Czytaj książkę: «Del vientre a la muerte»
Dedico este libro:
A mis padres, por traerme a este viaje tan bello de la vida.
A Lily, por darle un nuevo sentido a mi vida.
A Damini, por ser el destello de mi vida.
A la India, por enseñarme qué es la vida.
A México, por darme todo lo que quiero en la vida.
A Lal. Todos los días me pregunto por qué a los mejores seres les pasa lo que te pasó; con la vida de Jesucristo encontré la respuesta.
Índice
Portada
Contraportada
Dedicatoria
Citas
Prólogo
Prefacio
1. ¡Quiero vivir!
2. «Patadas en la tumba»: el eco de los lamentos
3. ¡Gracias, madre Ganges!
4. ¡Conoce tu mente! Pasado en presente
5. Una vida con tres espejos retrovisores: tres legados
6. Primer retrovisor: la visión Legado de mi abuela
7. Segundo retrovisor: la virtud Legado de mi madre
8. El tercer retrovisor: la verdad Legado de mi padre
9. Las religiones: legado de Dios
10. La educación, el aliado ideal: Legado de mis maestros
11. Una vida sin retrovisores, una vida sin legados: el regreso a la ceguera
12. Antes de partir… Omnem crede diem tibi supremum
Gratitud
Notas
Bibliografía
Autor
Página legal
Publi
Admitamos que hayas resuelto el enigma de la creación.¿Cuál es tu destino?
Admitamos que hayas podido despojar a la verdad de todos sus ropajes. ¿Cuál es tu destino?
Admitamos que hayas vivido cien años feliz y que vivas cien años más. ¿Cuál es tu destino?
Entiende esto: un día tu alma caerá de tu cuerpo y serás empujado detrás del velo que flota entre el universo y lo desconocido.
En la espera: ¡sé feliz!
No sabes de dónde vienes. No sabes a dónde vas.
Omar Khayyam, Rubaiyat
El amor es sufrido, es benigno.
El amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece. No hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor.
No se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.
1.a de Corintios (13:4-8)
Prólogo
La vida es más simple de lo que parece, y es en las cosas más sencillas donde se encuentra lo maravilloso.
Algunos dicen que lo más valioso no se compra con dinero y, si lo analizamos, es muy cierto. Los objetos a los que damos un gran valor económico, como pudiera ser un diamante, una pintura, un auto, no sirven de nada si los comparamos con el aire, el agua, el amor y muchas realidades sin las cuales no podríamos existir y que, sin embargo, no cuestan nada.
En esta obra, Chandra nos hace una pregunta fundamental:
¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Una pregunta que la mayoría de las personas no puede responder, y sin cuya respuesta la vida no tiene sentido; no tiene propósito.
Si no sabemos a dónde vamos, cualquier camino que tomemos da lo mismo. Y esto es exactamente lo que nos pasa en la vida a los seres humanos. Vamos por ella como un río que nos lleva y, al final del trayecto, culmina con la inevitable muerte, pero sin saber para qué fue nuestra existencia.
El hombre es un ser de hábitos que se trasmiten de generación en generación, al igual que sucede en los animales, pero con un elemento que lo diferencia: la voluntad. Chandra la describe en este libro como la acción que nos mueve a llevar a cabo la visión que nos proponemos.
Es esa fuerza interna la que convierte tus sueños en realidad; la que hace que cada mañana te levantes con una energía que te mueve a la acción.
A través de esta obra encontrarás que las cosas más bellas de la vida son muy simples, pero no les ponemos ninguna atención. Observar de noche el cielo y darnos cuenta de que alcanzamos a ver más de cien millones de estrellas y que cada una representa un sistema solar... Darnos cuenta de que nuestro inmenso sol es una de las estrellas más pequeñas, y después voltear a ver las cosas a las cuales les damos valor: como el tamaño de nuestras casas, automóviles, etcétera. ¿Qué representan en esa inmensidad del universo? ¿Qué valor tienen?
