El estallido social en clave latinoamericana

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El estallido social en clave latinoamericana
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© LOM ediciones

Primera edición, julio de 2021

Impreso en 1.000 ejemplares

ISBN Impreso: 9789560014313

ISBN Digital: 9789560014870

RPI: 2021-a-6564

imagen de portada: Paulo Slachevsky

<https://www.flickr.com/photos/pauloslachevsky/>

Edición, diseño y diagramación

LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

Teléfono: (56–2) 2860 68 00

lom@lom.cl | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile

Introducción

EL 18 DE OCTUBRE del 2019 se inició en Chile un movimiento plural que terminó denominándose, a falta de una mejor designación, el estallido social1. Los hechos empezaron desde los primeros días del mes de octubre y se volvieron un tornado social el 18. Desde esa fecha hasta fines del 2019 se sucedieron con gran velocidad e intensidad enormes movilizaciones en las calles, encuentros ciudadanos en cabildos abiertos, proyectos de reforma social, casos de pillaje y violencia, violación de los derechos humanos, un acuerdo parlamentario para redactar una nueva Constitución2.

Durante el 2020, aunque la movilización social menguó a causa de la crisis sanitaria del Covid-19, la vida política siguió marcada por el soplo del estallido social –algo que se materializó en la votación (más del 78%) por el Apruebo en el plebiscito del 25 de octubre del 2020 en favor de una Convención Constitucional–. Cada una de estas etapas dio lugar a fragmentos de una épica coral a través de manifestaciones plurales fotografiadas por Paulo Slachevsky3, o reflejadas en los más de quinientos grafitis y frases en los muros recopilados por Raúl Molina4, y cuya heterogeneidad intentará ser interpretada en este ensayo.

A pesar de la diversidad de interpretaciones que ha suscitado el estallido, el neoliberalismo es siempre de una u otra manera el gran marco de análisis. Es desde él que se construyen las preguntas: ¿cuáles dinámicas? ¿Por qué el malestar? ¿Cómo el derrumbe? ¿Qué nuevo pueblo?5

En el presente ensayo no buscaremos dar una respuesta directa a estas preguntas. Nuestro esfuerzo, complementario a estas lecturas, buscará más bien problematizar los horizontes ordinarios de vida de los individuos. Nos centraremos así en el mal-estar posicional (y no en el malestar) de un sector de la ciudadanía que denominaremos las clases popular-intermediarias.

PARA CONSTRUIR ESTA INTERPRETRACIÓN no recurriremos a un trabajo comparativo propiamente dicho, sino a un rodeo analítico. Intentaremos leer el estallido social en clave latinoamericana. Esta puesta en perspectiva interpretativa no es ni una provocación hacia la tesis de la excepcionalidad chilena, ni un cuestionamiento de los anhelos de ciertos actores sociales, sobre todo en las últimas décadas, por lograr que Chile le diga por fin adiós a Latinoamérica. Esta elección de lectura coincide simplemente con lo que afirmó Manuel Antonio Garretón hace ya pronto veinte años: el interés de preservar, en las ciencias sociales en Chile, el horizonte heurístico de América Latina6.

La geografía es el destino de los países. Los desequilibrios regionales existen y pueden incluso persistir durante mucho tiempo (entre Europa Occidental y Europa del Este estos se remontan a varios siglos). Pero nada de esto contraviene la similitud de los procesos culturales, sociales o políticos dentro de una región. América Latina, y Chile dentro de ella, no escapa a esta realidad. Tras dos siglos de historia posindependencia, cada país ha ganado en consistencia. Cada uno es cada vez más consciente y celoso de su particularidad, y como en tantas otras partes del mundo, todos ellos, de una u otra manera, reivindican su excepcionalidad nacional (en realidad, su especificidad). La particularidad colombiana, la excepcionalidad chilena, la civilización brasileña, todo se presta a discursos y exclusiones identitarias. No todo es falaz en estas representaciones, pero en su anhelo agónico de singularidad estos análisis no son necesariamente la mejor vía para la comprensión.

