Czytaj książkę: «El Escritor»

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Danilo Clementoni

El Escritor

Las aventuras de Azakis y Petri

Titulo original:

Lo Scrittore

Le avventure di Azakis e Petri

Traducido por: María Acosta

Editor: Tektime

Este libro es una obra producto de la fantasía. Nombres, personajes, lugares y organizaciones citados son fruto de la imaginación del autor y su objetivo es dar verosimilitud a la narración. Cualquier parecido con hechos o personas reales, vivas o difuntas, es pura coincidencia.

EL ESCRITOR

Copyright © 2016 Danilo Clementoni

1ª edición (en italiano): abril 2016

Editado e impreso por el autor

facebook: www.facebook.com/libroloscrittore

blog: dclementoni.blogspot.it

e-mail: d.clementoni@gmail.com

Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida de ninguna manera, incluso por cualquier tipo de sistema mecánico y/o electrónico sin la autorización expresa y escrita del editor, a excepción de algunos pequeños pasajes a efectos de ilustrar reseñas o recensiones.

Este es el tercer volumen de la serie

Las aventuras de Azakis y Petri Con el fin de disfrutar completamente esta apasionante aventura, antes de comenzar la lectura de esta novela recomendaría la lectura del primer tomo titulado El Retorno y del segundo título Encuentro con Nibiru (Nota del Autor)

A mi mujer y mi hijo por la paciencia que han tenido conmigo y por todas las valiosas sugerencias que han aportado, contribuyendo de esta manera, ya se a mi mismo como a esta novela.

Un abrazo especial a mi madre y un fortísimo beso a mi padre que, aún sufriendo por su enfermedad, con su presencia y su mirada, me ha impulsado a poner todo mi corazón en esta maravillosa novela.

Agradezco en particular a todos mis amigos el que me hayan confortado e incitado a seguir hasta finalizar este trabajo que, quizás, sin ellos no habría visto jamás la luz.

Introducción

El decimosegundo planeta, Nibiru, (el planeta de transición), como fue llamado por los sumerios o Marduk (el rey de los cielos) como lo rebautizaron los babilonios, es en realidad un cuerpo celeste que orbita en torno a nuestro sol durante un período de 3.600 años. Su órbita es claramente elíptica, retrógrada (gira alrededor del sol en sentido contrario a todos los demás planetas) y está muy inclinada respecto al plano de nuestro sistema solar.

Cada una de sus aproximaciones cíclicas ha provocado casi siempre inmensas perturbaciones interplanetarias en nuestro sistema solar, tanto en las órbitas como en la conformación misma de los planetas que formaban parte del mismo. Concretamente, fue justo en una de sus más tumultuosas transiciones que el majestuoso planeta Tiamat, ubicado entre Marte y Júpiter, con una masa aproximada de nueve veces la de la actual Tierra, con abundante agua y con once satélites, fue devastado debido a un épico choque. Una de las siete lunas que orbitaban alrededor de Nibiru golpeó al gigantesco Tiamat partiéndolo prácticamene por la mitad, obligando a cada una de las secciones a moverse en distintas órbitas. En la siguiente transición (el segundo día del Génesis), los restantes satélites de Nibiru completaron la obra destruyendo completamente una de las partes que se habían formado con el primer choque. Los detritos generados por las múltiples colisiones crearon, en parte, lo que hoy conocemos como cinturón de asteroides1 o Brazalete Martillado, que era como lo llamaban los sumerios, y otra parte fue incorporada por los planetas vecinos. En concreto, fue Júpiter el que capturó la mayor parte de los detritos, aumentando de forma considerable su masa.

Los satélites artífices del desastre, incluyendo aquellos supervivientes del antiguo planeta Tiamat, en su mayor parte fueron lanzados hacia órbitas exteriores, formando lo que hoy conocemos como cometas; la parte superviviente a la segunda transición consiguió colocarse en una órbita entre Marte y Venus, llevándose consigo el último satélite y acabando por formar lo que hoy conocemos como Tierra, junto a su inseparable compañera la Luna.

