Investigando las migraciones en Chile

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© LOM ediciones Primera edición, noviembre de 2021 Impreso en 1000 ejemplares ISBN Impreso: 9789560014566 ISBN Digital: 9789560014832 Este trabajo de investigación fue financiado por ANID – Programa Iniciativa Científica Milenio – Núcleo Milenio Movilidades y Territorios -MOVYT, NCS17_027 Cada artículo de esta publicación fue sometido a una rigurosa evaluación ciega de pares externos. Fotografía de portada: gentileza de Cristian Ochoa Espinoza Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 6800 lom@lom.cl | www.lom.cl Diseño de Colección Estudio Navaja Tipografía: Karmina registro n°: 310.021 Impreso en los talleres de gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile

Índice

  Introducción: la emergencia de campos de investigación

  Prólogo

  Migración, ciudad y áreas metropolitanas

  Migraciones, cuidados y género: panoramas del debate en Chile

  Intervención social, interseccionalidad y migración en Chile: un dispositivo para «hacer hablar y ver» desde la diferencia

  Emociones en el trabajo doméstico y de cuidado migrante: un nuevo campo de estudio

  Migración internacional en los territorios agrarios de Chile: aproximaciones teóricas a un nuevo campo

  La movilidad humana, la frontera y las relaciones internacionales en Tarapacá. De región multinacional a espacio transfronterizo

  Migración y educación: avances y desafíos para la investigación en el campo nacional

  La migración internacional como determinante social de la salud: el caso de Chile

  Biografía autores/as

Introducción: la emergencia de campos de investigación

Jorge Moraga1 Daisy Margarit2 Walter Imilan3

Si bien hace veinte años el estudio de las migraciones era un campo consolidado en diversas partes del mundo, con variantes y pugnas en fluctuación según fueran los dispositivos de producción que los contenían, en Chile no pasaba de responder más bien a breves impulsos escriturales, iniciativas muy escasas y personales, rara vez institucionalizadas y menos aún programáticas. Hecho nada casual, pues solo desde comienzos de este siglo es posible constatar algún tipo de «ola migratoria» que tuvo notoriedad primero en los espacios sociales y luego, con cierto retraso, en la academia.

Los primeros ingresos de las ciencias sociales en la temática, estudios con más tinte de documentos de trabajo que de investigaciones extensas, sin mayor problematización teórica, dieron paso, recién hacia fines de la primera década, a otra realidad más compleja. Fue el momento de la emergencia de esfuerzos algo más programáticos, derivados de preguntas marcadas por la coyuntura, ante una ciudadanía inquieta al no disponer en sus discursos de algún aparato que permitiera la reflexividad ante la llegada de los «otros». Sin embargo, los primeros marcos teóricos interpretativos fueron construidos a partir de experiencias lejanas a la realidad migratoria chilena, básicamente centrados en literatura española o norteamericana, lo cual explica la ausencia de una perspectiva latinoamericana, y en particular desde Chile. Los estudios en Chile obedecían a miradas históricas, desde la demografía, y un incipiente campo en otras disciplinas, que recién a partir del 2006, cuando la encuesta Casen incorporó preguntas referentes al lugar de nacimiento, por ejemplo, se comenzaron a generar bases de datos para el estudio desde la mirada más cuantitativa.

En ese medio, la producción de las ciencias sociales se vio hegemonizada por aparatos teóricos que problematizaban, por una parte, en torno a la ciudadanía, al lugar de la ley y el Estado, a la segregación social o a las políticas de inclusión y reconocimiento de la diferencia cultural. Por ello muchos estudios se posicionaron –en una línea presente hasta hoy– desde una perspectiva de derechos, en tanto la definición misma de lo migrante corresponde a criterios estatales basados en la ciudadanía; y por otra, aparatos teóricos que levantaban la necesidad de llenar de «contenidos» esa diferencia, explicar las características culturales, las legitimidades de sentidos y prácticas de esos «otros» a veces tan extraños, comprendiendo por lo general esa diferencia bajo el prisma de un nacionalismo metodológico, entendido como eje de diferenciación étnica al decir de los estudios globales, prisma que tendió a construir tantas diversidades como orígenes de países existieran en nuestra sociedad. Fue el momento de una pequeña explosión escritural –pequeña pues debemos reconocer que el campo siempre ha sido menor y nunca ha terminado de emerger–, de una miríada de artículos, estudios e investigaciones de mayor o menor calibre sobre los más diversos sujetos nacionales, desde peruanos, bolivianos o haitianos, hasta chinos, argentinos y venezolanos.