La tesis de la excepcionalidad esconde un juicio de valor que mutila la imaginación sociológica. A fin de cuentas, todo bien medido, las innegables diferencias y especificidades nacionales se inscriben siempre en el concierto de una región, a través de profundas continuidades y semejanzas estructurales7. Si algunos países latinoamericanos han tenido (y en el caso chileno muy tempranamente) ejecutivos fuertes, todos siguen teniendo Estados con poderes infraestructurales limitados8. Todos siguen siendo economías primario-exportadoras. Todos se instituyeron desde la posindependencia en torno a una matriz jurídica igualitaria individualista que rompió con la herencia corporativa ibérica. En Sudamérica, el derecho de voto de la mujer se extendió en varios países en el lapso de una sola década. Los grandes modelos sociopolíticos (el orden oligárquico, el régimen nacional-popular, el Estado burocrático-autoritario o el modelo neoliberal) son por lo general comunes, con especificidades, a todos ellos. La lista podría alargarse a voluntad.

Es dentro de estas similitudes estructurales que se inscribe este ensayo con la clara conciencia de que los decursos nacionales no cejan, desde la independencia, de alejar entre sí a los distintos países en medio de una no menos constante y paradójica realidad común. De ahí el recurso al rodeo o el desvío latinoamericano como una manera de propiciar una comprensión descentrada capaz, ojalá, de permitir otra mirada sobre el estallido. Es apoyándonos en este rodeo como buscaremos asentar la hipótesis de la consolidación progresiva de las clases popular-intermediarias. Por supuesto, es posible proponer, siempre en clave latinoamericana, análisis distintos del que desarrollaremos en este trabajo. Se trata por eso solamente de una mirada dentro de una perspectiva singular.

Lo anterior plantea el problema preciso del horizonte heurístico desde el cual interpretaremos el estallido. Aunque por razones habituales a este género analítico evocaremos varias veces el horizonte de Latinoamérica (o «en la región»), las interpretaciones se harán sobre todo al alero de la situación de Sudamérica, y dentro de ella recalcando algunos casos nacionales por sobre otros. Una labilidad que tiene que juzgarse en acuerdo con lo que el ensayo de interpretación, como género de análisis, permite, y sobre todo lo que este trabajo busca como fuente de imaginación para la formulación de un conjunto de hipótesis.

HAREMOS LA HIPÓTESIS DE QUE para aprehender el significado del estallido social, hay que desplazar el cursor de siete días del 18 hasta el 25 de octubre del 2019. Ese día confluyó en las calles de Santiago un gentío compuesto de individuos pertenecientes a muy distintos estratos sociales (incluidos varias decenas de miles de manifestantes venidos del sector oriente de la ciudad), reunidos ocasionalmente en torno a un conjunto heterogéneo de demandas sociales9. Ese día hubo 1.200.000 personas en las calles, pero no hubo un sujeto.

Consecuencia de este desplazamiento: el eje de la interpretación del estallido social no lo pondremos ni en los jóvenes que evadieron el pago del metro, ni en aquellos que participaron en la destrucción de varias de sus estaciones, ni en los que participaron en los pillajes, ni en los miembros de la primera línea, ni en los encapuchados, ni en las militantes feministas o de la disidencia de género, ni en aquellos que asistieron a los cabildos o realizaron cacerolazos. Colocaremos el eje del análisis en el gentío altamente heterogéneo del 25-O.

Lo que se hizo visible ese día fue la eclosión (más que la emergencia) de un gentío, una constelación de individualidades atravesadas por ciertas experiencias comunes (por sobre todo la experiencia de la vida dura y sus sofocaciones), pero sin identidad colectiva. Haremos la hipótesis de que la eclosión del gentío hizo visible la forja de un nuevo grupo social, las clases popular-intermediarias en cuyo mal-estar posicional residen las razones, los horizontes y las promesas del estallido social.

El análisis partirá explicitando la hipótesis de las clases popular-intermediarias y la especificidad de su mal-estar posicional (capítulo 1) y seguirá con una caracterización de su hibridez constitutiva entre viejos sectores populares y clases medias tradicionales (capítulo 2). Detallaremos luego sus principales dimensiones en torno al trabajo y el consumo (capítulo 3), sus experiencias posicionales y estrategias individualizadas (capítulo 4), sus actitudes hacia las políticas sociales, los derechos, el esfuerzo propio (capítulo 5). En el breve capítulo 6, delinearemos los contornos experienciales de la vida dura y sus sofocaciones –consecuencia vivencial de lo analizado en los capítulos precedentes y zócalo de los reclamos del gentío del 25-O–. Por último, en el séptimo y último capítulo analizaremos el desafío de la representación política de las clases popular-intermediarias10.