La cicatriz provocada por aquella colisión cósmica, que había tenido lugar aproximadamente hacía 4 millones de años, todavía es parcialmente visible. La parte dañada del planeta está actualmente cubierta por las aguas de lo que hoy llamamos Océano Pacífico. Ocupa un tercio de la superficie terrestre con una extensión de más de 179 millones de kilómetros cuadrados. En toda esta inmensa superficie no hay prácticamente masa terrestre, sólo una gran depresión que se extiende hasta una profundidad que supera los diez kilómetros.

Actualmente Nibiru posee una configuración muy parecida a la de la Tierra. Las dos terceras partes de su superficie están recubiertas de agua mientras que el resto está ocupada por un único continente que se extiende de norte a sur, con una superficie total de 100 millones de kilómetros cuadrados. Algunos de sus habitantes, con cientos de miles de años, aprovechando la aproximación cíclica de su planeta al nuestro, nos han visitado de manera sistemática, influyendo en la cultura, los conocimientos, la tecnología e incluso en la misma evolución de la raza humana. Nuestros antepasados los han llamado de muchas maneras, pero quizás el nombre con el que han sido conocidos desde siempre haya sido “Dioses”.

Prólogo

Azakis y Petri, los dos simpáticos e inseparables alienígenas protagonistas de esta aventura, han vuelto al planeta Tierra después de un año (3.600 años terrestres). Su misión era recuperar una valiosa carga que, a causa del mal funcionamiento de su sistema de transporte, se habían visto obligados a abandonar rápidamente en su anterior visita. Esta vez, en cambio, han encontrado una población terrestre muy distinta con respecto a aquella que habían dejado. Usos, costumbres, cultura, tecnología, sistemas de telecomunicación, armamento, todo era diferente con respecto a lo que habían encontrado en la última visita.

A su llegada se tropezaron con una pareja de terrestres: la doctora en arqueología Elisa Hunter y el coronel Jack Hudson, que los acogieron con entusiasmo y, después de innumerables peripecias, los ayudaron a finalizar su delicada misión.

Aquello que sin embargo los dos alienígenas no habrían querido decir a sus nuevos amigos era que, su planeta natal, Nibiru, se estaba acercando velozmente y que, al cabo de siete días terrestres, chocaría con la órbita de la Tierra. Según el cálculo efectuado por los Ancianos, uno de sus siete satélites rozaría el planeta provocando una serie de alteraciones climáticas comparables a aquellas que, en la transición anterior, habían sido resumidas en un único concepto: Diluvio Universal.

En los dos episodios anteriores ("El Retorno" y "Encuentro con Nibiru"), los protagonistas de esta aventura, a pesar de las innumerables dificultades, han conseguido salvar la Tierra de la catástrofe pero en este momento una nueva aventura les aguarda. La vuelta a casa de Azakis y Petri ha sido saboteada y una amenaza todavía más terrorífica está a punto de irrumpir sobre todo el sistema solar.

En el último episodio habíamos dejado a los ocupantes de la majestuosa Theos lidiando con la imprevista activación del procedimiento de autodestrucción de la astronave y es justo en este punto que retomaremos la narración de esta nueva y fantástica aventura.

Astronave Theos – La evacuación

«¡Abandonad la nave!» exclamó Azakis desesperado.

La orden perentoria del comandante se difundió al mismo tiempo en todos los niveles de la Theos. Los pocos miembros de la tripulación, después de una pequeña vacilación inicial, siguieron automáticamente el procedimiento de evacuación que habían entrenado tantas veces durante las simulaciones de emergencia.

«Ochenta segundos para la autodestrucción» anunció de nuevo la cálida y tranquila voz femenina del sistema central.

«¡Ánimo, Zak!» gritó Petri. «No nos queda mucho tiempo, debemos largarnos.»

«¿Pero no podemos hacer nada para interrumpir la secuencia?» replicó Azakis, incrédulo.

«Por desgracia no, amigo mío. De otro modo ya lo habría hecho, ¿tú qué crees?»

«Pero no es posible» dijo el comandante mientras era arrastrado por un brazo por su compañero de aventuras, en dirección al módulo de comunicación interno número tres.

«En realidad, se podría incluso intentar interrumpir de manera manual el procedimiento pero necesitaríamos, por lo menos, treinta minutos y nosotros, tenemos, más o menos, uno.»

