Czytaj książkę: «Terroristas modernos»

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Cristina Morales


Cristina Morales (Granada, 1985) es licenciada en Derecho y Ciencias Políticas y especializada en Relaciones Internacionales.

Ha escrito las novelas Lectura fácil (2018), Terroristas Modernos (2017), Malas palabras (2015), Los combatientes (Premio INJUVE de Narrativa 2012 y Finalista del Festival du Premier Roman de Chambéry a la mejor primera novela publicada en España en 2013), y el libro de relatos La merienda de las niñas (2008). Sus cuentos han aparecido, entre otras antologías, en Riesgo. Antología de textos :Rata_ (2017), Última temporada: Nuevos narradores españoles 1980-1988 y Bajo treinta: Antología de nueva narrativa española (ambas en 2013).

En 2015 le fue concedida la Beca de Creación Literaria de la Fundación Han Nefkens y en el curso 2007-2008 fue residente de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. En 2018 obtuvo el Premio Herralde de Novela y en 2019 el Premio Nacional de Narrativa, confirmando a Cristina Morales como una de las escritoras con más calidad y proyección de su generación.

Candaya Narrativa, 43

TERRORISTAS MODERNOS

© Cristina Morales, 2017

Primera edición impresa: marzo de 2017

© Editorial Candaya S.L.

Camí de l’Arboçar, 4 - Les Gunyoles

08793 Avinyonet del Penedès (Barcelona)

www.candaya.com

facebook.com/edcandaya

Diseño de la colección:

Francesc Fernández

Imagen de la cubierta:

Anup Mathew Thomas

Maquetación y composición epub

Miquel Robles

BIC: FA

ISBN: 978-84-15934-73-8

Depósito Legal: B 6125-2017

Este libro se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2019 en los talleres de Estugraf Impresores SL, en Ciempozuelos (Madrid).

Un jurado formado por los escritores Eloy Fernández Porta, Elvira Navarro y Miguel Serrano Larraz concedió por unanimidad a Cristina Morales la Tercera Beca de Creación Literaria convocada por la Fundación Han Nefkens en colaboración con el Máster en Creación Literaria de la UPF Barcelona School of Management, con la ayuda de la cual se escribió Terroristas modernos.

Actividad subvencionada por el Ministerio de Cultura y Deporte



Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier procedimiento, sin la previa autorización del editor.

Hay una situación política especial que suele darse cuando están acabando las dictaduras personales (…). En estas situaciones conspirar y vivir son casi lo mismo. La conspiración tiende a ser un quehacer literario popular en el que se ejercita la imaginación. Si no se conspira se dice que se conspira y prácticamente es igual.

Enrique Tierno Galván, Anatomía de la conspiración, 1962

Índice

Portada

Autora

Créditos

Cita

Índice

TERRORISTAS PRINCIPALES

I. NACIMIENTO DEL ESTADO MODERNO

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II. CONSPIRAR Y ENAMORAR SON LO MISMO

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III. NACIMIENTO DEL TERRORISMO MODERNO EN ESPAÑA

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IV. CONSPIRAR Y MONTAR UN FIESTÓN SON LA MISMA COSA

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V. FIESTA TERRORISTA Y DIVISIONES INTERNAS

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VI. RESACA TERRORISTA Y REPRESIÓN POR EL CLÁSICO TERRORISMO DE ESTADO

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VII. TRIUNFO DEL PERIODISMO

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Dedicatoria

TERRORISTAS PRINCIPALES

Por orden de aparición

Catalina Castillejos: Propietaria latifundista y comerciante de aceite, administradora de un negocio familiar. Integrada en la conspiración pero no en su estructura triangular.

Vicente Plaza: Excapitán de Húsares del ejército regular español, combatió en la Guerra de Independencia y fue degradado tras la vuelta al trono de Fernando VII. Es ángulo inferior de Diego Lasso.

Francisco Espoz y Mina: Excomandante del ejército regular español así como de guerrilla. Combatió en la Guerra de Independencia y fue degradado tras la vuelta al trono de Fernando VII. Exiliado en París, es el ángulo superior de Juan Antonio Yandiola.