En este libro intentamos dar cuenta de otra escena, la actual, que sin duda deriva de la anterior, con sus continuidades y fricciones. Tras esos primeros veinte años no han sido pocos los giros y travesías en los estudios sobre migraciones. Quizás lo primero que llama la atención, al observar no solo la producción que se presenta en este libro es el ingreso en áreas que trascienden el estudio de la migración, entendida como la llegada de un «otro», quien deja a la vez de ser explicado por las diferencias de origen y de su posible acople o no en destino, para ser leída desde otros haces de poder, muchas veces de carácter continental o global, lo que al parecer define un nuevo objeto.

Ya en el primer capítulo, «Migración, ciudad y áreas metropolitanas», Walter Imilan, Daisy Margarit y Jorge Moraga, a partir del fenómeno de la metropolitización latinoamericana de mediados del siglo XX, logran hilvanar los relatos académicos en torno a la centralidad de las migraciones en la configuración de esas urbes, rasgo que se mantiene hasta la actualidad, en un nuevo siglo en el cual las políticas de liberalización del suelo y retracción del Estado como ente regulador parecen exacerbar las inequidades originales. En su recorrido, los autores profundizan en una idea central: que la migración transforma el espacio urbano y a la vez introduce y modifica prácticas y significaciones que expanden los repertorios de las personas y comunidades que la habitan.

Luego, en lo que tal vez nombre una definitiva pérdida de inocencia en torno a los estudios migratorios, el recorrido analítico e histórico que ofrecen Menara Guizardi y Herminia Gonzálvez en «Migraciones, cuidados y género: panoramas del debate en Chile», subraya aspectos metodológicos y de contenido que evidencian los condicionamientos externos que configuran la producción científica del tema. En esa línea, la «mujer migrante» deja de serlo para comenzar a ser leída en las tramas incluso epistemológicas que la construyen en tanto mujer, en diálogo y tensión con un poder también comprendido como una multiplicidad. Así lo muestra el capítulo de Caterine Galaz V. y Catalina Álvarez «Intervención social, interseccionalidad y migración en Chile: un dispositivo para “hacer hablar y ver” desde la diferencia», quienes visibilizan los puntos ciegos de las relaciones de poder en los procesos de intervención que afectan de manera particular a las mujeres migradas. En el mismo eje sobre género y migración se instala el texto de Sandra Leiva Gómez y Andrea Comelin Fornes «Emociones en el trabajo doméstico y de cuidado migrante: un nuevo campo de estudio», el cual reafirma la consolidación de la temática, esta vez marcando un giro cada vez más potente hacia la esfera de los «cuidados», las «emociones» y el «sufrimiento», tomando como ejemplo el caso de las trabajadoras bolivianas en Chile. Estos textos dan cuenta de la incipiente consolidación en Chile de una temática en diálogo con centros académicos de carácter global y regional y quizás, por lo mismo, es posible percibir su mayor encuadramiento reflexivo.