 

1 Este texto es deudor de un doble agradecimiento. En primer lugar, a los editores de LOM que me invitaron a presentar un manuscrito en la colección 18-O. Luego, a los evaluadores de una primera versión que, gracias a sus sugerencias y comentarios, me permitieron esclarecer y mejorar este texto.

2 Danilo Martuccelli, «El largo octubre chileno. Una bitácora sociológica», en Kathya Araujo (ed.), Hilos tensados, Santiago, USACH-Idea, 2019, pp. 369-476.

3 Paulo Slachevsky, Fragmentos de un despertar, Santiago, LOM ediciones, 2020.

4 Raúl Molina Otárola, Hablan los muros, Santiago, LOM ediciones, 2020.

5 Mario Garcés, Estallido social y una Nueva Constitución para Chile, Santiago, LOM ediciones, 2020; Kathya Araujo (ed.), Hilos tensados, Santiago, USACH-Idea, 2019; Carlos Peña, Pensar el malestar, Santiago, Taurus, 2020; Eugenio Tironi, El desborde, Santiago, Planeta, 2020; Gloria De la Fuente, Danae Mlynarz (coord.), El pueblo en movimiento, Santiago, Catalonia, 2020; Alberto Mayol, Big Bang, Santiago, Catalonia, 2019; Hugo Herrera, Octubre en Chile, Santiago, Katankura, 2020; Carlos Ruíz, Octubre chileno, Santiago, Taurus, 2020.

6 Manuel Antonio Garretón, «Reconstrucción de la política y proyecto país», in Tomás Moulian (comp.), Construir el futuro, vol.1, Aproximaciones a proyectos país, Santiago, LOM ediciones, 2002, pp. 89-135.

7 Interpretar por ejemplo Portales en el concierto del caudillismo latinoamericano (comparándolo con Rosas en Argentina o Castilla en el Perú) arroja toda otra luz sobre su acción (muy alejada del prohombre dotado de virtudes que describió Alberto Edwards en La Fronda aristocrática). Cf. Julio Pinto, Caudillos y plebeyos, Santiago, LOM ediciones, 2019.

8 Por poder infraestructural entendemos las capacidades efectivas del Estado en penetrar la sociedad civil e implementar concretamente las decisiones políticas. Cf. Michael Mann, The Sources of Social Power, vol.1, Cambridge, Cambridge University Press, 1986.

9 La noción de «gentío» no tiene en este ensayo ninguna vocación peyorativa. Ciertamente, como fue el caso con otras denominaciones afines («masas», «multitud», incluso «pueblo» en sus orígenes) acarrea hoy en día connotaciones a veces negativas. Si a pesar de ello recurrimos a este vocablo es porque circunscribe justamente el problema de la espinosa nominación de este actor social heterogéneo en ciernes. La posible resemantización positiva del término (o no) es una cuestión abierta cuyo desenlace pertenece a la historia social.

10 Este texto fue realizado en el contexto del Proyecto de Investigación Fondecyt N°1180338, «Problematizaciones del Individualismo en América del Sur» y se benefició del apoyo financiero de la Iniciativa Científica Milenio de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) adjudicado al Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder, NCS17_007.

Capítulo 1 Hacia el advenimiento de las clases popular-intermediarias

EL PROYECTO NEOLIBERAL BUSCÓ formar individuos adherentes al modelo. Las nuevas clases medias, o simplemente la generalización de los valores neoliberales entre varios actores que se autodesignaron y reconocieron como clases media, pasó a ser uno de los mejores termómetros de su popularidad. El crecimiento económico estimulado por el modelo (acoplado en parte con el súper ciclo de las commodities que conoció la región entre 2002-2014) fue la mejor garantía de su lustre en la sociedad chilena. Durante años, las críticas al neoliberalismo como un modelo antipopular se estrellaron contra el muro de su popularidad social.