Juan Antonio Yandiola: Exsecretario de Hacienda antes de la Guerra de Independencia y exdiputado de las Cortes Cádiz. Es uno de los ángulos superiores de Richart.

Mariano Renovales: Excoronel de los Húsares del ejército regular español, combatió durante la Guerra de Independencia y fue degradado tras la vuelta al trono de Fernando VII. Es otro de los ángulos superiores de Richart.

Diego Lasso: Exteniente de Húsares del ejército regular español, combatió en la Guerra de Independencia. Amigo y compañero de batalla de Vicente Plaza y, como él, degradado tras la vuelta de Fernando VII. Es el ángulo superior de Vicente Plaza y José Vargas, y uno de los ángulos inferiores de Richart.

Domingo Torres: Exmiembro de la Junta Censora de las Cortes de Cádiz. Poeta, editor y autor del fanzín Las Amenidades Literarias. Redactor asimismo de La Gaceta de Madrid y compañero de cuarto de Juan Antonio Yandiola. Es ángulo inferior de Juan O’Donojú O’Brien y superior de Jaime Somorrín.

José Vargas: Exguerrillero de la Guerra de Independencia. Es ángulo inferior de Diego Lasso y superior de Mateo Arruchi y Arnaldo Cuesta.

Juan O’Donojú O’Brien: Exteniente de Húsares del ejército regular español, combatió durante la Guerra de Independencia. Oficial del Ministerio de Guerra. Ángulo superior de Domingo Torres.

Arnaldo Cuesta: Exguerrillero de la Guerra de Independencia, trabaja como tramoyista en la compañía de fantasmagorías González Mantilla. Es ángulo inferior de José Vargas y superior de Lolo Martínez y Fermín Carnicero. Marido de Ana Luisa Gil.

Ana Luisa Gil: Colaboradora de la compañía de fantasmagorías González Mantilla y esposa de Arnaldo Cuesta.

Mateo Arruchi: Empleado de panadería y conspirador con dos ángulos superiores: José Vargas, su padrino, y Jesús Molina, compañero de trabajo de la panadería donde está empleado.

Richart: Exespía y exintendente al servicio del ejército regular español y de algunas partidas guerrilleras en la Guerra de Independencia, exoficial del Ministerio de Guerra y exabogado de los Reales Consejos. Artífice de la conspiración y nexo de unión entre diversos ángulos inferiores y superiores.

Francisco Esbri: Exguerrillero de la Guerra de Independencia. Es ángulo inferior de Vicente Plaza.

Ramona Pont (Moneta): Prima de Richart, el cual vive en su casa y al cual encubre. Es madre de Josete (José Velázquez) y esposa de Blas Velázquez.

Petra Montes: Dueña de un taller de costura clandestino. Se encuentra en la órbita de la conspiración pero no en su estructura. Esposa del sastre Tomás Álvarez.

Tomás Álvarez: Dueño de un taller legal de costura. Marido de Petra Montes, de quien es cómplice.

Antuán Bombón: Dueño de una moderna tienda de trajes fabricados en serie, exiliado en Madrid debido a la persecución de los opositores de Napoleón en Francia. Se encuentra en la órbita de la conspiración pero no en su estructura.

María Manuela López de Ulloa: Poeta regalista autora de versos en apoyo absolutismo. Perseguida y condenada por la censura dirigida por Domingo Torres durante las Cortes de Cádiz. Asiste al baile clandestino de la conspiración.

Jesús Molina: Exguerrillero de la Guerra de Independencia. Trabaja como vendedor ambulante de bollos. Es ángulo superior de Mateo Arruchi, Pedro Pomares y Manolo Montalvo. Se desconoce su ángulo superior.

Pedro Pomares: Exguerrillero de la Guerra de Independencia. Ángulo inferior de Jesús Molina.

Manolo Montalvo: Exguerrillero de la Guerra de Independencia. Ángulo inferior de Jesús Molina.

Alfonso Beiro: Mozo de cordel y músico. Integrado en la conspiración pero fuera de la estructura triangular.

Leonardo Güemes: Mozo de cordel y músico. Integrado en la conspiración pero fuera de la estructura triangular.