«Espera, párate» exclamó entonces Azakis liberándose con un tirón del fuerte agarre del amigo. «No podemos dejar que explote aquí. La ola de energía que generará la deflagración llegaría a la tierra en pocos minutos y la parte visible del planeta sería embestida por una onda de impacto gigantesca que destruiría todo lo que encontrase a su paso.»

«Ya he preparado el control remoto de la Theos desde la nave espacial. La desviaremos cuando hayamos subido, siempre que te des prisa» le gritó Petri mientras aferraba de nuevo el brazo del amigo y lo arrastraba a la fuerza en dirección al módulo.

«Sesenta segundos para la autodestrucción.»

«¿A dónde la quieres desviar?» continuó Azakis mientras la escotilla del módulo de comunicación interno se abría en el puente de la nave espacial en el nivel seis. «No será suficiente un minuto para conseguir que alcance una distancia tal que...»

«¿Quieres dejar de parlotear?» lo interrumpió Petri. «Cierra el pico y siéntate allí. Yo me encargo.»

Azakis, sin decir nada más, obedeció la orden y tomó asiento en la butaca gris al lado de la consola central. De la misma manera que había hecho ya decenas de veces en situaciones igualmente peligrosas, decidió fiarse completamente de la capacidad y experiencia de su compañero. Mientras Petri trasteaba febrilmente con una serie de hologramas tridimensionales de simulación, pensó en controlar el resultado de la evacuación del resto de la tripulación, contactando de manera simultánea con cada uno de los pilotos. En pocos segundos todos confirmaron la reciente separación de las naves espaciales de la nave nodriza. Estaban alejándose rápidamente. El comandante dejó escapar un hondo suspiro de alivio y volvió a prestar su atención a las maniobras de su amigo.

«Treinta segundos para la autodestrucción.»

«Estamos fuera» exclamó Petri. «Ahora desvío la Theos.»

«¿Qué puedo hacer para ayudarte?»

«Nada, no te preocupes. Estás en buenas manos» y le guiñó el ojo derecho, así como le habían enseñado a hacer sus amigos terrestres. «Pondré la nave detrás de la luna. Desde allí no podrá hacer daño.»

«¡Maldita sea!» exclamó Azakis. «No lo había pensado.»

«Por eso estoy aquí, ¿no?»

«La onda expansiva se romperá sobre el satélite, el cual asorberá toda la energía. Eres un fenómeno, amigo mío»

«Y no producirá ningún daño en la luna» continuó Petri. «Allí no hay nada más que rocas y cráteres.»

«Diez segundos para la autodestrucción.»

«Estoy a punto...» dijo Petri con un hilo de voz.

«Tres... Dos... Uno.»

«¡Hecho! La Theos está en posición.»

Justo en ese momento, en la cara oculta de la luna, en las coordenadas, en grados decimales, 24,446471 de latitud y 152,171308 de longitud, en el mismo lugar de aquello que los terrestres habían llamado el cráter Komarov, tuvo lugar un extraño movimiento telúrico. Sobre la superficie árida y accidentada del cráter, como si una enorme hoja de espada, invisible se hubiese clavado repentinamente, se abrió una gruesa y profunda hendidura de márgenes perfectos. Inmediatamente después, como si hubiese sido disparado desde el fondo del cráter, un extraño objeto de forma ovalada saltó hacia afuera a una velocidad increíble y se dirigió hacia el espacio, con una trayectoria aproximada de treinta grados de inclinación respecto a la perpendicular. El objeto permaneció visible solo unos pocos segundos antes de desaparecer definitivamente en un fogonazo de luz azulada.

Sobre la nave espacial, desde la apertura elíptica que permitía la visión del exterior, un resplandor cegador iluminó el negro y frío espacio exterior, inundando el interior de la nave con una luz casi irreal.

«Amigo mío, ¿qué te parece si nos vamos de aquí?» sugirió Azakis preocupadísimo, mientras observaba la ola de energía que se expandía y acercaba rápidamente hacia su posición.

«¡Seguidme!» gritó Petri en el comunicador dirigiéndose a los pilotos de las otras naves espaciales. A continuación, sin añadir nada más, maniobró con su propio medio de transporte y lo puso a cubierto rápidamente detrás de la cara de la luna que siempre mira hacia la tierra. «Agárrate con fuerza» añadió, mientras se aferraba firmemente a los apoyabrazos de la butaca del puente de mando sobre la que estaba sentado.