I. El neoliberalismo y el nuevo malestar de la modernidad latinoamericana

Sin embargo, sigilosa y progresivamente, aunque no de manera invisible, la adhesión fue menguando. El funcionamiento del sistema de partidos políticos durante los años de la Concertación (1990-2010) dificultó detectarlo o lo ocultó, pero la desafección ya estaba en marcha. Las críticas al modelo fueron ganando audiencia a medida que los correctivos introducidos no lograron revertir las insatisfacciones. Todo esto pudo ser manejado en la medida en que el crecimiento económico y las expectativas de mejora individual seguían soportando el modelo, pero desde el 2010 se hizo cada vez más patente que el escenario cambiaba.

Argentina fue a inicios del siglo XX el teatro de un importante conjunto de debates acerca de lo que puede denominarse el primer malestar de la modernidad, sus promesas y desilusiones. Desde fines del siglo XX y durante las primeras décadas del siglo XXI, Chile fue el escenario de un nuevo ciclo de discusiones sobre lo que puede caracterizarse como un segundo malestar de la modernidad –debates en los que, aunque el término alienación se emplee muy escasamente, lo que se discute son sobre todo las consecuencias que los cambios en el periodo neoliberal han inducido a nivel de las subjetividades11.

Como fue el caso en el primer debate, la controversia gira en torno a las razones por las que el bienestar material genera malestares subjetivos. Sin embargo, las diferencias son significativas. En Chile, el motor del malestar no se vincula principalmente, como fue el caso en Argentina, con la presencia inmigrante o el gigantismo urbano de Buenos Aires –la primera ciudad moderna y cosmopolita de la región (Rubén Darío que vivió en ella entre 1893 y 1898, la bautizó sin más como «Cosmópolis»)–. En el caso chileno, el malestar se asocia más bien con el aumento de las expectativas y las presiones de movilidad social, de consumo, de competencia interpersonal. Además, signo de los tiempos, el punto álgido del malestar subjetivo no se diagnostica a nivel de la miseria espiritual, como se lo hizo desde consideraciones aristocráticas, sino sobre todo desde el impulso moral y antimaterialista que afirmó José Enrique Rodó en Ariel (1900) y que tuvo una profunda repercusión continental. A finales del siglo XX, en Chile, la sensibilidad cultural crítica fue distinta y se asentó más en torno a un conjunto plural de frustraciones sociales y económicas que en amputaciones espirituales.

El fatalismo de clase que en América Latina había estructurado una adecuación entre las expectativas subjetivas y las oportunidades objetivas dio paso, desde las últimas décadas del siglo pasado, gracias al crecimiento, a un fuerte aumento de las ambiciones. Para unos, el malestar resulta de la alienación y de la irrupción consumista de las masas; para otros es una variante de la frustración relativa; entre los conservadores, el malestar refleja el triunfo de los valores del mercado sobre los valores de la familia.

Aunque las perspectivas son distintas, las fuentes del malestar, en sus grandes líneas, son relativamente comunes. Bajo la influencia de una tradición crítica alemana, el malestar se construyó como una paradoja de la modernización: el conflicto entre la civilización material y la cultura subjetiva, entre las condiciones y las expectativas.

Es este diagnóstico el que, con el paso del tiempo, varió. La interpretación del malestar en tanto que tensión inducida por el propio éxito de la modernización económica se volvió cada vez menos pertinente. Las frustraciones ciudadanas cambiaron de humor. Ya no fueron solamente malestares: fueron tomando la forma de un conjunto plural de cuestionamientos a medida que creció la toma de conciencia de que el modelo no daba (y para muchos, no podía dar) lo que había prometido. El gran boom del bienestar vivido desigualmente por los chilenos durante lustros empezó a dar signos de fatiga. Se fue haciendo cada vez más evidente para grupos crecientes de la población que el acceso a la educación no era una garantía de un acceso a empleos bien remunerados. La exigüidad de las pensiones otorgadas por las AFP –una realidad que se hizo patente en casi todos los estratos sociales y que por razones demográficas concernió a un número cada vez más importante de afiliados– amargó a muchos e hizo pensar a varios otros que el «sistema» estaba viciado en su base. Si el consumo siguió siendo plebiscitado, el vertiginoso aumento de los sobreendeudamientos (menos por un afán consumista desbocado que por la modestia de los ingresos) limitó sus dichas.