Por su parte, los capítulos de Eduardo Osterling y Héctor Pujol «Movimiento social migrante en Chile: politización, dinámicas orgánicas, y ciudadanías», y de Stefano Micheletti y Consuelo González «Migración internacional en los territorios agrarios de Chile: aproximaciones teóricas a un nuevo campo», hablan desde sitios reflexivos que, si bien han tenido extensas derivas mundiales, en nuestro país no presentan continuidades institucionales significativas (migración/movimiento político; migración/«agro-urbe» y producción agraria). Quizás por lo mismo, sus contenidos, pese a instalarse en dicho diálogo, toman un aspecto de libertad que aporta datos frescos recogidos en terreno, mostrando desde los propios actores una data inusualmente tratada por la academia. El primero de ellos trasciende las habituales discusiones sobre transnacionalismo migrante para aventurarse en los procesos de politización de estas comunidades, caracterizando a sus organizaciones, entendidas como movimientos sociales. El segundo, luego de comprobar el ingreso de nuevos actores migrantes en los territorios analizados (Cachapoal y Maule), explora la hipótesis de que dicha reorganización demográfica, social y económica sería consecuencia de las modificaciones en las pautas productivas de la agroindustria. La filiación del texto con las causalidades «infraestructurales» marca una novedad en los estudios migratorios, aparte de su sujeto de estudio.

 

El último grupo de textos, más marcados por exigencias relacionadas con problemáticas del Estado y la inclusión del migrante, también responde al desarrollo de cuerpos teóricos especializados, que se han separado y logrado autonomía frente a lo que en un primer momento respondió al campo indiferenciado de los «estudios migratorios».

En «La movilidad humana, la frontera y las relaciones internacionales en Tarapacá. De región multinacional a espacio transfronterizo», Marcela Tapia Ladino y Cristián Obando Santana indagan en el vínculo entre migraciones y relaciones internacionales en el espacio de la frontera chilena de Tarapacá y Antofagasta con Bolivia. Lo hacen desde una perspectiva local y transfronteriza, que junto con leer la zona desde los principales hitos históricos, aplica enfoques desde una perspectiva local y transfronteriza, más allá de los clásicos relatos teorizados desde otros hemisferios.

Por su parte, Rolando Poblete, en «Migración y educación: avances y desafíos para la investigación en el campo nacional», revisa las principales líneas de investigación nacionales e internacionales, subrayando los focos y brechas de conocimiento que presenta este subcampo, muy marcado por su contingencia y actualidad, en tanto los hijos de migrantes en su mayoría aún no terminan sus estudios básicos. Indaga, pese a esto, en los principales desafíos al observar un sistema altamente homogéneo y uniforme que recibe una pluralidad hasta ahora desconocida.

Cierra la serie «La migración internacional como determinante social de la salud: el caso de Chile» donde Báltica Cabieses Valdés argumenta sobre la idea, ya bien instalada, de que la migración internacional puede ser un potente determinante social de la salud. Con ese fin describe la situación de Chile para luego develar distintas dimensiones críticas de la experiencia de migrar, asentarse e integrarse en ese país.

Una vez presentado el conjunto de textos que conforman este volumen, nos queda aventurar el punto de vista que aglutinó su edición, quizás como una propuesta de clave de lectura o uso de los mismos, intuible y esbozada desde las primeras líneas. Nuestra intención, conscientes de su a veces escasa relevancia ante las posibles lecturas, ha sido por una parte mostrar las líneas actuales sobre las cuales se despliegan nuevos temas y aparatos teóricos, en diálogos interdisciplinarios que intentan evitar el riesgo y sesgos de construir un campo de la migración cerrado en sí mismo. Junto con ello, independientemente de si la institucionalización de los estudios sobre migraciones derivados de categorías del Estado-nación y la legitimación de la epistemología étnica han conllevado o no a una mayor exclusión y discriminación de los migrantes entendidos como no-ciudadanos, nos parece más bien que se ha abierto una brecha que obliga a la revisión de los mismos conceptos de «migración», «cultura» y «sociedad». Desde esa coyuntura, el texto en su conjunto invita a avanzar en el proceso de «de-migrantizar las ciencias sociales» (Dahinden 2016), en un diálogo más fuerte con diferentes análisis más allá de las categorías recién descritas. Para ello, los estudios de migración se debieran combinar de forma más decidida con otros campos y líneas teóricas en desarrollo en Chile y el continente. Quizás, como ya se deja entrever, estos estudios tienden a dejar de ser sobre personas migradas y pasan a infiltrar y discutir en los diferentes campos sociales en los que se entreveran.