La capacidad de disfrutar lo más simple y amar a nuestros semejantes es una de las propuestas de reflexión de esta magnífica obra que Chandra nos ofrece y espero pueda ayudar a que cada uno encuentre la respuesta a la pregunta: ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?
Salvador Alva
Prefacio
«La vida de uno no es lo que sucede, sino lo que recuerda y cómo lo recuerda».
Gabriel García Márquez
Nuestra vida no es otra cosa que –en gran medida– el desarrollo de lo vivido en nuestra infancia. Los recuerdos de la niñez fueron los elementos esenciales para que comenzara a escribir este libro. A través del reencuentro con estas vivencias recuperé los momentos que hoy hacen posible este volumen. Por ello, está repleto de reminiscencias y nostalgias, algunas maravillosas, otras trágicas; algunas dulces, otras amargas; algunas felices, otras tristes; algunas mágicas, otras reales; algunas memorables, otras deleznables. Pero una cosa de la que estoy seguro es que, si volviera a nacer, pediría a Dios la misma infancia, las mismas vivencias, la misma familia, las mismas amistades, la misma realidad, las mismas fantasías, la misma orilla del río (la madre Ganges), la misma pasión por la vida. Querría la misma existencia, tal como la tengo ahora. No cambiaría nada. O, si no es posible volver a nacer, volver a vivir físicamente, pediría que –cuando pase a contemplar los arquetipos y esplendores– al menos pueda recordarla.
Estas páginas hablan de algunas ideas acerca de qué es la vida y cómo vivirla; plantea acciones para encontrar el verdadero sentido de la existencia de cada uno. Es probable que ciertos lectores piensen que con este tomo quiero urdir una revolución en la forma de vida del siglo XXI. Yo digo que la transformación ya se hizo, al menos en mi mente, en mi trasiego vital.
Más que un libro, ésta es la invitación a compartir un experimento: ¡la vida!
¿Por qué escribir?
«No se deberían leer más que los libros que nos pican y nos muerden. Si el libro que leemos no nos despierta con un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?»
Franz Kafka
«Si hay un libro que te gustaría leer pero que aún no se ha escrito, entonces debes escribirlo».
Tony Morrison
¿Qué es lo que quiero contar? Quiero contar la experiencia de la vida, de los vivos, de los moribundos y de los «muertos». ¿Cómo la quiero contar? Desde la literatura, que ha sido una de mis pasiones en la vida. ¿Por qué la quiero contar? Simplemente, para no dar «patadas en la tumba».
Desde que era niño he tenido una pasión: tratar de descifrar lo que hay en la mente humana, ya sea a través de las vidas de los que me rodean o a partir de un estudio de conductas. Aquí quiero compartir contigo esta pasión. ¿Qué hay en la mente humana? Después de vivir varias experiencias con la gente, en mis visitas a cárceles, hospitales y cementerios, es decir, después de hablar con los vivos, moribundos y «muertos», sentí esta necesidad de narrar aquellas historias. Lo escrito aquí es la recopilación de lo visto, vivido, platicado, escuchado, leído, aprendido, sentido, pensado, deseado, amado, gozado, sufrido, reído, llorado; lo bello y lo feo, lo real e imaginario, lo mágico y fantástico de la existencia humana. A ti, lector, te pido un favor especial: ten paciencia, no me juzgues como escritor; soy simplemente un ser humano que, como tú, no quiere dar «patadas en la tumba» y que desea compartir contigo lo que es la vida y lo que no es.
Las ideas aquí expuestas no son nuevas, ya se han dicho mil y una veces: en los textos védicos, en los Puranas, en los Vedantas, en el Bhagavad Gita, así como en la Biblia, el Corán, la Torah y los textos budistas. Algunas otras reflexiones proceden de la filosofía de la vida. También hay cosas que aprendí en los discursos filosóficos de Osho.[1] La lista de los autores que admiro es larga, pero me gustaría recordar a algunos como Homero (por la odisea del hombre), Dante Alighieri (por mostrar la divina comedia que es la vida), Shakespeare (por narrar la traición humana en una oración: ¡et tu, Brute!), Franz Kafka (por metamorfosear mi vida), Marcel Proust (por enseñarme a buscar el tiempo perdido), James Joyce (por penetrar en el fluir del pensamiento), Hermann Hesse (por emprender un viaje espiritual de la vida), Juan Rulfo (al llevarme al mundo de las ánimas en pena), Gabriel García Márquez (por enseñarme que la soledad puede durar más de cien años), Jorge Luis Borges (por descifrar lo «indescifrable»: el infinito), Orhan Pamuk (por darle voz a los que no podían hablar) y Arundhati Roy (por mostrar que las pequeñas cosas también tienen un Dios).