Esperaron, en silencio absoluto, el paso de interminables segundos, con la mirada fija en la pantalla central, esperando que el desplazamiento repentino de la Theos hubiese conseguido evitar una catástrofe sobre la tierra.

«La onda de energía se está dispersando en el espacio» dijo tranquilamente Petri. Hizo una breve pausa, a continuación, después de haber verificado toda una serie de incomprensibles mensajes aparecidos en los hologramas que estaban enfrente de él, añadió «La luna ha absorbido perfectamente la parte que iba directamente hacia el planeta.»

«Beh, creo que has hecho un buen trabajo, amigo mío» comentó Azakis después de haber vuelto a respirar.

«La única que ha salido perdiendo ha sido la pobre luna. Ha recibido un buen golpe.»

«Piensa en lo que podría haber ocurrido si la onda hubiese llegado a la tierra.»

«Habría quemado medio planeta»

«¿Estáis todos bien?» se apresuró a preguntar Azakis, mediante el comunicador, a los otros pilotos que, siguiendo las maniobras de Petri, habían puesto también las propias naves espaciales al amparo del satélite. Respuestas reconfortantes llegaron una tras otra y, después de que el último comandante hubiese confirmado tanto las perfectas condiciones de la tripulación como de la nave, se dejó caer sobre el respaldo de la butaca y dejó escapar todo el aire que tenía en los pilmones.

«Todo ha salido bien» comentó Petri satisfecho.

«Sí, pero ¿ahora qué hacemos? La Theos ha dejado de existir. ¿Cómo volvemos a casa?»

Tell el-Mukayyar – Un rayo en el cielo

En el campamento base de la doctora Elisa Hunter, la gatita Lulú, después de haber saltado desde los brazos de la arqueóloga, había comenzado a girar nerviosamente por todas partes con la mirada fija en el cielo. El sol estaba a punto de ponerse y una bellísima luna casi llena estaba ya alta en el horizonte.

«Lulú, ¿qué pasa?» preguntó Elisa un poco preocupada, volviéndose hacia la inquieta gata.

«Debe estar triste porque habrá comprendido que nuestros amigos se han ido» comentó Jack lacónico intentando consolarla con algunas rascaditas debajo del mentón.

Al principio parecía que la minina había agradecido las atenciones ronroneando y restregando el hocico en la mano del coronel. De repente, sin embargo, se paró, hizo un ruido extraño y volvió su mirada en dirección al pálido satélite de la tierra. Los dos, asombrados por aquel extraño comportamiento, se volvieron instintivamente en la misma dirección. Lo que vieron poco después dejó a ambos sin respiración. Parecía que un resplandor anómalo envolvía la luna. Una luz blanquísima, que se expandió hasta, más o menos, unas diez veces el diámetro del satélite, formó una especie de contorno alrededor de ella. El acontecimiento duró unos pocos segundos pero fue como si otro sol hubiese aparecido de repente en el cielo a la caída de la noche, iluminando toda la zona con una luz decididamente innatural.

«Pero qué demonios...» consiguió susurrar el coronel, horrorizado.

De la misma manera en que había aparecido la luz anómala se desvaneció y todo pareció volver exactamente a su estado anterior. La luna estaba allí y el sol continuaba perezosamente su descenso detrás de las dunas que se recortaban en el horizonte.

«¿Qué ha ocurrido?» preguntó Elisa asombrada.

«No tengo ni la más remota idea.»

«Por un instante temí que la luna hubiese explotado.»

«Ha sido realmente increíble» exclamó el coronel mientras, con la mano extendida sobre las cejas escrutaba el cielo terso en busca de algún indicio.

«Azakis... Petri...» dijo Elisa de repente. «Debe haberles sucedido algo, lo presiento.»

«Venga, déjalo. Quizás ha sido sólo el efecto de la ignición de los motores de su nave espacial.»

«No es posible. Eso parecía una auténtica explosión. Tu deberías saber más de esto, ¿no?»

«Cariño» comenzó a hablar pacientemente el coronel. «Para ver los efectos de una explosión de ese tipo desde tan lejos, tendrían que haber explotado sobre la luna al mismo tiempo un centenar de bombas atómicas o quizás incluso un millar.»

