Czytaj książkę: «Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen I», strona 8

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2: LA CUESTIÓN MORAL

No hay duda de que todos los que piensan seriamente en la psicología están de acuerdo en que está íntimamente relacionada con muchas cuestiones morales. Simplemente, no se puede intervenir en la vida de una persona, en particular en el contexto de los problemas interpersonales y emocionales, sin reconocer un contexto moral. Un buen ejemplo es considerar el problema de la ética sexual. Es un lugar común que muchos problemas psicológicos involucran valores y tipos de comportamiento sexual. Tratar con ellos requiere que tanto los psicoterapeutas como los psicólogos teóricos tomen una postura moral. La mayoría de los psicólogos seculares tiende a dejar que el paciente determine la moralidad de las conductas sexuales relevantes, pero esta postura no es fiable. Por ejemplo, los psicólogos seculares a veces abogan por el comportamiento sexual pre- e incluso extramatrimonial como respuesta terapéutica a ciertos tipos de problemas; también es común que los psicólogos tengan una actitud positiva hacia la masturbación y a menudo la propongan como un comportamiento psicológicamente útil. Muchos tienen una actitud igualmente positiva hacia el aborto, y por supuesto, hoy en día, la actitud oficial de la mayoría de los psicólogos hacia los actos genitales homosexuales es de aceptación, normalmente de apoyo. Estas son claramente actitudes morales que no forman parte de ningún tipo de conocimiento científico.

Es significativo que todas estas posiciones morales seculares también se defiendan, frecuentemente, bajo las principales ramas protestantes, al menos en los países occidentales modernos y con la excepción de muchos evangélicos. La aceptación oficial por parte de numerosas sectas protestantes de las relaciones sexuales prematrimoniales, la anticoncepción, el aborto, el divorcio y los actos sexuales homosexuales es bien conocida. La aceptación de esta «nueva» moral va en contra de las normas morales de su propia tradición protestante, que durante cientos de años fueron esencialmente las mismas para todos los cristianos. A principios del siglo XX, las principales ramas protestantes condenaron el control de la natalidad, el divorcio y el aborto, y no podían imaginar un clero homosexual y un matrimonio entre personas del mismo sexo. Cuando, en la Conferencia de Lambeth de 1930, los anglicanos rompieron por primera vez con la posición moral cristiana establecida desde hacía tiempo sobre el control de la natalidad, las otras ramas protestantes los condenaron. Pero con el paso de los años estos cambios morales fueron aceptados lentamente, en apariencia debido a la amplia aceptación y aprobación de la cultura secular. Hoy en día, varias de las llamadas iglesias liberales o protestantes principal es al menos en las sociedades occidentales, tienen una moralidad sexual que es indistinguible de la cultura neopagana circundante. Algunas ramas protestantes conservadoras siguen rechazando los cambios más recientes en la moral sexual, pero hay razones para ser escépticos en cuanto a si estas posiciones se mantendrán, en vista de la respuesta final de los protestantes al control de la natalidad y el divorcio, que también rechazaron inicialmente.

El problema sustantivo, visto desde una posición católica, es que, al hacer estos cambios, muchos protestantes han aceptado puntos de vista que los católicos (y la mayoría de los ortodoxos orientales y muchos evangelistas) entienden como contrarios a la Escritura y que violan la tradición de la moral cristiana, bien establecida en la historia temprana de la Iglesia. Además, estos cambios, observados desde una perspectiva católica, son contrarios a la naturaleza y a los mejores intereses de la persona. Hay que añadir que existen algunas pruebas, las cuales creo que aumentarán en los años venideros, que demuestran que la violación de la ley moral con respecto a esas cuestiones sexuales conduce frecuentemente a producir un daño psicológico que el psicólogo cristiano debería tratar de aliviar; por ejemplo, el trauma postaborto, el daño causado a los niños por el divorcio y el daño causado por la promiscuidad y la pornografía (Fagan, 2009; Eberstadt y Layden, 2010); ese daño se hace no solo a las personas, sino también a las familias y a la sociedad.