Muchas de las enseñanzas aquí recogidas vienen de las fábulas que mi abuela me contaba en mi niñez. Todavía las tengo en la memoria. Estas fábulas me han acompañado en mi búsqueda del tiempo perdido: mi infancia. En estos relatos pervive mi abuela, con su imagen divina y esa voz con fuerza de viento en sus murmullos y largos suspiros. Un día, el mismo viento se los llevó para siempre. Mis padres dicen que fue la corriente del río. Encontraron su cuerpo tres días después. Sin embargo, yo sigo creyendo que fue el viento el responsable y es el que la trae cada vez que quiero. Murmullos que escucho todos los días gracias al viento, que permanecieron en algún lugar de mi memoria y ahora surgen en una forma incontenible con la necesidad de ser transmitidos.
Otras historias vienen de las discusiones incesantes con mis padres, amigos y hermanos sobre los temas más diversos que uno pueda imaginar. Desde la filosofía socrática hasta la doctrina hegeliana, desde las ideas platónicas hasta la ideología marxista, desde la filosofía védica al psicoanálisis freudiano, desde la cosmovisión del mundo para los cristianos hasta el concepto de belleza y divinidad para los hindúes. En realidad, desde estos modos del conocimiento nada ha cambiado, salvo que ha nacido en mí la necesidad de buscar y saber cuál es el verdadero sentido de la vida.
He señalado que no quiero una revolución, ya que eso implicaría cambiarlo todo, yo sólo quiero una transformación en la vida. Lo que pretendo es crear acciones, atrevimientos, hechos, actos heroicos; en otras palabras, quiero que te atrevas… a vivir.
Quizá ya se esté gestando una revolución con esta forma de ver la vida. Así que bienvenidos al experimento.
Este libro es un intento de liberar a las tumbas de las «patadas» de los arrepentidos. Tiene el propósito de narrar las experiencias de los moribundos para que no las repitan otros. Dicho de otro modo, es un intento para que «te caiga el veinte» (como se dice en México) antes de que sea demasiado tarde. Si quieres saber si lo planteado anteriormente es cierto o no, habla con un moribundo. Habla contigo mismo. ¿Acaso no eres un moribundo?
1
¡Quiero vivir!
«Vive la vida como al momento de morir quisieras haber vivido».
Confucio
Estoy a punto de morir. En unas horas vendrá el sacerdote para darme la bendición. Veo por última vez a mi esposa, que contiene sus lágrimas, observo a mis hijos, en silencio; al mismo tiempo, veo toda mi vida pasar delante de mí en un instante (la vida entera pasa enfrente de tus ojos justo antes de morir). Pronto iniciará mi velorio y después el entierro. El silencio de mis hijos, poco a poco, se está convirtiendo en llanto. Todo se va oscureciendo como cuando estaba en el vientre materno… cuando tenía la ilusión de vivir la vida. Hoy, acostado en esta cama del hospital, palpita mucho más fuerte esta ilusión: quiero vivir…, quiero decirle a mi esposa cuánto la amo y agradecerle todo lo que hizo por mí y nunca le reconocí… Quiero…, quiero…, quiero volver a vivir. Nunca como ahora había tenido tanto anhelo por la vida. Tengo muchas ganas de vivir, vivir…
2
«Patadas en la tumba»: el eco de los lamentos
«Lo único que el tiempo no perdona es lo que a tiempo no se hace».