«¿Pero entonces qué ha sucedido?»

«Podríamos intentar preguntárselo a nuestros amigos militares. En el fondo todavía pertenezco al ELSAD. Con todos los instrumentos apuntando siempre al cielo, un acontecimiento de este tipo no creo que se les haya pasado por alto.»

«Se ha dado cuenta hasta Lulú.»

«Creo que esta gatita es mucho más inteligente que nosotros dos juntos.»

«Los felinos son una raza superior» dijo Elisa mientras cogía de nuevo a la gatita en brazos. «¿Todavía no te habías dado cuenta?»

«Ya. Creo que incluso los antiguos egipcios los adoraban como si fuesen dioses.»

«Justo, amor mío» dijo Elisa, feliz de que la discusión se hubiese adentrado en un campo que ella conocía a la perfección. «Bastet, por ejemplo, era una de las más importantes y veneradas deidades de la antigua religión egipcia, representada o bien con semblante de mujer y cabeza de gata o directamente como una gata. En sus orígenes Bastet era una divinidad del culto solar pero con el tiempo se fue convirtiendo en una diosa lunar. Cuando la influencia griega se extendió sobre la sociedad egipcia, Bastet, diviene definitivamente una Diosa lunar, ya que los griegos la identificaron con Artemisa, personificación de la "Luna creciente".»

«Vale, vale. Gracias por la lección, eximia doctora» dijo Jack irónicamente, enfatizando la frase con una ligera reverencia. «Ahora, sin embargo, intentemos comprender que díablos ha sucedido allí arriba. Voy a hacer un par de llamadas.»

«Cuando quieras, estoy siempre a tu disposición, amor» replicó Elisa, alzando progresivamente la voz mientras el coronel se alejaba en dirección a la tienda laboratorio.

Lulú, ya tranquila, con los ojos cerrados disfrutaba de los mimos que su amiga humana le dispensaba en abundancia.

Nave espacial seis – Inspección lunar

Azakis, después de que la mano invisible del miedo que le había atenazado el estómago se hubiese decidido a dejarlo en paz, había comenzado a merodear nerviosamente por el puente de mando de la nave espacial balbuceando frases incomprensibles.

«¿Quieres parar de girar en redondo como una peonza?» le gritó Petri. «De esa manera desgastarás el suelo y conseguirás que revoloteemos en el espacio como dos viejos satélites artificiales.»

«¿Cómo puedes estar tan tranquilo? La Theos se ha destruido, estamos a millones de kilómetros de nuestro planeta natal, no podemos comunicarnos con nadie y, aunque lo consiguiésemos, sería imposible que alguien nos pueda rescatar, ¿y tú? Tirado panza arriba en el sofá como si estuvieses de vacaciones y estuvieses sentado sobre el promontorio del golfo de Saraan disfrutando del panorama al atardecer.»

«Cálmate, amigo mío, cálmate. Verás como encontramos una solución.»

«De momento no se me ocurre ninguna.»

«Porque estás nervioso. Son las ondas gamma que tu pobre cerebro fatigado está emitiendo y te impiden razonar con lucidez.»

«¿Tú crees?»

«Sí» respondió Petri con una sonrisa deslumbrante. «Siéntate a mi lado, respira hondo y relájate. Verás que en poco tiempo todo te parecerá distinto.»

«Puede que tengas razón, amigo mío» dijo Azakis mientras, siguiendo el consejo del compañero, se dejaba caer sobre la butaca gris del segundo piloto «pero en este momento soy capaz de hacer de todo menos relajarme.»

«Si prometes calmarte, te dejaré incluso fumar una de esas porquerías malolientes que llevas siempre encima»

«Bueno, también podría ser una buena idea. Estoy convencido de que me ayudaría un poco». Dicho esto, sacó del bolsillo un largo cigarro oscuro hecho a mano y, después de haber cortado las extremidades con un extraño artilugio multicolor, se lo llevó a la boca y lo encendió. Aspiró rápidamente unas cuantas bocanadas dejando que unas pequeñas nubes de humo azulado se dispersasen por la habitación. Con un ligero silbido el sistema automático de purificación de aire de la nave espacial se activó. En pocos segundos el humo se desvaneció y con él también el olor dulzón y acre.