La cuestión es que, sin un marco moral básico, ampliamente pertinente, acordado y acompañado de su correspondiente comprensión normativa de la persona, no parece posible conseguir una integración sustantiva de la psicología y la teología, ya que no queda clara la naturaleza de la realización humana en torno a la cual se formularía un sistema psicológico. En todas las cuestiones morales mencionadas, la posición católica es oficialmente clara y se articula y defiende sistemáticamente (Pablo VI, 1968; Juan Pablo II, 1993, 1995). Por supuesto, existe un gran número de católicos que rechazan la moralidad de la Iglesia, ya sea en la teoría o en la práctica. También hay algunos disidentes intelectuales que desafían estas posiciones, pero no tienen un estatus oficial en la Iglesia, y, como otros desafíos históricos propuestos de este tipo, los suyos raramente han llevado a ningún cambio doctrinal significativo dentro del catolicismo. Parte del apoyo a la moral católica tradicional ha provenido de un gran número de católicos que viven en sociedades no occidentales y que ven estos cambios morales como herejías peculiares de una cultura occidental rica, autocomplaciente, moribunda y ya no admirada.

En cualquier caso, aunque los cambios en las posturas morales católicas son posibles, son raros y, si se hacen, se hacen de forma clara y explícita. El resultado es que la teología moral católica tiene una particularidad específica y consistente internamente que le permite integrarse, al menos potencialmente, con la psicología. Por el contrario, la diversidad de puntos de vista en torno a cuestiones morales entre las diversas ramas protestantes hace que los intentos de integración queden divididos y, a veces, sean contradictorios. En resumen, tanto en la teoría como en la práctica es como mínimo posible aceptar un marco integrador común y se utilice en todo el mundo católico.

3: LA CUESTIÓN FILOSÓFICA

La tradición teológica cristiana ha apreciado durante mucho tiempo el importante papel de la filosofía a la hora de defenderla y apoyarla. Los católicos han sabido desde el primer período patrístico que el apoyo racional y filosófico a la fe es necesario y posible. Sin ese apoyo, filosófico y racional, no existe una forma de abordar la sociedad no cristiana circundante, una condición social que ahora vuelve a ser evidente (Juan Pablo II, 1998). Así, la tradición católica siempre ha sido capaz de defenderse, al menos en parte, dentro del lenguaje del discurso filosófico y racional, que es un lenguaje mucho más abierto a lo no cristiano que el de la teología pura y su aceptación basada en la fe de la revelación, las creencias y las prácticas cristianas.

Por supuesto, se han producido diferentes contribuciones filosóficas a la teología católica. Los enfoques agustino y tomista son dos de las principales tradiciones, por ejemplo. Más recientemente, Karol Wojtyła (1993) introdujo lo que él llama un personalismo tomista, una comprensión filosófica que ha pasado a ocupar un lugar destacado en la Iglesia gracias a un enfoque renovado de la dignidad de la persona y de las relaciones interpersonales (véase Crosby, 2004; Williams, 2009). Necesitamos la filosofía, y a veces la psicología, para desentrañar gran parte del significado latente presente en la verdad revelada de Dios. Por ejemplo, ¿cuál es la naturaleza del amor? ¿Cómo se relaciona el amor con nuestros cuerpos? ¿Cómo conducen los mandamientos de Cristo a la realización humana? ¿Qué es el perdón, y cómo puede hacer una persona para darlo y recibirlo?

En principio, el apoyo filosófico podría ser aportado por los protestantes que relacionan la psicología y la teología. De hecho, Mark McMinn y Clark Campbell (2007) han hecho valiosas contribuciones en su trabajo «Psicoterapia integradora», aunque este trabajo ofrece integración con solo unas pocas escuelas de psicoterapia y no abarca un nivel de integración que proporcione un fundamento para el desarrollo teórico de un marco de personalidad «grande», ni ilustra ampliamente la forma en que este modelo integrador puede utilizarse para las entrevistas de admisión, la formulación de casos o la planificación de tratamientos. El desarrollo, a partir de una teología protestante, de un marco integrador amplio y capaz de abordar todas estas áreas parece poco probable, en parte porque, a pesar de la creciente apreciación en algunos círculos evangélicos del valor del razonamiento filosófico como apoyo a la teología, en muchos otros aún persiste la desconfianza hacia la filosofía y su relación con la religión.

No obstante, la cuestión de la filosofía y la teología, y su uso en la integración, es una cuestión abierta, principalmente porque muchos protestantes ya han contribuido de forma significativa a la integración en un período de aproximadamente cincuenta años (Entwistle, 2015; Johnson, 2007; Moriarty, 2010; Roberts, 2007; Stevenson, Eck y Hill, 2007; Tietjen y Evans, 2011).