Proverbio popular
¿Por qué, cuando estamos vivos, no nos damos cuenta de lo que tenemos ni lo valoramos? ¿Por qué vivimos engañados? ¿Por qué, cuando nos vemos cerca del final de nuestra existencia, queremos volver a la vida? ¿Por qué damos «patadas en la tumba»? ¿Por qué los cementerios están colmados de arrepentidos? Las tumbas están llenas de hombres y mujeres dando «patadas». Los hospitales están saturados de moribundos esperando una oportunidad más de la vida. Las cárceles están repletas de personas que darían lo que fuera por salir y respirar el aire libre. ¿Por qué valoramos más las cosas cuando las perdemos? ¿Por qué anhelamos más la vida cuando estamos a punto de perderla?
Después de hablar con varios moribundos, me he dado cuenta de que nadie quiere morir y la mayoría de ellos lamentan sus vidas ante su irrevocable muerte. Los muertos quieren abrir su ataúd, romper las placas de cemento, escarbar la tierra y salir a la luz. Pero es imposible. Lo único que logran es dar «patadas» que se oyen desde afuera. Dicen que en los cementerios asustan, pero no saben que es por el eco de las «patadas» de todos los arrepentidos. Para ellos ya es muy tarde, pero para nosotros no. Los moribundos quieren más la vida cuando están a punto de perderla. En los testimonios de los desahuciados encuentro un deseo constante: quieren una segunda oportunidad. La revelación es casi siempre la misma. Una vez que ven la muerte cerca, quieren regresar a la vida y hacer las cosas bien. Quieren vivir. El testimonio «Quiero vivir», que aparece al inicio del libro, es el de un hombre casado, con dos hijos. Él estaba agonizando y apenas podía hablar. Mi primera pregunta fue: ¿qué quieres? El hombre murmuró: «Vivir, quiero vivir. Quiero mi vida de nuevo». El deseo de este hombre era tan fuerte que se había aferrado a la vida por un año ante su agresiva enfermedad. No se podía mover, ni hablar con facilidad, estaba muerto en vida, pero quería vivir. Tenía planes para el futuro. Creía que iba a salir y seguir con ellos. Había creado todo un mundo alterno en su interior; me contó sus planes. Llevaba un año de hospital en hospital, pero no quería dejar la vida. Al final, cuando era apremiante su muerte, dijo cuánto quería a su familia y cuánto lamentaba no haberles correspondido a su esposa y a sus hijos. Quería volver a vivir y hacer todo bien, hacer lo que no hizo en su vida. Muy pocas veces he visto tantas ganas de vivir como en los ojos de este hombre. ¡Descanse en paz!
Los testimonios suelen ser similares, marcados por llantos y arrepentimientos:
¿Por qué no vi esto? ¿Por qué no vi aquello? ¿Por qué no le dije que la amaba? ¿Por qué le dije que la odiaba? ¿Por qué no dediqué más tiempo a la familia? ¿Por qué trabajé tanto? ¿Por qué no viví mi vida? ¿Por qué no fui feliz? ¿Qué hago ahora aquí con tantos remordimientos? Tenía una vida entera y la perdí, no pude realizar estos pequeños detalles; ahora el mundo se presenta oscuro delante de mí, a punto de partir, y me persigue un remordimiento interminable por no haber hecho las cosas a tiempo, cuando resultaba tan fácil hacerlas. ¡Cómo quisiera compartir mis experiencias con quienes aún tienen una vida por delante! ¡Cómo quisiera decirles que no cometan los mismos errores que yo! Ojalá que me escuchen, aunque sé que muchos no lo harán hasta que lamenten igual que yo, cuando estén a punto de dejar este mundo. Me daría un gran alivio tan sólo saber que alguien me escucha, que no hará lo que yo hice. Cierto: nunca sabes lo que tienes hasta que lo ves perdido. Yo les digo: no hay que perder para valorar lo que tenemos. Yo lo perdí. Es la voz del que ya se va más allá. Díganles ahora mismo a sus seres queridos cuánto los aman; hagan algo ahora mismo, no esperen por los sentimientos, sólo háganlo. No esperen. No mueran trabajando, vivan amando. Vivan sus vidas, yo no viví mi vida; no lo hice y miren dónde estoy, en la noche más oscura del alma, en lo más profundo de la oscuridad, del remordimiento, de arrepentimientos, en el lecho de muerte. ¿Acaso no me escuchan? No, no pueden oír, porque aún están lejos… Al menos eso es lo que creen.
