de Wolfton?

Marrok suspiró.

–Sí —estuvo de acuerdo—. Este ni siquiera es el asiento para Wolfton. Padre solo lo compró para expulsar a los parientes de la madre.

–Seguramente no deseas volver al castillo de Wolfton.

Ryan parecía horrorizado ante esa idea. Marrok no lo culpó.

–Eso derrotaría el propósito.

–Tengo que regresar algún tiempo.

Sin embargo, no deseaba hacerlo en ese momento en particular.

–Pero tienes razón. No me ayudaría hacerlo ahora. No sé a dónde ir.

Odiaba la mansión y el castillo ducal. Siempre se habían sentido… estériles. De todo: emociones, vida o la sensación de estar en casa. Su padre no había querido que nadie sintiera que deberían quedarse. Así que todas sus residencias tenían ese sentimiento poco atractivo para ellos.

–Annalise tenía una sugerencia —comenzó Ryan—. Pero no estoy seguro de que te guste.

Giró la cabeza y se encontró con la mirada de Ryan.

–¿Qué tenía en mente mi hermana?

Annalise podría tener una idea decente de vez en cuando. Se casó con Ryan, y a Marrok le caía bien.

–Tu padre recientemente compró un pabellón de caza en Escocia —comenzó Ryan—. Fue una semana antes de…

–Su muerte —dijo Marrok—. Lo maté; puedes decirlo.

–No cometiste parricidio —respondió Ryan—. Evitaste que tu padre te asesinara. No hay nada de malo en protegerse a sí mismo.

–Semántica —respondió Marrok. No iba a pasar por alto los hechos.

–Como estabas diciendo…

–Sí —dijo Ryan—. No voy a discutir contigo sobre eso. Ya hemos discutido esto extensamente. Suspiró. —El pabellón de caza fue comprado una noche antes de ese desagradable evento. Ella se encontró con el papeleo el otro día en su esfuerzo por ayudarlo a eliminar el desorden de información mientras resuelve sus asuntos. Ella no tiene idea de la condición de la propiedad.

–Por lo tanto, podría estar en ruinas—. Marrok tocó con el dedo el brazo del sofá —Suena casi… divertido. Su vida fue un desastre. ¿Por qué no visitar un lugar posiblemente en un caos similar?

–Creo que lo que considero entretenido y lo que haces son dos cosas completamente diferentes —dijo Ryan, un poco sarcástico—. ¿Estás interesado entonces?

–Lo estoy —dijo Marrok—. Una visita a Escocia podría ser lo que necesito.

Tampoco tendría a su entrometida hermana y cuñado para acosarlo todos los días.

–Tendré el equipaje para mí listo y me iré a primera hora mañana por la mañana.

Necesitaba escapar.

–¿Dónde en Escocia está este encantador pabellón de caza?

–Kirtlebridge —contestó Ryan—. Dejé los detalles en tu escritorio.

Ryan permaneció de pie y se ajusto su chaqueta.

–Le diré a tu hermana que has decidido seguir sus consejos. Espero que te serán de ayuda. Todos confiamos en que te irá todo bien.

–Lo irá —respondió Marrok—. Te preocupas por mi. Es algo importante, y tengo que resolverlo por mi mismo.

Ryan asintió y lo dejó solo. Marrok dijo que se iría con las primeras luces, pero cuanto más lo pensaba, más le gustaba la idea de irse mucho antes. Empacaría su propia maleta y se iría a caballo. Podía ir a su propio ritmo y hacer descansar al caballo cuando fuera necesario. Fue por lo menos varios días de viaje a Escocia. El viaje solo sería bueno para resolver el enredo de vergüenza en su mente. Con esa decisión tomada, se puso de pie y fue a sus aposentos. Cuanto antes empacara, más rápido estaría en camino.