No obstante, debido a todas las razones señaladas anteriormente, en general, creo que se puede desarrollar una psicología católica, un auténtico modelo o marco católico de la persona, que desarrolle una amplia teoría de la personalidad o un Meta-Modelo de la persona, que una sintéticamente las escuelas seculares de psicoterapia existentes y que pueda ser a la vez ampliamente aplicable en prácticas clínicas, como la entrevista, la evaluación, la formulación de casos, la planificación del tratamiento y la prestación de servicios. Esa es, naturalmente, la propuesta que hacemos en la presente obra.

4: LA CUESTIÓN CULTURAL

Una última gran ventaja católica es que, en términos relativos, los católicos se encuentran en una gama muy amplia de culturas, sociedades y clases sociales, por lo que las distorsiones particulares de la fe dominante en cada entorno cultural no pueden llegar a ser generalmente aceptadas por la Iglesia católica. Como se ha señalado anteriormente, la cultura occidental sexualizada de hoy en día es vista por millones de católicos como una preocupación cultural particular de una sociedad moribunda, ya no impresionante. Asimismo, las posibles presiones futuras en favor de la poligamia por parte de algunos países africanos se verían compensadas por muchos otros católicos que viven en lugares donde la poligamia no forma parte de la sociedad; y una tendencia hacia un reparto en castas de los diferentes grupos o hacia algún tipo de sincretismo religioso por una futura influencia procedente de la India se vería compensada por los católicos de otras regiones del mundo. En resumen, esta amplia gama cultural de los católicos es un buen antídoto para el «parroquialismo» religioso y para que la fe no se convierta en víctima de lo que podría llamarse «clientelismo».

EJEMPLOS DE DOS CUESTIONES TEOLÓGICAS Y FILOSÓFICAS
ANTROPOLOGÍA CATÓLICA

Como ejemplo de la importancia de las contribuciones filosóficas generales, consideremos lo que se conoce como antropología católica. De hecho, el término «antropología» o «estudio del hombre» se acerca bastante a lo que los americanos conocen como «psicología». La palabra «antropología» en este sentido católico no tiene conexión con lo que se entiende por «departamentos de antropología» en la mayoría de las universidades americanas. La antropología católica ha sido muy influyente, especialmente en el Instituto de Ciencias Psicológicas (IPS, por sus siglas en inglés), que ahora forma parte de la Universidad de la Divina Misericordia, con profesores y estudiantes que trabajan para relacionar la psicología con la fe. Se refiere a la comprensión de la persona que se desprende de la obra de varios escritores católicos.

Este marco ha sido fuertemente influenciado por filósofos personalistas, fenomenologistas y tomistas, entre los que se puede citar a Max Scheler (1970), Étienne Gilson (1950), Jacques Maritain (1985), Gabriel Marcel (1949, 1963, 1967), Emmanuel Mounier (1952), Maurice Nédoncelle (1966, 1984), Dietrich von Hildebrand (2009), Robert Spaemann (2006), Joseph Ratzinger (1990) y Karol Wojtyła/Juan Pablo II (véase Connor, 1992; Williams, 2009). El énfasis de este enfoque se basa en que las personas se desarrollan partiendo de las relaciones interpersonales, especialmente las que requieren un amor abnegado, y la fenomenología de la experiencia humana. Las relaciones se entienden como expresadas, en primer lugar, por la propia creación de Dios del hombre y como imaginadas en la propia Trinidad. Esta tradición católica personalista tiene fuertes similitudes con los escritos de los protestantes Thomas Torrance (1983, 1985) y John Macmurray (1961), y del teólogo ortodoxo John Zizioulas (1985), así como con los de ciertos filósofos judíos, inicialmente Martin Buber (1971), y más recientemente Emmanuel Levinas (1998). Sin embargo, este marco para entender filosófica y teológicamente a la persona como agradecida por las relaciones con los demás y en deuda con ellos se opone a gran parte de la filosofía y psicología modernas, que se centran en el individuo autónomo. Otras contribuciones críticas a la comprensión católica renovada sobre la persona han llegado a través de reactualizaciones en estudios bíblicos (Lagrange, 1905, 1931; Brown, 1965,2010) y en la teoría de la ley natural y la virtud (Pieper, 1966; Anscombe, 1981; Pinckaers, 1978; MacIntyre, 1984). Ha habido una integración significativa de este enfoque personalista con el tomismo tradicional. Por ejemplo, Norris Clarke (1993) identifica un aspecto dinámico y relacional de Aquino, que él cree que ha sido descuidado. Clarke llega a la conclusión de que una persona es una sustancia racional en relación activa con Dios y con los demás. (Véase también el MMCCP en el capítulo 2, arriba).