Casi siempre, cuando las personas están en el lecho de muerte, quieren una segunda oportunidad. Son evidentes las ganas que tienen de vivir la vida. Darían cualquier cosa por tener la misma oportunidad que tenemos nosotros. Tú, que estás leyendo este libro: para ti todavía hay tiempo. Tú tienes esta oportunidad. Así que decide, de una vez y para siempre, que no serás uno de éstos que dan «patadas en la tumba». Decide y atrévete a vivir en este mundo antes de que sea demasiado tarde.
***
En una visita al Reclusorio Oriente, después de dar una plática, hablé con varios delincuentes y otros «inocentes», en grupos e individualmente. Algunos sí habían cometido crímenes brutales, otros estaban allí porque «no supieron cómo defenderse». Yo no había ido allí para juzgar a nadie sino para hablar con ellos, para mirar en sus almas. Dos cosas me sorprendieron. La primera, el estado inhumano de las cárceles. No conozco el infierno, espero no conocerlo nunca, pero ese día entendí algo que puedo asegurar: la prisión es el lugar más cruel e inhóspito que puede existir sobre la Tierra, o debajo de ella, exceptuando el mismo infierno, me imagino. La segunda, y más importante, es la búsqueda desesperada de otra oportunidad. Mueren por volver a vivir su vida normal. Algunos no se arrepienten del crimen cometido o de haber arruinado la vida de otro ser humano, pero sí de haber arruinado su propia existencia. No les gusta mucho hablar sobre lo que hicieron sino de lo que harían si tuvieran una segunda oportunidad: de ver una puesta de sol –ya que hay dos soles: el que vemos los que no estamos dentro de una cárcel y el que ven los cautivos–; respirar el aire fresco; pasear una noche de luna –porque hay dos lunas–; sentir la frescura del agua en la garganta –porque la frescura sabe diferente–; disfrutar una comida con sus seres queridos –de éstos, no hay dos.
Reflexiones1. Valora lo que tienes antes de que puedas perderlo.2. Vive tu día como si estuvieras a punto de morir.3. Todos nos vamos a morir algún día, no pienses que contigo eso no pasará.4. No repitas los errores del pasado; cuando te des cuenta, ya será demasiado tarde.5. Vive la vida de tal forma que no tengas que dar «patadas en la tumba». |
3
¡Gracias, madre Ganges!
«Oh, madre Ganges, vine a tu orilla, y sentado allí rezo en nombre de Krishna. No tomo nada sino sólo tu agua.
Oh, Ganges, tú que eliminas toda la maldad, tú que eres la escalera al cielo, tú que estás llena de olas esparcidas, sé complaciente conmigo».
Adi Shankara
Agradezco a la madre Ganges, en cuya orilla tuve mi primer encuentro con la vida y con la muerte, mi primera iluminación. En la India, la incineración de los muertos y el depósito de sus cenizas en el río Ganges implican la liberación de futuras reencarnaciones. Sin embargo, hay cadáveres que se echan a la corriente de las aguas sin ser incinerados.
Ese río caudaloso la mayor parte del año, en épocas de sequía deja ver bancos de arena entre los riachuelos que se forman. Me acuerdo muy bien de que teníamos que nadar unos metros para llegar a aquellas arenas que brillaban con el sol –y como el mismo sol. Allí, cuando era niño, jugaba fútbol. A veces no contábamos con ningún objeto para dibujar o excavar las líneas de la cancha en aquellas arenas, así que lo hacíamos con las manos. Pero no con las nuestras: usábamos las manos de los muertos, de los cadáveres que encontrábamos allí. Esos muertos, que habían sido echados al río pocos meses antes, venían con la corriente y, durante el verano, cuando el río se secaba, se quedaban varados en las arenas y se desecaban. Esto nos hacía mucho más fácil quitarles las manos para dibujar la cancha. Mientras más secos, mejor; recién muertos, peor, ya que aquéllos parecían seguirnos al arrancarles las manos.