 

No había cambiado mucho en la vida de Delilah en la última década. Había tenido éxito en frustrar los planes de su madre para casarla. Su último intento había muerto cuando el duque de Wolfton intentó matar a sus propios hijos. Penélope tenía la intención de que Delilah o Mirabella se casaran con el hijo del duque. Delilah había actuado como una musaraña y había incitado a su hermana a hacer lo mismo. El marqués de Sheffield prácticamente había corrido en dirección opuesta a las dos. Por supuesto, el marqués ahora era duque… todo había terminado tan enredado que no podía creer cómo había resultado.

Ahora, sin embargo… lady Penélope estaba alborotada. Estaba a punto de obligar a Delilah a casarse, le gustara o no, y ciertamente no le gustó. Había llegado al punto en que no le importaba si el hombre era joven mientras tuviera dinero.

–Ambos son desgraciados desagradecidos —se burló su madre—. Podrías haber sido duquesa y casarte con un rico y apuesto joven caballero.

Se paseó por la habitación usando la alfombra ya gastada.

–¿Por qué no podría uno de ustedes haber sido encantador o al menos recatado? No crié demonios.

Le tomó todo lo que tenía para no responder a eso. No, ella no crió demonios. Delilah era demasiado inteligente para alinearse con los planes de su madre. Finalmente había ahorrado lo suficiente como para huir y nunca mirar hacia atrás. Le había llevado mucho más tiempo del que le hubiera gustado, pero podía viajar a Francia o América. Realmente no le importaba que, siempre que, donde sea que terminara, su madre no estuviera a la vista.

–Lo siento —dijo Mirabella y miró a sus pies—. No sé lo que me pasó.

Su generalmente dulce hermana había reaccionado a los comentarios sarcásticos de Delilah cuando habían visitado la finca del duque. Delilah no la culpó por eso, pero su madre sí. Lady Penélope había querido que una de sus hijas hiciera una pareja ventajosa. Incluso Mirabella tenía sus límites.

–No te disculpes —le dijo a su hermana—. No hiciste nada mal.

–Ella tiene razón —coincidió su madre, mirando a Delilah—. Fuiste todo tú, ¿no es así, querida hija?– Penélope se adelantó—. Y serás tú quien pague el precio por tu desafío. Ya he tenido suficiente de tu desobediencia.

Ella inclinó los labios hacia arriba con una mueca aterradora.

–Sé exactamente cómo nos compensarás tanto a mí como a tu hermana.

Delilah casi tuvo miedo de preguntar.

–¿Cómo?– ¿Qué más podría hacerle su madre? Había hecho su vida miserable desde que podía recordar.

–El barón Felton ha expresado interés en ti —comenzó su madre— lo despedí porque tenía mayores esperanzas para ti, pero en este momento, no tengo muchas opciones. Le escribiré y le diré que estás extasiado ante la perspectiva de ser su esposa.

La alegría en la voz de su madre era nauseabunda.

Delilah tuvo que resistir el impulso de hacer algo irreparable, como abofetear a su madre. Sería satisfactorio en este momento, pero no ayudaría a su causa. Sería mejor intentar razonar con ella.

El barón era viejo, calvo y olía mal. Tenía manchas grises en la cara que lo hacían parecer enfermizo. ¿Ella lo evitaba cuando él se acercaba y su madre esperaba que se casara con él? Eso no sucedería. Prefiere casarse con casi cualquier otra persona que no sea el barón Felton.

–Pero, madre…

–No —su madre la interrumpió—. No me convencerás de tomar otro camino. Este es tu castigo. Nos salvará y aprenderás tu lugar.

Puso su mano sobre la barbilla de Delilah y la hizo mirar a los ojos.

–No temas, hija. Es viejo y no vivirá lo suficiente como para ser una molestia. Podría ser mucho peor.

Delilah entendió el significado oculto en sus palabras. Penélope lo ayudaría a llegar a su tumba, pero no antes de acostarse con Dalila. No podía permitir que nadie disputara el matrimonio. El dinero era más importante que la virtud de su hija. Había dejado que su madre se saliera con la suya, o al menos le permitió pensar que lo haría.