Aleixo Prado: Mozo de cordel y músico. Integrado en la conspiración pero fuera de la estructura triangular.

Jaime Somorrín: Artista de la compañía de fantasmagorías González Mantilla. Es ángulo inferior de Domingo Torres.

González Mantilla (el dueño): Dueño y artífice de la compañía de fantasmagorías de su mismo nombre y con la que participa en el baile clandestino de la conspiración.

Sargento Núñez: Guardia de Corps del rey. Es ángulo inferior del coronel Rovira, también Guardia de Corps.

Coronel Rovira: Guardia de Corps del rey. Es ángulo superior del sargento Núñez, también Guardia de Corps.

Coronel Solana: Guardia de Corps del rey. Integrado en la conspiración aunque se desconocen sus ángulos inferiores y superiores.

Ramón Calatrava: Oficial de un Ministerio. Es otro de los ángulos superiores de Richart.

Blas Velázquez: Primo político de Richart por ser el marido de su prima carnal Ramona Pont (Moneta) y padre de José Velázquez. Encubridor de Richart.

Jan Hipolit Wisniewski: Excapitán del ejército polaco en la Guerra de Independencia, aliado de las tropas napoleónicas. Está integrado en las altas esferas de la conspiración, aunque se desconocen sus ángulos inferiores y superiores.

Marqués de Santa Cruz: Encargado del vestuario de los conspiradores y de la decoración del baile. Está integrado en las altas esferas de la conspiración, aunque se desconocen sus ángulos inferiores y superiores.

I

NACIMIENTO DEL ESTADO MODERNO:

DE LA CONSPIRACIÓN LIBERAL AL TERRORISMO CONSTITUCIONAL. CIUDADANOS INDIGNADOS

1

La razón era una sola. El notario. Porque el notario era un liberal de los primeros, era amigo de los de la Constitución. Pasó las fiebres en Cádiz. El notario odiaba a Fernando séptimo y no le importaba jugarse el puesto porque tenía buenos amigos, los de la Constitución, que podrían colocarlo en una capital liberal, en la misma Zaragoza. Por eso se pasaba por los cojones los decretos de marzo de 1814 y no los aplicaba. Si le venía un terrateniente que no quería pagarle el diezmo a la Iglesia, le hacía un papel diciendo que no tenía medios suficientes para mantener a su familia y lo excusaba del diezmo. Si le venía un criollo diciendo que no le dejaban ejercer de médico por criollo, el notario le hacía un papel diciendo que su padre y su madre eran españoles y que la negrura le venía de los bisabuelos, y que ganó una medalla en Bailén. Si le llegaba una mujer diciendo que era la mayor de cinco hermanos, todos machos, y que el padre en su testamento la había ignorado, el notario hacía un papel que decía que la hermana mayor se hacía cargo de toda la herencia porque también se tenía que hacer cargo de los cuatro hermanos, y con viento fresco el mayorazgo.

Esa era la razón. Que el notario le había bailado el agua a Catalina Castillejos, que Castillejos se iba a quedar con doce hectáreas de olivos y él con ninguna. No se da cuenta el notario de que convertir el mayorazgo en mayorazgo de hembra también es injusto, es una injusticia pero moderna, que puestos a ser avanzados habría que dividir la tierra en partes iguales. De eso me doy cuenta hasta yo, que me importan una mierda la Constitución, Napoleón y el rey. Eso es porque la pretende, y pretendiéndola se queda él también con las doce hectáreas de olivos. Qué ama más el notario: la Constitución del doce o las doce hectáreas. Esa es la razón, el notario, porque a su hermana la adora. La ha abandonado en la taberna y ha enfilado el camino al Escorial solo con el mozo y el cochero. El cochero no ha tirado del caballo inmediatamente. Ha mirado antes a los lados y ha preguntado por la señorita, y en respuesta ha recibido la misma orden, más vigorosa y aguda, de que arranque. El mozo, sentado frente a él, lo ha mirado con una interrogación pavorosa. El hermano no ha soportado la censura y lo ha mandado al pescante. A ver si la lluvia te quita esa cara de retrasado, le grita, y se repite la única razón, el notario, sin pensar ni en lo que le dirá al padre ni en que se arrepentirá, ni en que dentro de una semana, cuando cierre el trato en Valladolid, volverá a por Castillejos desesperado y culpable porque la adora, de verdad que la adora.