Referencias bibliográficas

Dahinden, J. (2016). A plea for the «de-migranticization» of research on migration and integration. Ethnic and Racial Studies, 39(13), 1-19.

1 Instituto de Investigación y Postgrados, Facultad de Derecho y Humanidades. Universidad Central de Chile.

2 Instituto de Estudios Avanzados IDEA, Universidad de Santiago de Chile, USACH.

3 Universidad Central de Chile y Núcleo Milenio Movilidades y Territorios.

Prólogo

Francisca Márquez4

Este libro nos llega en un momento importante y decisivo de nuestra historia. Un momento en el que se re-vuelve, se re-piensa y se re-escribe el devenir de nuestra sociedad. En estos tiempos del post estallido e insurrección, las categorías de comprensión de nuestras culturas parecen desestabilizarse para entregarnos nuevos aprendizajes. Lo fascinante es que quienes aquí escriben lo saben, saben que algo nuevo se gesta en nuestra historia y en nuestras culturas. Desde la introducción en adelante, cada uno de los investigadores e investigadoras se interroga sobre el propio lugar desde donde observar el movimiento y las migraciones en nuestros territorios. Quienes aquí escriben nos invitan a desplazar la mirada, una mirada oblicua y descentrada que nos permita comprender que de algún modo todos somos migrantes, todos somos extranjeros en nuestros territorios, y que las marcas de las fronteras que no osamos cruzar, de puro miedo a la muerte y a lo desconocido, están aquí en nuestros propios cuerpos y miradas.

El extrañamiento reflexivo de los autores y las autoras es lo que les permite desenfocar la mirada y aplicar un filtro cromático para desmigrantizar o, mejor aún, mixturar la realidad. Desenfocar la mirada les ayuda también a ensayar nuevos e impensados encuadres para sustituir al otro migrante por una nueva cromática del nosotros migrantes. Ya no se trata entonces de focalizar en el otro, sino en el nosotros, porque todos somos parte activa del problema. Ya no se trata de empatía o solidaridad; el me too que millones de mujeres gritaron frente al abuso es también, ¡yo soy! Solo que ahora el me too se grita desde nuestras propias fronteras, esas que duelen y que piden ser suturadas para poder ser transitadas.

En este libro se reconoce una variedad de filtros que cada autor/a aplica a su mirada, a su pensar y a su escribir. Hay filtros que sirven para dar tonalidades más cálidas o frías; hay otros que contribuyen a reforzar los claros y oscuros para así producir mayor contraste; hay filtros, en cambio, que producen grados de saturación para transitar desde el blanco y negro al colorido extremo; y hay filtros que permiten mejorar la nitidez en esas fotografías con cierto desenfoque. Con cada cada uno de estos filtros, los autores buscan perfeccionar y ajustar su enfoque para así poder ingresar en ámbitos que trasciendan la distancia aséptica y bien intencionada de las ciencias sociales. En este ejercicio, la cromática y los grados de nitidez aplicados presentan grados y resultados diferenciados, porque de eso se trata, de atreverse a descentrar y descolonizar la mirada para develar así las profundas tramas del poder que nos habitan. Desordenar, descentrar y aplicar nuevos filtros a la mirada para desamarrar ese entramado de poder que subyace en nuestra escritura.

En efecto, solo cuando esos nudos se desatan y esos filtros se aplican, se descubre que la «mujer migrante» deja de serlo para comenzar a ser comprendida en diálogo con las múltiples tramas del poder que condicionan su existencia. De ahí, como nos advierten Guizardi y Gonzálvez, el especial cuidado epistemológico frente a las categorías analíticas empleadas. Un cuidado que no se explica solo por la complejidad de la relación entre el género y la experiencia migrante, o por la interseccionalidad de la exclusión y su subalternidad, sino también porque quienes escriben, las dos autoras, son mujeres que han migrado a Chile. De allí que «los debates sean enunciados desde una posición que molesta la estabilidad de la bipolaridad analítica entre sujetos y objetos de estudio». Como ellas mismas nos advierten, «somos mujeres la mayoría entre las que estudian las experiencias femeninas migrantes en Chile, porque hay una interpelación entre nosotras y las condiciones de subjetividad de las mujeres que estudiamos. El pensamiento social es una experiencia eminentemente política» (Gramsci, 1982). «Cualquier investigación que no se proponga atender en términos teóricos a estas inferencias corre el riesgo de reproducir los mismos mecanismos simbólicos a partir de los cuales se invisibiliza la operación de estos procesos de marginación».