«Pero así, no tiene gracia» exclamó Azakis que había comenzado a recuperar el buen humor. «Me había olvidado de lo eficientes que son nuestros sistemas de purificación.»

«Los proyectactes tú» replicó Petri. «No habría podido ser de otra manera.»

Parecía que, poco a poco, la tensión estaba desapareciendo.

«Hagamos el balance de la situación» propuso Azakis mientras, todavía con el cigarro entre los labios, activaba una serie de hologramas que se dispusieron a media altura entorno a los dos alienígenas. «Tenemos cuatro naves espaciales operativas, incluyendo la nuestra. La Theos-2 ha aterrizado ya en Nibiru y ambos estamos fuera del radio de acción del sistema de comunicación a vórtice de luz.» Soltó otro par de nubes de humo y a continuación prosiguió «Carburante y reservas alimentarias al noventa y nueve por ciento.»

«Genial, veo que estás retomando el control de la situación. Continúa» lo exhortó Petri satisfecho.

«Los restantes seis componentes de la tripulación están en perfectas condiciones. Escudos y armamento a pleno rendimiento. El único problema es que no tenemos un H^COM para contactar con los Ancianos e informar sobre la situación.»

«En eso te equivocas» exclamó Petri.

«¿Qué quieres decir?»

«Quiero decir que todavía hay un H^COM en funcionamiento.»

«Pero si el único que teníamos se ha destruido con la astronave.»

«¿Y el que hemos dejado a los terrestres?»

«¡Maldita sea! Tienes razón. No se me había ocurrido. Debemos volver con ellos para que nos lo den.»

«Calma, amigo mío, calma. Todavía estamos a tiempo. Yo, en primer lugar, iría a dar una vuelta a la luna para ver si conseguimos recuperar algo de nuestra hermosísima nave que has hecho pedazos tan alegremente.»

«¿Yo? ¿Qué tengo que ver yo? Has sido tú quien la ha hecho explotar allí arriba.»

«¿Y quién ha perdido el sistema de control remoto?»

«Eso fue culpa tuya. El método de enganche era defectuoso.»

«Vale, vale. Lo que ha sucedido, ha sucedido. Intentemos llegar hasta el fondo del asunto. Aunque yo sea un incorregible optimista, por el momento no consigo encontrar una solución brillante.»

«Serán las ondas gamma» replicó Azakis pagando al compañero con la misma moneda. «Asumiendo que esas cuatro neuronas que merodean por tu cerebro vacío todavía sean capaces de emitirlas.»

«Después de esta pésima broma puedo finalmente anunciar que el viejo Zak está de nuevo entre nosotros. Bienvenido.»

«Entonces, ¿te ves capaz de llevar esta nave espacial al lugar de la explosión sin hacerla estrellar sobre cualquier accidente del terreno lunar?»

«Por supuesto, jefe. A tus órdenes» exclamó Petri imitando los modales militares que había vitso usar a menudo a sus amigos terrestres. «Destino la luna» añadió alegremente, después de haber preparado los motores y configurado la ruta hacia el satélite.

Se necesitaron sólo un par de minutos para alcanzar el lugar donde la Theos se había desintegrado. La nave espacial comenzó a sobrevolar lentamente la zona de la cara oculta de la luna que había sufrido el impacto de la explosión. El terreno, normalmente muy accidentado y lleno de cráteres provocados por los antiguos impactos de centenares de meteoros que, durante millones de años, lo habían literalmente acribillado, ahora se mostraba, en una superficie de casi seiscientos kilómetros cuadrados, increíblemente liso y pulido. La onda de energía generada por la deflagración había hecho desaparecer todo. Rocas, cráteres y depresiones ya no existían. Era como si una gigantesca apisonadora hubiese pasado sobre la zona dejando detrás de sí una interminable llanura de suave arena gris.

«Increíble» exclamó Petri. «Parece que volamos sobre el inmenso desierto del Sihar en Nibiru.»

«La hemos hecho buena» dijo Azakis desconsolado.

«¡Que va! ¿No ves lo hermoso que es ahora el panorama? Antes la superficie tenía más arrugas que nuestro Anciano Supremo, ahora, en cambio está lisa como la piel de un niño.»