Y luego, nos faltaban objetos para hacer nuestras porterías… Sí, nos costaba trabajo buscar objetos para definirlas, pero usando «la cabeza» lo conseguíamos.
Mi búsqueda por el sentido de la vida comenzó allí, cuando un día, jugando fútbol en la ribera del río sagrado, encontré un esqueleto humano y me quedé perplejo, contemplando por mucho tiempo aquellos restos óseos, pero en especial el cráneo, pues deseaba saber qué había en su interior. Al momento de quebrarlo e inspeccionar su parte interna, una serie interminable de preguntas vinieron a mi mente. ¿A qué persona había pertenecido esa cabeza?, ¿cómo murió?, ¿por qué?, ¿desde cuándo?, ¿cuánto tiempo llevaba allí el cuerpo abandonado?, ¿quiénes lo habrían tirado?, ¿por qué lo tiraron en lugar de incinerarlo?, ¿quién era?, ¿habría dejado una familia?, ¿hijos huérfanos?, ¿lo lloraron sus hijos cuando murió?, ¿cómo habría vivido?, ¿fue feliz?, ¿aún quedaba algo de él? Fueron estas preguntas las que me impulsaron a buscar, en un principio, cuál era el verdadero sentido de nuestra existencia, indagar para qué vivimos.
Ese fue el inicio de una incesante búsqueda de cráneos para satisfacer la inquietud de saber lo que había en su interior. Al escuchar acerca de mis expediciones diarias –el fútbol pasó a segundo plano–, mi padre entendió que lo que yo quería realmente entender era lo que había dentro del cerebro humano y no el contenido del cráneo. Es decir, me aclaró que yo buscaba descifrar la mente humana y me pidió que dejara de estar quebrando los cráneos de los esqueletos tirados por acá y por allá. Comenzó a darme dirección. Sin duda, él ha sido mi mejor guía espiritual. Me introdujo no sólo en el mundo de los libros sagrados, la sabiduría ancestral de Oriente, sino también en la psicología occidental. Me llevó de la mano en mi búsqueda por comprender la mente humana.
Después de la muerte sólo queda líquido en la cavidad encefálica, quizá porque el cerebro ya sirvió de alimento para los peces o los gusanos. Pero las preguntas permanecen: ¿Qué hace la mente? ¿Determina la mente nuestra vida? ¿Qué es la vida? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué nacimos? ¿Por qué nos morimos? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? ¿Hemos cumplido con el objetivo de nuestra existencia? ¿Vamos hacia él? ¿Cuál es el sentido de nuestro viaje del vientre a la muerte (del vientre, al regazo de la madre Ganges)? ¿Seremos felices o daremos «patadas en la tumba»?
Así fue como emprendí esta aventura de entender nuestro universo; tratar de comprender la mente humana, cómo funciona y cómo se puede entrenar. Quiero compartir aquí este experimento-entrenamiento de nuestra mente pero, como en toda prueba, sólo sabremos que en verdad funciona si lo llevamos a cabo. Así que bienvenidos a la comprensión de la mente humana y al experimento con ella.
¡Experimentemos con la vida! Lo peor que puede pasar es que todo siga igual. El experimento da resultados. Una buena acción siempre da un buen resultado; si hemos hecho bien las cosas y aun así no conseguimos los frutos esperados, es porque quizá la acción estaba bien hecha pero no era una buena acción. Todas las acciones, no sólo deben estar bien hechas, sino que deben ser buenas acciones. Atrévete a participar en este experimento. «Los barcos están seguros en los puertos, –como dijo William Shedd–, pero no están hechos para estar en los puertos». No seas barco de puerto. No busques la seguridad, no tengas miedo. Un mar en calma nunca hizo buenos marineros; así que navega en alta mar, navega ante las adversidades de la vida. Este es tu destino. Naciste para esto, para navegar en alta mar. Cúmplelo.
Darmowy fragment się skończył.