2

Tú come tranquila que está diluviando. Ya aparejamos nosotros el coche. Le dejó el baúl afuera del mesón con la esperanza de que lo viera antes que nadie, y veinte napoleones entre la ropa. Catalina Castillejos terminó de cenar y fue al establo. Llamó al hermano preguntando su nombre, luego al mozo y al cochero, y sólo oyó el resoplido de una yegua y la lluvia a sus espaldas. Era cálido el establo. Salió y gritó Ángel, Migue, Filo, Migue, en mitad de la tormenta y de la plaza. Migue, Migueli. Vio un desorden por el suelo y perdió la prisa de estar mojándose. Reconoció los objetos como pistas escabrosas e inverosímiles, hasta que divisó su baúl saqueado. Agarrada a una camisa pensó nos han robado, los han matado, y corrió adentro. Los caballeros que estaban conmigo, ¿los ha visto usted? Cuáles. Un señorito recio algo más alto que yo, rubiasco, con terno azul, no, verde, con terno verde y con un mozo así flaco y otroah sí, la interrumpió el mesonero. Lo suyo lo han dejado pagado, no debe usted nada. ¿Que se han ido? El mesonero evitaba interesarse por ahorrarse la molestia del socorro. Sí señora. ¿Los ha visto usted irse? Sí señora, mi zagal les ha acompañado al establo y les ha cobrado la alfalfa, concluyó. ¿No le han dicho nada al chico antes de irse, ni a usted? ¿Dónde está el chico que le pregunte? No señora, no le han dicho nada al chico, volvió a concluir. ¿Es ese de ahí? ¡Eh! Oye, ¿no te han dejado un recado para mí los señores que se acaban de ir? Cuáles. Unos con un coche grande, como una diligencia pequeña. De cuántos caballos. De cuatro. Pardos. Sí. No, ningún recado. ¿Estás seguro? Sí señora. Tres pardos y uno más gris. ¿Con una mancha en la oreja el gris? ¡Exactamente! Ningún recado. ¿Y estaban normales o nerviosos? Muy normales y muy calmos, uno medio dormido. ¿El señorito iba medio dormido? No, señora, un caballo. El chico se acercó a Castillejos y susurró el señorito tenía prisa por irse, porque no me ha dado lugar ni a devolverle el cambio.

Depuso cualquier estrategia. El límite de la mente de Catalina Castillejos era su frente: esperaré aquí. Volvió a la lluvia y se puso a doblar la ropa mojada sobre el regazo mojado. Pero con qué dinero, pensó. Pasó la mano por el interior del baúl, sacudió la ropa que acababa de doblar, recorrió el baúl de nuevo. Esperaré aquí. El pensamiento seguro, de ida y vuelta, el muro de contención de los demás, acabó por derrumbarse. Pero con qué dinero. ¡Con qué dinero espero, ladrones!, dijo, y luego gritó con qué dinero, hijos de puta. Mal dolor te diera, ni un olivo vas a ver, ni una aceituna hijo de puta, y lloraba y se dejaba conducir por los brazos del mesonero niña, me espantas la gente. La llevó adentro, la sentó en una banqueta poco visible, le dio una manta y le soltó sus cosas a los pies. Esperas a que escampe y te vas.