–Sí, madre.

Tan pronto como la atención de su madre estuviera en otra parte, Delilah se habría ido.

–Esa es mi buena hija— Penélope sonrió y tarareó mientras salía de la habitación. Sin duda para escribir esa carta.

–Delilah… —Su hermana se preocupó. Mirabella paseaba por la habitación, sacudiendo ansiosamente la cabeza a cada paso que daba. No le gustaba la confrontación y probablemente estaba preocupada por el bienestar de Delilah.

–No te preocupes por mí —aseguró a Mirabella. Ella no quería que su hermana tuviera ideas desagradables en su cabeza. Ya sea sobre lo que podría sucederle a Delilah si se casara con el barón Felton o podría considerar reemplazar a Delilah en el matrimonio. Ninguno de los dos caería en esa trampa particular.

–No me voy a casar con el barón, y tú tampoco. Es hora de que nos vayamos.

–No puedo… —se retorció las manos con nerviosismo—. Madre…

–No nos importa nada ninguno de los dos. Por favor, ven conmigo. Tenía que hacer que su hermana se diera cuenta de que quedarse cerca de su madre era perjudicial para su continua existencia. Lady Penélope nunca tuvo sus mejores intereses en el corazón. Solo le importaba una persona: ella misma.

Su hermana sacudió la cabeza.

–No. Entiendo que debes irte, pero no puedo. No soy tan valiente como tú. Se mordisqueó el labio inferior y una lágrima se deslizó de su ojo. El estrés de irse comenzaba a alcanzarla.

Delilah suspiró. Mirabella eligió el momento equivocado para volverse obstinada. Era uno de los peores rasgos de su hermana. Por lo general, era dulce y tolerable, pero de vez en cuando, desarrollaba una obstinación que la hacía intratable. Ella quería que su hermana viniera con ella, pero se dio cuenta hace mucho tiempo que no podía cuando se volvió así. A Delilah le dolía profundamente imaginarse a su hermana sola con su madre. Lady Penélope haría la vida miserable de Mirabella. Si tan solo su hermana no fuera tan terca…

–Cuando encuentre un lugar seguro, te escribiré. Si cambias de opinión, siempre puedes venir a mí. ¿Entendido?.

Delilah podría no ser capaz de convencerla de que se fuera, pero podría darle algo a lo que aferrarse durante los tiempos oscuros. Lady Penélope se volvería más difícil de lo normal una vez que descubriera que Delilah se escapó. Mirabella necesitaría ese ancla para sobrevivir a la ira inminente de su madre.

Su hermana asintió.

–Por favor, ten cuidado.

–Siempre lo tengo —dijo ella. Delilah abrazó a su hermana y luego salió de la habitación. Tenía que tomar su pequeña maleta y los fondos que había estado ahorrando, y luego se iría. No tardó mucho en recuperarlos de su habitación. Salió de puntillas de la casa y luego corrió por el bosque hasta llegar a la carretera. Las lágrimas cayeron por su rostro. No tenía miedo de sí misma ni de lo que le podría pasar en su nueva vida. Sin importar lo que hiciera, siempre se preocuparía por Mirabella, y no sería capaz de aceptar completamente su futuro hasta que encontrara una manera de extraer a su hermana de las garras de su madre. Un día, Mirabella vería la razón. Ese día ayudaría a su hermana a escapar.

Ella continuó por el camino, manteniendo la cabeza en alto. Delilah se limpió las lágrimas y respiró hondo. El tiempo para llorar había terminado, y ella sería fuerte. Nada la detendría de su camino elegido. Una vez que llegara a la ciudad, compraría un pasaje en el vagón de correo al siguiente puerto. Pronto, ella estaría muy lejos de su madre y finalmente tendría la libertad que tanto había anhelado.

To koniec darmowego fragmentu. Czy chcesz czytać dalej?