Por vías plurales se fue desarrollando una nueva actitud ante el modelo. Ya no era solamente una cuestión de tener paciencia y de esperar el «goteo». Progresivamente se fue resignificando el malestar. Los humores electorales lo reflejaron con claridad. En el 2014 se quiso creer en la posibilidad de una enérgica corrección institucional. En el 2018 se quiso creer en la posibilidad de un enérgico retorno del crecimiento. La oscilación, más allá de los vaivenes electorales, indicaba la metamorfosis del malestar en mal-estar (en un estar mal). No fue más una sensación indefinible o vaga (un malestar), sino un conjunto de agobios con clara raíz posicional.

El epicentro de la mutación de humores del malestar al mal-estar posicional está en la estructura social y retrotrae por eso a la cuestión de la expansión de las clases medias durante este periodo. El tema fue –y es– muy controvertido, tanto en lo que respecta a su talla efectiva como a su durabilidad futura, pero es innegable que el horizonte clasemediero permitió durante décadas mantener viva la seducción del modelo. Por supuesto, su expansión es irreductible al neoliberalismo (la expansión de las clases medias –nuevas, emergentes, vulnerables– se dio en casi todos los países sudamericanos) y las orientaciones políticas de sus miembros siempre fueron heterogéneas. Sin embargo, dada la continuidad del modelo, más activa en Chile que en los otros países de la región, la expansión de las clases medias se volvió uno de los grandes indicadores, por sesgado que fuera, del triunfo del neoliberalismo.

Leer el estallido social en clave latinoamericana invita a problematizar su lazo con el neoliberalismo e interpretar desde la estratificación social la naturaleza del mal-estar. Por doquier en América Latina, siempre por vías específicas, el fin del súper ciclo de las commodities desde 2015 produce una erosión del imaginario de las nuevas clases medias. La exigüidad de los ingresos de las denominadas clases medias emergentes, y sobre todo vulnerables, estalla a la vista de todos. En este contexto, los indicadores de desigualdad –amplia y curiosamente promocionados por los mismos organismos internacionales que hasta hace apenas unos años elogiaban las bondades del crecimiento– son percibidos de otra manera. La crispación colectiva se acentúa. Muchos individuos toman conciencia de que todo será mucho más lento que lo previsto, más desigual que lo anunciado, infinitamente más duro.

II. Una hipótesis

Para comprender esta inflexión formularemos una hipótesis: en Chile, como en otros países latinoamericanos, se asiste a la progresiva formación de lo que denominaremos las clases popular-intermediarias. Si esta caracterización no es exclusiva de la región (no más que las categorías de clases medias o sectores populares), esta categoría nos permitirá analizar los principales cambios que se vislumbran en las experiencias posicionales12. Sobre todo, la constitución en ciernes de una nueva clase que amalgama actores que hasta hace unas décadas se diferenciaban entre clases medias y sectores populares.

La noción de clase popular-intermediaria no es un término de uso corriente y es poco probable que su utilización se generalice. Por el momento, las ciencias sociales siguen abocadas en mostrar y trazar diferencias (de consumo, ingresos, culturales) entre los sectores populares, las clases medias tradicionales y las nuevas clases medias.

Si recurrimos a este término, es porque permite formular (como hipótesis y tendencia) la principal transformación que a nivel de las experiencias posicionales se constata en la región: la creciente similitud de experiencias en la parte «baja» (en realidad intermedia) de la estructura social (el desdibujamiento de las fronteras entre clases medias tradicionales y los viejos sectores populares) contrasta fuertemente con lo que se produce en la parte «alta», en donde los sectores acomodados acrecientan las diferencias a nivel de sus experiencias de vida, ingresos económicos, protecciones estatutarias y seguridad con respecto a lo que se denominó las clases medias tradicionales.