Se hundía en las yemas de los dedos las varillas despuntadas de uno de sus corsés. Recordó la letra del cliente de Ciudad Real, tan amplia, tan bien separada, una caligrafía francesa que ella alabó. El de Ciudad Real cerró la compra por mi simpatía y por lo guapa que iba esa mañana. Recordó lo rojo que se puso su hermano y lo que le temblaron las manos cuando le pidió que le apretara el corsé, y ella tenía que decirle más fuerte, hombre. Ese recuerdo le espabiló un hijo de puta, a ver lo que eres capaz tú de vender con esa cara de malfollao, putero de mierda, te ahogues en aceite, masticó. Vio entonces a Vicente Plaza viéndola. Levantó la cabeza y vio a más hombres mirándola. Se le acercó uno y desde la mano cuajada de anillos le preguntó cuánto. Castillejos enderezó la espalda y apretó el corsé contra el corsé. Si quieres un anillo vas a tener que ser buena, ¿eh? Castillejos hizo una bola de sus cosas, se deslizó hasta el extremo de la banca y Vicente Plaza se le plantó delante. ¿Adónde vas? La pregunta se estampó en la frente de Castillejos como un sello: adónde voy. Yo te doy más, continuó Plaza. La hizo retroceder en la tabla de madera, se sentó a su lado y al otro le dijo vete. Eh que yo he llegado antque te vayas, ordenó Plaza, y el hombre obedeció quejoso. Se habrán creído estos bandoleros violaviejas¡que te estoy escuchando, te estoy escuchando! ¡A joderla!, replicó. ¡Cuestión de minutos!, se rio Plaza, y atrajo las risas de otras mesas. Hablar no hablas, pero maldices como el demonio, le dijo Plaza a Castillejos. Igual que un músculo se pone tenso, Castillejos puso la mente compacta: chaquetilla y dolmán desabrochados, colbac tiñoso, fajín flojo, peste a vino, cartuchera vacía. ¿Te vienes o no? Mente compacta: cartuchera vacía. Respondió sí con la cabeza.

Quítate eso de encima, por lo que más quieras, dijo Vicente Plaza sacándose las botas, ya en su silla, en su casa, en un tercer piso. Castillejos no supo dónde soltar la manta. Buscó la mirada de Plaza para que le indicara pero sólo le encontró la nuez prominente proyectando su pequeña sombra en la piel tersa. Posó la manta en el suelo, frente a sí y junto al baúl, a modo de frontera. Plaza vio el abrazo quieto de Castillejos entre el bulto de ropas y su cuerpo y le dijo suelta eso, está hecho un asco. Ven. Castillejos sumó el hatillo a la vana trinchera. Lo hizo despacio, se quedó en su sitio. ¡Ven!, gritó Plaza, y subió una pierna al reposabrazos. Castillejos miró directamente al centro del pantalón, el centro del pantalón miró directamente a Castillejos. Avanzó sobre el crujido de la madera. Llegó. Más, dijo Plaza. Volvió el agrio olor a vino. ¿Estás temblando? ¿No te gusto? Cuando la agarró por la cintura, cuando iba a besarla, Castillejos estornudó. Plaza bufó un torrente de aire y se limpió el moco de la cara. ¿Tienes la sífilis? Castillejos retrocedió, aturdida, a punto de llorar, culpándose la boca. ¡Que si tienes la sífilis! No señor no, respondió, y rodó la primera lágrima. Vicente Plaza se restregó la mano en la pechera, se levantó tirando la silla y desapareció en lo hondo de la casa. No me haga usted daño, me voy ahora mismo, suplicaba Castillejos, y los estornudos interrumpían su ruego a la oscuridad. Me iré ahora mismo señor no me haga daño, repetía, cada vez más ininteligible, hasta convertirse en un rezo señor por favor no me haga daño, se arrodillaba en el suelo, cruzaba las manos. Apareció una luz y un chisporroteo. Ven, la llamó. ¡Señor, señor, por favor! ¡Que vengas! Castillejos anduvo pesando los talones, pisando la llorera. Plaza avivaba la lumbre en cuclillas y se dejó caer con el culo. Quítate esa ropa, está chorreando. Vas a ponerte mala. La voz de Vicente Plaza era siseante, firme en algunas sílabas y luego imprecisa, doblada. La llama creció hasta descubrir un salón desordenado a pesar de sus pocos muebles, una mesa, un canapé. Duerme donde quieras. Cierras la puerta cuando te vayas. Se le resbaló un codo al intentar levantarse, ronroneó, se levantó al fin. Entró en la oscuridad, regresó con las cosas de Castillejos y las tiró a sus pies. Cierras la puerta cuando te vayas, repitió, y desapareció por último.

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