Las recientes manifestaciones que recorren y agitan nuestras tierras latinoamericanas nos dejan en claro que no solo la condición femenina es constitutivamente heterotópica y fronteriza, también lo son los jóvenes, los ancianos, los pueblos originarios y, por cierto, la clase trabajadora en su conjunto. Aprender a mirar a la sociedad desde la mirada de la diferencia y el extrañamiento es en cierto modo un ejercicio de descolonización y de desnaturalización de nuestro quehacer, de nuestra escritura y de nuestros marcos epistemológicos. Es admitir también que no existen desafíos universales; la enunciación es siempre situada, nos recuerda la antropóloga y filósofa Ochy Curiel (2020). Las consecuencias políticas y culturales de estas miradas descentradas son ciertamente insospechadas. Si admitimos que cada uno/a de nosotros, y la sociedad en su conjunto, somos trashumancia, heterotopía y liminalidad, las posibilidades que se nos abren son ilimitadas, no solo en términos de la construcción de la alteridad con ese extraño que soy yo mismo, sino también en el análisis de las condicionantes estructurales que nos delimitan.

De allí también el cuidado con la violencia simbólica que los dispositivos del poder instalan entre los migrantes como sujetos de agenda pública. Escudados en la justificación del acceso a derechos ciudadanos, nos advierten Galaz y Álvarez, la construcción de procesos de subalternización social terminan por permear la mirada y las prácticas de nuestra sociedad. Nuevamente las autoras insisten en develar esos nudos ocultos del poder a través de la mirada crítica y oblicua sobre el propio quehacer para así visualizar «las relaciones de privilegio en las que se ubican las personas nacionales que desarrollan la intervención social, desde dónde se reifican determinadas categorías de sujetos como objetos de intervención –estandarizadas, universales y homogeneizantes–, legitimando una diferenciación dicotómica entre nacional/extranjera» (Galaz y Álvarez: xx). En la misma línea, Poblete advierte de las paradojas de las escuelas públicas, pues si bien son espacios protegidos, ellas se han transformado en «escuelas para migrantes», constituyendo una suerte de gueto que niega e impide la realización de su carácter inclusivo.

Pero no es solo el ámbito de la cuestión pública la que se observa con sospecha; también el mercado y la estrecha conexión entre la naturaleza agraria y el actual flujo migratorio. A través de un riguroso estudio, Micheletti y González nos confirman que la dinámica migratoria no es ajena a los ritmos del trabajo y temporalidades de la agroindustria, relación que una vez más devela la trama oculta de los poderes económicos en la producción de la subalternidad. Historia antigua y sabida. Tan antigua como los movimientos de transfronterizos que se han invisibilizado por las claves nacionales y Estado-céntricas predominantes en la historiografía. No cabe duda, señalan Tapia y Ovando a propósito del carácter poliédrico de los movimientos de población, que «el mayor desafío empírico y teórico para analizar las relaciones internacionales consiste en que se revisen los presupuestos nacionales/istas y separadores, desde los cuales han sido concebidos estos esquemas, para propender a relaciones más cooperativas y de acercamiento». Un acercamiento que rompa, en estos términos, con los colonialismos internos y se abra a un cruce de fronteras que diversifique las hablas y lecturas de la realidad, posibilitando así el roce y fricción entre saberes acreditados institucionalmente y saberes históricamente desacreditados y subalternizados.