 

En esto reside la especificidad de la transformación, en dos etapas, de la estructura social en América Latina. La tesis de la sociedad dual (la separación de un sector moderno y un sector tradicional) de los años 1960 dio paso, a fines del siglo XX, a la representación de sociedades de clases medias. Fue un cambio considerable a nivel de las visiones sociales. Es desde esta situación y en contra de esta interpretación que se produce el progresivo tránsito de sociedades de clase media hacia el advenimiento de sociedades de clases popular-intermediarias.

Regresaremos sobre estos procesos de manera pormenorizada más adelante, pero es importante de entrada tener una visión de lo distintivo de esta realidad: la tradicional heterogeneidad de los sectores populares en medio de sociedades duales da paso en América Latina, tras un momento de representación en torno a las clases medias, a la forja de una clase popular-intermediaria, un grupo dentro del cual, de manera creciente, comparten experiencias y dificultades de vida tanto los otrora sectores populares como las clases medias. Los primeros tuvieron a veces la sensación de una movilidad social, las segundas un sentimiento de estancamiento o retroceso, pero en los dos casos, sin que las membranas de diferenciación desaparezcan del todo, se extiende una experiencia posicional común. La hipótesis: este nuevo grupo amalgama de manera híbrida los atributos de los viejos sectores populares y de las clases medias tradicionales.

Hagamos un alto y precisemos mejor la naturaleza de la hipótesis. Los estudios sobre la estructura social oscilan entre, por un lado, pormenorizadas y variadas cartografías de las clases sociales (fracciones y subclases), y por el otro, muy sinópticas y condensadas representaciones en torno a muy escasas grandes posiciones. Un mismo autor, como Karl Marx, puede así proponer un análisis estructural de la lucha de clases en torno a tan solo dos grandes actores (burgueses y proletarios) y proponer al mismo tiempo sendos estudios históricos en los que señala la existencia de una pluralidad de clases o fracciones de clase. No solo no hay acuerdo entre estas dos interpretaciones, sino que los avances metodológicos (el último: los Big Data), al complejizar y multiplicar las posiciones sociales, hacen cada vez más difícil disponer de representaciones simplificadas de la estructura social13.

Sin embargo, en la larga duración, como el historiador David Cannedine lo ha señalado, curiosamente, más allá de los cambios terminológicos, la estructura social tiende a ser representada de manera bastante análoga en cuatro grandes bloques: una clase alta (superior, dirigente, dominante, élite); una clase acomodada (gentry, burgueses, clases medias «altas»); una clase popular (proletarios, trabajadores, pueblo); una clase marginal (vagabundos, pobres, excluidos)14. Dentro de cada uno de estos bloques, las variaciones siempre han sido importantes, pero esto no impidió la permanencia de esta cartografía.

América Latina no escapa a lo anterior. La tesis de la sociedad dual asoció (reconociendo sus diferencias) un sector moderno (clases altas y clases medias) y un sector marginal (clases populares y marginales). La tesis de la sociedad de clases medias incluyó (reconociendo sus diferencias) a los sectores populares dentro de las clases medias. La hipótesis de las clases popular-intermediarias asocia (reconociendo sus diferencias) las clases medias a los sectores populares. Las diferencias pueden parecer sutiles, son decisorias. En el caso de las sociedades de clases medias el elemento dirimente es el imaginario clasemediero: sus horizontes de movilidad social, su anhelo de distinción por el consumo, su pretensión estatutaria. En el caso de las clases popular-intermediarias, el elemento dirimente es una recomposición del imaginario popular: sus horizontes de inestabilidad posicional, la conciencia de la necesidad de la solidaridad, un fatalismo sin resignación individual.

Este nuevo grupo social en gestación no tiene, hoy por hoy, una identidad definida. Sin embargo, sus miembros tienden a percibirse a distancia tanto de las clases medias tradicionales como de los viejos sectores populares. La clase popular-intermediaria en formación es un grupo social mayoritario en todas las sociedades, altamente heterogéneo en su composición, constituido por trabajadores formales, independientes o informales; técnicos, empleados u obreros, dotado de horizontes y experiencias posicionales cada vez más similares. Un grupo social en ciernes marcado también por un importante clivaje etario (los jóvenes tienen masivamente más años de estudio que los mayores) y una muy significativa y plural feminización (a nivel de los valores, participación en el empleo, las demandas sociales).