Aunque muchos de estos escritos tratan del nivel filosófico y teológico, han sido de relevancia directa para la psicología y han supuesto una importante contribución para el IPS. Por ejemplo, proporcionan una base sólida, tanto teológica como filosófica, que permite comprender la importancia de la teoría de las relaciones entre objetos (véase la obra de Melanie Klein y Donald Winnicott), la teoría del apego (por ejemplo, Bowlby, 1969, 1973, 1980; Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, 1978), así como los hallazgos sobre las primeras relaciones interpersonales y el desarrollo neurológico (por ejemplo, Siegel, 2012).

LA IMPORTANCIA DEL CUERPO

La tradición católica ha subrayado durante mucho tiempo la importancia del cuerpo para la comprensión tanto de la persona como de la propia religión. Ejemplos de este énfasis se encuentran en el hincapié en aspectos como la señal de la cruz, arrodillarse o estar de pie para la oración, así como la atención que se da a las reliquias y a la representación corporal de Cristo, especialmente en el crucifijo, que destaca el cuerpo de Cristo. Otras formas de enfatizar el cuerpo incluyen la importancia que se concede a los sacramentos, en especial a la presencia real durante la comunión, que implica comer y beber el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Hay muchas ramificaciones de este interés en la práctica del catolicismo.

La importancia que la Iglesia católica presta al cuerpo también se muestra en la interpretación de la sexualidad desde una perspectiva teológica y filosófica católica. Una importante expresión reciente de esta preocupación es la Teología del cuerpo del papa Juan Pablo II (2006; véase también Ashley, 1985). Aquí el énfasis se centra en el hombre y la mujer como cuerpos diferentes y complementarios. Esta diferencia y complementariedad se resume a menudo en lo que se denomina «significado nupcial del cuerpo». Así pues, la psicología católica reconoce que Dios creó al hombre y a la mujer como personas diferentes, complementarias, y de igual dignidad (véase el capítulo 9, «El hombre y la mujer»; véase también Allen, 2015). La mayoría de las psicologías seculares de la persona, con la excepción de la teoría edípica freudiana inicial, han descuidado totalmente toda diferencia entre las personas masculinas y femeninas. El énfasis que se presta en la teología del cuerpo, que tiene sus raíces en el antiguo respeto hebreo por el cuerpo, ha sido importante para apoyar la teología moral católica, especialmente con respecto a la sexualidad. El rechazo católico a la contracepción, el aborto, el divorcio y el matrimonio entre personas del mismo sexo está directamente relacionado con el significado corporal de las relaciones humanas y con la comprensión de la Iglesia de la naturaleza del cuerpo y el alma, como íntegramente conectados. Gran parte de la neurociencia contemporánea ha hecho que muchos psicólogos sean más conscientes de la importancia del cuerpo para la comprensión de la persona, aunque esta comprensión aún no haya sido ampliamente reconocida en la psicología. Por esas razones, en esta obra, se presta la debida importancia al cuerpo.

El tema principal de esta obra es, por supuesto, un enfoque cristiano claramente desarrollado y específicamente católico en su proyecto de relacionar la psicología y el cristianismo. Los diversos capítulos, especialmente los primeros capítulos teóricos, explican con un cierto detalle un modelo de integración razonablemente completo, a saber, el Meta-Modelo Católico Cristiano de la Persona. También se supone que tal integración es posible sin ninguna violación de la independencia de los conocimientos psicológicos científicos o la integridad teológica del cristianismo. Si desea obtener más información sobre esta importante cuestión, puede consultar, en este mismo volumen, el capítulo 2, «Premisas teológicas, filosóficas y psicológicas», y el capítulo 7, «Metodología y supuestos»; también puede consultar Ashley, 2000, 2013; Brugger, 2008, 2009.

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