 

En tiempos de pandemia la cercanía de saberes y experiencias subalternas adquiere especial relevancia en la construcción de nuestras sociedades. Sabemos que para el año 2011 en América Latina y el Caribe unos 25 millones de personas (alrededor del 4% de la población total) había emigrado a otro país (OIM, 2012). No cabe duda de que la migración es un determinante social de la salud y de la cadena de cuidados doméstico que no cesa de requerir mano de obra migrante y femenina, como apuntan Leiva y Fornes. En momentos de confinamiento y especial vulnerabilidad, los desafíos de convivencia de personas de múltiples adscripciones sociales, y que se relacionan cotidianamente en espacios públicos, implican serios desafíos. Lejos de apostar a la idea normativa de «igualación», de «integración» o «asimilación» como referentes hegemónicos de adscripción para las personas migrantes, Imilan, Margarit y Moraga nos sugieren cambiar el foco para migrantizarlos e incorporar lo migrante a la comprensión del fenómeno urbano. En cierta forma, la invitación es a tomarse en serio la condición urbana en su carácter diverso, heterotópico, en el campo de lo posible.

Finalmente, el libro nos introduce en la deriva política de la «cuestión migratoria» a partir de las organizaciones de la sociedad civil que trabajan por la construcción de culturas inclusivas y democráticas basadas en el respeto a la diversidad y a los derechos humanos, como desarrolla el texto de Poblete. Osterling y Pujols, en tanto activistas que ambos son, enfatizan en el movimiento social migrante desde su aporte a la política y a la ciudadanía, entendida como contestación migrante, una participación política que tiene más de 25 años en el escenario local y que ha permitido dar forma a la «ciudadanización de la política migratoria» (Domenech, 2008). La campaña «Migrantes con voz y voto» para la participación en el proceso constituyente, es quizás el más claro ejemplo de esta búsqueda de reconocimiento como integrantes plenos de la comunidad política. En efecto, cerca de 350 mil personas extranjeras residentes en el país fueron incorporadas al padrón electoral, gran logro de una ciudadanía insurgente que trabaja por la ciudadanización de la política migratoria para acceder a condiciones mínimas de supervivencia y ampliar el concepto de ciudadanía no solo como acceso a derechos, sino también como acceso al reconocimiento y al respeto (Sennet, 1995).

En síntesis, habría que terminar señalando que los textos aquí presentados transitan entre enfoques y perspectivas que son revisitadas bajo nuevos prismas, tales como el perspectivismo, la interseccionalidad de raza/clase/género/ y la provocadora reflexión que nace desde las antropologías y sociologías aplicadas y colaborativas. Estas discusiones incorporan no solo una perspectiva de extrañamiento reflexivo y crítico, sino también una dimensión cosmopolítica que asume los problemas contemporáneos y latinoamericanos a la luz de los desafíos políticos y culturales globales (Stengers, 2014). Desde esta dimensión cosmopolítica no interesa clausurar el lente, sino abrirlo a una diversidad de filtros para capturar la riqueza de los matices y cromáticas que el colectivo nos ofrece. En esta perspectiva, cada uno de los autores/as no clausura o cierra su mirada, sino que se abre a pensar la multiplicidad de ensambles que hacen posible la política colectivamente, para así navegar a contracorriente de este mundo moderno, que convierte a los muchos mundos existentes en uno solo: el mundo del individuo y el mercado (Escobar, 2015).

Finalmente, habría que admitir que la figura del migrante y la del extranjero siempre incomodan, sea cual sea su origen, su sexo, su color. Los disensos que ellos provocan, como figuras de la modernidad que son, suelen ser expresión de temores y mundos ocultos que pugnan por expresarse. De allí las preguntas que ellos suscitan en nosotros: ¿hasta qué punto estamos preparados y dispuestos a asimilar el disenso y la construcción de una cultura más diversa e inclusiva? ¿Cómo cartografiar esos mundos provenientes de horizontes lejanos de modo que nos atrevamos a perderles el miedo? ¿Qué consecuencias sociales y políticas se desprenden de aquellos que colaboran activamente en la traducción de estos mundos extraños? Si muchos mundos emergen, ¿cuántos derechos necesitamos?

4 Universidad Alberto Hurtado, Chile.