«No me parece que haya quedado mucho de nuestra querida astronave.»

«Estoy haciendo un anáilis en profundidad del área pero el trozo más grande que he detectado tendrá, más o menos, un centímetro cuadrado.»

«No hay más que decir. El sistema de autodestrucción ha funcionado estupendamente.»

«Eh, Zak» exclamó Petri de repente. «Según tú, ¿qué es aquello?» e indicó un punto oscuro sobre la pantalla principal.

«Ni idea... no se ve bien. ¿Qué dicen los sensores?»

«No están detectando nada. Según ellos allí no hay nada más que arena pero a mí me parece ver algo más.»

«Es imposible que los sensores no detecten nada. Prueba a hacer un test de calibración.»

«Dáme un segundo.» Petri trasteó con una serie de comandos holográficos y a continuación sentenció «Los parámetros están dentro de lo normal. Parece que todo funciona correctamente.»

«Extraño... Intentemos acercarnos un poco.»

La nave espacial número seis se movió lentamente en dirección a aquel extraños objeto que parecía aflorar de la capa de polvo y arena gris.

«Máxima ampliación» ordenó Azakis. «¿Pero qué es?»

«Por lo poco que se consigue ver, parece una sección de una estructura artificial» intentó adivinar Petri.

«¿Artificial? No creo que ninguno de nosotros haya instalado nada sobre la luna.»

«Quizás hayan sido los terrestres. Creo haber leído en algún sitio que han hecho unas cuantas expediciones sobre este satélite.»

«Lo más extraño es que los sensores no están revelando nada de aquello que, sin embargo, están viendo nuestros ojos.»

«No sé qué decirte. Quizás la explosión los ha dañado.»

«Pero si acabo de hacer una prueba y todo estaba en orden» rebatió Azakis perplejo.

«Entonces, esa cosa que estamos viendo debió de ser hecha con un material desconocido para nosotros y que nuestros sensores no son capaces de analizar.»

«¿Quieres decir que los terrestres han conseguido inventar un compuesto que ni siquiera nosotros conocemos, lo han traído hasta aquí arriba y han construido una base o algo parecido?»

«Y, para colmo, ahora la hemos destruída» comentó Petri desconsolado.

«Nuestros amigos no dejan jamás de sorprendernos, ¿eh?»

«Cierto... Bueno, nos hemos dado un paseíto. Yo diría que, por el momento, lo dejásemos correr. Tenemos cosas más importantes que hacer ahora. ¿Qué dices, jefe?»

«Digo que tienes toda la razón. Dado que de la Theos no ha quedado nada que podamos reutilizar pienso que podríamos irnos de aquí.»

«¿En ruta hacia la tierra?»

«Volvamos al campamento de Elisa e intentemos utilizar su H^COM para contactar con Nibiru.»

«¿Y nuestros compañeros de viaje? No podemos dejarlos de ninguna manera aquí arriba» dijo Petri.

«Debemos organizar una base de apoyo en la tierra. Podremos instalar una especie de campamento cerca del de nuestros amigos.»

«Me parece una genial idea. ¿Advierto al resto de la tripulación?»

«Sí. Dales las coordenadas del campamento de la excavación y pídeles que organicen la preparación de una estructura de emergencia. Nosotros descenderemos primero y nos ocuparemos de contactar con los Ancianos.»

«Vamos» exclamó Petri alegremente. «Y pensar que hasta hace poco me preocupaba qué podría hacer para superar el aburramiento del viaje de regreso.»

En el mismo momento, a una distancia de, aproximadamente, 500 U.A.2 de nuestro sol, un extraño objeto de forma oval apareció prácticamente de la nada, precedido de un rayo azulado que rasgó el negro absoluto del espacio. Se movió en línea recta durante casi cien mil kilómetros a una velocidad increíble antes de desaparecer de nuevo, engullido por una especie de enorme vórtice plateado con reflejos dorados. Toda la acción duró sólo unos pocos segundos tras lo cual, como si nada hubiese sucedido, aquel lugar tan remoto y desolado del espacio profundo entró de nuevo en la quietud total en la cual había estado inmerso hasta ese momento.

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