Esta hipótesis intenta así dar cuenta de algunas de las dificultades observables a nivel de los análisis de clase. Evoquémoslo a través de un estudio efectuado sobre la declinación del malestar en tres grandes grupos sociales. Si dejamos de lado consideraciones propiamente metodológicas15, lo interesante es el resultado al que llega el estudio: una distinción de orientaciones entre dos grandes grupos (sectores altos y bajos) y un relativo desdibujamiento de los sectores medios. Sin embargo, como el mismo trabajo lo muestra, el detalle de los procesos y configuraciones es más complejo: las clases bajas no son necesariamente progresistas en varios ítems (medioambientales); las clases altas lo son de manera más acentuada en varios otros (incluida la necesidad de reducir las desigualdades); la adhesión generalizada de todas las posiciones de clase al mérito escolar relativiza la capacidad de discriminación posicional de los bienes de calificación; la importancia central del tema de los servicios básicos entre los sectores populares contrasta con su menor sensibilidad en los sectores medios, etc. Una conclusión se impone: no hay correspondencia entre las posiciones de clase y las opiniones frente a las demandas. Reconociendo lo anterior, en su interpretación el autor privilegia la hipótesis de una posible reactivación de la lucha de clases (entre sectores altos y bajos) en detrimento de la tesis del malestar de la clases medias; pero el propio material permite formular una interpretación complementaria: la forja de una clase popular-intermediaria que articula y combina, reformulándolas, dimensiones tradicionalmente asociadas con los sectores medios o populares, poniendo en jaque cierto tipo de correlación entre posiciones y opiniones.

EL PROGRESIVO ADVENIMIENTO DE las clases popular-intermediarias responde a procesos estructurales irreductibles a una mera crisis económica, social o sanitaria por severas que estas sean. Si las clases popular-intermediarias están en el «medio» de la sociedad, no son clases medias (toman cada vez más distancia desde su mal-estar posicional del imaginario clasemediero); pero no se identifican tampoco con los otrora sectores populares. Aquí está el zócalo de lo que se manifestó en el estallido y profundizó la pandemia: el agrietamiento del universo de expectativas y horizonte clasemediero sobre el que el neoliberalismo asentó su seducción. Para analizar este proceso la tesis de la frustración relativa es insuficiente.

Si dentro de las clases popular-intermediarias la heterogeneidad es siempre significativa, esta se difumina cuando este grupo se compara con el sector acomodado. Para comprenderlo, la noción de mediana de ingresos (y no de promedio) es por eso fundamental: una medida estadística que divide a la sociedad en dos partes similares (la mitad superior ganando más que la línea mediana, la mitad inferior ganando menos).

La mediana permite comprender una de las razones de la formación de las clases popular-intermediarias en América Latina. La desigualdad y la concentración de la riqueza es tal en los deciles superiores (y no solamente en el 1%), que con respecto a la mediana de ingresos el salario mínimo está varias veces cercano a ella. La mediana no permite dividir claramente a las clases medias de los sectores populares; una frontera que se instituyó durante mucho tiempo en torno a separaciones simbólicas, morales, culturales o de estilos de consumo. Estas fronteras, sin desaparecer, han sido puestas en jaque por la expansión de la escolarización, una cierta movilidad social, la modernización cultural, una inestabilidad social generalizada. Resultado: las segregaciones espaciales y las distinciones a nivel del consumo, aunque fuertes en algunos casos, no logran dividir rotundamente a los miembros de las clases popular-intermediarias que poseen relativamente moderadas diferencias a nivel de sus ingresos (que se extienden así entre el tercer decil y el séptimo u octavo)16. O si se prefiere, forzando el análisis, en lo que a sus ingresos familiares se refiere el corazón de este grupo fluctúa entre el salario mínimo (325.000 pesos brutos, o un 20-30% menos) y algo por encima del ingreso mediano (400.000 pesos, o hasta un 20-30% más). Esta escala de ingresos traza diferencias importantes, pero más allá de las cifras, lo esencial se juega a nivel de las experiencias y los imaginarios.